La Interpretación Materialista de la Historia o Materialismo Histórico.
Si el Peor de los Sistemas Mixtos Posibles ha sido un enorme éxito económico mundial, en China, con el peligro que ello supone para Occidente y lo poco que queda de su Cultura y su Historia de raíz Cristiana ¿Que resultados obtendría la síntesis de lo mejor de ambos mundos Capitalista y Colectivista?
Si a qualquier ideología se le quitase lo malo y se le añadiese lo bueno se parecería algo a un Falangismo de más actualidad que nunca y al que la fuerza de los hechos históricos del presente parecen dar toda la razón al tratarse de un sistema que, en lugar de enfrentar las clases como hace el comunismo, armoniza los intereses de todos solucionando el origen de los problemas. Que no es otro que el desfasado concepto de propiedad que padecemos.
El Comunismo no tiene nada que ver con el "reparto de la riqueza" ni con "quitar a los ricos para dar a los pobres" al estilo Robin Hood.
Muy al contrario el Comunismo pretende que LOS POBRES NUNCA PUEDAN ALCANZAR LA CLASE MEDIA que es la enemiga secular de los comunistas. Para evitarlo gastan los excedentes en carreras armamentísticas y espaciales. O en cualquier cosa menos mejorar el nivel de vida de sus habitantes convirtiéndolos en pequeños propietarios y consumidores.
Consiste más bien con "repartir la miseria haciendo a todos más pobres" entregando todo el poder y la propiedad de todos los bienes a un Partido Único. Un Partido Comunista empeñado en que los proletarios nunca puedan dejar de serlo como única manera de perpetuarse indefinidamente en el poder.
Así mismo, como su nombre indica (Materialismo Histórico) con la manipulación de la Ciencia y de la Historia contra la Fe y al servicio de dicho Partido Único.
"Falange Española no combate al comunismo por ser revolucionario, sino porque aspira a la proletarización general de la sociedad a fuerza de sangre, dolores y miserias de los mismos obreros."
Raimundo Fernández Cuesta. Murcia. 1935.
Según dicen los antiguos "compañeros de viaje" de los comunistas, la práctica criminal del Nacional-Socialismo provendría de la perversidad de su ideología, mientras que la del comunismo, sin embargo, se basaría en la desvirtuación de su inspiración generosa y humanista.
¡Como si la desvalorización de la vida humana, la obsesión igualitaria y anti-religiosa, el genocidio de clase o por hambre y negligencia, las prohibiciones como medio de dominación (en la isla de Cuba solo pueden pescar los turistas aunque se pase hambre), la represión y eliminación primero del disidente y luego de los propios, o la institución de la paranoia y la delación como método no hayan sido mucho más devastadores y mórbidos (incluso dentro de las propias filas comunistas) que la manía por jerarquizar las razas de los nazis!
Sabiendo, como se sabe, que de los mandos comunistas rusos de Stalin solo un 30% tuvieron una muerte natural.
"El movimiento ruso no tiene nada que ver con aquella primavera sentimental de los movimientos obreros; el comunismo ruso viene a implantar la dictadura del proletariado, la dictadura que no ejercerá el proletariado, sino los dirigentes comunistas servidos por un fuerte Ejército rojo; la dictadura que os hará vivir de esta suerte: sin sentimientos religiosos, sin emoción de patria, sin libertad individual, sin hogar y sin familia.
En Rusia, sabedlo, ya no existe el hogar; quizá otras veces os hayan presentado un aspecto más duro, más sangriento, del régimen ruso; pero ved si vosotros, españoles, con alma de hombres libres, soportáis esto: el Estado ruso se afana en proporcionar a los obreros sanatorios donde se curen, granjas donde reposen de sus fatigas; sí, trata de hacerlo y lo hace en algunas ciudades, pero les niega aquella libertad que ha de tener todo hombre para elegir su propio reposo.
Un obrero como el español no podría irse los domingos con su familia al campo para comerse la merienda en paz y en gracia de Dios, porque el Estado ruso, que lo organiza todo como un hormiguero, los obliga a ir a campos de reposo y a pasar sus vacaciones en tales sitios de esparcimiento.
Sólo este horror de que tengamos que comer en los comedores colectivos y no saber lo que es el hogar familiar, sólo este horror de que tengamos que divertirnos técnica y sistemáticamente en lugares en que probablemente no se divierte, nadie, sólo este horror, a cualquier burgués español, a cualquier obrero español le dará escalofrío.
El régimen ruso en España sería un infierno. Pero ya sabéis por Teología que ni siquiera el infierno es el mal absoluto. Del mismo modo, el régimen ruso no es mal absoluto tampoco: es, si me lo permitís, la versión infernal del afán hacia un mundo mejor. Si se tratara solamente de una extravagancia satánica, del capricho de unos cuantos ideólogos, es cierto que el régimen ruso no llevaría dieciocho años de existencia ni constituiría un grave peligro. Lo que ocurre es que el régimen ruso ha venido a nacer en el instante en que el orden social anterior, el orden liberal capitalista, estaba en los últimos instantes de su crisis y en los primeros de su definitiva descomposición. Ya vosotros sabéis de antiguo cómo distinguimos nosotros entre la propiedad y el capitalismo. Si alguna duda hubiera, las palabras de Raimundo Fernández Cuesta, que eran todas de luz, lo hubieran puesto suficientemente en claro."
José Antonio primo de Rivera. DISCURSO DE CLAUSURA DEL SEGUNDO CONSEJO NACIONAL DE LA FALANGE pronunciado en el cine Madrid, de Madrid, el día 17 de noviembre de 1935.
"Una figura, en parte torva y en parte atrayente, la figura de Carlos Marx, vaticinó todo este espectáculo a que estamos asistiendo, de la crisis del capitalismo. Ahora todos nos hablan por ahí de si son marxistas o si son antimarxistas. Yo os pregunto, con ese rigor de examen de conciencia que estoy comunicando a mis palabras: ¿Qué quiere decir el ser antimarxista? ¿Quiere decir que no apetece el cumplimiento de las previsiones de Marx? Entonces estamos todos de acuerdo. ¿Quiere decir que se equivocó Marx en sus previsiones? Entonces los que se equivocan son los que le achacan ese error.“
"Una figura, en parte torva y en parte atrayente, la figura de Carlos Marx, vaticinó todo este espectáculo a que estamos asistiendo, de la crisis del capitalismo. Ahora todos nos hablan por ahí de si son marxistas o si son antimarxistas. Yo os pregunto, con ese rigor de examen de conciencia que estoy comunicando con mis palabras: ¿Qué quiere decir el ser antimarxista? ¿Quiere decir que no apetece el cumplimiento de las previsiones de Marx? Entonces estamos todos de acuerdo. ¿Quiere decir que se equivocó Marx en sus previsiones? Entonces los que se equivocan son los que achacan ese error"
Los Falangistas ¿son MedioRojos?
3. El concepto de Revolución Nacional y Sindicalista. Entendida como cambio de la estructura social y del concepto de propiedad frente a la Revolución Marxista destructora de todo bien anterior pero potenciadora de todos los males anteriores.
Ramiro Ledesma Ramos
Nosotros aceptamos el problema económico que planteó el marxismo. Frente a la economía liberal y arbitraria, el marxismo tiene razón.“
Ramiro Ledesma Ramos.
“Frente al comunismo, con su carga de razones y eficacias, colocamos una idea nacional, que él no acepta, y que representa para nosotros el origen de toda empresa humana de rango airoso. Esta idea nacional entraña una cultura y unos valores históricos que reconocemos como nuestro patrimonio más alto”
"Nosotros sabemos, y es uno de los motivos críticos fundamentales en que fundamos nuestra posición antimarxista, que el enemigo social de los obreros no es generalmente el patrono, sino que hay otro linaje de poder económico y político al que debe señalársele como enemigo, y no sólo de los obreros, sino de los obreros y patronos juntamente: el gran capital especulador y financiero.“
Ramiro Ledesma Ramos
¿Pero entiende alguien, cree alguien, que nuestro antimarxismo reconoce por origen el afan de librar a la burguesía española de un frente obrero que la hostiga y amenaza sus intereses de clase? Esa imputación la declaro aquí con toda indignación insidiosa, rotunda y radicalmente falsa
La realidad es más bien, camaradas, y por que nos honra mucho no tenemos para qué ocultarla, que somos sus rivales en la atracción de las masas, ya que uno de nuestros objetivos inelucibles es dotar a nuestro movimiento de una amplia base popular y revolucionaria"
8. Las Desviaciones ideológicas de los Grupos Falangistas legalizados. Son la fuente de muchas confusiones y el motivo de la existencia de nuestro grupo de blogs Falange Española (Digital) y nuestra Asociación por la Democracia Orgánica.
Desde la Transición (aunque también ocurrió en la época de la Falange primigenia y juvenil de José Antonio) han existido interpretaciones interesadamente desviadas representados por un par de grupos filo-socialista y sistemita (Falange Auténtica y FE-JONS de Norberto Pico) y un grupo fascista filo-nazi (La Falange). También existió en el pasado un grupo muy purista, con algunos aciertos, anclado en un falangismo que no se actualizó ni mínimamente (FEindependiente que se unió a FE-JONS) e incluso un fuerte Falangismo Conservador o al menos "bastante de derechas" que se identificaba con el "Franquismo" (Fuerza Nueva de Blas Piñar) y se autodisolvió ante la llegada de Felipe González a la Moncloa tras padecer años de multas, agresiones, persecuciones y atentados terroristas y/o de las cloacas del estado.
La ideología del Fascismo y, más aún, el Nacional-Socialismo son mucho más parecidos al Comunismo que Falange. Porque tienen en común con él la Centralización y el Partido Único (el de verdad y no lo que tuvimos con Franco) propio de los Totalitarismos. Así como la elección de los cargos de arriba hacia abajo en lugar de abajo hacia arriba como debería ser en una Democracia Orgánica.
José Antonio Primo de Rivera.
"El Comunismo es un sistema fuerte dispuesto al asalto de Europa como los bárbaros de antaño. Y este asalto será el golpe de gracia a la edad clásica que se inicia en el siglo XVI"
Onésimo Redondo Ortega
"tantos votos -pocos- han sacado los candidatos comunistas o tantos lectores tiene su prensa no hay peligro."
Esto es insensato, aunque lo hagan, más por interesada malicia que por torpeza, los insignes pontífices del organismo parlamentario.
Todos sabemos que las masas para entregarse a una nueva iracunda revolucionaria no necesitan inscribirse en un partido ni actuar sujetas a una disciplina reglamentaria.
La candidez pazguata del pensamiento liberal conduce a otorgar al comunismo honores de sistema constructivo, categoría de régimen racional con sus principios morales, sus conclusiones honorables, su estatuto de derechos y deberes y su dosis de lealtad mutua, como cualquiera otro de los sistemas sabios o absurdos que forman el contenido de la mentalidad Civilizada universal.
No ese comunismo no existe; es decir, un "comunismo" que sea o se parezca a lo que la palabra denota ni ha existido nunca en Rusia ni menos se pretende o se profesa en España u otra nación de las amenazadas por el virus rojo revolucionario.
No hay mas que saludar, con los ojos de un entendimiento sereno, cualquiera de los periódicos editados con dinero de Moscú para caer en la cuenta -si todavía no se tenía conciencia de ello- de lo que es en realidad el llamado comunismo: la aspiración feroz a encender la guerra de miseria en una sociedad, para destruirla y encumbrar sobre las ruinas una dictadura amoral, con la sangre como argumento y la arbitrariedad del conciliábulo como única ley.
Voceando con descarada hipocresía su remedio se acercan a España los chacales comunistas, que huelen la prensa de un Estado en descomposición, fácil de ser dominado.
Es mentira que el comunismo acabe con la burguesía: lo que hace es reducir a la condición de proletarios a los que hoy no lo son, mientras mueren de hambre los obreros actuales ante la parálisis súbita de la producción.
En presencia de esta tragedia, el comunismo crea una nueva casta burguesa, casta cerrada, compuesta por los bárbaros caciques del partido, que se adueñan de palacios y riquezas, ahogando en sangre las protestas de la masa traicionada.
¡Obreros españoles! vayamos, si, a modificar la injusta estructura de la corrompida sociedad burguesa, pero rechacemos con fiereza la miserable invitación de los que quieren imponemos una dictadura a las órdenes de Rusia.
La dignidad de vuestras inteligencias, el respeto que merecen los compañeros que puedan caer engañados en la trampa dictatorial, exigen que persigamos como a los mayores enemigos del proletariado a los asalariados de Moscú que vienen a embaucamos con mentiras.
Mentira es que el comunismo reparta tierras ni rebaje impuestos: lo que hace es suprimir la propiedad para concedérsela a algunos privilegiados, a los nuevos oligarcas del Estado y a los "trusts" extranjeros, los frutos de vuestro trabajo no bastarían para mantener a los holgazanes del partido empleados en tiranizar al pueblo.
Mentira es que se supriman el ejército y la policía, que se multiplicarían para amparar el miedo al pueblo de los tiranos.
Mentira, en fin, que el comunismo liberte a los obreros: quedan privados de familia y hogar y convertidos en esclavos sujetos a forzados trabajos públicos como en Rusia.
En guardia, proletarios, contra el comunismo. Implantemos una justicia social enérgica, pero hispana, nacional, sin servir a ocultos intereses del extranjero".
Julio Ruiz de Alda.
"Pero no importa. Ellos tienen que pensar que el tener sólo en cuenta los intereses, es desde luego, dar un sentido materialista a la Historia, es ser marxista.
El marxismo matará en ellos todas las cosas buenas de su alma, pero les abre un camino.
El Comunismo Chino como Síntesis Estrictamente Económica.
Verdadera Naturaleza del Partido Comunista Chino.
Los ejes centrales de su política tirana eran cobrar impuestos demasiado altos; desperdiciar la mano de obra en proyectos para la idolatría del mandatario y practicar torturas brutales bajo la legislación Draconiana (leyes instituidas por el primer legislador de Atenas a finales del siglo VIII a.C. “una ley es draconiana, cuando es exageradamente dura”).
La población de China en el régimen de Qin Shi Huang, era de 10 millos de habitantes y el emperador tenía sometidos a 2 millones para realizar trabajos forzados.
Se trató de “una estratagema para que los enemigos se identificaran por sí solos.”
Frente a los cuestionamientos al sistema, Mao reaccionó lanzando una nueva campaña: la “Campaña Antiderechista”.
“Quien toma partido por el pueblo revolucionario es un revolucionario. Quien toma partido por el imperialismo, el feudalismo y el capitalismo burocrático, es un contrarrevolucionario."
Según Jean-Louis Margolin, cientos de millares cayeron en la trampa de Mao, siendo que cuando este dio el “brutal golpe de timón antiderechista”, de 400 mil a 700 mil mandos (por lo menos el 10% de los intelectuales chinos, incluidos técnicos e ingenieros), “revestidos de la infamante etiqueta de derechista”, fueron reprimidos, teniendo “una buena veintena de años para arrepentirse” en campos de concentración o en lejanas aldeas adonde se les deportó para ser “ruralizados”.
A la exportación masiva y las requisas se sumó la represión contra los que se opusieron, quienes fueron acusados de “acaparadores” culpables de los fracasos del régimen. De este modo, en las comunas populares se terminó trabajando más y comiendo peor.
Pero esto no fue todo. Las ideas del agrónomo y biólogo soviético Trofim Lysenko influyeron en las medidas tomadas por Mao. Aquello fue nefasto porque Lysenko prescribía que, de acuerdo con la “ley de vida de las especies”, los agricultores debían plantar las semillas de una misma clase muy juntas, ya que
“no existe lucha intra específica, sino ayuda mutua entre los individuos de una misma especie”.
El resultado fue que lo que se cultivó bajo los métodos de Lysenko murió o se pudrió.
“(...) mi familia tuvo que comer la corteza de los árboles de nísperos,(...) sí corteza de árbol, también se comían las raíces de los plataneros, cualquier cosa. La gente también comía barro, una especie de barro blanco y tallos de arroz. Pasamos tanta hambre que nos llenábamos el estomago con cualquier cosa que encontráramos”. Denh Shusheng, un testigo de la época.
Un marido le dijo a su mujer: ‘si todos tratamos de sobrevivir, nadie lo conseguirá. Voy a darte mi comida y cuando yo muera quiero que te comas mi cuerpo y que críes a nuestro hijo”.
Testimonio de Chen Yizi, disidente del partido.
“Delante de mi vista, entre las malas hierbas, surgió de pronto una escena que me habían contado durante un banquete: la de familias que intercambiaban entre ellas a sus hijos para comérselos. Distinguí con toda claridad el rostro afligido de los padres masticando la carne de aquellos niños que les habían dado a cambio de los suyos”.
Testimonio de Wei Jingsheng, disidente chino y antiguo miembro de la Guardia Roja.
Por su parte, las obras hidráulicas fueron hechas deprisa y mal coordinadas unas con otras, por lo que resultaron inútiles. Según Margolin, en Henan murieron 10 mil de cada 60 mil trabajadores de una obra.
Para el conjunto del país, la mortalidad saltó de 11 por cada mil habitantes en 1957 a 15 por cada mil en los años 1959 y 1961. La mortalidad, sin embargo, fue mayor en 1960, cuando alcanzó las 29 personas por cada mil habitantes.
De acuerdo con la Enciclopedia Britannica, se estima que entre 1959 y 1962 murieron de hambre unas 20 millones de personas. Frente a esta cifra, hay historiadores que señalan que las víctimas fueron casi 30 millones de chinos. Por otro lado, el investigador chino Yang Jisheng señala que murieron 36 millones de personas y que no nacieron 40 millones de niños.
Por su parte, Frank Dikötter, autor de “La gran hambruna en la china de Mao”, establece una cifra más alta: 45 millones de muertos.
El impacto poblacional de la “gran hambruna” fue tan drástico que sus consecuencias son notorias incluso si analizamos la tasa anual de crecimiento poblacional de todo el planeta. Según datos de la Oficina del Censo de los Estados Unidos, durante los años del Gran Salto Adelante el mundo pasó de tener un crecimiento poblacional anual mayor al 1.9% a uno inferior al 1.4%. En el siguiente gráfico podemos ver la magnitud de este descenso:
Se trató de una catástrofe humanitaria en la que decenas de millones de seres humanos murieron de hambre, bajo un régimen que llegó al extremo de culpar a los gorriones ―sí, las aves― por el desastre, declarándolos “contrarrevolucionarios” y decretando su eliminación.
La llamada “revolución cultural” fue un trágico periodo de la historia de China durante los años 60.
Un genocidio de 500.000 personas, instigado y organizado por el sangriento tirano Mao Zedong (Mao Tse-Tung). Aunque no fue únicamente contra ellos, los sufridos y heroicos católicos chinos padecieron una brutal persecución muriendo miles de ellos en medio de atroces tormentos.
En realidad, solo fueron 2 años entre 1966 y 1968 pero el balance de crímenes y destrucciones de todo tipo fue inmenso, asesinando a medio millón de personas.
La “revolución cultural” fue, como su nombre indica, un intento salvaje y despiadado por parte de Mao de erradicar brutalmente cualquier tradición cultural y religiosa del territorio chino para que únicamente quedara el marxismo-leninismo maoísta.
Todas las religiones debían ser aplastadas empezando por el confucianismo, la religión tradicional de China. Huelga decir que, si eso se intentó con la religión más propia de China, el trato que iba a recibir la religión católica, considerada “extranjera” todavía iba a ser más despiadado si cabe.
Los estudiantes eran fanáticos maoístas y seguidores fieles de las órdenes de Chin Chiang, la tiránica, cruel y caprichosa esposa de Mao.
