La forma y el contenido de la democracia

La forma y el contenido de la democracia
"Pero si la democracia como forma ha fracasado, es, más que nada, porque no nos ha sabido proporcionar una vida verdaderamente democrática en su contenido.No caigamos en las exageraciones extremas, que traducen su odio por la superstición sufragista, en desprecio hacia todo lo democrático. La aspiración a una vida democrática, libre y apacible será siempre el punto de mira de la ciencia política, por encima de toda moda.No prevalecerán los intentos de negar derechos individuales, ganados con siglos de sacrificio. Lo que ocurre es que la ciencia tendrá que buscar, mediante construcciones de "contenido", el resultado democrático que una "forma" no ha sabido depararle. Ya sabemos que no hay que ir por el camino equivocado;busquemos, pues, otro camino"
José Antonio Primo de Rivera 16 de enero de 1931

sábado, 4 de febrero de 2017

Falange y Religión.





 Personalidad Religiosa de Falange y José Antonio.

 

Las religiones Cristianas en general y la Católica en particular alcanzan facetas de la realidad vedadas a la ciencia empírica de lo medible, limitada por sus propias características al conocimiento de lo material y, por lo tanto, al desconocimiento de lo transcendente y todo lo aparentemente inexplicable. Desconocimiento de lo que podría constituir la mayor parte de la realidad cuya existencia viene avalada incluso por numerosas pruebas y contínuos testimonios a lo largo de los siglos, por no hablar de numerosas coincidencias entre las religiones derivadas de la fe revelada judeo-cristiana y las creencias orientales. Como un faro de luz iluminan las tinieblas para que podamos discernir evitando los peligros que en ellas acechan frente a las pequeñas "linternas" o "cerillas" que serían las demás religiones por comparación. 

La razón de ello está en su condición de religión revelada.

Ahora la moda impuesta por los materialistas es acusar a las religiones de unas guerras que, para colmo de hipocresía, han armado y provocado ellos mismos. Y es que las actuales luchas de los "radicales islámicos" tiene un mayor componente geo-político, nacionalista, económico y social que religioso y espiritual. Además, la religión Católica, que se opuso a estas guerras ya desde Juan Pablo II, no ha resultado ser más que la víctima inindemnizable de unos y de otros.

Contra lo que algunos pretenden la misión de la Iglesia en este mundo no es la salvación de los cuerpos sino, principalmente, de las almas. Si bien la propia Iglesia siempre ha reconocido las dos dimensiones de la cruz, la vertical o ascética y la horizontal o social.

La Iglesia casi siempre practicó un igualitarismo cooperativista basado en el desprendimiento material, de puertas para adentro, en las diferentes órdenes religiosas. Para aquellos que libremente lo escogieran como forma de vida dedicada a la oración y la contemplación.

La pérdida de prestigio social de la Iglesia ante la opinión pública se origino por el desentendimiento, a lo largo de los siglos, de la lucha por la distribución equitativa de los bienes en toda la sociedad, ocupándose de ella solo de palabra, pero "con la boca pequeña", o mediante la práctica exclusivamente de una caridad que no solucionaba el origen de la injusticia social. 

"Lo cierto es que a los obreros, hasta que formaron sus Sindicatos, no se les quitó sus jornales de hambre y hasta que no fueron un peligro no les llamaron las derechas". 
José Antonio Primo de Rivera.

No sería del todo justo enrocarse en este hecho cierto, que se hizo patente cuando la Iglesia elaboró su Doctrina Social únicamente al verse atacada, acosada y en grave peligro por las ideas revolucionarias materialistas y ateas. Algo que no se les había ocurrido redactar ni predicar en siglos anteriores.

Y no es del todo justo porque la Iglesia, que siempre ha sido fundamentalmente misionera, SÍ que llevó a la práctica la mayor justicia social que puede existir, que es la cooperativa, desde sus inicios Evangélicos, durante la Conquista de América en las misiones y, seguramente, en muchos otros lugares de todos los continentes.

Entroncando con ese cooperativismo primigenio realizado durante el descubrimiento de América para el mundo y para la fe y su colonización se encuentra el Nacional-Sindicalismo Joseantoniano del que nos ocupamos en este blog.

 

 

Sobre la Interpretación Materialista de la Revolución.



Según el pensamiento cristiano más conservador existe una identificación entre Revolución y Odio.

Pero esto, que es una falacia montada sobre la base cierta de las desenfrenadas Revoluciones marxistas y liberales, lo generalizan aquellos que tienen cubiertas sus necesidades vitales. Pero el día que les dejen sin pensión correrán a apuntarse al bando del "odio".

Y es que no se puede caer ni en la comodidad ni en la apetencia por el Odio anticristiano a través de un supuesto comportamiento "Revolucionario" desconociendo su concepto, sus razones y los medios de llevarla a cabo según las circunstancias. Pero en esta entrada no trataremos sobre la Revolución ya que aquí solo nos interesa este concepto desde el punto de vista religioso o de la lucha por la Justicia distributiva de los bienes según correspondería a un Estado de Equidad.

Desde un punto de vista puramente materialista parece lógico pensar que los más privilegiados sean los que, temiendo más a la muerte por tener mucho que perder, ansíen buscar la vida eterna a través de las prácticas rituales religiosas mientras que los indigentes, actualmente los desempleados, poco temerán de la muerte o incluso la desearían como única posibilidad de redención.

Los manipuladores de la izquierda populista anti-tea, en cambio, pretenden utilizar el bizarro sentimiento, que ellos consideran como una intrépida virtud popular de las clases más desfavorecidas, para dirigirlo, no a favor de una idea constructiva, sino solamente en contra de sus adversarios políticos, sean o no responsables de la pésima gestión o de la corrupción.

La realidad nos dice que esta reacción popular no siempre se produce, porque la izquierda política, que habiendo fracasado ideológicamente y en la gestión administrativa de la sociedad, busca su "nueva" identidad enfrentándose a la Iglesia, ignora la existencia del alma humana, por lo que desconoce que el miedo que interiormente siente la persona humana depende, no solo de lo que puede perder, sino también y fundamentalmente del hecho de sentirse interiormente condenado o en Gracia de Dios. En el primer caso lo que se genera es odio (hacia quien le ha condenado y los que no lo están) pero no valor, y es este odio lo único que consiguen movilizar los populismos de izquierdas dirigiéndolo hacia sus objetivos concretos.

