Nota Aclaratoria para evitar la Confusión de los Términos.
El pensamiento Falangista no tiene nada que ver con el Anarquismo, en cuanto a la supresión de la Autoridad, las Leyes y el Estado en este mundo, pese a que sí tuvo relación con el aspecto meramente Sindical de éste en varios momentos concretos. Concretamente con el Partico Sindicalista de Ángel Pestaña.
Los sindicatos anarquistas se valoraban como la mayor fuerza sindical de España y la que, al carecer de intereses de partido, más pretendía beneficiar a los trabajadores explotados por el capitalismo liberal.
El Nacional-Sindicalismo iniciado en España por Ramiro Ledesma Ramos, como una variante, más o menos crítica, del corporativismo italiano, llega a su madurez con José Antonio Primo de Rivera y a su plenitud con los escritos de José Luis de Arrese, cuyo primer libro "La Revolución Social del Nacional Sindicalismo" fue escrito por órden directa de José Antonio y se fundamenta en el pensamiento político y social de éste, quien fue el único ideólogo completo de Falange aunque podría decirse que tuvo una cierta influencia de Ramiro Ledesma Ramos, Onésimo Redondo y otros que le motivó a potenciar el campo de lo social.
La aparente complejidad del tema podría llevar al lector a perderse en una selva de denominaciones, siglas y nombres de sindicalistas. Motivo por el que resulta conveniente una introducción aclaratoria de lo que supone, en la práctica, los cambios ideológicos introducidos progresivamente en Falange por José Antonio a la vez que se desligaba del Corporativismo inicial.
Y estos consisten en:
- Relevar la Democracia Inorgánica de Partidos por una Orgánica, como Sistema Político, basada inicialmente en los Cauces Naturales de Convivencia que son la Familia, el Municipio y el Sindicato.
Esto reemplaza al Liberalismo y no es una Dictadura.
Posteriormente José Luis de Arrese propuso sustituir el Tercio Familiar por una Cámara Política de elección directa en la que las asociaciones, sostenidas únicamente por las cuotas de sus afiliados, apoyarían a candidatos en listas abiertas y una circunscripción electoral única. Si a esto añadimos un diputado corporativo en representación de la Familia y otro de las Asociaciones de Padres de Alumnos tendremos la actual propuesta de Falange Española Digital y su Asociación por la Democracia Orgánica Digital.
- Nacional Sindicalismo como Sistema Económico y Social. Un Sindicato Vertical único organizado por ramas de producción con representacion en un tercio de las Cortes de la Nación elegido por los trabajadores de manera democrática (orgánica) dirigiría la economía de la Nación. Esto sustituye totalmente al Corporativismo y al Capitalismo.
- Revolución o cambio en el concepto de la Propiedad:
a) Ningún hombre puede ser propiedad de otro mediante un contrato. Lo que compra el empresario no es el trabajo sino que es el "fruto del trabajo del empleado" en los casos de empresas privadas. Esta definición filosófica tiene grandes consecuencias en la práctica ya que establece el principio fundamental del Cooperativismo
b) Armonía entre iniciativa privada y colectiva o Cooperativismo. Se favorece la iniciativa privada y la colectiva mediante créditos baratos de una Banca Sindicalizada por Ramas de Producción y exención de impuestos y de burocracia puesto que el Sindicato se encargaría de facilitar todos los trámites, incluso estudio de mercado y viabilidad, para la creación de empresas.
Pero una vez amortizada la inversión inicial y consolidad la empresa, ésta deberá ser vendida a los trabajadores a través del Sindicato de Empresa elegido por los productores (trabajadores), pagando al empresario con la parte correspondiente de los beneficios y pudiendo continuar o no al frente de la misma.
¡Esta propuesta Joseantoniana ya no es Sindicalimo Revolucionario ni Sindicalismo Nacional!
Sino Nacional-Sindicalismo.
Fernando Uruñuela.
El Nacional-Sindicalismo y el Anarquismo
Aunque las palabras incendiarias de Bakunin y Netchaiev hayan hecho brotar la idea del terrorismo en el ánimo de exaltados, el anarquismo no se reduce a la violencia. Decía Ángel Pestaña:
"Considero el anarquismo corno una teoría de la perfección individual, de exaltación del individuo, de afirmación de la personalidad humana [ ... Aquellos que en nombre del anarquismo justifican la violencia, robos, atentados contra personas, exterminación, bombas e incendios, no son anarquistas, no lo han sido nunca ni lo serán jamás»."
Asimismo, la concepción de Proudhon, que reposa sobre una cierta idea del hombre es un "humanismo de la tensión”:
«El error o astucia de nuestros padres -escribe Proudhon- ha sido hacer al pueblo soberano a imagen del hombre. Cómo es posible que entre nosotros haya demócratas que postulan que el Gobierno tiene algo de bueno; socialistas que sostienen esta ignonimia en nombre de la libertad, la igualdad y la fraternidad; proletarios que presentan su candidatura a la Presidencia de la República [ ... El sufragio universal es una excelente institución para que el pueblo diga, no lo que piensa, sino lo que se quiere de él [ ... El medio más seguro de hacer mentir a un pueblo es la institución del sufragio universal [ ... Como si de la suma de una cantidad cualquiera de sufragios, alguna vez pudiera surgir la idea general, la idea de pueblo»."
Proudhon no oculta nunca su hostilidad hacia el colectivismo.
Bajo el régimen liberal son los fuertes los que explotan a los débiles, pero bajo el régimen comunista son los débiles quienes explotan a los fuertes. Por consiguiente, nada de propiedad colectiva, sino una posesión, es decir, una especie de propiedad relativa, donde sea proscrito todo abuso gracias a un control judicial de la sociedad.
La ética anarquista de Proudhon." tan apreciada por el nacionalista Barres," está orientada no en el sentido de un débil relajamiento en el que el individuo termina por zozobrar, sino hacia una creciente responsabilidad individual.
No hay defensor más ardiente de la familia y de las costumbres que Proudhon. Es incluso severo contra el vicio.
Lejos de reprochar a la burguesía el mantenimiento de la moral, la acusa, por el contrario, de haberse vaciado de su esencia:
«Soy anarquista [ ...
muy amigo del orden, soy anarquista con todo el vigor del térrninos."
Proudhon está ante todo preocupado por mejorar la condición moral y material de la clase obrera.
El obrero influido por las ideas proudhonianas no quiere pertenecer a un proletariado anónimo, sino a un pueblo orgulloso de sus tradiciones. Ferviente autodidacta, quiere deber su liberación sólo a sus propios esfuerzos. Aunque alguna vez hace responsables de su humillación a la sociedad y al Estado, no olvida nunca que la primera condición de su regeneración reside en su propio esfuerzo de perfeccionamiento
Muchos anarquistas se niegan a ver en la clase obrera el motor de la historia, la redentora de la humanidad a través de su diaria crucifixión. Califican de melodrama la sensiblería histórica de los socialistas.
«La revolución anarquista que deseamos -dice Malatesta- está muy por encima de los intereses de clase: propone la completa liberación de la humanidad, esclavizada actualmente al triple punto de vista económico, político y moral»."
José Antonio no ignora el interés de la filosofía anarquista. Pero es sobre todo la realidad anarcosindicalista española la que desempeña un papel importante en la formación de su pensamiento.
En España, al igual que en toda Europa, el bakuninismo se halla frenado debido a su impotencia práctica y teórica, como lo atestigua el gran período de atentados a finales del siglo XIX.
La conciencia del callejón sin salida donde se ha metido el movimiento anarquista y la crítica del socialismo parlamentario, «que se ha convertido en uno de los sostenes más eficaces de
la democracia burguesa», conducen a que algunos militantes se interesen por los sindicatos. De ello resulta una ideología que quiere hacer del sindicalismo una forma social destinada a reemplazar al Estado, y no un mero instrumento de defensa de la clase obrera.
Una ideología que ya no es individualista, sino «organicista y solidaria».
Georges Sorel, teórico del sindicalismo revolucionario, rechaza todo determinismo «dialéctico» y defiende el «vitalismo»: sólo será posible llevar a cabo la revolución mediante una intervención voluntaria, violenta, de una parte consciente de las masas. Piensa que debe «escindirse» una vanguardia y actuar violentamente, puesto que no se fía ni del determinismo ni de la espontaneidad de las masas. Su aportación intelectual se basa, principalmente, en el papel que asigna al sector más consciente de las masas.
Los revolucionarios profesionales tienen por función estimular a las masas.
Georges Sorel quiere asegurar, sobre todo, el triunfo de la moralidad; la transformación del mundo es, para él, en parte una mejora de la moralidad.
La moralidad soreliana no es «la pequeña moral católica», sino «una tensión hacia lo sublime».
Moralista y pesimista, no cree en la bondad natural del hombre, sino que estima que el hombre debe perseguir lo sublime, intentar elevarse.
El trabajador encontrará esta regeneración moral en la violencia, contestación radical del mundo.
Esta violencia esencialmente espiritual sólo tiene valor si se hace efectiva, si se produce por voluntad de quien la anima.
Sorel juzga que la violencia es normal y saludable cuando aporta lo que lleva implícito toda moral: una energía empleada, el sentimiento de lo sublime, los riesgos que se han corrido deliberadamente, la noción de una marcha hacia la liberación.
La nueva moral, «moral de los productores», y la salvación del mundo nacen de la violencia proletaria.
Este concepto de violencia regeneradora, ampliamente compartido por Ramiro Ledesma, sabemos que es motivo de fricción con José Antonio. Fiel a la tradición cristiana, este último sólo es partidario de utilizarla en caso de desgraciada necesidad.
Antiparlamentario, antidemócrata, antipatriota, antimilitarista, antiintelectual ... ,anti todo, el sindicalismo anarquista aporta un rechazo global al mundo de su tiempo.
Junto a sus caracteres negativos, uno de sus aspectos fundamentales es su moralismo.
«El sindicalismo -manifiesta Pierre Monate en el Congreso Anarquista de Amsterdam celebrado en agosto de 1907- es una escuela de voluntad, de energía, de pensamiento fecundos.
«El sindicalismo -escribe uno de sus líderes- no tendrá las fuerzas reales y necesarias para la revolución, para la transformación social, no estará a la altura de su papel hasta el día en que todos hayamos comprendido que hace falta acentuar nuestra propaganda de educación moral frente al mercantilismo exagerado de las reivindicaciones pecuniarias en las que la masa
egoísta no sólo pretende confinamos, sino eternizarnos.»
La lucha contra un enemigo común, la coincidencia en algunas tesis particulares, como la oposición a la sociedad materialista y a su sistema de valores, atraería la simpatía de los ambientes Nacional-Sindicalistas hacia los militantes de la central anarcosindicalista.
La Confederación Nacional del Trabajo (CNT) había nacido en Sevilla el 30 de octubre de 1910 siguiendo el modelo del sindicalismo revolucionario francés.
Dos líderes imponen rápidamente su personalidad: Salvador Seguí y Ángel Pestaña. Representantes de la tradición sindicalista, encarnada en Francia por Pelloutier y Griffuelhes, eran hostiles al terrorismo en el que habían caído un buen número de cuadros del movimiento.
Así, la guerra que enfrentaba a los anarcosindicalistas con el Gobierno y los sindicatos libres y el clima de terrorismo defensivo que destilaba, favorecieron la llegada de los extremistas, discípulos de Bakunin.
En 1927 nace en Valencia, en un clima de clandestinidad impuesto por la Dictadura, que tenía como socios al PSOE y la UGT, la Federación Anarquista Ibérica (FAI), asociación semi secreta, formada exclusivamente por anarquistas, cuya misión era controlar el interior de la organización sindical.
En la República, bajo la influencia de los moderados (Pestaña, Peiró, Moix, López ... ), la CNT se inclina por la colaboración con el régimen, pese a la oposición irreductible de la FAI (Durruti, Ascaso, Rodríguez Vázquez, García Oliver, Mera, Montseny, Puente, etc.). Ambas tendencias no cesan de enfrentarse entre sí.
El Congreso Nacional de Sindicatos, celebrado en Madrid el 11 de junio de 1931, marcará la derrota definitiva de los sindicalistas moderados y la victoria de los extremistas de la FAl.
Pestaña y sus amigos intentarán sin éxito contener esta evolución con la publicación del Manifiesto de los Treinta.
Los «treintistas» serán alejados poco a poco de los puestos de dirección.
De manera implícita o explícita, las simpatías de los ámbitos Nacional-Sindicalistas se mostrarán desde entonces más acordes con la tendencia convertida en minoritaria. Todos los órganos, todos los representantes del Nacional-Sindicalismo elogiarán unánimemente los valores de la central anarcosindicalista.
«La CNT -escribe Ramiro Ledesma- "liberada de las influencias bolcheviques a causa de la oposición del anarcosindicalismo al marxismo, era la fuerza subversiva más eficaz del momento. “
Toda la colección de la revista La Conquista del Estado de Ledesma está sembrada de elogios a la vitalidad, a la absoluta voluntad revolucionaria, al prestigio de la CNT.
Giménez Caballero no duda en escribir:
«¿El anarcosindicalismo, fuerza de nacionalidad hispánica?, me dirá alguien asustado. ¡Sí! ¡El anarcosindicalismo, en cuanto se le saque del vago callejón, confusamente internacional y sin salida en el que se encuentra! En cuanto se le haga nacional a ese sindicalismo. Piénsese que la fórmula anarcosindicalista es el refugio más auténtico que ha tomado el catolicismo popular en España. Esa enorme contradicción de ser anárquicos de una parte y sindicalistas por otra parte indica al más ciego la fórmula sustancial del genio popular español: individualista y autoritario».
Según él, para regenerar España, es necesario «reunir todos nuestros haces de defensa nacional. ¿Qué cuáles son nuestros haces? Esos núcleos sociales, con genio de España, que se alistan en el anarcosindicalismo de un lado y en el tradicionalismo de otro». Añade: «A la argumentación de esta página deberá recurrir quien quiera saber el origen espiritual, la base ideológica del nacionalsindicalismo».
Para Francisco Bravo, la «nacionalización» de las masas sindicales de la CNT es una condición sin la cual «no se podrá crear en nuestra nación un Estado corporativo y jerárquico»."
En noviembre de 1933 Ramiro Ledesma lanza la idea de los Grupos de Oposición Nacional Sindicalista, destinados a operar en el interior de la CNT bajo las directrices jonsistas. José Antonio retoma esta idea en 1936, y son bien conocidas las relaciones iniciadas por este último con algunos líderes de la CNT.
Sin embargo, la inquebrantable posición doctrinal de los anarcosindicalistas frente al Estado es un abismo infranqueable que impide cualquier acuerdo formal.
Los Nacional-Sindicalistas, que denuncian a los que creen posible la supresión total del Estado, ven en él, por el contrario, un mal necesario que asegura el armazón de la sociedad (o más bien un instrumento de Servicio, como otro cualquiera, que debe armonizarse con los intereses totales del pueblo).
Para la Falange el poder emana de una fuente ontológica; tiene una misión positiva:
"Impide la descomposición caótica de la sociedad y del mundo. La sociedad y el Estado sólo pueden tener su fundamento en principios religiosos y espirituales".
A pesar de todo, los intelectuales de la Falange logran sobreponerse a esa dificultad mayor que les enfrenta a los sindicalistas revolucionarios diferenciando Estado de Estado burgués.
El origen de la rebelión anarcosindicalista contra el Estado reside en la confusión de orden en sí con orden burgués. Una vez suprimida la identificación del Estado con el poder de la burguesía, se reconocerá la necesidad de un poder organizado.
La repetida alusión en los órganos Nacionalsindicalistas a la central Anarcosindicalista expresa más una actitud psicológica de admiración o apoyo moral que una referencia a pactos concretos.
El fenómeno más importante de la vida económica, política y social de la España de los años treinta es la llegada de las masas al escenario político social. José Antonio ve en el sindicalismo el instrumento capaz de responder a las nuevas exigencias que esto supone.
No es, inicialmente, un doctrinario del sindicalismo; éste es para él una realidad dinámica, progresiva y circunstancial, cuyo desarrollo obedece a las exigencias de la justicia y la moral.
De hecho, este interés por la idea sindicalista se encuentra a partir de comienzos de siglo en todos los escritores que buscan un método nuevo de organización social. Entre ellos, tres intelectuales han influido particularmente en el joven líder de la Falange:
- el profesor Olariaga, quien, a través de sus cursos, le introdujo en el corporativismo sindicalista británico de Cole, Mellor, Orage, Ruskin y Morris;
- el profesor Adolfo Posada, ligado a la corriente regeneracionista de Joaquín Costa, Macías Picavea, Lucas Mellada, Damián Isern, Salillas, Senador, Altamira, Morote, etc., que le aporta el concepto de democracia orgánica y la voluntad reformista social propia de los socialistas universitarios; y por último
- el decano León Duguit, en cuya obra profundizó porque propone sustituir la construcción jurídica liberal subjetivista, basada en la libertad individual y la soberanía del Estado, por la regla del derecho objetivo de la solidaridad social y por el sindicalismo.
«Ciertamente que, en un futuro que verán los jóvenes de hoy, se organizará, paralelamente a la representación proporcional de los partidos, una representación proporcional de las diversas clases sociales organizadas en sindicatos y federaciones de sindicatos», escribe Duguit."
Posada y Duguit son dos importantes teóricos del Organicismo Social y de la Representación Orgánica (Democracia Orgánica).
También Charles Maurras puntualiza en la misma época: «Quiérase o no, el sindicalismo y el nacionalismo son las dos grandes fuerzas que dirigen el mundo moderno».
Arnaud Imatz: José Antonio entre odio y amor.
El sindicalismo.
Llegada la revolución industrial y después de la introducción del trabajo mecanizado, dieron comienzo las primeras luchas entre patronos y asalariados, viendo estos últimos la necesidad de unir sus fuerzas.
En Francia la ley Le Chapelier votada durante la Revolución, prohibía las asociaciones de trabajadores, y leyes parecidas surgieron pronto en todos los estados europeos. En la que se dice:
"Los ciudadanos de un mismo estado o profesión no podrán, cuando se encuentre juntos, ni nombrar presidente, ni síndico, ni tener registros, ni tomar resoluciones o deliberar, ni formar reglamentos bajo pretendidos intereses comunes. Se prohíben por atentar contra la libertad y la Declaración de los Derechos del Hombre, y serán nulos de pleno derecho todos los convenios por los cuales los ciudadanos de una misma profesión acuerdan no dispensar sus productos o su trabajo más que a un precio determinado"
Después de duras y ásperas luchas, los trabajadores obtuvieron primero la tolerancia de sus organizaciones y posteriormente su reconocimiento legal.
Los sindicatos estaban concebidos todavía sólo como asociaciones de ayuda mutua en caso de enfermedad, para socorro en los accidentes de trabajo y para atender las necesidades de la vejez.
A partir de 1830, una vez que adquirieron la forma actual, las organizaciones sindicales dieron comienzo a campañas de agitación con la intención de mejorar las desastrosas condiciones de vida de los trabajadores, pero sus revueltas fueron frecuentemente sofocadas con sangre.
El sindicalismo como doctrina que defiende el control obrero de la industria por medio de los sindicatos se desarrolló en Francia a mediados del siglo XIX y, posteriormente, se extendió a otros países.
El sindicalismo original entendía que la mejora de las condiciones laborales se debía hacer desde el mundo del trabajo, primero con la unión de los trabajadores de un mismo gremio y luego de obreros de todos los gremios, para presionar mediante acciones comunes hasta conseguir ser dueños de su propio trabajo y del producto de éste.
Sin embargo, la oposición al patronato no significa todavía una oposición al régimen capitalista.
Los obreros aspiran a una organización del trabajo que les permita constituir sus talleres en pequeñas repúblicas autónomas. No se trata de nacionalización ni de expropiación; el espíritu de asociación que invocan los obreros no excluye la concurrencia de empresas con dirección patronal, pero tienen la convicción de que prevalecerán rápidamente las asociaciones obreras si nada impide su desarrollo.
Luego el Sindicalismo no nació bajo el signo de la lucha de clases.
El fracaso de la Revolución de febrero de 1848 disipa este sueño. Mientras los sindicatos se agrupaban en federaciones nacionales (de oficio o de industria), y más lentamente en uniones
locales, una serie de influencias intentan utilizar en provecho propio esta nueva fuerza.
Los poderes públicos, por medio del movimiento sindical, tratan de canalizar a las masas obreras hacia actividades que no sean revolucionarias. Así, se promulga la ley francesa de 1864 que autoriza las coaliciones obreras. Aunque ésta no elimina todas las trabas jurídicas al ejercicio real del derecho de huelga, la justicia vacila cada día más en perseguir las movilizaciones de los trabajadores, lo que supone un primer éxito para la acción sindical.
La influencia de los marxistas en los sindicatos franceses es débil en un principio. Cuando los obreros miraban hacia Londres era para tomar- ejemplo de las Trade Unions más que para pedir lecciones a Marx.
Además, la corriente Proudhoniana que cree en el valor propio del Sindicalismo resiste a la corriente marxista que sólo ve en los sindicatos un medio de agitación capaz de acelerar el despertar de la conciencia de clase y que deben subordinarse estrechamente a las directrices del partido.