Los estudiantes se lanzaron a una increíble orgía de destrucción y asesinatos de toda clase de gente sospechosa de no ser lo suficientemente leal al líder. Los comunistas tampoco se libraron. Fueron asesinados miles de miembros, incluso dirigentes del partido comunista, pues Mao aprovechó para purgar internamente el Partido de toda clase de militantes a los que consideraba blandos, «reaccionarios encubiertos» o insuficientemente fieles a él.
El PCCh logró purgar a los disidentes y confrontar clases sociales mediante la coerción y el engaño, empezó la eliminación de la clase terrateniente, a través de una reforma agraria; usando reformas industriales y comerciales, eliminó la clase capitalista; y prohibió religiones e inició persecuciones a grupos religiosos, para obligar al pueblo Chino a que se convirtiera en un súbdito dócil de su régimen tiránico.
Los cuatro Tigres asiáticos (Singapur, Taiwán, Corea del Sur y Hong Kong), crearon una nueva identidad cultural. Sus economías a escala son una prueba de que la cultura tradicional no impide el desarrollo socio-económico.
"Pues bien: si el comunismo acaba con muchas cosas buenas, como el sentimiento familiar y la emoción nacional; si no dan pan ni libertad y nos pone a las órdenes de una nación extranjera, ¿qué hacer? No vamos a resignarnos con la continuación del régimen capitalista. Hay una cosa de toda evidencia: la crisis del sistema capitalista y sus estragos, ni siquiera atenuados por el comunismo. ¿Qué hacer, pues? ¿Estamos en un callejón sin salida? ¿No hay solución para el hambre de pan y justicia de las masas? ¿Tendremos que optar entre la desesperación del régimen burgués y la esclavitud de Rusia?
No. El Movimiento Nacionalsindicalista está seguro de haber encontrado una salida justa: ni capitalista ni comunista. Frente a la economía burguesa individualista se alzó la socialista que atribuía los beneficios de la producción al Estado, esclavizando al individuo. Ni una ni otra han resuelto la tragedia del productor. Contra ella levantamos la sindicalista, que no absorbe en el Estado la personalidad individual ni convierte al trabajador en una pieza deshumanizada del mecanismo de la producción burguesa
¡Ni derechas ni izquierdas! ¡Ni comunismo ni capitalismo! Un régimen nacional. ¡El régimen Nacionalsindicalista! ¡Arriba España!".
De cómo el Capitalismo produjo la fórmula Comunista
José Luis de Arrese |
De la época capitalista son las grandes obras de ingeniería, las mayores instalaciones fabriles y los inventos más desconcertantes. En la época capitalista se puede decir que el hombre llegó a dominar los cuatro elementos y a descorrer el velo del mundo microbiano y del etéreo y del electrónico.
Sin embargo, jamás ha habido un período de crisis más agudo que en los momentos actuales, ni más completa subversión contra todo aquello que los tiempos modernos quisieron consagrar como definitivo.
El hecho de que en los últimos años se hayan levantado contra el sistema liberal formas tan dispares como el comunismo (materialismo histórico) en Rusia, el socialismo nacional en Alemania, el fascismo en Italia y el falangismo en España, y el hecho de que estas fórmulas hayan constituido en su forma esencial una ofensiva sobre los puntos fundamentales de la sociedad moderna; unos, como,
el Comunismo, sobre el punto social únicamente; otros, como
el Socialismo Alemán y el Fascismo, sobre este punto social, pero extendiéndolo también a una apreciación nueva de lo nacional, y otro, como
el Sindicalismo Español (falangismo), sobre esos mismos puntos social y nacional, pero sometidos, además, auna interpretación espiritual de la vida,
demuestran que el Iiberalísmo capitalista, en los tres aspectos espiritual, nacional y social, que fueron clave de su postura renacentista, vive un período de crisis inevitable.
¿Qué ha sucedido para que esta situación se produjera? ¿Cómo se puede entender que una fórmula capaz de levantar el mundo a tan alto grado de esplendor puede estar amenazada de una manera tan absoluta?
La razón hay que buscarla en este hecho incuestionable: el capitalismo, que en el mundo económico fué un experimento brillante, en el orden humano fué el más desconsolador de todos.
Pocas veces se ha visto un contraste más violento entre la brillante sociedad capitalista de las grandes ciudades y esa humanidad colectivamente desahuciada de todas las esperanzas, que vive harapienta en los suburbios.
Una y otra son piezas de una misma maquinaria, porque sin el trabajo de los unos, los otros no podrían cobrar sus dividendos y, sin embargo, este mismo factor económico que les une, es precisamente, el que les separa.
Hubo un tiempo en que la virtud sirvió de norma para distinguir al hombre; hubo otros en que fué la inteligencia, o la fuerza, o la habilidad, o la sangre. En todos ellos jugaba el hombre; pero hoy se ha recurrido a un expediente más lateral y, sobre todo, más inhumano: al expediente del dinero. Hoy, entre un hombre y otro hombre, no hay diferencia alguna o la diferencia es enorme, según el factor económico que les acompañe. Y si esto es así, ¿quién se puede extrañar de que ese numeroso grupo desheredado o ese otro grupo que todavía marcha al margen de todas las complacencias y sin dedicar sonrisas al vencedor de turno, se haya levantado contra todo lo maloliente y metalizado de la sociedad actual?
Pero es que, además, y aunque ninguna voz se hubiera destacado, aunque todos los oprimidos de hoy y los apartados de la diestra por la espada implacable del dinero, aunque todos los que guardan su altiva independencia para clamar contra la injusticia donde quiera que se encuentre, aunque todos se hubieran puesto de acuerdo en soportar mansamente la arbitraria situación moderna, fatalmente, inexorablemente, por el simple desarrollo progresivo de su doctrina, el capitalismo tenía que desembocar en una fórmula comunista.
El comunismo es la consecuencia lógica y natural del capitalismo, corno el estrellarse contra el suelo es la consecuencia natural de un cuerpo lanzado al espacio; quizás parezca un poco fuerte esta afirmación, pero vamos a demostraría.
1) El capitalismo conduce inevitablemente al comunismo.
El capitalismo es una doctrina económica y una actitud politica; pues bien, tanto la una como la otra encierran en sí el germen de la descomposición.
En el aspecto económico, el capitalismo parte de la teoría de que el hombre cuando trabaja no realiza más que un esfuerzo energético, y que ese esfuerzo se mide en horas y se paga en salario; de aquí saca la deducción de que el dinero puede comprar el trabajo como una mercancía cualquiera, y de esta conclusión extrae la consecuencia de que el dinero es el único que produce y, por lo tanto, es el único dueño de los beneficios producidos. Con lo cual, con este atribuir los beneficios de la producción a uno solo de los elementos productores divide al campo social en dos bandos, el que gana y el que no gana; el financiero y el proletario. Es decir, divide la suciedad en clases.
Pero este ciclo evolutivo del pensamiento capitalista no se agota en la postura de las clases.
El capitalismo hubiera querido llegar a la creación de las clases y no pasar de allí; que unos se hubieran llevado la ganancia y los otros se hubieran conformado pacientemente con ver cómo se la llevaban; pero lógicamente no podía ser así; los excluidos buscarían un día la manera de sublevarse, y ese día la arcadia feliz del capitalismo se había de derrumbar por su propia base.
Por eso, cuando Marx levantó la bandera de la lucha de clases, el capitalismo, automáticamente, entraba en período agónico: tardaría en desaparecer y aún daría
pruebas formidables de vitalidad, porque ningún coloso muere sin dejar huella de sus coletazos; pero la suerte estaba echada. El capitalismo había, sido cogido en sus propias redes, y los nudos se irían apretando poco a poco hasta asfixiarle; ya sólo era cuestión de tiempo.
Y nunca se diga en apoyo de la tesis capitalista que el marxismo es un error filosófico que no viene a rescatar al hombre del privilegio y del abuso. Todos sabemos que Marx no se levantó contra el hecho de que el hombre fuera considerado como un simple proveedor de energía muscular, ni contra el hecho de que, el trabajo se mirara como una mercancía, ni contra la organizacíón de la sociedad en clases, sino contra el hecho de que en esas clases fuera una, y no la otra, la que monopolizara todos los privilegios.
Pero es que el marxismo no ha intentado nunca justificarse desde el punto de vista cristiano.
Lo que el marxismo quiere, y ahí está precisamente el riesgo para el otro sistema, no es que se vuelva atrás en las equivocaciones capitalistas, sino que se siga hacia adelante; que el ciclo continúe su marcha sin detenerse en las clases; tras las clases, la Iucha; tras la lucha, el triunfo de una de ellas; de la más fuerte.
Por eso hemos dicho que el capitalismo, en el orden económico, había de desembocar inexorablemente en el comunismo.
Veamos ahora lo que sucede en el orden politico; en el orden político, el capitalismo se basa en la democracia liberal y ésta en el su fragio universal e inorgánico: es decir, en el triunfo de la mayoría. Pero como el sistema capitalista ha dividido la sociedad en dos clases, de las cuales una de ellas, la proletaria, es infinitamente más numerosa que la otra, no cabe duda que en buena tesis liberal el capitalismo debe dejar paso al anticapitalismo.
¿Que esto es un suicidio incomprensible? ¿Que es preciso evitar el hecho de que las cosas sucedan así? Naturalmente, eso es la que decimos también nosotros, y por eso, porque para evitarlo no hay mejor procedimiento que empezar por conocer el riesgo, comenzamos este capítulo demostrando que el capitalismo no sirve para otra cosa que para desembocar más rápidamente en el comunismo, incluso por el camino de su legalidad política.
2) Lucha del comunismo, por desbordar el sistema capitalista.
Claro está que en Ia práctica esto no se realiza de manera tan sencilla, como lo demuestra el hecho de que el comunismo, para alcanzar el Poder, suele recurrir a la fórmula violenta de la revolución, y no al tranquilo ejercicio de los derechos electorales; pero sucede de otro modo, no porque lo dicho sea una simple especulación retórica, sino porque el capitalismo, al que no debemos considerar tan ingenuamente bobo como para esforzarse en montar una guillotina política con el deseo simultáneo de poner su cuello, tenía junto al sufragio universal una serie de instrumentos de dominar capaces de mellar la cuchilla fatidica, basta convertirla en inofensivo número de feria.
Tales son la concepción individualista de la vida política y la organización de esa vida en partidos políticos.
El individualismo divide la fuerza de la unión y la deja incapaz para la lucha; según este principio, no exento de popularidad puesto que respondía a una reacción contra el sistema anterior, basado en la oligarquía, el obrero quedaba atomizado y reducido a la impotencia de su individualidad aislada.
Además, en un principio, el sistema social nacido del nuevo orden económico favorecía también este aislamiento individualista, porque al desaparecer la vida gremial y verse obligado el obrero a acudir en avalancha a la puerta de las grandes fábricas para encontrar trabajo, forzosamente (en la lucha por la vida que iniciaba) tenía que mirar al patrono como a un salvador y a los demás obreros como a seres que venían a establecer con él una competencia encaminada a arrebatarle la colocación que buscaba, lo cual no hacía más que favorecer los intereses capitalistas, que solo en la unión proletaria podían encontrar un serio peligro.
Por otra parte, los partidos políticos completaron la labor disolvente del sistema capitalista, porque obligando al individuo a encajarse en ellos si quería participar en la cosa pública, no sólo le proporcionaban el modo de satisfacer la natural tendencia del hombre a la asociación, sino que se lo proporcionaban distrayéndole, al mismo tiempo, de su preocupación económico-social; es decir, por el mejor y más inofensivo procedimiento que ha podido inventar filosofía alguna para su defensa y garantia, porque los partidos políticos no podían representar jamás un riesgo para el capitalismo; era demasiado endeble su consistencia y demasiado complicada la mecánica electoral para no poder oponer a tiempo el dique de otro partido o la zancadilla hábil, en la que había de tropezar cualquier intención peligrosa.
Por otra parte, su misión de ser cauce de expresión popular y la necesidad para alcanzar el poder de conseguir previamente el apoyo de la mayoría, le llevaba a presentar cada vez programas más amplios e inocentes, dejando a un lado posturas que, por ser demasiado concretas, podían restarle aquiescencia.
En esta concepción individualista y en esta organización de partidos se esconde toda la fuerza del sistema.
Si ellas se mantienen enteras, el peligro de los comunismos, y el de los fascismos, y el de cualquier doctrina nacional que surja, está condenado al fracaso; aunque el sufragio universal anuncie hipócritamente que se basa en el triunfo de las mayorías y aunque los voceros de la libertad se esfuercen en convencernos de que los pueblos son libres de elegir la forma de gobierno que más les guste; si la teoría individualista se derrumba o se derrumba el sistema de partidos (y no me refiero a las dictaduras, en las que sólo hay un eclipse transitorio), la fuerza del capitalismo desaparece de una manera automática.
El secreto de este nuevoSansón está ahí, y por eso lo que el capitalismo defiende de su democracia no es la idea de que el pueblo participe en las tareas del Estado, sino la idea. de que participe a través de los partidos políticos, y por eso también su ofensiva contra el totalitarismo y los partidos únicos; no porque intente defender el concepto cristiano de la persona humana, sino porque le angustía el peligro que representa para su individualismo; porque le asusta el concepto unitario de la sociedad; porque necesita la división para la victoria final.
Pero estos dos resortes del mando se le empezaron a escapar cuando Marx y Engels lanzaron su manifiesto comunista, con esta tremenda frase final que había de quedar para siempre como una consigna: de combate:
"Proletarios de todos los países, unios".
A raíz de este hecho el socialismo vino a agrupar al obrero bajo una doctrina definida y, sobre todo, a encajar esta nueva concepción colectiva dentro de la organización capitalista de los partidos, con la cual lograba no sólo legalizar una ofensiva contra el propio Estado, sino desviar la lucha de los partidos políticos (demasiado inocua para el sistema capitalista) hacia esa lucha de los partidos sociales.
Porque los partidos sociales, y esto para desesperación del propio sistema capitalista, nacieron, más que de una genialidad inventada por el socialismo, de la torpeza misma de las clases.
El socialismo no hizo otra cosa que llevar las clases a la contienda política que habia implantado el propio sistema liberal, enquistar la creación capitalista de las clases dentro de los partidos, y alIí hacer valer en beneficio propio la ley capitalista de las mayorias.
El comunismo, por tanto, no tuvo que inventar nada nuevo para realizar su ataque: le bastó sacar las consecuencias finales de aquello que previamente se lo habían preparado.
Fué entonces cuando el sistema capitalista empezó a hacer agua, y cuando Marx y Engels en su manifiesto comunista pudieron anunciar con toda seguridad este final trágico que esperaba al capitalismo:
"El progreso de la industria sustituye el, aislamiento de los obreros, resultante de la competencia con su unión revolucionaria, por medio de la asociación. Así, el desenvolvimiento de la gran industria socava bajo los pies de la burguesía el terreno sobre el cual ha establecido su sistema de producción y dé apropiación. Ante todo, produce sus propias sepulturas; su caída y la victoria del proletariado son igualmente inevitables".
(Manifiesto comunista.)
3) El comunismo, última consecuencia del Renacimiento.
En resumen, y a pesar de que muchos han querido presentar al comunismo como una solución a la injusticia social del sistema capitalista, y no como una consecuencia natural de su postura, el comunismo no es un sistema nuevo, sino la última expresión de una doctrina que empezó en el siglo XV por torcer la norma espiritual, y ha acabado en el siglo xx por entregarse al más desenfrenado de los materialismos.
Abarca sí, todos los órdenes. de la vida, y en todos ellos penetra revolucionariamente ; pero su novedad es relativa, según se la estudie; si se la compara con la época anterior al Renacimiento, es una novedad de extremo opuesto; si se la compara con cualquiera de las fórmulas políticas posteriores, es una novedad derivada, una consecuencia. Por ejemplo, en materia religiosa, el marxismo representa la postura negativa más avanzada, y esta postura, efectivarmente, es absolutamente contraria al acendrado espiritualismo de la Edad. Media; pero si seguimos paso a paso la historia de las ideas religiosas en los tiempos modernos, vemos que esta negación actual no ha llegado de una manera sorprendente e inesperada, sino por sus propias y sucesivas etapas.
Primero, el Renacimiento puso a discusión de la ciencia los problemas de la Fe; de esta discusión salió la ruptura de la unidad religiosa que produjo el protestantismo. Esta ruptura acabó sembrando la indiferencia liberal, y de esta indiferencia se pudo pasar insensiblemente a la negación marxista.
Es una evolución que ha necesitado siglos para completarse, y que nos confirma, una vez más, la tesis de que estamos asistiendo al fin del Renacimiento, a la última consecuencia de un ciclo total, y que, por tanto, no podemos evitar, si no es acudiendo a un remedio total.
Lo mismo nos sucede con la lucha de clases.
La deshumanización del hombre hace crecer la importancia del capital; el capitalismo trae la injusticia; la injusticia trae las clases, y las clases nos llevan a esta consecuencia inevitable: la lucha.
Cuando dos personas intervienen en una misma función y no solamente carecen de coincidencia, sino que, además, se hace imposible toda compenetración, con una injusticia inicial en el reparto de los beneficies, inevitablemente se tiene que llegar a un choque más o menos lejano y más o menos violento.
Por eso, ahora que vamos a considerar la fórmula comunista, aunque sólo sea de pasada, ya que huelgan demasiadas explicaciones, tenemos que dejar bien clara esta afirmación primera:
El comunismo no se alzó contra la esencia del capitalismo, puesto que en el capitalismo lo esencial era la aplicación al área del trabajo de los principios filosóficos de la Revolución Francesa; ni siquiera contra la consecuencia de las clases: se alzó contra el hecho de que fuera una y no otra la clase dominante.
4) La interpretación materialista de la historia como punto de arranque de la tesis comunista.
En cuanto al fondo de la cuestión, no solamente acepta la filosofía racionalista que informa todos los actos políticos de los últimos tiempos, sino que le parece tímida la postura aquella de dejar las cosas al criterio de la razón, y, avanzando decididamente por el camino seco de la materia, inventa esta fórmula nueva, con la cual se propone pasar desde la duda anterior a, la negación absoluta: la interpretación materialista de la Historia.
Nada de creer -pensaba Marx- que las Ideas de los hombres son las que determinan sus actos sociales, y que la conciencia, la justicia, la moral, marcan el modo de comportarse ante los diferentes aspectos de la vida. La Historia nos enseña que, contrariamente a la tesis espiritualista, son las condiciones de la vida material las que deciden el desarrollo general de Ios acontecimientos.
"La conciencia de los hombres (dice en el prólogo a su critica de la economía política) no determina su forma social de vida, sino, por el contrario, esta forma social es la que determina y condiciona su conciencia."
Por lo tanto, añade Marx, lo que tenemos que hacer, si queremos entender la Historia incluso en esa serie de reacciones idealisticamente inexplicables que se llaman guerras, revoluciones, motines, etc., es interpretar las cosas desde un punto de vista material, considerar al hombre sumergido en un inmenso problema económico y aceptar que la inmensidad de este problema satura e informa toda su actuación y su ser hasta convertirlo en simple instrumento suyo.
Con esta manera bárbaramente materialista de entender las cosas llega a la más absoluta negación de todo lo que pueda suponer un motor espiritual.
El hombre ya no está hecho a imagen y semejanza de Dios, sino a imagen y semejanza del problema económico, que es el encargado de configurar su vida.
