El Cooperativismo.
"Nuestra aldea debe tender a convertirse en cooperativa de producción, regida por el acuerdo de JONS, integrada en cada localidad rural por labradores y representada por el capital tierra, para establecer en ella instalaciones comunes de industrias derivadas de la agricultura y ganadería, venta de productos en común a grandes centros consumidores, a cuyas JONS municipales o provinciales, competería correlativamente la organización de dpósitos y compras. Nos bastarían asociaciones económicas forzosas, como la de la parroquia, y un comercio rápido y directo con las poblaciones, cuyo órgano sería la cooperativa nacional-sindicalista provincial o municipal."
Ponencia de Galicia sobre el problema jurídico del campo Español en el I Consejo Nacional de FE de las JON-S de 1934.
Legislación Cooperativa Actual y Principios Cooperativos.
El Sistema Actual y su legislación obstaculizan el cooperativismo no solo en España sino en la mayor parte del Occidente Capitalista. La Constitución vigente, que instauró la corrupción en España tras la Transición, obstaculiza todo bien social:
Ciertamente, en nuestro Ordenamiento, la proliferación de leyes de cooperativas constituyó en sus orígenes y constituye actualmente un grave problema desde la perspectiva de algunos principios constitucionales y conlleva una seria falta de seguridad jurídica.
Siendo esto así, lo que se impondría sería la derogación de las leyes autonómicas de cooperativas en su contenido mercantil por ser competencia exclusiva estatal, algo que entendemos políticamente imposible.
Pero quedaría poco espacio para una ley de armonización pues, por concepto, ésta se ha de limitar a establecer principios o directrices que modulen el ejercicio de competencias propias de las Comunidades Autónomas.
La legislación alemana y la austriaca de cooperativas no mencionan en su articulado los principios de la Alianza Cooperativa Internacional siendo la incorporación que de los mismos se hace en ellas muy inferior a la que tiene lugar en los Ordenamientos latinos.
En estos, como por ejemplo hemos visto que sucede en España, los principios cooperativos forman parte del Derecho positivo; incluso llegan a tener fuerza jurídico-constitucional, como es el caso de Portugal, de modo que cualquier intento de contrariarlos representa una violación de la Constitución de la República Portuguesa.
Y si atendemos a las leyes nacionales sobre cooperativas, las diferencias son igualmente sustanciales, llegando a afectar incluso al concepto mismo de cooperativa.
No todas las legislaciones cooperativas en Europa reconocen a estas sociedades como organizaciones empresariales de titularidad de sus socios o como organizaciones democráticas, ni coinciden en una forma no capitalista de reparto de beneficios, ni en la dotación de reservas, ni en la distribución del remanente tras la liquidación, cuestiones estas últimas donde la diversidad es aún mayor.
La violación estatutaria de los que se pueden considerar verdaderos dogmas de la sociedad cooperativa en nuestro Ordenamiento, como podría ser el de la imposibilidad de que el capital social se divida en participaciones que tengan la consideración de títulos valores, sería nula pero por el hecho de ser contraria a la Ley (v.gr., art. 45.3 LCoop) y no por ser contraria a los principios cooperativos, pues en Italia, por el contrario, se permite que el capital de la cooperativa pueda ser repartido en cuotas o en acciones (arts. 2.518.1º.4. y 2.521 y ss. Codice civile).
Probablemente, la única regla uniforme en Europa es la variabilidad del capital, e incluso esta regla muestra ya divergencias por causa de las Normas Internacionales de Contabilidad (NIC) y las de Información Financiera (NIIF) y la distinta solución que cada Ordenamiento haya establecido para que el capital de la sociedad cooperativa pueda ser registrado bien en el epígrafe de “Fondos propios” dentro del patrimonio neto, o bien en el epígrafe “Pasivo no corriente” o “Pasivo corriente”, pues de la NIC se desprende que las aportaciones de los socios al capital se reconocerán como patrimonio neto sólo si la cooperativa tiene un derecho incondicional a rehusar su reembolso."
El Cooperativismo en las Estadísticas Actuales.
Las cooperativas de trabajo, sociales y de producción promueven el
empleo sostenible, el crecimiento económico y la industrialización.
Promueven la dimensión a largo plazo de la empresa. Y aún y cuando
algunas cooperativas están pasando por tiempos difíciles, los estudios
muestran que, en general, este tipo de empresas están teniendo una mayor
resistencia a la crisis.
Países como Argentina tienen numerosos ejemplos de cooperativas de
trabajo creadas por empleados que toman sus empresas en quiebra y
salvaguardan los empleos.
Por otro lado, en Vascongadas se ubica uno de los ejemplos más
claros de industrialización sostenible e innovación. La Corporación
Mondragón, un grupo creado por un sacerdote falangista en el franquismo, con más de 100 cooperativas de trabajo, que da
empleo a 74,117 personas, tiene sus inicios en 1943 en Mondragón, un
pequeño pueblo de 7.000 habitantes.
Hoy, Vascongadas -donde la Corporación Mondragón
representa una gran parte de su economía, con un 3% de su PIB y
principal grupo empresarial-, es la región de España con menos desempleo
(12%, comparado con el 25% del resto del país). Oñati, el pueblo con
menos desempleo de España (8,5%), tiene ese nivel en gran medida gracias
a las cooperativas, que representan más del 50% de las empresas.
Sin embargo existen otro tipo de Cooperativas, también muy beneficiosas en general, pero que solo pueden considerarse Cooperativas hasta cierto punto. Estas son las Cooperativas de Viviendas, las cuales una vez construidas las viviendas, desaparecen como cooperativas.
"Una cooperativa de viviendas es una entidad sin ánimo de lucro, formada
por un grupo de personas que comparten básicamente la necesidad de una
vivienda y se unen para acceder a ella en las mejores condiciones de
calidad y coste posible, por lo que las viviendas se adquieren a un
precio menor que el que permite otro tipo de promoción. Es la propia
cooperativa la que promociona las viviendas para adjudicárselas a sus
socios a riguroso precio de coste, eliminando el beneficio del promotor
como parte del precio de la vivienda. El socio de una cooperativa es a
la vez promotor de la sociedad y adjudicatario de la vivienda".
Estas son las cooperativas que inflan las estadístcas en los gobiernos del PSOE. Las otras, las agrícolas e industriales (como el Grupo Mondragón que tanto ha crecido en las últimas décadas y también las aumenta) hunden sus raíces en el franquismo y en el falangismo.
"Dice que el capitalismo es una armadura que incorpora los factores de la propiedad a la dominación financiera.
Como ejemplo, se refiere a la Cooperativa Sam, y expresa lo que ocurre, con un negocio de leche donde se aúnan los esfuerzos de miles de modestos campesinos que quieren constituir una Cooperativa para obtener directamente los beneficios y cuando comienzan a lograrse éstos una gran empresa extranjera, que tiene grandes negocios en medio mundo, y a la que no le importa nada perder varios millones de pesetas, rebaja el precio de venta unos céntimos y arruina por entero a una provincia como ésta. (Ovación ensordecedora.)
De este aspecto entero y profundo de la crisis del capitalismo, que oprime no sólo a los obreros, sino a muchos pequeños empresarios, no dice nada la propaganda de las derechas. Todo se les vuelve llamamientos falsos al "honrado obrero", que el obrero, naturalmente, no ha de creer.
Lo cierto es –sigue diciendo– que a los obreros, hasta que formaron sus Sindicatos, no se les quitó sus jornales de hambre y hasta que no fueron un peligro no les llamaron las derechas. (Aplausos.)
Expone que Falange quiere desarticular el régimen capitalista para que sus beneficios queden en favor de los productores, con objeto de que éstos, además, no tengan que acudir al banquero, sino que ellos mismos, en virtud de la organización nacionalsindicalista, puedan suministrarse gratuitamente los signos de crédito".
Resumen del discurso de José Antonio en Santander el 26-01-1936.
Una nueva Teoría Económica
Hasta aquí venimos habÍando en un terreno puramente teórico del hombre, del Estado y de ese instrumento que los pone en relación conocido bajo el nombre de "Poder"; procede, pues, dedicamos ahora a extraer las consecuencias prácticas que de ello se deducen, y tratar de ver el modo de organizar las cosas para que todo lo dicho tenga lugar y dimensión.
Pero como en la fórmula que apetecemos entra sustancialmente la organización sindical de la sociedad, y esta organización nos exige remontamos primero al conocimiento del problema económico que la origina, es preciso suspender aquí la exposición racional de las cosas para. ponernos a meditar primeramente sobre el modo de resolver este problema; lo cual es tanto como ponernos a meditar sobre la política a seguir en materia de justicia social.
El origen del cooperativismo en pequeñas comunidades está en las Reducciones jesuitas de Paraguay. |
1) El problema social solo puede existir en regímenes injustos.
José Luis de Arrese |
Efectivamente, la misión primordial de un Estado es realizar el derecho, y realizar el derecho es dar a cada uno lo suyo. Dichas las cosas así parece que no es posible plantear discusión sobre la justicia social, coma no es posible plantearla sobre la moral, el honor o cualquier otra de las virtudes esenciales e ineludibles de la sociedad; sin embargo, el liberalismo lo ha hecho. ¿Por qué? Porque el liberalismo cree que lo suyo de cada uno es la libertad, y, en su consecuencia, opina que realiza tanto mejor el derecho, cuanta más libertad concede a los individuos; lo cual viene a traer, que si en un estadio determinado, por ejemplo, este de la economía, entran en pugna la justicia y la libertad, el liberalisrno tiene que someter aquélla a los dictados de ésta, aun a riesgo de que origine un problema tan grave como el social, y de que el hombre sencillo, no acostumbrado a esta clase de incongruencias filosóficas, tan abundantes en el campo de la política liberal, acabe por reconocer que no comprende una sola palabra de estas cosas.
Por lo tanto, decir política social, o es decir una frase sin sentido o es decir algo mucho más profundo, tan profundo como afirmar que se vive dentro de un sistema injusto, dentro de un sistema que no lleva en su frente este noble destino de imponer la justicia. Porque la justicia es un imperativo del Estado, y el Estado tiene inexorablemente que llevarla a cabo, sin que pueda dejar que sobre ella recaiga la discusión de los hombres.
Si se discute y viene a ser motivo de campañas políticas es porque algo no funciona en su maquinaria, y esto es lo primero que hay que sospechar cuando se dice que en un país se ha planteado el problema de la política social. Veamos cómo "esto que no funciona" en el sistema liberal se debe al conflicto que acabamos de enunciar entre lo que entiende por libertad y lo que entiende por justicia.
2) El triunfo de la libertad sobre la injusticia obliga al liberalismo a convertir el imperativo social en objeto de especulación política.
El liberalismo se dice ha venido a construir una vida absolutamente libre; el liberalismo representa la libertad. Y ante la fuerza sonora de estas palabras, el alma: popular, que durante siglos viene escuchando no sé qué de "la tiranie", se entrega al entusiasmo y a la adoración; ya sabemos qué clase de libertad ofrece y qué objeciones hay que poner a ella; pero recordemos aquí únicamente lo que se produce al proyectar sobre el aspecto económico este expediente de la libertad, cuando en él se ha empezado por reducir al hombre a la más mínima expresión de la palabra.
El individualismo, al considerar al hombre exclusivamente como individuo, obtiene una visión recortada del ser humano, que repercute sobre el modo de entender la labor jurídica del Estado, El individuo es, para el sistema liberal el contratante; es decir, el hombre considerado únicamente en cuanto celebrador del contrato social.
