Los Nacionalismos.
Lo que España Robó a Cataluña: La Pobreza. |
¿TÚ TAMBIÉN CREES EN EL 155? Es poco probable que una medida de fuerza consensuada pueda resultar eficaz.
El Nacionalismo Invertido: Los Mininacionalismos
(en vez de querer ser más Grandes, aspirar a ser Mas pequeños)
Pese a que en los medios de comunicación siempre se denomina al separatismo como "Nacionalismo", lo cierto es que los mini-nacionalismos son la ideología contraria o inversa al Nacionalismo.
Puesto que tratan de:
1º Empobrecer y/o obstaculizar el desarrollo de la nación histórica preexistente con el fin de
2º Destruir la nación histórica preexistente.
3º Elevar a una región que nunca ha existido históricamente como nación a la categoría de tal.
Esperando con ello obtener un beneficio económico a partir de una supuesta disminución de los gastos, ya que no tendrán ejército....¡!.... aunque sí los mismos políticos corruptos y además costearán embajadas en todo el mundo. Y continuarán conservando el mismo mercado ventajoso que han tenido para sus productos a lo largo de siglos...¡!... y además aumentado con la Unión Europea que está deseando recibirles en su seno...¡!... suponiendo que continúe existiendo después de lo de el Brexit, Trump y la que se avecina... Pero, sobre todo en el hecho de que, una vez independientes, ¡no tendrán que mantener autonomías! pues ya no les parecerán necesarias...Además, si se derriten los polos será estupendo pues vivirán todos en Viella... En lugar de provincias autonómicas otras regiones se unirán a la nueva mini-nación progresivamente hasta llegar a Cádiz y Huelva ...y tal vez a Canarias si no la invaden antes los moros....(ceuta y melilla se podrán quedar los moros) ... y así Barcelona será la capital de la Península....Lo que provocará que los portugueses también quieran hablar catalán... Visto así hasta parece buen negocio que les librará de la cárcel y de la deuda que hipoteca el futuro de España a la que tanto han contribuido.
Y es que al no existir ya posibilidad de colonización de nuevas tierras la única posibilidad de que un mediocre consiga adquirir notoriedad ante la historia es la destrucción de lo preexistente.
"Mejor reinar en el infierno que servir en el cielo",
dice el Demón de Milton.
dice el Demón de Milton.
Aunque sus pretensiones parezcan de una miseria moral lamentable lo cierto es que se cimentan en el desencanto de esta democracia de partidos y en la desindustrialización en unos casos y falta de crecimiento industrial en otros. Pero en lugar de dirigir sus iras contra el verdadero culpable que no es otro que el Liberalismo Económico en todas sus variantes políticas prefieren, por ser más sencillo y asequible, buscar el chivo expiatorio tan solo en el gobierno de Madrid. Evitando siempre coger el toro por los cuernos reconociendo la verguenza de la propia gestión separatista.
Ocasionado todo ello por las imposiciones extranjeras a cambio del apoyo a la Transición-ruptura que tanto nos pregonaban los propios mininacionalistas.
También ha sido un factor decisivo en el crecimiento de estas cosas la crisis moral y religiosa con la consecuente expansión del relativismo moral y todos los males que lleva asociados. Los cuales, asimilados como dogmas, supuestamente ponen en entredicho el proyecto inicial de España.
"Qué amor al pueblo vasco es el de esos nacionalistas que colocan el apego a la tierra sobre el orgullo de los nombres vascos que hicieron retumbar el mundo con sus empresas bajo el signo de España?"
José Antonio: Discurso en Pamplona 15-08-1934.
"He aquí cómo el nacionalismo vasco, ultracatólico en lo religioso, ultraconservador en lo político, ultracapitalista en lo social, fue a dar sus votos a Azaña -anticatólico, revolucionario y filosocialista- como recompensa a un servicio que anulaba, por su entidad, todas las repugnancias de los nacionalistas vascos: el servicio de haber atentado contra la unidad de España".
José Antonio Arriba 28-03-1935.
¿Es la Unión Europea parte culpable del Separatismo Catalán?
Por su interés reproducimos un estudio catalán que, aunque provenga de las antípodas ideológicas, da una explicación del motivo por el que las regiones más industrializadas de España no ven futuro por ningún lado y se encaminan a una aventura separatista.
Este estudio, como otros muchos, confirma lo que ya sabíamos; que Europa nos quiere como un país de servicios para que compremos sus productos. La consecuencia es que pagamos las crisis mucho más caro que los países industrializados.
El Impacto de UE en la Economía Española.
Estos avances inestables en la modernización del Estado español permitieron que en 1970 el Estado español logrará firmar un acuerdo preferencial con la CEE, que fue bastante ventajoso para la economía española, puesto que le permitía acceder a los mercados europeos mientras que mantenía un elevado nivel de protección sobre el mercado interior.
Las exportaciones aumentaron significativamente, de manera que los déficits comerciales, que siempre han sido el cuello de botella de la economía española, se redujeron significativamente.
A nivel político, el discurso “europeo” se utilizó para justificar el acentuado proceso de reconversión industrial de finales de los setenta y principios de los ochenta.
El desmantelamiento de algunos sectores que habían sido la punta de lanza del desarrollo industrial de los años sesenta, como la minería, la siderurgia o la construcción naval, se argumentó en términos de “mejorar” la competitividad de la economía española, prepararla y “adaptarla” a las exigencias del mercado europeo.
Entre 1975 y 1985 con la reconversión industrial se destruyeron casi un millón de empleos que se justificaron por la voluntad de “prepararse para entrar en la CEE o Mercado Común”.
La integración en el Mercado Común
Tras la muerte de Franco y una vez aprobada una Constitución con un sistema parlamentario que convertía al Estado español formalmente en un país democrático, en 1986 se logró la integración en el MC, firmando el Acuerdo de Adhesión. Acuerdo por el que se aceptaron todas las condiciones que el MC se avino a imponernos.
En el sector agrícola, los intereses de los países europeos del Norte se vieron ampliamente salvaguardados. Así, a modo de ejemplo, para la liberalización completa del comercio de frutas, verduras y aceite de oliva (productos en los que el Estado español era competitivo), se estableció un período transitorio de ¡10 años! Sin embargo, hay que señalar que las ayudas que pasó a recibir la agricultura española (PAC) compensaban, en algunos sectores, este trato desigual.
El gran perjudicado por el proceso de adhesión fue el sector industrial. La eliminación de trabas a las importaciones, que era un requisito ineludible de la integración, en un período relativamente corto de tiempo, implicaba exponer a la atrasada, ineficiente y frágil industria española a la competencia de la dinámica y fuerte industria europea (con Alemania y Francia a la cabeza).
El resultado de este desigual choque de trenes fue pasar de un superávit comercial (en términos reales) del 1,4% del PIB en 1985 a un déficit del 11,2% PIB en 1989, debido al crecimiento exponencial de las importaciones.
Obviamente, esto supuso el cierre de numerosas pequeñas y medianas empresas, que no fueron capaces de competir con los productos europeos de mayor calidad, y la consiguiente destrucción de empleo.
El déficit comercial y las elevadas tasas de desempleo pasaron a convertirse en elementos estructurales de la economía española y, si bien, no podemos “culpar” únicamente a la CEE de ello, tampoco hay que obviar que la integración en la CEE desde una posición claramente periférica ha tenido repercusiones negativas significativas sobre estas variables.
En estas circunstancias, con un sector productivo mermado por la competencia europea, se produjo el desembarco del capital europeo (y, también, americano) en el Estado español. La integración conllevó un aumento espectacular de la Inversión Extranjera Directa (IED) en nuestro país. Pero la mayor parte de esta IED no consistía en creación de nuevas empresas sino en comprar (muchas a veces a precios de “saldo”) empresas españolas para apropiarse de sus canales de comercialización en el mercado interno, o bien, aprovechar los bajos costes de la mano de obra para utilizarlas como plataformas de exportación al mercado europeo (por ejemplo, en el sector del automóvil). Los sectores financiero e inmobiliario también se vieron afectados por esta ola de IED, aunque el capital nacional continuaba siendo mayoritario en estos sectores.
Un aspecto que conviene señalar es que el proceso de integración europeo ha conllevado la consiguiente pérdida de instrumentos de política económica a medida que dicho proceso de integración avanzaba. La entrada en la CEE supuso adaptarse a algunas regulaciones económicas, especialmente en lo referente a política comercial y eliminar instrumentos básicos de política industrial como aranceles o cuotas.
No obstante, la política comercial continuaba disponiendo del recurso a la devaluación para subsanar problemas en la balanza comercial. Este recurso, sin embargo, se vio mermado por la adhesión de la peseta al mecanismo de cambio del Sistema Monetario Europeo en 1989. El SME, que vendría a ser la antesala del euro, suponía un compromiso de mantenimiento de tipos de cambio fijos, si bien, el caso del Estado español, se permitía un margen de fluctuación (+/- 6%).
En 1986, el Acta Única supuso un nuevo paso liberalizador en el proceso de integración (mercado único con libre movimiento de mercancías, capitales y personas) y en el de armonización de las políticas económicas de los países miembros. Ambos aspectos contribuyeron a acentuar las debilidades del modelo productivo español. La política industrial, ya muy escasa en el período anterior, prácticamente se abandonó, mermada por la ideología neoliberal incorporada en las limitaciones que imponían las directivas europeas.
Las dificultades para competir en el entorno europeo y global fueron menguando la producción industrial española. Además, se hacía sentir ya la competencia en el entorno global de países con bajos salarios (Sudeste asiático, China, norte de África) que castigó fuertemente a los sectores tradicionales (textil, calzado, etc.), de los que prácticamente sólo el sector alimentario mantuvo el envite. En cambio, sectores intermedios con elevada presencia de capital extranjero, entre los que destaca el sector de la automoción y la química, aumentaron su producción y sus exportaciones.
Sin embargo, esto no fue suficiente para frenar el crecimiento del déficit comercial español o para revertir el modelo productivo, que continuaba basándose en los bajos costes salariales, niveles tecnológicos medio-bajos y mano de obra poco cualificada. Esta circunstancia hacía complicado orientar el modelo productivo hacia sectores de más valor añadido (más aún ante la inexistencia de política industrial).
Los sectores de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) tuvieron poco desarrollo en el Estado español y se hicieron patentes las dificultades para incorporar la nueva revolución tecnológica en el tejido productivo.
La falta de competitividad del sector industrial redirigía el capital hacía sectores no sometidos a la competencia externa, principalmente al sector inmobiliario, o bien a inversiones especulativas.
Coincidiendo con una nueva recesión del capitalismo europeo, tras los fastos de Barcelona, Madrid y Sevilla de 1992, a partir de 1993 el Estado español estaba de nuevo inmerso en una fuerte recesión: 300.000 empresas cerradas, una tasa de desempleo cercana al 25%, y serias dificultades para frenar el crecimiento del déficit comercial español, que sólo remitió gracias a la “salida” de la política monetaria española de la disciplina del SME debido a cuatro devaluaciones consecutivas de la peseta por un total del 25% entre 1992 y 1995.
Otro elemento a reseñar en este período es la privatización del sector público empresarial.
En total aceptación de los preceptos neoliberales, entre finales de los 80 y finales de los 90, se llevó a cabo el proceso de privatización de empresas públicas. Las “joyas de la corona” fueron vendidas al poder económico nacional (muy vinculado al poder político) y al capital extranjero (las privatizaciones supusieron una nueva “ola” de IED en nuestro país). Algunas de estas grandes empresas- Telefónica, Endesa, Repsol etc... se hallaban en situación de oligopolio o prácticamente monopolio en el mercado nacional, lo que se ha traducido en ingentes beneficios para los nuevos propietarios.
Aunque en estas nuevas empresas privatizadas había un porcentaje significativo de capital extranjero, los accionistas mayoritarios siguen siendo capitales españoles vinculados al capital financiero (Banco de Santander, la Caixa, BBVA, etc.), de manera que una pequeña élite económica ha pasado a controlar el sector financiero y las ramas más dinámicas del sector energético y de servicios.
Por otra parte, otras empresas públicas más vinculadas al sector industrial-manufacturero, como ENASA, SEAT, fueron vendidas a capitales extranjeros a finales de los 80. El resto (INDRA, Iberia, etc.) acabarían siendo privatizadas a finales de los 90.
LA ETAPA DEL EURO.
Consolidada el Acta Única (1986) y la libertad de movimiento de los capitales que ella introdujo (1990), el siguiente objetivo, de la que desde entonces se pasó a denominar la Unión Europea (UE) en 1993, fue el establecimiento no tan solo de una mayor integración económica sino también monetaria, lo que llevaría a la creación de la eurozona con los sistemas monetarios de un grupo de países europeos que dejaron de ser independientes y la instauración del Euro como moneda única en 1999. La entrada de la moneda única estaba diseñada para integrar monetariamente los países más ricos de la UE.
El camino hacia la mayor integración económica y monetaria fue pautado en el Tratado de Maastricht (1992). Este tratado puso de manifiesto la voluntad de avanzar en el proceso de integración económica estableciendo los estrictos criterios de convergencia que deberían cumplir los países que integraran la zona euro. Además, la pertenencia a la moneda única suponía para los países miembros prescindir de los principales instrumentos de política económica: la política monetaria quedaba en manos del Banco Central Europeo (BCE), la política fiscal se supeditaba al cumplimiento del Pacto de Estabilidad y Crecimiento y la política cambiaria desaparecía al eliminar las monedas de los estados.
El fracaso del Sistema Monetario Europeo (SME) y la debilidad patente del sistema de producción español, no hizo desfallecer a la clase política, la élite económica y la mayor parte de la academia, en el empeño de convertir al Estado español en uno de los países que se incorporarían al euro en una primera fase, de formar parte del primer grupo de la eurozona. La población, ahora con menos percepción de lo que euro suponía, fue arrastrada por una insistente publicidad a aceptarlo.
Se logró que pertenecer a la moneda única y adoptar el euro se convirtiera en un objetivo prioritario, aceptando los sacrificios o las concesiones que tuvieran que hacerse. Tal como ocurrió con el proceso de adhesión, la pertenencia a la zona euro prácticamente no se cuestionó ni desde el ámbito político ni desde la ciudadanía, que ahora fue inducida a ver en el euro un paso ineludible para poder alcanzar el tan deseado “estilo de vida europeo”.
En esta etapa se acentuó el proceso de desindustrialización que se había iniciado con la integración y se exacerbaron los desequilibrios económicos.
El deterioro de la competitividad del modelo productivo español se ha debido a varios factores. Por una parte, en las décadas de los setenta y ochenta, los países del sureste asiático comenzaron a suponer una competencia significativa para algunos productos manufacturados europeos; más adelante, los procesos políticos y económicos de globalización han supuesto la consolidación de países como China, la India y el resto del sureste asiático como el centro manufacturero global, mucho más competitivos en la gran mayoría de sectores manufactureros que la industria europea.
Este proceso se ha visto reforzado por un gran número de relocalizaciones e inversiones industriales por parte del capital europeo (y norte-americano).
(Lo que no ocurría en la época de Franco ya que toda multinacional que quisiera instalarse en España debía formar una nueva sociedad con un mínimo del 50% de capital español).
Por otra parte, hay que tener en cuenta que la integración económica en la UE asocia países y empresas con sistemas productivos y niveles de competitividad muy variados.
La caída del muro de Berlín en 1989 y la re-integración de los países del Este de Europa en el capitalismo produjeron cambios importantes en la configuración de estas relaciones productivas y comerciales entre los diversos ámbitos de la UE.
Las ventajas anteriores de los países de la periferia de bajos costes laborales, permisividad legal, tecnología de segundo orden, y productos de bajo valor añadido, perdieron ventaja competitiva frente a los países del Este, a donde fueron dirigidos importantes flujos de inversión y recolocación industrial.
Esta evolución tuvo como claros perdedores a los países periféricos integrados en la eurozona. La economía española, como Portugal e Italia perdieron peso en las ventajas relativas para el comercio y en la atracción de las inversiones extranjeras directas, especialmente respecto a Asia y el Este de Europa.
La competencia no sólo se centraba en los sectores más tradicionales, sino también en sectores de tecnología intermedia en los que el Estado español estaba bien posicionado (como el automóvil). Este es un factor clave en el proceso de desindustrialización y degradación de las cuentas externas del Estado español
Mientras la especialización productiva basada en productos de bajo valor añadido se encontraba con crecientes dificultades en los países de la periferia Sur, los países centrales de la UE, como Alemania, los Países Bajos y los países nórdicos, experimentaban un proceso inverso: su especialización industrial en altas tecnologías, su privilegiada situación en el espacio europeo, y su política económica de austeridad les conducía a ser altamente competitivos.
Siendo, sin embargo, los países periféricos los que han proporcionado la demanda que necesitaban y han beneficiado a las economías altamente productivas de los países centrales. El efecto de la demanda de países como el Estado español en las exportaciones de Alemania no puede ignorarse. La demanda creciente de los países periféricos (Estado español, Grecia, Portugal) estimulada a base de crédito ha supuesto una importante salida para las producciones de los países centrales.
En resumen, la función de la periferia Sur de la UE en el sistema productivo europeo se ha invertido. Si hasta mediados de los años noventa, estos países eran proveedores de bienes intensivos en mano de obra (barata) y bajo valor añadido, es decir una industria precaria, con la integración económica y monetaria se han convertido en la fuente de una abundante demanda para las industrias de los países centrales de la UE, que, mucho más competitivos, han llegado a suponer una fuerte competencia para las industrias de los propios países periféricos.
¿Cómo se podía financiar esta demanda? La pertenencia al euro permitía ser mucho más permisivos respecto al déficit exterior, por un lado, y, por el otro, porque los países centrales, que disfrutaban de fuertes excedentes en sus cuentas exteriores, prestaban dinero a los importadores de los países periféricos y a sus instituciones financieras para que comprasen sus productos y concediesen préstamos al sector inmobiliario; cerrando así un círculo de producción y finanzas aparentemente casi perfecto.
El resultado de estas distintas dinámicas en la UE ha sido un desequilibrio comercial y una creciente divergencia en competitividad entre el centro y la periferia. Aunque es cierto que antes de la crisis, en la primera década del siglo XXI, los niveles de renta per cápita habían iniciado una ligera aproximación entre los países de la eurozona69, sin embargo, las diferencias en competitividad y en los sistemas productivos habían aumentado, resultando en profundos desequilibrios en la eurozona.
Una característica de las economías de la eurozona en la actualidad es la confluencia de países con continuos déficits en las cuentas comerciales externas, geográficamente situadas en la periferia, con excedentes en los países centrales, especialmente en Alemania. Los déficits de unos países están relacionados con los excedentes de otros, como puede observarse en los gráficos 4 y 5, situación que ha resultado en divergencias estructurales entre ambos grupos de países.
SEMINARI D'ECONOMIA CRÍTICA TAIFA (2014)
Conclusión: La Unión Europea ha fracasado en su único objetivo: La Economía.
ESPAÑA ES IRREVOCABLE
LA UNIDAD DE DESTINO
"Nadie podrá reprochamos de estrechez ante el problema catalán. En estas columnas antes que en ningún otro sitio, y, fuera de aquí, por los más autorizados de los nuestros, se ha formulado la tesis de España como unidad de destino.
Es decir, aquí no concebimos cicateramente a España como entidad física, como conjunto de atributos nativos (tierra, lengua, raza) en pugna vidriosa con cada hecho nativo local.
Aquí no nos burlamos de la bella lengua catalana ni ofendemos con sospechas de mira mercantil los movimientos sentimentales –equivocados gravísimamente, pero sentimentales– de Cataluña.
Lo que sostenemos aquí es que nada de eso puede justificar un nacionalismo, porque la nación no es una entidad física individualizada por sus accidentes orogáficos, étnicos o lingüísticos, sino una entidad histórica, diferenciada de las demás en lo universal por una propia unidad de destino.
España es pues, la nación, y no ninguno de los pueblos que la integran. Cuando esos pueblos se reunieron, hallaron en lo universal la justificación histórica de su propia existencia. Por eso España, el conjunto, fue la nación.