La religión es el opio del pueblo, y ha sido inventada por la clase opresora para distraerle del esencial problema, empujándole a tomar con mansedumbre su propio desheredo. La familia, el amor, los hijos, son instrumentos de producción, romo lo son las máquinas o las materias primas o los productos manufacturados. La moral y el honor son prejuicios burgueses, o mejor aún, elementos decorativos que la burguesía añade a sus rapacerias para darles una apariencia elegante. La vida toda, sin un más allá que la ilumine, queda reducida a un inmenso presente en el que los hombres luchan por la vida misma y por conseguir en ella lo único que les interesa: el bienestar material y con esta mentalidad enuncia las definiciones más crueles y las negaciones más absolutas y en el mundo social llega a definir al hombre como una cosa y al trabajo como una mercancía:
"Tomás Hobbes (dice Marx en el cap. VII de su libro "Precios, salarios y ganacias") en su "Leviathan" tocó ya por instinto ese punto que se ha escapado a todos sus sucesores diciendo que el valor de un hombre es como para todas las otras cosas su precio, es decir lo que se daría por el uso de su fuerza. Por lo tanto, tomando esto como base, podremos determinar también el valor del trabajo como el de todas las demás mercancías".
Como vemos, el marxismo, aunque mucho más avanzado en el orden doctrinario, coincide con el capitalismo en la manera de enfocar el problema social: Acepta que el trabajo es una mercancía que se compra y que se vende y acepta además que la sociedad queda dividida en dos clases antagónicas; aunque quizás por decoro revolucionario o por un prurito de originalidad prefiere acudir para cimentar su tesis a la ya nombrada interpretación materialista de la Historia.
"La historia de toda sociedad hasta nuestros días (son las palabras con que Marx y Engels empiezan el manifiesto comunista) no ha sido sino la historia de la lucha de clases: Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, nobles y siervos, maestras jurados y compañeros; en una palabra opresores y oprimidos en lucha constante."
Lo único que acepta es que el capitalismo ha llevado esta eterna división de clases a unos términos nuevos que en adelante han de ser los protagonistas del acontecer histórico presente y que estos términos están vinculados al factor laboral ; los que compran y los que venden trabajo, los burgueses y los proletarios.
Con esta interpretación materialista de la Historia y con este asignar una razón de lucha a la división de la sociedad en clases realizada por el capitalismo inició el marxismo su estructura en los tres órdenes: político, económico y social.
Tras la Guerra de Liberación el Movimiento Nacional, lejos de estar constituido como un Partido Único al estilo Comunista o Fascista, se parecía más bien a lo que ahora llaman "Constitucionalismo" salvando las distancias con la corrupción de los actuales.
5) Organización política del Estado en el sistema comunista.
En el orden político llega a organizar el Estado aceptando como punto de partida el sufragio universal.
No es que esta fórmula liberal tenga nada que ver con el propóstio final del marxismo; el sufragio universal, cuya tesis en esencia es la aceptación del principio político de que todos tienen derecho a opinar sobre todas las cosas, es fundamentalmente opuesto a Ia teoría marxista que ni reconoce a todos iguales derechos a opinar (libertad si, pero sólo para la clase proletaria", dijo Lenin) ni deja que todo sea materia opinable ya que de antemano dice que se trata de implantar una determinada politica y no la que salga de cada elección.
Pero el marxismo tampoco ha intentado convencer a nadie de que piensa utilizar el sufragio universal como forma permanente de vivir la vida política, como tampoco dice que la lucha de clases sea otra cosa que el modo transitorio de llegar al predominio de una de ellas y al exterminio de la otra.
El marxismo, y esto sólo puede sorprender a los eternos bobalicones de la política siempre propicios a tomar las cosas por el lado ingenuo, utiliza el sufragio universal porque le sirve admirablemente de caballo de Troya para introducirse explosivamente en el/mecanismo liberal; lo utiliza como único medio positivo de llegar a la dictadura del proletariado.
Pero ¿cómo se realiza este tránsito de manera que no se despierte prematuramente el recelo liberal?, impugnando únicamente la manera de llevarlo a la práctica. El marxismo acepta el sufragio universal pero rechaza (y aquí reside la diferencia sustancial entre los dos sistemas) la creencia de que para realizarlo no haya mejor procedimiento que los partidos políticos.
¿N o se trata -argumenta- de conocer la voluntad de- la mayoría? ¿Y qué es lo que a la mayoría interesa más esencialmente? ¿El problema político que un hombre tiene la habilidad de crear o el problema social que existe de manera permanente en la sustancia misma de la sociedad? ¿El problema político basado casi siempre en la ficción, en la propaganda y en la picardía del más inquieto o el problema social que embarga con su angustia a toda una masa trabajadora?
Pues si no hay duda entre los términos de este dilema, nada de que el pueblo participe en la vida pública a través de los grupos políticos sino a través de los grupos sociales.
Para el marxismo, la fórmula liberal de montar el sistema de expresión popular sobre los partidos politicos no es más que una habilidad capitalista para escamotear al proletariado la mayoría electoral, ya que con esta fórmula no solamente no se logra cumplir el propósito de que gobierne la mayoría, sino que está inventada precisamente para que no se logre jamás, y raciocina de esta manera:
Si el liberalismo pretendiera conocer donde está la mayoría electoral no acudiría al expediente de la política, pues de antemano sabe que lo que interesa a las masa, lo que de verdad ocupa su inquietud no es el pensamiento de don Fulano, que muchas veces ni siquiera representa otra cosa que un procedimiento de ejercer su caciquil profesión, sino el modo de resolver una propia situación social.
Lo que pasa es que el liberalismo es un sistema burgués y como la burguesía es una minoría insignificante frente a la gran masa proletaria, necesita inventar esa falsedad de los partidos políticos para poder hacer en ellos todas las combinaciones y las habilidades que convenga y, sobre todo, para que no se vea obligado a aceptar la batalla por el poder en un terreno en que fatalmente sabe que ha de perder porque está dividido en dos únicos bandos, el capitalista y el proletario, y porque sabe que "la democracia proletaria (dice Lenín en su folleto "El renegado Kaussky y la revolución proletaria") es un millón de veces más democrática que cualquier democracia burguesa".
Por lo tanto -continúa razonando el marxismo- hay que llegar a que el pueblo participe con su propia gobernación a través de los partidos sociales como único procedimiento de que venza el más numeroso y no el más hábil o el que más medios de corrupción tenga.
Y como en el orden social tal y como está hoy planteado el problema no hay más que dos matices, el capitalista y el proletario y numéricamente el grupo proletario es infinitamente más numeroso que el capitalista, sucede que con este pequeño giro dado a la fórmula liberal llega el marxismo a montar un sistema totalmente distinto: un sistema que empezando por acusar al sistema liberal de no cumplir sus propios principios consigue lograr sin más corrección que la de sustituir los partidos políticos por los partidos sociales una mayoría tan absoluta que le permite en nombre de la más pura democracia llegar a la mayor negación de la doctrina democrática: a la dictadura del proletariado.
"Movilizar todos los Medios" en un Estado Integrador de todo un pueblo en lucha por su bienestar y prosperidad como fue el Estado Nacional. Ello sin el engaño constitucionalista de endeudarnos criminalmente a todos como ha sucedido en la actualidad. Pero en un sistema plenamente Falangista no existiría ni Partido Único ni Movimiento Nacional
6) El Estado totalitario.
Pero no se crea que esta dictadura es, como suele ser en los sistemas democráticos, un remedio intermitente al que es preciso acudir cada vez que se necesita enderezar el defecto de una política mal llevada como el médico tiene que acudir a la dieta cada vez que el empacho ha producido un trastorno digestivo; no, la dictadura en el marxismo no es una cosa pasajera, aunque así lo declaren sus dirigentes: es una fórmula permanente de gobierno; es algo sustancial con el marxismo mismo; es una manera totalitaria de concebir el Estado.
Se equivocan los que creen que el totalitarismo es una invención fascista:
Antes que Mussolini lanzara en Milán su célebre consigna de
"todo para el Estado, nada contra el Estado, nada sobre el Estado"
y antes de que Schmitt bautizara a esta postura con el nombre de "Estado Totalitario" había ya el marxismo implantado su Colectivismo Estatal y hasta estoy por decir que
si Hitler y Mussolini incorporaron a sus doctrinas la teoría del Estado Totalitario fué por lo que uno y otro tenían originariamente de socialistas.
No es este el lugar destinado al estudio de lo que es el Estado Totalitario: se irán viendo una y otra vez facetas que lo caracterizan, pero voy a aprovechar esta ocasión para aludir a él aunque solamente sea desde el modo más vulgar de concebirlo.
Un estado en el orden que ahora nos interesa es lo que pudiéramos llamar una sociedad organizada; una aglomeración humana sometida a unas leyes encargadas de sujetar la libertad absoluta de cada hombre hasta el límite preciso para que pueda existir sin rozar la libertad de los demás hombres.
No digo que esta sea Ia definición del Estado, pero en este momento sí lo podemos mirar como el modo de extraer una especie de mínimo común múltiple de las libertades de cada uno.
Pero esto que en matemáticas se reduce a una sencilla fórmula aritmética, en política, que no es una ciencia exacta, se presta a toda clase de especulaciones; y sucede que toda la história política de los pueblos se puede decir que gira alrededor de una pugna inacabada entre el individuo y el Estado, por justipreciar este común múltiple de libertades.
Cuanto mayor sea la libertad individual menor tiene que ser la intervención coactiva del Estado, pero cuanto menor sea esta intervención mayor será la anarquía de la sociedad;
por el contrario, cuanto mayor sea la autoridad del Estado menor será el peligro de la anarquía, pero al mismo tiempo menor será también la libertad del individuo;
por lo tanto hay que llegar al justo límite de la libertad y de la coacción, y en esto precisamente estriba toda la dificultad.
La Revolución Francesa en orden a este punto supone ante todo una sublevación contra el Estado absoluto de Luis XIV en nombre del individuo, y representa el atrevido empeño de establecer un nuevo equilibrio basado en el triunfo completo del individualismo sobre el estatismo.
La eterna pugna entre el individuo y el Estado se resuelve en el siglo XVIII a favor del individuo entregándole todo el poder y reduciendo al Estado a mero instrumento policiaco encargado únicamente de velar por que se cumpla en todo momento la voluntad de aquel.
Pero esta fórmula que pudiéramos llamar de equilibrio en el desequilibrio es impugnada bien pronto por los que echan de ver en seguida el tremendo defecto de la solución liberal:
el individualismo puro es el triunfo del más fuerte sobre el más débil
Y (como siempre que una contienda se decide descaradamente en favor de uno de los contendientes) la primera reacción es a base de adoptar la postura opuesta y esta especie de desequilibrio contrario es la que se encargó de traernos el socialismo -al enfrentar el colectivismo estatal al individualismo liberal.
El socialismo, que en el fondo no es otra cosa que un nuevo absolutismo en eI cual el Estado ya no es el Rey sino esa abstracción que se llama colectividad, levanta frente a la teoría liberal de "todo para el individuo nada para el Estado" la teoría contraria de "todo para el Estado nada para el individuo", y esto es así de una manera tan absoluta que siendo la doctrina socialista antes que nada una exaltación del hecho económico al primer plano de las preocupaciones humanas implanta la solución económica sobre la base, como veremos a continuación, de negar todo derecho a la propiedad privada y de reconocerlos solamente a la propiedad colectiva.
Después vino el fascismo a la contienda política en torno al problema del Estado, y como el fascismo es un intento de combatir al comunismo pero no por el procedimiento ingenuo de considerarlo como una invención absurda e indigna, por tanto, de ser tornada en consideración por los pueblos civilizados, sino como una consecuencia lógica de una injusta situación anterior; y como por otro lado una de las cosas que más ha fomentado la sublevación bolchevique es esta injusticia que en el capitalismo se parapetaba detrás del "dejar hacer" al individuo, no es extraño que el Estado fascista se declarara también enemigo del individualismo y adoptara la fórmula contraria como procedimiento de combate.
El Movimiento Nacional es más comparable, en su función defensora de la legalidad vigente, al actual Constitucionalismo que a un partido único propiamente dicho. Pero en un sistema plenamente Falangista no existiría ni Partido Único ni Movimiento Nacional
7) Organización económica; el colectivismo.
Esto en cuanto a la manera de participar el pueblo marxista en las tareas del Estado; es decir, en cuanto a la solución que da al problema político creado por la postura liberal; veamos ahora la solución que da al problema económico creado por la postura capitalista.
La tesis económica de Marx está desarrollada en su libro "El capital". Este libro parte del hecho de que el capitalismo no solamente ha implantado las clases económicas, sino que además ha decidido que la producción se debe única y exclusivamente al esfuerzo del capital.
Sin embargo (y este es el raciocinio que se desarrolla en "El capital") el valor de un producto manufacturado es el valor de los medios de producción (materias primas, desgaste de los útiles de trabajo, etc.) más el valor de la fuerza del trabajo que ha sido preciso cristalizar sobre ellos para obtener la materia transformada: por lo tanto, en este aumento de valor de la mercancía, no interviene para nada el capital, y la, partida que éste carga al precio final con el nombre de beneficio industrial es un gravamen parasitario.
Pero aún hay otra cosa que subleva al marxismo, ya que si fuera únicamente ésta, la solución seria fácil porque bastaba con señalar los precios atendiendo únicamente a aquellos dos factores sin aumentar cantidad alguna destinada a premiar al capital para que hubiéramos eliminado toda posible injusticia; pero no es así porque aún hay otro beneficio que se lleva también el capital según el marxismo, y es el que se produce por el perfeccionamiento técnico entre el taller primitivo y la moderna empresa que naturalmente llega a producir mejor y más barato o, dicho con palabras más apropiadas, a la consecuencia que se quiere sacar, el que se produce por la diferencia de rendimiento que hay entre el trabajo individualmente considerado o número de horas que un obrero emplearía trabajando aislado y el trabajo colectivo o número de horas que emplea trabajando racional y coordinadamente.
A esta diferencia de rendimiento es a la que Marx llama plus valía, del capital y raciocina de esta manera:
"Como esta plus valia no la produce el capital, ni siquiera el trabajo individual, sino el trabajo colectivo, y además no cualquier clase de trabajo colectivo sino precisamente el trabajo manual, el beneficio producido no puede ir al dinero como quiere el capitalismo, porque el dinero es estéril y no puede procrear, ni tampoco al obrero cuya mercancía (la fuerza de su trabajo) se ha pagado de antemano, sino, a la colectividad obrera que es la auténticamente engendradora de plus valía,es decir, al proletariado o, mejor aún, ;(Estado, ya que" el Estado es el proletariado organizado como base gobernante".
Esta es en síntesis casi telegráfica la fómula económica del marxismo, según la cual y como el trabajo colectivo es el único origen de la propiedad, la producción debe pasar a ser colectiva.
8) El marxismo arrebata al obrero sus últimos derechos.
El marxismo tuvo aciertos indiscutibles; en primer lugar supo encontrar una dialéctica adecuada para despertar la mansedumbre de una masa ya casi resignada a la expoliación; en segundo lugar tuvo una habilidad innegable para desnudar al capital y presentarlo al obrero en toda su horrible fealdad, pero tuvo un error fundamental: El marxismo, como si temiera ser acusado de retrógrado si remontaba su rebeldia hasta el error primero y quisiera presentarse como más avanzado y progresista que nadie en lugar de levantarse en defensa del hombre, da un paso más hacia la deshumanización y acaba por hundirlo en la más espantosa negación de sí mismo.
Esto quizás no lo entienda más que el que haya vivido realmente la desolada melancolía del comunismo en el que el hombre ya no es siquiera ese pobre individuo desprovisto de contenido, sino una pieza mecánica del colosal aparato colectivo y anónimo del Estado.
Porque si nos fijamos: bien el marxismo sobre no ponerse en el camino de resolver en justicia el problema del reparto de los beneficios, ni siquiera representa una solución en ayuda del trabajador, porque la fómula que inventa parece confeccionada exprofesamente para escamotear al obrero su mayor o menor derecho.
Frente a la teoría capitalista que dice que el único que produce es el capital y que por tanto deben ser suyos todos los beneficios, no levanta la teoría, que aunque injusta y equivocada sería menos equivocada y menos injusta, de que el único que produce es el obrero y que por tanto deben ser suyos todos los beneficios, sino inventa la fórmula fría, anodina y cruel de que la producción se debe al esfuerzo manual y colectivo, con lo cual un movimiento que parece hecho en favor del obrero, en el fondo no representa más que el modo de alejarlo de toda esperanza de redención.
Porque el esfuerzo manual y colectivo no es el esfuerzo individual del obrero, no es el obrero, sino la colectividad, el Estado.
Y así el marxismo que pudo estar tan cerca (y éste fué su mayor éxito inicial) de representar una sublevación en defensa del hombre, representó por el contrario el último paso de la deshumanización.:
El hundimiento del obrero en una colectividad amorfa y rencorosa.
¡Ah! si el obrero cuando cree que el comunismo representa un paso hacia su liberación, cayera en la cuenta de que no es otra cosa que un cambio de amo lo que se le propone; una sustitución del amo-empresa por el amo-Estado, porque entonces quizás pensara que es más duro servir a este amo que además de empresario es dueño de la policía y de las cárceles y del Código penal, y quizás pensara que merecía la pena seguir luchando contra el capitalismo, pero no para caer en la noche triste que le ofrecen los comunistas sino para rescatar al fin como quien rescata lo más valioso de su existencia, la propia personalidad, la propia calidad del ser humano, la dignidad y la libertad que entre unos y otros han acabado por arrebatarle.
José Luis de Arrese 1947.
El Marxismo
El marxismo es la segunda solución del materialismo. Nace del liberalismo y lucha contra él; pero no se le opone en el fondo. Es "el hijo ingrato de la economía liberal", o como dice Vermeersch, "no es más que un liberalismo para el uso del pueblo".
En efecto; el marxismo es materialista como el liberalismo; tiene por lema "libertad, igualdad y fraternidad", como el liberalismo, y hasta su colectividad es igual al individualismo liberal.
Parecerá esto quizá una contradicción; pero si el socialismo quiere "la felicidad de la colectividad" y el liberalismo "la felicidad del individuo", ¿qué diferencia hay entre una u otra
felicidad?
La colectividad, como tal, no es sensible (por tanto, no es capaz de sentir esa felicidad) ; solamente lo es como conjunto de individuos sensibles. Es decir, que al hablar del bienestar (fin que se proponen el liberalismo y el socialismo), forzosamente nos tenemos que referir al individuo, "al yo de cada uno de nosotros", como único elemento capaz de disfrutarlo.
No es esto, por lo demás, una teoría nueva. El mismo Ramsay Mac Donald, jefe del socialismo inglés y presidente del Consejo, dice: "Me interesa insistir en el hecho de que no representan tendencias opuestas el individualismo y el socialismo".
El socialismo moderno es hermano gemelo y parecido del liberalismo de Manchester; sus disputas son cuestiones de familia, y por esta razón, rencorosas a veces. Desde el punto de
vista de la lógica de las ideas, un liberal casi puede decir que el socialismo contemporáneo es un individualismo que se ha echado a perder".
De la misma opinión, más o menos veladamente, son Johannet, para quien la historia del socialismo no es autónoma, sino un aspecto parcial del capitalismo, Struve, Rist y hasta los
mismos Proudhon y Marx.
Es un error, pues, creer que el socialismo es una antítesis del liberalismo.
El socialismo es simplemente una reacción contra el liberalismo y una reacción no de principios, sino de clases; no le molesta que haya dinero, sino que este dinero no esté en sus manos; no le molesta la dictadura, sino que esa dictadura no sea la proletaria; lucha contra el capitalismo, pero no para suprimirlo, sino para sustituirlo por el "de la clase inferior".
La Humanidad, emborrachada de humanismo, creó como forma salvadora la doctrina liberal, y al ver que el liberalismo fracasaba, no se le ocurrió ni por un momento que lo que fracasaba era el fondo, sino la forma, y modificó esta forma a base del mismo fondo humanista: creó el socialismo.
Por eso el socialismo, que, como hemos dicho, no se opone al liberalismo y aun mejor podíamos decir se sirve de él y utíliza sus mismos principios, cae en sus mismos errores.