Pero como tal contrato (que es precisamente lo que da origen al Estado, y, en consecuencia, lo que éste viene obligado a cumplir) no es otra cosa que una convención donde el hombre acuerda ceder un poco de su libertad a cambio de conservar el resto, es decir, como tal contrato se refiere sólo a la libertad del hombre, resulta que el Estado de la democracia liberal individualista no puede mirar las cosas más que por este prisma, y todo lo que no se refiera a la libertad queda fuera de sus atribuciones.
Ahora bien; en la práctica, la libertad sólo puede servir a los favorecidos por la fortuna, a los que no necesitan de nadie para procurarse todo lo que les apetece; los necesitados, en cambio, tienen necesidad de ayuda. Cuando éstos se encontraron con que no podían vivir, acudieron al Estado individualista para pedirle pan, trabajo y la posibilidad de vivir como seres humanos.
Pero el Estado individualista se encontró con la dificultad de que, según sus principios, no podía atender tales peticiones. ¿Cómo iba a procurarles estas cosas a los menesterosos, si procurárselas era aceptar que sus exigencias eran justas y conforme a derecho y, por tanto, equivalía a conceder que el dereoho es algo más que el aseguramiento de la libertad? ¿Cómo reconocer que tales exigencias eran exigencias de lo que era propio, suyo, de los exigentes, sin venir a parar en que lo suyo, del hombre, es algo más que su desvinculación a todo lo existente? Desde el momento en que el Estado reconoce como misión propia dar al hombre un pedazo de pan, es porque parte del supuesto de que tal acción es de justicia, y en admitiendo la justicia se acabó el individualismo.
Por eso el Estado individualista echó mano de ese grotesco sucedáneo que recibió el extraño nombre de política social, como si pudiera haber política individualista. La política social es un expediente inventado por el Estado individualista liberal para no dar su brazo a torcer en la teoría y poder plegarse un poco en la práctica a las amenazadoras exigencias de las masas.
Es como si dijera:
"Yo, el Estado, que no tengo por qué oír tales peticiones, me siento, sin embargo, sentimental, y vaya repartir unos abriguitos de punto entre ustedes para que no se acatarren".
Nótese el fraude que todo esto encubre.
Mientras el Estado individualista seguía haciendo, a regañadientes, política social sus teóricos seguían hablando de que la misión del Estado es realizar el derecho, y como esto no es para ellos otra cosa que un puro aseguramiento de las libertades individuales, resulta que la empresa de dar a los hombres el pan y la dignidad y la justicia quedaba convertida en algo secundario, inesencial y gratuito. No. Realizar el derecho entre los hombres no es eso. Es dar a cada uno lo suyo. Y lo suyo, del hombre, es su alma, y su cuerpo, y su dignidad humana, y la posibilidad de crearse una familia y vivir una vida racional. Realizar el derecho es asegurar todas estas cosas. Y como el Estado está ahí precisamente para eso, para realizar el derecho, su obligación consiste en llevarlo adelante como una de sus funciones capitales. El Estado tiene que hacerlo, no como una cosa que pueda dejar cuando quiera, sino como algo que da la casualidad que es lo único que el Estado tiene que hacer. Si no lo hace, no tiene justificación.
Entonces sí que se convierte en un despiadado e implacable acto de fuerza, que es lo que el Estado individualista, con todo su sentimentalismo de novela rosa, ha venido siendo desde que nació.
Lo que hay que hacer no es hablar de una nueva política social, sino de un nuevo sistema económico. La política social, conviene repetirlo una vez más, es una expresión vacía; es como si alguien saliera predicando una política de orden público; naturalmente que el Estado tiene que mantener el orden público, y si usted lo dice y no es tonto será que pretende con ello pasar algo de matute.
Efectivamente, cuando se habla de política social lo que se quiere es desviar el tema hacia ese terreno del sentimentalismo; si se hablara sinceramente (en vez de hacer invocaciones de ese género) se cambiaría radicalmente el sistema económico en que vive el capitalismo, y entonces se vería cómo hecho esto, cómo dando a cada uno lo que es suyo, ya no habría problema social y no tendría que volverse a hablar de política social.
Porque el problema social, y repitamos esto para resumen de todo lo dicho, hay que mirarlo únicamente como un problema de restablecimiento de la justicia, y este restablecimiento se ha de realizar precisamente en el terreno económico.
Veamos cómo es posible todo esto, y para ello, sabiendo que el hombre interviene en ese terreno de la economía a través de su trabajo, empecemos por analizar esta función humana antes que llegara a convertirse en un artículo de compraventa y el capitalismo le negara su derecho a engendrar la propiedad de la cosa producida.
Es decir, vamos a ver que e! trabajo (y me refiero únicamente al manual, ya que el capitalismo habla únicamente del asalariado, y el marxismo sólo del obrero y del campesino) no es una mercancía sino una fuente originaria de determinados derechos, que ha de alterar sustancialmente las concepciones sociales de hoy para dar paso a. una solución enteramente distinta que, además, ha de ser la única racional y la única justa.
3) El trabajo ni es una, mercancía ni puede ser objeto de enajenación.
Cuando el Autor de la naturaleza humana dictó las leyes esenciales de! Génesis tuvo buen cuidado de señalar categóricamente estas dos, corroboradas por los dos instintos más fuertes del animal: "Creced y multiplicaos"; la ley y el instinto de conservación del individuo, "creced", y la ley y el instinto de conservación de la especie, "multiplicaos". En un principio, el esfuerzo necesario para cumplir la primera de las leyes divinas se verificó sin molestia alguna; luego, por razón del pecado original, este esfuerzo se hizo penoso: "Ganarás el pan con e! sudor de tu frente" ; pero desde el primer día la generación y el trabajo fueron los dos medios que Dios mismo puso al hombre para que la especie subsista y el individuo viva.
Ahora bien; estas dos actividades humanas son esencialmente personales e intransferibles, porque lo mismo que nadie puede considerar al hombre como una simple bestia capaz de vender su facultad genésica para la conservación de la especie, tampoco puede considerarle nadie como una simple máquina capaz de vender su esfuerzo para la conservación de otro individuo mediante el trabajo ajeno.
Pero aun hay más; el trabajo es, por la esencia misma de su origen, un derecho y un deber; un derecho, en cuanto que el hombre tiene derecho a la vida; un deber, en cuanto tiene obligación de conservarla.
Pues bien; el hombre que puede vender derechos, pero no deberes, tampoco puede vender este derecho, como no puede vender el derecho a respirar, porque siendo el trabajo el único medio natural que tiene para conservar su vida, si aceptamos la posibilidad de su venta tenemos que aceptar también la posibilidad de enajenar su propia vida desprendiéndose de aquello que está destinado a conservarla, lo cual nos llevaría a aceptar la legitimidad de la esclavitud.
Esto nos sugiere otro tercer argumento. Biológicamente, el trabajo es una actividad muscular guiada por la inteligencia y encaminada a la elaboración de un objeto útil; es, pues, una activjdad vital y consciente y, por lo tanto, inseparable del ser vivo que lo ejecuta; y si éste es invendible, necesariamente es invendible también aquél. Se dirá, tal vez, que argumentamos sofísticamente, atribuyendo al trabajo la invendibilidad del trabajador, como si el agente y el acto fueran una misma cosa. No; el trabajador y el trabajo no son cosas idénticas, pero sí inseparables, y, por tanto, aun admitiendo su distinción real, no podemos vender la una sin vender la otra. Lo que hay es que el trabajo produce objetos útiles, y éstos son los que se pueden vender, porque ya no son actos vitales, sino efectos de dichos actos vitales.
Análoga deducción llegamos si, en vez de partir del trabajo, partimos de la esencia misma de la compraventa. Tres son los términos indispensables para que una acción de compraventa pueda realizarse: el sujeto que vende, el sujeto que compra y la cosa que se vende y se compra. Pues bien; el trabajo no es evidentemente sujeto vendedor ni comprador, pero tampoco es objeto vendido ni comprado; es algo intermedio entre el sujeto y el objeto es la actividad transformadora del hombre sobre la cosa; pero económicamente lo único que pueden venderse son las cosas, luego el trabajo, que de todo punto evidente es una actividad personal y no una cosa, no puede ser vendido en el mercado de la producción.
He aquí, puestos esquemáticamente, cuatro argumentos para demostrar la invendibilidad del trabajo:
El argumento ontológico, basado en la esencia misma del trabajo.
El ético, cimentado en la imposibilidad de vender deberes.
El metafísico, debido a la inseparabilidad del acto y del agente en los actos vitales.
El económico, originado por la esencia de la compraventa.
4) El trabajo es fuente ineludible de producción y de propiedad.
Hay algo, pues, en el trabajo humano que lo coloca enteramente al margen de todos los objetos vendibles, y que nos acucia a profundizar en su verdadero concepto jurídico y filosófico para poder deducir de este concepto las únicas relaciones contractuales que del trabajo pueden derivarse en estricta justicia.
Porque es también evidente que, a medida que la sociedad humana ha ido creciendo en número de individuos y en multiplicidad de productos elaborados por el trabajo, éste, el trabajo, ha ido también perdiendo su primitiva simplicidad de medio para conservar la vida, y ha ido originando así nuevas figuras contractuales propicias al olvido de su verdadera esencia.
Primitivamente, el hombre que molia, su trigo y amasaba y cocía su pan no podía tener ninguna duda de que su trabajo en fabricar el pan le daba el derecho de comérselo; pero cuando, ocupado en fabricar el pan, vió que no le era posible realizar el trabajo necesario para tejer su vestido, sintió la evidente necesidad de asociarse con otro trabajador y realizar un intercambio de productos.
Fijémonos bien, de productos, no de trabajo. El hombre primitivo podía cambiar un pan por un vestido, o el número de panes necesarios para equiparar su esfuerzo al esfuerzo del tejedor. Lo que jamás podía ocurrirsele por ser evidentemente absurdo, era proponer a un tejedor la venta de su propio trabajo panadero, quedándose con el vestido, pero sin pan; es decir, renunciando totalmente al derecho natural de propiedad sobre el pan y muriéndose de hambre a cambio del vestido.
Acabamos de apuntar con esto la otra cualidad fundamental del trabajo: la de originar la, propiedad de las cosas producidas. La propiedad fundada en el trabajo es de derecho natural, anterior y superior a toda teoría y a toda legislación humana; además, está basada en la esencia de los dos términos de la producción: el trabajo y las cosas.
Está basada en la esencia de las cosas, porque una llave, por ejemplo, es una llave y no un pedazo de hierro, gracia a la acción transformadora del cerrajero que le ha dado aquella forma con su trabajo; luego aquella forma útil del hierro, aquella llave, pertenece a su autor con una relación de propiedad intrínseca e inmediata por el mero hecho de ser llave.
Está basada también en la esencia del trabajo, porque éste, como actividad vital y consciente se diferencia de todas las demás actividades puramente mecánicas e inconscientes en que aquéllas son tan propias del que las realiza, que nadie puede hacerlas por otro. Mi pensamiento no puede dejar de ser mío sin dejar de ser pensamiento, y, de la misma manera, mi trabajo no puede dejar de ser mío sin dejar de ser trabajo.
Tan mío es mi propio trabajo, como es mía mi propia vida, de la cual el trabajo no es más que un acto vital y consciente. En consecuencia, el derecho que con ello adquiero sobre lar cosa trabajada es, y no puede ser menos de ser, un auténtico e indiscutible derecho de propiedad, un derecho de accesión ineludible a mi propia persona. La forma que doy con mi esfuerzo intelectual a un pensamiento hace que el pensamiento sea irrenuciablemente mío; de la misma manera, la forma que doy con mi esfuerzo laboral a un objeto hace que el objeto sea también evidentemente mío.