LA IRREVOCABILIDAD DE ESPAÑA
Unos niegan licitud al separatismo porque suponen que no cuenta con la aquiescencia de la mayoría de los catalanes. Otros afirman que no es admisible una situación semiseparatista, sino que hay que optar –¡qué optar!– entre la solidaridad completa o la independencia. "O hermanos o extranjeros", dice "ABC", y aún afirma recibir centenares de telegramas que le felicitan por decirlo.
Es prodigioso –y espeluznante– que periódico como "ABC", en el que la menor tibieza antiespañola no ha tenido jamás asilo, piense que cumple con su deber al acuñar semejante blasfemia: "Hermanos o extranjeros"; es decir, hay una opción: se puede ser una de las dos cosas.
¡No! La elección de la extranjería es absolutamente ilícita, pase lo que pase, renuncien o no renuncien al arancel, quiéranlo pocos catalanes, muchos o todos.
Más aún terminantemente: aunque todos los españoles estuvieran conformes en convertir a Cataluña en país extranjero, seria el hacerlo un crimen merecedor de la cólera celeste.
España es irrevocable.
Los españoles podrán decidir acerca de cosas secundarias; pero acerca de la esencia misma de España no tienen nada que decidir.
España no es nuestra, como objeto patrimonial; nuestra generación no es dueña absoluta de España; la ha recibido del esfuerzo de Generaciones y generaciones anteriores, y ha de entregarla, como depósito sagrado, a las que la sucedan.
Si aprovechara este momento de su paso por la continuidad de los siglos para dividir a España en pedazos, nuestra generación cometería para con las siguientes el más abusivo fraude, la más alevosa traición que es posible imaginar.
Las naciones no son contratos, rescindibles por la voluntad de quienes los otorgan: son fundaciones, con sustantividad propia, no dependientes de la voluntad de pocos ni muchos.
MAYORÍA DE EDAD
He aquí otra monstruosidad ideológica: se debe, con arreglo a esa teoría, conceder su Estatuto a una región –es decir, aflojar los resortes de la vigilancia unitaria– cuando esa región ha adquirido suficiente conciencia de sí misma; es decir, cuando se siente suficientemente desligada de la personalidad del conjunto. No es fácil, tampoco ahora, concebir más grave aberración. También corre prisa perfilar una tesis acerca de qué es la mayoría de edad regional acerca de cuándo deja de ser lícito conceder a una región su Estatuto.
Y esa mayoría de edad se nota, cabalmente, en lo contrario de la afirmación de la personalidad propia.
Una región es mayor de edad cuando ha adquirido tan fuertemente la conciencia de su unidad de destino en la patria común, que esa unidad ya no corre ningún riesgo por el hecho de que se aflojen las ligaduras administrativas.
Cuando la conciencia de la unidad de destino ha penetrado hasta el fondo del alma de una región, ya no hay peligro en darle Estatuto de autonomía.
La región andaluza, la región leonesa, pueden gozar de regímenes autónomos, en la seguridad de que ninguna solapada intención se propone aprovechar las ventajas del Estatuto para maquinar contra la integridad de España. Pero entregar Estatutos a regiones minadas de separatismo; multiplicar con los instrumentos del Estatuto las fuerzas operantes contra la unidad de España; dimitir la función estatal de vigilar sin descanso el desarrollo de toda la tendencia a la secesión es, ni más ni menos, un crimen.
SÍNTOMAS
Cataluña autónoma asiste al crecimiento de un separatismo que nadie refrena: el Estado, porque se ha inhibido de la vida catalana en las funciones primordiales: la formación espiritual de las generaciones nuevas, el orden público, la administración de justicia.... y la Generalidad, porque esa tendencia separatista, lejos de repugnarle, le resulta sumamente simpática.
Así, el germen destructor de España, de esta unidad de España lograda tan difícilmente, crece a sus anchas. Es como un incendio para cuya voracidad no sólo se ha acumulado combustible, sino que se ha trazado a los bomberos una barrera que les impide intervenir. ¿Qué quedará, en muy pocos años, de lo que fue bella arquitectura de España?
¡Y mientras tanto, a nosotros, a los que queremos salir por los confines de España gritando estas cosas, denunciando estas cosas, se nos encarcela, se nos cierran los centros, se nos impide la propaganda!
Y la insolencia separatista crece. Y el Gobierno busca fórmulas jurídicas. Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)."El separatismo local es signo de decadencia, que surge cabalmente cuando se olvida que una Patria no es aquello inmediato, físico, que podemos percibir hasta en el estado más primitivo de espontaneidad. Que una Patria no es el sabor del agua de esta fuente, no es el color de la tierra de estos sotos: que una Patria es una misión en la historia, una misión en lo universal. La vida de todos los pueblos es una lucha trágica entre lo espontáneo y lo histórico.
Los pueblos en estado primitivo saben percibir casi vegetalmente las características de la tierra. Los pueblos, cuando superan este estado primitivo, saben ya que lo que los configura no son las características terrenas, sino la misión que en lo universal los diferencia de los demás pueblos.
Cuando se produce la época de decadencia de ese sentido de la misión universal, empiezan a florecer otra vez los separatismos, empieza otra vez la gente a volverse a su suelo, a su tierra, a su música, a su habla, y otra vez se pone en peligro esta gloriosa integridad, que fue la España de los grandes tiempos".
Discurso en Valladolid 5-3-1934.
Ensayo sobre el Nacionalismo.
La Tésis Romántica de Nación.
Aquella fe romántica en la bondad nativa de los hombres fue hermana mayor de la otra fe en la bondad nativa de los pueblos. "EI hombre ha nacido libre, y, sin embargo, por todas partes se encuentra encadenado", dijo Rousseau. Era, por consecuencia, ideal rousseauniano devolver al hombre su libertad e ingenuidad nativas; desmontar hasta el límite posible toda la máquina social que para Rousseau había operado de corruptora. Sobre la misma línea llegaba a formularse, años después, la tesis romántica de las nacionalidades. Igual que la sociedad era cadena de los libres y buenos individuos, las arquitecturas históricas eran opresión de los pueblos espontáneos y libres. Tanta prisa como libertar a los individuos corría libertar a los pueblos.
Mirada de cerca, la tesis romántica iba encaminada a la descalificación; esto es, a la supresión de todo lo añadido por el esfuerzo (Derecho e Historia) a las entidades primarias, individuo y pueblo.
El Derecho había transformado al individuo en persona; la Historia había transformado al pueblo en polis, en régimen de Estado. El individuo es, respecto de la persona, lo que el pueblo respecto de la sociedad política. Para la tesis romántica, urgía regresar a lo primario, a lo espontáneo, tanto en un caso como en el otro.
El Individuo y la Persona.
El Derecho necesita, como presupuesto de existencia, la pluralidad orgánica de los individuos. El único habitante de una isla no es titular de ningún derecho ni sujeto de ninguna jurídica obligación. Su actividad sólo estará limitada por el alcance de sus propias fuerzas. Cuando más, si acaso, por el sentido moral de que disponga. Pero en cuanto al derecho, no es ni siquiera imaginable en situación así. El Derecho envuelve siempre la facultad de exigir algo; sólo hay derecho frente a un deber correlativo; toda cuestión de derecho no es sino una cuestión de límites entre las actividades de dos o varios sujetos. Por eso el Derecho presupone la convivencia; esto es, un sistema de normas condicionantes de la actividad vital de los individuos.
De ahí que el individuo, pura y simplemente, no sea el sujeto de las relaciones jurídicas; el individuo no es sino el substratum físico, biológico, con que el Derecho se encuentra para montar un sistema de relaciones reguladas. La verdadera unidad jurídica es la persona, esto es, el individuo, considerado, no en su calidad vital, sino como portador activo o pasivo de las relaciones sociales que el Derecho regula; como capaz de exigir, de ser compelido, de atacar y de transgredir.
Lo Nativo y la Nación.
De análoga manera, el pueblo, en su forma espontánea, no es sino el substratum de la sociedad política. Desde aquí, para entenderse, conviene usar ya la palabra nación, significando con ella precisamente eso: la sociedad política capaz de hallar en el Estado su máquina operante. Y con ello queda precisado el tema del presente trabajo: esclarecer qué es la nación: si la realidad espontánea de un pueblo, como piensan los nacionalistas románticos, o si algo que no se determina por los caracteres nativos.
El romanticismo era afecto a la naturalidad. La vuelta a la Naturaleza fue su consigna. Con esto, la nación vino a identificarse como lo nativo. Lo que determinaba una nación eran los caracteres étnicos, lingüísticos, tipográficos, climatológicos. En último extremo, la comunidad de usos, costumbres y tradición; pero tomada la tradición poco más que como el recuerdo de los mismos usos reiterados, no como referencia a un proceso histórico que fuera como una situación de partida hacia un punto de llegada tal vez inasequible.
Los nacionalismos más peligrosos, por lo disgregadores, son los que han entendido la nación de esta manera. Como se acepte que la nación está determinada por lo espontáneo, los nacionalismos particularistas ganan una posición inexpugnable. No cabe duda de que lo espontáneo les da la razón. Así es tan fácil de sentir el patriotismo local. Así se encienden tan pronto los pueblos en el frenesí jubiloso de sus cantos, de sus fiestas, de su tierra. Hay en todo eso como una llamada sensual, que se percibe hasta en el aroma del suelo: una corriente física, primitiva y encandilante, algo parecido a la embriaguez y a la plenitud de las plantas en la época de la fecundación.
Torpe Política.
A esa condición rústica y primaria deben los nacionalismos de tipo romántico su extremada vidriosidad.
Nada irrita más a los hombres y a los pueblos que el ver estorbos en el camino de sus movimientos elementales: el hambre y el celo –apetitos de análoga jerarquía a la llamada oscura de la tierra– son capaces, contrariados, de desencadenar las tragedias más graves. Por eso es torpe sobremanera oponer a los nacionalismos románticos actitudes románticas, suscitar sentimientos contra sentimientos. En el terreno afectivo, nada es tan fuerte como el nacionalismo local, precisamente por ser el más primario y asequible a todas las sensibilidades. Y, en cambio, cualquier tendencia a combatirlo por el camino del sentimiento envuelve el peligro de herir las fibras más profundas –por más elementales– del espíritu popular, y encrespar reacciones violentas contra aquello mismo que pretendió hacerse querer.
De esto tenemos ejemplo en España. Los nacionalismos locales, hábilmente, han puesto en juego resortes primarios de los pueblos donde se han producido: la tierra, la música, la lengua, los viejos usos campesinos, el recuerdo familiar de los mayores... Una actitud perfectamente inhábil ha querido cortar el exclusivismo nacionalista, hiriendo esos mismos resortes; algunos han acudido, por ejemplo, a la burla contra aquellas manifestaciones elementales; así los que han ridiculizado por brusca la lengua catalana.
No es posible imaginar política más tosca: cuando se ofende uno de esos sentimientos primarios instalados en lo profundo de la espontaneidad de un pueblo, la reacción elemental en contra es inevitable, aun por parte de los menos ganados por el espíritu nacionalista. Casi se trata de un fenómeno biológico.
Pero no es mucho más aguda la actitud de los que se han esforzado en despertar directamente, frente al sentimiento patriótico localista, el mero sentimiento patriótico unitario. Sentimiento por sentimiento, el más simple puede en todo caso más. Descender con el patriotismo unitario al terreno de lo afectivo es prestarse a llevar las de perder, porque el tirón de la tierra, perceptible por una sensibilidad casi vegetal, es más intenso cuanto más próximo.
El Destino en lo Universal.
¿Cómo, pues, revivificar el patriotismo de las grandes unidades heterogéneas? Nada menos que revisando el concepto de "nación", para construirlo sobre otras bases. Y aquí puede servirnos de pauta para lo que se dijo respecto de la diferencia entre "individuo" y "persona". Así como la persona es el individuo considerado en función de sociedad, la nación es el pueblo considerado en función de universalidad.
La persona no lo es en tanto rubia o morena, alta o baja, dotada de esta lengua o de la otra, sino en cuanto portadora de tales o cuales relaciones sociales reguladas. No se es persona sino en cuanto se es otro; es decir: uno frente a los otros, posible acreedor o deudor respecto de otros, titular de posiciones que no son las de los otros. La personalidad, pues, no se determina desde dentro, por ser agregado de células, sino desde fuera, por ser portador de relaciones. Del mismo modo, un pueblo no es nación por ninguna suerte de justificaciones físicas, colores o sabores locales, sino por ser otro en lo universal; es decir: por tener un destino que no es el de las otras naciones. Así, no todo pueblo ni todo agregado de pueblo es una nación, sino sólo aquellos que cumplen un destino histórico diferenciado en lo universal.
De aquí que sea superfluo poner en claro si en una nación se dan los requisitos de unidad de geografía, de raza o de lengua; lo importante es esclarecer si existe, en lo universal, la unidad de destino histórico.
Los tiempos clásicos vieron esto con su claridad acostumbrada. Por eso no usaron nunca las palabras "patria" y "nación" en el sentido romántico, ni clavaron las anclas del patriotismo en el oscuro amor a la tierra. Antes bien, prefirieron las expresiones como "Imperio" o "servicio del rey"; es decir, las expresiones alusivas al "instrumento histórico". La palabra "España", que es por sí misma enunciado de una empresa, siempre tendrá mucho más sentido que la frase "nación española". Y en Inglaterra, que es acaso el país de patriotismo más clásico, no sólo existe el vocablo "patria", sino que muy pocos son capaces de separar la palabra king (rey), símbolo de la unidad operante en la Historia, de la palabra country, referencia al soporte territorial de la unidad misma.
Lo Espontáneo y lo Difícil.
Llegamos al final del camino. Sólo el nacionalismo de la nación entendida así puede superar el efecto disgregador de los nacionalismos locales. Hay que reconocer todo lo que éstos tienen de auténticos; pero hay que suscitar frente a ellos un movimiento enérgico, de aspiración al nacionalismo misional, el que concibe a la Patria como unidad histórica del destino. Claro está que esta suerte de patriotismo es más difícil de sentir; pero en su dificultad está su grandeza. Toda existencia humana –de individuo o de pueblo– es una pugna trágica entre lo espontáneo y lo difícil.
Por lo mismo que el patriotismo de la tierra nativa se siente sin esfuerzo, y hasta con una sensualidad venenosa, es bella empresa humana desenlazarse de él y superarlo en el patriotismo de la misión inteligente y dura. Tal será la tarea de un nuevo nacionalismo: reemplazar el débil intento de combatir movimientos románticos con armas románticas, por la firmeza de levantar contra desbordamientos románticos firmes reductos clásicos, inexpugnables. Emplazad los soportes del patriotismo no en lo afectivo, sino en lo intelectual. Hacer del patriotismo no un vago sentimiento, que cualquiera veleidad marchita, sino una verdad tan inconmovible como las verdades matemáticas.
No por ello se quedará el patriotismo en árido producto intelectual. Las posiciones espirituales ganadas así, en lucha heroica contra lo espontáneo, son las que luego se instalan más hondamente en nuestra autenticidad. Por ejemplo, el amor a los padres, cuando ya hemos pasado de la edad en que los necesitamos, es, probablemente, de origen artificial. conquista de una rudimentaria cultura sobre la barbarie originaria. En estado de pura animalidad, la relación paternofilial no existe desde que los hijos pueden valerse. Las costumbres de muchos pueblos primitivos autorizaban a que los hijos matasen a los padres cuanto éstos ya eran, por viejos, pura carga económica. Sin embargo, ahora, la veneración a los padres está tan clavada en nosotros que nos parece como si fuera el más espontáneo de los afectos. Tal es, entre otras, la dulce recompensa que se gana con el esfuerzo por mejorar; si se pierden goces elementales, se encuentran, al final del camino, otros tan caros y tan intensos que hasta invaden el ámbito de los viejos afectos, extirpados al comenzar la empresa superadora. El corazón tiene sus razones, que la razón no entiende. Pero también la inteligencia tiene su manera de amar, como acaso no sabe el corazón.
José Antonio (Revista JONS, núm. 16, abril de 1934).
El "Nacionalismo Español".
Nosotros NO somos Nacionalistas Españoles.
Ahora, todo esto no es más que una parte; esto es volver a levantar sobre una base material humana la existencia de nuestro pueblo; pero también hay que unirlo por arriba; hay que darle una fe colectiva, hay que volver a la supremacía de lo espiritual.
La Patria es para nosotros, ya lo habéis oído aquí, una unidad de destino. La Patria no es el soporte físico de nuestra cuna; por haber sostenido a nuestra cuna no sería la Patria lo bastante para que nosotros la enalteciéramos, porque por mucha que sea nuestra vanidad, hay que reconocer que ha habido patrias que han conocido cunas mejores que la vuestra y la mía.
No es esto: la Patria no es nuestro centro espiritual por ser la nuestra, por ser físicamente la nuestra, sino porque hemos tenido la suerte incomparable de nacer en una Patria que se llama precisamente España, que ha cumplido un gran destino en lo universal y puede seguir cumpliéndolo.
Por eso nosotros nos sentimos unidos indestructiblemente a España, porque queremos participar en su destino; y no somos nacionalistas, porque ser nacionalistas es una pura sandez; es implantar los resortes espirituales más hondos sobre un motivo físico, sobre una mera circunstancia física; nosotros no somos nacionalistas, porque el nacionalismo es el individualismo de los pueblos; somos, ya lo dije en Salamanca otra vez, somos españoles, que es una de las pocas cosas serias que se puede ser en el mundo.
José Antonio Primo de Rivera: Discurso de Claurura del II Consejo Nacional de La Falange Española de las JONS pronunciado en el cine Madrid, de Madrid, el día 17 de noviembre de 1935).
"¿Son ustedes, pues, nacionalistas?
No. de ninguna manera. El Nacionalismo es el individualismo de los pueblos. El nacionalismo es la creencia de que todo pueblo, por el hecho biológico de serlo, tiene derecho a la independencia política. Y yo creo que el hecho de que un pueblo se haya transformado biológicamente no le da la personalidad política suficiente para querer diferenciarse de los demás. Por el hecho biológico de axistir no se es colectivamente una nación, así como el individuo, por serlo, no puede atribuirse magistraturas caprichosamente. Hace falta una razón histórica. Nosotros tratamos de que España se encuentre a sí misma, y a eso vamos".
José Antonio. Entrevista de La Vanguardia 6-07-1935.
Aún siendo conscientes que, como siempre, la interpretación de José Antonio es de largo la más acertada y refinada, en realidad mucho depende del significado que se quiera dar al término. Onésimo Redondo que aceptó con el tiempo la solidez de las tesis joseantonianas, había aceptado en el pasado la etiqueta del Nacionalismo bajo su propia interpretación personal del significado de este término:
La Utilidad del Nacionalismo.
Nada teme tanto la bestia roja como el nacionalismo.
En España, para muchas gentes, casi todo el pueblo, hablar de nacionalismo es ocuparse de las pequeñas particularidades del vasquismo, catalanismo o galIeguismo. Precisamente estos movimientos son incompatibles, o al menos contrarios, al nacionalismo de que aquí hablamos: al nacionalismo español.
¿Quién duda que en España está decaída la idea de Patria?
No lo está tanto el afecto patriótico, el amor a España, con estarlo mucho. Hay un pueblo verdadero, el que trabaja sin hacer política y no ha consentido en abandonar en manos de los revolucionarios traidores la fidelidad nacional adquirida por naturaleza y tradición: ese pueblo -la aplastante mayoría de la población hispana conserva amor a España bastante para ser el germen de una auténtica resurrección nacional.
Más decaída, decimos, que el afecto a la Patria, con estarlo éste tanto, se encuentra la idea nacional.
El nacionalismo es el movimiento dedicado a restaurar esa idea, o si se quiere, la idea misma en sí, para poner en movimiento al pueblo.
Si titulamos este artículo "La utilidad del nacionalismo" es porque queremos hablar, brevemente, más que de su definición, de su conveniencia en la fase actual de la vida española.
En la recentísima admonición o repasata que los comunistas españoles, el partido de los traidores moscovitas, ha recibido de Rusia y que «El Sol» ha publicado ampliamente, una de las órdenes «concretas» que reciben los mercenarios del comunismo de sus amos rusos es la de demostrarse contra la ofensiva nacionalista.