Hacia 1880, cuando los marxistas van ganando posiciones en los sindicatos franceses, entran en escena elementos llegados de los medios anarquistas.
El sindicalismo revolucionario.
En un principio los sindicalistas revolucionarios aceptan del marxismo las críticas que dirige al capitalismo. Pero añaden una crítica al Estado que se nutre de Fourier, de Proudhon y de Bakunin.
Para ellos, el Estado no puede ser el instrumento de la liberación social cuando lo es, en sí mismo, de opresión. Resulta, por tanto, inútil arrancarlo de manos del capitalismo para hacer de él un elemento revolucionario. Los revolucionarios conscientes no pueden proponerse más que un fin: su destrucción.
Para Edouard Berth,
"el socialismo, es decir, el sindicalismo revolucionario, es una filosofía de los productores. Concibe la sociedad conforme al modelo de un taller sin patronos, altamente progresivo; a sus ojos, todo lo que no es función de este taller debe desaparecer. Por consiguiente, debe desaparecer en primera línea el Estado, que representa la Sociedad no productora por excelencia, la sociedad parasitaria".
Pero es en este punto donde empiezan a aparecer divergencias entre los teóricos del sindicalismo revolucionario. Un sector de éstos se esforzará por señalar las diferencias que existen entre sindicalismo y anarquismo.
Entre ellos Sergio Pannunzio, para quien
"La diferencia inicial entre el sindicalismo y el anarquismo es la siguiente: mientras que el primero rechazando el Estado, no rechaza al mismo tiempo, toda forma de organización autoritaria de la sociedad, el segundo rechaza de un modo absoluto el principio autoritario en sí, y por consiguiente, toda forma de autoridad social".
Es decir, para Pannunzio es fundamental distinguir entre el Estado concebido como determinación y configuración política histórico-burguesa, y la autoridad como principio y lazo social que domina la vida comunitaria independientemente de las actitudes y formas que revista en los distintos períodos históricos y en los diversos medios sociales.
Estas disputas dentro del seno del sindicalismo revolucionario llevarán a una parte del sector no anarquista, del que precisamente Pannunzio será uno de sus representantes más destacados, a evolucionar hacia lo que ya puede ser llamado sindicalismo nacional o nacionalsindicalismo. Ahora bien, mientras esto sucedía en la teoría, en la práctica en el movimiento sindical tanto reformista (que prefiere el convenio colectivo a la huelga) como revolucionario (partidario de la huelga general como arma revolucionaria) están de acuerdo en eliminar la política del sindicato.
Cuando en 1906 elementos del sector textil proponen en el Congreso de Amiens un acuerdo con el Partido Socialista, que acababa de unificarse, la mayoría responde de modo negativo.
El fin del sindicalismo sigue siendo la desaparición del patronato y del salario, consagrándose cada día a mejorar la condición obrera; no abandonar a un partido, sea el que fuere, la labor de realizar la emancipación integral de la clase trabajadora. El movimiento sindical es el que hará la revolución por medio de la huelga general. El sindicato es un grupo de resistencia, que será en el futuro la agrupación de producción y de reparto, base de la organización social.
De ahí surge una verdadera declaración de los derechos y deberes de los trabajadores:
- deber de adherirse a la agrupación esencial que es el sindicato, cualesquiera que sean sus opiniones o sus tendencias políticas o filosóficas;
- derecho a participar, fuera del sindicato, en toda acción que coincida con sus concepciones filosóficas o religiosas;
- deber de no introducir estas opiniones en el sindicato.
En cuanto al propio sindicalismo, para que alcance su máxima efectividad, debe dirigir su acción directamente contra el patronato, sin preocuparse de aquellos partidos o sectas que, a su lado y si lo desean, puedan también intentar realizar la transformación social. Tras este congreso, para los sindicatos revolucionarios franceses el verdadero partido del trabajo es la CGT (Confederación General del Trabajo, constituida en Limoges en 1895), al frente de la cual estará desde 1909 Leon Jouhaux, cuyas convicciones son por entonces las de un sindicalista revolucionario, y decimos por entonces, porque en breve se pondrán a prueba los principios de los sindicalistas en su confrontación con la realidad de la guerra europea.
Hasta entonces el sindicalismo revolucionario se había definido como antimilitarista. Los trabajadores, conscientes de no tener más fronteras que las que separan las clases, hacen suya la frase de Marx: los trabajadores no tienen patria. Un conflicto no sería más que la distracción inventada por la burguesía para desviar las reivindicaciones obreras. En caso de guerra entre potencias, los trabajadores deben responder con una declaración de huelga general revolucionaria.
Pero, evidentemente, con la Primera Guerra Mundial esto no sucedió según lo previsto. Por un lado el sindicalismo británico, que no había negado nunca la nación, se integró inmediatamente en la defensa nacional. Las Trade Unions pidieron la suspensión de todas las huelgas existentes y la solución amistosa de todos los conflictos presentes y venideros. En abril de 1915, los jefes sindicales acceden a renunciar al derecho de huelga a cambio de la constitución de comités paritarios y de la creación en cada fábrica de delegados de taller, que deben ser consulta dos cuando se introduzcan nuevos métodos de organización en el trabajo.
Por otro lado, el sindicalista socialdemócrata alemán Legien declaraba el 16 de julio de 1915 en Francfort del Main:
"Si el resultado de esta guerra nos es desfavorable, nosotros seremos los más fuertemente castigados. Pues hemos formado en Alemania una cultura obrera como no puede encontrarse en ningún otro país. No nos es indiferente que, en el futuro, el Reich alemán tenga por frontera el Rhin al Oeste y el Vístula al Este"
(Lefranc, 1966: 41-42).
Luego los sindicalistas alemanes no sólo habían descubierto que tenían patria, sino que la juzgaban socialmente más adelantada que las demás. Mientras tanto, en Francia, el Comité Confederal Nacional de la CGT es aún hostil a la guerra. Cuando el 1 de agosto de 1914 se lanza la orden de
movilización general, la CGT deplora lo sucedido, pero no convoca la huelga general. Esta postura sería explicada en 1919 por el propio Jouhauxr cuando ante las acusaciones de colaboracionismo contestaba que
"si se entiende por colaboración tomar una responsabilidad en las decisiones de poder, jamás colaboró. Si por colaboración entendemos, en cambio que, cediendo ante las circunstancias, abrumado por ellas como los demás camaradas, intentando defender paso a paso los intereses de los obreros, me he hallado presente en todas partes donde era necesario defenderlos, entonces sí que he colaborado"
(Lefranc, 1966: 44).
Más contundente es en este sentido Merrhüm, que justifica la aceptación de la guerra como una inapelable cuestión de supervivencia:
"la clase obrera, arrastrada en este momento por una ola formidable de nacionalismo, no habría dejado a los agentes de la fuerza pública la tarea de fusilarnos. Nos habría fusilado ella misma" (Lefranc, 1966: 42).
Tanto los socialistas intervencionistas (partidarios de la participación de sus naciones en la guerra) como los sindicalistas revolucionarios no anarquistas tomarían buena nota de estos hechos, que serían decisivos en el nacimiento del fascismo y en la evolución del sindicalismo revolucionario al nacional- sindicalismo.
En 1920 se celebra en Berlín una conferencia sindicalista para continuar el trabajo establecido en Londres en 1913, donde se habían reunido delegados de varias organizaciones sindicalistas revolucionarias para relacionarse internacional mente, propósito que la guerra había truncado. En 1921, tras la celebración del congreso constitutivo de la Internacional Sindical Roja (ISR-III Internacional), tiene lugar en Dusseldorf una conferencia preparatoria para un próximo congreso que agrupe a todos los sindicatos revolucionarios que rechazan la tutela de la ISR. Del 16 al18 de junio de 1922 se reúne en Berlín la conferencia de las organizaciones que pretenden reconstituir la AIT (Asociación Internacional de Trabajadores). Participan en ella los sindicatos FAU (Alemania), USI (Italia), CGTU (Francia), CNT (España), SAC (Suecia), NSF (Noruega) y las minorías sindicalistas de las uniones profesionales rusas y de la FORA (Argentina).
Del 25 de diciembre de 1922 al 5 de enero de 1923 se celebra el congreso constitutivo de la Asociación Internacional de los Trabajadores; además de las delegaciones reunidas en junio participan otras procedentes de Chile, Dinamarca, México, Portugal, Holanda y Checoslovaquia. En él se aprueban los estatutos y la declaración de principios de la AIT que, todavía hoy, perduran. Estos principios del sindicalismo revolucionario adoptados en diciembre de 1922 declaran lo siguiente:
El sindicalismo revolucionario, basándose en la lucha de clases, busca establecer la unidad y solidaridad de todos los trabajadores manuales e intelectuales dentro de organizaciones económicas que luchan por la abolición tanto del sistema de salarios como del Estado. Ni el Estado ni los partidos políticos son capaces de lograr la organización económica y la emancipación de la clase obrera.
El sindicalismo revolucionario mantiene que los monopolios económicos y sociales deben ser reemplazados por federaciones autogestionadas, libres, de trabajadores industriales y agrícolas unidos en un sistema de asambleas (federaciones).
La doble tarea del sindicalismo revolucionario es:
- continuar con la lucha diaria por una mejora intelectual, social y económica de la sociedad existente, y
- lograr una producción y distribución autogestionada e independiente a través de la toma de posesión de la tierra y medios de producción.
En lugar del Estado y los partidos políticos, la organización económica de la clase obrera. En lugar de un gobierno sobre el pueblo, la administración de las cosas.
El sindicalismo revolucionario se basa en los principios de federalismo, libre acuerdo y organización de base, de abajo arriba en federaciones locales, regionales e internacionales unidas por aspiraciones compartidas e intereses comunes. Dentro del federalismo, cada unidad tiene plena autonomía e independencia en su propia esfera, al mismo tiempo que mantiene todas las ventajas de la asociación.
El sindicalismo revolucionario rechaza el nacionalismo, la religión del Estado y todas las fronteras arbitrarias, reconociendo únicamente el autogobierno de comunidades naturales que tienen su propio estilo de vida, enriquecidas constantemente por los beneficios de la libre asociación con otras comunidades federadas.
El sindicalismo revolucionario, basándose en la acción directa, apoya todas las luchas que no entren en contradicción con sus principios: la abolición del monopolio económico y de la dominación del Estado. Los medios de acción directa son la huelga, el boicot, el sabotaje y otras formas de acción directa desarrolladas por los trabajadores en el curso de sus luchas, comenzando por el arma más efectiva de la clase obrera, la huelga general, preludio de la revolución social
Como vemos, estos principios preconizan la acción directa como elemento indispensable de la organización obrera y todos ellos son igualmente antiestatistas, anticapitalistas y anticolaboracionistas con las clases opresoras.
Luego manifiestan un espíritu antiautoritario que supone un predominio de la corriente anarcosindicalista.
Aunque para Paco Cabello, a partir de estos principios pueden distinguirse en el sindicalismo revolucionario las siguientes tendencias:
- El sindicalismo que representan Peouget, Monatte, Delasalle, etc., y que alcanzó su máxima expresión en la Declaración de Amiens, es un sindicalismo concebido como instrumento revolucionario, educador del trabajador para la revolución. En este tipo no existen organizaciones específicas anarquistas, pues se estima que las masas obreras se sienten naturalmente inclinadas hacia el anarquismo.
- El sindicato orientado por premisas libertarias declaradas. Es el caso de la CNT española que desde el Congreso de la Comedia (1919) se asigna la finalidad del comunismo libertario y en cuyo seno tienen presencia organizaciones específica mente anarquistas (o no, según la época, área geográfica, etc.).
- El sindicalismo como organización específica de militantes anarquistas, del cual el ejemplo de la FORA argentina sería el más relevante. Aquí la organización anarcosindicalista es una cuña, la punta del diamante de un movimiento más general.
- El anarcosindicalismo defendido por Maximoff en Rusia y que era partidario de trabajar dentro de los sindicatos oficiales para hacer obra revolucionaria desde su interior. Este modelo se basa en la confianza en la capacidad de los trabajadores de autoorganizarse y acrecentar su conciencia revolucionaria siempre que un poder estatal no les prive de su autonomía.
Los que no tendrían cabida dentro de estas corrientes serían aquellos sindicatos que predicasen, en virtud de una peculiar lectura del sindicalismo revolucionario, el abandono de la acción directa y caminasen hacia posturas de cogestión del Estado del Bienestar con el gobierno. Tal fue el caso de la SAC sueca que abandonó la AIT en 1958, o más recientemente de la CGT española,
"que pretendiendo ocupar un espacio a la izquierda de los sindicatos oficiales' han acabado inmersos en la órbita y total dependencia económica del Estado"
El VIII Congreso de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), celebrado en Granada en diciembre de 1995, adopta en su punto 13 del orden del día, el acuerdo de ratificarse en la adhesión a la Asociación Internacional de Trabajadores y en sus principios, tácticas y finalidades, mantenidos también tras el XX Congreso Internacional de la AIT celebrado en Madrid en diciembre de 1996.
Como vemos, los principios del sindicalismo revolucionario aprobados en 1922 en el Congreso de Berlín se mantienen todavía como guía de actuación de las organizaciones que integran la AlTa.
Ahora bien, como el tiempo no pasa en vano, se incluyeron para su discusión en este XX Congreso dos nuevos puntos para la puesta al día de los principios del sindicalismo revolucionario:
Punto 1. El sindicalismo revolucionario se opone a todas las jerarquías, privilegios y opresiones, no simplemente a aquellos que tienen origen económico. Reconoce que la opresión se puede basar en raza, sexo, sexualidad o cualquier otra diferencia percibida o real y que estas opresiones deben ser combatidas tanto por sí mismas como por ser esenciales para el mantenimiento del capitalismo. Sin embargo, toda opresión, cualquiera que sea su origen, tiene un aspecto económico y se basa en una relación de poder. Los conceptos de "igualdad" que no reconozcan este hecho y cualquier intento de luchar contra la discriminación sin luchar al mismo tiempo contra las jerarquías y privilegios basados en la clase social beneficiarán fundamentalmente a los sectores de las clases privilegiadas excluidos hasta ahora, pero no acabarán con la discriminación contra los que no posean privilegios de clase, aunque consigan algunas mejoras inmediatas.
Punto 2. El sindicalismo revolucionario reconoce la necesidad de una producción que no dañe el medio ambiente, que intente minimizar el uso de recursos renovables y que utilice siempre que sea posible alternativas renovables. Identifica la búsqueda de ganancias y no la ignora como la causa de la crisis medioambiental actual. La producción capitalista siempre busca minimizar los costes para conseguir un nivel de ganancias cada vez más elevado para sobrevivir y no puede proteger el medio ambiente. En concreto, la crisis mundial de la deuda ha acelerado la tendencia hacia las cosechas comerciales en detrimento de la agricultura de subsistencia. Esto ha causado la destrucción de las selvas tropicales, hambre y enfermedades.
La lucha para salvar nuestro planeta y la lucha para destruir el capitalismo deben ser conjuntas o ambas fracasarán.
No creemos, por otra parte, que estas concesiones al lenguaje políticamente correcto mejoren sustancialmente los principios originales.
El sindicalismo nacional.
Una vez que hemos visto lo que sucedió con el sindicalismo revolucionario de tendencia anarcosindicalista, cabe preguntarse por la evolución y desarrollo de aquellos sectores que no sólo diferenciaban el sindicalismo del anarquismo sino que cada día les parecían conceptos más alejados. Siendo incluso para algunos autores estos últimos y no los anarcosindicalistas los "auténticos" sindicalistas revolucionarios. Así, para Marino Díaz Guerra (1977: 154-155)
"son precisamente estos hombres ardientes, animados prodigiosamente de un fuerte sentimiento de libertad, tan ricos en devoción por el proletariado como pobres en fórmulas escolásticas, que extraen de la práctica de las huelgas una concepción muy clara de la lucha de clases, un grupo
de anarquistas o como frecuentemente se les denomina 'anarcosindicalistas', el sindicalismo revolucionario supone una ruptura, tanto con el socialismo político como con el anarquismo. Y
si en algún momento se le acusó de haber dado entrada a los anarquistas, son los anarquistas que en su juventud creyeron en la grandeza de la democracia -en los principios democráticos- y
se desilusionaron ante la realidad, ante lo que Sorel denomina patriciado de mediocridades".
Ya que se cita a Sorel, aprovecharemos para decir que su influencia en el sindicalismo revolucionario es bastante controvertida. Mientras para unos -Sternhell (1994: 27)- sus escritos
"esbozan el espacio conceptual en el que evolucionarán las teorías del sindicalismo revolucionario",
para otros -Berlin (1976: 46)-
"el efecto de la doctrina de Sorel sobre el movimiento revolucionario fue mínimo. Escribía artículos en la prensa, colaboró con Lagardelle, Delesalle, Péguy, rindió homenaje a Fernand Pelloutier y daba charlas y conferencias a grupos admiradores en París; pero cuando se le preguntó a Griffuelhes, la personalidad sindicalista más fuerte desde Pelloutier, si había leído a Sorel, su respuesta fue “Yo leo a Alejandro Dumas".
Según Sorel, el comunismo anarquista y libertario es el sueño idealista de los socialistas oficiales, quienes aspiran a un régimen en el que el derecho llegará a ser inútil, mientras que para la concepción soreliana es esencial la conquista de un orden jurídico.
La única salvación de la sociedad reside en la liberación de los productores, esto es de los trabajadores y en particular de los que trabajan con sus manos. Para él tenían razón los fundadores del sindicalismo: hay que proteger a los trabajadores del dominio de los expertos, ideólogos y profesores. Observa que en nuestros días esta clase de hombres suelen ser intelectuales o judíos apátridas, gentes sin terruño y sin hogar, sin tumbas ni reliquias ancestrales que defender contra los bárbaros.
Para Isaiah Berlin (1976: 34-35)
"ésta es naturalmente, la retórica violenta de la extrema derecha: de De Maistre, de Carlyle, de los nacionalistas alemanes, de los antidreyfusistas franceses, de los chauvinistas antisemitas: de Maurras y Barrés, Drumont y Dérouléde.
Pero es también el lenguaje de Fourier y Cobbet, Proudhon y Bakunin, y el que más tarde hablarían los fascistas y nacionalsocialistas y sus aliados literarios en muchos países, al igual que lo emplearían en la Unión Soviética y otros países de Europa Oriental los que truenan contra los intelectuales críticos y cosmopolitas desarraigados.
Nadie se ha aproximado más a este estilo de pensamiento y expresión que los llamados nazis de izquierdas, Gregor Strasser (el sindicalista nazi que admiraba Ramiro Ledesma y que fue asesinado por Hitler) y sus seguidores de los primeros tiempos de Hitler, y en Francia hombres como Deat y Drieu la Rochelle".
En el Radicalismo Europeo siempre ha habido una componente antiintelectual y antiilustrado, que a veces se alía con el populismo o el nacionalismo y se remonta a Rousseau, Herder y Fichte; se introduce en los movimientos agrarios, anarquistas, antisemitas y otros de tipo antiliberal que dan lugar a combinaciones anómalas, unas veces en oposición y otras en alianza con diversas corrientes, del pensamiento socialista y revolucionario.
Sorel que sentía un odio obsesivo hacia la democracia, la república burguesa y el enfoque racional de la inteligencia, alimentó esta corriente al principio de forma indirecta, pero ya más violentamente a finales de la primera década del siglo XX, hasta llegar en 1910 a la ruptura con sus aliados de izquierda.
Sorel sólo se quedará del marxismo con la lucha de clases. Para él, esta lucha es la esencia y esperanza del socialismo.
Pero no opone el socialismo al capitalismo; opone, en una guerra heroica, el proletariado a la burguesía.
Sorel ataca a la burguesía, pero no al sistema de producción capitalista.
Por ello según las circunstancias, vuelve la vista hacia Maurras o hacia Lenin. De hecho el movimiento maurrasiano desde sus comienzos sigue con interés la evolución intelectual de la izquierda no conformista. Este socialismo basado en una profunda revisión del marxismo -un socialismo que no cuestiona ni la propiedad privada, ni el beneficio, ni el conjunto de la economía liberal, sino exclusivamente la democracia liberal y sus fundamentos filosóficos- encuentra una amplia acogida en Acción Francesa.
La revolución soreliana pretende minar los fundamentos utilitarios y materialistas de la cultura política y democrática, pero nunca ataca a la propiedad privada.
Progresivamente, a la vez que la noción de productor tenderá a sustituir a la de proletariado, los sorelianos elaborarán la teoría revolucionaria del patrón y sentarán las bases del capitalismo de productores, enemigo de la plutocracia y de la gran finanza, de la bolsa, de los mercaderes, de los traficantes, de los acaudalados.
Una teoría "revolucionaria" profundamente vinculada con la economía de mercado, con la competencia y con la no intervención del Estado en la actividad económica.
Los Sorelianos pues, partidarios de la economía de mercado, tras haber sometido al marxismo a una auténtica metamorfosis, permanecen fieles a Proudhon yal principio de la propiedad privada.