Una diferencia hay, sin embargo, entre la propiedad adquirida por la acción creativa y la adquirida por la acción eductiva del trabajo: la acción creativa es una acción total, que saca al ser de la nada y, por consiguiente, al dar al objeto creado todo su ser, el creador no puede menos de adquirir el dominio absoluto sobre todo este ser. En cambio, la acción eductiva es una acción parcial; no da al objeto todo su ser, sino que, presupuesta su materia prima, le da una forma útil.
Y, por consiguiente, el dominio que el trabajador adquiere sobre la cosa trabajada, es también un dominio parcial, circunscrito esencialmente a la forma que ha dado al objeto. Y de esta manera, el objeto útil pasa a ser una especie de propiedad proindiviso entre los tres factores que, en teoría al menos, son necesarios para construir una cosa: el dueño de la materia prima, por ejemplo, un pedazo de hierro; el dueño del diseño para construir determinada llave, y el dueño del esfuerzo manual, que, con aquella materia prima y bajo la dirección de aquel diseño, da al hierro la forma definitiva y lo convierte en llave; ·o dicho con vocablos consagrados en la dialéctica económica, el empresario, el técnico y el obrero.
Puede suceder que la simplicidad del objeto a fabricar sea tal que dos y aun los tres elementos dichos concurran en una misma persona; pero esto no modifica la esencia del planteamiento expuesto, porque si en una elaboración resulta que el técnico y el obrero, o el técnico, el obrero y el empresario se reducen a uno solo, no por eso dejará de haber en él, tres aportaciones totalmente diferenciadas.
Sin embargo, hay otro aspecto que sí es interesante perfilar: me refiero al hecho de la utilización definitiva del producto fabricado desde el punto de vista de su adquisición; porque generalmente sucede que este producto, la llave, por ejemplo, no es igualmente útil para sus tres copropietarios, y uno que la mayoría de las veces es el obrero prefiere transformar la propiedad de la cosa en la propiedad de su valor: En este caso, el trabajador se desprende de su dominio parcial para vendérselo a su empresario y dejar que él se encargue de Ilevarlo al mercado; pero entiéndase bien que entonces lo que vende es su parte alícuota de propiedad, y no su trabajo, que es invendible.
Esto, de una manera indirecta, es lo que ha dado origen al salario; pero el salario para que sea justo (luego hablaremos con detenimiento de él) ha de empezar por estar en función de esto que acabamos de enunciar, y no de un factor cualquiera, por racional que parezca, como aquel, por ejemplo, de las necesidades vitales del trabajador que sirve de soporte al salariado capitalista.
Ha de estar en función, precisamente, del valor en venta del objeto producido, aunque para fijar este valor hayamos tenido en cuenta la obligación inexcusable de hacer que, por lo menos, sea suficiente para que el obrero pueda con él atender a las necesidades de su propia vida y de los seres a él encomendados.
5) Apliación de esta tesis al mundo del trabajo.
Y aquí viene la primera aplicación práctica de esta teoría: si el trabajo no es vendible y, además, origina la propiedad del objeto producido en su parte alícuota correspondiente, ¿cuál es la verdadera. personalidad de! trabajador en la economía moderna?, ¿cómo se ha de organizar esta economía?
Estas son las dos grandes preguntas que es preciso resolver para llegar a construir el nuevo sistema, y que para hacerlo tuvieron que contestar primero las anteriores. Recordemos cómo lo han hecho:
El capitalismo parte de que el trabajo es una mercancía más entre todas las que el dinero compra para producir, y proclama a este dinero productor único y único dueño de los beneficios. En su consecuencia, la personalidad que el capitalismo asigna al trabajador es la de simple vendedor de su trabajo, la de asalariado, la de hombre que en una cantidad fija de dinero (jornal, joumal, diario) vende una cantidad fija de esfuerzo (tantas horas) y que, una vez cobrado su importe, se debe considerar 'completamente desligado' de los azares de la produccíón, para lo cual el salario ni siquiera está en función de los beneficios sino de las necesidades del 'obrero para conservar la vida.
El capitalismo, y ésta es la segunda respuesta a la segunda pregunta, cree, por tanto, que el dinero es el único productor y organiza la empresa en régimen capitalista, es decir, a base únicamente de los poseedores de dinero, y así vemos que el organismo director de la empresa, el Consejo de Administración, esta formado únicamente por los accionistas, con quienes se ceIebran las Juntas generales y para quienes se confeccionan los balances y las memorias. Por último, y como ser único productor determina ser único dueño de los beneficios producidos, el capitalismo decide que su distribución se reduzca a un reparto de dividendo entre el número de acciones que representa el capital social.
El comunismo parte también de asignar al trabajo la misma calidad de mercancía enajenable, aunque la compra (y ésta es la diferencia sustancial con el sistema anterior) no lo hace ya el amo-empresario, sino el amo-Estado, y, por lo tanto, es a este nuevo propietario a quien deben ir los beneficios. Es decir, que las dos preguntas antedichas quedan contestadas análogamente de esta manera: El obrero es un vendedor de su trabajo; la empresa está dirigida por un organismo rector formado por los representantes de la colectividad (léase Estado) y encargado de rendir cuentas a éste de la marcha económica y social de la industria; y los beneficios van a la colectividad proletaria, es decir, al Estado.
6) El empresario, el técnico y el obrero son productores esenciales e inseparables.
Pero el obrero no es un poseedor de fuerza que lanza al mercado su mercancía como el minero lanza su mineral; es el poseedor de una facultad intransferible, sin la cual, además, no cabe producción; por lo tanto, y antes que nada, es productor.
Ahora bien; como esta facultad es necesaria, pero no suficiente, es decir, como en la magnitud de la empresa moderna hay, además, otros factores esenciales de la producción que, si en una economía más rudimentaria estuvieron fusionados en la misma persona, hoy son aportaciones diferentes, como son el que adquiere las materias primas y los útiles de labor y el que dirige y perfecciona la marcha de la producción, el obrero no es productor absoluto, sino copartícipe de la producción.
Esto de copartícipe es posible que suene mal a los demagogos, que no comprenden la justicia social si no es pasándose de un extremo a otro y ahora quisieran cobrarse todas las arbitrariedades del capitalismo excluyendo, a su vez, al empresario y al técnico de su categoría de productores. Sin embargo, la cosa es así; el técnico y el empresario producen de forma parecida a como produce el obrero.
Claro está que no necesitamos argumentar mucho en favor de los derechos adquiridos por el técnico, pues su acción productora encaja con duplicada evidencia en cuanto hemos dicho del trabajador manual, sobre todo si consideramos que el apelativo de técnico no corresponde únicamente al ingeniero especialista que ha cursado una carrera y se halla en posesión de un título académico, sino a toda clase de empleados y funcionarios de oficina que ejecutan su labor a través de tarse en el caso del empresario, se hace preciso aclarar primero la actuación laboral de éste.
El empresario, visto desde la simplicidad marxista, es un simple proveedor de dinero, un señor que acude a la Bolsa para colocarlo en unas acciones con la esperanza de que al final del ejercicio económico se encuentre con que ese dinero le ha producido un interés, sin importarle lo que mientras tanto se haya hecho con él. Si lo miráramos solamente así, esta aportación sería un préstamo, y, por lo tanto, no daría; derecho más que a un interés, tanto más módico, cuanto menos riesgo corriera y menos daño sufriera. En realidad, esto sucede con el obligacionista; pero el accionista es algo más, y en este algo más reside su calidad de productor.
El accionista es un empresario, y si no le vemos como tal es porque el gran número de accionistas que forman cada empresa impide a cada uno intervenir personalmente en ella con todas sus facultades y le obliga a delegar su actividad en un Consejo de Administración que se encargue de gobernada en nombre y representación de aquéllos; por lo tanto, lo que este Consejo haga debe considerarse como reflejo de los derechos y obligaciones de los accionistas.
Pues bien; el Consejo de Administración no se limita a ver cómo suben y bajan las acciones en Bolsa, sino que para ello empieza por montar la fábrica, la cual; por el mero hecho de ser construida, hasta convertirse en instrumento susceptible de producir, adquiere ya un mayor valor que cuando los materiales componentes estaban simplemente almacenados.
Después se ocupa de comprar unas materias primas, provocando con su organización comercial unas ventajas que son verdaderos beneficios; luego estudia la mejora sistemática de la producción, busca los mercados más aptos, organiza la publicidad y la venta, etc., etcétera. Luego el papel del capital no es sólo el de un simple prestador de dinero, sino también el de productor de beneficios. Y, en consecuencia, le corresponde, no sólo un interés al capital empleado, sino también la parte de beneficios que su acción financiera haya podido conseguir.
Se podría argüir, como lo hace el marxismo, que si separamos estas dos funciones prestataria y empresaria y hacemos que sea el Estado y no el particular el que aporte el dinero, eliminábamos esa figura neutra del accionista, sin que ello entorpeciera nada a la economía, pues la empresa, cuya actuación no deja de reconocer el marxismo, continuaría existiendo, aunque esta vez representando al Estado y no al accionista; pero esto nos llevaría a negar la propiedad privada y la iniciativa privada, dos cosas, una de derecho natural derivada precisamente del trabajo, y la otra, de interés económico, que no es posible desconocer.
Si, en vez de eliminar el capitalismo, es decir, los derechos que abusivamente se ha concedido al dinero, prohibimos al capital privado intervenir en la producción, lo que hacemos es perjudicar a ésta; pero si, además, argumentando que no es un instrumento de lucro, negamos al hombre el derecho a producir con su dinero, cometemos una usurpación de atribuciones, porque, efectivamente, el dinero no es un instrumento de lucro, sino de cambio; pero con el ejercicio de esta función de cambio adquirimos unas cosas (materias primas, útiles de trabajo, etc.) que son lucrativas, de la misma manera que el trabajo manual no es lucrativo en sí, sino cuando ha producido un objeto útil, ni el trabajo técnico es lucrativo en la mente, sino cuando se ha hecho procedimiento.
En resumen; el obrero no vende, sino pone su trabajo, como el empresario pone su dinero y su organización y el técnico pone su inteligencia; los tres son productores que se unen para producir y forman entre sí una especie de sociedad a la que cada uno aporta su propia facultad productiva.
Yo creo que está suficientemente clara esta calidad de productores que asignamos a cada uno de los tres elementos que intervienen en la producción; pero como, a pesar de todo, no faltará quien, agarrándose a los viejos prejuicios del marxismo rencoroso o de un capitalismo trasnochado y egoísta, se obstine en desconocerlo, vamos a acabar con esta pregunta, que no por ingenua deja de contener la clave de la cuestión: Si acumulamos todo el dinero del mundo, todas las materias primas y todas las mejores maquinarias y no proyectamos sobre ellas la acción técnica y manual, o si, por el contrario, dedicamos todo el esfuerzo humano a trabajar en el vacío, ¿conseguiremos algún día fabricar la más pequeña mercancía?
Si queremos elaborar un producto cualquiera necesitamos, en primer lugar, el dinero necesario para comprar las materias primas y los instrumentos de labor; necesitamos luego une mentalidad técnica que ordene las cosas de manera que se dirijan hacia el fin que se proponen, y, por último, necesitaremos un esfuerzo humano que, proyectándose sobre esas materias primas y sometiéndose a una dirección, realice la producción.
Pues bien; si ni el dinero hubiera logrado nada sin el concurso de la ciencia y del trabajo, ni el esfuerzo manual hubiera logrado tampoco por sí sólo resultado alguno, ¿a qué viene el capitalismo y el marxismo a monopolizar a favor del dinero o de la colectividad la categoría de productor? Nosotros afirmamos que la producción se debe al esfuerzo combinado del capital, la técnica y la mano de obra, y que, por tanto, tan productor es el empresario que aporta su esfuerzo directivo, como el técnico que aporta sus conocimientos científicos, como el obrero que aporta su esfuerzo muscular.