No ha empezado, puede decirse, ésta y ya el bolchevismo invasor, desde el centro de las Rusias, se muestra vigilante.
Y es que para la Internacional bolchevique es bastante dura y de sobra aleccionadora la experiencia de sus luchas en toda Europa -Italia, Francia, Alemania, Hungría, Inglaterra- frente a la idea nacional corporizada en formas de fascismo cuando el peligro lo exige, o simplemente como unión sagrada de todas las fuerzas no traidoras, cuando la audacia roja no ha llegado a los extremos que hacen necesario aquél.
Frente a un nacionalismo inteligente y juvenil, el comunismo lucha siempre en condiciones de inferioridad, y, al fin, es vencido.
Nosotros queremos llevar al convencimiento de nuestros lectores castellanos, y particularmente clavar en los cerebros de los jóvenes que acompañan la actividad hispánica de "Libertad", estas verdades escuetas, ya repetidas -aunque difusamente- en el semanario:
A) Que trabajan contra la prosperidad de España y el bienestar del pueblo, fuerzas traidoras cuyo desenlace final es el comunismo, encadenadas entre sí a partir de la masonería llamada democracia que hoy gobierna.
B) Que sólo se puede hacer frente a los traidores y truncar sus planes de barbarización y expolio con un levantamiento nacionalista.
Características del nacionalismo
1.° El nacionalismo en sí no es monárquico ni tampoco antimonárquico.
2.° No es tampoco confesional, pero de ningún modo antirreligioso.
3º. Es un movimiento de lucha múltiple, desenvuelta en todos los terrenos en que la necesidad de sojuzgar a los traidores lo haga preciso, sin excluir, por tanto, la actuación armada. Esta es una nota específica del movimiento.
4.° El nacionalismo debe ser ampliamente popular y, desde luego, revolucionario. Su esencia, en este aspecto, es el sindicalismo antiburgués -ordenación forzosa de las fuerzas productoras en un sistema corporativo fuertemente vigilado por el Estado- y, a la vez antimarxista, porque excluye las bárbaras ilusiones de una proletarización completa de la sociedad.
Todos los puntos enunciados merecen más amplio desarrollo, que nos proponemos hacer en números sucesivos.
(Libertad, núm. 36, 15 de febrero de 1932.- Reproducido parcialmente en el mismo semanario, núm. 87, 11 de junio de 1934, y en El Estado Nacional, págs. 31-33.)
La "Bestia Roja" en la Semana Trágica de Barcelona, en la proclamación de la II República y en el triunfo del Frente Popular mediante fraude electoral. Despues...vino la guerra. |
El nacionalismo: ni monárquico, ni republicano.
"No es España tradicionalmente, íntimamente monárquica y religiosa? Luego no puede haber nacionalismo que no sea católico y monárquico. Otra cosa no es nacionalismo español".
Así discurren muchos que no han acertado a concebir el nacionalismo sino como un ropaje más -no decimos disfraz- de sus ideas viejas y de las premisas ciegas, sin dudas nobles, de su parcial criterio político.
Nosotros contestamos:
«El nacionalismo no es monárquico ni antimonárquico. Tampoco es confesional, pero de ningún modo antirreligioso.»
Vamos a concretarnos, por hoy, a explicar la primera de esas dos características, que a tantos parecerá incongruente.
¿Es posible que haya quien sinceramente no sea monárquico ni republicano?
La opinión española, el ambiente todo de lucha política que conmueve y perturba el ser nacional, está dominado por convencionalismos vacuos, por problemas de artificio y por palabras que no aprovechan, a no ser a los políticos que precisamente de la confusión viven.
Uno de los convencionalismo s o mitos más absurdos y perjudiciales es el de dividir por fuerza a los españoles en republicanos y monárquicos, haciendo irreconciliables a los unos con los otros, sometiendo por necesidad y ante todo al pueblo, a la pugna ruinosa de esas dos tendencias.
Si el nacionalismo, que es un pensamiento esencialmente renovador, revolucionario, quiere limpiar su camino, y el camino de la nueva política española, de todo lo que traba la marcha del resurgimiento nacional, debe prescindir austeramente, brutalmente, de la mitología monárquica y de la mitología republicana.
Para el nacionalismo verdadero no hay más numen que España, ni más venero de consulta que el hondo latir de los deseos del pueblo verdadero.
Cuando este pueblo, libre y claramente, mediante una voz de pujante sinceridad hispana diga que es monárquico, la monarquía sea: la forma del nacionalismo.
Y mientras la República sea consentida por el pueblo, lo mismo que si auténticamente es elegida por la voz histórica -que bien puede ser distinta que la voz electoral- de la nación hispana, respétese la República como forma del nacionalismo.
La «consubstancialidad» monárquica de ayer, lo mismo que el salvaje fanatismo republicano de hoy, son posturas perturbadoras y antipatrióticas.
A los traidores que se han adueñado de los mandos y quieren ocultar su ineptitud famélica, sus ambiciones rapaces y sus planes de barbarízación antinacional, bajo la espesa hipocresía de los problemas artificiales, les va muy bien con la lucha loca de los ciudadanos en torno al respectivo mito.
Eso de la defensa de la República, y el truco gastado de las «provocaciones monárquicas», es un comodín harto beneficioso para que los maleantes encumbrados esquiven sus responsabilidades y retrasen indefinidamente la solución de los problemas positivos.
Necio sería el nacionalismo si cándidamente hiciera de comparsa en ese juego de espejuelos, enredándose como casi todos los partidos en la trama incauta de las intransigencias sobre la forma de gobierno.
No. Hay algo que importa más que el nombre del régimen, y es su calidad de nacional o antinacional.
El nacionalismo parte -por definición- de un luminoso convencimiento: el de que hay una nacionalidad postergada y una cuestión de independencia que urge solucionar radicalmente porque es de vida o muerte.
España está dominada por fuerzas extrañas, por españoles traidores que sirven de ejecutores a los planes concebidos fuera de la nación en contra nuestra, y este problema de restauración patriótica importa más que el de restauración monárquica y que el de consolidación republica.
Quien prenda la suerte de España a la soberanía de una determinada persona, vuelve las espaldas al problema nacionalista y se empeña en detener al pueblo en preocupaciones insustanciales, lo mismo que esos traidores que han dicho:
"Ante todo, la República."
El grito y el nervio nacionalista no puede ser otro que éste sincera, práctica, rabiosamente sentido: España ante todo.
(Libertad, núm. 37, 22 de febrero de 1932.-':'-Reproducido en El Estado Nacional, págs. 34-36.).
El nacionalismo no debe ser confesional.
Decir que es «confesional» un movimiento político significa que éste se determina, de modo directo y específico, a enarbolar la religión como uno de sus lemas, a su defensa como uno de los fines característicos del partido.
En este sentido es como decimos que el nacionalismo, concretamente el nacionalismo español,
no debe ser confesional.
Esta afirmación, si no choca -de ningún modo- con la doctrina y las normas generales o concretas de la Iglesia, sí choca con el parecer de un sinnúmero de católicos de los que podemos llamar «militantes», o católicos entusiastas.
¿Con que el nacionalismo español debe o puede ser anticatólico? ¿Es que a la España nacional, la
verdadera, la de la historia gloriosa, se la puede separar de la religión católica?
Y los que así preguntan entienden colocar al pensamiento nacionalista en una estrecha disyuntiva: si contestamos de modo desfavorable a la intención de las preguntas, nos replicarán:
"¡Pues eso no es nacionalismo español! "
Y si respondemos -como, sin duda, es más exacto- de conformidad con el sentido de las preguntas, argüirá seguidamente el católico receloso:
"Luego el nacionalismo español debe ser nacionalismo católico, es decir, confesional."
Y aquí está el error. Porque podemos reconocer que la grandeza de España va enlazada a su catolicidad; aceptar que el nacionalismo no puede ser anticatólico, y sostener,sin embargo, como es nuestra tesis:
"El nacionalismo español no debe ser confesional, no debe ser nacionalismo católico".
¿Razones? Son innumerables: imposibles de situar completamente en un artículo y, además, de tan gruesa importancia y conveniencia, lo mismo desde el punto de vista religioso que desde el punto de vista nacional, que sólo se explica la discrepancia de muchos temperamentos de derecha por una de esas formaciones impulsivas y rutinarias tan acreditadas y extendidas en los modos políticos del catolicismo español militante.
1. El nacionalismo, por principio, y bajo pena de extinción, es un movimiento nacional totalitario, esto es, encaminado a dominar en la nación por completo.
2. El nacionalismo ha de ser, en esencia, desde el primer instante, popular: con mayores aptitudes de popularidad que ningún partido político.
3. El pueblo español, en su generalidad, comprendiendo todas las regiones de nuestro territorio, no posee un catolicismo militante. Esto no quiere decir que la mayoría de España sea anticatólica.
4. El nacionalismo va a disputar, amplia y rápidamente, la hegemonía de la masa obrera a las organizaciones marxistas, y los obreros, en su mayor parte, no son confesionales, no son católicos
militantes.
5. El nacionalismo es un movimiento de lucha; debe llegar incluso a las actuaciones guerreras, de violencia, en servicio de España contra los traidores de dentro de ella. No es posible, ni conveniente, ejercitar esas violencias en la política, con la religión como bandera.
6. Como movimiento esencialmente espiritualista, es decir, inspirado y basado en virtudes cívicas -el culto a la Patria, la veneración de la propia historia, el respeto a la jerarquía, la abnegación en beneficio del pueblo, la defensa de la familia cristiana-, el nacionalismo respeta eficazmente a la religión católica.
7. Decir que no es confesional no significa que el nacionalismo sea neutro. Es precisamente enemigo declarado de las fuerzas neutras , liberalismo, masonería.
Como hay materia para más de un artículo, y no pretendemos haber agotado las razones o proposiciones que fortalecen nuestra tesis, dejamos para números sucesivos el desarrollo de esas razones.
Hay muchos jóvenes que sueñan con el fervor nacionalista, que anhelan ver hecho carne un gran movimiento de independencia con ese nombre, y que formados en el seno del catolicismo práctico y entusiasta, se hallan preocupados por la tenaz posición del nacionalismo, tal como aquí le entendemos y debe entenderse, que es desprovisto de una especial profesión de fe católica.
A muchos de ellos les aconsejamos lean o relean la conocida pastoral colectiva de los obispos
españoles, en la que pueden aprender tranquilidad y tolerancia.
Que recuerden concretamente las palabras de Jesús, en esa carta recordadas:
"El que no está contra vosotros, en favor de vosotros está",
y que no afirmen con mezquina intransigencia que está retirado de Cristo el hombre o el partido que no esté "con ellos", pero tampoco esté contra los principios inmutables de justicia, honestidad y fraternidad cristianas, regentados por la Iglesia.
(Libertad, núm. 38, 29 de febrero de 1932.-Reproducido en El Estado Nacional, págs. 36-39.)
Por qué no es confesional el nacionalismo.
Debemos barrer el problema artificial
Es incalculable el daño que recibe una religión cuando sus derechos y prerrogativas, sus dogmas y sus ritos se traen de continuo al palenque de las luchas políticas.
Con fino sentido de su misión y su conveniencia, la Iglesia Romana dice:
"No entro en la política mientras la política no entre en el altar."
La danza de lo político alrededor de lo religioso es en los tiempos actuales un compromiso y un apetito de los enemigos de la Iglesia. Masones, judíos y marxistas, que con tanta frecuencia son una sola cosa, encuentran un colosal aliciente en la lucha político-religiosa.
Viven haciendo lo contrario de lo que dicen y diciendo lo contrario de lo que hacen.
Proclaman la separación de lo religioso y lo político, y no duermen, espoleados por su preocupación antirreligiosa.
El llamado "anticlericalismo", que es la máscara demagógica de la política anticristiana, tiene bien probada su voracidad contra el catolicismo: continuamente sirve para que la política invada el altar, y su fin cierto es raer la religión de las generaciones venideras, utilizando el monopolio y la coacción política. Todo ello, como se sabe, a título de liberalismo.
Ante esta táctica persecutoria no cabe duda que la Iglesia debe defenderse. Y es tan normal como justo que, valiéndose de la emoción religiosa de sus hijos, entable una defensa adecuada en el terreno de lo político. De ahí los partidos católicos.
En España, como en Alemania, Bélgica o Austria, los partidos católicos tienen su origen en la persecución: son movimientos defensivos contra la aparición de una pítica llamada, de ordinario, neutral o liberal, que tiende a batir a la religión; y aquí entra el nacionalismo preguntando:
¿No puede haber un movimiento que sin ser "el defensor" de la religión tienda a eliminar el motivo religioso de las luchas políticas?
El nacionalismo afirma que el llamado problema "religioso" en España es una invención de políticos y sectas hipócritas, que no van a resolver una cuestión existente, sino que la han creado para sus fines anticristianos. Es un pretexto para disimular un apetito persecutorio que al pueblo repugna, una fuente de recursos demagógicos para embaucar a los ignorantes, una pantalla para encubrir ineptitudes y un comodín para eludir fracasos.
Los llamados "anticlericales" son los políticos de la hipocresía profesional: ocupan el primer lugar entre los traidores que el nacionalismo debe barrer.
Posición religiosa del nacionalismo.
España necesita, dice el pensamiento nacionalista, una convulsión de su pueblo verdadero, de la totalidad genuina del pueblo no embaucado por los traidores, que elimine a éstos y a los problemas artificiales o hipócritas que han suscitado para su lucro: uno de ellos es el llamado problema religioso.
La verdadera juventud del pensamiento nacionalista, la virtud suprema y de verdad revolucionaria del mismo radica en ver las cosas, las situaciones y los problemas con un prisma distinto, por lo elevado y amplio de las parcialidades políticas vigentes. Viene el nacionalismo, como hemos dicho en el artículo anterior, a hacer una política totalitaria; es decir, a dominar en la nación por completo, no admitiendo, como en las carcomidas democracias liberales -preludio insensato de la tiranía materialista-, una "oposición política" que dispute el mando y perpetúe la discordia en la política.
Por eso debe empezar por eliminar francamente uno de los afanes parciales, divisorios, antipatrióticos, de la masonería hoy dominante: la persecución religiosa.
Pero también por ser totalitario, por no representar a ninguna fracción religiosa, aunque ésta sea mayoritaria, como la católica en España, el nacionalismo -que es hoy la aspiración y será mañana la encarnación única del Estado español- no tiene por qué ser un movimiento dedicado a defender a la religión: no puede ser confesional en la lucha, sin perjuicio de lo que la Nación quiera que sea en el triunfo.
Dentro de él caben -¿quién osa negarlo?- los católicos tibios que no quieren militar en un partido confesional, los indiferentes y los descreídos con esta condición: que no lleven anhelos persecutorios encubiertos, como es norma de los elementos llamados "neutros", y esta otra: que sintiendo a España en su grandeza espiritual y aspirando a fortalecerla, respeten la religión de nuestra progenie histórica y encarezcan francamente sus libertades y derechos.
En otros artículos abundaremos en las razones que son de añadir a las hoy expuestas, girando en torno a las siete afirmaciones que en el trabajo anterior puntualizábamos.(Libertad, núm. 39, 7 de marzo de 1932.-Reproducido en El Estado Nacional, págs. 39-42.)
Rafael Sánchez Mazas y los Mininacionalismos.
Si había un movimiento genuinamente español ése era el que representaba la Falange, cuyos orígenes intelectuales y doctrinales Sánchez Mazas remontaba, en un escrito de diciembre de 1933, al Imperio del siglo XVI y la Contrarreforma.
La unidad y la grandeza de España constituyen uno de los elementos principales del discurso de Sánchez Mazas. La crítica del separatismo, encarnado sobre todo en el nacionalismo catalán, aparece frecuentemente en sus textos de los años republicanos, como cuando escribe que el nacionalismo disgregador no es sino
«BOVARYSMO separatista de divorciada provinciana», generador de pérdida de libertad para España pues «sus honradas hijas» (Vizcaya, Cataluña) son sometidas a una auténtica «trata de blancas» al pretender (los nacionalistas) ponerlas en manos de potencias extranjeras.
Naturalmente, la crítica del separatismo no debe confundirse, explica Sánchez Mazas, con una concepción uniformizadora y homogeneizadora de España. Todo lo contrario: es necesario reconocer la diversidad de España y la pluralidad de los pueblos que la forman (y que según él son cinco: vascos, catalanes, castellanos, gallegos y andaluces).
Si España fue grande en el pasado fue precisamente porque esos pueblos supieron unirse en un destino común, superando la simple identificación con el terruño, la raza, el clima «y las cosas que hacen iguales a los rebaños».
Afirmación ésta que nos lleva directamente a una cuestión central como es el concepto de nación que late en el falangismo de Sánchez Mazas.
Para los falangistas, nos dice Sánchez Mazas, el territorio, la raza, la lengua... son elementos importantes en la definición de la nación. Pero no son ni mucho menos los más importantes ni, desde luego, determinantes lo que es coherente con su afirmación anterior sobre los pueblos de España y la superación de sus hechos diferenciales. Por el contrario, lo que hace a España una nación, «una unidad orgánica superior», es la «unidad de destino» que permite agavillar a todos los españoles en torno a un único y gran proyecto universal y que se eleva hacia el Imperio.
El planteamiento es de claras resonancias orteguianas —tras pasar por el filtro joseantoniano—, pero Sánchez Mazas no se detiene ahí, y es que, evidentemente, nos recuerda el escritor falangista, hay condicionantes físicos de la unidad, pero lo verdaderamente importante está en otra parte:
«Del Pirineo a las columnas de Hércules, existen condiciones impuestas a la unidad que son
ciertamente naturales y particulares, pero las razones para conquistar esta unidad —recobro de la libertad y de la fe— son sobrenaturales y universales».
El concepto de nación es inseparable del de unidad. Pero los falangistas, sigue argumentando Sánchez Mazas, no cometen la simpleza de otros de identificar la unidad nacional con su unidad territorial, física. Ya antes, en otro artículo, había advertido de que la unidad nacional implicaba también «la unidad social y la unidad política», contra la que atentaban los partidos políticos que se guiaban por
intereses de clase, lo que los convertía, como a los nacionalistas catalanes o vascos, en separatistas.
El Ser de la Hispanidad.
- El dilema de ser o valer.
Sería mucha pretensión imaginarse que al tratar de definir la Hispanidad nos estemos aventurando "por mares nunca de antes navegados".
El tema de la patria, de la nación o de la "ciudad" es tan antiguo como la cultura. El intento de definirlo, sin embargo, tropieza con dificultades que aún no han sido vencidas. Aquí los mapas nos sirven de poco.
Hasta hace pocos años figuraba en ellos Polonia como parte de Rusia, Alemania y Austria, lo que no la impedía seguir siendo Polonia.
La India es una de las colonias de Inglaterra, lo que no quita para que ningún inglés admita a un indio entre sus compatriotas.
Y la Hispanidad aparece dividida en veinte Estados, lo que no logra destruir lo que hay en ellos de común y constituye lo que pudiera denominarse la hispanidad de la Hispanidad.
Si este espíritu de las naciones o de los grupos nacionales fuera tan visible y evidente como el Ministerio de la Gobernación o la Dirección de Seguridad, no habría problema. Pero algo eludible y fugitivo debe de haber en su constitución cuando tantos españoles e hispanoamericanos de aguda inteligencia pueden vivir como si no existiera. Esa mariposa volandera es lo que quisiéramos apresar entre los dedos, para mirarla con detenimiento.
Este es un tema de tal naturaleza, que en cuanto se nos quiere simplificar se nos escapa.
Cuando un joven francés de talento, como M. Daniel Rops, nos dice en su libro último Les années tournantes, que: "La patria no es un Moloch...Es un ser de carne y de sangre, de nuestra carne y nuestra sangre", no se sabe si M. Rops ha meditado bien las consecuencias de su aserto, porque si la Patria es un ser de carne y sangre, como sólo metafóricamente se puede hablar de la carne y la sangre de Francia, mientras que la carne y la sangre de los franceses son de una realidad indiscutible, resultará que Francia no es más que un nombre y que no hay más realidad que la de los franceses, con lo que se suprime la cuestión, que consiste precisamente en esclarecer en qué consiste la esencia de las naciones, la esencia de Francia.