Ignoran también constantemente, que la mayoría de los banqueros y grandes empresarios son hoy de izquierdas (solo hay que ver el casi inexistente nº de anuncios publicitarios de los canales de tv más de derechas), así como que los votantes de la izquierda y la derecha ya no se corresponden con pobres y ricos sino que incluso parece que se pueda haber invertido bastante el tópico.

Hoy el votante de la derecha es el que vota a los poderosos para que prosperen lo más posible y poder recoger las migajas y las sobras que caigan de su mesa.  

Y el votante de la izquierda es el que quiere vengarse de los poderosos, pero solo de los poderosos de derechas, destruyendo también su economía para que sean más pobres que él.

Pero al final perdemos todos, y a los más desfavorecidos lo único que les queda es la resignación, la impotencia o el pago de los platos rotos por la costosa ineficacia de la mega-estructura que componen las inútiles instituciones del Estado, como las autonomías o los partidos políticos, ya sean de izquierdas o de derechas.


Opinión Personal del autor del Blog sobre el Divorcio.



"El divorcio es un mal. Mal para los hijos. Mal para la mujer, que fácilmente quedará abandonada, y a partir de cierta edad, sin posibilidades de rehacer su vida con otro hombre. También mal para los maridos, que aunque de momento no es raro que una chica joven se enamore de un hombre maduro, a la larga se cansará del viejo, y se buscará otro más joven y a su gusto, y el marido «engañado».

Y también mal para todos, porque si el 80% de los delincuentes juveniles son hijos de divorciados, cada vez será más peligroso andar por la calle.

Algunas piensan que el divorcio las libera, pero la realidad es que el divorcio ha perjudicado a muchas mujeres abandonadas. Los estudios de Hackstaff y Deutsch señalan que las mujeres necesitan familias en las que los hombres estén comprometidos con los roles de esposo y padre.

Lo que algunos se preguntan es si puede considerarse como un mal menor que en ciertas circunstancias podría permitirse para evitar males mayores.

Lo mismo que una operación quirúrgica es un mal, pero se acepta para evitar males mayores.

Frank Furstenberg, sociólogo de la Universidad de Pensylvania en EE.UU., afirma que hoy en Estados Unidos, ante las funestas consecuencias del divorcio vuelve a estar de moda el matrimonio estable y el casarse por la Iglesia".
P. Jorge Loring

- Les dijo: Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras esposas; mas al principio no fue así.
- Y yo os digo que cualquiera que repudia a su esposa, a no ser por causa de adulterio, y se casa con otra, comete adulterio; y el que se casa con la repudiada comete adulterio.
- Le dijeron sus discípulos: Si así es la condición del hombre con su esposa, no conviene casarse.

 En el evangelio según San Mateo, Jesús establece una causa por la cual es justificable el divorcio: El adulterio.

San Mateo pone una excepción: «en caso de concubinato». Porque si no estaban casados, la separación no sólo es lícita: es conveniente.
A no ser que decidan casarse. 

La Iglesia católica sólo permite la separación de los esposos si la vida en común resulta insostenible, pero no volver a casarse mientras viva el otro cónyuge.

"La fácil solución del divorcio haría que se rompieran muchos matrimonios con problemas perfectamente superables, que no deberían haberse roto nunca.
Por eso el divorcio hace más daño que bien.
Una solución que hace más daño que el mal que remedia no es solución.
No sirve una medicina para quitar las pecas pero que al mismo tiempo produce cáncer de piel.
La posibilidad del divorcio lleva al malestar familiar.
No hay persona sin defectos. Las decepciones irán seguramente en aumento.
Es muy posible que cambiando de pareja se repitan los mismos conflictos". 

«Los divorciados suelen llevar sus problemas de una relación a otra»

dice Howard Markman".

Según la revista norteamericana Newsweek, en Estados Unidos, seis de cada siete matrimonios de divorciados, vuelven a divorciarse de nuevo; y ocho de cada diez matrimonios divorciados dos veces, se divorcian por tercera vez. 

Es decir, el divorcio da paso a una poligamia sucesiva.

Solo una minoría de parejas alcanza la estabilidad por lo que nadie puede negar que el divorcio es una mal. Sin embargo nos faltan las estadísticas sobre las consecuencias que se producen en aquellos matrimonios fracasados pero obligados a convivir en un clima de odio y violencia. O en aquellos que, cuando no existía divorcio, se producía la separación de los cónyuges. No nos hacen falta, sabemos que es otro mal igual o peor. 

«Pero si el divorcio civil representa la única manera posible de asegurar ciertos derechos legítimos, el cuidado de los hijos o la defensa del patrimonio, puede ser tolerado sin constituir una falta moral»
Dice el Catecismo.

«Pero la tolerancia es ya una norma inevitable impuesta por los tiempos. A nadie puede ocurrirsele perseguir a los herejes como hace siglos, cuando era posiblemente necesario».
José Antonio.

Francisco Bravo nos recuerda que José Antonio era católico, pero tolerante con quienes no lo eran.  

Y de Ramiro Ledesma Ramos se recogían en el semanario falangista FE., del 22 de febrero de 1934, las siguientes palabras:

«Existen cosas innegables, indiscutibles, que a los individuos y. a los grupos no cabe sino aceptar, con entusiasmo o no. Pues aunque algunos poderes --como el de la Iglesia- no se sientan hoy con fuerza moral -ni, desde luego, con deseos de aplastar herejes-, lo que nos parece muy bien, porque somos, como la Iglesia, partidarios de la libertad religiosa de conciencia hay otros que en nombre del interés nacional, la vida grandiosa del Estado y el vigor de la patria, se muestran con suficientes raíces absolutas para aplastar a quienes se sitúen- fuera o contra ellos».
Ramiro Ledesma: FE, El espíritu y decisión jonsista.