De suerte que producen un tipo de Revolución completamente nuevo: una revolución antiliberal y antimarxista, una revolución cuyas tropas no procede de una, sino de todas las clases sociales, una revolución moral, intelectual y política, una revolución nacional.
Ésta converge con los rebeldes del Sindicalismo Revolucionario y del Nacionalismo que según Sternhell (1994: 194)
"no rebasa, en la Francia de 1914-1918, la fase de una síntesis intelectual, pero al otro lado de los Alpes, en la atmósfera de penuria que prevalece tras la fir- ma del armisticio, esta síntesis está en trance de convertirse en la gran fuerza revolucionaria del momento".
Ya la guerra italo-turca por Libia en 1911 reorientó al Sindicalismo Revolucionario Italiano hacia el descubrimiento de la patria, entendida como "nación proletaria", que es víctima de las potencias plutocráticas.
Pero la guerra de Libia ayuda muy poco a los sindicatos revolucionarios a resolver los problemas que les plantean los conceptos de nación y de guerra. La actitud general del movimiento a excepción de los intelectuales, sigue siendo antimilitarista, aun cuando la diferencia conceptual entre nación y Estado (la primera asociada al proletariado, el segundo a la burguesía) iba preparando el terreno para el cambio ideológico que pronto permitirá al Sindicalismo Revolucionario apoyar la entrada de Italia en la guerra europea.
Durante el Congreso de Módena de los Sindicalistas Revolucionarios, celebrado en noviembre de 1912, se decidió la creación de una central sindical propia, es decir, abandonar la CGL controlada por el Partido Socialista, que había expulsado a sus líderes (Labriola, Olivetti, Orano) por desviacionismo ideológico.
Estos se proponen asegurar una independencia total de su organización no sólo del PSI y de la CGL, sino también de cualquier otra formación política o sindical, según los principios del Sindicalismo Revolucionario. Así nace la USI (Unione Sindicale Italiana) que a finales de 1913 contará con más de 100.000 afiliados (la CGL tiene 300.000).
Cuando Italia entra en la guerra en mayo de 1915, los dirigentes sindicalistas revolucionarios se presentan voluntarios en los cuarteles de reclutamiento. En este momento la evolución ideológica del sindicalismo revolucionario ha llegado a un punto que no permite el retorno.
Como comenta Sternhell (1994: 210)
"La síntesis Socialista-Nacional ha ido madurando en el curso de los años anteriores a agosto de 1914, pero es evidente que esta terrible convulsión acelera poderosamente su evolución.
Las ideas de nación y socialismo no pueden sino seguir desarrollándose en el sentido indicado en La Lupa io o en el sentido que ya habían preconizado Arturo Labriola, Orano y Olivetti cuando tuvo lugar el gran debate sobre la campaña de Trípoli.
El año 1917 juega un destacadísimo papel en este proceso de deslizamiento hacia un Socialismo cada vez más 'Nacional' y siempre más alejado de sus raíces marxistas.
En 1917 suena el trueno de la revolución bolchevique, un trueno que hace temer por los intereses nacionales de una Italia profundamente estremecida por la derrota de Caporetto. Más que nunca, el sindicalismo revolucionario se alinea con la nación contra una revolución que no sólo cuestiona el interés nacional, sino que al propio tiempo, representa un modelo que los teóricos del sindicalismo revolucionario siempre definieron como algo completamente erróneo.
Esta revolución destructora de los logros capitalistas no podía ser la suya ni siquiera pudo haberlo sido en los tiempos felices de la Avanguardia Socialista".
Estamos ya ante el Sindicalismo Nacional (o nacional-sindicalismo italiano según algunos autores). Así denomina Pannunzio a su doctrina al acabar la guerra (diferente al nacional-sindicalismo español aunque influyó en él).
En marzo de 1919 Sergio Pannunzio presenta su Programa de Acción, gracias al cual cree haber resuelto, a la vez, el problema de la propiedad y de la producción.
Este proyecto propone una sociedad organizada sobre un modelo corporativista en el que el Estado, que ha abolido la propiedad privada, adjudica a los propietarios, a los que reconoce la capacidad de producir, el derecho de hacer uso de la tierra, de las fábricas y de cualquier otro medio de producción.
La idea consiste en asociar el derecho de propiedad -en realidad el derecho de hacer uso de ella para producir y obtener beneficios- con la acción de producir. Quienes no quieran producir, calificados de parásitos, no sólo deben ser expulsados del proceso productivo, sino también privados del derecho de propiedad.
También propone Pannunzio una reorganización de las estructuras políticas, como la creación de un parlamento central restringido y aristocrático, que funcionaría con una división de las tareas preestablecidas, en coordinación con parlamentos locales instituidos sobre la base de criterios socioeconómicos. Para que pueda funcionar esta distribución, es preciso organizar a toda la población en clases orgánicas, las clases en corporaciones y transferir a las corporaciones la administración de los intereses sociales.
Esta clase orgánica constituida por las corporaciones, es la columna vertebral de un sistema político cuyo doble objetivo es acabar con el liberalismo individualista y evitar el socialismo colectivista de clase.
Al reservar al Estado los derechos de arbitraje y de adjudicación, en materia de producción y propiedad, el programa corporativista de Pannunzio aumenta considerablemente sus prerrogativas, criticando al tiempo la propiedad privada.
Como vemos, el Sindicalismo Nacional se aleja cada vez más del modelo del Sindicalismo Revolucionario de un Estado reducido a sus funciones administrativas.
En este esquema, el Estado es una categoría política central. En definitiva,
Pannunzio quiere un sindicalismo distinto del sindicalismo obrero, que agrupe a los obreros, propietarios, funcionarios, hombres de negocios, campesinos y todas las personas que participan en la producción.
A partir del momento en que todo el mundo es miembro de un sindicato-corporacion, la nación se compone de sindicatos y deja de estar formada por individuos exclusivamente movidos por beneficios personales.
La estructura política corporativa vista posee la función de destacar la importancia de las relaciones entre el Estado y el sindicato.
En aportaciones posteriores llegará a la conclusión de que los sindicatos darán lugar a un nuevo Estado, el Estado sindical.
En consecuencia, el Estado debería reconocer el papel de los sindicatos concediéndoles personalidad jurídica pública.
Para Pannunzio, no se puede sentir el Estado si no se siente el sindicato, porque a la idea de Estado se llega a través de los grupos sociales intermedios que socializan al hombre.
El Estado no debe enfrentarse con los sindicatos, personificación de las fuerzas sociales, sino integrarlos en la estructura constitucional. A los sindicatos deben unirse las corporaciones como confederaciones de éstos, y a través de los sindicatos y las corporaciones se lograría la integración del individuo en el Estado.
Las funciones de las corporaciones serían consultivas, legislativas y de intermediación entre los distintos sindicatos y entre éstos y el Estado.
La nueva participación y representación debe realizarse no a través de los partidos, sino de las corporaciones. Pannunzio les asigna un papel fundamental en la política económica.
Por medio de las corporaciones, el Estado dirigirá la economía jurídicamente, no materialmente, pues estaba convencido de la utilidad de la iniciativa particular frente a las tesis filo-colectivistas de Spirito, que proponía la corporación como propietaria.
El Estado, por tanto, debía dirigir y planificar pero no gestionar.
Este pluralismo económico era el que hacía necesario un órgano deliberativo y representativo, que no discutiría ahora los abstractos programas políticos de los partidos, sino las necesidades concretas y reales del proceso de creación de la riqueza nacional.
Esto llevará a un sistema bicameral, en el que a la cámara baja corresponderá la tarea de debatir y decidir sobre problemas directamente relacionados con las corporaciones (los derechos políticos sólo podrán ser ejercidos por los ciudadanos organizados en corporaciones). Mientras que al Senado, elegido por la cámara baja, le corresponderá debatir y decidir sobre las cuestiones que se refieren al interés general del Estado.
Pannunzio, como otros teóricos del sindicalismo nacional (De Ambris, Lanzillo), establece un paralelismo entre la producción y la representación económica y la política.
Los sindicatos deberán regular la producción, por encima de ellos las nuevas instituciones legislativas, designadas con el nombre de República Social o Sindical, serán la expresión y ejercerán la tutoría de la síntesis nacional, que integrarán los intereses de todos los trabajadores italianos y permitirán la creación de una nación más fuerte, rica y armónica.
En la práctica, la Unione Italiana del Lavoro, creada en Milán en junio de 1918, adoptará este desarrollo de la ideología del Sindicalismo Revolucionario. El periódico de esta central, L 'Italia
Nostra, que posteriormente se llamará Battaglie della UIL, tomará el lema 'La patria no se niega, se conquista'.
La UIL es el lugar de confluencia de las ideas Sindicalistas Nacionales a lo largo de los años críticos del 'bienio rosso', en 1919-1920.
En este período la ideología Sindicalista Nacional defenderá la participación de los obreros en la gestión de la empresa, es decir, la autogestión.
Los Sindicalistas Nacionales presentarían su propuesta de autogestión en la industria al ministro de Trabajo, Arturo Labriola; y el primer ministro Giolitti devuelve a los industriales sus fábricas y a las organizaciones obreras su "honor", convencido de que ha evitado una revolución de tipo soviético.
Pero la huelga general de 1920 pone a Italia al borde de la guerra civil.
Para los Sindicalistas Nacionales esta huelga, aun teniendo causas económicas, sólo puede acabar bien si se encuentra una solución de orden político aplicable además a todo el país.
Esta visión debía desembocar en la concepción de un modelo corporativista y productivista, modelo muy alejado del socialismo marxista, que sólo veinte años antes constituía el punto de partida y la teoría de referencia de los sindicalistas revolucionarios.
Y de hecho esta solución política aplicable está empezando a gestarse, no en todo el país, sino en la ciudad de Fiume. Cuando, en septiembre de 1919, estalla el asunto de Fiume, el Sindicalismo Nacional apoya sin reservas a D'Annunzio. Para la UIL, Fiume es parte integrante de Italia.
De Ambris llega a Fiume en 1920 como secretario de gobierno de la Comandancia de la Ciudad. En condición de tal, el líder sindicalista presenta al Condottiere nacionalista el esbozo de lo que había de convertirse unos meses más tarde en la Constitución de Fiume: la Carta del Carnaro.
Este documento político será a partir de 1920 la guía del Sindicalismo Nacional.
Tras una corrección de estilo por parte de D'Annunzio y la incorporación de su interpretación filosófico-estética de la vida, el comandante promulga el 8 de septiembre de 1920 la Carta del Carnaro como texto constitucional de la Regencia de Fiume. Si bien fue De Ambris el que llevó el mensaje de la ideología Sindicalista Nacional a orillas del Carnaro (allí se redactó la Carta), este texto supone una interpretación del pensamiento del comandante, bajo cuya inspiración y dirección se creó.
Después de su promulgación, De Ambris escribe a D'Annunzio para anunciarle que el último acto del drama de Fiume debería ser representado en Roma, lo que demuestra la intención de superar esta fase de ensayo puramente local.
La Carta en sí misma es un documento político en el que el productivismo corporativista del sindicalismo nacional encaja perfectamente en las ideas filosóficas y estéticas de D'Annunzio.
El corporativismo, el productivismo, la restitución al trabajo de un papel central en la sociedad, que en el futuro se guiará por las normas de la Carta del Carnaro, se proponen eliminar la distancia que hay entre el individuo y el Estado; así como la que separa al productor de la estructura económica en la que vive y trabaja.
El corporativismo se convierte en el puente entre el productor y el Estado, pero también en la institución capaz de estructurar y regular la producción.
El trabajo es simultáneamente un deber y un derecho constitucional.
El hombre debe producir, la constitución se encarga de asegurarle los medios y las posibilidades de cumplir con este deber. La Constitución de Fiume debe instaurar las condiciones que permitirán al individuo, una vez superados el egoísmo capitalista y el burocratismo socialista, producir libremente, crear y sacar provecho de la vida.
Por eso el artículo IX de la Carta define al Estado como el resultado de la voluntad común y como etapa institucional que emana del deseo del pueblo de conjugar sus esfuerzos para alcanzar un vigor material y espiritual de un nivel cada vez más elevado. De manera que sólo serán ciudadanos con plenitud de derechos los productores aptos para crear este tipo de riqueza y de poder.
Desde el punto de vista Sindicalista Nacional (Nacional Sindicalismo Italiano según algún autor), la Carta del Carnaro es la solución, a la vez, del problema social y de la cuestión nacional.
A partir del momento en que la nueva clase de productores vive y actúa en el seno de las corporaciones, se encuentra automática mente identificada con el Estado. Por ello, llegarían a desparecer los conflictos de intereses entre la clase y el Estado, la clase obrera y el Estado burgués, sin que esto implique la abolición de la propiedad privada.
La Carta no sólo afirma la italianidad de Fiume, sino también su estado revolucionario.
El gobierno italiano desconfía de esta mezcla.
Primero por las implicaciones internacionales de la acción D'Annunzio, pero además porque teme que Fiume, convertido en un símbolo de todos los que se oponen a la democracia liberal, llegue a ser el foco y el pretexto que estimule las veleidades revolucionarias. Por ello el 20 de diciembre de 1920, Giolitti acaba con la regencia de Fiume, con lo que la Carta de Carnaro quedará como proyecto teórico.
El fracaso de Fiume y el pacto de Giolitti con los sindicatos está tras la decisión de muchos sindicalistas nacionales de abrazar la causa del Fascismo.
En la fundación del movimiento fascista por Mussolini en la concentración de la Piazza San Sepolcro de Milán, el 23 de marzo de 1919, se encontraban eminentes dirigentes Sindicalistas Revolucionarios, como Agostino Lanzillo y Michele Bianchi.
Entre 1919 y 1920 cada vez se van estrechando más los lazos entre el Fascismo y el Sindicalismo Nacional. En una palabra, en 1919 los sindicalistas y los fascistas comparten los mismos puntos de vista sobre el cambio social y sobre los medios adecuados para conseguirlo; asimismo, unos y otros son productivistas y nacionalistas.
Entre 1920-1922 se va reforzando como movimiento político.
Durante estos años el Sindicalismo Nacional se plantea la cuestión de si hay que intentar cambiar el Fascismo desde dentro, o por el contrario, dividirlo con el propósito de recuperar su ala izquierda.Finalmente, se impone la primera de las soluciones, de forma que numerosos teóricoso dirigentes prestigiosos, como Pannunzio, Orano, Olivetti, Bianchi, Rossi, Dinale, Mantica, Ciardi, Razza, Rocheli, Rocca, Amilcare de Ambris -hermano del autor de la Carta de Carnaro- Alceste, Masotti, De Pietri, Tonelli y Renda, abrazan la causa Fascista. Se pondrán primero al servicio del movimiento Fascista, luego del Régimen y le servirán con lealtad, incluso cuando quede muy poca cosa -con el Fascismo en el poder- de los objetivos iniciales del Sindicalismo Revolucionario.
Y esto, a pesar de que el fascismo empieza pronto a abandonar los principios de Fiume, procurando en este proceso la subordinación de los sindicatos al aparato del partido, acto absolutamente contrapuesto al principio de autonomía sindical, que fue uno de los artículos de fe de su primera etapa.
Por ello habrá algunos Sindicalistas Revolucionarios y Sindicalistas Nacionales que verán con claridad que el Fascismo no reserva ningún papel destacado a la clase obrera, la cual se convierte en un actor entre otros; pero se cree que es el precio que hay que pagar si se quiere llegar a una solución global, sin volver a caer en la impotencia revolucionaria.
En vísperas del ascenso del fascismo al poder, Alceste De Ambris sigue tímidamente unido a las concepciones del sindicalismo de Labriola y Leone. Estos dos economistas napolitanos también se mantienen fieles a la naturaleza fundamentalmente económica del Sindicalismo Revolucionario, tal como lo concibieron y presentaron en su revisión de Marx.
Al igual que De Ambris, Labriola desaprobará al Fascismo en el poder. Éste había abandonado el Sindicalismo Revolucionario; tras la guerra de Libia fue elegido parlamentario socialista independiente y nombrado ministro de Trabajo en el gabinete Giolotti en 1920, año de las ocupaciones de las fábricas. Su oposición al fascismo le llevará a tomar el camino del exilio.
También Enrico Leone se reincorporará a las filas del Socialismo y se negará a cualquier tipo de compromiso con el Fascismo, pasando la mayor parte de su período de gobierno internado en un hospital psiquiátrico.
Y, por último, Alcesti de Ambris será el más famoso de los Sindicalistas Revolucionarios que se opusieron al fascismo. Alcesti había tenido una estrecha relación con Mussolini y con los fase; en los años 1919 y 1920, pero llega a la conclusión de que el líder fascista estaba traicionando los ideales del Sindicalismo Nacional y que cada vez se iba inclinando más a la derecha.
En realidad, la visión Economicista del Sindicalismo Nacional tal como la profesa De Ambris sólo acepta el Nacionalismo dentro de los límites necesarios del productivismo. Esta posición procede en buena parte de las teorías de Labriola y Leone.
Asimismo, compartirán esta actitud opositora otros sindicalistas, como Dalbi, Laceria, Ferrari y Lucchesi, que son los mismos hombres que durante algún tiempo creyeron que el Sindicalismo Fascista podía presentar un aspecto positivo en la medida que su componente obrero habría de contribuir a provocar la división entre los socialistas y los reaccionarios del movimiento. Como esto no se produjo, cuando en 1922 el Fascismo toma el poder, De Ambris y su grupo pasan a la oposición, teniendo más adelante que tomar el camino del exilio.
Hay que reconocer que estos hombres constituían una minoría en el Sindicalismo Revolucionario.
Todos los demás teóricos y militantes conocidos pertenecen al núcleo duro de los fundadores
del movimiento Fascista.
Según Zeev Sternchell (1994: 291-293), Cesari Rossi llegará a secretario general adjunto de los tesci.
Edmondo Rossoni será el fundador de la central sindical fascista.
Michele Bianchi, el prestigioso líder obrero de Ferrara, es uno de los personajes que forman el círculo íntimo de Mussolini. En 1921 llegará a ser secretario general del Partido Nacional Fascista y, en 1922, es uno de los quadrumviri que intentan compartir la dirección del partido con Mussolini. En 1924, Bianchi será diputado fascista; en 1929, formará parte del gobierno como ministro de Obras Públicas. Esta importante personalidad del movimiento obrero italiano encontrará eco en las filas del Fascismo en hombres como Paolo Mantica, Ottavio Dinale, Tullio Masotti y Umberto Pasella.
Exceptuando a Arturo Labriola, los teóricos de primera fila del Sindicalismo Revolucionario abrazarán ardorosamente la causa del fascismo.
Uno de los primeros que se incorpora es Angelo O. Olivetti, director de Pagine Liberale, autor del Manifiesto dei sindicalisti, uno de los principales ideólogos del movimiento. Será miembro del Consejo Nacional de Corporaciones y uno de los dieciocho encargados en 1925 de proponer la reforma de la Constitución. Ejerce la docencia en la facultad fascista de Ciencia Política de Perugia. Es judío. Su fallecimiento en 1931 le ahorró haber conocido la Italia fascista de las leyes raciales.
Sergio Pannunzio, que fue socialista, sindicalista revolucionario, luego Sindicalista-Nacional, en 1924 es diputado Fascista. Forma parte de la dirección del PNF y también será miembro del Consejo Nacional de las Corporaciones. Pero lo que de él destaca el Fascismo es su condición de teórico del Corporativismo. Se le considera, junto a Rocco y Gentile, uno de los principales ideólogos del partido fascista. Ejerce la docencia en la facultad de Ciencia Política de Perugia, en compañía de Paolo Orano. El redactor jefe de La Lupa durante los años 1910-1911 empezó, como Pannunzio, siendo socialista, fue miembro del equipo de Avanti!; ingresa en seguida en las filas del Sindicalismo Revolucionario, luego en las del Sindicalismo Nacional, para incorporarse finalmente al Fascismo. Es un declarado antisemita. En 1924 y 1925 es responsable de la edición romana de Il Popo d'italia. En 1939 será senador del Reino.
Agostino Lanzillo, el más fiel de los discípulos de Sorel, en 1914 da su adhesión a Mussolini; a partir de este momento nunca dejó de escribir para Il Popo d'italia. Este viejo sindicalista sigue aliado de Mussolini en marzo de 1919, en Milán, en el acto de fundación de los fascios. Luego será elegido al Parlamento por el partido fascista y será asimismo miembro del Consejo Nacional de Corporaciones.
Estos ejemplos nos llevan a preguntarnos bajo qué criterios se efectúa la separación entre los Sindicalistas Revolucionarios que participaron en la fundación del Fascismo y se mantienen fieles a él -hasta su muerte o por lo menos hasta la del régimen-, y los que tras haber contribuido a crear el movimiento se baten en retirada, hasta el punto de tener que exiliarse, en lo que puede interpretarse como una vuelta a sus orígenes socialistas.
Para nosotros, la respuesta está en que los primeros han llegado a una concepción voluntarista del cambio social, concediendo al factor económico una importancia secundaria. Esto les lleva a creer en el papel predominante de las élites y a distanciarse del análisis socialista marxista y de sus implicaciones materialistas. Han sustituido la clase obrera por la nación, una nación voluntarista en la que se confía la dirección del proceso de cambio social a unas élites activistas. Al decir de Sternhell (1994: 295) "el idealismo revolucionario reemplazará al materialismo histórico". Para ellos la Nación está por encima de las clases; y toda consideración de clase debe quedar eclipsada ante los hechos de carácter nacional.