7) El cooperativismo.
Contestada, pues, la primera pregunta que nos hemos hecho y sentada esta teoría, que, por justa, elimina las clases e iguala a todos en su categoría de productor, la organización de la sociedad económica no puede ser otra que el régimen cooperativo.
Entendemos por sistema cooperativo aquel que organiza la sociedad productora de manera que los tres elementos que la componen se consideren socios, tanto para la obtención del producto como para la dirección y administración de la empresa como para la distribución de los beneficios.
Supongamos una, empresa que al momento de reunirse por primera vez los que hayan de aportar el capital preciso para constituirse, se levantara uno de ellos y dij era:
"Señores, aquí estamos hablando de formar una sociedad industrial, y creemos todo resuelto con sólo haber reunido el capital necesario; sin embargo, mañana, una vez cumplida esta primera formalidad, tenemos que acudir a una segunda y a una tercera que no es cosa de juzgarlas secundarias; me refiero a la necesidad de buscar otros socios que, en lugar de aportar dinero como nosotros, aporten su inteligencia o aporten su esfuerzo físico."
Entonces, sin duda, se produciría una discusión acalorada; unos se levantarían. airados contra esta insolencia de dar categoría de socios a unos hombres que bastaba con darles categoría de proveedores; otros, en cambio, encontrarían motivo suficiente para Ia meditación.
La diferencia, como se ve, no puede ser más absoluta, sobre todo desde el punto de vista económico. Si los técnicos y los obreros son miradas como simples proveedores, no hay por qué dialogar con ellos sobre el reparto de los beneficios; se les paga el sueldo o el salario, y nada más.
Pero si son miradas como socios, entonces la cosa cambia radicalmente; entonces hay que tenerles presente, no sólo en el trabajo, como hasta ahora, sino también en el provecho, Ante esta diferencia, aquéllos encontrarán, sin duda, argumentos abundantes para sostener su tesis, que no es otra que la tesis capitalista, y plantearán la discusión en el terreno económico: "Si el propósito que les une no es otro que el de ganar, ¿a qué viene hacerse consideraciones de otro orden ?"
Estos, en cambio, meditarán con un sentido más profundo: "Efectivamente -pensarán-, nuestro último fin es ganar dinero pero antes resolvamos esta duda: ¿en función de qué podemos establecer esa diferencia que nos lleva a considerar socios a unos sí y a otros no? ¿En que el trabajo es una mercancía y el dinero no? ¿En que el dinero nos da a nosotros una personalidad que a ellos les falta?"
Decididamente, si los socios se caracterizan por sus aportaciones, difícil será demostrar que tienen más derecho los que aportan dinero que los que aportan trabajo; y si se reúnen por su calidad humana, tan hombre es el que tiene una cosa como el que tiene otra.
Además, considerando la sociedad desde el punto de vista de su objeto (ganar dinero), ¿no se garantiza mejor el rendimiento del trabajo si, en lugar de tener al obrero desligado del beneficio que produce, se le interesa en una parte de él? Todas esas huelgas, esa resistencia pasiva, esos actos de sabotaje, ¿no se acabarían automáticamente en el momento de que los perjuicios recayeran por igual sobre el capital y sobre el trabajo?
Y como estos argumentos podrían multiplicarse indefinidamente, sobre todo si el que los utiliza empieza por considerar el trabajo, como lo hemos heoho nosotros, en un sentido cristiano, creerán que, sin duda alguna, el técnico y el obrero tienen que entrar a formar parte de esa sociedad en calidad de cooperadores, con iguales derechos y obligaciones que los otros socios.
Y aquí empieza el régimen cooperativo.
Ahora bien; un régimen cooperativo exige dos cosas: la constitución de la empresa en determinado sentido y la distribución equitativa de los beneficios. De estas dos cosas nos ocuparemos más adelante; pero dejemos aquí constante su necesidad. No basta reconocer al obrero unos derechos, además de las obligaciones hasta ahora reconocidas; es preciso Ilevarlas a la práctica.
No basta con reconocerle su calidad de productor y elevarle a la categoría de socio; hay que hacer de él verdadero socio, tanto en su jerarquía como en su responsabilidad, sin fijarse para ello en esa objeción sañuda que el especialista en hacer dinero puede poner a su falta de preparación financiera. ¿Es que la mayoría de los accionistas actuales tienen una capacidad mayor que la suya? ¿Es que ese mismo obrero, si tiene dinero y compra una acción de su propia empresa, adquiere automáticamente la capacidad que antes le faltaba? Dura cosa es ésta de empeñarse en afirmar que el dinero es lo que diferencia a los hombres.
El sistema cooperativo no hace más que extender a todos estos órdenes de la vida financiera la cooperación establecida ya para la obtención del producto; si es cierto que nadie puede producir sin recurrir al trabajo y a la técnica, que no se venga con argucias dialécticas a convencer al trabajador de uno y otro campo que debe sentirse productor de las cosas, pero no de los beneficios; la cosa y su valor es algo que marcha indisolublemente ligado, y cuando se acepta la cooperación para lo uno es preciso aceptarIa también para lo otro. Sóló así es posible alcanzar ese sueño dorado que durante toda la etapa capitalista ha cubierto de ilusión a los más ingenuos partidarios del sistema.
Un patrono capitalista, y me refiero ahora únicamente a un patrono ejemplar, lleno de honradez y de buenos propósitos, afable, caritativo y generoso, se estrellará siempre ante este propósito de conquistar el afecto y la adhesión de sus obreros. "¿Cómo es posible pensará que el obrero no sienta como suya la causa de la empresa y no corresponda a los favores que recibe con un mayor esfuerzo para el aumento de la producción?" La respuesta es sencllla, y lo incomprensible es que no se la haya hecho antes el hombre capitalista: "¿Ha probado usted -se le podría contestar- a darle lo que es suyo? Porque pedirIe que se afane en mejorar la producción y decirle que ésto lo debe hacer porque así conviene al accionista es ingenuidad impropia de un mundo en que los estómagos están distribuídos a uno por cabeza."
Adhesión, ¿en nombre de qué? EI sistema capitalista podrá pedir al obrero sometimiento, e incluso se lo podrá imponer con la Guardia Civil, porque para eso ha logrado previamente una legislación adecuada; pero lo que no podrá jamás es lograr que ese sometimiento se transforme en adhesión. ¿Adhesión a la causa ajena? No. El hombre no se adhiere más que a las propias causas, a las que de veras comprende que son suyas; y aun en el caso de ese empresario ejemplar que hemos visto lleno de perplejidades haciéndose toda clase de consideraciones beatificas, la causa del capitalismo no es la causa del trabajo, sino del dinero.
"Que se entusiasme el dinero; que defienda él sus posiciones -dirá el obrero--; pero no se pida que esas posiciones sean defendidas también por los que en ello no tienen arte ni parte."
Y en esto, tiene razón; mientras no se establezca un sistema justo, mientras al obrero y al técnico no se les abran las puertas de la empresa como se le abren al capitalista, mientras se empeñe en conservar para el dinero una jerarquía superior al trabajo y se haga valer contra éste el criterio de que es el único capaz de producir dinero; en una. palabra, mientras no se implante el sistema cooperativo, no se llegará a una colaboración total, absoluta y definitiva entre los tres elementos indispensables de la producción; y mientras esto no suceda, la sociedad estará ahí, rota y amenazando en todo momento con acabar a tiros, porque sólo está basada en el poder de los unos y en la necesidad de los otros.
Organización de la empresa en régimen cooperativo. La participación en los beneficios.
Supuesta ya la teoría económica del cooperativismo, se hace imprescindible seguir adelante para llevar a la práctica las dos consecuencias fundamentales de su doctrina: la organización de la empresa en régimen cooperativo y la participación en los beneficios. Porque hasta aquí lo que venimos diciendo es que, siendo el trabajo la única fuente de riqueza, no hay razón para considerarlo como mercancía que se vende al capital o a la colectividad estatal, y, en consecuencia, no hay razón para seguir defendiendo los sistemas capitalistas y comunistas, sino que es preciso levantar otro en que los tres elementos de la producción cooperen en ella sin que ninguno pretenda alzarse con el derecho que corresponde a los demás; pero esta cooperación exige una nueva concepción de las cosas, sobre todo en lo que se refiere a la distribución de los papeles que los diferentes productores han de desempeñar en la empresa y a la distribución de los beneficios producidos.
1) Intervención de los tres elementos productores en la composición de la empresa.
Es norma financiera indiscutible que la sociedad productora ha de estar compuesta por todos los elementos productores y que el organismo director lo deben formar ellos mismos, bien
directamente o bien por intermedio de unos consejeros de administración, si el número de participantes amenaza dificultar la buena marcha mercantil. Así, el capitalismo, para el que solamente los accionistas son productores, formaba la empresa con la suma de todos ellos, y el comunismo, que empieza por desconocer todo lo que hay de personal y directo en el trabajo, para levantar como único productor al esfuerzo manual y colectivo, tenía que acabar nacionalizando la empresa, no como fórmula económica y de conveniencia determinada, coma cuando un país nacionaliza los ferrocarriles, por ejemplo, sino como fórmula filosófica derivada de su propia doctrina.
El sistema cooperativo, en consecuencia, ha de formar la empresa con todos los representantes del capital, la técnica y la mano de obra que reúnan su esfuerzo bajo un mismo propósito.
Esto es sencillo de enunciar, pero exige para llevarlo a la práctica tener resueltos previamente los dos problemas siguientes: dar unidad jurídica a esta variedad de aportaciones y encontrar la unidad de participación de cada uno. El sistema capitalista halló unas fórmulas sencillas para estos dos problemas; transformó en una sola persona jurídica las personas físicas de los accionistas con la Sociedad Anónima, y encontró el título unitario de propiedad en la acción al portador. Claro está que estas dos fórmulas son las más sencillas que se pueden imaginar, pero también son las más injustas, porque para llegar a ellas ha tenido que negar toda variedad de personas participantes y de modos de participación, con lo cual, naturalmente, se encontró sin variedad ninguna y con la unificación hecha.
Para el sistema capitalista no hay más persona participante en la producción que la persona capitalista, ni más modo de participar que la aportación del capital. Por consiguiente, con crear la Sociedad Anónima, a base de un cierto número de acciones económicamente iguales unas a otras estaba todo resuelto.
El cooperativismo no puede proceder asi. Su unificación tiene que hacerse evitando el cómodo e injusto procedimiento de negar la variedad. Por tanto, para Ilegar a la creación de la sociedad laboral como única persona jurídica hay que recordar que en ella han de intervenir, no una, sino las tres personas físicas, y para crear la unidad de participación hemos de tener presente que tampoco es uno, sino triple el modo de aportar.
Pero si nos fijamos bien, tampoco es demasiado complicada esta postura, al menos en su primera parte, ya que, precisamente, de lo que se trata es de formar una sociedad cooperativa.
¿Qué es una cooperativa? Una sociedad de productores a la que cada cual aporta lo que tiene y luego se reparten proporcionalmente los beneficios obtenidos.
Y como, por otra parte, la Sociedad Anónima, en el fondo, no es más que una sociedad cooperativa en la cual las aportaciones se han hecho todas en metálico, ¿qué inconveniente habría en compaginar las dos cosas y crear una forma nueva de sociedad que, conservando la agilidad financiera de la anónima, admitiera, además de la aportación metálica, la aportación técnica y la aportación obrero? La dificultad sólo está en encontrar la unidad de participación que representa por igual la aportación financiera del uno y del trabajo manual o intelectual de los otros, lo cual es precisamente la segunda cuestión.