En efecto: el liberalismo dice "gobierno de la mayoría" y el socialismocontesta: entonces ¿por qué nos gobierna la plutocracia?; la mayoría está en el proletariado, luego el gobierno debe ser del proletariado. A ninguno de los dos se les ocurre que el gobierno debe ser de los mejores.
El liberalismo dice: "igualdad"; y el socialismo contesta: entonces, ¿por qué creasteis las clases?; suprimamos esa desigualdad exterminando a la clase burguesa. Sin fijarse que la
verdadera igualdad consiste no en exterminar a unos, sino en hacer que desaparezcan las diferencias que los separan igualando a todos en derechos y obligaciones.
El liberalismo dice: "fraternidad universal"; y el socialismo contesta: entonces, ¿por qué tenéis fronteras?; borrémoslas y creemos el internacionalismo.
El liberalismo dice: "libertad"; y el socialismo contesta: "pero no para vosotros, como la habéis entendido hasta ahora, sino para nosotros".
El socialismo, por otra parte, tiene para algunos una engañosa ventaja sobre el liberalismo. Es verdad, dicen éstos, que cae en sus mismos errores, en sus mismas arbitrariedades; pero al menos esos errores y, esas arbitrariedades son en beneficio del débil, del humilde, del necesitado, en lugar de ser, como en el liberalismo, en beneficio del poderoso.
El marxismo es un capitalismo al revés, pero al menos es al revés; todo capitalismo es malo, pero el peor de todos es el que va en ayuda del triunfador. No cabe duda que esta característica del marxismo es la única razón. de su existencia; de lo contrario, no hubiera pasado de ser una faceta más del liberalismo.
No cabe duda que, materialismo por materialismo, es más airoso el materialismo de los marxistas; pero la vida no es solamente materia: la vida es unión de alma y de cuerpo.
El marxismo ha atendido al cuerpo, pero ha secado el alma; al mismo tiempo que elevaba los salarios, reducía las jornadas y humanizaba el trabajo; proclamaba el amor libre, desterraba el crucifijo de las escuelas y borraba el concepto de Patria.
Este sí que ha sido el gran error del marxismo. Si su programa se hubiera reducido a la reivindicación proletaria, por extensa y radical que fuera dentro de la justicia, no hubiera merecido la pena de luchar contra él.
El programa económico del nacional-sindicalismo ni es menos radical ni es menos extenso, aunque es más justo.
Si la revolución socialista no fuera otra cosa que la implantación de un orden nuevo en lo económico, no nos asustaríamos. Lo que pasa es que la revolución socialista es algo mucho más profundo.
Es el triunfo de un sentido materialista de la vida y de la historia; es la sustitución violenta de fe, religión por la irreligiosidad; es la sustitución de la Patria por la clase cerrada y rencorosa ... ; es la sustitución de la libertad individual por la sujeción forzosa de un estado que no sólo regula nuestro trabajo como un hormiguero, sino que regula también implacablemente nuestro descanso.
Es todo esto. Es la avenida tempestuosa de un orden destructor de la civilización occidental y cristiana; es la señal de clausura de una civilización que nosotros, educados en sus valores esenciales, nos resistimos a dar por caducada.
Porque decir que "la familia no existe sino para la burguesía" y que la "mujer no es otra cosa que un instrumento de producción" y, por tanto, de riqueza, para declararla colectívizable como tal riqueza y proclamar el amor libre.
Decir que el origen de "la acumulación primitiva" es "el robo a mano armada", para acabar por pedir "la abolición de la propiedad privada", en vez de pedir la abolición de ese robo a mano armada.
Decir que "los obreros no tienen patria" y que "la religión es el opio del pueblo", y pedir en nombre del internacionalismo y el ateísmo la lucha más fanática que han conocido los siglos, como si el fanatismo y la lucha no fueran ya una afirmación rotunda, es guiarse por la extraviación del odio y de la misantropía.
El hombre tiene derecho a una religión, a una patria, a una familia, a una propiedad, que son patrimonio común y principios inconmovibles de la vida.
"Si fuera perro y me pisaran, mordería", ha dicho uno de ellos. Pues bien; en esta frase podemos estudiar el problema social.
Al hombre se le había robado lo que tenía de más noble, de más alto, lo que le caracterizaba como hombre y le diferenciaba de la bestia: la sensibilidad espiritual. Es decir, se le había hecho perro, y después, una vez embrutecido por el materialismo más grosero, se le había humillado, se le había arrojado de su artesanado al arroyo de la miseria.
Pero quedaba por solucionar el problema.
El marxismo fué la reacción contra la injusticia social, pero no hizo nada por sacar al obrero del abismo de la materia; se conformó con inyectarle el odio, con hacer que mordiera al rico, con hacer que lo destrozara; pero no se preocupó de que volviera a ser hombre.
En otras palabras: el marxismo hizo que el perro llegara a ser el amo de la calle y que el capital pasara a sus fauces y se deshiciera bajo sus dentelladas; pero no hizo que dejara de ser perro.
La solución del problema no está ni en morder al capitalista, como quiere el marxismo, ni en poner un bozal, como quiere el capitalismo liberal.
La solución está en hacer que el perro vuelva a ser hombre, "que se le reintegre alguna vez a su condición de hombre" y hacer que nadie vuelva a maltratar al obrero.
Es decir, hacer que vuelva el espiritualismo y la justicia social.
José Luis de Arrese 1935-1940
El Colectivismo.
José Luis de Arrese |
Como son muchos los que hablan en estos últimos tiempos de la propiedad colectiva, vamos a dedicar un capítulo para que, siquiera de pasada, señalemos nuestra actitud ante la teoría de la colectivización.
Carlos Marx, en su Manifiesto Comunista, se pronuncia por la abolición de la propiedad privada, y parte para ello del supuesto de que la propiedad privada no es fruto del trabajo, sino herencia de la propiedad burguesa, y ésta, a su vez, herencia de la propiedad feudal, y se pregunta, extrañado:
"¿Pero es que el trabajo asalariado crea propiedad para el proletario? De ninguna manera: crea el capital; es decir, la propiedad que explota al trabajo asalariado."
Si en el sistema capitalista liberal no es posible la accesión del trabajo a la propiedad, por eso abominamos del capitalismo liberal.
Ahora bien; ¿qué dirían Marx y los colectivistas todos que tienen como máximo argumento esa imposibilidad si se les presentara un sistema en el que la propiedad naciera del trabajo?
¿Seguirían pensando en la propiedad colectiva?
Pues bien; para nosotros, la propiedad nace principalmente del trabajo, y por tanto es tan sagrada como éste.
En efecto; la propiedad es el derecho de poseer, y si el trabajo es sagrado, y a fuerza de ahorros y de privaciones conseguimos con ese trabajo comprar una propiedad, esta propiedad es tan sagrada como el trabajo mismo, porque al fin y al cabo es una transformación del trabajo, y no por ser transformado deja de ser sagrado; luego la propiedad que ha tenido por origen el trabajo es sagrada.
Basta, por tanto, crear un sistema basado en este origen de la propiedad.
Se dirá que, aun suponiendo en vigor este nuevo sistema, no siempre el trabajo llegaría a ser fuente de la propiedad privada; que no siempre la honradez brillaría como único faro de su nacimiento; que la avaricia, el fraude, la usura seguirían siendo fuentes inagotables de riqueza.
Pues bien; convengan conmigo los que así objeten que no es razón ésta para ir contra la propiedad privada, sino para ir contra esa usura, ese fraude y esa avaricia. Este argumento llegaría a ser, como máximo, una razón más a la intervención del Estado en la economía nacional.
Nosotros abogamos por un sistema nuevo, si se quiere, en el que el trabajo ha de ser:
1º. Obligatorio para todos.
2º. Fuente cierta de riqueza.
No hemos de dejar que puedan nuestros enemigos decir, como el marxista Vidal: "dicen que la fortuna se adquiere con el trabajo; es verdad, pero con el trabajo ajeno".
Niega también Marx el derecho de herencia.
Pero si proclamamos el derecho de poseer, ¿cómo vamos a negar el derecho de disponer? Negar esto sería tanto como anular el otro.
Además, la herencia es el ahorro del trabajo transmitido por el cariño; es decir, es el trabajo y es el amor condensado en un solo acto.
Cuando un padre trabaja, ama al trabajo porque ve en él la manera de mejorar el porvenir de sus hijos. Si le quitamos el derecho de testar, una de dos: o le quitamos también el amor
al trabajo o le quitamos el amor a sus hijos.
Pero entiéndase bien que hablamos de las herencias de los padres, de los hijos, de los hermanos, de los esposos, es decir, de aquellos en los que el amor ha dignificado los defectos de la ambición y de la avaricia hasta trasformarles en la virtud del ahorro. De aquellos amasados a fuerza de cariño y a fuerza de privaciones, con esas privaciones y ese cariño de que sólo es capaz el que ama.
Esas son las que, como una expresión de la propiedad privada, declaramos sagradas.
Las otras, las simplemente debidas a la amistad y a la consanguinidad lejana, pasarán íntegras o con más o menos recargos a manos del Estado para que el Estado cumpla sus fines de tutela.
Claro está que en esta afírmacíón no incluímos a los testamentos benéficos o piadosos, que, aunque regulados, serán estimulados por el Estado.
El colectivismo es la suprema aspiración del sistema marxista y parte de tres principios totalmente falsos, que son:
1º. El trabajo no origina la propiedad privada.
2º. La propiedad colectiva es cronológicamente la primera conocida y practicada por el hombre.
3º. Dicha propiedad es filosóficamente la natural en el género humano, siendo, en cambio, la propiedad privada una especie de aberración de esta primera y lógica manifestación colectiva.
No vamos a discutir ahora punto por punto la teoría colectivista, porque no es ése el objeto de este capítulo, sino simplemente el de fijar nuestra posición frente al colectivismo. Por eso, sólo diremos, repitiendo lo expuesto en el capítulo anterior, que la propiedad privada estable no es "impuesta" por el Derecho natural, sino "conforme" (pero fundamentalmente apoyada en ese Derecho natural) con él; que los bienes terrenales han sido creados para utilidad de la especie humana, no de determinado individuo, pero que a la Humanidad le "conviene" que le sea conferida al particular.
Aristóte1es habla también de estas "conveniencias", de las que pudiéramos sacar las siguientes:
1ª. La propiedad privada estimula en los individuos su amor al trabajo.
2ª. El colectivismo acaba siempre en la usurpación de los más fuertes.
3ª. El orden social está más garantizado cuando cada cual tiene algo que perder.
4ª. El respeto a la propiedad privada nos lleva mejor a comprender las excelencias del estado social.
Por otra parte, ¿cómo podremos decir que el colectivismo es ley natural, si precisamente es la naturaleza la que nos demuestra mayores limitaciones al poder de apropiación colectiva?
Si tomamos palabras de Quesnay podríamos decir que
"es semejante al derecho de las golondrinas a comerse todos los mosquitos que revolotean en el aire; pero en realidad se limitan a los que pueden coger".
Así los trabajadores marxistas tendrán derecho a los bienes de todos; pero en realidad sólo podrán disfrutar de aquellos conseguidos con su propio esfuerzo. A esto llamamos nosotros propiedad privada.
En resumen: nuestra teoría es que la forma colectiva no es la natural y que la organización de la propiedad privada puede modificarse.
Es decir, que no es aceptable la abolición de la propiedad privada, pero sí su reglamentación según las conveniencias del bien común; o dicho con palabras aristotélicas:
"Los bienes debieran ser personales mirados desde el punto de vista de la propiedad y comunes desde el punto de vista de su disfrute."
La demostración práctica de que el colectivismo comunista no es natural está en el fracaso de las colonias comunistas, icarías y falansterios que se formaron voluntariamente bajo las doctrinas de Owen, Cabet y Fourier.
Si el hombre, y el colectivismo son buenos por naturaleza, como proclaman los principios de ortodoxa filosofía marxista, ¿por qué hay que imponérsela por la fuerza (como quieren los socialistas "científicos") y fracasan cuando se deja al hombre en libertad de practicarla, como fracasaron los "utópicos"?
René Gonnard dice hablando del concepto cristiano, y pudiéramos decir falangista, de la propiedad:
"La fortuna debe explicarse y justificarse por medio de servicios sociales y no ser un medio de entregarse a una vida ociosa contraria a la ley divina del trabajo".
"De una manera general, los escolásticos, sin desaprobar la desigualdad de condiciones, que hasta les parece buena desde el punto de vista del ejercicio de las más variadas virtudes y de una mejor exhibición de los méritos humanos, no les agrada la excesiva desigualdad y fácilmente manifiestan su antipatía hacia los latifundios."
y más adelante añade:
"Lo que más llama la atención en la teoría tomista de la propiedad es su carácter de equilibrio y
de moderación. Se inspira en una alta idea de la responsabilidad del propietario; interpreta su derecho como emanado de una obligación para con la sociedad y, ante todo, para con Dios; se esfuerza en implantar un orden económico basado en el orden moral y en someter la actividad del hombre a la consideración de fines de un orden más elevado. Está penetrado de las ideas de solidaridad cristiana, de organización y de jerarquía, por tener cada cual su puesto señalado en el orden social, con sus correspondientes derechos y obligaciones."
Nosotros rechazamos el colectivismo en el sentido y alcance político dado hasta ahora a su sistema; pero lo aceptamos en el sentido de solidaridad moral y hasta lo propugnamos como una modalidad nueva de la propiedad privada, como haremos al fomentar el patrimonio comunal y sindical y como hemos visto al sustituir al salariado por la participación en la empresa.
En otras palabras:
no aceptamos el colectivismo ni como única forma de propiedad ni como propiedad estatal, ya que tendemos a que toda propiedad, aun dirigida y ordenada por el Estado, sea manejada exclusivamente por el particular y por el mayor número de particulares posible, sin más cortapisas que las dirigidas al bien común.
Esta es la diferencia que hay entre uno y otro colectivismo.
Aquél es una manera de hacer desaparecer la propiedad privada; éste es una manera de multiplicarla.
Aquél lo entrega todo al Estado; éste lo entrega al que directamente lo trabaja con o sin intermedio del sindicato. Aquél procede de la incautación; éste, del trabajo.
Nosotros, en el colectivismo, vemos, no un cambio de "dueño particular" en "dueño Estado", sin beneficio alguno para el trabajador, que seguiría cobrando igualmente su salario, sino una redención del proletariado, un cambio de "dueño capitalista" en "dueño trabajador", cambio conseguido, no por el robo, sino con la accesión a la propiedad por medio del camino honrado del trabaio.
José Luis de Arrese 1935-1940.
¿QUE ES EL COMUNISMO?
El tema de mi conferencia parecería carente de interés e incluso inactual. ¿Cómo tratar una cuestión tan elemental, cuando millares de autores en tantos millares de libros y decenas de millares de artículos, utilizando inmensas fuentes de información, han explicado este fenómeno? Tanto se ha tratado este problema que actualmente es de suponer que ni la más alejada persona de la vida política puede desconocer el comunismo en sus rasgos característicos.
No obstante, nos atrevemos a afirmar lo contrario: a pesar de que esta organización suma más de cien años de existencia, a pesar de que ha triunfado en. Rusia Soviética desde hace más de medio siglo y en Ia actualidad domina casi la mitad de la superficie del globo terráqueo, a pesar de que acerca de esta ideología se han escrito bibliotecas enteras y continúa escribiéndose en un ritmo alucinante, como si no existiera otra cosa más digna de conocer en el mundo que el marxismo-leninismo; sin embargo, el mundo vive con una errónea imagen sobre el comunismo.
Lo que se figura que es comunismo, no lo es, mientras lo que es auténtico comunismo continúa como un misterio para la inmensa mayoría de la gente.
Para convencemos de esta realidad disponemos de un argumento decisivo:
- ¿Cómo se explica que, a pesar del concienzudo trabajo de tantos expertos en materia de comunismo, no se ha descubierto hasta ahora remedio alguno contra esta mortal plaga de nuestra civilización? ¿Cómo se explica que, a pesar de la existencia de tan excelentes informes sobre el comunismo, no obstante, los hombres políticos que, rigieron el destino de la Humanidad en este lapsus de tiempo, no lograron poner en marcha un sistema eficaz de defensa contra este peligro? La amenaza aumenta de día en día. Pueblos tras pueblos caen en la esclavitud del comunismo. Desde la fundación del comunismo, y hasta la fecha, la historia del mismo constituye una ininterrumpida serie de éxitos. ¿Es una fatalidad que empuja a la Humanidad hacia las ruedas de la monstruosa tiranía comunista, hacia aquel famoso deslizamiento, hacia la izquierda de la Historia? ¿Se han agotado en tal medida las fuentes de inteligencia del Occidente, en tanto que acepta con resignación, como un inevitable vencimiento, el gobierno mundial de la dictadura comunista?
- La explicación no me parece que pueda satisfacer a un espíritu crítico. Es absurdo suponer que estos pueblos de brillante cultura, los que hasta ayer dominaban todo el orbe y que aún en la actualidad demuestran, por su gigantesco esfuerzo en el campo de la civilización técnica, vibrante de energía, han renunciado a sus responsabilidades históricas. Es inconcebible que su instinto de conservación haya degenerado en tal medida como hasta llegar a cavar su propia tumba, en la cual serán enterrados mañana por los ateo-marxistas.
- La progresiva capitulación del mundo occidental, infinitamente superior en medios técnicos industriales, económicos e intelectuales al mundo comunista, constituye un fenómeno anormal. Ocurre algo en el mundo que no tiene otra explicación que la de que la Humanidad vive en una total ignorancia de los resortes que mueven el engranaje del imperialismo comunista.
Tengo que completar ahora mi afirmación. Solamente el mundo libre, el mundo todavía libre, es el que se halla en situación desventajosa de luchar contra un enemigo al que no conoce, Los pueblos que han caído en la esclavitud del comunismo conocen su verdadero ser mediante su propia y trágica experiencia. Más su conocimiento no le sirve de nada, es tardío. No pueden valorarlo políticamente, El sistema comunista de gobierno, basado en el terror ilimitado, no les ofrece oportunidad alguna para poder reconquistar el derecho a la vida. Aquellos pueblos están condenados a vivir dentro de un círculo de hierro. Todo intento de cambiar su cruel suerte, toda rebeldía tropieza con la feroz represalia del régimen. Sobre el frontispicio de cada Estado comunista, grande o pequeño, está escrita la sentencia descubierta por Dante a la entrada del infierno:
«Lasciate ogni speranza, voi che entrate.»
Estos pueblos no han perdido la esperanza de derribar la tiranía. Pero ellos saben que nunca podrán liberarse por sus propias fuerzas. El régimen comunista no les permite movimiento alguno que pueda poner en peligro su existencia. Por eso ellos dirigen sus tristes miradas hacia el Occidente, hacia la poderosa Cristiandad del Occidente, de donde esperan su salvación, y en la base de esta esperanza se halla un juicio lógico.
«No puede ser -piensan estos pueblos- que el Occidente no haya aprendido algo de nuestra experiencia con el comunismo y no tome sus medidas de defensa. No es posible que los dirigentes de los pueblos civilizados del mundo repitan los errores de nuestros dirigentes, que nos ha costado la libertad, independencia y decenas de millones de muertos. Si no lo es por solidaridad con nuestros sufrimientos, por lo menos su sagrado egoísmo les obligará a aplastar la fiera antes de que ésta no se fortalezca demasiado, evitando así que no sea impasible su derrota. Nuestra tragedia le servirá de lección para reaccionar con toda energía contra el mal que se ha apoderado de nosotros.»
Nuestros pueblos están condenados a una esclavitud perpetua y, aún más grave que esto, a una extinción paulatina si no se produce el milagro de una intervención de parte del Occidente .. y ahora pasamos al tema propiamente dicho. ¿Por qué es tan difícil conocer la naturaleza del comunismo? ¿Por qué, a pesar de disponerse de una documentación inmensa, el comunismo envuelve un problema tenebroso, en cuyos escondrijos e incógnitas, la inteligencia arriesga perderse como en un laberinto?