Sin embargo la posición teórica de José Antonio respecto al divorcio fue siempre de gran exigencia y hoy día parece, en parte, injustificada o, más bien, imposible de llevar a la práctica. Y esto lo dice el que escribe quien, como José Antonio y Ramiro, solo ha conocido matrimonios ajenos.

«España ya no siente la familia, pues con la Ley del Divorcio se ha amparado a los que nunca supieron constituir un hogar y amparado a esas mujeres que no hay quien las resista ni diez minutos. En Arcos decía hace poco: vosotros que habéis nacido y vivido en un hogar donde el padre era la autoridad y la madre el amor, el padre representaba el trabajo y la madre el perdón, ¿cómo podéis ahora comprender que vuestras hijas, después de casadas, sean abandonadas como se deja el salón de espectáculos cuando no agrada la pelicula?». 
José Antonio Primo de Rivera.

Sin embargo en su vida privada parece que pudo caer en contradicción en alguna ocasión.

Juan Pablo II fue el mayor defensor del matrimonio indisoluble, incluso para los no creyentes, instó a jueces y abogados a encauzar sus esfuerzos en reconciliar las parejas. Y esa es, precisamente, la intención de Falange Digital.

Sin embargo Juan Pablo II, entró en contradicción con la sociedad, al declararse enemigo frontal de los "autoritarismos" (y no digo esto porque FED lo sea ya que no es así) y pretender, sin embargo, la imposición a los no-creyentes de una solución que, lamentablemente todo hay que decirlo, ha sido rechazada por la casi totalidad de las sociedades occidentales .

El Santo que derrotó al comunismo había luchado toda su vida contra enemigos que venían de frente y no tanto contra los que vestían piel de cordero.
"Es de recordar en esta hora la dimensión y liderazgo político de Karol Wojtyla. Fue un punto de referencia de la conciencia y moral democrática del mundo contemporáneo. Una palabra que bien caracteriza su legado es "libertad". Fuese en su rol de Sumo Pontífice o como simple ciudadano polaco, su lucha por la democracia, la libertad y la economía libre fue firme y permanente. Siempre estuvo en contra de los regímenes autoritarios, los comunistas en particular, y no sólo por haberlos sufrido en carne propia o por ser sistemas que profesan el ateísmo y persiguen a la Iglesia, sino asimismo porque consideraba que oprimían al hombre, negándole su plena libertad y la ejecución de sus derechos". 

Según lo veo, aunque es una opinión personal, es imposible prohibir el divorcio a la sociedad actual, especialmente a los no creyentes, sin caer en el totalitarismo o la dictadura. Entonces...¿como pensaba el Papa que podía llevar a cabo su plan sobre la familia democráticamente? ... ¿ganando unas elecciones y gobernando 4 años?.. Se da la paradoja que los grupos políticos anti-divorcio pecarían por "dictadores" y los democráticos por "pro-divorcio".

El Papa llegó a decir que si no se exige fidelidad al matrimonio, una fidelidad, subrayó, que debe ser hasta la muerte, 

"¿por qué exigir al hombre la lealtad a la patria, a los compromisos laborales, al cumplimiento de las leyes y contratos?" 

A todas luces es una errónea comparación, aunque encierre una aguda advertencia, pues la lealtad a la patria está condicionada según la moral, los compromisos laborales son temporales y voluntarios, el cumplimiento de las leyes no es siempre obligatorio y los contratos pueden ser fraudulentos.

La respuesta del liberal/socialismo ha sido destruir las patrias con la globalización, quitar el servicio militar obligatorio, proletarizar la clase media y fomentar legislaciones aborrecibles y contratos fraudulentos.

El verdadero motivo de la Iglesia hay que buscarlo en su equiparación a la "esposa" de Cristo y en las palabras "lo que ates en la tierra será atado en el cielo y lo que desates en la tierra será desatado en el cielo". Lo que pretendía el Papa es salvaguardar la relación de la Iglesia con Cristo aún por encima de la resolución del problema terrenal. De otra manera la Iglesia católica podría correr el riesgo de devenir exclusivamente en Mariana al perder la unión con Cristo.
No tiene por qué ser de esta manera, creo yo, ni se debe dudar de la fidelidad de Cristo para con su Iglesia puesto que ella misma nos enseña que determinadas cuestiones socio-políticas que fueron buenas para unas épocas no lo son para otras y viceversa (Piénsese en la Inquisición, las Cruzadas etc...)

Poniendo un ejemplo actual el contrato matrimonial se parece más a comprar un trastero mirando desde fuera lo que parece que contiene, pero desconociendo lo que esconde en el fondo. Lo que no invalida que el ser humano sea plenamente consciente de las consecuencias y deba ser responsable de sus actos.
 
Falange Española Digital, como la Falange de siempre, defiende y seguira defendiendo la unidad de la familia proporcionando los medios adecuados, de los cuales carece hoy en día, para que esa unidad se mantenga en la medida de lo posible. Tal y como Juan Pablo II pedía a los jueces.

Es decir, se concienciará de su importancia y se formará y librará de cargas económicas con el fin de maximizar las posibilidades de éxito en los matrimonios evitando las decisiones precipitadas mediante la formación y la toma de las precauciones necesarias por parte del Estado y los contrayentes. Por supuesto no se legalizará ningún tipo de "matrimonio relámpago" al estilo useño. 

La Iglesia se refiere al matrimonio entre bautizados: 

Texto de las treinta tesis aprobadas «in forma specifica» por la Comisión Teológica Internacional.

- "Pastoral de los divorciados vueltos a casar
Esta situación ilegítima no permite vivir en plena comunión con la Iglesia. Y, sin embargo, los cristianos que se encuentran en ella no están excluidos de la acción de la gracia de Dios, ni de la vinculación con la Iglesia. No deben ser privados de la solicitud de los pastores. Numerosos deberes que derivan del bautismo cristiano permanecen aún para ellos en vigor. Deben velar por la educación religiosa de sus hijos. La oración cristiana, tanto pública como privada, la penitencia y ciertas actividades apostólicas permanecen siendo para ellos caminos de vida cristiana. No deben ser despreciados, sino ayudados, como deben serlo todos los cristianos que, con la ayuda de la gracia de Cristo, se esfuerzan por librarse del pecado".

Aquí vemos  como los bautizados divorciados no son apartados de la Iglesia.