Si en un principio Mussolini presenta el Nacionalismo como un instrumento al servicio del Socialismo -ya que la solidaridad internacional de los trabajadores no puede ejercerse debido a las rivalidades nacionales y puesto que la cuestión nacional bloquea las veleidades revolucionarias, la única vía de la revolución social pasa por la solución de los problemas nacionales-, al tiempo que el Fascismo va afirmando su influencia, la herencia socialista-revolucionaria se diluye.
El Fascismo en el poder ya se parece poco al Fascismo de 1919 y menos aún al Sindicalismo Revolucionario.
Como explica Sternhell (1994: 355):
"no cabe duda de que a medida que el fascismo se hace Estado, la resistencia a su herencia sindicalista-revolucionaria modifica en gran medida la dosificación entre lo nacional y lo social. La dictadura rnussoliniana, muy enraizada en el sagrado horror que siempre ha inspirado la democracia a todos los elementos constitutivos del fascismo, produce finalmente un régimen del que quedan proscritos todos los elementos de origen socialista".
En una crónica publicada antes de la llegada de Mussolini al poder por De Montgri en la Revista Social (difusora de la doctrina social de la Iglesia) de Barcelona, se defiende por el contrario la oposición del Fascismo al Socialismo, no como un abandono de estos elementos, sino porque su origen es netamente Contrarrevolucionario, Así lo delataba Montgrí (1922: 136-137):
"El fascismo, partido social-político surgió espontáneamente como natural reacción contra los desmanes que, dos años atrás, el partido obrerista italiano, creyéndose dueño de la calle ante un gobierno débil y pusilánime como el de Giolitti, cometió en todas las regiones y ciudades que estimaba por suyas, invadiendo talleres, adueñándose de fábricas, apropiándose de fincas rústicas, ocupando predios urbanos, imponiéndose por la audacia y el terror a las gentes pacíficas y atemorizadas.
Y fue entonces cuando las rudimentarias asociaciones patriótico-militares de los tesci, nacidas al calor de la gran guerra para forzar al gobierno de Italia a tomar parte en la misma, se constituyeron en núcleos de resistencia a tales demasías (toleradas por el gobierno) para reprimirlas por su propia mano. Alrededor de estos núcleos se cobijaron los elementos sociales atropellados y los que ponían sus barbas a remojo viendo rasurar las del vecino por el puñal de los sicarios de la commune, erigido en centro de denominación.
Y ante el dilema de ser o no ser, de morir o defenderse, esos elementos nutrieron abundantemente a los tesci, surgieron como por encanto sus hombres directores, y en menos tiempo del que cuesta relatarlo, estas fuerzas novicias, espoleadas y aun obligadas por la truculenta realidad, presentaron batalla a los nuevos desarmonizadores del patrimonio particular, y vencieron.
La lástima es que los vencedores aplicaron por toda regla de derecho la bárbara pena de talión, que no siempre supieron interpretar prudentemente. Y el comunismo salvaje, y el socialismo de armas tomar, y el sindicalismo de la acción directa, fueron diezmados y acorralados en toda Italia, sustituyéndose su ominosa tiranía por otra, la del fascismo que, al día de hoy, constituye una gran incógnita y una inquietante realidad". ."
Esta evolución no supondría ninguna sorpresa para un observador atento, pues ya antes de acceder al poder, en un discurso parlamentario en junio de 1921, Mussolini declara que los fascistas se opondrán con todas sus fuerzas a las tentativas de socialización, de estatización o de colectivización, declarándose partidario de reducir el Estado a su mera y única expresión jurídica y política.
Para Mussolini, es posible liquidar el Liberalismo político con sus valores burgueses, preservando simultáneamente el conjunto de los aspectos económicos de la civilización capitalista.
Para los Sindicalistas que defienden una síntesis de Socialismo y Nacionalismo, pero sin sustituir totalmente la clase por la nación -puesto que la lucha se basa, no en sentimientos, sino en intereses y necesidades-, la postura de Mussolini elimina para ellos cualquier esperanza en el Fascismo, si es que alguna vez la tuvieron, por lo que vuelven a una concepción clasista de la sociedad y a postular la independencia de la clase trabajadora y la lucha de clases como base de la acción sindical, que se realizará en el terreno económico, siendo el sindicato, independiente ideológica y orgánicamente, el medio específico de lucha. Es decir, retornan a la concepción del sindicalismo revolucionario según la cual la emancipación de los trabajadores ha de ser obra de ellos mismos.
Sin embargo, para Juan B. Bergua (1931: 173) la evolución de Mussolini significa una auténtica traición a sus orígenes socialistas:
"Este es el hombre y esta es su obra. El hombre que engendrado y nacido socialista, hecho hombre gracias al socialismo, y puesto en condiciones de medro gracias a sus ataques a la burguesía, ha acabado instaurando en su país una neta y rotunda dictadura total y absolutamente antisocialista y antidemocrática sostenida por los tres grandes puntales sobre los que se han levantado todas las dictaduras conocidas que han prevalecido desde la era cristiana hasta la fecha: la Monarquía, la Iglesia y el Capitalismo".
Conclusiones.
Para nosotros la división que se verificó en el Sindicalismo Nacional (o Nacionalsindicalismo Italiano según autores) supuso de hecho su desaparición.
Su descomposición generó dos tendencias claramente diferenciadas:
- Por un lado un grupo mayoritario, que apoyó el Corporativismo Fascista, integrándose en los sindicatos del régimen, que supusieron un control absoluto sobre el movimiento obrero, pero muy escaso sobre la estructura económica de la nación.
El corporativismo fascista pretendía armonizar los intereses de los trabajadores y patronos en un esfuerzo productivo común, con una regulación de la sociedad en su conjunto, que sólo podía proporcionar el Estado, superando la lucha de clases y la pobreza económica nacional.
Las corporaciones autocontroladas unificaron a los representantes sindicales y empresariales en un mismo órgano, eliminando en realidad a los sindicatos como agentes de negociación.
En definitiva, el Corporativismo Fascista pretende asegurar la pervivencia de la forma de vida Nacional-Capitalista mediante un proyecto de disciplina totalizante
Cierto es que durante su período Republicano el Fascismo procura volver a sus orígenes con una legislación soclalizante (es entonces cuando imita al Falangismo y envía emisarios a copiar el Sindicato Vertical de Franco).
Como ejemplo podemos citar el Decreto de Ley que crea la Confederación General del Trabajo y de las Artes de 20-12-43
o el Decreto legislativo sobre la socialización de las empresas de 12 de febrero de 1944.
Los representantes de las fábricas reconocen en la socialización una fase decisiva de la revolución del proletariado, el cual, tras haber sido combatido durante más de un siglo por el ciego capitalismo, suscitador de guerras y fomentador del odio de clases, emerge hoy en la República Social Italiana, en el momento más grave de la historia, para alcanzar el renacimiento de la nación.
También denuncian que la socialización tiene un solo enemigo: el capitalismo; y que los que se oponen a ella están pagados y guiados por las fuerzas ocultas de éste. Para ellos por primera vez en la historia de la vida social, los trabajadores se encuentran dueños absolutos de sus dominios.
Paradójicamente, el primer acto del gobierno de coalición encabezado y por otro lado, el sector minoritario que retorna a los primitivos planteamientos del Sindicalismo Revolucionario, pero al que la nueva situación de oposición al Fascismo triunfante le obliga a hacer una serie de reconsideraciones.
El sindicato revolucionario es un medio fructífero de subversión en el sistema capitalista, sobre todo si existen libertades democráticas y un número suficiente de trabajadores con un alto nivel de conciencia revolucionaria. Pero como durante la dictadura fascista no se dan estas últimas características, el sindicalismo revolucionario no sería suficiente para dirigir las luchas de los trabajadores, sino que se vería la necesidad de un órgano que, superando el terreno puramente económico de los sindicatos, preparase la movilización de grandes masas tras un programa de acción política contra el Estado fascista. Y este órgano político no podía ser otro que el partido.
Por lo que -exceptuando al grupo que se había quedado en el anarcosindicalismo apolítico, que combina el desprecio por la organización con la ignorancia del papel de los mecanismos de opresión política en el mantenimiento del sistema capitalista- se reincorporarán a la izquierda socialista. Esta última postura, no por minoritaria deja de parecemos la más coherente.
“Decimos esto porque creemos que el sistema de intercambio mercantil entre empresas libres y autónomas predicado por sindicalistas y libertarios no tiene ninguna posibilidad histórica ni ningún carácter socialista, incluso puede ser retrógrado en relación a muchos sectores ya organizados a escala general en la por Ferruccio Parri, con la participación de socialistas y comunistas, fue la derogación de la legislación socializante de la República Social, que por otro lado se convirtió en el principal referente de los neofascistas de "izquierdas" (Spampanato, 1957: 482 y ss.; Landaluce, 1978: 383 y ss.).
Los intentos socializadores de Mussolinni durante el "Segundo Fascismo" o República Social Italiana del nuevo Partido Fascista Republicano (PFR) fueron como consecuencia de verse perdido y tener que verse obligado a recurrir, con éxito, al apoyo de los trabajadores. Demasiado tarde cuando ya solo controlaba el norte de Italia gracias a la entrada de las tropas alemanas y varias divisiones fascistas reconstituidas.
Los orígenes del sindicalismo en España.
Ya antes de que se fundara la AIT en 1864, los obreros textiles barceloneses habían protagonizado actos que expresaban su rechazo a la política de los partidos en el poder respecto a las clases trabajadoras.
Como ejemplos podemos citar el incendio en Barcelona de la fábrica de hilaturas Bonaplata el 6 de agosto de 1835, la huelga general de 1855. Tanto estas manifestaciones "Iuditas", antimaquinistas como la huelga general desarrollada bajo el lema "Asociación o muerte" se insertan dentro de la campaña obrera contra los gobiernos liberales por la libertad de asociación.
El nacimiento de las primeras sociedades obreras en España aparece relacionado con la difusión en nuestro país de las diversas corrientes del socialismo utópico. Éstas se extienden por las regiones afectadas por la industrialización y son divulgadas por hombres de extracción burguesa que encuentran respuesta entre los trabajadores, sobre todo de Barcelona (donde predominan las variantes jacobianas, sobre todo el cabetismo y el saint-simonismo) y de Andalucía (con mayor presencia del fourierismo, especialmente en Cádiz).
Las primeras asociaciones obreras españolas surgen con un carácter más defensivo que ofensivo.
Así se crea en Barcelona en 1840 la Asociación Mutua de Obreros de la Industria Algodonera como organización casi benéfica para suplantar a la Sociedad de Tejedores de Algodón, en el caso de que esta última constituida como sindical fuera declarada ilegal. Hecho que efectivamente ocurrió, permaneciendo durante los diez años de gobierno moderado los obreros textiles asociados en la clandestinidad.
En 1855 se creó la Unión de Clases y, tras la huelga general de este año, todas las acciones protagonizadas por el proletariado se encaminarán a la reivindicación del derecho de creación de una organización autónoma. Ésta sería la única fórmula para obtener la subida de salarios y la reducción de la jornada laboral, que eran las principales reclamaciones de la clase obrera por aquel entonces.
El Gobierno de O'Donnell abolió el derecho de asociación y hasta 1864 no puede hablarse de un auténtico desarrollo en España del asociacionismo obrero.
A partir de 1864 se suceden un gran número de sociedades de resistencia, mutualistas, benéficas, instructivas, de recreo y cooperativas de producción. Pero hasta la llegada de la Internacional este asociacionismo no adquirió madurez.
Tras la caída de Isabel II, llega a España Fanelli que, procedente de Génova, desembarca en Barcelona. Allí se introduce en los sectores más concienciados de la clase obrera, logrando la constitución de un primer núcleo internacionalista a finales de 1868, seguido poco después del de Madrid. Y desde que en el congreso de junio de 1870 se funda en Barcelona la Federación Regional Española (FRE) de la AIT, el movimiento obrero español seguirá un camino empedrado de conflictos.
La ruptura entre bakuninistas y marxistas tuvo un inmediato reflejo en España. Los marxistas, que serán expulsados de la FRE por su consejo federal en julio de 1872, crean la nueva federación madrileña, que es el núcleo del que surgirá el PSOE en 1879 y la UGT en 1888.
Por su parte, los bakuninistas seguirán una trayectoria mucho más accidentada.
La FRE se disuelve en 1881, pero a la llegada de Sagasta al poder, con un mayor ámbito de libertad de acción, los internacionalistas intentan de nuevo la creación de una federación nacional obrera que concluye en septiembre de 1881 con la constitución de la Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE). Sin embargo, esta federación nace con nuevos motivos de disensión que a la postre acabarían con ella.
En el congreso de Sevilla de 1882 se dan dos tendencias: por un lado, la anarco-colectivista de Bakunin, con mayor influencia en la Cataluña industrial, y la anarco-comunista de Kropotkin, que se extendió rápidamente por el sur campesino.
La radicalización de las posturas enfrentadas fue en aumento y la federación comenzó a debilitarse, puesto que muchos de sus miembros fueron víctimas de la represión, disolviéndose finalmente como consecuencia de los efectos del pleito entre comunistas y colectivistas.
Tras el fin de la Federación de Trabajadores de la Región Española, los grupos sindicalistas catalanes constituyen el Pacto de Unión y Solidaridad que ratifica una vía económica de emancipación del proletariado a través de la lucha de resistencia al capital. La línea del pacto se consolida en 1900 con la creación de la Federación Española de Sociedades de Resistencia, que en 1906 se convertiría en Solidaridad Obrera ya partir de 1908 trasciende los límites de Cataluña extendiéndose a otras áreas del país influidas por el anarquismo.
Su sindicalismo apoliticista le permite un mayor crecimiento en estas zonas que el de la central sindical socialista.
Con esta situación y después de la Semana Trágica de Barcelona, se convoca un congreso del que había de salir un gran sindicato dispuesto a servir los intereses de los trabajadores. La neqativa de la UGT a participar en éste lo decantó hacia el apoliticismo; lo que no debe identificarse, o no solamente, con el anarquismo.
El Sindicalismo Revolucionario Español.
En efecto, la creación en 1910 de la CNT como agrupación de sindicalismo no marxista y ajeno a las directrices de los partidos políticos, supone el nacimiento del moderno sindicalismo revolucionario español y su consolidación orgánica.
La posible influencia del sindicalismo revolucionario francés sobre el español es un asunto muy debatido. Para Antonio Bar (1981: 99-100)
"generalmente, se tiende a dogmatizar sobre este tema, afirmando tajantemente una u otra postura en base a argumentaciones históricas o datos incontestables. Por un lado, se afirma que tal influencia no ha existido, que en el movimiento obrero libertario español estaban ya todos los elementos necesarios para que se produjese la lógica evolución en ese sentido.
Es decir, que el sindicalismo revolucionario español no es sino el producto de la propia evolución y desarrollo del movimiento obrero español, sin influencia alguna externa. Por otro lado, se
suele afirmar que el sindicalismo revolucionario español es una consecuencia del desarrollo del sindicalismo revolucionario francés, en el que se inspira y del que toma sus modos de acción, y bajo cuya influencia -la Carta de Amiens sería decisiva- se funda la CNT. Incluso hay quien afirma que el sindicalismo revolucionario español, desarrollado autóctonamente, contiene elementos propios del sindicalismo revolucionario francés, como si se tratase de dos fenómenos paralelos curiosamente coincidentes. Pero aun otra postura llega a sostener la influencia inversa, es decir, que fue el sindicalismo revolucionario español el que influenció al sindicalismo revolucionario francés".
Es interesante en este sentido la serie de artículos que bajo el título "Sindicalismo revolucionario" desarrolla Martín Camprubí en la Revista Social (a la que ya hemos hecho referencia) a lo largo del año 1922. En la primera entrega señala el origen del sindicalismo español:
"En Francia, durante la tercera República, la ley Waldeck-Rousseau de 1884, acuerda la existencia legal de los sindicatos y desde entonces éstos y las Bolsas de Trabajo, toman un gran incremento, luchando hasta lograr en el Congreso de Montpellier de 1902 la ansiada unión obrera con la Confederación General del Trabajo. Reconoce ésta su propio poder, el valor de la acción sindical, y aparece el sindicalismo, que de Francia ha sido importado a España".
Aunque a continuación indica que "en España no se ha estudiado el sindicalismo todavía.
Lo cierto es que la introducción del Sindicalismo Revolucionario en España se produjo a través de las obras de destacados dirigentes sindicalistas franceses, traducidas y comentadas por anarquistas españoles como Anselmo Lorenzo o José Prats.
Esto hace que el Sindicalismo Revolucionario español tenga ciertas peculiaridades respecto al francés o al italiano. Es decir, en España se adoptó el sindicalismo revolucionario pero adaptado por y para la mayoría de los militantes anarcosindicali
Pero ello no quiere decir que no existiese en España un Sindicalismo Revolucionario, que conservase esencialmente el contenido del francés. Éste se dio en la federación Solidaridad Obrera casi de manera absoluta y en gran parte del primer período de la CNT.
Los documentos, manifiestos y acuerdos tanto de SO como de la CNT son la demostración de la existencia de un Sindicalismo Revolucionario español, de tal manera que hasta el congreso de 1919 la palabra Anarquía, o las expresiones Comunismo Anárquico o Comunismo Libertario no aparecen ni una sola vez en las resoluciones de la CNT (Bar, 1981: 112). Ello es una buena prueba de la vigencia de los planteamientos del sindicalismo revolucionario que inspiró en sus orígenes a la organización, a pesar de las presiones de los anarcosindicalistas que desde un principio intentaron dirigirla. dedican a estudiar las cuestiones sociales una gran confusión.
Todo el mundo siente y lamenta los efectos del Sindicalismo, pero falta un libro de exposición y crítica de esta moderna teoría social. Y no es extraño, porque el hombre estudioso se encuentra perplejo, al querer penetrar en la entraña de esta doctrina, por culpa de los mismos sindicalistas, que todavía no han sintetizado en una obra franca y completa su teoría social.
Artículos, revistas, congresos, dan solamente la pauta al publicista en sus investigaciones, y esto de una manera fragmentaria y oscura. Parece que los intelectuales del sindicalismo abrigan por ahora el decidido propósito de evitar la divulgación de su sistema".
Los principios del Sindicalismo Revolucionario presentes en la primera etapa de la CNT serían:
-La concepción clasista de la sociedad y la lucha de clases como base de la acción sindical.
- La independencia de la clase trabajadora que ha de actuar en la defensa de sus intereses sin influencia de otras clases que puedan desviarla de éstos, que no son otros que la propia emancipación y con ella de la sociedad entera.
- La lucha social se realiza en el terreno puramente económico. Esta concepción es excluyente, de manera que implica la negación de la actividad política.
- El sindicato como medio específico de la lucha. Pues si el campo en que debe actuar la clase trabajadora es el económico, el instrumento más adecuado para luchar en ese terreno es el sindicato.
- lndependencia ideológica y orgánica del sindicato. Ningún elemento- de tipo ideológico o político o religioso puede ser un criterio válido para agrupar a los trabajadores, ya que introduciría entre ellos factores de división, al contrario que la explotación económica de la clase trabajadora que supone un elemento unificador.
- Autonomismo. Este punto sí es el resultado de una clara influencia antiautoritaria del anarquismo. Cada sindicato adherido es totalmente libre para decidir sobre los propios asuntos.
- Acción directa. Principio clásico del sindicalismo revolucionario y lógico resultado de la negación de la acción política en cuanto que ésta supone el uso de representantes.
- La huelga general como arma revolucionaria. Otra clara influencia del sindicalismo revolucionario. A partir de unos enfrentamientos desencadenados por problemas parciales, se generalizan llegando a la culminación del proceso a la huelga general, momento en el que convergen los conflictos de todo tipo y cuya finalidad es la revolución.
Debemos dar la razón a Antonio Bar cuando concluye que la
"Confederación Nacional del Trabajo nace con todos los elementos precisos para configurar un conjunto de concepciones, bajo cuya inspiración regir su actuación, que no puede ser calificado de otra manera que sindicalismo revolucionario" (Bar, 1981: 229).
Pero cuando los anarquistas, todavía muy presentes en los medios obreros, abandonan las viejas tácticas que les habían llevado a una crisis que se prolongaba desde finales de siglo y se convencen de las ventajas y lo adecuado del sindicalismo revolucionario para la revolución social, pasan de ser una más de las corrientes ideológicas presentes en los sindicatos a ser la hegemónica, y a ejercer un predominio efectivo en los mismos, imponiendo sus propias concepciones por encima de la genérica del sindicalismo revolucionario.
Pero esta fracción triunfante no será la del Anarquismo en general, o aquella que vio en los sindicatos en un mero campo para su propio desarrollo, sino que
será aquel sector del anarquismo que ve en el sindicalismo el medio más adecuado para la revolución social venidera, es decir el Anarcosindicalismo.