De las palabras de M. Rops se deduciría que no existe y que el patriotismo de los franceses no les obliga más que a ayudarse unos a otros, lo que es insuficiente, porque esta ayuda mutua puede ser muy cómoda para los que la reciben, pero muy incómoda para los que la dan, lo que hará probablemente preguntarse a éstos por la razón de que se hayan de sacrificar por sus hermanos, y a esta pregunta ya no hay respuesta, porque la razón de los deberes de solidaridad de los compatriotas ha de buscarse en la autoridad superior de la Patria, de la misma manera que las obligaciones de hermandad de los hombres dependen de la paternidad de Dios.
Esta autoridad superior de la Patria sobre los individuos es lo mismo que quiso expresar nuestro Cánovas con su magnífica sentencia:
"Con la Patria se está con razón y sin razón, como se está con el padre y con la madre."
Sólo que estas palabras no se deben entender literalmente, sino en su sentido polémico.
Lo que quería decir Cánovas es que se debe estar con la Patria, porque de hecho su discurso se dirigía también a algunas gentes que no estaban conformes con su política ni con su sentido de la Patria.
Quizás penetrara mejor en el espíritu de las naciones Mauricio Barrés al definirlas como "la tierra y los muertos", aunque tampoco se le ha de entender al pie de la letra, porque en ese caso describirían sus palabras más la esencia de un cementerio que la de una nación.
Los muertos de Barrés no son los cadáveres, sino las obras, las hazañas, los ideales de las generaciones pasadas, en cuanto marcan orientaciones y valores para la presente y las que han de sucederla.
Pero lo mismo estos conceptos que el de D. Antonio Maura, cuando decía que "la Patria no se elige", envolvían cierta confusión entre la región de los valores y la de los seres, que conviene desvanecer de una vez para siempre, precisamente para que no se frustren los propósitos patriotas que animaban a tan excelsas personalidades, ya que lo mismo Cánovas que Maura que Barrés concibieron su patriotismo en disputa con los antipatriotas o los tibios, que no querían se sacrificaran intereses particulares en aras de una patria demasiado exigente.
Así también se escriben estas páginas pensando en los muchísimos españoles e hispano-americanos de talento que han perdido el sentido de las tradiciones hispánicas, pero de ningún modo hemos de decirles, como Cánovas, Maura o Barrés, que tienen que estar de todos modos con la tierra y los muertos, sea su voluntad la que fuere, y que este es un hecho que está por encima del albedrío individual, aunque haya en este argumento su parte de verdad, porque es evidente, de otra parte, que el hecho de que aquellas gentes talentudas se coloquen frente a las tradiciones de su madre Patria o continúen ignorándolas, es por sí mismo prueba plena de que se pierde el tiempo diciéndoles que tienen que estar donde no están, como lo perdería el que dijese a ciegos, cojos o sordos que los hombres no pueden ser ciegos, ni cojos, ni sordos, y lo único que probaría es que estaba confundiendo el ideal con la realidad.
Ahora bien: mentes esclarecidas no caerían en esta confusión si no fuera porque se trata de una materia en la que se entrelazan íntimamente el mundo del ser y el de los valores.
Por eso es posible que un espíritu tan fino como el de M. Charles Maurras, en su Diccionario Político y Crítico, siga a nuestro Cánovas al considerar la Patria como un ser de la misma naturaleza que nuestro padre y nuestra madre. He aquí sus palabras:
"Es verdad; hace falta que la Patria se conduzca justamente. Pero no es el problema de su conducta, de su movimiento, de su acción el que se plantea cuando se trata de considerar o de practicar el patriotismo, sino la cuestión de su ser mismo, el problema de su vida o de su muerte. Para ser justa (o injusta) es preciso primero que sea. Es sofístico introducir el caso de la justicia, de la injusticia o de cualquier otro atributo de la Patria en el capítulo que trata solamente de su ser. Hay que agradecer y honrar al padre y a la madre, independientemente de su título personal a nuestra simpatía. Hay que respetar y honrar a la Patria, porque es ella, y nosotros somos nosotros, independientemente de las satisfacciones que pueda ofrecer a nuestro espíritu de justicia o a nuestro amor de gloria. Nuestro padre puede ir a presidio; hay que honrarle. Nuestra patria puede cometer grandes faltas; hay que empezar por defenderla, para que esté segura y libre. La justicia no perderá nada con ello, porque la primera condición de una patria justa, como de toda patria, es la de existir, y la segunda, la de poseer la independencia de movimiento y la libertad de acción, sin las cuales la justicia no es más que un sueño."
Con los sentimientos que inspira a M. Maurras podemos simpatizar de todo corazón, sin asentir a sus palabras, ni mucho menos compartir sus conceptos.
Francia es un país central, que ha estado en todo tiempo rodeado de pueblos poderosos, a veces rivales y enemigos suyos. Los franceses han tenido que vivir desde hace bastantes siglos en constante centinela. Para resistir el ímpetu de estos vecinos han necesitados unirse íntimamente. Y por eso puede decir M. Maurras, en otra cláusula de su artículo, que:
"El amor de la Patria pone de acuerdo a los franceses: católicos, librepensadores o protestantes; monárquicos o republicanos. La Patria es lo que une, por encima de todo lo que divide."
Pero hasta en Francia hace falta predicar constantemente el patriotismo, y por eso pide M. Maurras que se conjure al Estado
"a enseñar la Patria, la Patria real, concreta, el suelo sagrado en donde duermen los huesos de los padres y la semilla de los nietos, los siglos encadenados de la historia de Francia y las perspectivas de nuestra civilización venidera"; y añade que " la enseñanza de la Patria es la enseñanza y la defensa del nombre, de la sangre, del honor y del territorio francés."
También tiene Francia sus antipatriotas. Contra ellos se yergue vigoroso, legítimo, inexpugnable, el ideal nacionalista.
Para defender la patria francesa contra sus enemigos externos e internos, M. Maurras cree conveniente alzar la categoría suprema de su pensamiento, que probablemente, en su filosofía positivista, es la de la realidad, la de la sustancia tangible y ponderable. Por eso dice que antes de la justicia o de la injusticia está el ser, lo que en los términos de nuestro modo de pensar equivale a afirmar la primacia o superioridad del ser sobre el valer.
Ahora bien: al decir que la Patria es un ser positivo, que ha de defenderse a toda costa, M. Maurras está diciendo algo que coincide con el pensar común de los hombres, sobre todo en países como Francia, que han sufrido diversas invasiones en estas generaciones y donde la defensa nacional constituye una de las mayores preocupaciones de los hombres públicos y buen número de ciudadanos. Todo parece comprobar la idea de que la Patria es un ser: ahí están el territorio, la población, con sus características corpóreas, el lenguaje propio, los recuerdos personales de la última guerra, las memorias verbales y escritas de las guerras anteriores.
De otra parte, esta filosofía, que hace preceder el ser a los valores, se acopla sin esfuerzo al sentir ordinario que supone que también en los hombres es anterior el ser a las obras de mérito o desmérito de que se hagan responsables en su vida.
Este modo corriente de pensar halla su confirmación en las teorías evolucionistas, que hacen creer en la existencia de hombres y acaso de sociedades humanas anteriores a toda cultura, a toda obra del espíritu.
Innecesario añadir que en la actualidad hay muchos millones de hombres que son evolucionistas, y aun darvinianos, sin tener una idea precisa de lo que se significa con esas palabras. Se trata de ideas que están en el aire, como la interpretación marxista o económica de la historia, lo que no quiere decir que sean verdaderas.
Porque también hay otra filosofía que supone que el espíritu es anterior a todo, y que en la ontología de la nación o de la Patria, el valor es anterior al ser.
En Francia, por ejemplo, es también posible suponer que nació la patria francesa el día en que Clodoveo, rey de los francos, hizo de París su capital y adoptó la religión cristiana, porque entonces se efectuó la infusión de la ley sálica sobre sucesión de tierras en el derecho romano y el canónico, la del espíritu militar germánico en la civilización latina, la de un acento nórdico en una lengua romana y la de la religión católica en el espíritu racista y aristocrático de los pueblos septentrionales.
Antes de Clodoveo no veo en el país vecino sino tierras y razas, elementos que contribuyen a formar la patria francesa, pero que no son todavía Francia.
Francia surge con la amalgama físico-espiritual, que hace el rey Clodoveo, de elementos nórdicos, meridionales y universales, amalgama que tiene que ser de gran valor humano, porque su armonía y resistencia se han probado en el curso de mil cuatrocientos años de historia, al cabo de los cuales sigue siendo Francia la misma esencialmente, y aún parece dispuesta a resistir otros catorce siglos el oleaje del tiempo.
Al decir esto no se pretende resolver desde luego el problema de si el ser de las naciones es anterior a su valor o si es su valor, por el contrario, lo que crea y conserva su existencia.
Lo que se afirma es que hay en ello una cuestión genérica, es decir, relativa a todas las naciones, que ha de esclarecerse antes que la específica de la Hispanidad. Y para precisarla mejor se ha de empezar por dejar establecido que en todas las naciones el patriotismo es complejo y se refiere al mismo tiempo al territorio, a la raza y a los valores culturales, tales como las letras y las artes, las tradiciones, las hazañas históricas, la religión, las costumbres, etc.
El patriotismo del hombre normal se dirige al complejo de todo ello: territorio, raza y valores culturales.
Ama el territorio natal porque es el que le ha nutrido, y su propio cuerpo viene a ser un pedazo de la tierra nativa.
Quiere a las gentes de su raza porque son también pedazos de su tierra y se le parecen más que las de otros países, por lo cual las entiende mejor.
Aprecia más que otros los valores culturales patrios porque su alma se ha criado en ellos y los encuentra más compenetrados con su tierra, su gente y el alma de su gente que los de otras naciones.
Pero en este afecto hacia la territorio, la raza y los valores hay sus más y sus menos.
Los pueblos quieren más el territorio y la raza; las gentes cultivadas, los valores.
Entre los pueblos, el patriotismo de los nórdicos -ingleses, alemanes, escandinavos- es más racial que territorial; el de los latinos, más territorial.
Entre los mismos españoles, el sentimiento de los catalanistas es más territorial que racial, mientras que el de los bizcaitarras, más racial que territorial.
El hombre medio considera como su Patria el complejo de territorio, raza y valores culturales a los que pertenece, y no se pone a discurrir que lo constituyen elementos heterogéneos, de los cuales unos son "ónticos": el territorio y la raza, mientras que los culturales son espirituales o valorativos. Pero de esta heterogeneidad surge el problema.
El pensador -y a veces también el político, el escritor y todo el que intente ejercitar alguna influencia sobre sus compatriotas- tiene que preguntarse si en este complejo de la patria es lo primero y más fundamental el territorio, la raza o los valores culturales. ¿Cómo vamos a poner en tela de juicio el ser del Quijote o el de la batalla del Salado?
No se trata de eso, sino de comprenderlos, para fijar su orden genético, para lo cual hay que dilucidar si el ser de la Patria, mezcla de elementos ónticos o de los valorativos, surge de sus elementos ónticos o de los valorativos.
La consecuencia práctica de adoptar una u otra solución será de inmensa trascendencia, como hemos de ver más adelante. Se trata de uno de los máximos dilemas que pueden presentársenos en la bifurcación de los caminos: el de la primacía del valor o la del ser.
En último término, hay que elegir entre pensar que en el principio era el Verbo, como dice San Juan, y que "el Espíritu de Dios flotaba sobre las aguas", como describe el Génesis, o suponer que nuestro verbo y conciencia y presunciones morales emergen inexplicablemente de la "tierra desnuda y vacía y de las tinieblas sobre el haz del abismo"... Pero la cuestión de la Patria no es tan complicada y será resuelta sin gran dificultad.
- La Patria es espíritu.
Digamos, desde luego, que antes de ser un ser, la patria es un valor, y, por lo tanto, espíritu.
Si fuera un ser del que nosotros formáramos parte, no podríamos discutirla, como no discutimos sus elementos ónticos.
Cada uno ha nacido donde ha nacido y es hijo de sus padres. Por lo que hace a los elementos ónticos, el Sr. Maura tenía razón: "la patria no se elige".
Pero la patria es, ante todo, espíritu. Y ante el espíritu es libre el alma humana. Así la hizo su Creador.
España empieza a ser al convertirse Recaredo a la religión católica el año 586. Entonces hace San Isidoro el elogio de España que hay en el prólogo a la Historia de los godos, vándalos y suevos: "¡Oh España! Eres la más hermosa de todas las tierras... De ti reciben luz el Oriente y el Occidente..."
Pero a los pocos años llama a los sarracenos el Obispo don Opas y les abre la puerta de la Península el Conde D. Julián.
La Hispanidad comienza su existencia el 12 de octubre de 1492.
Al poco tiempo surge entre nuestros escritores la conciencia de que algo nuevo y grande ha aparecido en la historia del mundo. Pero muchos de los marinos de Colón hubieran deseado que las tres carabelas se volvieran a Palos de Moguer, sin descubrir tierras ignotas. Con ello se dice que la patria es un valor desde el origen, y por lo tanto, problemática para sus mismos hijos, como el alma, según los teólogos, es espiritual desde el principio, ab initio.
Antes de la hazaña creadora de la patria hay ciertamente hombres y tierra, con los que la hazaña crea la patria, pero todavía no hay patria. Hasta que Recaredo no deparó el vínculo espiritual en que habían de juntarse el Gobierno y el pueblo de España, aquí no había más que pueblos más o menos romanizados y sujetos a un Gobierno godo, al que tenían que considerar como extranjero y enemigo. Gobernantes y gobernados habitaban la misma tierra, comunidad insuficiente para constituir la patria.
Pero desde el momento en que los gobernantes aceptaron la fe, que era también la ley, de los gobernados, surgió entre unos y otros el lazo espiritual que unió a todos sobre la misma tierra y en la misma esperanza. Los hombres, la tierra, los sucesos anteriores, la conquista y colonización romanas, la misma propaganda del Cristianismo en la Península no fueron sino las condiciones que posibilitaron la creación de España. Tampoco sin ellas hubiera habido patria, porque el hombre no crea sus obras de la nada.
Pero la patria es espíritu; España es espíritu; la Hispanidad es espíritu: aquella parte del espíritu universal que nos es más asimilable, por haber sido creación de nuestros padres en nuestra tierra, ahora llena de signos, que no cesan de evocarlo ante nuestras miradas.
La patria es espíritu como lo es la proposición de que dos y dos son cuatro, y esta es la razón de que nos equivoquemos tan a menudo en las cuentas. También es espíritu el principio que dice que, de dos proposiciones contradictorias, una, por lo menos, es falsa, lo que no impide que frecuentemente, sin darnos cuenta de ello, sigamos sobre un mismo asunto dos corrientes contradictorias de pensamiento.
Toda la ciencia no es sino uno de los modos universales del espíritu.
Pero ocurre, además, que el alma, "nuestra alma intelectiva es por sí y esencialmente la forma del cuerpo humano", como enseña Santo Tomás, y es artículo de fe desde los tiempos del Concilio de Viena de 1312, por lo que su formación y educación y salvación están ligadas también a las condiciones tempo-espaciales de su cuerpo, que es la razón de que desde el principio de los tiempos la Historia
Universal sea la historia de los distintos pueblos y cada uno de ellos aprenda mejor la lección del holocausto en la vida de los propios héroes, que se sacrificaron por defender sus gentes y su tierra, que en la de los héroes de otros pueblos.
Como las obras de nuestros mayores han formado o transformado el medio físico y espiritual en que nos criamos, nos son también más fácilmente comprensibles que las de otros países.
La patria es un patrimonio espiritual en parte visible, porque también el espíritu del hombre encarna en la materia, y ahí están para atestiguarlo las obras de arte plástico: iglesias, monumentos, esculturas, pinturas, mobiliario, jardines, y las utilitarias, como caminos, ciudades, viviendas, plantaciones; pero en parte invisible, como el idioma, la música, la literatura, la tradición, las hazañas históricas, y en parte visible e invisible, alternativamente, como las costumbres y los gustos.
Todo ello junto hace de cada patria un tesoro de valor universal, cuya custodia corresponde a un pueblo.
Puede compararse, si se quiere, al original de un libro antes de haberse impreso y cuando su autor trabaja en él. Ella, naturalmente, mientras: "No es Babilonia, ni Nínive, enterrada en olvido y en polvo". Mejor fuera decir que cada patria es un melodía inacabada, que cada hombre conoce y siente más o menos, en proporción de su memoria y su afición. Hay almas que recuerdan muchos más compases que las otras y las que mejor se saben la música ya oída suelen ser las que más intensamente anhelan la que les falta oír y las más capaces de componerla.
Al decir que la patria es una sinfonía o sistema de hazañas y valores culturales queda rechazada la pretensión que desearía fundar las naciones exclusivamente en la voluntad de los habitantes de una región cualquiera, ya constituidos en Estado independiente o deseoso de hacerlo.
Al término de la guerra europea se intentó modificar con arreglo a este principio, la geografía política de la nueva Europa. Fue el Presidente de los Estados Unidos, Mr. Wilson, quién dedicó a esta finalidad cinco de los Catorce Puntos que propuso a los beligerantes, olvidándose quizás, de que su país libró la más sanguinarias de sus guerras al sólo efecto de impedir que se salieran con la suya los Estados del Sur, que quisieron vivir de propia cuenta.
Así han surgido las repúblicas de Estonia y de Livonia y caído en la miseria las poblaciones del antiguo Imperio austro-húngaro.
Y es que si las naciones no se basan más que en la voluntad, pueden triunfar los cantonalismos más absurdos. Vitigudino proclamará su independencia y hasta es posible que los pueblos vecinos la reconozcan, si están poseídos de la doctrina de que los derechos a la soberanía sólo se basan en la voluntad de quién los alega. Solo que los pueblos mudan de parecer y luego ocurre que sólo se mantienen las nacionalidades que pueden defenderse contra la ambición de sus vecinos, que también suelen ser las que encarnan algún valor de Historia Universal, cuya conservación interesa al conjunto de la humanidad.
En Francia tiene muchos adeptos la explicación voluntarista de las nacionalidades.
La frase de Renan que considera las naciones como "plebiscitos permanentes", le incluye entre los voluntaristas. M. Boutroux ha tratado de sistematizar este pensamiento diciendo que la unidad de la nación está constituida "por la voluntad común, consciente y libre de los ciudadanos de vivir juntos y formar una comunidad política".
Peor a este intento de definición ha podido objetar triunfalmente el alemán Max Scheler que no tiene sentido decir que la unidad de una persona espiritual colectiva consiste en la voluntad consciente y libre de sus partes, porque así no se constituye persona alguna. Si las partes de la nación, los individuos, son personas es precisamente porque su unidad no depende de "la voluntad consciente y libre" de las células que las constituyen.
Sólo que al dar su solución frente a la doctrina de Bountroux, cae Max Scheler en un misticismo colectivista de aceptación difícil para una mente clara. Porque en su opúsculo:"Nation und Weltanschauung", escribe:
"La nación es una persona colectiva espiritual que convive originariamente en todos sus miembros (es decir, en sus familiares, linajes, y pueblos, porque los individuos no son nunca miembros) y ello de tal manera que lo que forma la esencia moral de la nación no es la responsabilidad de las voluntades individuales que pertenecen a ella, sin la solidaria responsabilidad original de cada miembro en la existencia, el sentido y el valor del conjunto."
En esta definición se salva el escollo de reducir la nación a un acto de voluntad coincidente de los individuos, pero se crea, en cambio, una responsabilidad colectiva de los linajes y los pueblos, que sólo puede tener carácter metafórico, como la sangre y el cuerpo de Francia, de que nos ha hablado M. Daniel Rops, porque la verdad es que no conocemos más responsabilidad que la de los individuos.