- "Combatir las causas de los divorcios
Es cada día más necesario desarrollar una acción pastoral que se esfuerce por evitar la multiplicación de los divorcios y las nuevas uniones civiles de divorciados. Hay que inculcar especialmente a los futuros esposos una conciencia viva de todas sus responsabilidades de cónyuges y de padres. Es importante presentar en forma cada vez mas eficaz el sentido auténtico del matrimonio sacramental como una alianza realizada «en el Señor» (1 Cor 7, 39). De este modo, los cristianos se encontrarán mejor preparados para adherir al mandamiento del Señor y para dar testimonio de la unión de Cristo con la Iglesia. Y esto redundará, por lo demás, en mayor bien para los esposos, para los hijos y para la misma sociedad".

Texto plenamente concordante con la opción que propongo.


Pero no hay forma de obligar a permanecer unidos a quienes, al haber perdido el amor, ya solo sienten un rechazo que puede convertir su convivencia en un infierno perjudicial y contraproducente para todos los miembros de la familia.

Y es que, de hecho, ¡se separan ellos solos! cuando se marcha cada uno por su lado. Esto es la separación matrimonial. Un divorcio "de facto" impuesto por la voluntad de los cónyuges.

Por otro lado, la Iglesia Católica lleva ya muchas décadas alineada con el sistema liberal de partidos que, en todo el mundo, es el mayor artífice del divorcio y de todos los obstáculos al éxito de la convivencia dentro de las familias. En conclusión está deslegitimada desde el punto de vista estrictamente político y dudo que puedan criticar ahora lo que viene apoyando desde hace lustros hasta el punto que ni siquiera el aborto ha sido para ellos un motivo de enfrentamiento con el Sistema sino, tan solo, con los gobiernos más de izquierdas. Naturalmente, siempre han existido grupos católicos de resistencia que, al menos, han demostrado siempre gran congruencia entre fe y actitud política, pero se trata de grupos sumamente reducidos.

Debe existir, por tanto, desde mi punto de vista, la Unión Civil o Matrimonio Civil entre un hombre y una mujer con la finalidad de construir una familia reconocida legalmente por el Estado y generadora de derechos y obligaciones que, como tal unión civil, puede ser anulada por el Estado. 

Este matrimonio es, desde el punto de vista Católico un Concubinato legal.

Existe, además, el Matrimonio Católico, poco disoluble por la Iglesia quien ahora agiliza los trámites, que no es competencia directa del Estado aunque debe ser reconocido por el Estado también como Matrimonio Civil.

Existe, además, la opinión de Dios que no nos corresponde administrar.

Todos los Matrimonios Religiosos son, además, Matrimonios Civiles, pero no todas las Uniones Civiles serán Religiosas.

Siempre existió, en el Régimen de Franco sí, la Separación Matrimonial e incluso el Divorcio para quien apostatáse de la fe. Pero esto, hoy en día, nadie lo considera ya como una solución deseable al problema y resulta insuficiente. Especialmente después de comprobar el rechazo incongruente y desagradecido a Franco y a Falange por parte de las altas jerarquías de la Iglesia.

La separación matrimonial provoca la misma destrucción de la unidad familiar que un divorcio y lo único que se "gana" con la separación es que los cónyuges no se vuelvan a casar

¿De verdad es misión del Estado que la gente solo se case una vez? No digo que sea bueno o malo sino que pregunto si esa es la misión del Estado.

Por otro lado la Iglesia nos dice que Dios da a los hombres la libertad de escoger su camino y detesta que sea impuesto por la fuerza como hacen los "autoritarismos" y las "dictaduras". Pero si el matrimonio indisoluble es obligatorio ¿donde queda la libertad de escoger el camino de Dios?

Lo cierto es que nuestros propios camaradas han impuesto el divorcio dentro de Falange mediante la realidad de los hechos consumados y es algo que debemos reconocer pero no fomentar.

Nuestra política seguirá siendo similar: Comprometiéndonos rotundamente a fomentar y facilitar la unidad familiar y esto puede conseguirse responsabilizándose el Estado de  la toma de medidas institucionales a todos los niveles. 

Lo que no puede el Estado es imponer por la fuerza la unidad familiar cuando ésta resulte detestable o contraproducente para los cónyugues e incluso para los hijos. 

La posición de la Iglesia es bien conocida:

Por si mismo, el divorcio civil, no es un obstáculo para recibir la comunión.

Por ser un acto civil, todo lo que hace, es lograr un acuerdo sobre los resultados civiles y legales del matrimonio (distribución de las propiedades, custodia de los hijos etc.) No obstante y entendida como una acción moral, la separación consciente o abandono de uno de los cónyuges, es un error grave. El Catecismo de la Iglesia aclara, siguiendo las Escrituras, que a Dios le desagradan los divorcios.

Catecismo 2382 : El Señor Jesús insiste en la intención original del Creador que quería un matrimonio indisoluble, y deroga la tolerancia que se había introducido en la ley antigua.

Entre bautizados católicos, "el matrimonio rato y consumado no puede ser disuelto por ningún poder humano ni por ninguna causa fuera de la muerte".

Falange Española Digital (Falange Futura) luchará contra el divorcio pero, por el momento, no lo debería hacer, en mi opinión, de manera frontal, sino mediante el sistema indirecto de favorecer la estabilidad de los matrimonios a través de  medidas sociales y sin desentenderse de los problemas de las familias.



Falange Futura y Divorcio.


Falange procurará la unión y estabilidad de las familias mediante las medidas constitucionales necesarias, aunque siendo conscientes que dependerán de un futuro Concordato o acuerdo con la Iglesia. Pero éste deberá ser aprobado por el pueblo español orgánicamente representado y, en consecuencia, sometido a referendum.

Proponemos, constitucionalmente, la creación de un Instituto para la Familia, cuya misión será recopilar y analizar los datos de las entrevistas con todas las familias separadas con el fin de estudiar las coincidencias, los síndromes post-traumáticos y la relación separación-suicidio, para llegar a conclusiones políticas basadas en datos contrastados y ofrecer a todas las parejas que deseen casarse un dossier de actitudes, incompatibilidades y situaciones que provocan el fracaso matrimonial. Así como las soluciones que dicho instituto aporta a cada una de estas situaciones.  Desde un punto de vista científico y sin entrometernos en los cursillos prematrimoniales de la Iglesia.