Antes, cuando se decía que el único productor era el capital, todos sus representantes participaban a través del dinero, y el dinero era el denominador común que caracterizaba a todos los accionistas.
Ahora, reconociendo la existencia de tres elementos productores no es posible seguir utilizándolo como módulo único de aportación, porque no todos aportan dinero y tenemos que inventar otro valor convenido que, por ser común a los tres, sea igualmente representativo de las aportaciones de cada uno.
Para esto olvidemos por un momento todo prejuicio financiero y observemos este sencillo razonamiento: Cuando en el sistema capitalista se constituye una empresa; unos pocos son los que van a ganar, pero todos son los que van a producir; todos los que se reúnen en la industria, ya sean aportadores de dinero o de ideas o de esfuerzo, lo hacen para la misma cosa, para producir; luego si la producción es insoslayablemente el fin general de todos ellos, y, además, decimos que los beneficios han de ser también repartidos, ya tenemos encontrado el denominador común que buscábamos: el producto. El producto puede ser ese sujeto jurídico que reduzca a números homogéneos las tres aportaciones heterogéneas que lo producen; y sobre él podemos levantar el nuevo edificio económico que tratamos de construir.
Basta para ello amoldarnos a un nuevo supuesto económico en el que las acciones, en lugar de representar tantas pesetas representen tantos productos, y la suma de acciones, en lugar de decirnos el valor intrínseco de la sociedad, indiquen el valor productivo de ella, y entonces el número de acciones que en la empresa representan a cada uno de los tres factores de la producción vendrá marcado por la proporción con que interviene cada uno en la confección de este producto, y la suma de accionistas, por la suma total de productores (empresarias, técnicos y obreros).
Por ejemplo, supongamos una fábrica que construye diez mil relojes al año y que cada reloj cuesta fabricarlo cien pesetas; supongamos también que la fábrica vale siete millones y medio en acciones de quinientas pesetas. Como nosotros no medimos el volumen de la empresa por su valor en venta, sino por el valor en producción, el número de acciones que la componen no será quince mil, sino diez mil.
Ahora bien; de esas diez mil acciones, ¿cuantas representan al capital, cuántas al técnico y cuántas al obrero? Estudiemos cómo se ha compuesto el precio del reloj.
En ese reloj se han empleada tantas materias primas que, junto con el desgaste de los útiles de trabajo y demás factores que suple el capital, valen, por ejemplo, cincuenta y cinco pesetas,
y se han empleada tantas horas de trabajo manual que se cifran en cuarenta pesetas,
y tantas horas de trabajo intelectual (funcionarios, dibujantes, etcétera, etcétera) que suponen cinco pesetas.
Pues bien; el cincuenta y cinco por ciento del precio del producto corresponde al capital; el cuarenta por ciento, al obrero, y el cinco por ciento al técnico, o sea, que de esas diez mil acciones de la empresa, cinco mil quinientas representan al capital; cuatro mil, al obrero, y quinientas al técnico.
Claro está que si en lugar de producirse diez mil relojes se aumenta o se disminuye la producción, no varían los supuestos del sistema ni exige para nada modificación alguna de su valoración, ya que lo interesante y permanente es la fijación de la proporción de esfuerzos que cada una aporta, que es tanto como decir la proporción de participación de cada una en la propiedad de la casa producida, sin que se varíe este dato por la mayor a menor producción.
2) Los beneficios se han de repartir entre los tres elementos.
Llegamos finalmente a la resolución del segundo problema. ¿Cómo han de participar los tres elementos productores en los beneficios producidos? La contestación a esta parte del problema es casi la más sencilla, pues se reduce a, extraer las consecuencias de las dos fórmulas anteriores.
Si los tres son productores y, por lo tanto, dueños de los beneficios producidos, a cada uno de los tres se le debe dar en proporción a su intervención productora; en el ejemplo anterior, una vez dado el interés al capital, el sueldo al técnico y el jornal al obrero y una vez constituídos los convenientes fondos de reserva el cincuenta y cinco por ciento de los beneficios deben ser destinados al capital, el cuarenta por ciento a los obreros y el cinco por ciento a los técnicos.
Claro está que en esto no hay una fórmula única, pues es muy distinta la intervención de cada factor en las diferentes producciones, pero la norma es siempre la misma; en la industria de la talla de brillantes, por ejemplo, la labor del tallista es muy pequeña en comparación con el valor de la materia prima y, en cambio, en la industria de encajes bordados sucede todo lo contrario; sin embargo, en una y otra industria, como en todas, hay siempre un escandallo que lo hace la empresa (en nuestro caso, el empresario, el técnico y el obrero), y en muchos países lo aprueba el Ministerio de Industria, y ese escandallo o precio unitario está formado sumando los precios de los diferentes factores que intervienen en su fabricación.
Pues bien; lo mismo que este procedimiento universalmente aceptado sirve para componer el precio unitario de la mercancía, sirve también para conocer la participación de cada elemento en la producción, y, por lo tanto, en los beneficios que a cada uno corresponden.
3) Nuevo concepto del salario. El salario no es parte del precio del trabajo sino parte del precio de la cosa producida.
Hay, sin embargo, dos objeciones que debemos ,examinar antes de seguir adelante. Si uno de los sumandos componentes del precio unitario es precisamente la cantidad que ha de pagarse al obrero en relación con su trabajo, como esta cantidad se llama salario en el sistema capitalista, ¿es que aceptamos también el sistema de salariado? Nada de eso; el cooperativismo tiene en cuenta, ciertamente, un jornal para que el obrero viva, pero, esta cantidad no tiene nada que ver con el salario capitalista.
Este, es una cantidad de dinero en la cual el empresario compra al obrero el trabajo que durante una determinada cantidad de tiempo efectúa, y, en consecuencia, la manera de fijar ese precio no es atendiendo a lo que con ese trabajo se puede producir (ya que este factor de la producción no interesa al obrero), sino a lo que éste necesita para vivir, "al valor de los medios de subsistencia necesarios para que pueda comenzar al dia siguiente en idénticas condiciones de energía vital". (Marx, "El Capital", Valor de la fuerza del trabajo.)
Es cierto que el capitalismo mira si este costo de vida le permite ganar dinero o si para hacerla tiene que subir el precio del producto; pero el obrero, al pedir su salario, no mira este precio, que, en definítiva, a él ni le va ni le viene, sino sus propias necesidades.
En cambio, lo que al obrero se paga en el cooperativismo es la parte alícuota que le corresponde en estricta justicia como precio de su parte de propiedad en el proindiviso que constituye el producto fabricado con su trabajo.
Ciertamente (y de aquí podría, tal vez, originarse alguna confusión aparente) que al obrero no puede pagársele su participación mediante repartos anuales de beneficios, porque su precaria situación económica lo que le permite esperar un año entero a que se liquide el importe de su venta, sino que, viéndose obligado a vivir al día, tiene también necesidad de que una parte de su ganancia se le anticipe y entregue en cantidades diarias o semanales o mensuales, según los casos.
Pero esta parcelación del pago en plazos más o menos frecuentes no altera el carácter de lo que cobra, que jamás será un salario en que vende su trabajo a cambio de lo que necesita para comer, sino un anticipo, una compra a plazos, de la parte que le corresponde en la propiedad proindivisa del producto fabricado.
En resumen; el sistema de salariado se basa en que la cantidad que se entrega al obrero está en función de sus necesidades vitales, y el nuestro, en el valor del producto que realiza; en el primero, el obrero vende la propiedad de su trabajo, y en el segundo, vende la propiedad de lo producido.
Queda, pues, resuelta la primera objeción con la respuesta rotunda de que si alguna vez empleamos la palabra salario es en el sentido de pago a una propiedad.
4) ¿Cómo se resuelve el caso de que la empresa liquide con déficit?
La segunda objeción se reduce a preguntarnos qué es lo que hacemos con el trabajador en caso de que la sociedad no produzca beneficios, sino que sufra pérdidas. En el sistema capitalista, el dinero es el único que gana si hay beneficios; pero es también el único que pierde si no los hay. Y en ambos casos, el trabajador queda enteramente al margen de toda fluctuación; y si bien se le humilla, considerándole vendedor de su propio trabajo, en cambio, se le favorece, ahorrándole unos vaivenes de fortuna que su debilidad económica no le permite soportar.
En primer lugar, para aceptar este razonamiento tendríamos que admitir que una razón de conveniencia puede hacer buena a la injusticia; pero, en segundo lugar, negamos categóricamente la pretendida ventaja del sistema capitalista en orden a procurar una mayor estabilidad económica al obrero.
Desgraciadamente, la experiencia enseña con trágica elocuencia que, en caso de pérdidas sociales, el capitalismo es el primero en echar sobre el obrero gran parte de estas pérdidas, buscando economías que muchas veces se traducen en despidos de trabajadores y reducción de salarios; y aun esto sucede únicamente en el caso de que las pérdidas sociales sean transitorias, porque todavía está inédita la empresa que, sin esperanzas de recuperar un ejercicio pasivo, continúe la producción ruinosa por el solo deseo de garantizar al obrero su honesta medianía.
Por lo tanto, el cooperativismo es también superior en esto al sistema capitalista, porque no sólo garantiza al obrero su jornal al margen de todo riesgo, sino que, además, lo hace garantizando al capital su seguridad económica.
En efecto; la mejor solución que ha ideado el sistema capitalista para el caso de que las pérdidas sean circunstanciales es recurrir a dividendos pasivos entre los accionistas; pues bien, nuestro sistema acepta plenamente esta fórmula, y la mejora incluso, ya que estas nuevas ampliaciones al aumentar la participación del capital en el negocio, rebajan en consecuencia la proporción correspondiente a la intervención del obrero; con lo cual se elimina esa sospecha que en el sistema anterior existe de que el trabajador al sentirse desligado del beneficio se muestre indiferente ante el futuro económico de su empresa.
Pero la pérdida, lo mismo en el sistema capitalista que en el nuestro, puede también ser definitiva; es decir, puede resultar imposible su restablecimiento con ningún esfuerzo circunstancial y desembocar en una quiebra total.
Entonces, en el capitalismo, no hay solución alguna; sin embargo, en la fórmula nuestra aun queda este recurso: el Estado.
El Estado no debe anular la libertad individual, pero sí ayudar y suplir lo que no sea capaz de resolver la iniciativa privada.
Por lo tanto, el Estado ha de mirar la economía nacional como el dueño de numerosas empresas miraría a cada una de ellas; con un concepto de armonía y de complemento y si alguna aisladamente no rinde beneficios, pero le evita caer en manos de otro empresario contrario o la necesita para alimentar el resto de sus empresas, la seguirá conservando, aunque perezca ruinosa; porque el Estado no ha de mirar si una empresa gana o pierde, sino únicamente la función social o económica que realiza; si nacionaliza una industria, soluciona el paro, crea riqueza, alimenta otras industrias, etc., etc.
En una palabra, o a pesar de todas las pérdidas conviene al Estado que la sociedad funcione, en atención al interés público, y entonces el Estado entra como un nuevo copropietario, con una aportación estatal, o no le conviene, y la sociedad lo mismo que en el sistema capitalista debe ser disuelta, cesando totalmente el trabajo, que ya no percibe emolumento alguno, y distribuyéndose el remanente conforme a las disposiciones legales en la tramitación de las quiebras. Queda, pues, solucionada también satisfactoriamente esta segunda objeción.
5) El cooperativismo en las diferentes industrias y en el comercio.
Deliberadamente hemos realizado el estudio de este nuevo sistema económico sobre la industria fabril, porque siendo la que ofrecía más dificultades, era, además, la que sirvió de base a la aplicación de las dos teorías capitalista y marxista.