A pesar del triunfo de estas últimas posiciones, que llevarán a la CNT a definirse como comunista libertaria en su Congreso Nacional de 1919, diversas corrientes seguirán actuando, unas veces en su interior y otras provocando sucesivas escisiones y reincorporaciones hasta prácticamente la Guerra Civil.
Cabe destacar en este sentido por un lado a los sectores pro-bolcheviques, partidarios del acercamiento a la Tercera Internacional y a su rama sindical la Internacional Sindical Roja, tendencia que cristalizaría en 1922 en los Comités Sindicalistas Revolucionarios; y por otro, a los anarquistas preocupados por mantener la pureza anárquica de los sindicatos, que terminarán por fundar la Federación Anarquista Ibérica en 1927, asegurando así la coordinación nacional del conjunto de grupos anarquistas, que venían actuando en los sindicatos desde hacía mucho tiempo.
El concepto del Comunismo Libertario, que había sido citado como meta de la lucha confederal en el congreso de 1919, queda abierto a la discusión de todos lo militantes.
Conviene señalar que especialmente a lo largo de los primeros años 30 se produjo un intenso debate en torno a este tema, en el que cada tendencia dentro del Anarcosindicalismo presentaba su propuesta al respecto. La CNT no adopta una posición definitiva sobre esta disputa hasta el Congreso Nacional de Zaragoza, del 1 al 10 de mayo de 1936, por medio de la ponencia "Dictamen confederal sobre el comunismo libertario".
En el mencionado documento se afirma
"que la expresión política de nuestra revolución hemos de asentarla sobre esta trilogía: el individuo, la comuna y la federación".
Y proponen en conclusión la creación de la comuna como entidad política y administrativa.
La comuna será autónoma y confederada al resto de las comunas.
Las comunas se federarán comarcal y reqionalmente, fijando a voluntad sus límites geográficos, cuando sea conveniente unir en una-sola comuna pueblos pequeños, aldeas y lugares.
El conjunto de estas comunas constituirá una Confederación Ibérica de Comunas Autónomas Libertarias.
Para la función distributiva de la producción, y para que puedan nutrirse mejor las comunas, podrán crearse aquellos órganos suplementarios encaminados a conseguirlo. Por ejemplo: un consejo confederal de producción y distribución, con representaciones directas de las federaciones nacionales de producción y del congreso anual de comunas".
Se contempla también una curiosa posibilidad de segregación de alguna de estas comunas de los objetivos de carácter general:
"aquellas comunas que, refractarias a la industrialización, acuerden otra clase de convivencia, como ejemplo las naturistas y desnudistas, tendrán derecho a una administración autónoma, desligada de los compromisos generales".
Como vemos, la apuesta por entidades prepolíticas de convivencia o "naturales" no puede ser más clara. El texto íntegro del dictamen apare- ce reproducido en González Urién y Revilla González (1981: 178 y ss.).
Mientras, los defensores del sindicalismo revolucionario, que empezará a ser denominado -con frecuencia despectivamente- "sindicalismo puro", con un cuerpo de doctrina ya muy elaborado, mantendrán contra todo ataque, desde posiciones francamente débiles en la mayoría de los casos, sus posiciones.
¿Sindicalismo Nacional?
El más genuino representante de este "sindicalismo puro" será Ángel Pestaña, cuya frontal oposición a la influencia de la FAI en la CNT le lleva a ser expulsado de ésta y a la fundación del Partido Sindicalista en 1933.
Mussolini, conocedor de la evolución de sus "sindicalistas revolucionarios", según Heleno Saña (1976: 201), le comentó a José Antonio Primo de Rivera que
"el único hombre con personalidad suficiente para realizar en España lo que él había hecho en Italia era Ángel Pestaña"
Suponemos que Saña se refiere a la entrevista de José Antonio con Mussolini que tuvo lugar en Roma en octubre de 1933 poco antes de lanzar Falange Española.
José Antonio realizaría en mayo de 1935 otro viaje a Italia pero, a pesar de que tenía previsto un nuevo encuentro con el Duce, éste no pudo realizarse por un retraso en el viaje de Primo y por los problemas de agenda de Mussolini para concertar otra cita.
Aun suponiendo la autenticidad de este comentario, lo que sí podemos afirmar es que en todo caso Pestaña no quería realizar en España lo que Mussolini había hecho en Italia. El mismo año que Primo de Rivera realiza su visita a Mussolini (1933), Pestaña ya tenía claro lo que el Fascismo podía dar de sí en cuanto afirma:
"en Italia el fascismo es republicano en su origen. Se desvía más tarde, cuando el pueblo ve que su situación de miseria no ofrece perspectivas de solución. Y acelera su ritmo destructor, torciendo la marcha hacia la derecha, después de aquel ensayo, tan infructuoso como infecundo, de asalto y toma de las fábricas por los obreros en Turín, Milán y otras poblaciones italianas (por los comunistas)".
En resumen:
"aceite de ricino; asaltos y desfiles marciales; gritos, violencias y excesos. Reacción y tiranía. Todo esto y mucho más es el fascismo".
Tras preguntarse si en España existe Fascismo y contestar negativamente, concluye que:
"si se quiere, pues, que no haya fascismo en España, hay que llegar, empleando todos los medios por radicales que parezcan, a que todos los españoles tengamos el plato de comida en la mesa y un lecho donde descansar por la noche"
Y propone como medida profiláctica para evitar el triunfo del Fascismo en España la creación por la clase trabajadora de
"un organismo defensivo, una especie de alianza, de 'entente', de pacto de codos entre las fuerzas obreras de izquierdas, socialistas, Unión General de Trabajadores, comunistas, Bloque Obrero y Campesino, Confederación Nacional del Trabajo, Federación Anarquista Ibérica y sindicalistas libertarios".
Para Pestaña, la consigna frente al Fascismo sería
"unámonos, pues. Busquemos esa coincidencia, y cuanto antes mejor. Apretemos nuestras filas contra el peligro común. Contra ese peligro que primero destruye democracias burguesas. Y cuando ha consumado esa labor suicida y criminal, destruye también a las organizaciones obreras, convirtiéndose en instrumentos serviles de una política de rapiña y de dominio".
Estas opiniones tan claras y contundentes de Pestaña sobre el fascismo, a la altura de 1933, se compadecen bastante mal con las especulaciones sobre sus posibles relaciones políticas con
José Antonio Primo de Rivera, quien fundaría ese mismo año Falange Española, movimiento político que no olvidemos fue señalado por las fuerzas de izquierdas como la variante española del Fascismo.
Opinión que también era compartida por la derecha y que calaría en la opinión pública a pesar de los esfuerzos del partido por alejarse de esta adscripción, al menos en sus declaraciones públicas, tras ver las hostiles reacciones que esta denominación provocaba, sobre todo en los medios obreros a los que paradójicamente pretendía dirigirse. Pero también por el progresivo desapego del pensamiento Joseantoniano, inicialmente de algunas facetas propias del fascismo y posteriormente de la evolución que éste fue adquiriendo en Italia.
Sobre este asunto las opiniones son variadas.
Para Ximénez de Sandoval (1941 [1976]: 159-160):
José Antonio, que no llegó a hablar nunca con este leader auténticamente obrero, sentía vivas simpatías por su persona en la que reconocía cualidades poco comunes de honradez y convicción revolucionaria.
Los últimos días de Pestaña y la actuación en el Madrid rojo de su Partido Sindicalista, donde ingresaron cientos de camaradas nuestros, demuestra la buena visión de José Antonio. Sin embargo, por razones que ignoro, nunca hablaron directamente ni se pudo realizar la fusión de ambos sindicalismos.
Quien sí había estado al habla con él antes de nacer la Falange y que animaba a José Antonio a captarle era Julio Ruiz de Alda.
No me ha sido posible averiguar por qué no hablaron nunca José Antonio y Pestaña. Como me consta que José Antonio lo deseaba, pienso si la entrevista se frustraría por temor de Pestaña o por la actuación de intermediarios poco hábiles o de mala fe.
El escritor Joan Llarch (1985: 167) desmiente la versión anterior al asegurar que
"José Antonio Primo de Rivera había intentado atraer a la Falange a la organización sindicalista CNT y que inclusive se había celebrado una entrevista entre José Antonio y Ángel Pestaña en un café de la Plaza Real de Barcelona. El encuentro se celebró en el año 1933 y la realidad de la entrevista fue facilitada por Joan Saña, quien formaba parte del grupo de afinidad 'Salud', integrado por el mismo Saña, Ángel Pestaña, Pere Foix y Joan Peiró".
La falta de resultados de este encuentro es atribuida por Llarch a la irreligiosidad de Pestaña y a que la sola posibilidad de esta negociación sería considerada por las bases anarcosindicalistas como una traición.
Heleno Saña (1974: 146) confirma la versión anterior:
"Poco después de la fundación de la Falange, Pestaña se entrevista en Barcelona con José Antonio. Este primer contacto con la Falange se mantuvo después a través de Ruiz de Alda y Luys Santa
Marina, pero sin que se llegara a un acuerdo formal o tácito entre ambos. Según el testimonio de Abad de Santillán, Pestaña sostuvo ante militantes libertarios conocidos, como Antonio García Birlán (Dionisios), que habría sido razonable un acercamiento con Primo de Rivera".
Ceferino Maestú (1987: 30) defiende también la existencia de la reunión, pero con variaciones de fecha y lugar:
"La entrevista se celebró. La había gestionado Roberto Bassas, jefe provincial de Barcelona y tuvo lugar en el mes de septiembre u octubre de 1935, en un restaurante del Tibidabo barcelonés. Allí comieron juntos José Antonio, Ángel Pestaña y los acompañantes del jefe de Falange y dirigentes de la CONS (Central Obrera Nacional Sindicalista) Camilo Olcina y Luis Aguilar Sanabria, mientras montaban la guardia dos famosos pistoleros cenetistas de Olcina. A los postres, José Antonio y Pestaña se quedaron solos conversando largo rato. Cuando terminaron, Olcina sólo le sacó a José Antonio que Pestaña pedía mucho dinero. ¿Para qué? Probablemente para arrastrar con él a otros muchos dirigentes y militantes destacados de la CNT, para garantizarles una estabilidad económica".
Tras este episodio
"Julio Ruiz de Alda envió a César Moreno Navarro a Barcelona para entregar a Pestaña una carta de José Antonio. Le visitó en su taller de relojero y no hay nada más".
Pero a pesar de lo que dice Maestú, todavía habría algo más, por lo menos eso es lo que cuenta Miguel Primo de Rivera, hermano de José Antonio, en un artículo publicado en el diario Arriba el 18 de julio de 1961, titulado "La verdad entera". En él relata que:
"los falangistas tienen ya un copioso fichero de afiliados que hay que guardar y proteger con riguroso secreto y con especialísima reserva. Yo revisé ese fichero por última vez a principios de 1936. Había que camuflar un buen número de nombres cuya presencia en nuestras filas podría acarrear graves daños a todos" y tras comentar la presencia de alguno perteneciente a la aristocracia, desvela que "en el mismo fichero protegido por la palabra 'reservadísimo' y con una nota para prestar la más conveniente colaboración, había otro nombre: Ángel Pestaña.
Este artículo lleva a Gibello (1985: 265) a conclu ir que en vísperas de la Guerra Civil,
"Ángel Pestaña, al frente del Partido Sindicalista, figurase ya en los cuadros secretos de la Falange",
aunque a la vista del desarrollo posterior de los acontecimientos esta conclusión nos parece un tanto descabellada.
No debemos olvidar que Ángel Pestaña concurrió a las elecciones de 1936 en las listas del Frente Popular, obteniendo acta de diputado. Al iniciarse la Guerra Civil fue hecho prisionero transitoriamente por los militares alzados en Barcelona y el 21 de septiembre de 1936 organiza el primer batallón de la 'Columna Pestaña' en el bando republicano. Durante el conflicto jugó la baza de una apertura a las clases medias desprovistas de representación por el eclipse republicano. Asimismo las desavenencias entre las organizaciones obreras favorecieron un nuevo acercamiento de Pestaña a la CNT, reingresando en ella en septiembre de 1937, y acabó siendo portavoz oficioso suyo ante el parlamento de la República y frente al Partido Comunista. Pestaña permaneció en el bando republicano como un aliado secundario al que más o menos veladamente se invitaba a disolver su partido. Su muerte en diciembre de 1937 le impidió resolver personalmente esta encrucijada.
Esta trayectoria nos hace pensar que la presencia de su nombre en los ficheros de Falange (de ser cierta) respondería más a una mala interpretación de los contactos habidos que a una voluntad de Pestaña de ser un "cuadro secreto" de la organización. En cuanto a la presencia que señala Ximénez de Sandoval de cientos de falangistas en el Partido Sindicalista en el Madrid rojo, se explicaría por sus desesperados intentos de salvar la vida. En esa situación el Partido Sindicalista, ahora abierto a las clases medias, se les presentaría como el menos hostil de los del Frente Popular. No olvidemos, por otra parte, la afluencia de militantes de organizaciones obreras a las filas de la Falange, en el llamado bando "nacional", con el mismo objetivo.
Para nosotros, Pestaña ha sido calificado como prototipo del último sindicalista revolucionario, ya que en el Congreso Nacional de la CNT de 1919,
"se orientaría hacia un sindicalismo revolucionario más moderado [ ... ] alejándose de la intransigencia anarquista que le había caracterizado durante sus primeros años de militancia" (Bar, 1981: 494), por lo que puede definirse con igual justicia como el modelo del primer sindicalismo nacional español. O por lo menos de aquel sindicalismo nacional que, al igual que el italiano, proviene de la evolución de las posiciones del sindicalismo revolucionario. El programa del Partido Sindicalista de marzo de 1934 es realmente parecido al programa de acción que Pannunzio presentó en marzo de 1919, cuando ya se consideraba sindicalista nacional o nacionalsindicalista. La propuesta del Partido Sindicalista expresada en su programa se puede resumir así: "no se encontrará solución adecuada a ningún problema político si no se resuelven al mismo tiempo los problemas económicos mediante una mejor organización en la producción y en la distribución de las riquezas y la toma del poder económico y del poder político por las clases productoras".
Para ello se pregunta:
"cuales serán, pues, las instituciones y organismos sobre los que el Partido Sindicalista cree necesario afianzar esa organización social futura una vez hayan triunfado las clases productoras y destruido el Estado y el capitalismo burgués? Sobre tres exclusivamente: los sindicatos que tomarán a su cargo la organización de la producción; las cooperativas que se encargarán de las distribución y los municipios, que serán el órgano de expresión política de la transformación social a que aspira el sindicalismo".
y a partir de estos principios, el programa nos presenta el modelo de ordenación del Estado:
La organización a la que aspira el Partido Sindicalista empieza en el municipio, asciende a la región y termina en el organismo superior que será el Estado o confederación de municipios.
Los municipios gozarán de plena autonomía en los aspectos económicos y administrativos, que es lo fundamental de su existencia. Las comarcas y regiones se formarán por libre y voluntaria agrupación de los municipios, que unas veces obedecerá a razones económicas y otras a situaciones geográficas o de orden diferente, pero en todo momento serán ellos quienes lo determinen.
Del organismo central, confederación de municipios, o como quiera lIamársele, dependerán todos aquellos servicios que tengan carácter nacional. La clasificación de cuáles son estos servicios, así como la forma en que han de prestarse, lo aconsejarán las propias necesidades y lo determinarán los sindicatos y organizaciones que los representen.
Para establecer la legislación y las normas de convivencia social apropiadas, tanto en lo económico como en lo político, lo que hoy se llama Cámara legislativa o Parlamento Nacional, se transformará en Cámara del Trabajo, a la que sólo tendrán acceso delegados de los sindicatos, de las cooperativas, de las corporaciones profesionales y de los municipios.
La Cámara del Trabajo tendrá carácter nacional. Pero habrá también cámaras regionales. Estas cámaras regionales de acuerdo con los sindicatos y demás organizaciones de la producción, elaborarán los planes económicos que necesite cada región. Y la nacional elaborará, con los informes de las cámaras regionales, el plan general de la economía del país. Los miembros de estas cámaras serán nombrados en asamblea de sindicatos, de corporaciones profesionales, de cooperativas y de municipios (Pestaña, 1974: 767-769).
Esta propuesta de democracia industrial o económica, que también podría ser definida como orgánica y funcional, en la que el ciudadano sólo participa en cuanto productor, se asienta además en principios federativos. De ahí que en el manifiesto del Partido Sindicalista de julio de 1934 se sostenga que
"el hecho catalán autónomo encontrará en nosotros a sus más ardientes defensores, pero esto no cegará nuestra razón al extremo de olvidar que la economía catalana, y por tanto, la suerte del obrero catalán, está íntimamente ligada a la economía española y a la suerte del obrero de otras regiones del país. De esto deducimos, pues, que los avances que en materia económica obtenga el obrero catalán, habrán de estar forzosamente regulados y de acuerdo con los avances que obtenga el obrero de Castilla, de Levante, de Extremadura, de Andalucía, de Aragón o de Galicia", por lo que concluye que "no nos interesa el separatismo, lo que nos interesa es que la personalidad catalana, como la personalidad andaluza, vasca o aragonesa, alcancen su pleno desarrollo dentro de la unidad que han de formar las distintas variedades de la economía, de la política y de lo social española. Así lo vemos y así lo defenderemos" (Pestaña, 1974: 783-784).
Esta línea de evolución del sindicalismo revolucionario al sindicalismo nacional no supuso caer en la tentación de un acercamiento al fascismo, como habían hecho sus predecesores italianos. El mencionado manifiesto es bien claro a este respecto:
"inútil decir que combatiremos al fascismo. Discrepamos fundamentalmente de los métodos fascistas usados en el extranjero. Y mucho más, infinitamente más de los métodos y principios que informan a lo que conocemos del fascismo o lo que sea, español, por lo tanto sepan los fascistas que nos tendrán siempre contra ellos. Y que unidos a los demás que lo quieran o solos nosotros si los demás no lo quisieran, combatiremos al fascismo porque no tiene razón de ser en nuestro país, y porque no da satisfacción tampoco a los que desean una transformación de tendencias y tipo genuinamente social" (Pestaña, 1974: 784)
Como vemos, en 1934 Pestaña sigue propugnando un frente obrero contra el peligro fascista, al que niega su pretendida preocupación social, que para él sigue estando en el campo socialista. Aunque su partido mantenga diferencias con el Partido Socialista y con el Partido Comunista que explica así:
"socialistas ellos y socialistas nosotros, pertenecemos a la escuela que estudiando los fenómenos económicos y políticos, ha sentado la afirmación de que son esos mismos fenómenos los que empujan al mundo a la socialización de una gran parte de las actividades humanas. Por lo tanto, no existe diferencia aparente. Surge esta diferencia cuando al sustantivo común se una el ser socialista marxista o el no serio. Porque nosotros, aún siendo genéricamente socialistas, no somos marxistas. Conste bien claro así; no somos marxistas. No somos tampoco antimarxistas, como ahora se estila. En esto no seguimos la moda".
En efecto, Pestaña no es marxista porque considera que el marxismo fundamenta su doctrina en el fatalismo económico. Es decir, que los fenómenos políticos, éticos, culturales y jurídicos son resultado de las formas económicas imperantes. Para él, es cierto que la economía influye poderosamente sobre lo político y lo social, pero ésta no explica por sí sola todas las acciones humanas y sostiene que también lo político y lo social influyen a su vez en lo económico.
Esta postura respecto al marxismo llevó a que socialistas y comunistas acusaran al Partido Sindicalista de no ser un partido de clase, lo que evidentemente en su terminología se convierte en una acusación de traición a la clase obrera. Pestaña (1974: 841) contestará que su
"partido de carácter acentuadamente social, aspira a tener en sus filas a cuantos crean que el régimen capitalista debe ser sustituido y transformado. Pertenezcan a la clase que pertenezcan y sea cualquiera su origen y el plano que ocupen en la sociedad, salvando el escollo de la conducta moral del individuo",
y prosigue
"se objetará quizá que renunciamos a la lucha de clases. En tanto que partido, sí renunciamos a ella. Porque la lucha de clases no debe salir del marco natural de los sindicatos. A éstos incumbe esa tarea. Al partido, no. Al partido le incumbe la lucha por la conquista de los medios necesarios para transformar al mundo".
En resumen, dirá Pestaña:
"aspira mas a la transformación social, económica y política de España. A su desintegración de un pasado borroso y vacilante, y a su incorporación al plano de los pueblos guía; de los pueblos que hacen su historia y ayudan a hacer la suya a los demás".
Ante estas palabras podemos asegurar sin temor a equivocarnos que nos encontramos ya ante un auténtico sindicalista nacional.
Su muerte en diciembre de 1937, lejos de acabar con el Partido Sindicalista o de posibilitar una vuelta de sus militantes a posiciones anteriores -no olvidemos su reingreso en la CNT-, supuso un repunte moderado de la organización bajo la dirección de su sucesor Marín Civera. El partido participa en el golpe de Casado para terminar con la guerra, "tras una inflexión nacionalista, según resulta al menos de la lectura de su órgano nacional, El Sindicalista, madrileño", como constata Antonio Elorza (1974: 41).