Tal vez fuera deseable que todas las familias se sintieran responsables de los destinos de un pueblo, pero son muy contadas aquellas cuyos miembros sienten todos la patria de la misma manera. Lo que haca Max Scheler es imaginar un alma colectiva, a la que Renan hubiera querido enriquecer dotándola de conciencia propia. El pasaje de Renán se encuentra en el capítulo de "Sueños", de sus "Diálogos filosóficos":
"Las naciones, como Francia, Alemania, Inglaterra, las ciudades, como Atenas, Venecia, Florencia, París, actúan como personas que tienen carácter, espíritu, intereses determinados; se puede razonar acerca de ellas como de una persona; tienen, como los seres vivos, un instinto secreto, un sentimiento de su esencia y de su conservación, al punto que, independientemente de la reflexión de los políticos, una nación, una ciudad, pueden compararse a los animales, tan ingeniosos y profundos cuando se trata de salvar su ser y de asegurar la perpetuidad de su especie... La célula es ya una pequeña concentración personal: al consonarse juntas varias células, forman una conciencia de segundo grado (hombre o animal). Al agruparse las conciencias de segundo grado forman las conciencias de tercer grado: conciencias de ciudades, conciencias de Iglesias, conciencias de naciones, producidas por millones de individuos que viven la misma idea y tienen comunes sentimientos."
Es un razonamiento que cae por su base cuando uno se pregunta si es verdad que la conciencia que Renan llama de segundo grado, la del hombre, se crea por la consonancia de las células y cuando se reflexiona que tampoco es cierto que se formen conciencias de ciudades o de naciones al agruparse los individuos.
No hay almas colectivas.
No hay conciencias colectivas. Lo que hay es valores colectivos cuya conservación interesa a los individuos y a las familias y a los pueblos.
Maeterlinck ha escrito que:
"Los hombres, como las montañas, sólo se unen por la parte más baja. Lo más elevado que poseen se eleva solitario al infinito".
Este dicho no es del todo cierto. Cuando rezan juntos unos cuantos hombres se están uniendo por la parte más alta. Pero, entendámonos, lo que se une de ellos son las finalidades de sus almas y no las almas mismas.
Las almas no se unen entre sí; se unen en Dios o se unen en la patria.
Mientras peregrinan por el mundo no pueden unirse en almas superiores, porque no hay en la tierra almas superiores a la humana.
En el acto de la oración nuestra alma se eleva solitaria: "sola cum solo".
Sólo de Dios espera la salud. De los santos no pedimos más que la intercesión.
Y tampoco hace falta considerar a la patria como una diosa, para vivir y morir por ella. Nadie reza a su patria, pero todos estamos obligados a rezar por ella y de hecho rezamos, aunque sin darnos cuenta de ello, cuando pedimos el pan de cada día, porque de la patria lo recibimos casi siempre, lo mismo el del cuerpo que el del alma.
Por eso es insuficiente el patriotismo que sólo se refiere a la tierra o a nuestros compatriotas, aunque sea muy provechoso estimularlo todo lo posible. Es cosa excelente que los hombres se enternezcan el recuerdo del pasaje natal, que crean que las mujeres de su tierra son las más hermosas del mundo, que cifren su confianza en la honradez y virtudes de sus compatriotas y que estén seguros de que no hay alimento comparable a los de su región.
También son valores los biológicos, aparte de que contribuyen a la felicidad de cada pueblo. Hasta pudiera decirse que con la conciencia de estos valores biológicos se forma el patriotismo de la patria chica, de la región nativa.
Pero lo que forma la patria única es un nexo, una comunidad espiritual, que es al mismo tiempo un valor de Historia Universal.
Imaginémonos un territorio habitado por gentes heterogéneas, sin unidad de lenguaje ni de ideales. Pues no constituirán una patria. Pensemos que están unidas por un espíritu de mutua defensa y por lazos de consanguinidad, pero no por la conciencia de valor universal alguno. Pues serán una tribu, pero no una patria, porque un día vendrán gentes que tengan verdaderamente patria y hablarán a la parte superior del alma de estos cabileños y los incorporarán a su nación.
La patria se hace -perdóneseme si lo repito- con gentes y con tierra, pero la hace el espíritu y con elementos también espirituales.
España la crea Recaredo al adoptar la religión del pueblo.
La Hispanidad es el Imperio que se funda en la esperanza de que se puedan salvar como nosotros los habitantes de las tierras desconocidas.
Los elementos ónticos, tierra y raza, no son sino prehistoria, condiciones sine qua non. El ser empieza con la asociación de un valor universal o de un complejo de valores a los elementos ónticos.
Toda patria, en suma, es una encarnación.
El valor de la patria es anterior al ser. Aquí también han de entenderse las cosas a derechas. Desde un punto de vista cronológico es evidente que nada del ser es anterior al ser. Pero el nacimiento de la patria se debe a una idea que se expresa en un acto y el mantenimiento de la patria es un sistema de ideas, expresadas también en actos, que se acumulan en apoyo de la idea originaria o de lo que haya de esencial en ella. En sus "Diálogos filosóficos" dice Renán:
"Yo creo, en efecto, que hay una resultante del mundo, una capitalización de los bienes de la humanidad y del universo, que se forma por acumulaciones lentas y sucesivas, con enormes desperdicios, pero con un acrecentamiento incesante, como en la nutrición del adolescente".
Añade que sólo dura lo que se hace por el ideal y que anula el resto:
"Como los egoísmos rivales se hacen en el mundo un contrapeso exacto, no queda para crear un efecto útil más que la suma imperceptible de la acción desinteresada".
La patria es también una acumulación de todas las actividades que la crean, sostienen engrandecen.
Lo que no puede sostenerse es que sea una acumulación incesante o fatal.
Renan supone con plácido optimismo que los actos egoístas se contrapesan con exactitud. Lo supone, pero no lo demuestra, ni la experiencia lo confirma. Lo que la Historia Universal nos dice es que las naciones se engrandecen por acumulaciones sucesivas de acciones valiosas, que aumentan su valor original, pero que disminuyen y se disipan con las ruindades colectivas y los vicios individuales.
El ser de las patrias se funda en el bien y en el bien se sostiene, no en ninguna clase de "sagrado egoísmo nacional".
Los actos generosos, la contribución de cada pueblo al universal crecimiento del espíritu, es lo que le vale el fervor de sus hijos y aun el de los amigos que le sostendrán en la hora de la necesidad.
Y si es cierto que la justicia internacional no prevalece siempre de momento, tampoco las injusticias pueden durar perpetuamente.
Al cabo de tres siglos y medio de difamaciones, vemos rehabilitarse la memoria de Felipe II y con ella el buen nombre de España.
No durará tanto la popularidad de las naciones que se dejan guiar por el egoísmo en sus relaciones con el resto del mundo y procuran después cubrir su desamor con la propaganda de mentiras o de lemas sonoros, pero sin ningún significado.
- El deber del patriotismo.
La patria es espíritu.
Ello dice que el ser de la patria se funda en un valor o en una acumulación de valores, con los que se enlaza a los hijos de un territorio en el suelo que habitan. Y añadimos que con esta definición se aseguran, en la esfera teórica, mejor que con ninguna otra, los deberes patrióticos, por lo mismo que se los limita en su órbita normal, al mismo tiempo que se resuelven satisfactoriamente numerosos problemas, que quedan insolubles en el aire, lo mismo cuando sólo se atiende a los elementos ónticos de la nación: la tierra o la raza, que cuando se funda la patria en una tradición indefinida, es decir, en una tradición que no ha discriminado lo bueno de lo malo.
La patria la crea un valor; en el caso de España, la conversión de Recaredo y de la monarquía visigoda a la religión del pueblo dominado.
La patria se funda en el espíritu, es decir, en el bien. En el bien se funda y en el bien se sostiene, así como en el mal se deshace; y por eso no creo que pueda aseverarse que la defensa de su ser sea anterior a su justicia o injusticia.
Cualquier acto de justicia, la fortalece, cualquier injusticia la debilita.
La gloria la glorifica, la vergüenza, la avergüenza.
En el mundo de la vida individual permite Dios que prevalezca en algunos casos la injusticia.
También en la historia de los pueblos, pero sólo por corto tiempo y ello con un propósito que luego se vislumbra. El padre Vitoria tenía razón al afirmar que:
"Cuando se sabe que una guerra es injusta, no es lícito a sus súbditos seguir a su Rey, aun cuando sean por él requeridos, porque el mal no se debe hacer, y conviene más obedecer a Dios que al Rey."
¿Negaremos con ello que tienen razón los que dicen que se ha de estar con la patria como con el padre y con la madre?
Todo lo contrario.
Se ha de estar con la patria como con el padre y con la madre, pero los mandamientos de la Ley no han de considerarse aislados, sino en su conjunto, en el compendio que los reduce a dos: el de amar a Dios y el de amar al prójimo.
Se ha de estar con el padre, la que no quita para que sea heroica la fuga del hijo del ladrón, que huye de la tutela paterna porque no quiere que su padre le enseñe a robar.
El mandamiento que nos pide honrar padre y madre supone que el padre y la madre se conducen como corresponde a la dignidad espiritual que la paternidad y maternidad implican.
No se nos pide cumplir un mandamiento para conculcar todos los demás, sino que cada uno de los mandamientos, salvo el primero, que nos exige amar a Dios, está condicionado por los otros nueve.
En el caso del padre Vitoria ha de tenerse en cuenta que se trataba del primer maestro en teología moral de su tiempo y que de entre sus discípulos salían los confesores de los Reyes de España, que se contaban entonces entre los poquísimos súbditos que conocían lo bastante los motivos de cada guerra, para poder resolver en conciencia sobre su justicia o injusticia.
De hecho hay dos clases de hombres: los gobernantes y los gobernados.
Los gobernantes están en la obligación de que su patria esté siempre al lado de la razón, de la humanidad, de la cultura, del mayor bien posible.
Los gobernados no tienen normalmente razones para poder juzgar a conciencia de la justicia o injusticia de una guerra. Salvo evidencia de su injusticia, su deber es obedecer las órdenes de su Gobierno. Y aunque tengan algunas razones para creer sus órdenes injustas, si no son suficientes para producir la certidumbre, en caso de duda deben ir con los suyos. ¡En la duda, Señor, con los nuestros!
A primera vista podrá parecer que a la patria le conviene siempre, con razón o sin ella, el sacrificio de sus hijos.
Pero no es así. Y ello por dos razones.
A la patria injusta se le pierde el respeto y se acaba por perderle el cariño. Si una nación mata y roba a otras, al solo objeto de engrandecerse, es inferior a sus hijos, porque éstos deben estar seguros de que su ser no mengua, sino que se agranda, cuando someten su albedrío a su moralidad.
Hombres educados en una religión que nos enseña que Dios es amor, no puede rendir homenaje a una patria que todo lo exige sin dar nada. La patria-Moloch no merece nuestro sacrificio, ni alcanza nuestro afecto.
Pero es que, además, si no velan con todo cuidado los encargados de ello por ligar escrupulosamente la causa de la patria a la del bien universal, no solamente perderán para ella el afecto de sus hijos, sino que suscitarán en contra suya enemistades que, tarde o temprano, le serán perjudiciales y acaso funestas.
Cuanto más noble sea la conducta de la patria nuestra, siempre que no sacrifiquen con ello sus intereses vitales, lo que sería al mismo tiempo abandonar la causa de la justicia, cuanto más generosamente proceda, cuanto más rica sea en contenidos espirituales, tanto más la amaremos sus hijos, tanto más numerosos serán fuera de ella sus admiradores y amigos, tanto mayor su gloria, tanto más fundados sus títulos al respeto y al aprecio universales.
Este concepto de las patrias como tesoros espirituales hace justicia a su patente e indiscutible desigualdad.
En las teorías ónticas, cuando se ve la esencia de la nación en la tierra o en la raza o en la tradición indefinida, es decir, sea la que fuere, todas las patrias son iguales. Todos los hombres han de querer o pueden querer con el mismo cariño su tierra o su raza o su tradición. Lo mismo ocurre cuando se funda en la "voluntad consciente y libre de los ciudadanos". Tan respetable es la del bosquimano como la del francés o el alemán.
Pero todos sabemos que las naciones son desiguales, no solo en poder, riqueza y población, sino en su mismo ser. El patriotismo del cabileño o del turquestánico no es el mismo que el del inglés o el italiano. El ser nacional del salvaje o del bárbaro es mucho más indefinido que el del hombre civilizado. A medida que la cultura va multiplicando los vínculos nacionales se intensifica el patriotismo de los hijos de las distintas nacionalidades.
La aparente intensidad del patriotismo en las naciones nuevas encubre malamente el temor de que, por tratarse precisamente de un patriotismo poco hecho, puedan perderlo fácilmente sus hijos o, tal vez, no llegar a adquirirlo, si se trata de inmigrantes o de hijos de inmigrantes.
Lo que se dice con ello es que la patria, como el patriotismo, es un concepto gradual, y no absoluto, que unas patrias son más patrias que las otras, y sus hijos más o menos patriotas, según su cultura y la dirección de su cultura, y que los miembros de las nacionalidades son más o menos activos o pasivos, más o menos sujetos u objetos de la historia, con lo cual la teoría no hace sino confirmarnos lo que nos dice la evidencia.
Nuestra teoría hace también justicia a las diversas formas que puede adoptar el sentimiento nacional y a su diversa graduación jerárquica.
Hay gentes que no llegan a sentir en la patria más que el afecto de la tierra o de las gentes o el acomodo a sus alimentos o costumbres. Sobre todo en estos siglos de extranjerización, ha habido españoles ilustres que, enamorados como estaban del cielo y del suelo patrios, de las canciones populares, de los caballos, de los vinos, de los cantares, de los bailes, no tenían, sin embargo, la menor noticia de que la epopeya hispánica ha sido tan importante para el mundo que, sin ella, no se explica la Historia Universal, como lo demuestra el completo fracaso del "Esquema de la Historia" de Mr. H. G. Wells, debido a su ignorancia de la fe y de las obras de España.
El hombre es un complejo de cuerpo y alma.
El patriotismo integral ha de responder a esta complejidad. Es, pues, necesario que gustemos y apreciemos la tierra, la gente, los productos, las costumbres de la patria nuestra. Pero si el patriotismo se refiere solamente a los elementos ónticos de la nacionalidad, podría degenerar en una pasión, a la que Lord Hugh Cecil negaba positivo valor espiritual. Es claro que Lord Cecil se refería puramente a este patriotismo del territorio y de la raza.
Cuando se ama en la patria preferentemente su acción y significación espiritual, el patriotismo no es sólo una pasión, sino un deber, un mandamiento de los más elevados, porque en el amor al espíritu nacional amamos al Espíritu, que es Dios.
Pudiera decirse que el patriotismo de la tierra es el natural, y que suele ser la ausencia y la nostalgia quienes nos lo descubren.
En los países de América se da frecuentemente el caso del joven inmigrante español que, al cabo de algunos años de residencia, siente que no puede seguir viviendo sin tomar contacto con la tierra nativa. Será inútil que se le diga que en el Continente americano hay muchas tierras y diversos climas, que convendrán mejor a su salud que el terruño nativo. Nuestro compatriota estará convencido de que lo que necesita es el aire y el sol de su provincia y de su pueblo, el trato de sus gentes, el pan de su infancia, aunque sea más negro. Y ese patriotismo irracional tendrá también razón.
Pero hay también otro patriotismo, que conoce el hombre que ha vivido, no sólo con el cuerpo, sino con el espíritu, en países extranjeros, y estudiando sus idiomas, y aprendido a manejarlos, y que tal vez se ha labrado en ellos una posición y un nombre, y que también un día siente que la vida del país extranjero en donde habita fluye como al margen de su propia vida. En realidad, probablemente no le importa tanto lo que en él ocurre como los sucesos de su propia patria, lo que le hace, tal vez, un poco distraído e impide que se entere de cosas que en su país le hubieran apasionado, por lo que un día llega a la conclusión de que el pan espiritual de otras naciones no le aprovecha tanto como el de la propia, y no es final deseable para un hombre de espíritu morirse fuera de la patria, después de haber vivido algunos años en calidad de extranjero distinguido, por lo que, aunque su patria sea áspera y pobre y le regatee el salario y la fama, decide volver a ella en busca del aguijón de los problemas nacionales, sólo por que son los suyos propios y las raíces de su patria.
Este es el patriotismo espiritual, más poderoso que el de la tierra y el de la raza.
Alemania es tal vez el país cuyos hijos se desnacionalizan más fácilmente cuando viven en el extranjero. Lo demuestra el inmenso número de ellos que se hicieron ciudadanos norteamericanos o ingleses o belgas en tiempos de mayor migración que los actuales.
Pero estos alemanes eran generalmente los que no habían pasado por las Universidades y otras escuelas superiores, y su desnacionalización se debía, probablemente, a que encontraban más fácilmente la cultura de otros países que la de el suyo propio, donde hasta los periódicos de gran circulación están escritos por universitarios, al parecer, con el propósito de que sean también universitarios sus lectores. En cambio, los doctores germánicos no se acomodan a país alguno que no sea germánico también. No soportan el destierro sino obligados por la necesidad. Y ello es otra prueba de que cuanto más intensa es la cultura, más desarrollado está el espíritu nacional.
La aparente excepción de los misioneros que dedican la vida a la propaganda de la religión en países salvajes o poco civilizados se explica por el hecho de que no haya apenas misioneros que se contenten con propagar la religión. Todos procuran difundir y enaltecer el espíritu de la nación en que han nacido, y a su obra misionera deben los países que los envían buena parte de su influencia en el resto del mundo.
Los intelectuales alemanes han solido ser hasta ahora los menos tocados de nacionalismo. Como escribe Federico Sieburg, en su "Defensa del nacionalismo alemán", lo normal entre ellos, aunque amaban los clásicos de su país, sus paisajes, sus cantos, etc., es que no pensaban que tuvieran que ocuparse especialmente de Alemania. Pero cuando han visto que les faltaban los medios materiales, la necesaria amplitud del territorio para mantener y acrecentar el patrio espíritu, a surgido entre ellos un patriotismo tan ardoroso y exaltado, que el mundo tendrán que hacer justicia a sus legítimas reivindicaciones, si ha de evitar gravísimos conflictos.
Con ello se dice que en el patriotismo espiritual incluye también el territorial, porque en la tierra se hallan las condiciones materiales de la posibilidad de que el espíritu realice su misión, aparte de los signos y estímulos que la obra de las generaciones anteriores ha puesto en ella.
Pero no sería exacto decir que el patriotismo territorial, en cambio, es independiente del espiritual, porque el espíritu está presente en todo, aunque dormido a veces.
La filosofía de Witehead nos dice que toda experiencia es bipolar. En lo físico se apunta lo espiritual; en lo espiritual, la tendencia a encarnar en lo físico.
En todas las cosas se da también y al mismo tiempo lo universal y lo particular.
Sustento de los hombres y a la vez materia moldeada, embellecida y formado por su espíritu, la tierra en que las patrias se asientan no es tampoco extraña al espíritu. Físicos contemporáneos, como sir James Jeans. nos dicen que también son espíritu los átomos.
Lo esencial e importante para nosotros, hombres, complejos de alma y cuerpo, es que la obra espiritual realizada en nuestra tierra por gentes de nuestra raza, cuya sangre corre por nuestras venas, cuyo lenguaje expresa nuestras ideas, marca una ruta ideal que también es la nuestra, no sólo porque dimos en ella los primeros pasos en la vida y porque todo en torno suyo nos anima a la marcha, sino porque fuera de ella somos niños perdidos en el bosque.
Días pasados leía en el Paraninfo de la antigua Universidad de Alcalá los apellidos de sus profesores más ilustres; unos me eran conocidos; otros, no; todos ellos hombres que con sus escritos y palabras habían tratado de abrir paso al espíritu por las cabezas de sus discípulos. La mera lectura de sus nombres me hacía estremecer de emoción.
¿Puede creer nadie que la obra de esos maestros se ha desvanecido por completo? ¿O que no significa para nosotros nada distinto de las de sus contemporáneos de Oxford o Nápoles? ¿Que no hay en nosotros modos y esencias que tienen su origen en las tareas de los profesores de Alcalá?