No se nos oculta, sin embargo, que hay otra infinita variedad de industrias, en la que resulta desviada la fórmula; tal como lo hemos expuesto, bien porque el obrero emplea eventualmente su trabajo, o bien porque no están destinadas a obtener de modo uniforme y continuo determinada clase de productos. En el ejemplo anterior existia una producción constante de relojes y un empleo permanente de obreros fijos; en la industria de la construcción, por ejemplo, cada puente, cada casa o cada pantano tiene una característica propia.
Pero el hecho de que los relojes se fabriquen en serie, sin fijarse en quién va a ser su futuro comprador, y las casas se hagan a encargo de quien las vaya al pagar, o el hecho de que una
fabricación sea constante, y la otra circunstancial, es indiferente al fondo de la cuestión que nos ocupa, porque la esencia del sistema no radica en la mayor o menor monotonía de aplicación, sino en el principio universalmente cierto de que el trabajo es invendible y origina la propiedad de la cosa producida, lo cual es aplicable a los relojes y a las casas.
Veámoslo, aunque sin emplear demasiadas palabras en ello para evitar que un afán minucioso nos lleve a adoptar un tono casuístico, ajeno a nuestro propósito.
Cuando un señor se decide a hacer una casa, él no es el que la fabrica, sino el que la compra al contratista elegido, una vez realizada por éste. Lo de menos en esta operación es que el pago se haga a la entrega final de la obra o por liquidaciones parciales, y que la contrata sea con carácter general o por oficios; el que se encarga una casa no es el fabricante, sino el comprador, como el que compra un reloj o un metro de tela; por lo tanto, cumple su misión con pagar el precio que le cobra el contratista, que en este caso es el auténtico empresario.
Vamos, pues, a ver cómo debe organizarse éste para cumplir la teoría de la participación en los beneficios. El contratista, al hacer el presupuesto de la casa hace primero una exposición de precios unitarios de obra, compuestos, como en el caso de los relojes, con los precios de los materiales y los de la mano de obra; luego hace una mediación, y multiplicando estos dos factores obtiene el precio total.
Hasta aquí no hay beneficio, sino costo material de la obra; pero a esta cifra total añade luego un tanto por cien, supongamos un quince por ciento de beneficio industrial, y en este caso, como en el caso de los relojes, cabe preguntar: ¿Todos estos beneficios son del contratista? No, del contratista son los beneficios correspondientes a los materiales y demás aportaciones hechas por él; pero el quince por cien correspondiente a la mano de obra es del obrero y a él debe revertir, aunque se diga que el contratista arriesga su dinero mientras el obrero no arriesga nada, porque este reparto de beneficios no le impide tomar todas las medidas que crea oportunas para no perder.
Con este nuevo ejemplo, que, desde luego, no sería el último si quisiéramos dedicarnos al análisis menudo, damos por acabado el tema de la nueva organización económica de la industria.
En el comercio sucede lo mismo. El comerciante, que ya no compra materias primas, sino productos elaborados, se encarga de llevar al mercado esos productos manufacturados ,: para ello monta una empresa de transportes, abre una tienda o instala un almacén de venta al por mayor, y para ello también tiene unos empleados que le ayudan en el oficio. Pues bien; el precio unitario que ha de cobrar para no perder se compone sumando esos tres desembolsos que realiza, y el tanto por cien que carga a ese precio de la mercancía como beneficio industrial se compone de una parte que debe ir a su bolsillo, porque es la correspondiente a los dos primeros factores, y otra parte que debe ir al bolsillo de sus empleados, porque es la correspondiente al tercero.
6) Las subidas de salarios en los regímenes capitalista y comunista jamás pueden solucionar el problema social.
Esto, y no otra cosa, es lo que hay que hacer para desmontar el sistema capitalista; lo demás, recurrir, por ejemplo, para hacer la revolución al procedimiento de conceder toda clase de subidas a los jornales, es hacer el juego al capitalismo, narcotizando al obrero con soluciones que luego van en beneficio exclusivo del capital, porque, tal como está montado el sistema capitalista, los jornales, como todo, no los paga el capital, cuyo papel se reduce a anticipar los gastos, sino el consumidor.
Y entre los consumidores, naturalmente, se encuentran también los obreros; por otra parte, como las subidas de jornales lo que hacen es encarecer el producto, y en economía todo está relacionado entre si, este encarecimiento se convierte en un encarecimiento general de la vida, con lo cual el obrero, que pensó haber logrado una buena conquista cuando fué a su casa con un jornal mayor, se encuentra que esa diferencia de jornal la paga con creces en la subida del costo de la vida.
Pero aun hay más, y es que el capital no solamente no paga esta clase de subidas, sino que, además, toma una parte de ellas para su propio beneficio, lo que hace más patente todavía el absurdo de la solución, porque mientras su ganancia sea un tanto por cien del precio del producto, y este precio se modifique cada vez que se modifican sus factores componentes, entre los cuales se incluye el precio del jornal, ¿qué le importa al capital las subidas de jornales?
Se podrá oponer a ellas por temor a que el encarecimiento del producto retraiga a los consumidores, o porque le coloque en condiciones desventajosas frente a una competencia del extranjero, pero no por razones económicas, ya que su ganancia será tanto mayor cuanto mayor sea el precio sobre el cual ha de aplicar su tanto por cien.
Si antes de una subida el precio de un producto era ocho pesetas y el beneficio industrial lo ciframos en un diez por ciento; cuando ese precio se convierta en diez pesetas por la subida del jornal, el beneficio que el capital perciba subirá también de ochenta céntimos a una peseta, y como es el consumidor quien paga este encarecimiento, resulta que este consumidor, es decir, el obrero, paga no solamente su propia subida, sino además el aumento de beneficio que va a parar al capital.
Análogamente: si consideramos el caso en el ejemplo anterior, de la construcción, vemos que las subidas no perjudican al contratista, cuyo quince por ciento será más remunerador sino al que compra la casa, y, en último término, tampoco a éste sino al futuro inquilino, cuyo alquiler tendrá que ser más elevado. Si al contratista le preocupa la subida será por el posible retraimiento de compradores de casas, que lo demás, si este riesgo no amenazara dejarle sin trabajo, bien le gustaría que los precios índices subieran.
Sólo al obrero es al que no conviene esta solución, que, por repercutir en el nivel de vida, le convierte en pagador de sí mismo, haciendo que la ganancia prometida se la cobren luego, según hemos dicho, no solo, como inquilino de la casa que ha construido, o como consumidor del producto que ha fabricado, sino además corno consumidor general de una serie de productos que automáticamente se sienten arrastrados el alza por el incremento de aquellos precios.
El ideal no es que el obrero gane cada vez más, sino que la vida cueste cada vez menos; es decir, que lo que gana tenga cada vez mayor capacidad de adquisición.
7) Una nueva ordenación económica de la Banca.
Queda por estudiar todavía una de las más importantes facetas del capitalismo, que por estar destinado a financiar la industria y el comercio y a servir de intermediario entre el ahorro y el trabajo, ha llegado a interferirse de manera tan absoluta en el mundo laboral, que hoy por hoy constituye la mayor preocupación en la reforma económica de las nuevas revoluciones; me refiero a la función crediticia de los Bancos. Porque no se crea que el capitalismo, por haber nacido para resolver el problema industrial es una fórmula constreñida al trabajo fabril; nació, efectivamente, en la industria, pero no como receta especifica, sino como solución general.
El capitalismo es una fórmula amplia que se basa en el principio omnipotente del capital, y allí donde haya capital hay posibilidad de aplicar la teoría abusiva del dinero. Por eso, en la organización bancaria actual ha podido infiltrarse, mejor que en ninguna otra parte, el espíritu capitalista, y de hecho ha sucedido, así, hasta el punto de constituir uno de los abusos más evidentes del sistema y uno de los baluartes sobre los cuales se ha lanzado con más indígnación el comunismo.
Claro está que el comunismo no puede vivir sin política financiera, y no hay que suponer que renuncia a ella cuando habla contra la Banca; pero el hecho de que esa política haya quedado en manos del particular, en virtud de la teoría económica del individualismo, y que el particular se haya dedicado, con más predilección que ningún otro, a la obtención de un lucro, a espaldas la mayoría de las veces de la función social que en ayuda del necesitado estaba llamado a realizar, ha dado los principales argumentos a la teoría colectivista.
El comunismo, que propugna la estatificación de todas las empresas, no tenía que forzarse demasiado para lograr el aplauso de las gentes al empezar por la estatificación de la Banca; además, la propaganda marxista ha acostumbrado a sus masas a familiarizarse con este tipo de banquero gordo, cargado de alhajas y de gula, que goza arrancando avaramente el dinero de las manos del labrador hambriento y del obrero derrotado, y esta propaganda ha dejado en las mentes populares una especial predilección a maldecir de la Banca.
Nosotros no vamos a caer en la tentación de usar aquí el estilo marxista; pero aun dejando fuera toda clase de invocaciones a la demagogia barata, una cosa hay cierta, y es que la Banca, sin duda por sentirse más directamente vinculada a la teoría capitalista, ha llegado más lejos que nadie en el arte de hacer que el dinero produzca dinero, y, sobre todo, en el arte de desentenderse de toda la angustia del trabajador modesto.
Por lo tanto, es preciso volver a plantear la misión crediticia de los Bancos para analizar, como lo hemos hecho hasta aquí, cuál es la recta función que en su origen correspondió al dinero, y cómo la ambición o el tiempo le han dado una torcida interpretación.
8) El dinero es un elemento de cambio y no de lucro.
El dinero nació como una necesidad comercial destinada a facilitar el cambio, o dicho en forma más elemental, como una especie de puente que era preciso tender para unir las transacciones de los diferentes productos.
En un principio estas transacciones se hacían directamente, cambiando, por ejemplo, el trigo que a uno le sobraba por la lana que le faltaba; pero al generalizarse el comercio se vió que no se podía continuar con este primitivo sistema, porque muchas veces el que tenía trigo y quería lana se encontraba que el que tenía lana no quería trigo, sino otra cosa, y tenía que buscar uno o varios intermediarios que le permitieran enlazar con el poseedor del producto deseado, lo cual hacía que cada transacción se convirtiera, cuando menos, en una cadena de transacciones difíciles y complicadas.
Era preciso, por tanto, recurrir a una mercancía intermedia que simplificara el comercio, y aunque esta mercancía se buscó primeramente en aquellas materias que por satisfacer las necesidades generales, eran admitidas por todos (pecunio viene de pecus, ganado, y capital, de caput, cabeza de ganado), pronto sucedió que tampoco esto resultaba una solución definitiva, ya que al aumentar el comercio se relacionaron pueblos que tenían distinto procedimiento de vida, y ante la necesidad de unificar todavía más el elemento de cambio se recurrió a los metales preciosos, y surgió la moneda, que primero a peso y después acuñada es la que ha llegado a nuestros días.
Luego el dinero fué en su origen un elemento de cambio, ¿cómo se ha convertido en elemento de lucro? Sencillamente: el que llegó a tener dinero en abundancia descubrió el procedimiento de vivir cómodamente sin trabajar; prestar al que no tenía; pero prestarle, no como un favor, todo lo garantizado que se quiera, pero con el ánimo sólo de ayudar ai prójimo, sino como un negocio productivo.
El primero que se dedicó al préstamo debió discurrir de esta manera: "Si yo, que tengo dinero, se lo dejo a Fulano, que necesita, y le cobro por su uso una cantidad, esta cantidad o usura me puede librar de la necesidad de trabajar, porque con ella puedo comprar las cosas que preciso. Así, convirtiendo el ciclo comercial del dinero en ciclo productivo estableceré este nuevo procedimiento de vida: yo presto, tú trabajas, yo gano."