La explicación es simple.. el comunismo no es lo que se ve de él, lo que se percibe de su realidad histórica y política. Su imagen visible no es más que una parte de él y no la parte esencial. El comunismo puede ser comparado a un iceberg, del cual no se ve más que su parte superior en la superficie, mientras que la parte sumergida, y Jamás peligrosa para la navegación, queda oculta por las olas.
Para comprender la pérfida construcción del comunismo podemos referimos también a la distinción que hacen los filósofos entre noúmenos y fenómenos. El noúmeno es la cosa en sí, la realidad absoluta, mientras que los fenómenos son las apariciones o las manifestaciones del noúmeno, conforme a la manera en que nosotros lo podemos conocer por las categorías de la inteligencia. Existe también un noúmeno comunista, una realidad oculta, que envía sus reflejos multicolores en nuestra sociedad.
Nosotros confundimos el comunismo con las formas bajo las cuales desarrolla su potencial destructivo e ignoramos su infraestructura, su centro de mando que dirige todas sus actividades. Lo que se ve del comunismo son sus exteriores, sus instrumentos de trabajo, sus realidades de segundo grado, mientras que su realidad, la de primer grado, que explica su serie de éxitos, no se deja sorprender más que mediante una perforación en sus estructuras superficiales.
Nuestro método en explicar lo que es el comunismo consistirá en derribar su fachada engañosa, sus capas bajo las cuales se oculta, para quedar frente a frente ante el monstruo.
Pondremos primeramente orden en el material de que disponemos, mostrando lo que no es comunismo; eliminando sus apariencias, para que, finalmente, hablemos de su núcleo vital, de donde emana todo lo que acontece en el mundo bajo el nombre del comunismo. Esta diferencia: entre el enemigo real y los subterfugios que emplea para engañar la buena fe de los hombres es de importancia decisiva para explicar el comunismo. Con raras excepciones, los pueblos combaten el comunismo en sus epifenómenos, en sus derivaciones, e ignoran la central que alimenta todas sus actividades.
1. El comunismo no es una doctrina.
El comunismo posee una doctrina, pero en su estructura íntima no es lo que se llama filosofía o doctrina marxista. Es una superstición creer que los éxitos del comunismio se deben a la superioridad del concepto marxista en relación con otras ideologías y a su justa visión que ha tenido sobre la evolución de la Humanidad en nuestra época. .
Se ha convertido en lugar común la constatación de que las tesis de Marx, referentes a las transformaciones que sufrirá la sociedad moderna bajo el empuje de las nuevas fuerzas económicas, no se han comprobado, en realidad. Marx sostenía que
“el comunismo triunfará en los países industriales, porque sólo en estos países se lograrán las condiciones necesarias para derrumbar el orden burgués”.
En los países de alto nivel industrial, afirmaba él, se producirán unos fenómenos simultáneos de tendencias diametralmente opuestas: por un lado, una concentración del capital; por el otro, un proceso de proletarización progresiva de las masas populares. Cuando estas contradicciones. internas de la sociedad burguesa lleguen al paroxismo, la lucha de clases revestirá formas agudas, se producirán revoluciones y el poder caerá en manos del proletariado.
Para la desesperación de los exegetas marxistas, en ningún lugar de la tierra esta predicción se ha convertido en verdad.
La realidad rechaza encuadrarse en los moldes del pensamiento marxista. Y es fácil demostrado.
1) El comunismo no ha triunfado en ningún país de alto nivel industrial. Todas las victorias comunistas se han logrado en países de tipo agrario, con una industria incipiente o en un estado no suficientemente desarrollado' para poder afianzar su economía: Rusia, China, Rumania, Polonia, Hungría, Letonia, Estonia, Cuba, Albania, Carea, Vietnam, etc., etc .
2) La segunda desagradable, constatación para los doctrinarios post-marxistas es aquella que las masas populares de los países fuertemente industrializados no se proletarizan (si no se hunde previamente la economía de dicho país). El fenómeno que se produce es de tendencia contraria. El nivel de vida de las masas populares mejora rápidamente, alcanzando el nivel de la clase media. El problema social se resuelve en los Estados occidentales, como en el Japón, podría decir, por medio de un proceso de convertir al obrero en burgués: mediante salarios más elevados, por un sistema de seguridad social, por ia participación en el beneficio de las empresas. La miseria de la clase obrera, así como ha sido descrita en la literatura del siglo XIX, ya no existe en la actualidad en estos países.
No puedo extenderme sobre este problema, demostrando que también bajo otros aspectos la doctrina del materialismo histórico es deficitaria. Más, a pesar de todo el descrédito en que ha caído el marxismo como doctrina, el marxismo como movimiento y organización política continúa cosechando triunfos. La doctrina, a pesar de ser invalidada por los hechos, no perjudica al movimiento. ¿Cómo se explica esta anomalía?
No hay más que una sola explicación: el secreto de la expansión comunista no radica en su doctrina. Debe existir otro motor, un otro centro energético que asegura la marcha hacia adelante del comunismo, independiente de su doctrina.
2. El comunismo no es un sistema económico y social.
Igual que en el capítulo relativo a la doctrina, no negamos que el comunismo se ha forjado un sistema económico y social que presenta en la lucha como un atractivo estandarte para captar la simpatía de las masas populares, pero este sistema no constituye su nota dominante y no es el que explica su gigantesca expansión.
La lucha que ha estallado entre el comunismo y el resto del mundo libre sería, según la .propaganda comunista, una lucha a vida y muerte entre dos sistemas económicos y sociales distintos: de "Un lado, el capitalismo; de otro lado, la nueva sociedad, organizada sobre las bases sccialistas. En esta competencia mundial uno de estos dos sistemas tiene que desaparecer.
Esta simplificación de las relaciones existentes entre los dos bloques no corresponde a la realidad. La supuesta existencia de un irremediable antagonismo entre el capitalismo y el comunismo es uno de los falsos documentos de identidad con que se presenta el comunismo en la vida internacional.
Si examinamos las dos fuerzas que se disputan de casi un siglo la dominación del mundo, constatamos con estupor que las diferencias entre ellas no son tan radicales como lo difunde la propaganda comunista. Entre las dos fuerzas, una supuesta conservadora y la otra supuesta revolucionaria, casi no podemos distinguir con claridad lo que les separa.
¿Qué innovaciones trae consigo el comunismo en relación con el capitalismo? Si nos orientamos según los escritores comunistas, el comunismo traería consigo una estructura social superior a la antigua sociedad burguesa-capitalista, de la cual desaparecerían las injusticias sociales. Pero ¿ocurre esto?
Si miramos en el campo de las realizaciones del comunismo, los Estados donde ha triunfado, no descubrimos nada de estas grandes y generosas transformaciones sociales anunciadas, la aplicación de un programa encaminado a eliminar las deficiencias del sistema capitalista. Por el contrario, hay un hecho aún más sensacional: el comunismo no solamente deja subsistir en el seno de su propio régimen el sistema capitalista, con todos sus vicios, sino lo aplica en su aspecto negativo y condenable,
Con una dureza desconocida en el mundo de la empresa libre.
En el sistema comunista no desaparece ni el sistema capitalista ni su tendencia de concentración; por el contrario, bajo el control del Estado se realiza la más gigantesca concentración de capitales imaginables en el seno de una sociedad. Son expropiados todos los capitalistas, grandes y pequeños, todos los profesionales, todos los artesanos, todo individuo que posee la más mínima fortuna, pero no en el beneficio del pueblo, sino a favor delaparato del Partido comunista, constituido por algunas decenas de personas. Estas personas son las más ricas del mundo. Ellas disponen de modo ilimitado de todas las riquezas del país, de sus medios de producción y, lo que es más grave aún, incluso del trabajo de las personas humanas.
No existe nada en la economía de un país que no sea absorbido por la hidra del Partido.
¿Qué pasa con la explotación del hombre por el hombre en el sistema comunista? ¿Ha desaparecido, dejando lugar a la justicia social, como lo proclaman sus profetas? No sólo que no se comprueba un comienzo de reparación de las injusticias sociales reinantes en la sociedad precedente, sino; por el contrario.Ta explotación del hombre reviste formas bárbaras, llegando hasta la destrucción física de la persona humana, mediante trabajos agotadores, salarios irrisorios y hambre. El comunismo ha introducido la esclavitud moderna: el hombre-robot, el hombre como simple unidad de trabajo, tratado peor que los animales.
En un libro mío, referente a este tema, mencionaba que el comunismo, comparado con el capitalismo, no mejora la condición humana, no aporta idea alguna generosa, sino que hace suya de la sociedad burguesa todo lo que es malo, todos sus aspectos negativos, y a todos les concede trato de preferencia, intensificándolos al máximo.
Mientras en la sociedad burguesa-capitalista el bien y el mal coexisten en diferentes proporciones, en la sociedad comunista el bien está completamente eliminado y el mal extraído como una entidad valiosa y cultivado en estado puro, algo así como se cultivan los microbios «in vitro».
El comunismo no combate al capitalismo para suprimir sus abusos, para crear un mundo mejor y más justo, sino para, ejercer la técnica del mal, la explotación, las injusticias, sin limitación alguna. No es el paraíso en la tierra lo que desea realizar el comunismo, sino el infierno en la tierra, mediante las más refinadas formas de la tortura del pobre ser humano.
Si realizamos una incursión histórica para examinar las relaciones entre el comunismo y los países capitalistas durante los últimos cincuenta años, nos encontramos ante los mismos fenómenos inexplicables, los cuales nos impiden aceptar la idea de un conflicto. Si existe esta lucha a vida y muerte entre los dos sistemas, ¿cómo se explica que siempre que la Rusia Soviética ha llegado a una difícil situación, los países capitalistas le han prestado su máxima ayuda? ¿Quién no recuerda que el régimen bolchevique de Rusia ha sido salvado por el presidente Wilson? ¿Quién ha salvado a Stalin de los golpes del Ejército alemán? ¿Quién ha permitido a los Ejércitos rojos conquistar la Europa oriental? ¿Quién ha dado su beneplácito para el aplastamiento de la revolución húngara? Mas, ahora, recientemente, ¿quién ha consentido la invasión de Checoslovaquia y el ahogo de este tímido comienzo de liberalización?
Siempre que un régimen comunista se encuentra en dificultad se le tiende una mano de ayuda por parte de los países capitalistas para protegerlo, bien sea contra los descontentos de las masas populares, bien sea de los peligros externos.
En conclusión, no sólo que no existe aquel antagonismo profundo e irremediable entre el capitalismo y el comunismo, sino que asistimos más bien a una compenetración entre los dos sistemas, como si existiera una inteligencia secreta entre sí. El capitalismo protege el comunismo y prepara el terreno para la implantación de la tiranía roja!
3. El comunismo no es una revolución.
A pesar de que las apariencias indican que nos hallamos ante una revolución que se propaga irresistiblemente, conquistando país tras país, sin embargo, la realidad nos obliga a una revisión histórica. No conocemos revolución alguna realizada por los comunistas, y los mismos no han llegado al poder en ningún país por la vía de una revolución.
Las revoluciones las han hecho otros, otras personas, otros. partidos, con otros programas, otros lemas, mientras que el único mérito de los comunistas es el haber tenido la habilidad de aprovecharse de los sacrificios de los auténticos revolucionarios.
Esto no se llama revolución, sino parasitismo revolucionario.
Tomaremos, por ejemplo, Rusia, país en el cual ha triunfado por vez primera la ideología comunista en el mundo, y considerando aquel país como el alma mater del comunismo.
La Gran Revolución rusa ha sido la obra de los elementos moderados de la nación, liberales, socialistas revolucionarios o agrarios, socialdemócratas e incluso ciertos elementos de la nobleza.
La revolución estalló como una reacción del pueblo entero, de todas las clases sociales, en contra de un régimen que ya no correspondía más a las necesidades de su vida. Un formidable empuje recibió también la revolución rusa por parte de las nacionalidades componentes del mosaico que era el Imperio ruso, quienes se habían levantado para conseguir sus libertades nacionales. Si se hubiera desarrollado en condiciones normales, los resultados de la Revolución rusa hubieran sido semejantes a los de la Revolución francesa: eliminación de los privilegios injustos y la creación de una sociedad de tipo burgués.
En la fecha en que fue derrocado el régimenzarista, febrero de 1917, los jefes bolchevíques Lenin, Trotski y otros se encontraban en el exilio, pues habían sido deportados anteriormente.
Su participación en los acontecimientos de febrero fue nula.
Incluso en el seno de los soviets de los soldados y de los obreros, que se constituyeron después de la abdicación del Zar, predominaban los elementos moderados.
Los bolcheviques utilízaron el período de gobierno de Kerenski para suplantar en la jefatura de los soviets a las fuerzas nacionales.
Unos tras otros, los socialistas revolucionarios y los socialistas-demócratas, el verdadero motor de la revolución, fueron apartados de sus puestos de mando y sustituidos por los bolcheviques, y mediante esta sustitución la clase obrera se vio convertida en masa de maniobra de los bolcheviques. Cuando tuvieron la certidumbre de que dominan a las masas populares, entonces los bolcheviques apartaron también el gobierrio provisional y se hicieron cargo ellos mismos del poder.
Los bolcheviques ni siquiera reconocen como fecha de su revolución el día de la abdicación del Zar, ya que tendrían que reconocer que la revolución la han hecho otros y no ellos, sino la fecha de octubre de 19l7, cuando fue derrocado el gobierno Kerenski. Los bolcheviques conquistaron el poder con algunos millares de hombres, quienes habían logrado infiltrarse en los puestos de mando de las organizaciones obreras.
La implantación del régimen comunista en España se realizó exactamente siguiendo la misma fórmula. En el derrocamiento de la Monarquía la participación de los comunistas fue nula, pero imperceptiblemente el poder se deslizó cada vez más hacia la izquierda, hasta que después del triunfo mediante fraude generalizado del Frente Popular en 1936, los comunistas obtuvieron una influencia preponderante en el gobierno.
¿Qué revoluciones han realizado los comunistas para convertirse en dueños de Rumania, Hungría, Bulgaria, Polonia o los Países Bálticos? ¿Se ha rebelado la población de estos países bajo la bandera del partido comunista, contra la antigua clase dirigente, para que después proclamaran su adhesión a Moscú? Los partidos comunistas de estos países eran demasiado débiles para realizar solos una revolución, porque tenían que enfrentarse a la vez con una población hostil a todo acercamiento con Moscú. Los comunistas han sido colocados en el poder por el Ejército soviético de ocupación, aunque representaban fracciones ínfimas de población, con la benevolente ayuda de las grandes democracias occidentales.
Mas consideremos, por ejemplo, el caso de Cuba, el cual es más reciente y tan elocuente. Fidel Castro no ha conquistado el poder en calidad de jefe comunista, sino como jefe de una revolución nacional. Si desde el comienzo hubiera puesto de relieve su identidad política, no hubiera logrado este éxito.
El ha especulado con los descontentos del régimen de Batista, coaligando toda la oposición, y solamente después de haberse consolidado en el poder ha dejado caer la máscara y ha dado a la revolución una dirección comunista, eliminando uno tras otro a los elementos que se oponían a esta orientación.
China no ha sido conquistada por Mao mediante una acción revolucionaria, sino por una campaña militar organizada en el Norte del país con la ayuda de los soviets y con la anuencia de los americanos. Estos últimos crearon un vacío militar en esta región, obligando a los japoneses a retirarse, mientras rehusaban sostener más a Chan-Kai-shek.
Hay también otro tipo de conquista comunista de un país por medio del terror, como ha sucedido en Yugoslavia con Tito, o en Indochina con Ho Chi-Minh. Igualmente este método no puede considerarse revolucionario, ya que le falta la adhesión de la población.
Cuando una agrupación política representa una corriente revolucionaria se ve en la actitud de las masas populares. Las masas salen a la calle, gritando las consignas de aquella agrupación, arriesgándose por sus jefes, luchando contra el orden constituido y, una vez destruido éste, instalan en el poder a aquellos que representan sus ideales.
Pero en todas las revoluciones en que se ha finalizado con la victoria de los comunistas sus jefes se han quedado al comienzo entre los bastidores, han dejado a otros que luchen, que asuman los riesgos de la batalla, mientras que ellos han entrado en acción en el último momento para cosechar los frutos de los sacrificios hechos por los demás.
No hay que confundir 1a revolución con las agitaciones mantenidas por los comunistas en el mundo entero.
Estas agitaciones son obra de unos millares de agentes entrenados en escuelas especiales. Unos cuantos individuos bien preparados pueden provocar confusión en el seno de un pueblo, perpetrando atentados o explotando el descontento popular. La revolución es un fenómeno mucho más profundo; una acumulación de descontentos en el seno de una nación que brotan a la luz en un momento dado como la lava de un volcán. La Revolución francesa fue una revolución (impuesta mediante el terror). La Revolución rusa de febrero de 1917 fue igualmente una revolución, pero la Historia no registra revolución alguna realizada por los comunistas bajo su propia responsabilidad.
Los comunistas no son revolucionarios en el sentido noble de la palabra. En ningún país del mundo han sido capaces de entrenar a las masas para luchar por la victoria de su bandera.
¿Qué es la táctica del Frente Popular sino la confesión de su propia impotencia?
Siempre el comunismo tiene la necesidad de esconderse detrás de otras etiquetas, detrás de otras fuerzas, sirviéndose de los emblemas y las consignas de otros partidos, porque saben que, tomando la iniciativa, serían repudiados por el pueblo. Cuando se presenta a las elecciones un partido comunista nunca rebasa a una fracción del cuerpo electoral.
Los comunistas son adiestrados en el arte de aprovecharse de los errores de otros partidos políticos y de las debilidades humanas. Con estos métodos pérfidos pueden alcanzar el poder, pero nunca el honor de forjar una revolución.
4. El comunismo no es un partido.
Aunque existen numerosos partidos comunistas en el mundo, las agrupaciones políticas que llevan este título no pueden ser asimilados a los partidos tradicionales, empezando por los partidos conservadores hasta llegar a los social-demócratas. Un partido comunista no encuentra sitio en el concepto general de partido político.
Un partido, grosso modo, es una fracción de un pueblo que se organiza sobre la base de un programa o animado por un ideal para conquistar el poder dentro de un Estado. Un partido lucha para imponer su punto de vista, formulado por un grupo de ciudadanos, en la dirección del Estado. En todo caso, independientemente de los objetivos perseguidos por un partido, él es la expresión de la nación: una formación que brota de las energías nacionales, de la tierra de la Patria y halla su cumplimiento político en sus límites. Por ejemplo, un partido de Francia no persigue conquistar el poder en Inglaterra, o viceversa.
Las aspiraciones de un partido, de las más sublimes hasta las más mezquinas, se satisfacen en el seno de una nación.
Los partidos comunistas no poseen un sello, un ámbito nacional: ellos no son manifestaciones de la nación ni como origen ni como estructura interior. ¿Cómo nace un partido comunista? El empuje de un partido ,comunista no procede de una inquietud de una categoría de ciudadanos, sino más allá de sus fronteras, de la Internacional Comunista. Esta organización dispone la creación de un partido en tal o cuál país y en el momento que cree oportuno. Procedente de un ambiente político externo a la nación y hostil a la misma, es lógico que un partido comunista no se puede identificar en ningún momento de su existencia con los intereses de la nación y ni siquiera con los de la clase que pretende que representa. La meta final de un partido comunista es la destrucción del Estado nacional, para que por encima de sus ruinas se levante un Estado controlado por la fuerza internacional que lo ha creado.
Un partido comunista es una sucursal de la Internacional Comunista. Y en todo lo que emprende cumple los planes de esta organización.
Un partido comunista es como una penetración de un cuerpo extraño en el cuerpo de la nación.