Este tipo de Institutos Nacionales ha realizado en el pasado una inmensa labor social.


Falange Futura (F.E.D.) y Aborto.


Al tema del Aborto y las manipulaciones genéticas no le dedicamos aquí demasiada extensión pues ya se ha dejado claro, en otras entradas, que F.E.D.-JONS está totalmente en contra de todo lo que pueda ocasionar una alteración en el desarrollo normal de la infancia. Su protección es lo primero y se llevaría a cabo mediante mandato constitucional o de las Leyes Fundamentales del Estado.

A diferencia de la separación matrimonial poner fin a una vida humana o impedir su desarrollo es un delito claro ante el que no valen opiniones.

La cuestión es ¿Puede alguien que haya abortado militar en Falange?

La respuesta es de cajón: Si están arrepentidos pueden redimirse luchando contra el aborto con nosotros, incluso aportando sus experiencias vitales. No se admitirán actitudes chulescas de abortistas recalcitrantes.


Laura abortó varias veces y explica la losa del síndrome post-aborto: tener un hijo la ha curado




Laura ha arrastrado un sufrimiento enorme tras haber abortado en varias ocasiones

El Ministerio de Sanidad acaba de publicar las cifras de abortos en 2017 en España. La cifra total ascendió a 94.123 y detrás de ellos hay numerosas mujeres con graves heridas que arrastrarán el resto de su vida si no reciben ayuda.

El Proyecto Mater, que lleva a cabo la Archidiócesis de Toledo, ayuda a mujeres embarazadas en dificultad, pero también a aquellas que han abortado y que sufren el síndrome post-aborto. Una de ellas es Laura, que cuenta su testimonio y el enorme sufrimiento que ha arrastrado tras abortar en varias ocasiones:

Testimonio de Laura:
Ponerme a escribir estas palabras es muy complicado para mí. Se trata de recordar algo que todavía no tengo superado. Yo, por desgracia, he ido a abortar varias veces. Siempre me llevaban los mismos motivos: miedo a la reacción de mi familia al tener un bebé con un chico que no les gustase o no estar casada con él, y mis pensamientos sobre que era muy joven y no podría salir adelante.

De esta forma, al verme incapaz de tener un bebé yo sola, decidía ir a abortar. Una de las veces, la que más recuerdo, era un embarazo de gemelos. Fui a Madrid con una amiga para que me lo hicieran gratis. Me sentía mal porque en el fondo no quería quitármelos y más sabiendo que eran dos, pero, una vez más, por miedo a que mi familia no aceptase el embarazo fui a abortar.

En ese momento el miedo y el pensar que era muy joven para ser madre, hicieron que tomara la decisión que tomé. A día de hoy pienso que ha sido una decisión muy mala porque por mi decisión acababan las vidas de mis bebés, los cuales no tenían la culpa de nada. Yo no soy quién para decidir quitar la vida a alguien, por eso lo único que espero es que algún día puedan perdonarme.

El aborto solo ha producido en mí sentimientos de dolor, tristeza, arrepentimiento por el daño que he hecho a mis propios hijos, quitarles la vida. Actualmente no pienso en el aborto como una opción, por eso cuando alguna chica se está planteando la posibilidad abortar yo sólo le puedo decir que piense mucho porque estará a punto de cometer un gran error imposible de borrar y del que se va a arrepentir toda su vida.

Yo, después de abortar a los gemelos, me volví a quedar embarazada… otra vez iba a actuar de la misma forma, pero esta vez mi madre cuando ya estaba entrando a la clínica me llamó por teléfono y me dijo que no lo hiciera que ya encontraríamos la ayuda necesaria para que mi hija y yo saliésemos adelante. Estas palabras bastaron para que me diese la vuelta.

Tuve una niña, la cual me ha cambiado la vida. Aún recuerdo la primera vez que la tuve en brazos, no paraba de llorar al verla. En ningún momento me he arrepentido de tenerla.

No sé si un aborto se puede superar o no, a mí me está llevando años reponerme. Todavía cuando veo gemelos me acuerdo de los que yo no dejé nacer o al mirar a mi hija pienso ¿por qué ella sí y sus hermanos no? Como decía antes, solo espero que esos niños me perdonen por lo que les he hecho.

ReL 31 diciembre 2018


F.E.D y la Enseñanza de la Religión.


El nacional-sindicalismo nunca ha sido un obstáculo para la enseñanza de la Religión sino más bien todo lo contrario.

Privar a los alumnos de ese conocimiento es equivalente a suprimir las matemáticas y la  física por el hecho de no querer ser matemático de profesión o por no creer en las fórmulas al contener una serie de números irracionales o "constantes", como el número "pi", el "e", el "aureo", que se admiten como dogmas sin conocer el motivo de su existencia.

La ciencia elabora sus dogmas como la Teoría de la Evolución según Darwin y nos obliga a creerlos como verdades incuestionables, durante unas décadas, porque ahora ni los cientificos creen en el Darwinismo. Éste se encuentra muy cuestionado a nivel químico-molecular, estadístico, e incluso genético en algunos casos, por una nueva teoría que armoniza Evolución y Creación y resulta mucho más convincente y definitiva: La Teoría de la Evolución del Diseño Inteligente.

Esta teoría  ha descubierto que los mecanismos evolutivos son más parecidos y comparables con los cambios que se producen, poco a poco, en productos diseñados por una inteligencia. Por ejemplo piénsese en la evolución del automóbil. Sin que por ello niegue el evolucionismo ni el darwinismo, que serían una parte de la realidad pero no la realidad total.


Cuando las cadenas masónicas de televisión nos explican la evolución del ser humano recurren continuamente a la teoría contraria, el Lamarckismo, para explicárnosla. ¡Y se quedan tan panchos y tan convencidos! Una "herejía" que suele pasar desapercibida al gran público.