Después, mucha gente debió encontrar el procedimiento lleno de ventajas, y surgió el tipo del usurero, cuya característica, más o menos inmoral, según la ambición de cada uno, se reducía al hecho de prestar dinero mediante una cantidad cobrada por su uso.
Pero no vamos a referimos a ese prestamista incontrolado, para el cual todos los países del mundo tienen legislación suficiente en sus Códigos Penales, sino a esa otra clase de préstamos bancarios amparados por el sistema capitalista y rodeados no sólo de respeto de las leyes, sino de la más exigente consideración social. Vamos pues, a empezar por estudiar el crédito para ver cómo se han comportado los Bancos en este aspecto, y cómo se puede corregir el defecto especulativo que informa este proceso financiero.
9) El crédito no puede ser un negocio,
Los Bancos son organismos de crédito, y el crédito, como todo, puede ser mirado desde dos puntos de vista: desde el punto de vista cristiano, que considera el préstamo como una ayuda al trabajo, cuya razón hay que buscarla en los principios de la caridad, o desde el punto de vista capitalista, que lo considera como un negocio igual que otro cualquiera.
Para el Cristianismo, el crédito no es más que una manera de ejercer la caridad ("Mutuum date nihil inde sperantes", escribía San Lucas), y el interés cobrado no está instituído para "producir beneficios", sino para "no producir perjuicios" al prestador; de aqui que Santo Tomás cuando aceptaba el interés del préstamo no lo dejaba en función del ánimo de lucro de cada uno, sino en función del daño emergente, del riesgo probable y de la función cesante.
Para el capitalismo, el crédito se convierte en una manera de hacer que el dinero produzca dinero, y de liberar al que lo tiene de la incómoda obligación de trabajar, de ese trabajo, que ya no es un mandato Divino, sino un atraso de la civilización.
En realidad, el capitalismo no es otra cosa que un sistema basado en el criterio de que el dinero es el principal factor de la producción; luego si esto se dice así, nada puede detener la suposición de qué el dinero produzca por sí mismo, y de que el crédito sea una profesión que tiene como fin adquirir los beneficios que se derivan del trabajo ajeno.
Esto en cuanto a la esencia misma del crédito y a la condenación que nos merece por su inmoralidad intrínseca, el hecho de utilizarlo como procedimiento de lucro; ahora nos queda por considerar un segundo aspecto, todavía más reprobable, y es la manera que el sistema bancario ha tenido de llevarlo a efecto.
Porque esa teoría del negocio prestatario que llevó a los usureros a la vindicta pública, es la que en forma todavía más cruda realiza la Banca, pues siquiera el usurero clásico al prestar lo hacía con el dinero suyo; pero el Banco, no solamente ha descubierto el procedimiento de ganar con el préstamo, sino que, además, presta lo que es ajeno, ya que el mayor fondo de maniobra que utiliza para el crédito lo saca de las cuentas corrientes que otros clientes le proporcionan.
Es decir, los Bancos, cuyo crecimiento deben casi de un modo absoluto al advenimiento de la gran industria, y cuya estructura actual, como consecuencia de ella, está identificada con el sistema capitalista, han llevado esta tesis a su modo de obrar, y han ido tan lejos en el desarrollo del negocio crediticio, que han sabido superar al prestamista particular al poner en producción el dinero del ahorro que los particulares le fueron encomendando.
No es que sea mala solución esta de dedicar el ahorro al fomento de la riqueza y a la ayuda del trabajo, y si esto sólo fuera tendríamos que considerar genial la fórmula capitalista que nos había resuelto el complicado problema de encontrar dinero suficiente para montar la moderna economía en toda su amplitud; pero es el caso, y esto es lo inadmisible, que por realizar esta función intermediaria, por pasar el dinero de manos del que ahorra a manos del que trabaja, se cobra al trabajador un interés que ni siquiera va a parar al dueño del dinero, sino al dueño del Banco, al accionista; mejor dicho, y repitiendo el concepto ya expuesto, ni siquiera al accionista: a la acción al portador, sea quien sea ese portador; es decir, al dinero anónimo, al capitalismo financiero.
José Antonio Primo de Rivera puso un ejemplo magnífico que retrata ese abusivo invento del capitalismo:
"Imaginad decía un sitio donde habitualmente se juega a un juego difícil; en esta partida se afanan todos, ponen su destreza, su ingenio, su inquietud. Hasta que un día llega uno más cauto, que ve la partida, y dice: "Perfectamente; aquí unos ganan y otros pierden; pero los que ganan y los que pierden necesitan para ganar o perder esta mesa y estas fichas. Pues bien, yo por cuatro cuartos compro la mesa y las fichas, se las alquilo a los que juegan, y así gano todas las tardes."
Este es el capitalismo financiero.
10) La Nacionalización del Crédito.
Los que para corregir estos defectos no encuentran mejor solución que predicar el incendio de los Bancos y la matanza de los banqueros, demuestran únicamente el poso de rencor que la injusticia ha dejado florecer en sus almas.
Nosotros no vamos a dedicar ni una sola invocación a la barbarie, entre otras cosas, porque nos sobran argumentos dialécticos para refutar, la tesis financiera del capitalismo bancario; pero sí hemos de señalar de un modo implacable la necesidad de corregir este abuso por el único procedimiento que hay, para que la ambición humana no vuelva a reincidir con el tiempo en el mismo defecto: por el de la nacionalización.
Todo el ahorro nacional se puede y se debe destinar al auxilio del trabajo, pero sin ventosas intermedias que neutralicen una parte del efecto.
Por lo tanto, un Estado que no busque la destrucción de la vida financiera, pero tampoco tolere que el ahorro de los unos y el trabajo de los otros sea empleado para alimentar el negocio de unos terceros, ha de llevar a la práctica esta recetá: impedir que la función de crédito sea un negocio para nadie.
Sucederá, naturalmente, que el mayor obstáculo a que esto se realice estará en los propios Bancos, que si ahora por tener un beneficio saneado se afanan en llevar a cabo su función de la mejor manera posible, cuando ese beneficio desaparezca y no les quede otro impulso que la satisfacción de cumplir una labor meritoria, procurarán desentenderse rápidamente de la tarea, y hasta serán los primeros en afimar que las obras de asistencia social corresponden al Estado y no al particular.
Entonces habrá que darles la razón y llegar inevitablemente a la nacionalización del crédito, para lo cual será preciso o fundar Bancos o nacionalizar otros ya existentes, que con capital estatal puedan dedicar al crédito gratuito todo el ahorro de la nación.
¿Qué daño reportaría esto a la economía nacional si tal cosa se hiciera? Supongamos que estuvieran establecidos ya estos Bancos y que ellos fueran los únicos autorizados para abrir nuevas cuentas corrientes o ampliar las ya existentes, con la obligación de dedicar al crédito el dinero así recaudado, sin cobrar por él otro premio que el justo para cubrir los gastos ocasionados por el servicio, ¿qué sucedería entonces?
Sucedería, en primer término, que sin matar a los actuales Bancos (porque no se les quitaba la posibilidad de continuar su negocio crediticio, si había algún ingenuo que prefería recibir un crédito a más alto interés, ni las cuentas corrientes que actualmente tuvieran ya; que lo dicho sólo dispone la prohibición de abrir nuevas o ampliar las actuales) habíamos logrado estas dos cosas:
Primera, poner todo el ahorro nacional al servicio gratuito del trabajo, y
Segunda, abaratar el crédito hasta el límite máximo;
es decir, habíamos resuelto el problema, que, en definitiva, consiste en otra cosa que en eliminar intermediarios para prescindir de la intervención lucrativa de un factor innecesario.
Es cierto que con esto cerrábamos a los Bancos una magnífica fuente de ingresos; pero téngase en cuenta que ello no era en perjuicio de la economía nacional, ya que en teoría lo que se propugna es sólo una distinta canalización del ahorro, sino en perjuicio del accionista del Banco. Ah, pero, ¿es lícito que la función crediticia , se convierta en un procedimiento de lucro?
Alguien observará que habiendo empezado por definir a los Bancos como organismos de crédito, si pedimos ahora la nacionalización del crédito pedimos, lógicamente, la nacionalización de la Banca.
En realidad, difícilmente se puede sustraer la organización actual de la Banca a la amputación más radical y definitiva, porque siendo la ambición humana una de las más fuertes inclinaciones de la naturaleza, es también una de las más difíciles de limitar; sin embargo, e independiente de la función crediticia propiamente dicha, a la que más especificamente nos hemos referido, la Banca cumple otras funciones esenciales en la complicada mecánica de la economía actual, y el ideal sería ver la manera de lograr que esas funciones, que aunque son también crediticias, lo son, como si dijéramos, de segundo o terecer grado, pudieran continuar delegadas a la iniciativa particular y sometidas tan sólo a una legislación adecuada.
Más aun, si son un control del Estado que garantizara el fiel cumplimiento de lo pactado se comprometiera la Banca privada a realizar por sí la función crediticia que acabamos de, analizar, sin pretender por eIlo ganancia alguna, sino únicamente resarcirse de los gastos de préstamo y seguro que previamente fueran señalados, ¿que inconveniente habría en la continuación del sistema actual? Lo que en este capítulo se ha combatido no es que esta función sea realizada por Fulano en lugar de por Mengano, sino que Fulano deduzca de ello una ganancia que vaya a modificar la primitiva limpieza de la operación.
11) Créditos sindicales
Esto modificaría sustancialmente la estructura bancaria de hoy,e incluso introduciría un factor nuevo, que conviene volver a resaltar: el gasto del seguro.
Hasta hoy ese factor estaba superado, porque el accionista, al llevarse la ganancia de las operaciones que realizaba con el dinero del cuentacorrentista, se obligaba, al mismo tiempo, a erigirse en asegurador de éste, de manera que el riesgo estaba cubierto por el capital fundacional del Banco; pero hoy puede seguir sucediendo como antes, que resulte fallido algún crédito y el accionista no va a exponerse a perder si se le aparta la posibilidad de ganar; por otra parte, el cuentacorrentista tampoco debe soportar este nuevo peligro, y, por lo tanto, hay que buscar otro nuevo asegurador, que en este caso puede ser muy bien el Estado, directamente o incluyéndole como uno más entre los diferentes seguros sociales que hoy se practican.
Pero no confundamos el seguro con la garantía que es norma establecida en las fórmulas de crédito bancario, porque en ésta también hay mucho que modificar. Hoy, todos los créditos están hechos sobre una garantía económica que el prestatario debe depositar por sí o por el aval de personas solventes, con lo que prácticamente el préstamo se concede únicamente a personas ricas o que tengan amigos ricos; sin embargo, el concepto de ayuda que es preciso restablecer está en pugna con esta manera de obrar, ya que la ayuda de uno es tanto más positiva cuanto mayor es la necesidad del otra; por lo tanto, es preciso resolver este problema con especial predilección; es preciso lograr que no solamente el rico (empleando esta antipática palabra en toda la extensión de su significado), sino también el pobre, es decir, el que no tiene ni bienes ni firmas amigas que poner en garantía, pueda también alcanzar un crédito con el cual abrirse los primeros caminos de la vida.
En principio, la solución es fácil, porque tratando de sustituir un sistema social basado en el dinero por otro basado en el hombre, las principales garantías que en este nuevo sistema se han de exigir no hay que buscarlas en la capacidad económica de cada uno, sino en la capacidad moral y en sus virtudes humanas de honradez, laboriosidad, etc.