No se diga que el signo del espíritu es la universalidad. La maldad es tan universal como la bondad. Nadie sabe dónde ni cuándo nació Satanás, ni tampoco se fijó su imagen en el paño de ninguna Verónica.
La bondad deja sus signos individualizados en el espacio y en el tiempo. La maldad, en cambio, es destructora, y no deja más señal que la nada. Por donde pasa el caballo de Atila no vuelve a nacer hierba.
El mejor maestro del patriotismo es San Agustín:
"Ama siempre a tus prójimos, y más que a tus prójimos, a tus padres, y más que a tus padres, a tu patria, y más que a tu patria, a Dios",
escribe en "De libero arbitrio".
"La patria es la que nos engendra, nos nutre y nos educa... Es más preciosa, venerable y santa que nuestra madre, nuestro padre y nuestros abuelos",
dice otro texto del mismo libro. "Vivir para la patria y engrendar hijos para ella es un deber de virtud",
se lee en "La ciudad de Dios":
"Pues que sabéis cuán grande es el amor de la patria, no os diré nada de él. Es el único amor que merece ser más fuerte que el de los padres. Si para los hombres de bien hubiese término o medida en los servicios que pueden rendir a su patria, yo merecería ser excusado de no poder servirla dignamente. Pero la adhesión a la ciudad crece de día en día, y a medida que más se nos aproxima la muerte, más deseamos dejar a nuestra patria feliz y próspera",
escribe en una de sus cartas.
He aquí un sentido completo de la patria.
La que engendra es la raza; la que nutre, la tierra; la que educa, la patria como espíritu, a la que se quiere tanto más cuanto más tiempo pasa, es decir, cuanto más la conocemos.
No es meramente la tierra, como decía un anarquista que llevaba a su hijo a una frontera, para hacerle ver que no hay apenas diferencia entre una nación y otra.
No es tampoco meramente un ser moral, puesto que ha encarnado en los habitantes de un territorio. Pero no es tampoco una conciencia colectiva, como quisiera Renan.
No es una superalma. Es más que el Estado, porque éste puede sernos opresivo y explotador, y no pasa de ser el órgano jurídico y administrativo de la patria.
En cierto modo, es inferior al hombre; porque el hombre tiene conciencia y voluntad, y la patria no las tiene.
Pero le es superior, porque puede durar sobre la tierra, porque debe durar, si lo merece, hasta el fin de los tiempos, engendrando, nutriendo y educando a las generaciones sucesivas, y el hombre es efímero.
No podría decirse, sin embargo, que el hombre ha sido hecho para la patria; porque la verdad es que las patrias han sido hechas para los hombres, para que los hombres puedan espiritualizarse en esta tierra y no lo conseguirán del todo si no dedican la existencia a procurar que merezca su patria perdurar hasta el fin de los tiempos, cosa que no se logrará si no la hacemos servir a la justicia y a la humanidad.
El Estado no es Dios; la patria, tampoco.
Debemos amarla, como San Agustín nos dice, más que a todas las cosas, después de Dios; pero, por su bien mismo, por su grandeza misma, no debemos amarla por si misma, sino en Dios, y sólo así, si nos sacrificamos individualmente por ella, y al mismo tiempo empleamos nuestra influencia en hacer que sirva a su vez los principios de la justicia universal y los intereses generales de la humanidad, perdurará y prosperará la nación nuestra.
Pero si la convertimos en ley absoluta, y si nos persuadimos o se persuaden sus gobernantes de que los intereses del Estado tienen que ser justos por ser del Estado, haremos con la patria lo que con la mujer o con los hijos a quienes se lo consintamos todo por exceso de amor, y es que los echaremos a perder.
Vivamos, pues, para la gloria e inmortalidad de la patria. No será inmortal si no la hacemos justa y buena.
Carta del Padre Custodio.
“Reverendísimos Sres. Obispos de Cataluña:
La Nota
del 11 de mayo firmada por todos ustedes me ha dejado sumido en la más
absoluta perplejidad y tristeza. Afirman sin embozo que se sienten herederos de la larga tradición de nuestros predecesores, que les llevó a afirmar la realidad nacional de Cataluña, y al mismo tiempo nos sentimos urgidos
a reclamar de todos los ciudadanos el espíritu de pacto y de
entendimiento que conforma nuestro talante más característico.
Seguidamente, para que no haya lugar a dudas, vuelven a insistir: Por
eso creemos humildemente que conviene que sean escuchadas las legítimas aspiraciones del pueblo catalán, para que sea estimada y valorada su singularidad nacional, especialmente su lengua propia y su cultura, y que se promueva realmente todo lo que lleva un crecimiento y un progreso al conjunto de la sociedad, sobre todo en el campo de la sanidad, la enseñanza, los servicios sociales y las infraestructuras.
Perplejidad y tristeza, sí. Porque durante meses se me ha conminado a evitar cualquier connotación, en mis palabras y actuaciones, que pudiese ser interpretada como un posicionamiento a favor de la unidad de España,
que forma parte de las legítimas aspiraciones de la mitad del pueblo
catalán; porque se me indicó que cualquier manifestación pública en ese
sentido podía provocar crispación y división entre los fieles católicos que viven en Cataluña. Por tanto, que la procesión con el Cristo de la Buena Muerte de la Hermandad de Antiguos Caballeros Legionarios en Hospitalet estaba fuera de lugar; que la Santa Misa celebrada por los difuntos en acto de servicio de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado no era de mi competencia; que la atención pastoral prestada a los nonagenarios socios de la Hermandad de la División Azul y el posterior acto académico eran una provocación en toda regla; y que la manifestación contra la cristianofobia y por la libertad de culto y de expresión en
la Plaza de San Jaime -con la imagen de Cristo crucificado- no era
conveniente que estuviera acompañada por ningún sacerdote porque
producía crispación social.
Me siento
profundamente engañado por unas palabras que llegué a considerar hasta
sinceras por el empeño que se ponía en hacérmelas comprender casi al
precio de parecer tonto. Y referidas en cualquier caso a actuaciones
meramente evocativas, sin una directa operatividad política y social.
Capítulo aparte merecen los posicionamientos y actuaciones de algunos
obispos ante mi participación en las manifestaciones mensuales contra el aborto en el Hospital de San Pablo, intentando desactivarlas a causa de la incomodidad que les generan.
Perplejidad y tristeza, sí. Porque ustedes, señores Obispos, se han posicionado públicamente a través de su Nota afirmando la realidad nacional de Cataluña,
concepto no pastoral sino político, no fermento de unidad, sino de
discordia. Porque consideran legítimas y ahora legitimadas por ustedes,
las aspiraciones de menos de la mitad de los catalanes (aunque por
bastante más de la mitad del poder político y eclesiástico) a estimar y valorar una singularidad nacional fabricada hace cien años por Prat de la Riba y las Bases de Manresa. Aspiraciones ahora concretadas en el empeño de esos poderes por un referéndum para consumar la destrucción de una unidad que ha durado siglos.
Unidad no sólo de España, sino también de Cataluña, en la que el
autodenominado “pueblo catalán” pretende someter a los que tan
atinadamente llamó Candel “els altres catalans”. De momento, mediante un referéndum que los enfrente y los confronte.
Ustedes, Sres. Obispos ¿se sienten herederos de la larga tradición de sus predecesores que les llevó a afirmar la realidad nacional de Cataluña? Pues yo también me siento heredero, junto con esa otra mitad de catalanes silenciados también por la Iglesia, de una tradición muchísimo más larga y más catalana que la suya.
Me siento heredero de aquellos que en las Navas de Tolosa
unieron las fuerzas de toda la España cristiana -Asturias, Castilla y
León, Navarra y Aragón- para defender la libertad de profesar la fe
verdadera frente a la intolerancia sanguinaria del Islam. Me siento
heredero de aquellos sacerdotes y obispos que enviados por Isabel y Fernando al Nuevo Mundo, evangelizaron las Américas y confirieron la dignidad de hijos de Dios a hombres y mujeres de otras razas que se convirtieron por la fe no en esclavos, sino en súbditos libres de su Madre Patria, iguales en derechos a los demás españoles.
Me siento heredero del Somatén de Sampedor que se levantó con el timbaler del Bruch el dos de mayo de 1808 para defender una patria española que, invadida por los ejércitos de la atea Ilustración francesa, amenazaba con destruir la fe de una nación constituida sobre ella. Me siento heredero también de Mossén José Palau, Sacristán mayor de Nuestra Señora de Belén, bárbaramente mutilado y quemado vivo en su iglesia cuando la multitud anarquizada
arrasó con todos los templos de Barcelona el 19 de julio de 1936, y
arrebató la vida de cientos de sacerdotes y religiosos, a los que
siguieron luego varios miles bajo el mandato de Companys. Me siento heredero de aquellos catalanes que bajo la advocación de la ahora profanada Virgen de Montserrat, levantaron la bandera de la Tradición catalana y regaron con su sangre los campos de España, muriendo por Dios y por su Rey católico. Soy
heredero de aquellos hombres y mujeres honrados que prefirieron
permanecer fuera, vigilantes, a cielo raso, antes que participar en los
restos desabridos de un banquete sucio. Me siento heredero de aquellos
que se jugaron la vida para sacar a la luz las catacumbas de Cataluña, y para dar testimonio de la Fe de Cristo
en sus calles y en sus plazas; y de aquellos que murieron en un sucio
paredón de cara a la madrugada con la mirada puesta en su Dios y en su
Patria.
Con el mismo derecho que ustedes se declaran “herederos” de los unos, me declaro yo heredero de estos otros como catalán que soy. Con el mismo derecho con que ustedes toman una opción tremendamente discutible, yo tomo la contraria y lo hago también públicamente
desde mi conciencia de sacerdote y de cristiano, de la cual ni siquiera
la Iglesia puede juzgar. Soy heredero de una tradición que me ha hecho,
por la gracia de Dios, ser lo que soy. ¿Ustedes obran en conciencia? Yo
también. No les juzgo, no me juzguen ustedes a mí. Dios ya lo hará con
todos. Pero ese “pueblo catalán” que está en el poder y aspira a ver
reconocida su singularidad nacional, no deja de ser una elucubración hegeliana al servicio de ese poder absoluto e intolerante,
no sólo político, sino también moral (desde la perspectiva católica,
inmoral) que en Cataluña impide toda discrepancia, hasta la de los
obispos. Pero insisten en que se ha de dialogar con ellos. ¿Sobre qué?
¿Sobre el calendario de imposición de la corrupción moral?
Ustedes, Sres. Obispos, mantienen impertérrito el ademán ante la “Constitución” inmoral y anticatólica
del nuevo Estado Catalán que parecen aceptar de buena gana, con la
única condición de un pacto y un entendimiento que saben que no llegará
nunca por la absoluta incompatibilidad de principios y por el carácter
rabiosamente totalitario de ese poder. ¿Debemos entonces aceptar que se
abra el camino a todos los sacerdotes, religiosos y religiosas de sus
diócesis para que se pongan al servicio incondicional del nuevo Estado inmoral y tiránico que se quiere refrendar contra la mitad del pueblo catalán y contra el resto de España? Me duele profundamente que en su nota conjunta, los obispos de Cataluña no hablen del Pueblo de Dios (que es el que la Iglesia nos confió), sino sólo del pueblo de Cataluña
(el medio pueblo de Cataluña que tiene el poder y por el que parecen
apostar) elevándolo así a categoría teológica; me duele que no se nombre
en ningún momento ni a Cristo ni a su Iglesia
y se prescinda del anticristianismo radical de ese “pueblo de Cataluña”
que ha profanado ya los símbolos más sagrados de nuestra fe.
Y resulta sorprendente, Sres. Obispos, que apuesten ustedes por una Cataluña cuyos servicios sociales, tan fuertemente anclados en el progreso que ustedes desean, ofrecen niños en adopción al Lobby LGTB; que apuesten por una sanidad que cultiva el aborto, la eutanasia y la experimentación con embriones humanos; y por una enseñanza que adoctrina ya hoy en ideología de género y en plurisexualidad desde la educación primaria. De momento, han conseguido ostentar la tasa más alta de abortos -también en hospitales participados por la Iglesia- pagados con dinero público por la Generalitat. Este progreso que ustedes, señores obispos, desean que se promueva, se cimienta en la nueva Cataluña
sobre la más deplorable corrupción moral: contra la que ustedes evitan
toda crítica; y se quedan en la calderilla de la corrupción económica.
¿De Cataluña? No, del “conjunto del Estado”: que para eso pertenecen a
la Conferencia Episcopal Española. La calurosa felicitación de Carles Puigdemont no se hizo esperar.
Podría haber
desahogado mi tristeza y perplejidad en cualquier tertulia de sobremesa
en una recóndita casa parroquial. Prefiero hacerlo así, públicamente,
como ustedes lo han hecho y con la lealtad de aquel que no puede ni debe
esconderse, pues no ha dicho nada ni contra la doctrina ni contra la
moral cristiana. Sólo he roto el bozal del pensamiento único y he entrado en la arena del ruedo por la puerta que ustedes mismos me han abierto.
Si defienden la
legitimidad moral de todas las opciones políticas que se basen en la
dignidad inalienable de los pueblos y de las personas, espero que
respeten también la mía y de tantos otros, pues ustedes ya se han
posicionado con la suya; y que no reduzcan al silencio a los
discrepantes, con el argumento de autoridad de la obediencia debida.
Ya sé que la discrepancia contra el pensamiento único se castiga severamente. Ya han visto cómo han reaccionado contra el autobús discrepante. Estoy dispuesto a pagar el precio con que se castiga ésta. La defensa de la verdad tiene un precio,
ya muy alto en esta sociedad que galopa hacia el totalitarismo. En la
refriega en que estamos, es difícil evitar el fuego enemigo, tan
fanático. Por eso daré gracias a Dios si consigo esquivar el fuego
amigo. Y me aplico el cuento del cartel de esos reivindicadores del derecho a decidir (sólo lo que el poder decida que podemos decidir): Procura que tu prudencia no se convierta en traición. En mi caso, traición al Evangelio, a la Iglesia y al Pueblo de Dios.
Custodio Ballester Bielsa, pbro.
Cura párroco de la Inmaculada Concepción de Hospitalet de Llobregat”
HISTORIA DEL NACIONALISMO CATALÁN |
La discriminación de las lenguas vasca, gallega y catalana:
"El franquismo desarrolló la vida oficial y la enseñanza pública exclusivamente en español. Pero bien pronto autorizó la predicación religiosa en catalán y en vascuence, luego la publicación de libros en idiomas vernáculos, y desde 1945 el funcionamiento de las academias de las lenguas vasca y gallega. Entre 1956 y 1959 se reunió la Academia Vasca para unificar el vascuence, largo proceso culminado en 1968 con el euskera-batua, que muchos puristas desdeñaron como un falso vascuence."
En 1957 nació la primera ikastola, y más de 130 desde 1965.
Durante los últimos veinte años del franquismo, el gallego y el vascuence fueron más cultivados literariamente que nunca antes y se establecieron premios a obras en esos idiomas".
Pío Moa: Extractos de Franco para antifranquistas
"Ya en 1944 se hizo obligatorio por ley que las universidades con Filología románica incluyeran la asignatura de Filología catalana y en 1951 y 1952 se publicaron dos gramáticas históricas por autores catalanes. El poeta Salvador Espríu empieza a publicar en catalán en 1946".
Pío Moa: Extractos de Franco para antifranquistas
Hubo, pues, cierta persecución, muy poco sistemática, de las lenguas regionales en los primeros años del régimen, debido a su utilización con fines separatistas; y después, no sólo tolerancia sino estímulo a ellos, aunque se mantuvieran apartados de la oficialidad administrativa. Los actuales nacionalistas han exagerado sin tasa sucesos de la posguerra civil hasta caer en el esperpento.
Elecciones a Cortes1971 |
Elecciones a Cortes 1971 |
Sin salir de la hemeroteca de ese periódico, en la página 7 de su edición del 9 de junio del 19 de junio de 1952, puede observarse el anuncio de una editorial, Biblioteca Selecta, que oferta una colección de libros en catalán (El vent de garbí, de Josep Pla, Coses vistes, Bodegó amb peixos, L’illa dels castanyers, Pa i raIm, Un senyor de Barcelona,y El carrer estret, éste último Premio Joanot Martorell del año anterior).
El 24 de junio de 1960, La Vanguardia comunicaba la convocatoria del premio Sant Jordi de novela, a cuyo importe de 150.000 pesetas podían optar todas aquellas obras «inéditas y originales, escritas en lengua catalana, de una extensión no inferior a 250 hojas holandesas (21×27), mecanografiadas a doble interlínea y escritas por una sola cara, con un margen de 3 centímetros».
Y es que, durante el anterior régimen, la producción literaria en catalán no sólo no estuvo perseguida, sino que fue fecunda. La siguiente es una relación de galardones concedidos a escritores en dicha lengua:
Premio de Honor de las Letras Catalanas:
◦ 1969 Jordi Rubió i Balaguer (historiógrafo y bibliólogo).
◦ 1970 Joan Oliver (Pere Quart, escritor).
◦ 1971 Francesc de Borja Moll i Casasnovas (filólogo y editor).
◦ 1972 Salvador Espriu i Castelló (escritor).
◦ 1973 Josep Vicenç Foix (escritor).
◦ 1974 Manuel Sanchis i Guarner (filólogo e historiador).
◦ 1975 Joan Fuster i Ortells (escritor).
Premio Joaquim Ruyra de narrativa juvenil:
◦ 1963 Josep Vallverdú, por L’abisme de Pyramos.
◦ 1964 Carles Macià, por Un paracaigudista sobre la Vall Ferrera.
◦ 1965 Desierto.
◦ 1966 Robert Saladrigas, por Entre juliol i setembre.
◦ 1967 Emili Teixidor, por Les rates malaltes.
Premio Josep Pla:
◦ 1968 Terenci Moix, por Onades sobre una roca deserta.
◦ 1969 Baltasar Porcel, por Difunts sota els ametllers en flor.
◦ 1970 Teresa Pàmies, por El testament de Praga.
◦ 1971 Gabriel Janer, por Els alicorns.
◦ 1972 Alexandre Cirici, por El temps barrat.
◦ 1973 Llorenç Villalonga, por Andrea Victrix.
◦ 1974 Marià Manent, por El vel de Maia.
◦ 1975 Enric Jardí, por Historia del cercle artistic de Sant Lluc.
Premio Prudenci Bertrana:
◦ 1968 Manuel de Pedrolo, por Estat d’excepció.
◦ 1969 Avel∙lí Artís-Gener, por Prohibida l’evasió.
◦ 1970 Vicenç Riera Llorca, por Amb permís de l’enterramorts.
◦ 1971 Terenci Moix, por Siro o la increada consciència de la raça.
◦ 1972 Oriol Pi de Cabanyes, por Oferiu flors als rebels que fracassaren.
◦ 1973 Biel Mesquida, por L’adolescent de sal.
◦ 1974 Desierto.
◦ 1975 Baltasar Porcel, por Cavalls cap a la fosca.
Premio Lletra d’Or:
◦ 1956 Salvador Espriu, por Final del laberint.
◦ 1957 Josep Pla, por Barcelona.
◦ 1958 Josep Carner, por Absència.
◦ 1959 Ramon d’Abadal, por Els primers comtes catalans.
◦ 1960 Clementina Arderiu, por És a dir.
◦ 1961 Josep Vicenç Foix, por Onze Nadals i un Cap d’Any.
◦ 1962 Joan Oliver (Pere Quart), por Vacances pagades.
◦ 1963 Joan Fuster, por Nosaltres els valencians.
◦ 1964 Josep Benet, por Maragall i la Setmana Tràgica.
◦ 1965 Jordi Rubió, por La cultura catalana, del Renaixement a la Decadència.
◦ 1966 Manuel de Pedrolo, por Cendra per Martina.
◦ 1967 Gabriel Ferrater, por Teoria dels cossos.
◦ 1968 Marià Manent, por Com un núvol lleuger.
◦ 1969 Xavier Rubert de Ventós, por Teoria de la sensibilitat.
◦ 1970 Joan Teixidor, por Quan tot es trenca.
◦ 1971 Alexandre Cirici, por L’art català contemporani.