Como cuando oímos que "A los seres humano se le están atrofiando los dedos de los piés de no usarlos" "Los seres humanos están evolucionando...adquiriendo mayor estatura". Pues bien esto es la mayor negación posible de la teoría de la evolución. El ser humano dejó de evolucionar desde que alcanzó un nivel elevado de civilización puesto que lo contrario implicaría que los que nacen con los dedos de los pies normales o son de estatura baja mueren sin reproducirse permitiendo que se extienda la mutación.


Muchos dogmas de la ciencia nacen con fecha de caducidad pero una virtud sigue siendo una virtud y un vicio sigue siendo un vicio igual que siempre.

Suprimir la enseñanza de la única religión revelada que, junto con el judaismo, dió origen a casi todas las demás que han sobrevivido, como la musulmana o las protestantes y que contiene coincidencias con las creencias orientales, además de constituir la razón de ser de todo el mundo occidental es, no solamente una mutilación cultural, sino además la negación del conocimiento y de las herramientas necesarias para la autosuperación personal, puesto que la ciencia, por sí sola, no es capaz de explicar completamente las motivaciones del comportamiento humano sino tan solo una parte de ellas.

La existencia de una fe necesaria para el desarrollo armónico del ser humano y de otras creencias perjudiciales para éste es lo que están empeñados en ocultar aquellos que, por ignorancia o malicia, se creen incapaces de un mínimo nivel de autoexigencia, de autocontrol en su comportamiento.

Fomentan en consecuencia el desconocimiento de todo aquello que no pueden alcanzar.

Y esto es, precisamente, lo que los espíritus degenerados que nos gobiernan desde las instituciones "democráticas" detestan: quedar en evidencia pública por lo poco que valen como seres humanos. Y es que el catolicismo posee unos conocimientos valiosísimos para el comprender la estructura de la personalidad, la verdadera psicología y el verdadero origen de los trastornos de la personalidad de los seres humanos y de los políticos del sistema. Vamos, que los políticos de la "Casta" son unos "pecadores impenitentes" y pretenden que nadie sea mejor que ellos mismos pues eso les hunde en la miseria.

Sobre la legitimidad del Catolicismo como asignatura debemos de reconocer las siguientes realidades:

- Las "religiones" basadas en la naturaleza pueden ser en cierto sentido "verdaderas" pero son negativas y un grandísimo peligro para el ser humano. La brujería siempre practicó el asesinato ritual y la distribución de venenos. Otra cosa son los herbolarios y el respeto a la naturaleza y la administración responsable de los bienes naturales como explica el Catecismo.
Característica negativa de estas "religiones" es el uso común y la divulgación de las drogas que les pone en contacto con el lado más negativo del mundo espiritual. Por no hablar de los adivinadores, hechiceros auténticos (¡peligro!) o farsantes. Caso aparte son las personas que han recibido un don o la habilidad de curar algunas dolencias.
La Religión Tradicional China, politeísta y sincretista, es una mezcla de otras religiones orientales pero se ha especializado mucho en la práctica de la brujería.
Constituye un peligro real divulgar estas creencias, sobre todo para los más jóvenes, puede ser incluso criminal.


- El Judaismo es tan solo una Profecía. Es una "religión" que profetiza la llegada de otra, o de una continuación que la completa, a través de la llegada de un Mesías. El Mesías de la religión Católica (Universal). Los judíos actuales son los que se niegan a aceptar esa continuidad.
La enseñanza del Catolicismo es la enseñanza de la fase final del Judaísmo.

- El Islam es un puzzle que recoge lo que le conviene de las religiones preexistentes, judaísmo y cristianismo con el fin de justificar el poder político de un sátrapa que, además, tenía el descaro de autodefinirse como gran pecador cuando le pillaron. Admite a Jesús como un gran profeta pero su finalidad inicial es Política.
El Islam es una falsa religión copiada de otras.

- La "religiones" Protestantes son tan solo una rebelión de los hombres contra la estructura de la religión original preexistente que se produce en un momento histórico de caída de ésta en el pecado. Esa es la teoría pero las razones de su consolidación están solamente en la Política. Y las de su divulgación en la minoración de las exigencias vitales de los fieles.
Sólo son versiones reducidas del original católico.

- Las "religiones" Masónicas como los mormones (Santos de los Últimos Días) o los Testigos de Jehová son una adaptación del protestantismo a las ideas de la masonería.
Otra variante Política del Cristianismo al servicio de intereses económicos particulares. Al igual que la masónica Iglesia de la Cienciología (Dianética) empeñada en que el ser humano proviene de unos extraterrestres concretos, pero sin explicar el origen de éstos. Al parecer dichos "marcianos" unidos a mucha psicología y conocimientos orientales proporcionan grandes dividendos (En septiembre de 1950, la American Psychological Association hizo un llamamiento advirtiendo a los psicólogos clínicos sobre la falta de validez científica de la terapia propuesta por Hubbard).
Enseñarlas en profundidad sería como predicar una estafa.
(Por otro lado el ku klux klan es una secta masónica creada por la masonería sureña pero no tiene nada que ver con ninguna religión).

- Las religiones orientales como el Budismo son más bien una serie de normas de comportamiento y un conocimiento que no afirma ni niega nada. Así nunca se equivocan. Es una doctrina filosófica no teista. Buscan su unión con el mundo natural que les ayuda a conseguir el autocontrol sobre sí mismos, pero es para lo único que sirve. Últimamente se ha descubierto que los Lamas budistas adoran a personas que padecen posesiones diabólicas que las hacen muy desdichadas.
El Budismo NO es una religión y esto debe quedar muy claro. Por lo tanto solo puede enseñarse como filosofía al igual que el Taoismo y el Cofucionismo. El culto a los antepasados tiene una gran importancia en ellas lo que las hace peligrosas. Implica la creencia de que las almas de los difuntos pueden beneficiar o castigar a sus descendientes. Su evolución posterior lo convirtió en un rito cívico simbólico. Sin embargo, ni Confucio ni Mencio hablaban de culto a los antepasados.