Ahora bien; como estas virtudes no pueden ser apreciadas por el Banco, o, si se quiere, no puede el Banco dedicarse a investigar y calificar la honorabilidad de las personas, hay que buscar un elemento intermedio que para la contabilidad del Banco suponga una garantía económica, y para el peticionario, un organismo capaz de valorar sus cualidades. Este intermediario es el Sindicato, quien por estar más cerca del afiliado puede apreciar mejor sus virtudes y salir fiador ante el Banco, resolviendo así este problema que pudiéramos llamar de los préstamos sobre el honor.
12) El Cooperativismo en la Banca.
Se preguntará por qué todo esto ha venido a ponerse en un capítulo destinado al sistema cooperativo, si hasta ahora no hemos hablado de la cooperación de la Banca. La verdad es que si no hemos hablado antes de ello ha sido por dos razones:
Primera, porque era preciso decidir previamente la cuestión de su nacionalización.
Segunda, porque habiendo detallado la aplicación del sistema en los casos de la industria y del comercio, casi está sobrando esto de dedicar un párrafo a la manera de llevarlo a la práctica en la Banca.
Naturalmente, si se lleva a cabo la nacionalización, no hay por qué seguir hablando de su organización cooperativa, pues al desaparecer el factor capitalista y pasar el factor empleado a la categoría de funcionario público, desaparece la empresa para la cual se ha estudiado este sistema.
El problema está sólo en el caso de que se adopte otra fórmula bancaria que le permita continuar su calidad de empresa particular; pero, entonces, ¿qué inconveniente impide que en el Consejo de Administración del Banco estén representados también sus propios empleados o que los beneficios obtenidos se repartan entre los tres elementos productores?
Se dirá que aquí no se trata de fabricar productos, y no es posible, por tanto, fijar como antes la intervención productora de cada uno, ni la determinación de los beneficios correspondientes; pero siendo las características del sistema cooperativo, por una parte la organización representativa de la empresa y por otra la participación en los beneficios, lo de menos es el modo de llevarlo a la práctica; lo esencial es que la empresa no se sienta netamente capitalista y que los beneficios se consideren elaborados también por el trabajo.
¿Que esto no se puede realizar por el procedimiento expuesto? Bueno, pues se elige otro.
Por ejemplo, si no se descubre un modo más exacto para fijar la intervención del capital, la técnica y la mano de obra en la obtención en los beneficios, se puede recurrir a esta fórmula que es bastante sencilla; considerar la suma total de sueldos corno un capital más y adjudicar a este capital el mismo interés que se dé al capital social. No es que ésta sea una solución perfecta, pero sí es buena sobre todo si se tiene en cuenta la especial característica del caso.
Esta especial característica estriba en que el procedimiento cooperativo antes expuesto, se proyectaba sobre empresas que obtenían sus beneficios proporcionando al público determinados productos, y ahora hablamos de empresas cuyos beneficios se obtienen proporcionando al público determinados servicios; pero esto, más que recaer en el sistema cooperativo, nos vuelve a llevar a la cuestión previa: ¿Deben los grandes servicios públicos estar en manos de los particulares o deben ser nacionalizados?
Porque no es sólo el caso de la Banca, es también el de los ferrocarriles, los teléfonos y tantos otros cuyo problema está aún por resolver. Ciertas cosas (Correos y Telégrafos, por ejemplo) se hallan en poder del Estado de una manera casi universal, y es dificil comprender la razón que diferencia unas de otras. Sin embargo, como ya hemos aludido a la nacionalización de la Banca, y no es cosa de volver a resaltar esta postura, vamos a acabar este capítulo consignando únicamente la afirmación de que en tanto no se convierta en un servicio nacional debe estar organizada en régimen cooperativo.
José Luis de Arrese 1947.
Sindicalismo, Cooperativismo y Corporativismo.
"¿Qué entiende usted por corporativismo? ¿Cómo funciona? ¿Qué solución dar, por ejemplo, a los problemas internacionales? Hasta ahora, el mejor ensayo se ha hecho en Italia, y allí no es más que una pieza adjunta a una perfecta maquinaria política. Existe, para procurar la armonía entre patronos y obreros, algo así como nuestros Jurados Mixtos, agigantados: una Confederación de patronos y otra de obreros, y encima una pieza de enlace. Hoy día el Estado corporativo ni existe ni se sabe si es bueno. La Ley de Corporaciones en Italia, según ha dicho el propio Mussolini, es un punto de partida y no de llegada, como pretenden nuestros políticos que sea el corporativismo."
José Antonio Primo de Rivera: España y la barbarie. Conferencia pronunciada en el Teatro Calderón, de Valladolid el día 3 de marzo de 1935
Hemos dicho que el nacional-síndícalismo no es el corporativismo, y como estos dos conceptos los confunde mucha gente, vamos a dejar bien marcadas las diferencias que entre uno y otro existen:
social porque:
La posición de F.E.D
Estando totalmente conforme con la
utilidad didactica y orientativa de los escritos de Arrese nuestro
cooperativismo se produce una vez consolidada y amortizada la inversión
inicial, mediante la compra de la empresa, de manera que la
participación de los trabajadores en la propiedad de la empresa aumente
progresivamente, mediante compra de acciones, por parte del Sindicato
de Empresa formado por la totalidad de los productores que integran la
misma.
O bien sea adquirida la empresa por el Sindicato Nacional y
después amortizada progresivamente, con los beneficios, por el Sindicato de
Empresa.
Todas las empresas, llegado el momento deben cooperativizarse a travé del sindicato. Es decir sindicalizarse.
No
obstantes, como nos dice Arrese, no hay modelos cerrados y todo es
susceptible de estudio y mejora. Es decir que se conocen muchas maneras
diferentes de realizarlo.
Solo añadir dos preguntas y dos respuestas:
El cooperativismo falangista ¿Tiene
que ver algo con el Socialismo?: Claramente NADA ¿o conoce el lector
algún Socialismo Autogestionario que no sea estatalizador?
El Socialismo Marxista puede entenderse como una forma de Capitalismo con un solo empresario: El Partido Comunista. Que es el verdadero dueño de los países Comunistas. Dicho Partido impide mejorar la condición de las Clases trabajadoras ascendiéndolas al bienestar de las Clases Medias porque las consideran burguesía y ven a ésta como su peor enemigo.
El Socialismo Capitalista solo sirve para asfixiar la iniciativa privada y socavar la cultura occidental con el fin de preparar el advenimiento del Marxismo.
¿Tiene Falange algo que ver con el Fascismo conocido?: Evidentemente POCO al no ser Corporativista ni fundamenterse en el Partido Único que el Fascismo tomó del Socialismo Marxista.
El único parecido que puede encontrarse sería rebuscando en las publicaciones Jonsistas de los inicios del Nacional-Sindicalismo. Sobre todo al principio cuando todavía no tenían las ideas claras sobre como estructurar la revolución nacional-sindicalista y se limitaban a fundamentarse críticamente sobre el Corporativismo Fascista Italiano. Que era una adaptación parcialmente desvirtuada del Corporativismo Católico de Toniolo. Y es que por muy meritorios que fuesen los inicios jonsistas, que nadie lo duda, la contribución de José Antonio resultó imprescindible y a él se debe una visión menos estatal y más sindical y cooperativa del nacional-sindicalismo, añadiendo además la función representativa de los trabajadores en las Cortes a través del sindicato
El Corporativismo Jonsista
Así, en la revista JONS, para explicar a los militantes en qué consistía el nacional-sindicalismo se recurría al análisis crítico de las actuaciones del fascismo italiano presentando esta visión crítica como el futuro nacional-sindicalismo:
presenten las mismas aspiraciones, que obren de la misma manera, o sea, que presenten en sus actividades un carácter de homogeneidad.
Así las organizaciones ilegales que obran en contraste con los intereses del Estado, se convertirían en organizaciones legales que tendrían la posibilidad de enderezar las fuerzas de la nación al bienestar social.
Cuéntame...Lo que no nos cuentan.
Los inicios del Cooperativismo en el Estado Nacional: Los primeros 15 años.
"La cooperación -se ha dicho- es algo más que una modalidad de la organización económica y de la acción social. Constituye un auténtico principio moral. La historia del movimiento cooperativo forma parte, de alguna manera, del desarrollo del. pensamiento humano.
Dondequiera que se funden cooperativas, se manifiesta una actitud mental particular respecto de la vida económica, y aparece un principio de ética social: el principio de la solidaridad.
En un sentido amplio, la cooperación comprende dos modalidades:
- el mutualismo, que es una especie de cooperación defensiva contra determinados riesgos, y
- la cooperativa propiamente dicha, de acción positiva, cuya finalidad es la mejora económica de los asociados.
El Estado español, inspirado en los más puros principios de solidaridad social, eminentemente cristiana, ha realizado y realiza una importantisima función directiva y de fomento de la obra cooperativa, no sólo en la modalidad defensiva mutualista, que en el ámbito de los Montepíos laborales de Previsión complementaria ha alcanzado un desarrollo verdaderamente extraordinario, sino también en el campo de lo que pudiéramos denominar cooperación activa.
Las distintas Instituciones cocperativas han. quedado encuadradas en la Obra Sindical de Cooperación, permitiendo de esta suerte aunar e incrementar en alto grado la eficacia de esta forma especialísima de cooperación economico-social.
La legalidad vigente en materia de cooperativas está constituida por la Ley de Cooperación de 2 de enero de I942 y por el Reglamento para su aplicación de I I de noviembre de I943.
Define la Ley como Sociedad Cooperativa la reunión de personas naturales o jurídicas que se obligan a aunar sus esfuerzos, con capital variable y sin ánimo de lucro, con objeto de lograr fines comunes de orden econámico-social.
Es de señalar que los socios de la cooperativa quedan automáticamente encuadrados, como ya hemos indicado, en los Sindicatos o Hermandades Sindicales correspondientes. Estas Sociedades tienen representación en los distintos Sindicatos Nacionales para velar por el régimen de precios, tasas, distribución y abastecimiento, y la relación con el Ministerio de Trabajo, al que incumbe la ordenación, fomento, autorización e inspección de tales Entidades, se efectúa a través de la Obra
Sindical de Cooperación.
En nuestro ordenamiento jurídico se distinguen las siguientes clases de cooperativas: del campo, del mar, de artesanía, industriales, de viviendas protegidas, de consumo, de crédito y del Frente de Juventudes.
Las cooperativas se integran, por medio de la repetida Obra Sindical de Cooperación, en las Uniones Territoriales y Nacionales de Cooperativas.
Entre los requisitos que han de reunir los Etatutos de las Entidades de Cooperación merece subrayarse, por lo que se refiere al carácter típico de estas instituciones, que el capital no puede estar cifrado en una cantidad fija; la igualdad de derechos de los socios, sin perjuicio de que puedan ser disfrutados en proporción a sus aportaciones, la limitación de las aportaciones de cada socio a 50.000 pesetas como máximo y la creación del Fondo de Obras Sociales, al que ha de dedicarse una determinada proporción de los excedentes para realizar fines de orden moral, profesional, cultural o benéfico.
El gobierno y gestión de las cooperativas incumbe a las Juntas Generales, al Consejo de Vigilancia y a las Juntas Rectoras, al frente de las cuales hay un Jefe.
En este aspecto debe destacarse que entre las modificaciones introducidas en el régimen legal de Cooperativas, por la Ley de I942, descuella la que se refiere al robustecimiento de la autoridad de los Órganos activos de gobierno de estas entidades) es decir, a las Juntas Rectoras y a los Jefes de las mismas."
José Antonio Girón de Velasco: 15 Años de Política Social dirigida por Franco 1951.
El Éxito de una organización plenamente Falangista en el Estado Nacional. |
La Hermandad Nacional de Labradores y Ganaderos: un proyecto falangista autónomo de sindicalismo agrario (1944-1951).
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