Por esto, mientras la nación se encuentra en buenas condiciones de salud, reacciona con vigor contra el comunismo, le combate, le rechaza e intenta eleminarlo de su organismo, exactamente como el organismo biológico se defiende contra los microbios y contra los trasplantes de órganos.
El comunismo es una forma extraña de vida colectiva, la cual adultera la unidad fundamental de la nación.
Si nos referimos a la estructura interna del partido comunista constatamos una serie de anomalías que le descalifica, prohibiéndole figurar al lado de los partidos nacionales. Todo partido comunista, de cualquier país, está organizado a base del llamado centralismo democrático, un extraño emparejamiento y contradicción de términos.
Si un partido tiene una constitución democrática, entonces tanto la dirección como todas las decisiones que se adoptan dependen del voto de sus miembros.
Si un partido es centralizado, entonces tanto la dirección como las actividades de aquél dependen del centro, son obra exclusiva de un grupo restringido de personas o de un jefe supremo.
¿En qué categoría encaja el partido comunista? De manera alguna puede tratarse de democracia, puesto que los .afiliados de este partido son simples ejecutantes de las órdenes recibidas del centro. Para salvar las apariencias se realiza un simulacro de elecciones, con candidatos designados de antemano, quienes son elegidos con regularidad por unanimidad; igualmente se procede a un simulacro de debates, a diferentes niveles del partido, y en los cuales triunfan siempre las tesis del Comité central. Un partido comunista no guarda parentesco alguno con la democracia, sino es conducido según las reglas de la más tiránica dictadura. Todos los cargos son impuestos por la jefatura central, y todas las decisiones se toman por el mismo fuero, sin la participación de las organizaciones básicas.
La libertad individual es una noción desconocida en el comunismo, repudiada y aniquilada cuando intenta afirmarse.
Se podría objetar que este sistema de organización, basado en jerarquía y disciplina, ha sido adoptado también por otros partidos, los cuales no han sido comunistas: el nacional-socialismo, el fascismo, los movimientos nacionalistas en general y las dictaduras militares. En primer lugar, nunca en el seno de estos partidos la limitación de la libertad individual reviste el aspecto terrorífico que reina dentro del partido comunista (salvo en el nacional-socialista).
Pero la diferencia fundamental es otra: los partidos únicos nacionalistas, las formaciones patrióticas o militares tienen al frente un jefe, de quien emanan las órdenes y quien asume la responsabilidad de la empresa histórica. En este caso, una nación sabe a quién tiene como jefe. Pero en un partido comunista es difícil precisar quién es el jefe, quién asume la responsabilidad suprema y con quién tratan los demás pueblos.
Existe un secretario general, quien parece ser el hombre fuerte, puesto que de él emanan mediante el aparato del partido todas las órdenes. Pero ¿es de verdad el secretario general el jefe del partido comunista? Hemos visto lo que ocurrió con Kruschev, quien derribó el mito de Stalin y apartó de la dirección del partido a la vieja guardia bolchevique. ¿Kruschev, el que amenazaba a Occidente con quemarle y enterrarle? ¿Kruschev, quien parecía ser el nuevo amo absoluto de todas las Rusias?
En un buen día desapareció de la escena de la Historia, sin que se produzca ni la más leve revuelta de sus partidarios, convirtiéndose en un ilustre pensionista por la gracia y obra de sus sucesores. Este inesperado cambio, al lado de otros derrocamientos y cambios de tiranos comunistas, tiene que hacernos pensar sobre el particular. Existe, según todas las probabilidades, otra fuerza que influye dentro de un partido comunista, una dirección oculta, invisible.
Un partido comunista. tiene que poseer una dirección anónima, mucho más poderosa que el aparato del partido. Esta jefatura es engranada en el sistema mundial de la organización de todos los partidos comunistas.
Para comprender cómo es dirigido un partido comunista y para. saber cómo se dirige el movimiento entero comunista hay que descubrir a los grandes anónimos que obran entre sus bastidores.
Los partidos comunistas no se denominan partidos, porque tendrían algo en común con los partidos tradicionales, así como los conoce nuestra civilización desde la Revolución francesa hasta ahora. Se autodenominan partidos porque bajo esta fisonomía pueden ganar con mayor facilidad carta de naturaleza en el seno de una nación. Los partidos comunistas constituyen las vanguardias del enemigo entre nosotros, y para llevar a cabo su obra destructiva se disfrazan bajo las benignas apariencias de un partido de características normales.
5. El comunismo no es un Estado.
Esta, afirmación parece la más extravagante de todas las demás. ¿Cómo se puede negar la existencia del Estado comunista, es decir, de un Estado creado por los comunistas, conforme su concepto de "ida, cuando hoy día existen tantos Estados comunistas con los que el mundo libre mantiene.relaciones diplomáticas normales? Nosotros no negamos la existencia de estas entidades políticas, denominadas Estados comunistas, como lo son Rusia comunista, Rumania comunista, Polonia comunista, etc. Pero consideramos que estos países, tal como están gobernados en la actualidad por los equipos comunistas, no reúnen los requisitos necesarios para denominarse Estados, en la aceptación clásica de la palabra. Los Estados comunistas se han introducido en la familia mundial de los Estados mediante ignorancia y fraude y se han apoderado de títulos que no pueden justificar con su propia estructura.
Sin entrar en discusiones de especialidad, nos limitamos a lo que encontramos en cualquier tratado de Derecho Público.
La existencia de un Estado es condicionada por tres factores:
un territorio, una población y una autoridad central, para representar sus intereses y aspiraciones.
La sustancia del Estado es la nacion. La nación se organiza sobre un territorio, con vista al cumplimiento de su destino histórico. La estructura de los Estados comunistas es diferente. Estos se presentan amputados.
De los tres factores que constituyen un Estado, aquéllos no poseen más que el territorio. Por consiguiente, no pueden ser considerados más que simples expresiones geográficas. Son Estados muertos, Estados sin pueblos. Evidentemente, las naciones existen, pero se encuentran en la situación paradójica de ser ostracizadas en su propio país y de llevar una existencia oscura.
En un Estado comunista coexisten dos realidades extranjeras: la dirección, la oficialidad y la nación, la cual lleva una existencia paralela ajena al Estado.
¿Dónde encontramos las naciones en los Estados comunistas? Estas se hallan en los campos de concentración o reducidas al estado de animales de trabajo. En un Estado comunista la nación está detenida en su totalidad y vive como en una gigantesca prisión. Las fronteras están herméticamente cerradas y vigiladas por guardianes feroces para que nadie se escape de aquélla.
La nación, con todas sus clases, con todas sus profesiones, con todas sus energías creadoras, se encuentra en un encierro perpetuo.
Una vez apartadas las naciones de la formación de los Estados comunistas, estos Estados no pueden izar la bandera de la soberanía nacional. No son Estados independientes, y ni siquiera autónomos.
Existe, es verdad, una autoridad central, un gobierno, una administración, un régimen -mejor dicho-, pero esta autoridad no emana de la nación. El principio según el cual todos los poderes emanan de la nación no encuentra ni la más vaga aplicación dentro de un Estado comunista. La nación creadora del Estado yace encadenada, desprovista de todos los bienes y de todos sus derechos, y carente de todo medio para manifestar su voluntad.
Los que hablan en su nombre, las personas que aparecen cori títulos de jefes de Estado, jefes de partido o de gobierno, representan en realidad una supraestructura impuesta a la nación por otra fuerza.
La autoridad comunista no tiene relación alguna con el ejercicio del principio de la soberanía nacional.
La autoridad central en un Estado comunista está bajo el control de la Internacional Comunista, de la organización mundial que manda por medio de sus personas de confianza a todos los Estados comunistas. En realidad, los Estados comunistas representan los límites de la expansión del imperialismo comunista. Son sus nuevas conquistas, sus nuevas anexiones, sus nuevas provincias.
Los comunistas han, adquirido mediante abuso y violencia los títulos de representación de los Estados que hoy día se llaman comunistas, así como ocurre con Rumania, Hungría, Polonia, Cuba, etc. Ellos han subyugado a las naciones Por la fuerza y han adulterado por entero el curso de su vida histórica. La Historia de estas naciones ya no es de ellos, sino de la Internacional que ha impuesto su sangrienta dictadura.
El Estado comunista posee como todo Estado los órganos característicos de un Estado: gobierno, asamblea nacional, ejército, diplomacia, etc., y estas instituciones que parecen ser la continuidad de las existentes bajo el régimen anterior, contribuyen a crear la ilusión en el extranjero de que el Estado comunista no difiere de los Estados del mundo libre. Pero estos órganos representativos no son la expresión de la nación
No es la nación que las llena con su vida y sus problemas. Todos estos cargos, todas estas instituciones brotan de una fuente ajena a la nación. Las mueve un único motor, el aparato del terror.
Todo lo que se ve en un Estado comunista, desde el gobierno hasta un comité deportivo, forma parte del aparato del terror y sirve a la expansión del comunismo en el mundo.
Así como en un sistema de regadío existe un lago central, desde donde las bombas empujan el agua, igual ocurre en un Estado comunista. Todas las instituciones son alimentadas por las tenebrosas energías con las que les empuja el aparato del terror.
Si fuera suprimido el aparato del terror, lo cual no puede ocurrir mientras detrás de él vigile la fuerza mundial del comunismo, entonces autornáticarnente se derramaría también la fachada engañosa de los Estados comunistas con todas sus ramificaciones y la nación saldría triunfante a la luz.
6. El comunismo es una conspiración.
Una vez terminada la operación de eliminar los exteriores del comunismo, podemos adentrarnos en sus profundidades más allá de su fachada engañosa, más allá de los conceptos y los juicios que dominan el pensamiento moderno. Así como existe una cara visible y otra oculta de la Luna, la cual no ha podido ser explorada todavía hasta nuestros días, igualmente tenemos que imaginamos el comunismo con dos caras, y sólo la exploración de su cara oculta nos garantiza la posesión de la verdad.
En su última expresón, el comunismo es una conspiración.
Para convencernos de este hecho tenemos a nuestra disposición una prueba irrebatible. Incluso desde su nacimiento, incluso desde su más remotos orígenes, el comunismo ha aparecido bajo la forma de una conspiración. El plasma germinal del comunismo es una conspiración. Mirad todos los partidos, todas las agrupaciones políticas, todos los movimientos; han aparecido ostentando desde el primer momento su identidad política y espiritual. Nosotros somos esto, deseamos tal cosa, poseemos tal programa y aspiramos a tales reformas. Solamente el comunismo constituye una excepción. La presencia del comunismo en el mundo ha sido advertida en primer lugar bajo la forma de sociedades secretas, aproximadamente hacia el año 1820.
En el año 1836 se ponen las bases formales de este movimiento, cuando las redes secretas comunistas que funcionaban en diferentes países occidentales forman la «Alianza Comunista», con la sede en Londres. Marx perteneció desde los primeros momentos a estas sociedades secretas y finalmente se convirtió en el primer jefe supremo del movimiento comunista.
Hay que precisar, por consiguiente, que Marx, antes de ser filósofo, doctrinario y visionario del comunismo, ha sido un conspirador. La doctrina apareció mucho más tarde, después de que el movimiento se hubo formado y las células conspiradoras actuaban en todo el mundo. La conspiración precede a la doctrina y el conspirador Marx antecede al filósofo Marx.
Su propia filosofía tiene un carácter conspirador.
No debemos imaginamos que Marx estudió la realidad social y económica de su tiempo y de otras épocas y de allí sacó sus teorías actuando como todo filósofo. Esto es un terrible error. Marx buscó crear una filosofía que sirviera a los fines de la conspiración. Al forjar su teoría, él partió desde la conclusión, desde su meta final, desde los planes de la conspiración, la dominación mundial, creando su filosofía en función de esta perspectiva y esto es fácil demostrarlo. Toda su filosofía está de tal manera orientada que tenga como final práctico la lucha de clases, como instrumento de las transformaciones históricas.
¿Cuál es el principal obstáculo en el camino de la dominación mundial, indiferentemente de quien la emprende, obstáculo ante el cual han fracasado todos los imperialismos? Los pueblos, las naciones. En efecto,estas entidades naturales, duras e imposibles de destruir desde fuera, por la fuerza o mediante la conquista, debían de ser atacadas con un arma que pueda provocar su muerte desde el interior. El marxismo, al proclamar la lucha de clases como factor decisivo en la Historia de la Humanidad, implícitamente ha forjado el instrumento de aniquilamiento de los pueblos. En vez de que los pueblos defiendan su existencia contra las amenazas exteriores, serán envueltos aquéllos en luchas internas de clase, las cuales les debilitará y les empujará para acercarse al comunismo.
La conspiración representa la base del movimiento comunista y el hilo rojo de su historia. Aquélla es el alma del comunismo, su pulsación interna, el motor que le asegura su continuidad y la serie ininterrumpida de sus éxitos. Sin la existencia de este factor oculto no comprendemos nada de la gigantesca máquina que opera en el mundo bajo este título y la cual tiende a extenderse sobre toda la tierra.
Todo puede ser sometido a revisiones y transformaciones en el seno del comunismo. Pueden aparecer y desaparecer partidos comunistas. La doctrina comunista puede estirarse como la goma para adaptarse a las más variadas situaciones. Los sistemas económicos pueden sufrir los mismos cambios, y si es necesario pueden disolverse igualmente Estados comunistas e incluso el Ejército rojo. Se puede renunciar también a las armas nucleares, Mas nada se resuelve. El peligro comunista no ha desaparecido. Mientras no se desarticule el órgano central, el núcleo oculto conspirativo, todas las demás modificaciones no tienen más que un carácter táctico y renacerán bajo otra fisonomía.
En resumen, al principio ha existido una conspiración y después de ésta se han añadido partidos internacionales, doctrina, Estados y ejércitos.
Hablando en términos marxistas, la conspiración representa la infraestructura del comunismo, y todas las demás manifestaciones constituyen su supraestructura.
7. Las estructuras paralelas.
Denunciando al comunismo de ser una conspiración no pretendemos afirmar algo nuevo. Encontramos esta misma interpretación también en otros autores. Pero como hay conspiraciones y conspiraciones, como existen diferentes tipos de conspiración, deseamos en unas pocas palabras precisar la naturaleza de la conspiración comunista, para no quedarnos con una idea vaga sobre ella.
Unos confunden la conspiración comunista con los partidos comunistas, legales o ilegales, de los países libres. Los partidos comunistas desarrollan una actividad perjuidicial para los intereses nacionales, pero aquéllos no son idénticos a la fuerza oculta que dirige la guerra política contra los Estados libres, como denomina el general Díaz de Villegas al conjunto de las actividades conspirativas del comunismo mundial.
Los partidos comunistas son los instrumentos de la conspiración, pero no su realidad intrínseca.
Otros piensan en los millares de agentes enviados por Moscú en todos los países libres para infiltrarse en los órganos del Estado y recoger informaciones. En los países libres operan millares y millares de agentes preparados en las escuelas de espionaje de Moscú, pero estos agentes nunca podrían forzar el cinturón de protección de los Estados nacionales y más temprano o más tarde serán descubiertos por los servicios de información y contraespionaje. La infiltración de los agentes representa un instrumento de la central comunista, pero no su manifestación fundamental.
Hay quienes piensan en diferentes combinaciones que llevan a cabo los partidos comunistas con las agrupaciones políticas de la oposición para derrocar al régimen existente, combinaciones conocidas bajo la denominación. de «frente popular». El frente popular es una táctica usada muy a menudo por la conspiración comunista, pero no su elemento característico, no su más dañino producto.
Finalmente, se confunde la conspiración comunista con la subversión, con la agitación que emprenden los comunistas para socavar el orden en el Estado, como sería, por ejemplo, una huelga, un manifiesto, un sabotaje, una manifestación callejera, la ocupación de un edificio público, atentados perpetrados por los elementos separatistas, etc. La subversión es igualmente un instrumento de la conspiración comunista, como son los partidos comunistas, la infiltración o las maniobras políticas.
La conspiración comunista -y en esto radica el terrible peligro que representa- crea estructura paralelas en el Estado.
Paralelamente a los órganos y a las instituciones del Estado, se forman núcleos comunistas en el interior de estas Instituciones con personas reclutadas de sus filas o de las que han logrado infiltrarse en aquéllas. Mientras que la infiltración comunista constituye un peligro menor, puesto que no se trata más que de una o dos personas, la estructura paralela debe ser concebida como otra institución al servicio del enemigo, formada por decenas de personas que trabajan juntas y se apoyan recíprocamente.
La estructura paralela ahoga el aparato de Estado y progresivamente le sustituye en sus funciones vitales. Paralelamente a la diplomacia oficial se constituirá una diplomacia secreta; al igual, en los órganos de justicia aparecerán jueces servidores de los intereses comunistas; de un modo similar en la prensa, la radio, televisión, el enemigo organizará sus comités de colaboradores.
La conspiración comunista penetra hondamente en la vida de la nación, devastando sus centros vitales. Las instituciones conservan su fisonomía y aparentemente parece que nada ha cambiado, pero las personas que las integran no son las mismas. Sea que son dobladas por los elementos extranjeros, sea que han caído en la esfera de la influencia de la conspiración.
La creación de una estructura paralela es una operación muy difícil, muy delicada y de larga duración, pero desde el momento en que los comunistas han logrado fijarse dentro de una institución del Estado, la han eliminado de la circulación, la han paralizado e incluso han cambiado sus funciones, transformándola en ún órgano perjudicial para la nación. La estructura paralela representa un «summum» del genio conspirativo.
La conspiración comunista se concentra con predilección sobre los elemento permanentes del Estado, sobre los organismos que elaboran las decisiones del Estado o aplican las mismas; instituciones que no se hallan sometidas a las fluctuaciones políticas. Por ejemplo, el Parlamento, no constituye un ambiente propicio para la fijación de una .estructura paralela, ni los gabinetes ministeriales, puesto que su personal se cambia con frecuencia. La conspiración tampoco ataca a las instituciones inferiores del Estado, burocracia media, ya que la esfera de influencia de estos órganos es demasiado reducida.
El terreno predilecto de la conspiración comunista, donde fija sus ventosas las estructuras paralelas, es en lo que constituye la alta burocracia, aquella capa intermedia de funcionarios que cumplen con el papel de enlace entre las masas del pueblo y la autoridad suprema, el personal administrativo de las direcciones y de los servicios.
Un jefe de Gobierno o ministro, por muy capacitado que esté, no puede adoptar decisión alguna sin consultar previamente a sus más cercanos colaboradores, sin revisar los documentos que se le presentan, los cuales son elaborados por el personal de especialidad del ministerio, por sus expertos. Si actúa una estructura paralela en aquel departamento, entonces fatalmente las decisiones de aquel ministro serán afectadas por el material documental falsificado que se pone a su disposición. Es célebre el caso de Alger Hiss en los Estados Unidos, comprobado más tarde como agente comunista, y quien, en calidad de experto, elaboró el Estatuto de las Naciones Unidas junto con los representantes de los soviets. Aquel Estatuto fue de tal manera redactado, que podía asegurar la hegemonía de los Estados comunistas en la organización de esta institución internacional.
La intervención de la estructura paralela en el seno de un Estado puede asemejarse con el cáncer en el cuerpo humano.
Partiendo desde un punto, esta enfermedad invade luego todo el organismo, creando estructuras biológicas de naturaleza diferente, las cuales destruyen sus funciones vitales.
Todos los miembros de una red comunista se apoyan recíprocamente, y si alguno de ellos empieza a despertar sospechas, los demás le prestan su ayuda, garantizándole su honradez. El funcionario honrado, que se da cuenta de la situación, se halla ante un frente unido. Nadie le cree, y finalmente acaba sufriendo sanciones y se le expulsa de la institución.