Parece ser que esta evolución "nacional" de los continuadores de Pestaña en El Sindicalista fue tan evidente que Elorza asegura haber oído en una ocasión a
"Juan Velarde que hubo un intento fallido de proseguir su publicación el 28 de marzo de 1939, con un título como El Nacional-Sindicalista pero este punto, como los posibles contactos con Falange antes de 1936, permanecen sin confirmación".
Lo que sí está confirmado es que el Partido Sindicalista tuvo que hacer frente a las consecuencias legales de la derrota declaradas desde la Ley de Responsabilidades Políticas de febrero de 1939, que supuso su disolución.
Existieron, después, algunos intentos de reconstrucción desde la clandestinidad, llegándose a editar algún número de El Sindicalista.
A finales de 1976, el Partido Sindicalista se vuelve a poner en marcha integrando militantes del viejo partido y otros que provienen de organizaciones clandestinas surgidas en la lucha contra la dictadura como las Juntas Republicanas Sindicalistas (1957) o el Frente Sindicalista Revolucionario (1967). En febrero de 1977 el Partido Sindicalista es legalizado, actuando como secretario general del mismo José Luis Rubio.
Éste es para nosotros el auténtico Sindicalismo Nacional Español, procedente de una evolución de los postulados del Sindicalismo Revolucionario y que comparte básicamente los contenidos del Sindicalismo Nacional Italiano antes de que la mayor parte de sus miembros abrazaran la causa fascista.
Si este movimiento supone la existencia de lo que podríamos llamar un Sindicalismo Nacional implícito, en 1931 aparece en nuestro país un Sindicalismo Nacional explícito -desde un primer momento se denomina a sí mismo nacional-sindicalismo- que adopta directamente esta
posición, ahorrándose la travesía que supone el paso de un sindicalismo revolucionario apolítico a un sindicalismo político, en el que el papel de las clases es sustituido por el de la Nación.
El Nacional-Sindicalismo.
Introducción.
El Nacional-Sindicalismo iniciado en España por Ramiro Ledesma Ramos, como una variante del corporativismo italiano, llega a su madurez con José Antonio Primo de Rivera y a su plenitud con los escritos de José Luis de Arrese, cuyo primer libro "La Revolución Social del Nacional Sindicalismo" fue escrito por orden directa de José Antonio y se fundamenta en el pensamiento político y social de éste.
La aparente complejidad del tema puede llevar al lector a perderse en una selva de denominaciones, siglas y nombres de sindicalistas. Motivo por el que resulta conveniente una introducción aclaratoria de lo que supone, en la práctica, los cambios ideológicos introducidos progresivamente en Falange por José Antonio a la vez que se desligaba del Corporativismo inicial.
Y estos consisten en:
- Sustitución de la Democracia Inorgánica de Partidos por una Orgánica, como Sistema Político, basada inicialmente en los Cauces Naturales de Convivencia que son la Familia, el Municipio y el Sindicato.
Esto sustituye al Liberalismo y no es una Dictadura.
Posteriormente José Luis de Arrese propuso sustituir el Tercio Familiar por una Cámara Política de elección directa en la que las asociaciones, sostenidas únicamente por las cuotas de sus afiliados, apoyarían a candidatos en listas abiertas y una circunscripción electoral única. Si a esto añadimos un diputado corporativo en representación de la Familia y otro de las Asociaciones de Padres de Alumnos tendremos la actual propuesta de Falange Española Digital y su Asociación por la Democracia Orgánica Digital.
- Nacional Sindicalismo como Sistema Económico y Social. Un Sindicato Vertical único organizado por ramas de producción con representacion en un tercio de las Cortes de la Nación elegido por los trabajadores de manera democrática (orgánica) dirigiría la economía de la Nación. Esto sustituye totalmente al Corporativismo y al Capitalismo.
- Revolución o cambio en el concepto de la Propiedad:
a) Ningún hombre puede ser propiedad de otro mediante un contrato. Lo que compra el empresario no es el trabajo sino que es el "fruto del trabajo del empleado" en los casos de empresas privadas. Esta definición filosófica tiene grandes consecuencias en la práctica ya que establece el principio fundamental del Cooperativismo
b) Armonía entre iniciativa privada y colectiva o Cooperativismo. Se favorece la iniciativa privada y la colectiva mediante créditos baratos de una Banca Sindicalizada por Ramas de Producción y exención de impuestos y de burocracia.
Pero una vez amortizada la inversión inicial y consolidad la empresa, ésta deberá ser vendida a los trabajadores a través del Sindicato de Empresa, pagando al empresario con la parte correspondiente de los beneficios.
¡Esta propuesta Joseantoniana ya no es Sindicalimo Revolucionario ni Sindicalismo Nacional!
Sino Nacional-Sindicalismo.
Fernando Uruñuela.
Historia.
Cuando hablamos de Nacional-Sindicalismo en España, forzosamente tenemos que referirnos, en sus orígenes, al grupo que surge alrededor del semanario La Conquista del Estado dirigido por Ramiro Ledesma Ramos.
Ya en el Manifiesto político de esta publicación, aparecido en su primer número (marzo de 1931), se incluye un apartado titulado "Estructura sindical de la economía" en el que se pide la sindicación obligatoria de las fuerzas económicas que quedarán supeditadas al Estado para garantizar la producción.
La deuda de La Conquista del Estado con el sindicalismo revolucionario puede verse en la publicación del artículo de Hubert Lagardelle "El hombre real y el sindicalismo".
Lagardelle, teórico del sindicalismo revolucionario, había fundado con Sorel y Berth el Movimiento Socialista.
La elección de este autor no nos parece arbitraria pues es un ejemplo claro de evolución desde el sindicalismo revolucionario hasta el nacional.
Comenzó a militar en el socialismo desde muy joven. En 1902, que ya había tenido contactos con Sorel, entronca con los sindicalistas revolucionarios italianos que intentan conquistar el Partido Socialista desde dentro.
En los congresos socialistas de Nancy (1907) y de Toulouse (1908) defiende con vigor las tesis sindicalistas. Sus intervenciones en estos congresos fueron seguidas con interés por el en aquel entonces socialista Mussolini, del que llegaría a ser amigo personal. Pero no consigue convencer al partido ni a la mayoría de los trabajadores franceses, más preocupados por las reformas sociales que por la revolución, de que reconozcan el valor del movimiento revolucionario de los sindicalistas. Esto le lleva a acercarse a la síntesis socialista nacional que viene proponiendo Valois e ingresa en 1926 en la sección de Toulouse del Faisceau. En 1931 se incorpora a la revista Plans, que en opinión de Sternhell (1994: 144) fue una publicación "vanguardista, modernista, soporte casi ideal de un fascismo con la vista puesta en la técnica, el rascacielos, la ciudad".
Precisamente, el artículo de Lagardelle publicado en La Conquista del Estado en abril de 1931 había aparecido en el tercer número de Plans sólo un mes antes. La revista interrumpe su publicación en 1933, cuando Lagardelle se incorpora a la embajada de Francia en Roma. Este destino, a petición de Henry de Jouvenal, fue aprobado por el Quai d ' Orsay, conocedor de la deuda intelectual del Duce con Lagardelle y de que la mayoría de los teóricos del sindicalismo revolucionario italiano pertenecían al círculo de fundadores del régimen fascista. Luego su recibimiento en la capital italiana fue inmejorable.
En Roma se interesa por los problemas económicos y sociales, incorporándose al corporativismo, en el que ve realizados los objetivos del sindicalismo. Esta experiencia le servirá para desempeñar el cargo de secretario de Estado de Trabajo de Vichy. Nombrado para este puesto el 8 de abril de1942, dimite en noviembre del 43, regresando a su labor periodística (había sido director del Mouvement Socialiste), asumiendo la dirección del periódico sindicalista de Vichy, La France Socialiste. Aquí se
reencuentra con exsindicalistas, como Georges Dumoulin, Georges Lefranc y Francis Dalaisi, y defenderá hasta el final de la guerra el corporativismo italiano, así como la necesidad de un nuevo socialismo.
El propio Mussolini (1934: 9-10) reconoce la influencia de Lagardelle en el nacimiento del fascismo en su artículo sobre la Doctrina del fascismo en la Enciclopedia Italiana:
"También en aquel período mi doctrina había sido de la acción. Desde 1905, cuando nació en Alemania el movimiento revisionista, capitaneado por Bernstein, no existía una doctrina socialista unívoca, aceptada por todos, y en cambio, en el alza y baja de las tendencias, se formó un movimiento de izquierda revolucionaria, que en Italia no rebasó el campo de las frases, mientras que el socialismo ruso fue el preludio del bolchevismo. Reformismo, revolucionarismo, centrismo: de esta terminología se han apagado ya los ecos, mientras que en el caudaloso río del fascismo encontraréis los filones que partieron de Sorel, de Péguy, de Lagardelle del Movement Socialiste, y de la cohorte de sindicalistas italianos que entre 1904 y 1914 dieron una nota de novedad en el ambiente italiano-castrado y cloroformado por la fornicación giolitiana-, con las Páginas Libres, de Olivetti; La Loba de Orano y el Devenir Social de Enrico Leone".
En La Conquista del Estado se seguirá también con interés la evolución del nuevo régimen italiano.
La crónica sobre la Italia fascista de Santiago Arnaiz explicaba las características del sindicalismo nacional que condujo a la constitución de las corporaciones y que entendía contrarias a los principios del sindicalismo revolucionario:
"1º el sindicalismo debe tener fines nacionales, ser uno de los órganos de la nación, incluido en las instituciones. Este principio encontrará su expresión en la corporación, órga-
no del Estado;
2º el sindicalismo no tiende a la lucha de clases ni a la revolución obrera sino a la colaboración de las clases para la organización nacional de la producción".
Y tras constatar "que el estado corporativo ha nacido y funciona", cierra su artículo con los siguientes interrogantes:
"¿En qué medida aporta elementos de solución al Estado moderno? ¿En qué medida respeta el papel histórico del proletariado organizado? ¿En qué medida respeta el principio y la fuerza ética del sindicalismo? Son preguntas a las que contestaremos llegado el momento, examinando los diversos regímenes que, dirigidos contra la dernocracia parlamentaria individualista, han buscado las instituciones del mundo nuevo".
Los que no tenían estas dudas eran los integrantes del círculo vallisoletano que constituyó la Junta Castellana de Actuación Hispánica, dirigido por Onésimo Redondo. Este grupo -nacido meses después de La Conquista del Estado y con quien acabarían fusionándose a finales de 1931 para constituir las JONS- expresa su clara apuesta por el sindicalismo corporativista.
Así, el artículo segundo de sus ordenanzas afirmaba:
"rechaza la Junta la teoría de la lucha de clases. Todos los elementos que intervienen naturalmente en la producción, deben vivir en una armonía presidida por la justicia. Se declara la preferencia por la organización sindical corporativa protegida y regulada por el Estado, como sistema obligado de relación entre el trabajo y el capital y de uno y otro con los intereses nacionales de la producción. Se proscribe la intervención de organismos internacionales extraños al Gobierno de la Nación, como impulsores del movimiento obrero español"
(Onésimo ... , 1937: 23)24.
Por el contrario, La Conquista del Estado seguía intentando atraerse el movimiento obrero, aunque estuviese contaminado de internacionalismo, puesto que su objetivo era precisamente nacionalizar el sindicalismo. De ahí su intento de captar elementos tanto de la UGT como de la CNT, pero especialmente de esta última, a la que consideraba un caso de sindicalismo genuinamente hispánico. En este sentido aparecen constantemente en la publicación proclamas como la siguiente:
"nos unimos a la petición que hace Solidaridad Obrera de que funcionen en las fábricas y talleres consejos obreros".
O la entrevista de Ramiro Ledesma a Álvarez de Sotomayor, que titula intencionadamente Unos minutos con el camarada Álvarez de Sotomayor, de los Sindicatos Únicos", en cuya introducción declaraba:
"Los sindicatos únicos -la Confederación Nacional del Trabajo- movilizan las fuerzas obreras de más bravo y magnífico carácter revolucionario que existen en España. Gente soreliana, con educación y formación antipacifista y guerrera, es hoy un cuerpo de combate decisivo contra el artilugio burgués. Cuando llegue el momento de enarbolar las diferencias radicales nosotros lo haremos; pero mientras tanto, los consideramos como camaradas, y en muchas ocasiones dispararemos con ellos, en afán de destrucción y muerte, contra la mediocridad y la palidez burguesas".
Esta camaradería metafórica expuesta por Ledesma, en el caso de Sotomayor llegaría a ser real al afiliarse éste a las JONS.
Sotomayor será uno de los pocos militantes significativos de la CNT que se pasa al nuevo movimiento sindicalista nacional. Y esto a pesar de todos los esfuerzos que se hicieron desde La Conquista del Estado por atraerlos, entre ellos una amplia cobertura del Congreso Extraordinario de la CNT de 1931:
"Nosotros tropezamos ahora mismo con el casi millón de adheridos a la CNT, con el fenómeno sindicalista y entonces nuestro interés más fecundo, converge en las faenas de la asamblea actual. Vamos forzosamente a buscarla y a comprenderla y a interpretarla con ojos amigos, cerca de medio millar de delegados de los cuatro puntos cardinales de la Península; trae la fiebre ibérica por la creación y el ensueño futuro; trae los enormes problemas de la tierra, de la sindicación forzosa y del provenir del país. Viene repleta de denuedo y de afán juvenil"
En el reportaje de este congreso se hace especial referencia a Ángel Pestaña:
"este líder está ungido por la gracia de su nombre y de su prestigio. La CNT se doblega cariñosamente ante sus palabras. Sí, surgieron y surgirán caudillos nuevos, sin embargo, Pestaña continúa siendo el árbitro. El sindicalismo lo lleva en la carne y su voz de reflejos castellanos actúa como sedante, pero también como acicate. Las frases más duras, los días más felices de la confederación, los encarna este hombre, que bien pudo acompañar al Mío Cid a reconquistar justicia".
Ya en un número anterior, comentando unas declaraciones de Pestaña en las que afirmaba que la democracia burguesa no tiene nada que hacer, La Conquista del Estado concluía:
"nosotros ayudaremos al sindicalismo revolucionario, y lo proclamamos, hoy por hoy, el único capacitado para dirigir un ataque nada sospechoso a las instituciones mediocres que se agruparán en torno a la política demoliberal de los burgueses".
Ahora bien, si el grupo de Ramiro Ledesma estaba dispuesto a apoyar al sindicalismo revolucionario, éste no lo estaba a respaldar la creación de un Estado fuerte aunque se basase en una estructuración sindical de la economía, como pretendía La Conquista del Estado. Por ello Ledesma, al no poder arrastrar a las masas anarcosindicalistas hacia sus postulados, abandona esta postura y con el grupo de Onésimo Redondo se embarca en un nuevo proyecto, la constitución de un partido político.
Habían nacido las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalistas (JONS).
Aunque el nombre del partido se debe a Ledesma, según algunos testimonios, el término juntas fue impuesto por Redondo -que ya lo había utilizado en su formación- por su sentido castellano y para evitar la expresión 'partido' (Onésimo ... , 1937: 26).
El propio Ledesma explica que "el hecho de que las juntas se denominen de 'ofensiva', señala con claridad nuestro carácter revolucionario, es decir, que nos reservamos la aspiración a subvertir el actual régimen económico y político e implantar el Estado de eficacia española".
Y cuando alude a las pretensiones de este nacional-sindicalismo naciente queda claro su cambio de táctica respecto a la fase anterior, afirmando en la proclama fundacional
"que es una ingenuidad seráfica estimar que el uso del vocablo sindicalismo nos une a organizaciones proletarias que con el mismo nombre se conocen en nuestro país y que son lo más opuestas posibles a nosotros. El Estado nacionalsindicalista se propone resolver el problema social a base de intervenciones reguladoras, de Estado, en las economías privadas. Su radicalismo en este aspecto depende de la meta que señalen la eficacia económica y las necesidades del pueblo. Por tanto, sin entregar a la barbarie de una negación mostrenca los valores patrióticos, culturales y religiosos, que es lo que pretenden el socialismo, el comunismo y el anarquismo, conseguirá mejor que ellos la eficacia social que todos persiguen".
Estamos, pues, ante una auténtica proclama del sindicalismo nacional, basado en la 'eficacia económica', luego productivismo, y los 'valores patrióticos', por tanto nación.
Es decir, las bases en que se fundó el sindicalismo nacional.
El mérito del hallazgo de esta expresión es atribuible a Ledesma quien a su vez lo tomó de los escritos de Curcio Malaparte, pero como hemos visto su contenido ideológico ya venía de lejos.
En febrero de 1932, el periódico Revolucáo anuncia la creación del Movimiento Nacional-Sindicalista portugués que, como reconoce el investigador Costa Pinto (1994: 139):
"A pesar de que no tenga mucha significación, la adopción del nombre 'nacionalsindicalista', por los fascistas portugueses, inversión de los términos 'sindicalismo nacional' de los años 20, fue inspirado por las JONS de Ledesma Ramos".
Tras el cierre de La Conquista del Estado, las JONS apenas tuvieron actividad hasta 1933. Este año, en el único número de la publicación El Fascio, se hace una entrevista a Ramiro Ledesma en la que aprovecha para definir su movimiento como sindicalista nacional:
"Las JONS se consideran revolucionarias. Por su doble índole de partido que utiliza y propugna la acción directa y la lucha por conseguir un nuevo orden, un nuevo Estado, subvertiendo el orden y el Estado actuales. Somos en lo económico sindicalistas nacionales. Tenemos en nuestro programa la sindicación forzosa de productores, y desde los sindicatos de industria a la alta corporación de productores -capital y trabajo-, una jerarquía de organismos 'nacionales' garantizará a todos los legítimos intereses económicos sus rotundos derechos. Otra cosa es en nuestra época caos, convulsión, ruina de los capitales y hambre del pueblo. Sólo nosotros, nuestro sindicalismo nacio-
nal, puede hacer frente a todo eso, aniquilando la lucha de clases y la anarquía económica".
Poco después de estas declaraciones aparece la revista JONS como portavoz oficial del partido. En su número 6 (noviembre de 1933), Ledesma publica el artículo "Hacia el sindicalismo nacional de las JONS", donde equipara sindicalismo nacional y Estado corporativo, pero con la precaución de diferenciar su corporativismo de otros que en ese momento se presentaban como soluciones técnicas, aportadas desde un plano pacífico y frío.
Para Ledesma,
"el estado corporativo, el sindicalismo nacional, presupone una patria, un pueblo con conciencia de sus fines comunes, una disciplina en torno a un jefe y una plenitud nacional a cuyos intereses sirven las corporaciones. Es decir, un Estado auténtico, fundido con la ilusión popular y con la posibilidad misma de que haya paz y justicia para las gentes".
Por ello, critica la teorización corporativa de la Acción Popular de Gil Robles o las experiencias de Dollfuss en Austria y de Salazar en Portugal, a los que reprocha la falta de acción a la que deben
subordinarse las teorizaciones y las fórmulas, pues
"Las revoluciones no se hacen solas, sino que requieren y necesitan hombres de temple, hombres revolucionarios".
El manifiesto del nuevo partido elude entrar en una detallada explicación teórica del Estado sindicalista, que sustituye por una serie de propuestas y consignas de lucha diaria:
"EI triunfo de la revolución jonsista resolverá de plano las dificultades de los trabajadores. Pero hasta que eso acontezca se requiere amparar, apoyar y encauzar sus luchas diarias. Las JONS piden y quieren la nacionalización de los transportes, como servicio público notorio; el control de las especulaciones financieras de la alta banca, garantía democrática de la economía popular; la regulación del interés o renta que produce el dinero empleado en explotaciones de utilidad nacional; la democratización del crédito, en beneficio de los sindicatos, agrupaciones comunales y de los industriales modestos; abolición del paro forzoso, haciendo del trabajo un derecho de todos los españoles, como garantía contra el hambre y la miseria, igualdad ante el Estado de todos los
elementos que intervienen en la producción (capital, trabajo y técnicos), y justicia rigurosa en los organismos encargados de disciplinar la economía nacional; abolición de los privilegios abusivos e instauración de una jerarquía del Estado que alcance y se nutra de todas las clases españolas".
Pero por estas fechas las JONS ya contaban con otro competidor. Éste había nacido como Movimiento Español Sindicalista y en su primera proclama, subtitulada "Fascismo Español", exponía sus fundamentos:
"unidad y potencia de la patria; sindicato popular, jerarquía, armonía de clases; disciplina; antiliberalismo; antimarxismo, aldeanería, milicia; cultura; estatismo nacional; justicia que al dar a cada uno lo suyo no consiente desmanes anárquicos de 'Obreros ni mucho menos desmanes predatorios de patronos".
El grupo fue fundado por Primo de Rivera y Ruiz de Alda en el verano de 1933 y, tras su unión con una parte del Frente Español de Alfonso García Valdecasas, se convierte a partir de octubre en Falange Española, conservando las sigl-as de este último.