◦ 1972 Joan Coromines, por Lleures i converses d’un filòleg.
◦ 1973 Maurici Serrahima, por Del passat quan era present.
◦ 1974 Joan Vinyoli, por I encara les paraules.
◦ 1975 Vicent Andrés Estellés, por Les pedres de l’àmfora.
Premio Mercè Rodoreda de cuentos y narraciones
◦ 1953 Jordi Sarsanedas, por Mites.
◦ 1954 Pere Calders, por Cròniques de la veritat oculta.
◦ 1955 Lluís Ferran de Pol, por La ciutat i el tròpic.
◦ 1956 Manuel de Pedrolo, por Crèdits humans.
◦ 1957 Mercè Rodoreda, por Vint-i-dos contes.
◦ 1958 Josep Maria Espinàs, por Varietés.
◦ 1959 Josep A. Boixaderas, por Perquè no.
◦ 1960 Ramon Folch i Camarasa, por Sala d’espera.
◦ 1961 Estanislau Torres, por La Xera.
◦ 1962 Jordi Maluquer, por Pol∙len.
◦ 1963 Carles Macià, por La nostra terra de cada dia.
◦ 1964 Joaquim Carbó, por Solucions provisionals.
◦ 1965 Víctor Mora, por El cafè dels homes tristos.
◦ 1966 Guillem Viladot, por La gent i el vent.
◦ 1967 Terenci Moix, por La torre dels vicis capitals.
◦ 1968 Jaume Vidal Alcover, por Les quatre llunes.
◦ 1969 Robert Saladrigas, por Boires.
◦ 1970 Montserrat Roig, por Molta roba i poc sabó.
◦ 1971 Gabriel Janer Manila, por El cementiri de les roses.
◦ 1972 Josep Albanell, por Les parets de l’insomni.
◦ 1973 Jaume Cabré, por Atrafegada calor.
◦ 1974 Beatriu Civera, por Vides alienes.
◦ 1975 Xavier Romeu, por La mort en punt.
Tomado de Historia y Evolución de la Democracia Orgánica.Laín Entralgo y la lengua catalana.
Pedro Laín Entralgo y Pablo Martí Zaro diseñaron la organización de unos encuentros entre intelectuales de Madrid y Barcelona. El primer coloquio Cataluña-Castilla se celebró el sábado 5 y el domingo 6 de diciembre de 1964 en La Ametlla del Vallés (Barcelona), en la masía del financiero Félix Millet Maristany. Laín Entralgo no pudo acudir en esta ocasión y esta es la carta que dirigió a Pablo Martí Zaro:
“Sr. D. Pablo Martí Zaro
Av. de América, 13.
MADRID
Mi querido amigo:
Siento muy de veras que, como te indiqué en nuestra conversación, la obligación de formar parte de un tribunal universitario en Salamanca el día 5 de diciembre, me impida estar con vosotros en Barcelona. Muy de veras te agradeceré que expreses ese sentimiento y hagas llegar mis más cordiales saludos a todos los que os reunais.
Por lo que valga, te envío, reducida a unos cuantos puntos sumarísimos, mi actitud previa acerca del principal problema que vais a discutir. Helos aquí:
1º. Los españoles castellano-hablantes debemos reconocer de buen grado, y previamente a cualquier ordenación del problema, que el idioma propio de los catalanes, por obvias e insoslayables razones históricas y sociales, es el catalán.
2º. Aunque históricamente injertado en Cataluña, el idioma castellano, también por razones obvias, debe ser usado como propio por los catalanes. El catalán es idioma propio de los catalanes por “propiedad originaria”; el castellano debe serlo por “apropiación”.
3º. Puesto que la realidad idiomática de Cataluña es el bilingüismo, éste debe ser la norma que presida todos los problemas de la expresión verbal en el país catalán. Por tanto: a) La enseñanza debería darse en catalán y en castellano (los técnicos habrían de decir cómo) en todos sus grados; y b) No debe existir restricción alguna para el empleo del catalán en todo orden de publicaciones.
4º. Debe crearse una cátedra regular de Lengua y Literatura catalanas en todas las Secciones de Filología románica de nuestras Facultades de Filosofía y Letras.
5º. La formación de todos los bachilleres españoles habrá de tener en cuenta la mencionada realidad bilingüe del país catalán.
6º. Debe aspirarse a que en todos los centros culturales de la Península (Ateneos, Casas de la Cultura, etc.) haya de cuando en cuando recitales de poesía catalana.
7º. Debe fomentarse entre todos los españoles castellano-hablantes la convicción de que no pueden considerarse a sí mismos como españoles “cultos” mientras no sean capaces de leer la literatura catalana en sus textos originales.
Todo ello es un problema a la vez de información y de buena voluntad. Sin esta última –no fácil de conseguir–, nada podría lograrse. Acaso parezca ingenuo recurrir programáticamente a ella, pero no veo otro camino para ir eliminando definitivamente la tradicional dialéctica entre el catalanismo y el anticatalanismo.
Un cordial abrazo de tu buen amigo
P. Laín“
¿Y aún habrá quién pretenda sostener que noensentenen, noensestimen i altres collonades per l’estil?
Els catalans tenim dues llengües pròpies: el català i el español (castellà), i això ens fa ser bilingües, la qual cosa és una riquesa a mantenir i desenvolupar. Esto es lo que nos diferencia del resto de España, y no sólo hablar catalán. És clar que en Laín ja deia que es necessitava bona voluntat i la decisió de superar la dialèctica catalanista, i el que han demostrat els nacionalistes al llarg de tots aquests anys és que tenen mala voluntat i no només no volen superar aquesta dialèctica d’enfrontament i divisió entre catalans; al contrari, volen atiar-la per treure rèdits polítics. Lamentable.
Dolça i castellana Catalunya…
Cataluña se hizo Rica gracias a Formar Parte de España.
El escritor santanderino, que fue presentado por el historiador Fernando García de Cortázar, abordó los privilegios que ha disfrutado la industria catalana durante los últimos trescientos años, un asunto sobre el que acaba de publicar un libro y sobre el que este periódico ya tuvo la oportunidad de entrevistarle
.
Se protegió a toda la industria nacional, concentrada casi toda ella en Cataluña. Al menos la textil. Felipe V empezó con las prácticas arancelarias, pero es sobre todo Carlos III el que promovió el proteccionismo para proteger la industria catalana. Se obligó, por ejemplo, al ejército a comprar toda la ropa a Cataluña. El proteccionismo dinamiza enormemente la industria catalana. Una situación que llamó la atención de Sthendal. Laínz cita al francés en una reflexión “muy ilustrativa de la situación”:
«Cabe señalar que en Barcelona predican la virtud más pura, el beneficio general y que a la vez quieren tener un privilegio: una contradicción divertida. El caso de los catalanes me parece el caso de los maestro de forja franceses. Estos señores quieren leyes justas, a excepción de la ley de aduana, que se debe hacer a su gusto. Los catalanes piden que todo español que hace uso de telas de algodón pague cuatro francos al año, por el solo hecho de existir Cataluña. Por ejemplo, es necesario que el español de Granada, de La Coruña o de Málaga no compre los productos británicos de algodón, que son excelentes y que cuestan un franco la unidad, pero que utilice los productos de algodón de Cataluña, muy inferiores, y que cuestan tres francos la unidad.»
Stendhal, Memorias de un turista (1838)
Librecambistas versus proteccionistas.
La lucha en todo el siglo XIX fue entre los que consideraban que era necesario el proteccionismo porque la industria española estaba retrasada y por lo tanto había que protegerla hasta que se pusiera al nivel de Europa, y los partidarios del librecambismo. El argumento de la protección de la industria duró casi doscientos años y desesperaba a los diputados librecambistas, que solían ser los liberales, “aunque no siempre”. Hubo regiones, por ejemplo, en las que todos eran proteccionistas, incluso los liberales. Por ejemplo Cataluña, por un obvio interés. Aunque dos de los principales librecambistas eran catalanes, y esto hay que subrayarlo. Laureano Figuerola, ministro de Hacienda durante la (Revolución) Gloriosa (1868) y creador de la peseta como moneda nacional, decía: “Mis paisanos se equivocan, empobrecen a toda la nación para enriquecerse ellos”. Y la burguesía catalana le acusaba de traidor… a España. También Joaquín María Sanromá, que era secretario de Figuerola y que también era catalán decía unas cosas tremendas sobre Cataluña por el empeño de su paisanos en conservar los aranceles.Los librecambistas, por contra, decían: “Es injusto tener que comprar paños más caros y encima peores; están ustedes empobreciendo al pueblo español”. Criticaban los casi doscientos años “de provisionalidad” y pensaban que con el mercado cautivo nuestra industria nunca se preocuparía por mejorar la maquinaria y la producción y estaría permanentemente por detrás de la industria europea… “como así fue”, concluye Laínz.
Franco, benefactor de la industria catalana.
El autor recuerda cómo hasta la crisis del 98 los catalanes eran los españoles con un “patriotismo más inflamado”, circunstancia que tuvo que ver con los intereses que sus élites tenían en las colonias. Tras el desastre, “los mismos que habían alimentado el furor patriótico, empezaron a echar la culpa de la derrota a los andaluces, a la España castellana y a una supuesta sangre beréber y semítica de la que estarían contaminados el resto de españoles”. Se produce la aparición del separatismo, un hecho que no disuadiría a Madrid de seguir protegiendo a la industria catalana.De hecho, durante el régimen de Franco se produce un “excepcional desarrollo” de Cataluña. El Instituto Nacional de Industria (INI) promueve inversiones, se crea la SEATen Barcelona, Pegaso, petroleras, hidroeléctricas. A la muerte de Franco Cataluña, “consólo el 6% del territorio nacional tiene 45% de las autopistas”.
La democracia no cambia un ápice la situación y se siguen produciendo “inversiones, prebendas, privilegios, inmunidades y tolerando actuaciones ilegales e inconstitucionales”. Hoy, a pesar de todo ello, Cataluña está al borde de la secesión. Un escenario del que España saldrá indemne sólo si logra revertir el “adoctrinamiento masivo” en los medios y las escuelas. Es la receta de Laínz: colegios y televisiones “neutrales” y esperar “muchos años”.
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El escritor montañés publica un nuevo ensayo, ‘El privilegio catalán’. En él explica cómo los diferentes gobiernos de España han apoyado a la industria catalana incluso a costa de las industrias de otras regiones, y cómo la burguesía catalana tuvo a España como mercado cautivo durante casi dos siglos
Porque, tal y como cuenta Laínz, “hasta la crisis del 98 los catalanes eran más españoles que nadie, ¡la tierra del Bruc!”. Y también “los más bravucones” contra los norteamericanos, a los que tachaban de “salchicheros” y “tocinaires”. Una “raza de mercaderes”, la norteamericana, decían, que nada tenía que hacer frente a los “hidalgos” y “héroes de Lepanto”. Para el autor, el ridículo después del fracaso del 98 fue tal que “al día siguiente, los mismos que habían alimentado el furor patriótico, empezaron a echar la culpa de la derrota a los andaluces, a la España castellana y a una supuesta sangre beréber y semítica de la que estarían contaminados el resto de españoles”.
Ahora Laínz publica ‘El privilegio catalán. 300 años de negocio de la burguesía catalana’, que presenta el próximo 24 de octubre en la sala cultural de ABC y donde aborda los privilegios que ha disfrutado la industria catalana durante los últimos trescientos años.
Y es que el argumento económico es, a juicio del autor, la última estación del pretendido “proyecto nacional catalán”: “Después de creado el suficiente odio, el cuerpo social está apto para incorporar el mensaje final: ‘España nos roba’”.
-En este asunto de la industria catalana existen dos relatos que han hecho fortuna. Por un lado el de la burguesía catalana, que ha sido privilegiada históricamente, y por otro el de una sociedad catalana muy industriosa y por completo merecedora de sus éxitos.
Son dos lecturas que no se contraponen.
-¿Entonces qué fue antes el huevo o la gallina? Quiero decir, ¿existe industria en Cataluña porque se apoya desde el Estado o el Estado apoya a Cataluña porque tiene industria?
Fueron simultáneas. En historia, el huevo y la gallina no se pueden fijar cronológicamente. A comienzos del XVIII llegan los Borbones, quieren dar un empuje a la industria nacional y comienzan las prácticas proteccionistas. Pasaba en toda Europa: intentar promover los productos propios. Es la política arancelaria, que consiste en gravar a los productos extranjeros para vender más los propios. Levantar un muro. Y en este caso, la región que estaba despuntando era Cataluña. Felipe V empieza a hacer esto a la vez que comienza a despuntar la industria catalana.
-Existe una sincronicidad.
Exacto. En realidad se protege a toda la industria nacional, pero claro, la industria nacional se concentra en Cataluña. Al menos la textil. Felipe V empieza con las prácticas arancelarias, pero es sobre todo Carlos III el que promueve el proteccionismo para proteger la industria catalana. Por ejemplo, se obligó al ejército a comprar toda la ropa a Cataluña.
No. Es consecuencia de que el pueblo catalán en el siglo XVIII empezó a destacarse por su industriosidad. Cataluña tiene un siglo XIX portentoso. Un siglo que para España es negro, un siglo español nefasto en el que el país llega a los más bajos fondos de la decadencia. Militarmente, económicamente, culturalmente… En cambio, en Cataluña se vive un redescubrimiento de la lengua, aparecen fabulosos arquitectos, grandes santos, enormes literatos… Se podría decir que lo que experimenta la España castellana en el XVI lo experimenta la España catalana en el XIX. Es importante subrayar que el movimiento cultural se desarrolla sin ninguna aspiración secesionista; es más, todos se produce bajo la bandera de España. Eran gente que jamás pensó que su nación era otra que la española. Los catalanes de la Renaixença son de lo más patriótico que ha habido en la historia de España.
-De manera que en el XIX España avanza a dos velocidades. En lo cultural y en lo industrial.
Cataluña empieza a andar más rápido y crea una industria mucho más dinámica que la del resto de España… pero mucho menos que la inglesa o la francesa. Es cuando llega el Estado y dice: “No se preocupen señores catalanes que ahora vamos a poner unos aranceles prohibitivos para que los tejidos ingleses, que son mucho mejores y más baratos, no le hagan competencia a usted”. Hay, de hecho, una reflexión de Sthendal, que recojo en el libro, y que resulta muy ilustrativa de la situación.
«Cabe señalar que en Barcelona predican la virtud más pura, el beneficio general y que a la vez quieren tener un privilegio: una contradicción divertida. El caso de los catalanes me parece el caso de los maestro de forja franceses. Estos señores quieren leyes justas, a excepción de la ley de aduana, que se debe hacer a su gusto. Los catalanes piden que todo español que hace uso de telas de algodón pague cuatro francos al año, por el solo hecho de existir Cataluña. Por ejemplo, es necesario que el español de Granada, de La Coruña o de Málaga no compre los productos británicos de algodón, que son excelentes y que cuestan un franco la unidad, pero que utilice los productos de algodón de Cataluña, muy inferiores, y que cuestan tres francos la unidad.»
Stendhal, Memorias de un turista (1838).
-Un mercado cautivo que beneficiaba tantos a los catalanes como perjudicaba al resto de españoles.
Levantar una barrera arancelaria tiene consecuencias. Así, por ejemplo, cuando tú quieres vender naranjas a Inglaterra no puedes. Por eso Valencia fue muy perjudicada por esa política: impedía la exportación de frutas, o al menos la dificultaba mucho. Blanco Ibáñez era muy muy crítico con eso.
“Valencia, cuya agricultura muere por imposición del industrialismo catalán, porque catalanes y vizcaínos han conseguido la confección de unos infames aranceles que nos tapian los mercados internacionales para la exportación de nuestra fruta, sometiéndonos a una pérdida anual de mas de cien millones de pesetas, que se traduce en hambre y congojas en el campo y languidez en la vida comercial de la ciudad”.
Blasco Ibáñez en ‘El Pueblo. Diario Republicano de Valencia’, 1907.
-Pero en España también había partidarios del librecambismo.
Sí. La lucha en todo el siglo XIX fue entre los que consideraban que era necesario el proteccionismo porque la industria española estaba retrasada y por lo tanto había que protegerla hasta que se pusiera al nivel de Europa, y los partidarios del librecambismo. El argumento de la protección de nuestra industria duró casi doscientos años y desesperaba a los diputados librecambistas, que solían ser los liberales, aunque no siempre. Había regiones, por ejemplo, en las que todos eran proteccionistas, incluso los liberales. Por ejemplo Cataluña, por un obvio interés. Aunque dos de los principales librecambistas eran catalanes, y esto hay que subrayarlo. Laureano Figuerola, ministro de Hacienda durante la (Revolución) Gloriosa (1868) y creador de la peseta como moneda nacional, decía: “Mis paisanos se equivocan, empobrecen a toda la nación para enriquecerse ellos”. Y la burguesía catalana le acusaba de traidor… a España. También Joaquín María Sanromá, que era secretario de Figuerola y que también era catalán decía unas cosas tremendas sobre Cataluña por el empeño de su paisanos en conservar los aranceles.
-¿Nunca tuvo sentido el proteccionismo entonces?, ¿fue contraproducente?
Todos tenían su parte de razón. Proteccionistas y librecambistas. El proteccionismo fue una tónica general después de la Europa napoleónica; en España fue particularmente intenso por dos razones: la primera, por tener una industria menos desarrollada, y por otro lado, por la pérdida del imperio en el XIX. Se pierden una fuente de materias primas bestial y un mercado gigantesco. Por eso España fue el país más proteccionista de Europa.
‘El Vapor’ como síntoma.
Jesús Laínz explica el caso, paradigmático a su juicio, de la fábrica de Bonaplata, comprada en Reino Unido y conocida popularmente como ‘El Vapor’. Se trató de la primera fábrica textil, metálica y a vapor que se montaba en España. Fue una carísima operación, financiada al cincuenta por cien por el Gobierno y que tuvo éxito gracias a las gestiones del embajador español en Londres Cea Bermúdez. Se montó en en 1833, y en 1835, “debido a una mala tarde de toros, la chusma barcelonesa, bien regada de vino y liberalismo, prendió fuego a la instalación”. En aquella tarde se asesinaron curas y monjas, se quemaron conventos y se arrastró y quemó vivo en la plaza pública al gobernador militar. Y por último se prendió fuego al icono de Bonaplata. “Es decir, lo que España había pagado, un grupo de barceloneses se lo cargan”. “Increíblemente el Estado lo indemnizó -explica Laínz-; es sólo un ejemplo de cómo España ha estado siempre detrás de la industria catalana”.-De modo que a España le ha costado dinero la industria catalana.
Le ha costado muchísimo dinero. Mira, en “Cataluña en España. Historia de un mito”, el historiador económico catalán Gabriel Tortella da un dato que resulta demoledor. Se trata del sobrecoste que ha supuesto a los españoles el mantenimiento de la industria catalana. Esto es, lo que los españoles tuvieron que pagar de más a los catalanes (que hubieran podido pagar de menos a los ingleses) sólo en el siglo XIX y sólo en la industria textil. La cifra ascendería a más de 500.000 millones de euros actuales. Un dinero que la burguesía catalana debería a España y que, obviamente, nadie les ha pedido.
-Vayamos al problema contemporáneo, a la crisis separatista que estos días vive su fase decisiva. Parece claro que sin la cobertura moral y política de alguna la izquierda, el separatismo no hubiera llegado donde ha llegado. Estos días, con la actitud cómplice de Podemos y los ‘comuns’ se está viendo claramente. Y es que, como dijo Julián Marías, la izquierda tiene una imagen negativa de la historia de España. Y digo yo que, echando un vistazo a nuestra historia, al peso de la tradición y de la Cruz… quizá el escepticismo de nuestra izquierda con respecto a la historia de España sea legítimo.
No es legítimo. Y no lo es por dos razones. Primero, porque identificar a España con la perpetua reacción es un error. El país más progresista en el siglo XVI fue España. España, por ejemplo, dio el voto a las mujeres mucho antes que Inglaterra, que Austria, que Alemania y que otros mucho países (en las elecciones municipales votaban las mujeres desee principios de siglo). ¿Cuántos años de democracia ha disfrutado Alemania? Del 45 para acá. Nunca antes había tenido democracia. España sí: dos repúblicas. ¡Si hay un país reaccionario es Alemania! Es más, el reaccionarismo nace en Alemania, el romanticismo nace en Alemania.