Contra el sistema de las estructuras paralelas, la defensa es muy difícil, puesto que el Estado se encuentra averiado en sus más profundos cimientos. La política de la capitulación progresiva del Occidente ante el comunismo no tiene otra explicación que la existencia de estas estructuras paralelas. Incluso los encargados de la seguridad interior y exterior del Estado se hallan al servicio del comunismo mundial.
Horia Sima.
Cuéntame...Lo que no nos cuentan.+
Cien millones de muertos por la represión comunista.
Aunque la mala fama la tiene el nacional-socialismo lo cierto es que el Comunismo ha sido mucho peor.
El "Libro negro del comunismo" cifra en cien millones los muertos por represión en los distintos regímenes comunistas. De ellos, dos tercios (65 millones de personas) perdieron su vida en China, especialmente durante las dos oleadas re represión masiva, La Revolución Cultural y el Gran Paso Adelante. Le sigue la Unión Soviética, con un genocidio de entre 20 millones y 70 millones de personas (puesto que el propio Stalin reconoció la muerte inducida de 15 millones de ucranianos solo por hambre), a lo que hay que sumar otros dos millones de muertos a manos del Gobierno en Camboya, otros tantos en Corea del Norte, 1,7 en África, 1,5 en Afganistán, un millón de personas en la Europa del Este y varias decenas de miles en Iberoamérica.
Según los historiadores que han compilado críticamente los datos que se conocían entonces, más el resultado de la investigación en los archivos de la antigua Unión Soviética, los 20 millones de muertos a manos del comunismo sólo en Rusia, se debe principalmente a la represión de la rebelión de trabajadores y agricultores opuestos a la socialización, entre 1918 y 1922, la deportación de los cosacos en 1920, la aplicación del primer sistema de campos de concentración de la historia, el Gulag, de 1918 a 1930, o la muerte de 6 millones de ucranianos y otros ciudadanos en áreas de actividad del ejército blanco durante la "gran hambre" inducida por el Gobierno, de los años 1932 y 1933.
Uno de los expertos reconocidos internacionalmente en la historia de los genocidios, Rudolph J. Rummel, ha acuñado el concepto de democidio para este tipo de trágicos crímenes masivos contra la población. Según sus criterios, la represión en la Rusia comunista se acerca a los 62 millones de muertes de 1917 hasta 1987.
En el caso de la China comunista el democidio alcanzó los 73 millones de personas.
La desconocida revolución comunista de 1419, preludio del manifiesto de Marx.
Sorprende lo poco que conoce el común de los marxistas las raíces históricas de la religión que denominan “ciencia de la historia”.
El marxismo se remonta al comunismo milenarista cristiano que emergió durante la reforma protestante.
Pero esa agitación revolucionaria tiene raíces desde el siglo XII cuando el místico calabrés Joaquín del Fiore profetizó un "segundo advenimiento" que pondría fin a la historia y la propiedad, liberando las almas de sus cuerpos.
Pasó la fecha sin advenimiento, pero el joaquinismo influyó en muy equivocados rigoristas de la pobreza como virtud. El teólogo Amalrico de la Universidad de Paris se retractó forzosamente en 1206 y 1207 de doctrinas neojoaquinistas. Sus seguidores fueron perseguidos como herejes. Algunos se retractaron, otros terminaron en la hoguera.
En el siglo XIV los Hermanos del Espíritu Libre agregaron a subterráneas tradiciones milenaristas la idea de una vanguardia que se elevaría a la condición de "dioses vivientes" antes del advenimiento. La absoluta obediencia a esos dirigentes sería tan sagrada como el colectivismo y la acción directa contra la propiedad. Pocos en número no tuvieron más impacto que bandidos. Pero legaron la idea de la vanguardia y ataques contra la propiedad y los propietarios a los más numerosos y mejor organizados taboritas.
Un ala rigorista checa de los husitas, que proclamaban la urgencia del "extermino de todos los no-creyentes" para iniciar el reino de Dios con propiedad común de los bienes y las mujeres en Bohemia. Pretendían restablecer el comunismo primitivo que aseguraban habría sido la condición original de los checos. Y extenderlo al resto del mundo por la acción revolucionaria. La revolución mundial fue teorizada por comunistas del siglo XV.
Adelantando la teoría de Engels y las prácticas de Pol Pot en el genocidio de Kampuchea, los taboritas se proponían "proscribir las ciudades, el dinero, el comercio y la familia".
La revolución husita estalló en 1419 y sus comunistas hicieron la revolución dentro de la revolución. Establecieron su régimen en Usti rebautizándola Tabor. Colapsó y se refugiaron en una isla del rio Nezark, lanzando incursiones revolucionarias hasta que 400 soldados de Zizka aplastaron la belicosa comuna en 1421. El ejército taborita resurgió, pero fue aplastado por los husitas moderados en la batalla de Lipan en 1434. Tras aquello se verían reducidos a la clandestinidad, desde la que influenciaron entre checos y alemanes de Baviera y Bohemia. Y desde ahí sus doctrinas llegarían al anabaptismo en la reforma y con ello a la revolución de Münster.
El milenarismo comunista de los anabaptistas inspiró a diversas sectas menores de la revolución inglesa, como los cavadores de Gerrar Winstanley, quien afirmaba que en Inglaterra había imperado el comunismo primitivo hasta la conquista normanda. Winstanley reinterpretó la antigua tradición dualista albigense afirmando que el credo de Dios era el comunismo y el del Diablo la propiedad.
La transcendental profecía que revelaba el triunfo final de los justos como agentes de la voluntad de Dios para inspirar la acción revolucionaria violenta, es de lo que carecieron los primeros comunistas seculares. Los que aparecen finalmente en una abortada revolución que no pasó de conspiración. Pero fue la conspiración de los iguales de Babeuf, la fallida revolución que aportó el primer manifiesto comunista, El manifiesto plebeyo, y luego El manifiesto de los Iguales de 1795. Inicio de una serie de manifiestos que alcanzaría su punto culminante con el Marx. El movimiento de Babeuf estuvo internamente dividido entre milenaristas cristianos como él mismo y ateos militantes dirigidos por Maréchal.
Pese a su fracaso, Babeuf es el transmisor de las tradiciones milenaristas al socialismo del siglo XVIII en adelante.
Desde los tiempos de los taboritas, los comunistas revolucionarios manejaban la teoría partidista de la organización clandestina y la teoría militar de la guerra de guerrillas. Organizados por una elite de revolucionarios profesionales dirigidos por una jerarquía todopoderosa que acabaría con todas las jerarquías.
De Babeuf a Maréchal aquellas teorías, costumbres y creencias pasaron a los comunistas ateos.
Aunque la conspiración de Babeuf llegó a sumar 17 mil parisinos antes de ser delatada y abortada en 1796, el más importante de todos sería Fillipo Giuseppe Maria Lodovico Buonarrot. Un aristócrata y revolucionario profesional. Formado en las filas de la conspiración dedicó toda su vida al activismo revolucionario por toda Europa. Ya a los 67 años publicó La conspiración por la igualdad de Babeuf, éxito editorial que sacó del olvido aquella conspiración. Con tal obra el obscuro conspirador se transformó en guía intelectual de la izquierda europea. Sus principales legados al socialismo fueron su teoría de una voluntad inmutable que dirigiese toda la fuerza de la nación contra enemigos internos. Y su convicción que el pueblo es incapaz de regenerarse por sí mismo o designar a la quienes puedan dirigir esa regeneración. Dos ideas establecidas sólidamente hasta nuestros días entre los socialistas revolucionarios.
De ahí en adelante el movimiento fue una alianza de socialistas cristianos de tradición milenarista y socialistas ateos radicales en la que tenemos de quiliastas como Jhon G. Barmbly –folclórico autoproclamado “Pontifarca de la Iglesia Comunista”– hasta ateos radicales como Theódore Dézamy. Dezamy fue primero en defender la ortodoxia ideológica y la disciplina político partidista del socialismo ateo “rigurosamente científico”.
También proclamaba a la revolución violenta y al socialismo, “racionales e inevitables”. Carecía de una teoría mítica en la que soportar tal inevitabilidad. Finalmente, en 1847 la alianza de la Liga de los Justos y el Comité de Correspondencia Comunista creo la Liga Comunista, cuyo manifiesto redactó Karl Marx.
Marx logró la recuperación por el socialismo ateo de la religiosidad y la profecía milenarista del fin de los tiempos. Integró la larga tradición comunista del milenarismo cristiano en una nueva religión que proclamó científica. Entendiendo por ciencia la fe en el dogma de su escatología profética materialista. Al siglo siguiente las víctimas mortales de tal fe sumarían más de 100 millones.
Guillermo Rodríguez G. es investigador del Centro de Economía Política Juan de Mariana y profesor de Economía Política del Instituto Universitario de Profesiones Gerenciales IUPG, de Caracas, Venezuela.
Consecuencias actuales del golpe de estado de las elecciones del Frente Popular.
En este mes de marzo se ha publicado en España el libro “1936: Fraude y Violencia” de los historiadores de la Universidad Rey Juan Carlos don Manuel Álvarez Tardío y don Roberto Villa García (editorial Espasa), que demuestra con cifras y documentos el pucherazo electoral llevado a cabo por los partidos y sindicatos del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936, en las que dichas fuerzas se atribuyeron mediante el fraude electoral y la violencia sobre las personas y las cosas, al menos, cincuenta escaños que pertenecían a otras fuerzas políticas, logrando así una mayoría absoluta que les permitió formar gobierno en solitario.
Estos hechos constituyeron un delito de fraude electoral que equivale de facto a un golpe de estado contra la Segunda República, que no fue el primero por ellos protagonizado (recordemos la revolución de Asturias y la proclamación de la secesión de Cataluña por Companys), aunque sí el único que triunfó, formándose un gobierno ilegal e ilegítimo compuesto de marxistas, anarquistas, secesionistas y racistas, en contra de la Ley y del derecho de todos los españoles.
Sin embargo, aunque estos hechos eran conocidos desde antiguo, y ya esbozados a través de las memorias del expresidente de la Segunda República don Niceto Alcalá-Zamora, memorias previamente robadas por el gobierno del Frente Popular y posteriormente secuestradas por orden del gobierno de Zapatero cuando se hallaron en una caja fuerte, no ha sido hasta ahora cuando se han aportado cifras exactas y documentos originales con enmiendas y raspaduras en actas electorales, recuentos de votos a puerta cerrada, violencia contra candidatos y electores, y un largo etcétera de actos contrarios a la libertad que conformaron un ambiente viciado, radicalizado, polarizado y caníbal en palabras de los propios autores del libro, llegándose a contar en la campaña electoral hasta 41 muertos y 80 heridos de gravedad.
Estas pruebas irrefutables dan al traste definitivamente con la falsa mitología izquierdista y secesionista con la que los políticos actuales han impuesto una verdad oficial, también de manera totalitaria, sobre los hechos acaecidos en aquellos años y que, según ellos, hicieron ilegítimo el Alzamiento Nacional contra el supuesto gobierno legítimo proveniente de aquellas elecciones.
Queda demostrado que los verdaderos golpistas y enemigos de la democracia y de la libertad fueron, precisamente, los que se han autoproclamado sus defensores a lo largo de los 80 años transcurridos.
La toma del poder mediante la falsificación de las actas electorales constituye un golpe de estado, y los posteriores actos violentos promovidos y amparados por el Frente Popular provocaron la desaparición del estado de derecho, incluyendo una campaña de exterminio de las personas e instituciones no afectas a su ideología, que culminó con el asesinato del parlamentario y líder opositor Calvo Sotelo.
Ello hizo inevitable y legítimo un alzamiento combinado del ejército y del pueblo contra el poder ilegítimo, que pasó a la historia como Alzamiento Nacional.
Más de media España decidió no dejarse exterminar, plantando cara al golpe de estado, los asesinatos, la barbarie, la sinrazón y el caos con las únicas armas que les quedaron, en defensa de sus propias vidas y haciendas, del derecho, de la Iglesia y de la unidad de España.
Queda demostrado que el PSOE, el PCE, la UGT, la CNT-FAI, el PNV y la ERC asaltaron el poder mediante un golpe de estado, en el que usaron la violencia y algunas instituciones públicas para falsificar actas y privar al pueblo español del legítimo resultado de los comicios, haciéndose con el poder de forma totalitaria y delictiva, y llevando a la nación entera a la difícil elección entre dejarse
matar o rebelarse para tratar de sobrevivir.
No existe ya duda, de ningún tipo, de que el Alzamiento Nacional fue la única alternativa posible ante el totalitarismo de los que se hicieron fraudulentamente con el poder.
Ante esta evidencia histórica irrefutable, la Fundación Nacional Francisco Franco exige al gobierno y al Parlamento, en nombre de la Verdad y en beneficio del pueblo español, que lleven a cabo las siguientes acciones:
1.- Una declaración institucional condenando tanto el fraude electoral del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936, como los actos de violencia llevados a cabo por los partidos y sindicatos del Frente Popular en el período comprendido desde la precampaña electoral de las elecciones del 16 de febrero de 1936 y el final de la Guerra Civil.
2.- La exigencia a esas organizaciones políticas y sindicales miembros del Frente Popular, cuyas siglas son aún hoy legales y subvencionadas, PSOE, PCE, UGT, CNT, PNV y ERC, de que pidan perdón públicamente a todos los españoles y a la Iglesia Católica, que fue una de sus principales víctimas.
3.- La derogación inmediata de la Ley mal llamada de Memoria Histórica, por basarse en falsificaciones de la verdad, así como la devolución con intereses de todas las subvenciones recibidas por cualquier organización a raíz de su implantación.
4.- La restitución de honores, estatuas y nombres de calles y espacios públicos a todas las personas e instituciones que han sido despojadas de los mismos como consecuencia de la aplicación sectaria de la falsificadora Ley mal llamada de Memoria Histórica, así como la supresión de todos los honores, estatuas y nombres de calles y espacios públicos, atribuidos a personas u organizaciones relacionadas con el Frente Popular.
5.- La ilegalización de las organizaciones citadas en el punto segundo que no se avengan a pedir perdón al pueblo español por su pasado delictivo.
6.- Convocatoria de elecciones generales, con el fin de que el pueblo español, una vez informado del pasado delictivo de las organizaciones citadas en el punto segundo, pueda expresar libremente su juicio sobre las mismas.
Esta FNFF entiende que el gobierno español no puede desentenderse ni inhibirse de la defensa de la Verdad Histórica de la nación, ni de la persecución del delito y de sus promotores en cualquier tiempo y lugar. El delito de genocidio no prescribe nunca, según establece la legislación que le da cabida en el ordenamiento jurídico internacional.
Es evidente que el genocidio fue uno de los muchos delitos atribuibles a aquellos miembros de las organizaciones integrantes del Frente Popular, y que nunca han sido juzgados por ello. El odio a la fe católica y la aspiración de romper la unidad de España fueron el motor de aquel genocidio.
Las víctimas reales del golpe de estado en febrero de 1936 aún claman por el reconocimiento de sus derechos, mientras los herederos ideológicos de los delincuentes imponen en el Parlamento leyes revanchistas y revisionistas basadas en una mentira histórica que se ha impuesto de forma ilegítima a todos los españoles.
El honor, el reconocimiento a su valentía y el agradecimiento a todos aquellos héroes, Caídos y Mártires por Dios y por España a manos del Frente Popular han de ser restituidos por el Gobierno y el Parlamento a la mayor brevedad. No caben excusas de ningún tipo. Sólo caben el deber cumplido y la lealtad a la patria y a la historia.
La Habana, reflejo del fracaso de 60 años de castrismo
500 años después de su fundación por Diego Velázquez, La Habana es ahora un reflejo fiel del rotundo fracaso político, económico y social del castrismo. A diferencia de otras ciudades cubanas mucho menos deterioradas --Santiago tal vez es el mejor ejemplo de ello--, es en La Habana donde se concentra gran parte de un proceso de degradación que parece casi irreversible. El contraste entre los distintos municipios o distritos que conforman la capital de Cuba es el testimonio escandaloso de unas diferencias socioeconómicas y urbanísticas que constatan hasta qué punto llega casi todo lo que el país ha vivido desde el 1 de enero de 1959, cuando los barbudos guerrilleros comandados por Fidel Castro, Che Guevara y Camilo Cienfuegos, entre otros, hicieron su entrada triunfal en La Habana tras haber derrocado al dictador Fulgencio Batista.
La capital de Cuba sigue siendo, a pesar de todos los pesares, una ciudad con un gran encanto, pero basta pasear por La Habana Vieja, Centro Habana o el Malecón para ver la existencia de edificios monumentales convertidos poco menos que en escombros, y a pesar de ello habitados por familias, en muchos casos en condiciones insalubres y de verdadera miseria. Aunque la Oficina del Historiador Oficial de La Habana ha hecho y sigue haciendo todo cuanto puede para recuperar y rehabilitar muchos de estos inmuebles con el patrocinio y la ayuda de instituciones internacionales y otros países, la ruina de estos y otros barrios habaneros es evidente. Esta ruina resulta todavía más escandalosa cuando se compara con las grandes y lujosas mansiones de Miramar, Vedado o Nuevo Vedado, ocupadas casi todas ellas por algunas de las más importantes familias, así como por embajadas, oficinas consulares, oficinas y residencias de grandes compañías extranjeras y, desde hace algún tiempo, por algunos de los miembros de la nueva clase media-alta cubana formada por los empresarios privados, llamados “cuentapropistas”.
El Historiador Oficial de La Habana, Eusebio Leal Spengler, católico y notable dirigente castrista, protegido siempre por Fidel Castro y también por Raúl, su sucesor y hermano, se enfrenta ahora a una pugna con los militares, que querrían arrebatarle el control de una de las escasas fuentes propias de ingresos, la del negocio hotelero en algunos de los monumentos restaurados en La Habana Vieja. Este es también otro ejemplo del gran fracaso de las seis décadas del régimen castrista, que si ha tenido algunos aciertos indiscutibles en sectores como la sanidad y la educación públicas --ahora también en claro retroceso--, ha conducido a Cuba a un colapso económico absoluto, además de seguir manteniendo una dictadura sin posibilidad alguna de justificación. La clase dirigente castrista, formada en sus orígenes por los propios guerrilleros y ampliada desde entonces, no solo ha gobernado y gestionado el país a su antojo, sino que se ha enriquecido hasta límites inconcebibles. Su control total de la economía cubana se ha saldado con un fracaso inapelable, que no tiene ni puede tener como excusa o justificación el bloqueo de los Estados Unidos, recrudecido desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca (puesto que Cuba ha sido apoyada siempre por las potencias industriales del este y solo ha conseguido fabricar arados y no muy grandes).
El turismo se ha convertido en la casi única fuente de ingresos de la economía cubana. Baste decir que el país importa ahora incluso azúcar, que son nulas sus exportaciones, que apenas tiene producción industrial y que la cada vez más notoria carestía de combustible --la Venezuela bolivariana de Maduro ya no puede facilitarla de manera casi gratuita-- dificulta todavía más las cosas, incluso en el sector turístico.
Recordemos que en Cuba solo a los turistas se les permite pescar mientras la población debe conformarse con las verduras del gobierno y los escasos productos lacteos y porcinos.
España tiene un papel muy importante en el sector turístico cubano. Más del 70% de las habitaciones de hoteles de cuatro y cinco estrellas del país son de establecimientos gestionados por Meliá o Iberostar, aunque también estos hoteles cuentan con mayoría de capital del Estado. A pesar de esta mayoritaria participación pública --que entre otras cosas impide a las empresas encargadas de su gestión pagar sueldos competitivos a sus empleados--, son enormes las diferencias que uno advierte en el funcionamiento de estos establecimientos y el de los hoteles íntegramente gestionados por el Estado. Buen ejemplo de ello es el histórico y monumental Hotel Nacional de La Habana, erigido en 1909 sobre el mismo Malecón y convertido por Fidel Castro en un establecimiento poco menos que emblemático de su régimen, su gestión por parte de la empresa gubernamental Gran Caribe ha hecho que en él todo funcione como en cualquier ministerio, con empleados que trabajan como funcionarios y con deficiencias que no serían toleradas en una empresa competitiva. A pesar de ello, por su situación privilegiada, por la monumentalidad de su edificación y por la belleza de sus instalaciones, el Hotel Nacional sigue siendo uno de los hoteles más recomendables en La Habana.