El acto del Teatro de la Comedia del 29 de octubre de 1933, con la intervención de Alfonso García Valdecasas, Julio Ruiz de Alda y Primo de Rivera -aunque no se utilizara en el mismo el nombre de Falange-, supone de hecho el nacimiento del nuevo partido, que en diciembre comenzará a editar un semanario cuyo título se corresponde con las iniciales del movimiento: F.E. En su primer número, recoge los "Puntos iniciales de Falange Española". En el apartado final del punto segundo se hace una defensa de la cooperación entre patronos y obreros por la producción nacional:
"la lucha de clases ignora la unidad de la patria porque rompe la idea de producción nacional como conjunto. Los patronos se proponen en estado de lucha ganar más. Los obreros también. Y, alternativamente, se tiranizan. En las épocas de crisis de trabajo los patronos abusan de los obreros. En las épocas de sobra de trabajo, o cuando las organizaciones obreras son muy fuertes, los obreros abusan de los patronos. Ni los obreros, ni los patronos se dan cuenta de esta verdad: unos y otros son cooperadores en la obra conjunta de la producción nacional. No pensando en la producción nacional, sino en el interés o en la ambición de cada clase, acaban por destruirse y arruinarse patronos y obreros".
Para solucionar esta división, el punto sexto propone un nuevo Estado que supere la lucha de clases:
"El nuevo Estado no se inhibirá cruelmente de la lucha por la vida que sostienen los hombres. No dejará que cada clase se las arregle como pueda para liberarse del yugo de la otra o para tiranizarla. El nuevo Estado, por ser de todos, totalitario, considerará como fines propios los fines de cada uno de los grupos que lo integren, y velará, como por sí mismo, por los intereses de todos. La riqueza tiene como primer destino mejorar las condiciones de vida de los más, no sacrificar los más al lujo de los menos. El trabajo es el mejor título de dignidad civil. Nada merece más atención al Estado que la dignidad y el bienestar de los trabajadores. Así considerará como primera obligación suya, cueste lo que cueste, proporcionar a todo hombre trabajo que le asegure no solo el sustento, sino una vida digna y humana. Esto no lo dará como limosna, sino como cumplimiento de un deber.
Por consecuencia, ni las ganancias del capital -hoy a menudo injustas- ni las tareas del trabajo, estarán determinadas por el interés o por el poder de la clase que en cada momento prevalezca, sino por el interés conjunto de la producción nacional y por el poder del Estado.
Las clases no tendrán que organizarse en pie de guerra para su propia defensa, porque podrán estar seguros de que el Estado velará sin titubeo por todos sus intereses juntos.
Pero sí tendrán que organizarse en pie de paz los sindicatos y gremios, porque los sindicatos y los gremios, hoy alejados de la vida pública por la interposición artificial del Parlamento y de los partidos políticos, pasarán a ser órganos directos del Estado".
En resumen: La actual situación de lucha considera a las clases como divididas en dos bandos, con diferentes y opuestos intereses. El nuevo punto de vista considera a cuantos contribuyen a la producción como interesados en una misma gran empresa común.
Como vemos, aparecen ya en los puntos iniciales de Falange Española las ideas de productivismo y nación propias del sindicalismo nacional.
Esta postura hace que los partidos marxistas presenten a Falange como defensora del capital, lo que obliga a ésta a insertar en el segundo número de F.E.un llamamiento a los obreros en estos términos:
Falange Española no es un partido más al servicio del capitalismo. ¡Mienten quienes lo dicen! El capitalismo considera a la producción desde su sólo punto de vista, como sistema de enriquecimiento de unos cuantos. Mientras que FE considera la producción como un conjunto, como una empresa en común, en la que se ha de lograr, cueste lo que cueste, el bienestar de todos.
POR ESO FE IMPONDRÁ ANTES QUE NADA
Primero. El Estado sindicalista, es decir, la única forma de Estado en que los sindicatos obreros intervienen directamente en la legislación y en la economía, sin confiar sus intereses a los partidos políticos parasitarios.
Segundo. La distribución del trabajo remunerado justamente a todos los hombres iNo más hombres parados!
Tercero. El seguro contra el paro forzoso, contra los accidentes y contra la vejez.
Cuarto. La elevación del tipo de vida obrero, hasta procurarle no sólo el pan, sino el hogar limpio, el solaz justo y los lugares de esparcimiento que necesita una vida humana.
Entre estas propuestas y las ofrecidas por las JONS en su manifiesto a los obreros sólo un mes antes apenas hay diferencias, por lo que la unidad no tardará en llegar. Efectivamente, en febrero de 1934 se produce la fusión entre las JONS y FE, aunque la unión no estuvo libre de ciertas tensiones, entre la milltancia de FE porque creían demasiado revolucionarios a los jonsistas, y entre alguno de estos últimos por creer que los falangistas eran muy conservadores.
El jonsista Santiago Montera, que venía del comunismo, se negó a integrarse en la nueva formación por considerar que la esencia misma de la Falange era derechista. Y precisamente en el número de la revista F.E. que anunciaba la unidad de los partidos se inicia en su sección de "Economía y Trabajo" una serie de artículos sobre el corporativismo. En el primero se afirma que "el corporativismo, o más castellanamente diríamos el corporatismo, es el último experimento político filosófico de Europa" y que "en manera alguna queremos copiar en nuestra España la organización corporativa italiana", pero que
"aquí como en Italia, el Estado corporativo que crearemos necesitará para vivir ese espíritu de optimismo nacional que se logra desarrollando una nueva concepción de la vida y de nuestra relación con el Estado".
Para FE de las JONS,
"el Estado corporativo supone una nueva concepción política-filosófica, una nueva voluntad de cooperación económica y una nueva concepción de la propia responsabilidad. ¡Todos para cada uno y cada uno para todos!, ése es su lema".
En la segunda entrega se defiende la necesidad de que las fuerzas sociales de las que emana el Estado se organicen en una estructura cuyo principio de coordinación sea jerárquico para que pueda darse el corporativismo.
"No se puede construir la organización corporativa de la economía sin realizar un armazón político jerárquico, antidemocrático y antiliberal, pues sería el caso del pensamiento tradicional español de representación por clases y organización económica gremial, o el de los defensores del socialismo gremial, como puede ser Cole. Pero para FE "ni uno ni otro movimiento pueden servirnos hoy de otra cosa que de contraste y de identidad, de principio informante, pero nunca de modelo que sirviera para construir la sociedad española. La representación por clases no tiene aplicación en el momento actua!",
La unidad corporativa, digámoslo así, es hoy el sindicato, y en él tiene que fundamentarse la organización corporativa.
La representación sindical es racional y humana. Mediante ella la intervención ciudadana en la política nacional tiene dos aspectos.
En primer lugar los ciudadanos, no sólo seleccionan en cada grupo local industrial quienes hayan de representarle en la resolución de su industria, sino que también ellos son los que envían a representantes a la cámara corporativa. Así, la política se expresa por gentes que conocen los problemas que han de resolver.
En la cima está la corporación, que agrupa la confederación de obreros y la confederación de patronos de cada industria. Las corporaciones dependientes de un ministerio de ese nombre vigilan toda la vida económica nacional, fiscalizan los comités intersindicales, provinciales y municipales. Su fin primordial estriba no sólo en armonizar todos los posibles intereses de los obreros y de los patronos, sino también establecer bases de cooperación entre una fábrica y otra, entre productor e intermediario. Estando como están, compuestas de representantes de los obreros y de los patronos, éstos entran en contacto para realizar la labor común de ampliar y conciliar sus intereses, etc.
Toda la dirección económica está así presidida por el interés de aumentar la producción coordinándola con el consumo.
Para el Estado corporativo, a diferencia del Estado liberal, el interés general no se obtiene del resultado de la pugna entre los distintos intereses parciales", y como este Estado corporativo ha encontrado en Italia la solución moderna de las ansias gremialistas, "reflejo de su corporativismo tendrá que ser el nuestro que, por otra parte, dibujará contornos propios y presentará características netamente españolas".
En el último trabajo sobre corporativismo, FE explica los orígenes del sindicalismo nacional, con el que se identifica el semanario:
"Mussolini, aunque militó en el partido socialista no comulgó nunca en sus principios, más que en lo que tenía el deseo latente de mejorar las clases proletarias y de alcanzar una justicia social humana y digna. Mussolini fue en realidad un sindicalista integral en sus primeros pasos revolucionarios. Luego un sindicalista constructivo y nacional como somos nosotros".
Y también reconoce que la primera plasmación de estas ideas se da en Fiume
"porque en la constitución de D'Annunzio (constitución de Carnaro) el sindicalismo nacional toma por vez primera carta de naturaleza. El nacionalismo y el sindicalismo se abrazaron en el corporativismo".
Termina por fin el artículo explicando cómo estos sindicatos nacionales en Italia crecieron hasta superar a los marxistas,
"así es, que las antiguas uniones de trabajadores fueron núcleos de los nuevos sindicatos fascistas o éstos los absorbieron o se disolvieron 'motu proprio".
Pero debemos tener en cuenta que esta generalización de la sindicalización fascista se produce cuando ya está en el poder Mussolini.
Y que este poder le llevó a tener un control absoluto sobre el movimiento obrero.
En 1934, en que se alcanzó finalmente la forma teórica corporativa y que es cuando F.E. analiza esta situación, se seguían aplicando las normas establecidas en las leyes de 1926 que disciplinaban el trabajo, pero sin controlar el capital.
Los grandes empresarios dirigían sus empresas con muy poca interferencia exterior. Pero ni el gobierno de Mussolini, ni las corporaciones que sí utilizaban al Estado para terminar con los sindicatos y conseguir que quedaran exclusivamente los fascistas, intimidaron jamás -como dice Tannenbaum (1975: 179) "a Fiat, Pirelli o el Banco de Italia".
A pesar de esto, incluso antes de tomar el poder, el Partido Nacional Fascista había tenido su peso sindical, como hemos visto al incorporar a sus filas a una gran parte de los antiguos sindicalistas revolucionarios.
Falange, tras la fusión con las JONS, se plantea también la creación de sindicatos propios. Nace así la Central Obrera Nacional Sindicalista (CONS) en el verano de 1934, de la mano de los antiguos
cenetistas Nicasio Álvarez de Soto mayor, Camilo Olcina y Juan Orellana, que a partir de 1935 pasará a ser dirigida por el excomunista Manuel Mateo.
Pero, a pesar del pasado militante en el sindicalismo revolucionario de estos dirigentes obreros de CONS, ésta no logró el rápido crecimiento esperado ni modificar la imagen que del falangismo se habían formado los trabajadores españoles.
Como ejemplo para ilustrar nuestra afirmación, baste este relato publicado en el libro El primer sindicato nacional sindicalista de Andalucía se fundó en Sevilla, bajo el expresivo título "Un
admirador del general Primo de Rivera" (Rubio, 1943: 33-36):
"En el comedor del Hotel París, situado en la Plaza de la Magdalena, se encontraba almorzando con dos amigos Pepe García Algabeño el día 6 de septiembre de 1934. Les servía un hombre de aspecto agradable, grueso, de estatura corriente y que, por la forma de atender a los clientes, se veía era un excelente camarero, sabedor perfecto de su oficio.
El buen hombre, no obstante sus modales correctos, denotaba una honda preocupación y durante la comida, el Algabeño no cesaba de observarle, como hallando en él condiciones excelentes para atraerlo al partido en el que militaba.
Aprovechando una oportunidad, el Algabeño interrogó al camarero sobre cuál era el motivo de su preocupación.
El interpelado, que seguramente tenía deseo de expansionarse, contó a su interlocutor el motivo de sus quebraderos de cabeza. Por disconformidad con la organización obrera, a la que había dejado de pertenecer momentos antes, acababa de abandonarla para demostrar con ello su repulsa a la misma.
Entonces el Algabeño, ahondando más en la investigación del carácter de aquel hombre, tan preocupado por su disgusto con el organismo obrerista al que había dejado de pertenecer, inquirió detalles sobre el pensamiento político del camarero, y éste, ante el asombro de su interlocutor -que le creía de ideas extremistas avanzadas, como se 'llevaba' en tal época-, díjole espontáneamente:
-Verá usted. Yo, antes que nada, soy ferviente admirador de Don Miguel Primo de Rivera, de 'mi Coronel', como le llamo todavía desde que serví a sus órdenes en África, donde fui dos veces herido. A partir de entonces conservo para 'mi Coronel' los mejores afectos y nada ni nadie me hará variar de pensamiento.
-Entonces -interroga el Algabeño-, ¿entrarás tú en el partido de su hijo José Antonio?
-Y, équé partido es ese?
-Pues ... el fascismo, lo que salvará a España de caer en el abismo de su perdición definitiva.
-Yeso ¿qué es?
-El partido creado por el hijo del General a quien tanto quieres y cuyo recuerdo llevas permanentemente en tu corazón.
-¿Qué hay que hacer para formar en ese partido? ¿Pueden pertenecer a él los obreros?
-Naturalmente. Si casi podría afirmarse que el fascismo viene a atender al trabajador de forma directa y como finalidad primordial.
-No hay más que hablar. Yo me hago fascista. Pero cuanto antes, mejor. -"
-En ese caso, vete mañana a casa de Sancho Dávila en la calle Canalejas, número 4, y allí te 'apuntaremos'.
El siguiente día en el despacho de la casa donde vivía el Conde de Villafuente-Bermeja, se encontraba con el hijo del propietario, Sancho Dávila, Pepe García el Algabeño. Explicándole
cómo había captado a un antiguo elemento de la UGT, de la que se había separado por disparidad con los dirigentes, a los que acusaba de 'traidores a los obreros'.
Escuchaba complacido Sancho las explicaciones de su amigo, cuando le avisaron de la visita de Alfonso Lozano. Éste era el camarero en cuestión, quien después de serie presentado, le mostró dos carnets a su nombre: uno del Partido Nacionalista Español con el número 37 de inscripción, y el otro, con el número 95 de Somatén.
Identificada la persona, se procedió en este mismo instante a la filiación del recién llegado, que quedaba de hecho ingresado en Falange Española, recibiendo en seguida instrucciones para la formación del primer Sindicato Nacional-Sindicalista, cuya realización ideada desde hacía mucho tiempo, se plasmaba ya en una realidad tangible si el encargado de hacerla sabía dar forma a lo que era todavía una vaga esperanza, en la que se cifraban los mayores anhelos".
Aunque sobre cualquier comentario, creemos que historias como ésta no harían mucha gracia a Ramiro Ledesma, quien no había ocultado nunca su enemistad hacia el Partido Nacionalista Español de Albiñana. Ya en La Conquista del Estado había dirigido serias advertencias a los partidarios de este grupo en anuncios de gran formato intercalados entre los que insertaba llamando a una lucha común a los sindicatos revolucionarios.
Así, en el número 9 podemos leer:
"Algunos ateneístas discípulos del cabileño doctor Albiña babean por ahí su propósito de asaltar nuestras oficinas. ¡No asustarse, camaradas! ¡Buena puntería!";
y en el siguiente, también en letras destacadas:
"Hay que cortar de raíz el pistolerismo a sueldo y el albiñanismo inmundo. La hora española requiere, más que nunca, sinceridad y pureza".
Como vemos, lo que para Ledesma era motivo de rechazo constituía para los nuevos proselitistas del nacional-sindicalismo aval suficiente para entrar en el partido y comenzar a realizar tareas organizativas. En vista de estas contradicciones y de la confusión ideológica existente, se plantea la tarea de dar al nuevo grupo una norma programática breve y clara. Surgen así los famosos 27 puntos doctrinales.
El apartado "Economía, trabajo, lucha de clases" ocupa ocho de los puntos del documento final.
El punto noveno apuesta por un sindicalismo nacional-corporativo: "Concebimos a España en lo económico como un gigantesco sindicato de productores. Organizaremos corporativa mente a la sociedad española mediante un sistema de sindicatos verticales por ramos de la producción,
al servicio de la integridad económica nacional".
El punto décimo repudia el capitalismo y el marxismo; el undécimo condena la lucha de clases; el duodécimo defiende el fin social de la riqueza;
el decimotercero afirma que
"el Estado reconocerá la propiedad privada como medio lícito para el cumplimiento de los fines individuales, familiares y sociales y la protegerá contra los abusos del gran capital financiero, de los especuladores y de los prestamistas";
el décimo cuarto defiende
"Ia tendencia a la nacionalización de la banca y, mediante las corporaciones, a la de los grandes servicios públicos";
mientras, los dos siguientes reivindican el derecho y-el deber de todos los españoles al trabajo.
Aparece en este documento la terminología "sindicatos verticales" que tanto dará que hablar en el futuro y que, según Narciso Perales, José Antonio tomó de un oscuro teórico poco conocido: Hugo Sliunes. Tan oscuro y poco conocido que ni siquiera existió.
Fue Juan Velarde quien siguiendo esta pista y ante la imposibilidad de localizar al tal "Sliunes", preguntó directamente a Perales sobre este asunto. Narciso le contestó que se refería al industrial alemán Hugo Stinnes. sin precisar la fecha en que se lo había referido José Antonio y le remite al Diccionario Enciclopédico Salvat que "en el artículo Stinnes (Hugo). tomo XI. dice textualmente ..
"fundó después una (industria) propia que se convirtió rápidamente en uno de los más poderosos sindicatos verticales del país, que controlaba minas, fundiciones, compañías navieras, explotaciones de petróleo en América, papelerías y periódicos ... ",
La referencia puede ser interesante". (Velarde, 1972: 39-40) Pero no aclara ni tiene mucho que ver cin el concepto de Sindicato Vertical en Falange
Nosotros hemos localizado referencias a Stinnes en el trabajo de Gerald Feldman (1988: 213), donde señala que
"la alianza entre las organizaciones industriales y obreras a finales de la guerra fue confirmada por el denominado Acuerdo Stinnes-Liegen del 15 de noviembre de 1918, un acuerdo firmado por Hugo Stinnes, el gran industrial, y Carl Liegen, el más importante dirigente de los Sindicatos Libres. Quedó materializado en la Zentralarbeisgmeinschaft (Comunidad Central de Trabajo de los Empresarios y Trabajadores Alemanes, ZAG)".
El texto íntegro del acuerdo puede consultarse en Puig (1988: 517-519). Recientemente, Simoes (2000: 17) presenta a Stinnes como precursor de la línea antibolchevique y de defensa de la industria pesada y sus capitales de Moeller van der Bruck frente a la antiburguesa de Niekisch.
Para Muñoz Alonso (1971: 257-258)
"la verticalidad propugnada por José Antonio no es un requisito técnico de organización y estructura, sino una fórmula flexible en un Estado ideal. El asalto ideológico a la verticalidad de los sindicatos procede de los cuarteles del sindicalismo primigenio y de los campos de operaciones del liberalismo económico. En expresión rigurosa podríamos escribir que la verticalidad sindical es una idea-fuerza frente a la subversión economicista del hombre y en favor de la conversión comunitaria que ha de presidir la actividad laboral".
Y además
"la verticalidad sindical no es una concepción viable en un régimen de empresa liberal-capitalista -quede bien claro-; sino que opera para su desarticulación y resulta adecuada para el desarrollo de la economía en un régimen de empresa comunitaria. El verticalismo no es en José Antonio un dogma, es una solución, no es una teoría, es una praxis; no es una lucubración intelectual es una concreción social; no es un sueño idealista, es una forma plástica y realista con efectividad revolucionaria y con vigencia prospectiva" .
Esta nueva posición de José Antonio, en la que los sindicatos aparecen como órganos de participación en las funciones del Estado y con intervención directa de éstos en la legislación y en la economía, lleva hacia el Estado de los sindicatos o Estado sindical.
La evolución de José Antonio hacia el Estado sindical es la que paradójicamente le va separando de Ledesma Ramos.
Convenimos con Martínez Val (1975: 175) que a partir de aquí se da una bifurcación de caminos: por un lado el primitivo jonsismo partidario de
"mantener el sindicalismo dentro de la esfera económica, con su vertebración, pero sin implicaciones políticas directas. Se mantenía en la línea más pura del pensamiento sindicalista".
Esta postura es muy similar a la de Pestaña y a la del sindicalismo revolucionario. Y por otro lado, el camino del falangismo:
"convertir el sindicalismo en un miembro y órgano totalmente integrado en la organización estatal. Era la politización de los sindicatos, aspirando a una visión de la totalidad de los problemas socio-político-económicos".
Esta posición es más próxima al último Pannunzio y en general a los sindicalistas nacionales italianos (no verticales), que apostaron por el régimen de Mussolini, aunque luego éste no llevara a cabo todas sus propuestas.
Estas divergencias llevaron a Ledesma a romper con FE e intentar resucitar las JONS; pero el número de militantes que lo siguió fue escaso, sin lograr su objetivo de arrastrar consigo al sindicato falangista, la CONS -que permaneció leal a Primo-, aunque durante un tiempo reinó cierta confusión sobre quienes se habían ido, se quedaban o finalmente serían expulsados.
Un buen ejemplo lo tenemos en la provincia de Santander, que nos ilustra también sobre la "peculiar" manera de entender el sindicalismo de los dirigentes del falangismo local.
El artista Cossío, amigo personal de Ledesma e incompatible con el triunvirato de esta provincia, logra con otros camaradas apoderarse de la correspondencia que la jefatura provincial sostiene con varias empresas industriales:
"¡Qué cartas! Recomendaban los afiliados de la CONS, alegando que éstos eran muy buenas personas, nada amigos de conflictos y que, en último caso, podrían pagarles menos".