-Y por eso también tiene problemas de identidad nacional como nosotros. Por eso una parte importante de su población recela de su propia nación.
No, recela por Hitler. Hitler como reencarnación de Bismarck y de Federico el Grande. En realidad, en toda Europa, Francia es la excepción. Es más, te podría dar la vuelta al argumento: Lejos de que sea España la excepción reaccionaria de Europa, Francia es la excepción republicana.
-¿Inglaterra es también la reacción?
Inglaterra es la tradición más que ningún otro.
-Entonces, ese peso gigantesco de la religión en nuestra historia que la izquierda denuncia… ¿es falso?
Es cierto.
-¿Y la monarquía tradicional, que sobrevive hasta el siglo XXI?
Es cierto.
-¿Ese Franco que acaba por confirmar sus tesis,
… financiado por un buen número de catalanes y por Cambó.
-Ya, pero es cierto. ¿Y ese imperio universal que somete a los indígenas?
Claro, ¿y los ingleses no sometieron a nadie?, ¿y los franceses?, ¿y los alemanes? ¡Y los belgas ni te cuento!
-Vale ¿Y la Contrareforma?
Pero no es estrictamente española.
-¿En serio no hemos sido un país particularmente…?
¿Católico? Sí. Y también Austria. Y Polonia ni te cuento.
-Imperial, monárquico, belicoso, religioso, lleno de santos…
No más que otros. ¿Ha sido más bélica España que Francia?, ¿más bélica España que Inglaterra?
-“Luz de Trento, martillo de herejes, espada de Roma…”. Marcelino Menéndez y Pelayo. Lo sabes mejor que yo.
Yo no soy demasiado creyente y a mí no me molesta que España sea la luz de Trento.
-Sabes que tu paisano no miente cuando hace esa lectura. Y si no miente, el escepticismo de la izquierda al respecto de nuestra historia podría ser legítimo.
Hace cuarenta años que vivimos en un régimen democrático en España. Esa es la respuesta que hay que dar a esas tesis. Yo hace mucho tiempo que no discuto con mi tatarabuelo. Ni con mi tatarabuelo ni con el tatarabuelo de mi tatarabuelo.
-Cambiemos de nacionalismo. ¿Qué ha pasado con el País Vasco? Mucha gente piensa que se han establecido, por fin, en la normalidad constitucional.
No. Han ganado. Tienen un control idoleológico absoluto. Ya no necesitan las pistolas porque los frutos ya los han recogido. Ningún vasco menor de treinta años es ajeno al discurso nacionalista. Han llegado a la conclusión de que seguir asesinando gente no funciona. Ahí les tienes en las instituciones.
-Un lector escéptico, cuando te lea que “han ganado” pensará “¿Cómo que han ganado? El País Vasco sigue siendo parte de España, Navarra es Navarra, el separatismo terrorista ha desaparecido, el Gobierno vasco ha moderado el discurso y el independentismo está en mínimos históricos…”.
ETA no ha desaparecido…
-… pero no mata.
La gente sigue teniendo miedo…
-…menos del que tuvo.
La gente no convoca una conferencia con la misma libertad con la que la convoca un señor del PNV porque ETA puede volver a matar y tiene larga memoria. El miedo es el mismo y el control de la calle es el mismo. Se ve a diario con las exaltaciones de los etarras. Y el control ideológico de la población es exactamente el mismo. Es más, Josu Zabarte, el carnicero de Mondragón, lo dejó bien claro a la salida de la cárcel: “hemos ganado”. Decía: “Yo cuando estaba en la cárcel hace treinta años dudaba de lo que me iba a encontrar cuando saliera de aquí y lo que me he encontrado, tanto en el País Vasco como en Navarra, es que hemos ganado”. Lo que pasa es que se han visto sorprendidos por la testosterona inesperada que han demostrado los separatistas catalanes. Entonces están agazapados. Como el león detrás de las cañas con la cebra a cuatro metros. Esperan que el otro león, que es el catalán, le salte a la cebra al cuello para unirse. No son tontos. Y te digo una cosa, como los catalanes tengan éxito, los siguientes son ellos. Al día siguiente. Veinticuatro horas.
-Volvemos a Cataluña para acabar. ¿Cómo resolvemos la situación?
Dos cosas: aplicación de la ley. Es decir, que España sea de verdad un Estado de derecho. Gran parte de las causas de estar como estamos hoy es porque España no es un Estado de derecho. Si lo fuera, habría muchos políticos en la cárcel. De hecho, los principales vulneradores de la Constitución son Felipe González, Aznar, Zapatero y Rajoy. Y dos: sustituir el adoctrinamiento por la educación. Es decir, que a los niños se les enseñe los instrumentos matemáticos, históricos, jurídicos y lingüísticos neutrales. No herramientas adoctrinadoras equivalentes a la de los regímenes nazi y soviético, que son puro totalitarismo. Hay que garantizar la neutralidad de las instituciones, de la educación y de los medios de comunicación.
-Vale, ¿y ves al Estado dispuesto a transitar ese camino?
No.
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Entender la Cuestión Catalana.
El 30 de noviembre de 1934 un joven diputado madrileño declaraba en el Parlamento español: “(…) para muchos, el problema catalán es un simple artificio y, para otros, no es más que un asunto de codicia; sin embargo, estas dos actitudes son perfectamente injustas y desacertadas. Cataluña es muchas cosas a la vez, y mucho más profundas que un simple pueblo de mercaderes. Cataluña es un pueblo profundamente sentimental; el problema de Cataluña no es sobre importaciones y exportaciones; es un problema- muy difícil-, un problema de sentimientos”. Jordi Pujol, presidente de la Generalidad durante cerca de un cuarto de siglo, dijo un día del autor de esas frases que era uno “de los que mejor había entendido a Cataluña, y en circunstancias muy difíciles” (Tiempo, 22 de diciembre de 1997, nº 816). Para escándalo de los guardianes de lo históricamente correcto, se refería al abogado y fundador de la Falange Española, José Antonio Primo de Rivera.
La cuestión catalana es, hoy como ayer, sobre todo histórico-afectiva, después política y, luego, económica. Desde 1980 y sobre todo desde 2010, el 11 de septiembre de cada año se movilizan enormes masas de ciudadanos en Cataluña para manifestarse a favor de la independencia. La Diada es la fiesta nacional que conmemora la caída de Barcelona ante las tropas de Felipe V, nieto de Luis XIV, el 11 de septiembre de 1714. En cuarenta años desde la Transición a la democracia, el problema catalán no ha hecho sino agravarse. Cerca del 40% del electorado catalán ya no se contenta con el Estatuto de Autonomía, que fue aprobado en dos tiempos: Primero, en 1979 y, de nuevo, con otras competencias añadidas, después del referéndum de 2006 (73,9% de voto favorable). La mayoría de la clase política catalana actual (unión circunstancial de independentistas de derecha y de extrema izquierda) considera la autonomía de la que ha beneficiado hasta ahora como muy insuficiente. No solamente el regionalismo, sino también el federalismo sobre el modelo suizo, alemán o de EE.UU. son vías muertas y enterradas. Ya no se quiere más que una cosa: dar el paso hacia la independencia.
El referéndum del 1 de octubre de 2017, organizado por las autoridades catalanas violando la Constitución (ley fundamental de la democracia española) ha demostrado esta voluntad secesionista. Una parodia de referéndum, abiertamente anticonstitucional, que fue ampliamente improvisada. No había listas electorales, las urnas estaban en la calle y donde los electores podían votar varias veces sin ser controlados. Según la Generalidad, el 90% de los votos fueron favorables a la independencia. La participación habría sido, según la misma fuente, del 42% (2.200.000 personas sobre 5.300.000 llamadas a votar). Si quitamos el 10% del “no”, resulta entre un 38 y 40% del electorado que se habría manifestado a favor de la independencia. De cualquier forma, después de décadas marcadas a la vez por la pusilanimidad del Gobierno central de Madrid y la combatividad creciente de los independentistas catalanes, la secesión no parece ya una hipótesis increíble.
Como todos los nacionalismos, el nacionalismo catalán encuentra su fuerza tanto en la conciencia y la voluntad de ser una comunidad con un destino, como en la existencia de una lengua, un territorio y un particularismo histórico-cultural. Pero, dicho esto, la historia milenaria de Cataluña y de su lengua son las claves para la comprensión de su identidad.
La provincia romana de Hispania citerior (mitad norte de la Península Ibérica) fue fundada en 195 a.C. Era administrada desde Tarraco (la Tarragona actual), ciudad donde los visigodos se instalaron en 410 d.C. Al final del siglo VIII, después de la invasión musulmana, el imperio carolingio fijó su frontera político-militar en la parte oriental del Pirineo. Era la famosa Marca Hispánica, organizada en condados, como los de Pallars, Ribagorza, Urgell, Cerdaña, Barcelona, Gerona, Osona, Ampurias y Rosellón. A lo largo de los siglos siguientes, los condes de Barcelona desarrollaron su territorio mediante una serie de alianzas matrimoniales, herencias y conquistas. En 1150, el conde Ramón Berenguer IV contrae matrimonio con Petronila de Aragón. Su hijo Alfonso II se convierte en rey de Aragón y conde de Barcelona. Otra unión dinástica con consecuencias capitales para España: el matrimonio de Fernando de Aragón e Isabel la Católica, reina de Castilla, en 1469, que permite unificar el país, aunque cada reino conserva sus instituciones y leyes propias. En el siglo XVI, Cataluña tuvo un virrey, el arzobispo de Tarragona, nombrado por el emperador Carlos V. Por primera vez, el territorio aparece gobernado como una región unificada.
A lo largo de la guerra de los Treinta Años (1618-1648) los franceses conquistan el Rosellón. Para hacer frente a los gastos de guerra, el conde-duque de Olivares, Primer Ministro de Felipe IV, decide aumentar los impuestos y reclutar soldados catalanes. Estas medidas provocan inmediatamente la hostilidad de los campesinos y de una parte de las autoridades catalanas. Los obispos de Vic y Barcelona se presentan en su capital a la cabeza de 3.000 campesinos rebeldes. El 16 de enero de 1641, el Presidente de la Generalidad, Pau Claris, proclama la República independiente de Cataluña bajo la protección del rey de Francia. Pero duda, lo reconsidera y, el 23 del mismo mes, somete completamente Cataluña a Luis XIII de Francia. Felipe V la recuperará, sin el Rosellón, diez años más tarde en la firma del Tratado de los Pirineos (1659).
A la muerte de Carlos II, “el Hechizado”, último monarca de los Habsburgo, una guerra de sucesión estalla entre dos pretendientes: Felipe V, de la Casa de Borbón, nieto de Luis XIV, y el Archiduque Carlos de Austria (futuro Carlos VI, soberano del Sacro Imperio). Castilla y Navarra se unen sin dudarlo al bando de Felipe V, pero la Corona de Aragón, que posee el territorio de Cataluña, se pronuncia por Carlos III. Después de varios años de conflicto (1701-1715), los Borbones ganan la guerra. Tras su victoria, Felipe V firma los Decretos de Nueva Planta (1707-1716) que siguen el modelo francés de centralización del Estado y que modifican profundamente las instituciones tradicionales de “las Españas” (fueros, costumbres y libertades civiles de los reinos de Castilla, Aragón, Valencia, Mallorca y Principado de Cataluña se ven limitados y reducidos).
Las primeras disposiciones legales contra la lengua catalana se adoptan en los siglos XVIII y XIX por reformistas francófilos, masones y liberales de izquierda. Para ellos, el castellano debe ser la lengua modernizadora de España a imagen del francés en Francia. La lista de personalidades de esta élite ilustrada es muy clara: encontramos al conde de Aranda, al conde de Floridablanca, Manuel Godoy, Manuel José Quintana, Juan Álvarez Mendizábal, Claudio Moyano, Leopoldo O´Donnell, Práxedes Mateo Sagasta o el conde de Romanones.
En 1812, después de la invasión de Napoleón, Cataluña es dividida en cuatro departamentos e incorporada al Imperio francés. La ciudadanía no tarda en rebelarse como en el resto de España y se fuerza al ocupante a retirarse en 1814. España sale exhausta de la aventura napoleónica. De nuevo en 1823 un contingente de la armada francesa interviene (los Cien Mil Hijos de San Luis) pero, esta vez, con el acuerdo de la Santa Alianza. Las guerras de independencia hispanoamericanas (1810-1823) dan la puntilla al Imperio español. Construido sobre el modelo liberal-jacobino francés, el Estado-Nación que le reemplaza nunca llegará a consolidarse del todo. A lo largo del siglo XIX, los golpes de estado militar/liberales se suceden a buen ritmo (treinta y tres golpes sobre treinta y cinco son “progresistas” de 1814 a 1884). En varias ocasiones, la guerra civil estalla. La Primera Guerra Carlista (1833-1840) opone la España tradicional del infante Carlos de Borbón a la España liberal de los partidarios de Isabel II. Cataluña se moviliza ampliamente a favor de los carlistas. Realiza la misma elección durante la Segunda Guerra Carlista (1846-1849) y su territorio es incluso el teatro principal de operaciones militares.
A partir del segundo tercio del siglo XIX, el movimiento cultural “Renaixença” comienza a desarrollarse. Contribuye a la supervivencia de las tradiciones y de la lengua catalana. Tiene el apoyo de la Iglesia, a través del obispo y escritor Torras y Bages, y del sacerdote y poeta Jacinto Verdaguer. Las normas del catalán moderno serían fijadas más tarde, a comienzos del siglo XX, por el lingüista Pompeu Fabra.
El catalanismo político nace, por otra parte, en 1880. Sus primeras personalidades más notorias son los federalistas republicanos Francisco Pi y Margall (Presidente de la Primera República española, en 1873) y Valentí Almirall. Se fundan tres partidos en pocos años: La Lliga de Catalunya, en 1887, Unió catalanista en 1891 y al Lliga Regionalista de Enric Prat y Francesc Cambó, en 1901. La ideología de estos partidos es regionalista, conservadora e interclasista. Su principal éxito es la obtención de la Mancomunidad de Cataluña en 1914. Esta institución funciona hasta 1925. Agrupa las cuatro provincias catalanas (Barcelona, Tarragona, Lérida y Gerona) y permite una cierta gestión político-administrativa común.
Los años 1922 y 1931 ven el nacimiento de otros dos partidos independentistas de centro-izquierda: Estat Catalá, del militar y masón Francesc Macià, y Esquerra Republicana, de F. Macià, Lluís Companys y Josep Tarradellas. En esa época, los inmigrantes que se ven atraídos por la Cataluña industrial vienen de las clases populares del sur de España y son profundamente antinacionalistas. Simpatizan y militan sobre todo en la CNT anarquista, pero también en la federación catalana del PSOE, y consideran el nacionalismo catalán como un movimiento burgués. Sus descendientes, de origen principalmente andaluz, constituyen hoy una buena parte de la población catalana.
Tras la llegada de la Segunda República (14 de abril de 1931), el presidente de Esquerra Republicana, Francesc Macià, proclama desde el Palacio de la Generalidad: “La República catalana como estado integrante de la Federación ibérica”. Un año y medio más tarde, el 9 de septiembre de 1932, las Cortes españolas adoptan el primer Estatuto de Autonomía de Cataluña. A partir de entonces, existen un gobierno y un parlamento en Barcelona. Pero en octubre de 1934, en medio de la revolución socialista, el presidente de la Generalidad, Lluís Companys, ofrece su apoyo a los revolucionarios contra el gobierno de la República dirigida por el líder del Partido Radical, Alejandro Lerroux. Por su parte, Companys afirma desde el balcón de la Generalidad: “El Gobierno que yo presido asume todas las facultades del poder en Cataluña y proclama el Estado catalán en la República Federal Española”. Pero después del fracaso de la revolución socialista, el Estatuto de Autonomía es suspendido por el Gobierno central. No será restablecido hasta después de las elecciones de febrero de 1936, tras la victoria del Frente Popular.
Después de la Guerra Civil (1936-1939), bajo la dictadura de Franco (1939-1975), el nacionalismo y el separatismo catalanes son severamente reprimidos. La oposición nacionalista y separatista catalanas están prácticamente ausentes durante el franquismo. La única resistencia seria y amenazadora para el régimen viene entonces de los anarquistas, los comunistas y los nacionalistas vascos. No hay que olvidar tampoco que, durante la Guerra Civil, una parte del catalanismo político (sobre todo los miembros de la Lliga Regionalista y de la Lliga Catalana de Francesc Cambó) combatió con convicción en las filas del bando nacional. Buen número de catalanes acogió con entusiasmo a las tropas de Franco en Barcelona, en enero de 1939. Entre los vencedores, hay intelectuales y artistas catalanes prestigiosos como Josep Pla, Eugenio d´Ors, Salvador Dalí, José María Sert, Fernando Valls Taberner o Martín de Riquer. Durante los primeros años del régimen franquista, la lengua catalana es reprimida y combatida como “vehículo del separatismo”. Pero a partir de 1944-1950 una cierta liberalización cultural permite la enseñanza de la filología catalana, la publicación de libros y las representaciones teatrales en catalán. Cataluña será una de las regiones que se beneficiará más del “milagro económico español” de los años 1959-1973.
En 1978, la Constitución de la España democrática generaliza el principio autonómico. Se crean diecisiete comunidades autónomas (más dos ciudades autónomas, Ceuta y Melilla). Cataluña es definida como “nacionalidad” y el catalán es declarado oficial al mismo nivel que el español. Durante veintiocho años (de 1980 a 2003 y de 2010 a 2015) Cataluña tiene gobiernos de los nacionalistas de CiU, una federación de partidos cuya ideología es liberal y demócrata-cristiana. Una coalición de izquierdas (PSC, Iniciativa per Catalunya Verds y nacionalistas de Esquerra Republicana) conseguirá el poder durante siete años solamente.
Durante las últimas elecciones al Parlamento de Cataluña, en septiembre de 2015, las dos coaliciones independentistas que apoyan el proceso de secesión de España y que reivindican también la Cataluña francesa, Junts pel sí y la CUP, obtienen la mayoría de escaños (respectivamente 62 y 10 sobre un total de 135). El nacionalismo radical es hoy, sin ninguna duda, la fuerza política hegemónica de Cataluña. Pero en el futuro tendrán que gestionar el aumento constante del número de inmigrantes extranjeros (15% de la población, en particular de origen africano) y la presencia mayoritaria de castellano-parlantes (57% de la población).
¿Cataluña con o sin España? La respuesta pertenece teóricamente al conjunto del pueblo español, y no solo al pueblo catalán. La Constitución española reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y de las regiones, pero apuntilla que “tiene como fundamento la unidad indisoluble de la nación española, patria común e indivisible de todos los españoles”. Fuera de la revolución, la única vía posible para la autodeterminación es: Primero, que el Parlamento catalán proponga a las Cortes Generales una reforma de la Constitución y, segundo, que el pueblo español se pronuncie democráticamente en última instancia.
Dicho esto, en la práctica y por voluntad de la clase política española, la respuesta depende también en buena medida de lo que digan las autoridades de la Unión Europea. “Los kosovares nos han enseñado el camino a seguir”, repiten incansablemente los independentistas catalanes. Les gusta también compararse a los irlandeses reprimidos por los británicos. Pero, ironías de la Historia, la cuestión es que los catalanes no han sido nunca víctimas de un Estado jacobino centralista y represivo, como suelen decir, ni tampoco “robados y condenados a pagar por el resto de España”. Antes al contrario, Cataluña siempre ha sido una de las regiones más privilegiadas de España. En cuanto a la comparación que les gusta hacer a los independentistas catalanes entre, por un lado, los neoliberales españoles (conservadores liberales del PP y socio-liberales del PSOE), todos mundialistas, atlantistas, multiculturalistas y eurófilos y, por otro lado, los “liberales jacobinos” y los “franquistas/fascistas” de antaño, eso es una gran patraña.
Arnaud Imatz.