- El Hinduismo admite numerosas variantes, una de ellas adora a un Dios que es como Jesús e incluso puede creer en un Dios trinitario pero indefinido y puede contener bastantes similitudes con el Dios creador Judeo-Cristiano pero sin relación de comunicación con el ser humano y admitiendo todo como válido. Adora también a una de las más puras representaciones del mal y, encima, se basa en una creencia que repugna a cualquier persona sensible pero consciente de realidad de la naturaleza: la reencarnación en seres inferiores privados de capacidades intelectuales. Sirve, además, para mantener el sistema social más injusto de este mundo, el sistema de Castas.
Enseñar esta "religión" en profundidad es imposible para la lógica porque no concreta nada sobre Dios y sus consecuencias son una abominación.

- La religión de Japón no es un concepto definido, pues los japoneses no creen en una religión en particular. En cambio incorporan los rasgos de muchas religiones en sus vidas diarias en un proceso conocido como Sincretismo.
No es factible su enseñanza como religión.

La única Religión verdadera, con los posibles defectos humanos de quienes la componen,  es la Católica o Universal.

Lo expuesto no implica la obligación de aceptar la "ideología de centro", propia de un sistema capitalista con unos centros de enseñanza privilegiados para ricos y otros humildes y estatales para los hijos de los trabajadores. Esto es una aberración que habrá de corregirse.

Otra cosa aparte sería una adaptación del "cheque escolar" que permita escoger centro dentro de un sistema de enseñanza más igualitario


La Religión en la Falange de José Antonio.

 
Hay unos puntos claves en la doctrina de José Antonio que nos ayudan a perfilar su personalidad religiosa. En muchos de ellos se ve una línea clara, en la que, sin duda, influyó su misma formación; en otros se observa como una incomodidad de pieza que no acaba de encajar en unos moldes preparados.

Es conveniente recordar que la actividad de José Antonio se desarrolló a lo largo de quince años, poco más o menos, y que la fecha tope fue el 20 de noviembre de 1936. Si olvidamos
esto, podemos tergiversar su pensamiento; no podemos juzgarle con lo que más tarde deparen los tiempos en materia doctrinal.
Nos encontramos con un hombre que se definió a sí mismo «católico convencido», como veíamos ya, y con una doctrina de la Iglesia que tiene también unos órganos de interpretación.

Veamos, si podemos hacer nuestra la afirmación citada del doctor Gandásegui en La oración fúnebre:

 «José Antonio L..] hijo [..] dócil, bueno, ferviente, amorosamente rendido a la
Santa Madre la Iglesia Católica».

Su postura ante la Iglesia.

Punto focal de su doctrina religiosa fue el de las relaciones Iglesia-Estado. Gabriel Jackson dice llanamente:
«(José Antonio Primo de Rivera) era partidario también de la separación de la Iglesia y del Estado». 
Veremos en primer lugar qué enseñaba la Iglesia al respecto, para analizar posteriormente la enseñanza de José Antonio.
La completa separación entre la Iglesia y el Estado había sido condenada por todos los Papas, desde Pío IX a Pío XI. Figuraba con el número 55 entre los errores del Syllabus.
León XIII repitió la misma condena en la mayoría de las ocasiones en que habló de las relaciones entre la Iglesia y el Estado: en la encíclica Cum multa del 8 de diciembre de 1882, Humanum genus, del 20 de abril de 1884, Inmortale Dei, del 1 de noviembre de 1885, Libertas praestantissimum, del 20 de junio de 1888, A u milieu des sollicitudes, del 16 de febrero de 1892.
Pío X incidirá en la doctrina de su antecesor en la encíclica Vehementer nos, del 11 de febrero de 1906.

Pío XI lo hizo en diversas ocasiones, pero nos referiremos, por ir dirigida a España, a la encíclica Dilectissima nobis, del 3 de junio de 1933.

Citamos expresamente dos de los textos aludidos, para poder ver además qué se entendía por separación entre la Iglesia y el Estado.

León XIII escribía en la Libertas praestantissimum: 
«Muchos pretenden la separación total y absoluta entre la Iglesia y el Estado de tal forma que todo el ordenamiento jurídico, las instituciones, las costumbres, las leyes, los cargos del Estado, la educación de la juventud, queden al margen de la Iglesia. Como si ésta no existiera. Conceden, todo lo más, a los ciudadanos la facultad, si quieren, de ejercitar la religión en privado. Contra estos liberales mantienen su vigor los argumentos con que hemos rechazado la teoría de la separación entre la Iglesia y el Estado, con el agravante de que es un completo absurdo que la Iglesia sea respetada por el ciudadano y al mismo tiempo despreciada por el Estado». 
 
El 15 de octubre de 1931 las Cortes de la Segunda República Española, aprobaron, por 175 votos contra 59, la ley referente a las Confesiones y Asociaciones.

El Papa Pío XI envió la encíclica citada, en que se lee:

«Hemos visto con amargura de corazón que en ella, ya desde el principio, se declara abiertamente que el Estado no tiene religión oficial, reafirmando así aquella separación del Estado y de la Iglesia que, desgraciadamente, había sido sancionada en la nueva Constitución.  No nos detenemos ahora a repetir aquí cuán gravísimo error sea afirmar que es lícita y buena la separación en sí misma, especialmente en una nación que es católica en casi su totalidad. Para quien la penetra a fondo, la separación no es más que una funesta consecuencia (...) del laicismo, o sea, de la apostasía de la sociedad moderna, que pretende alejarse de Dios y de la Iglesia».
Pio XI, Dilectissima nobis, Doctrina Pontificia. 

El Papa expone brevemente los daños que se siguen de tal separación: se atenta a la juventud que se pretende educar sin religión, se profana los derechos sagrados de la familia y se ataca a la misma autoridad civil, que a la larga no es acatada ni respetada. En nombre de la ley y de la libertad que invoca la misma se infiere un ataque únicamente a la religión católica, que es vigilada y limitada en la enseñanza y en el ejercicio del culto.
La Iglesia no sólo condenaba los regímenes que abogaban por la separación, sino que además, sobre los católicos que favoreciesen dicha separación, pesaba una condenación expresa:
«Los católicos, por consiguiente, nunca se guardarán bastante de admitir y promover tal separación. [.. .] 
Pero en Francia [ .. .l la Iglesia no debe quedar situada en la precaria situación que tiene a la fuerza en otros pueblos. Menos todavía pueden los católicos favorecer esta separación, desde el momento en que conocen perfectamente los propósitos que abrigan los adversarios, defensores de la separación».