Cossío envió esta correspondencia a José Antonio, quien delegó en Manuel Mateo para gestionar la reconciliación entre el triunviro Yllera, apoyado por Cossío, y los otros dos, Pino y Estévez, que eran los redactores de las cartas de recomendación.
La misión resultó imposible, llegando el grupo de Cossío a penetrar en los locales de la Agrupación Regional Independiente -partido integrante de la CEDA-
"para exigir a los dos triunviros que abandonasen sus puestos, apoderándose violentamente del archivo y ficheros de Falange, que guardaron en depósito hasta tanto que José Antonio decidía" (Mora Villar, 1971: 175-176).
Mientras, el pequeño grupo de Ledesma se reúne en torno a la publicación La Patria Libre, regresando a las tácticas iniciales de llamamiento a un frente común de todos los sindicalistas:
"Nosotros decimos al grupo disidente de la CNT, a los treinta 42, al partido sindicalista de Ángel Pestaña, a los posibles sectores marxistas que hayan aprendido la lección de octubre, a Joaquín
Maurín y a sus camaradas del Bloque Obrero y Campesino: Romped todas las amarras con la ilusiones internacionalistas, con las ilusiones liberalburguesas, con la libertad parlamentaria. Debéis saber que en el fondo esas son las banderas de los privilegiados, de los grandes terratenientes, y de los banqueros.
Pues toda esa gente es internacional porque su dinero y sus negocios lo son,
es liberal porque la libertad les permite edificar feudalmente sus grandes poderes contra el Estado Nacional del pueblo.
Es parlamentarista porque la mecánica electoral es materia blanda para los grandes resortes electorales que ellos manejan: la prensa, la radio, los mítines y la propaganda cara.
Cantando, pues, las delicias del internacionalismo, de la democracia, de las libertades, fortalecéis en realidad a los poderes de los privilegiados, debilitando las posiciones verdaderas de todo el pueblo y entregáis a éste indefenso en manos de los grandes poderes capitalistas, de los grandes terratenientes y de los banqueros".
A la postre, lo que consiguió la escisión de Ledesma fue una radicalización social de FE de las JONS, o al menos de su discurso, que pretende ahora desligarse del corporativismo y apostar por un cambio revolucionario en la economía.
Así, en la conferencia que José Antonio Primo de Rivera pronuncia en el Círculo Mercantil de Madrid el 9 de abril de 1935 (OCJA: 625- 643) critica duramente las posturas de las derechas cuando declaran que la solución al problema social está en armonizar el capital y el trabajo:
"Cuando dicen esto, creen que han adoptado una actitud inteligentísima, humanísima, ante el problema social. Armonizar el "capital con el trabajo ... , que es como si yo dijera: me voy a armonizar con esta silla.
El capital [ ... ] es un instrumento económico que tiene que servir a la economía total y que no puede ser, por tanto, instrumento de ventaja y de privilegio de unos pocos que tuvieron la suerte de llegar antes".
Más adelante se pregunta:
"¿y el Estado Corporativo? Esta es otra de las cosas. Ahora son todos partidarios del Estado Corporativo; les parece que si no son partidarios del Estado Corporativo les van a echar en cara que no se han afeitado aquella mañana, por ejemplo.
Esto del Estado Corporativo es otro buñuelo de viento.
Mussolini, que tiene alguna idea de lo que es el Estado corporativo, cuando instaló las veintidós corporaciones, hace unos meses, pronunció un discurso en el que dijo: 'Esto no es más que un punto de partida; pero no es un punto de llegada'.
La organización corporativa, hasta este instante, no es otra cosa ( ... ) que esto:
los obreros forman una gran federación; los patronos forman otra gran federación (los dadores de trabajo, como los llaman en Italia), y entre estas dos grandes federaciones monta el Estado como una especie de pieza de enlace.
A modo de solución provisional, está bien; pero notad igualmente que éste es, agigantado, un recurso muy semejante al de nuestros Jurados Mixtos. Este recurso mantiene intacta la relación del trabajo en los términos en que la configuraba la economía capitalista; subsiste la posición del que da el trabajo y la posición del que arrienda su trabajo para vivir.
En un desenvolvimiento futuro que parece revolucionario y que es muy antiguo, que fue la hechura que tuvieron las viejas corporaciones europeas, se llegará a no enajenar el trabajo como una mercancía, a no conservar esta relación bilateral del trabajo, sino que todos los que intervienen en la tarea, todos los que forman y completan la economía nacional, estarán constituidos en sindicatos verticales, que no necesitarán ni de comités paritarios ni de piezas de enlace, porque funcionarán orgánicamente como funciona el Ejército, por ejemplo, sin que a nadie se le haya ocurrido formar comités paritarios de soldados y jefes".
Su propuesta es contundente:
"la única manera de resolver la cuestión es alterando de arriba abajo la organización de la economía",
Poco después, en un discurso en el Cine Madrid decía:
“Cuando hablamos del capitalismo -ya lo sabéis todos- no hablamos de propiedad. La propiedad privada es lo contrario del capitalismo; la propiedad es la proyección directa del hombre sobre sus cosas: es un atributo elemental humano. El capitalismo ha ido sustituyendo esta propiedad del hombre por la propiedad del capital, del instrumento técnico de dominación económica.
El capitalismo, mediante la competencia terrible y desigual del capital grande contra la propiedad pequeña, ha ido eliminando el artesanado, la pequeña industria, la pequeña agricultura: ha ido colocando todo -y va colocándolo cada vez más- en poder de los grandes trusts, de los grandes grupos bancarios.
El capitalismo reduce el final a la misma situación de angustia, a la misma situación infrahumana del hombre desprendido de todos sus atributos, de todo el contenido de su existencia, a los patronos y a los obreros, a los trabajadores y a los empresarios.
Y esto sí que quisiera que quedase bien grabado en la mente de todos; es hora ya de que no nos prestemos al equívoco, de que se presente a los partidos obreros como partidos antipatronales o se presenten a los grupos patronales como contrarios, como adversarios, en la lucha con los obreros.
Los obreros, los empresarios, los técnicos, los organizadores, forman la trama total de la producción, y hay un sistema capitalista que con el crédito caro, que con los privilegios abusivos de accionistas y obligacionistas, se lleva, sin trabajar, la mayor parte de la producción, y hunde y empobrece por igual a los patronos, a los empresarios, a los organizadores y a los obreros”.
Y anuncia cómo realizarán el desmontaje del capitalismo:
“Tenemos que empezar por el hombre y pasar por sus unidades orgánicas, y así subiremos del hombre a la familia, y de la familia al municipio, y por otra parte al sindicato, y culminaremos en el Estado, que será la armonía de todo. De tal manera, en esta concepción político-histórica-moral con que nosotros contemplamos el mundo, tenemos implícita la solución económica, desmontaremos el aparato económico de la propiedad capitalista que absorbe todos los beneficios, para sustituirlo por la propiedad individual, por la propiedad familiar, por la propiedad comunal, y por la propiedad sindical” (OeJA: 676-686).
Según Rafael del Águila (1982: 188 y 190), esta conciliación de anticapitalismo y propiedad no es sino una síntesis falsa. Para él
"Ia postura anticapitalista de José Antonio Primo de Rivera puede resumirse así: las relaciones capital-trabajo están deshumanizadas por la intervención del capitalismo financiero y del capitalismo rural. Así se critican dos figuras: el rentista y/o absentista rural, por un lado, y el gran capitalista por otro. En el primer caso, la crítica quiere incidir en la problemática del pequeño campesino y arrendatario rural, en general muy sensibilizado ante este tema durante la Segunda República. En el segundo caso, en la problemática del pequeño propietario urbano, al punto de la ruina durante la crisis económica. Esta crítica se enlaza con los elogios a la pequeña burguesía en general, a la que se intenta hacer ver lo insostenible de su situación y atraer a esta posición falsamente sintética con la que el fascismo se imbrica con los intereses armonizadores de la clase intermedia".
Concluyendo que, mientras José Antonio "impugna claramente el marxismo y a sus supuestos económicos, con el capitalismo se mantiene una ambigua y doble actitud: por un lado se critica su concepción del mundo, el liberalismo, y por otro, se reafirma su base económica, la propiedad".
En sus posteriores intervenciones públicas, Primo continuaría en la línea crítica hacia la derecha, mientras que por otro lado el partido está intentando pactar su entrada en las listas del bloque conservador para los comicios de 1936.
La falta de acuerdo y la presentación de FE de las JONS en solitario a las elecciones de febrero la dejó fuera del parlamento y con un gobierno del Frente Popular, que no estaba por la labor de dar muchas facilidades al desenvolvimiento de lo que para ellos era el fascismo español.
El ejemplo de Italia, donde se eliminaron los partidos de izquierdas, puso en guardia a éstos en España, que levantaron un frente antifascista. Al llegar al poder, esta táctica se plasmó en una política de represión preventiva que dio con los dirigentes falangistas en la cárcel y obligó a la organización a pasar a la clandestinidad.
En estas condiciones, no es difícil adivinar la postura de José Antonio y de sus militantes ante el levantamiento militar de julio.
Jorge Lombarder Álbarez: ¿Nacional-sindicalismo en España?. José Antonio y la Economía.
HISTORIA DEL “OTRO” DURRUTI: MARCIANO PEDRO DURRUTI, UN FALANGISTA CONVENCIDO.
Carnet falangista de Pedro Marciano Durruti, hermano del dirigente libertario Buenaventura.
ES HARTO CONOCIDA LA HISTORIA DEL LÍDER ANARQUISTA BUENAVENTURA DURRUTI, pero lo es mucho menos la de su hermano Marciano Pedro, que se sumó a la Falange y acabó fusilado durante la guerra.
Cuando se cumple un siglo de su nacimiento -vino al mundo en 1911- hemos considerado interesante rescatar su figura. Para ello es indispensable la obra del escritor José A. Martínez Reñones sobre esta familia leonesa: Los Durruti. Apuntes sobre una familia de vanguardia (Ediciones del Lobo Sapiens, León, 2009).
¿Es una mera anécdota la militancia antagónica de ambos hermanos? Quizá no lo fue en la medida que reflejó la ambivalencia falangista hacia el universo libertario español. Ya la bandera joseantoniana reflejó el afán de captar el ámbito obrero anarquista aglutinado por un sindicato no marxista y que pese a su carácter internacionalista llevaba la palabra “Nacional” en su rótulo: la Confederación Nacional del Trabajo [CNT]. De esta forma, la organización sindical y los falangistas compartieron enseñas de colores rojinegros.
Marciano fue el séptimo hermano de Buenaventura (éste le llevaba 15 años) y abandonó las filas de la CNT en 1937 y se convirtió en un acérrimo falangista. Se ha especulado al respecto que su giro ideológico pudo estar marcado por miembros de la falange leonesa que le indujeron a ello con el fin de tender un puente entre su hermano Buenaventura y José Antonio.
Cierto o no este extremo, Marciano intentó mediar sin éxito ante Buenaventura para que éste accediera a entrevistarse con José Antonio.
Al enterarse del propósito de su hermano, Durruti estuvo a punto de estrangularle.
Asimismo, Marciano intervino para explorar un acuerdo con otro dirigente obrero leonés, Ángel Pestaña, cuando éste impulsaba en Barcelona el Partido Sindicalista.
Buenaventura Durruti.
Decretada en abril de 1937 la unificación de falangistas y carlistas, Marciano la criticó con dureza y no se recató en manifestar la necesidad de subordinar el Ejército a la Falange, reclamó que se sumaran a ésta los izquierdistas o se pronunció por disolver la Guardia Civil.
En este aspecto cabe recordar, por ejemplo, que el líder falangista Luys Santa Marina (en realidad, Luis Narciso Gregorio Gutiérrez Santa Marina, 1898-1980) reflejó otro tanto y declaró en favor del líder cenetista Joan Peiró durante su consejo de guerra en 1942. La peripecia de Marciano Durruti, pues, plasmó los vanos intentos de quienes trataron de captar vanamente a los anaquistas para las filas del falangismo.
Marciano Durruti.
El 20 de noviembre de 1936 es una fecha histórica para todos los patriotas españoles. José Antonio Primo de Rivera caía fusilado por Dios y por España, gritando ¡ARRIBA ESPAÑA!, en el patio nº 5 de la cárcel de Alicante, ante un pelotón de ocho anarquistas, comandado por Guillermo Toscano Rodríguez. Con él cayeron los requetés Vicente Muñoz Navarro y Luis López López, y a los falangistas Ezequiel Mira Iniesta y Luis Segura Baus.
Pero poca gente conoce que, en esa misma fecha, otro protagonista de la Guerra Civil, el líder anarquista Buenaventura Durruti, caía muerto en Madrid, en las cercanías del Hospital Clínico, tras recibir un disparo, parece ser que accidental, salido del "naranjero" de su guardaespaldas, aunque la propaganda frentepopulista manipulase el incidente para enardecer a sus tropas, asegurando que fue la bala de un "francotirador fascista" la que acabó con él. Pues bien, menos gente aún sabe que este anarquista tuvo un hermano falangista.
Simone Weil, anarquista de la Columna Durruti, contaba que en una escaramuza capturaron a un chico de 15 años del bando Nacional:
«Lo registraron; se le encontró una medalla de la Virgen y un carné de Falange. Lo enviaron ante Durruti, quien le dio a elegir entre morir o incorporarse a las filas de quienes le habían capturado. Le dio un plazo de 24 horas para reflexionar. El muchacho dijo que no y fue fusilado...»
¿Hubiese actuado igual el asesino líder anarquista si el capturado hubiera sido el militante de Falange Española de las JONS Marciano Pedro Durruti Domingo?
Marciano Pedro Durruti era 15 años menor que Buenaventura y el último de sus siete hermanos. Ingresó en FE de las JONS en febrero de 1936, avalado por el propio José Antonio, quedando afiliado con el carnet nº 1501 y llevando una camisa azul mahón bordada por su hermana Rosa con el yugo y las flechas.
Trató de acercar posturas entre José Antonio y su hermano Buenaventura por indicación del primero, para proponerle un modelo italiano a la Mussolini, lo que por poco le cuesta la vida, ya que Buenaventura casi lo estrangula al recibir la propuesta.
Marciano fue detenido e ingresado en la cárcel Modelo de Madrid, de donde salió gracias a las gestiones de su madre, Anastasia, entre Manuel Azaña y Ángel Pestaña, ya que su hermano no hizo nada por ayudarle a salir de prisión.
Una vez en libertad se pasó de nuevo a zona Nacional, en León, y allí fue donde recibió el carnet antes mencionado, el 1 de abril de 1936.
En el diario anarquista Claridad se pudo leer la siguiente nota:
«En cuanto a la detención de un tal Marcelo [sic] Durruti en compañía de un pistolero a sueldo del fascio llamado Moldes hemos de decir que, aunque él se llama anarquista no es tal, pues los informes que de él tenemos son pésimos, y no hay más sino que nuestro querido compañero Buenaventura Durruti tiene la desgracia de ser hermano suyo, y este sinvergüenza trata de explotar el nombre limpio de su hermano, olvidando que éste le tuvo que echar de su lado».
Marciano Pedro trató de organizar una revelión dentro de la zona Nacional por lo que el alcalde de Armunia, le denunciara y fuera detenido el 13 de abril de 1937 en compañía de Sinforiano Moldes, antiguo cenetista y ahora falangista.
De nuevo fue encarcelado e incurso en la causa 405/37 acusado formalmente de adhesión a la rebelión.
Estos hechos y la circunstancia de su anterior pertenencia al anarquismo fueron elementos clave en su condena a muerte bajo las acusaciones de incitación a la rebelión y traición. La sentencia se llevó a cabo en el campo de tiro de El Ferral de Bernesga, León, a las 18:30 horas del 22 de agosto de 1937 por un pelotón de fusilamiento falangista.
La sentencia:
RESULTANDO que iniciado el Movimiento Nacional apareció de
nuevo en León procedente de zona roja y de nuevo consiguió ser admitido
en Falange captándose la confianza de los Jefes, y abusando de ello y
firme en sus ideas arraigadas de marxista, no desperdició ocasión de
difundirlas buscando desmoralizar y escindir la apretada y compacta
retaguardia Nacional; y así, el día cuatro del corriente mes y año y
sobre las veintitrés o veinticuatro horas se presentó en el domicilio
del Alcalde de Armunia don Lucio Manga Rodríguez en unión de otros
individuos y en presencia del Alcalde citado y otros dos vecinos del
pueblo hizo las manifestaciones de que él sabía que en aquella localidad
se había notado entre el vecindario cierto malestar con ocasión de
celebrarse el aniversario del Movimiento Nacional, atribuyéndole a que
el pueblo indicado en su mayoría era contrario a aquél. Que había que
trabajar y llevar a Falange el mayor número posible de personas,
importando poco que fueran socialistas o comunistas, puesto que el
objeto era crear un partido fuerte para en su día hacerse dueños del
poder y que todos los mandos fueran falangistas, ya que el Ejército, en
el que había demasiadas estrellas, quería mangonear, siendo así que el
saludo debía hacerlo el Ejército a Falange. Que la campaña debía
comenzar con el desprestigio de la Guardia Civil poniendo en circulación
la especie de que en los primero días del Movimiento había cometido
asesinatos, abandonando en el monte los cadáveres de sus víctimas.
Añadió, para mejor convencer a sus oyentes, que contaban con los
Guardias de Asalto y estaba preparado en Valladolid el personal
designado para ocupar los cargos y que era necesario realizar estos
planes antes de terminar la guerra, siendo preferible morir en la
retaguardia que morir en el frente, conceptos que repitió el día catorce
del corriente mes en el Café Central, en presencia de varios sujetos.
CONSIDERANDO que los hechos referidos y que el Consejo
estima probados integran un delito de adhesión a la rebelión previsto y
penado en el párrafo segundo del artículo 235 del Código de Justicia
Militar, y que se ha puesto de manifiesto de una manera patente la
pertinaz insistencia del Marciano Pedro Durruti en realizarlos,
apareciendo evidente también por su conducta anterior el propósito
deliberado y resuelto de colaborar con los rebeldes en sus fines.
CONSIDERANDO que del mencionado delito es responsable el
procesado Marciano Pedro Durruti Domingo, concurriendo contra el mismo
las circunstancias agravantes de su perversidad, de la trascendencia del
delito y del daño que hubiera podido producirse a los intereses del
Estado, enumerados en el artículo 173 del propio Código, por lo que debe
imponerse la pena de grado máximo.
CONSIDERANDO que en cuanto a las responsabilidades civiles debe observarse el Decreto Ley de diez de Enero último.
Vistas las disposiciones citadas y concordantes.
FALLAMOS que debemos condenar y condenamos a Marciano
Pedro Durruti Domingo como autor responsable de un delito de adhesión a
la rebelión con circunstancias agravantes a la pena de MUERTE. En cuanto
a las responsabilidades civiles se reservan a los perjudicados las
acciones correspondientes en la forma establecida por Decreto-Ley y
Orden de diez de Enero del corriente año, remitiéndose testimonio de
esta sentencia a la Comisión Central del incautación de bienes por el
Estado.
Así por esta nuestra Sentencia lo pronunciamos, mandamos y firmamos.
firmas
firmas
[ 49 ]
Diligencia de notificación. En León a veintidós de
agosto de mil novecientos treinta y siete el Señor Juez dispuso que por
mi el Secretario se diese lectura íntegra a la sentencia a los Señores
Fiscal y Defensor los cuales enterados firman a continuación con el
Señor Juez de lo que doy fe.
firmas
[ 50 ]
Diligencia de entrega. En León a veintidós de
agosto de mil novecientos treinta y siete el Señor Juez dispuso que se
hiciera entrega de estas actuaciones a la Autoridad Judicial de esta
Plaza. Doy fe.
firmas
[ 51 ]
Excmo. SeñorExaminada la sentencia pronunciada en esta causa por la cual se condena a la última pena a Marciano Pedro Durruti Domingo por el delito de adhesión a la rebelión del nº 2º del artículo 238 del Código Castrense.
CONSIDERANDO que la calificación y apreciación sintética
que el Consejo hace de los hechos procesales expresa el estado de
conciencia en relación de la cuestión propuesta y debatida en la causa
mediante una interpretación racional de la prueba y se ajusta a la
legalidad aplicable de la que hace la oportuna mención al fallo.
Visto el artículo 662 del Código Castrense, y demás
disposiciones de general aplicación y el Bando de la declaración del
estado de Guerra es pertinente que V.E. aprueba por sus propios
fundamentos la Sentencia pronunciada por el Consejo de Guerra en esta
causa, y siendo firme si V.E. resuelve de conformidad, volverán los
autos al Instructor para notificación y ejecución. Como al procesado se
le condena a la última pena, ésta no se llevará a efecto hasta que S.E.
el Jefe del Estado acuse recibo, al que se le comunicará a los efectos
del artículo 10 del Decreto de 2 de junio de 1933, hecho Ley el 17 de
septiembre del mismo año.
Ver la Causa Judicial completa contra Mariano Durruti.
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