La crisis económica cubana afecta ahora también al sector turístico. En parte a causa de las restricciones impuestas recientemente por la administración de Trump, que ha terminado de forma drástica, por ejemplo, con la llegada de cruceros al puerto de La Habana y a los de otras ciudades de la isla. También se ha reducido la llegada de turistas europeos, pero en Cuba se siguen construyendo grandes hoteles, casi todos ellos con participación de empresas extranjeras. La amenaza de Trump se cierne sobre todos los hoteles cubanos, los más antiguos porque fueron confiscados a sus antiguos propietarios, y los de construcción más reciente porque casi todos ellos han sido edificados en terrenos asimismo expropiados por el castrismo. España tiene un importante papel a jugar en esta disputa, en defensa de los intereses contrapuestos de unas empresas privadas que han invertido y siguen invirtiendo mucho dinero en Cuba y unos antiguos propietarios que en no pocos casos son asimismo españoles o de origen español.
Toda Cuba se enfrenta en la actualidad, incluso más allá de la gravedad de su crisis económica, a un doble conflicto interno: un conflicto generacional y un conflicto social. El conflicto generacional, que advertí ya en 1989 en mi primera visita a Cuba, se ha agudizado mucho más durante estos últimos 30 años. Ahora ya no se trata de un conflicto entre los que nacieron antes del triunfo de la Revolución, que entonces solían destacar los innegables logros sociales que les había aportado el castrismo en algunos campos, y los que nacieron después, ya bajo la dictadura comunista y que en su gran mayoría cuestionaban y ansiaban vivir en libertad. Este conflicto generacional es ahora mucho más extenso, entre otras razones porque ahora son una inmensa mayoría los cubanos nacidos ya bajo la dictadura, y por tanto le será muy difícil resolverlo al actual presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, que a pesar de haber nacido en 1960 --esto es, ya con el castrismo en el poder-- ha sido y sigue siendo un fiel ejecutor de las políticas de la dictadura, que por otra parte sigue siendo controlada por Raúl Castro como máximo dirigente del Partido Comunista. A este conflicto generacional se le añade el conflicto social causado por la potente irrupción en la sociedad cubana de una emergente nueva clase media o media-alta, la de los “cuentapropistas”, que hacen mucho más evidentes las escandalosas diferencias socioeconómicas existentes entre los ciudadanos de un país que se sigue proclamando comunista e igualitario.
Cuba lleva más de 60 años viviendo en una mentira permanente. Lo hizo durante 30 largos años con la poderosa ayuda de la Unión Soviética y los países del bloque soviético. Pudo mantenerse así incluso en contra del bloqueo de los Estados Unidos, injusto, injustificado y, además, utilizado como excusa de sus errores por el mismo castrismo. El fracaso es rotundo e inequívoco, sin paliativos posibles. Hay mucho trabajo por hacer para recomponer un país roto, destrozado económica y socialmente, culturalmente empobrecido y que ansía recuperar la libertad perdida. En esta labor, España tiene un importante papel a desempeñar, entre otras razones por sus históricas relaciones con Cuba y porque puede y debe ejercer un doble papel de mediación, en primer lugar entre los propios ciudadanos cubanos del interior y del exilio, pero también como miembro de la Unión Europea.
Adaptado de Jordi García-Soler.El Éxodo Cubano: Cinco Olas en 60 años
Por: Silvia Pedraza
Sin embargo, a través de ya más de 60 años, la revolución generó un éxodo masivo a través de cinco oleadas de características muy distintas.
El éxodo cubano alberga cinco grandes oleadas migratorias, cada una caracterizada por una composición social diferente, con respecto a clase social, raza, educación, género y valores. Estas diferencias resultaron de las cambiantes fases de la revolución cubana. Estas diferencias no son sólo demográficas, sino también políticas.
Voy a pintar las cinco olas, que he profundizado más en otros trabajos (Pedraza, 2007). En 1972, los investigadores Nelson Amaro y Alejandro Portes describieron cómo las fases iniciales del éxodo cubano fueron cambiando, tomando en cuenta la principal motivación de los exiliados para dejar su patria: “los que esperan” dieron paso a “los que escapan,” y estos a “los que buscan.”
La primera ola (1959-1962) de la élite de Cuba estuvo compuesta de ejecutivos, propietarios de firmas y de ingenios, grandes comerciantes, ganaderos, representantes de compañías extranjeras, y profesionales. Se fueron cuando la Revolución sacudió el viejo orden social con medidas como la nacionalización de la industria norteamericana y las leyes de reforma agraria, así como el rompimiento de relaciones diplomáticas y económicas con los EE. UU., un éxodo principalmente compuesto de cubanos de raza blanca y de la clase profesional, sus vidas habían tenido la gracia y la indulgencia que a menudo acompaña la vida de las clases medias y altas en países en vías de desarrollo, junto con la modernidad que provenía de su rico vecino del norte. Muchos de ellos habían simpatizado y luchado en contra de la dictadura (socialista) de Fulgencio Batista y querían restaurar la democracia en Cuba: la Constitución de 1940 y las elecciones.
El éxodo se duplicó y cada vez se convirtió más en de las clases medias que escapaban de un nuevo orden social que les era intolerable. Fidel calificó a todos como “gusanos”.
La segunda ola (1965-1974) de la pequeña burguesía empezó con un caótico éxodo que salió del puerto de Camarioca, rumbo a Miami. Gracias a la simpatía del presidente Lyndon B. Johnson, que veía a los cubanos como “víctimas del comunismo”, el gobierno de los EE UU facilitó la llegada de los cubanos: legalmente, con la Ley de Ajuste Cubano, que les otorgaba la residencia legal un año y un día después de su llegada, y socialmente, con el Programa para los Refugiados Cubanos, que los asistió a incorporarse a las instituciones americanas.
Estos fueron los años de mayor idealismo de la revolución cubana, donde las dificultades del embargo comercial de los Estados Unidos se vencían pensando que Cuba iba a construir un futuro mejor, como siempre lo prometía.
En 1978, se produjo el único diálogo entre el gobierno de Cuba y representantes del exilio cubano, diálogo que provocó profundas divisiones y violencia en el exilio. Pero el diálogo rindió buenos frutos: la liberación de 3 600 prisioneros políticos y la reunificación familiar que hizo posible que los que vivían fuera de la isla pudieran visitar a la familia que dejaron detrás. Las visitas nunca han cesado.
La tercera oleada de “los Marielitos” de 1980, en parte, fue el resultado de esas visitas. Este éxodo que duró de abril a septiembre de 1980 trajo 125 000 cubanos a Miami en pocos meses. También fue sumamente caótico, pues la familia de Miami mandaba a buscar sus parientes en Cuba, pero muy a menudo el barco volvía lleno de prisioneros (presos comunes y presos políticos) que los funcionarios cubanos habían forzado en su lugar.
Dentro de la comunidad cubana de los Estados Unidos ya no eran los exilados que habían conocido “la Cuba de ayer”, al contrario, eran exilados que habían crecido en “la Cuba de hoy” de la Revolución, cuando los problemas de libertad de expresión eran agudos. “Los Marielitos” eran una “cosecha” distinta.
La cuarta ola de los balseros en los 90s tuvo lugar durante los años que Fidel Castro llamó el “período especial”, cuando el comunismo en la Unión Soviética y los países de Europa oriental se desplomó. Cuba perdió su vínculo económico y comercial, más el generoso sostén que había mantenido a la isla a flote.
El hambre y la desesperación en Cuba llegaron a tal punto que los cubanos empezaron a huir en balsas –en cualquier cosa que flotara– arriesgándose a morir ahogados, de deshidratación o de hambre.
Como resultado de esta oleada caótica, en 1994-95 el presidente Bill Clinton firmó un nuevo acuerdo migratorio con Cuba, donde accedieron a dar hasta 20 000 visas anuales a los cubanos y entró en vigor una política nueva: la ley de “pies secos y pies mojados”. Si los guardacostas americanos encontraban a balseros huyendo en el mar (“pies mojados”), los debían interceptar y devolverlos a la isla; si lograban llegar a suelo americano (“pies secos”), se podían quedar legalmente y beneficiarse de la Ley de Ajuste Cubano. Esta política tan arbitraria duró 20 años, hasta que el presidente Barack Obama la derrocó.
En la isla, los cubanos se alegraron enormemente del restablecimiento de relaciones entre Cuba y los Estados Unidos bajo la cooperación de Raúl Castro y Barack Obama. Además, experimentaron el mejoramiento en las comunicaciones y la avalancha de turismo estadounidense que le llegó a Cuba durante sus presidencias, de 4 a 5 millones de turistas estadounidenses (no cubanos-americanos) al año.
Los caminantes a través de Centro América en 2014-16 fueron el resultado del derrocamiento de la política de “pies secos, pies mojados”, pues ya el número de cubanos que atentaron salir de la isla en balsa eran pocos, y menos aun los que tuvieron éxito en arribar a una vida legal en los EE. UU.
Dentro de la comunidad cubanoamericana, los “nuevos cubanos” cada día tienen más peso demográfico y cultural. Pero las distintas “cosechas” de los exiliados en Miami no se pueden comprender.
Contrastando con los exiliados antiguos, los recientes casi siempre señalan los adelantos de Cuba en salud y educación como signos de progreso social. Además, mencionan el ascenso de niveles sociales que muchos, como ellos, experimentaron cuando jóvenes de familias humildes pudieron estudiar en la universidad y fueron bien entrenados como profesionales. Pero de ahí pasan inmediatamente a explicar que el gobierno, el sistema impuesto por los hermanos Castro, no acepta que esa educación tiene que ir acompañada de libertades individuales y del derecho fundamental a la libre expresión.
Todos los que fueron huyendo del régimen castrista tuvieron que soportar enormes pérdidas, no solo de propiedades y nivel social, sino también de recuerdos, de crianza, de una vejez en familia, de compañeros de escuela, barrio, y trabajo –aquellos con los cuales compartieron sus vidas emocionales-. Contra su voluntad y su esperanza, sus vidas se troncharon. La mayoría se fue de Cuba para nunca regresar, teniendo que reconstruir un proyecto de vida y de familia. No todos lo lograron. Pero casi siempre sus hijos -nacidos en los Estados Unidos, España, Costa Rica, Canadá, dondequiera- sí se beneficiaron del sacrificio de sus padres.
Referencias:
Amaro, N. y Portes, A. (1972). “Una Sociología del Exilio: Situación de los Grupos Cubanos en los Estados Unidos”. Aportes 23: 6-24.
Kunz, E. (1981). “Exile and Resettlement: Refugee Theory”. International Migration Review 15: 42-51.
Mesa-Lago, C. y Pérez-López, J. (2005). “Cuba’s Aborted Reform: Socioeconomic effects, International Comparisons, and Transition Policies”. Gainesville, FL: University Press of Florida.
Pedraza, S. (2007). “Political Disaffection in Cuba’s Revolution and Exodus”. New York and London: Cambridge University Press.
Franco y la Guerra de Vietnam. Carta de Francisco Franco a Lyndon B. Johnson (18 de agosto de 1965)
En julio de 1965, ante el cariz que estaba tomando la guerra del Vietnam, el presidente de los Estados Unidos, Lindón B. Johnson, envió cartas a varios jefes de Estado occidentales... El embajador Biddiey Duke entregó personalmente a Franco la correspondiente. Como bien se trasluce en el texto, el presidente de EE. UU. le da cuenta de sus proyectos y reclama alguna ayuda por parte de España, sin descartar la colaboración militar...
La respuesta Franco demuestra una vez más que, sin duda, fue uno de grandes estadistas del Siglo XX.
El acertado análisis de la situación en un país tan alejado de España y su zona de influencia, y su certera visión de los acontecimientos futuros lo acreditan como tal. En ella destacan, por su objetividad, las consideraciones que Franco hace sobre la figura del líder comunista vietnamita, Ho Chi Minh. A continuación, reproducimos ambas cartas:
CARTA DEL PRESIDENTE DE EE.UU. A FRANCO:
“Excelencia:
He rogado a mi embajador le transmita mi sincero enjuiciamiento de la situación en Vietnam del Sur.
En los últimos meses se ha incrementado la agresión abierta contra el pueblo y el Gobierno del Vietnam y les han sido impuestas muy graves cargas a las fuerzas armadas y al pueblo vietnamita.
Durante dicho período, como VE. conoce, y a causa de la firme y rígida oposición de Hanoi y Pekín, no han podido tener éxito los reiterados y constructivos esfuerzos realizados por muchos gobiernos para llevar este problema a la mesa de conferencias.
A lo largo de estos últimos días he estado revisando la situación a la luz de recientísimos informes, procedentes de mis colaboradores de mayor confianza. Aunque aún no se han adaptado decisiones definitivas, puedo decirle que parece seguro será necesario incrementar las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos en un número que podría igualar, o ser superior, al de los 80.000 hombres que se encuentran ya allí.
Deseo sepa V.E. que al propio tiempo que realizamos este importante esfuerzo adicional, continuaremos haciendo todo posible esfuerzo político y diplomático para abrir paso a un arreglo pacífico.
Continuaremos también usando toda clase de prudencia y moderación para evitar que la guerra pueda extenderse en el continente asiático. Nuestro objetivo sigue siendo el de que finalice en Vietnam toda injerencia exterior de forma que el pueblo de dicho país pueda decidir su propio futuro.
En esta situación debo expresarle mi profunda convicción personal de que las perspectivas de paz en Vietnam aumentarán grandemente en la medida en que los necesarios esfuerzos de los Estados Unidos sean apoyados y compartidos por otras naciones que comparten nuestros propósitos y nuestras preocupaciones. Sé que su Gobierno ha mostrado ya su interés y preocupación concediendo asistencia. Le pido ahora que considere seriamente la posibilidad de incrementar dicha asistencia mediante métodos que indiquen claramente al mundo y quizás especialmente a Hanoi— la solidaridad del apoyo internacional a la resistencia contra la agresión en Vietnam y al establecimiento de la paz en dicho país.
He pedido al embajador Duke se ponga a su disposición para cualquier consulta que desee hacerle sobre este asunto.
Sinceramente,
Lyndon B. Johnson
PRESIDENTE DE LOS EE.UU. DE AMERICA”
CARTA DE RESPUESTA DE FRANCO :
“Mi querido Presidente Johnson:
Mucho le agradezco el sincero enjuiciamiento que me envía de la situación en el Vietnam del Sur y los esfuerzos políticos y diplomáticos que, paralelamente a los militares, los Estados Unidos vienen desarrollando para abrir paso a un arreglo pacífico. Comprendo vuestras responsabilidades como nación rectora en esta hora del mundo y comparto vuestro interés y preocupación, de los que los españoles nos sentimos solidarios en todos los momentos. Comprendo igualmente que un abandono militar de Vietnam por parte de los Estados Unidos afectaría a todo el sistema de seguridad del mundo libre.
Mi experiencia militar y política me permite apreciar las grandes dificultades de la empresa en que os veis empeñados: la guerra de guerrillas en la selva ofrece ventajas a los elementos indígenas subversivos que con muy pocos efectivos pueden mantener en jaque a contingentes de tropas muy superiores; las más potentes armas pierden su eficacia ante la atomización de los objetivos; no existen puntos vitales que destruir para que la guerra termine; las comunicaciones se poseen en precario y su custodia exige cuantiosas fuerzas. Con las armas convencionales se hace muy difícil acabar con la subversión. La guerra en la jungla constituye una aventura sin límites.
Por otra parte, aun reconociendo la insoslayable cuestión de prestigio que el empeño pueda presentar para vuestro país, no se puede prescindir de pesar las consecuencias inmediatas al conflicto. Cuanto más se prolongue la guerra, más empuja al Vietnam a ser fácil presa del imperialismo chino, y aun suponiendo que pueda llegar a quebrantarse la fortaleza del Vietcong, subsistirá por mucho tiempo la acción larvada de las guerrillas, que impondrá la ocupación prolongada del país en que siempre seréis extranjeros. Los resultados, como veis, no parecen estar en relación con los sacrificios.
La subversión en el Vietnam, aunque a primera vista se presente como un problema militar, constituye, a mi juicio, un hondo problema político; está incluido en el destino de los pueblos nuevos. No es muy fácil al Occidente comprender la entraña y la raíz de sus cuestiones. Su lucha por la independencia ha estimulado sus sentimientos nacionalistas; la falta de intereses que conservar y su estado de pobreza les empuja hacia el social-comunismo, que les ofrece mayores posibilidades y esperanzas que el sistema liberal patrocinado por el Occidente, que les recuerda la gran humillación del colonialismo.
Los países se inclinan en general al comunismo, porque, aparte de su poder de captación, es el único camino eficaz que se les deja. El juego de las ayudas comunistas rusa y china viene siendo para ellos una cuestión de oportunidad y de provecho.
Es preciso no perder de vista estos hechos. Las cosas son como son y no como nosotros quisiéramos que fueran. Se necesita trabajar con las realidades del mundo nuevo y no con quimeras. ¿No es Rusia una realidad con la que ha habido que contar? ¿No estaremos en esta hora sacrificando el futuro a aparentes imperativos del presente? A mi juicio, hay que ayudar a estos pueblos a encontrar su camino político, lo mismo que nosotros hemos encontrado el nuestro.
Ante los hechos nuevos, no es posible sostener la rigidez de las viejas posiciones. Una cosa es lo que puedan acordar las grandes naciones en Ginebra y otra es el que tales decisiones agraden a los pueblos. Es difícil de defender en el futuro y ante los ojos del mundo esa división artificial de los países, que si fue conveniencia de momento dejará siempre abierta una aspiración a la unidad.
Comprendo que el problema es muy complejo y que está presidido por el interés americano de defender a las naciones del sudeste asiático de la amenaza comunista; pero siendo ésta de carácter eminentemente político, no es sólo por la fuerza de las armas como esta amenaza puede desaparecer.
Al observar, como hacemos, los sucesos desde esta área europea, cabe que nos equivoquemos. Guardamos, sin embargo, la esperanza de que todo pueda solucionarse, ya que en el fondo, los principales actores aspiran a lo mismo: los Estados Unidos, a que el comunismo chino no invada los territorios del sudeste asiático; los Estados del sudeste asiático, a mantener a China lo más alejada de sus fronteras; Rusia, a su vez, a que su futura rival, China, no se extienda y crezca, y Ho Chi Minh, por su parte, a unir al Vietnam en un Estado fuerte y a que China no lo absorba.
No conozco a Ho Chi Minh, pero por su historia y sus empeños en expulsar a los japoneses, primero, a los chinos después y a los franceses más tarde, hemos de conferirle un crédito de patriota, al que no puede dejar indiferente el aniquilamiento de su país. Y dejando a un lado su reconocido carácter de duro adversario, podría sin duda ser el hombre de esta hora, el que el Vietnam necesita.
En este interés superior de salvar al pueblo vietnamita y a los pueblos del sudeste asiático, creo que vale la pena de que todos sacrifiquen algo.
He deseado, mi querido Presidente, haceros estas reflexiones confidenciales en el lenguaje directo de la amistad. Aunque sé que muchas están en vuestro ánimo, le expongo lealmente mi juicio con el propósito de ayudar al mejor servicio de la paz y del futuro de los pueblos asiáticos.
Su buen amigo,
Francisco Franco
JEFE DEL ESTADO ESPAÑOL”