León XIII, Au milieu des sollicitudes, Doctrina Pontificia.

Esta doctrina pontificia fue muy repetida por los obispos de las distintas naciones. Para el caso de España contamos con la pastoral Horas graves, escrita por el doctor Gomá el 12 de julio de 1933, a los pocos días de tomar posesión de la sede primada de Toledo.

Tenemos, por tanto, dos ideas fundamentales en el Magisterio ordinario de la Iglesia: la condena de la separación entre la Iglesia y el Estado, y la condena de todo católico que favoreciese dicha separación.

José Antonio habló ciertamente de separación entre ambas potestades.
En el mitin del teatro de la Comedia, del 29 de octubre de 1933, durante el acto fundacional de la Falange, aludía ya al problema.

«Queremos que el espíritu religioso, clave de los mejores arcos de nuestra historia, sea respetado y amparado como merece, sin que por eso el Estado se inmiscuya en funciones que no le son propias ni comparta -como lo hacía, tal vez por otros intereses que los de la verdadera religión- funciones que sí le corresponden realizar por sí mismo».

En los Puntos Iniciales de Falange Española aparecidos en el primer número de F.E., del 7 de diciembre de 1933, se dedicaba el apartado 8 a lo espiritual. La idea de separación entre la Iglesia y el Estado volvía a insinuarse, pues, afirmado el catolicismo como fundamento de la reconstrucción de

España, se explicaba así el papel de la Iglesia:

«Tampoco quiere decir que el Estado vaya a asumir directamente funciones religiosas que corresponden a la Iglesia. 
Ni menos que vaya a tolerar intromisiones o maquinaciones de la Iglesia con daño posible para la dignidad del Estado o para la integridad nacional».

En octubre de 1934, tuvo lugar en Madrid el Primer Consejo Nacional de Falange Española de las JONS (la fusión de Falange y. JONS se había realizado el 13 de febrero de ese mismo año). De dicho Consejo salieron los 27 Puntos programáticos. En ellos se hablaba de la separación de la Iglesia y el Estado, si bien incorporando el sentido católico a la «reconstrucción nacional».

La norma programática de la Falange, redactada en noviembre de 1934 y firmada por José Antonio, decía en el punto 25:

«Nuestro Movimiento incorpora el sentido católico-de gloriosa tradición y predominante en España- a la reconstrucción nacional.
La Iglesia y el Estado concordarán sus facultades respectivas, sin que se admita intromisión o actividad alguna que menoscabe la dignidad del Estado o la integridad nacional»
.

Este era el programa religioso que José Antonio propugnaba. Pero ¿caía dentro de la condena de la Iglesia la separación que él proponía? ¿Podía un católico verse libre de dicha condena, no sólo «favoreciendo», sino programando él dicha separación? Ambas preguntas son de difícil respuesta.

Desde luego, no hubo nunca una condena explícita del Movimiento puesto en marcha por José Antonio, cuando sí fueron condenados otros programas políticos, como Action Francaise por la encíclica Nous avons tu, de Pío XI, del 5 de septiembre de 1926, o el mismo Fascismo italiano, en cuanto se oponía a la doctrina y a la moral cristiana -no el régimen fascista en sí-, por la encíclica Non abbiamo bisogno, que el mismo Pontífice firmaba el 29 de junio de 1931.

Quizá Falange Española de las JONS proponía una separación especial, que convendrá analizar más a fondo.

Según Francisco Bravo, autor del borrador del programa:

«El punto 25 fue el que más hizo pensar a José Antonio en cuanto a su redacción. Integraban Falange hombres de todas las tendencias y orígenes. Muchos de su vieja guardia eran agnósticos o indiferentes en materia religiosa. Otros, en cambio, profundamente católicos. 

Era necesario reconocer la espiritualidad y el valor histórico del catolicismo español, incorporándolo a la reconstrucción nacional, dejando a salvo el totalitarismo estatal del Movimiento y sus aspiraciones a que la función del Estado se desenvolviese con plenitud de autoridad»
.

Pudo ser ésta la razón, o pudo ser otra más profunda. Lo cierto es que José Antonio proponía una separación con matices especiales.

En los textos aducidos hay un reconocimiento de la Iglesia y de su propia misión. Los Romanos Pontífices hablaban de esa separación que lleva a «prescindir de la Iglesia», o al menos «a separar por completo la política de la religión». E incluso en la Dilectissíma no bis, Pío XI explicaba la separación de la Iglesia y del Estado.

José Antonio, no sólo reconocía a la Iglesia, sino que a escala de sociedad la colocaba en un nivel por lo menos de igualdad ante el Estado, necesario para poder concordar con ella. En los Puntos Iniciales de la Falange se leía:

«Quiere decir que el Estado nuevo se inspirará en el espíritu religioso católico tradicional de España y concordará con la Iglesia las consideraciones y el amparo que le son debidos».

El 24 de junio de 1934 José Antonio aseguraba:

«Nosotros haremos un Concordato con Roma en el que se reconozca toda la importancia del espíritu católico de la mayoría de nuestro pueblo, delimitando facultades».

y en el verano del mismo año en que se reunió con representantes del Bloque Nacional y de Renovación Española, firmando un acuerdo, conocido con el nombre de Los diez puntos de El Escorial, se fijó en el punto octavo:

«Ante la realidad histórica de que el régimen religioso y el sentido de la catolicidad son elementos sustantivos de la formación de la nacionalidad española, el Estado incorpora a sus filas el amparo a la religión católica, mediante pactos previamente concordados con la Iglesia».

En el pensamiento de José Antonio había, por tanto, una idea clara: cimentar la reconstrucción de España sobre el fundamento de la fe católica, desterrada por la Constitución de la Segunda República.

Qué entendía por «sentido de la catolicidad» pueden explicarlo unas palabras de don Fermín Yzurdiaga, aparecidas en Arriba España el 6 de enero de 1937:

«A nuestro juicio abarca dos puntos: uno doctrinal y otro práctico.

El primero consiste en la sumisión al dogma y reconocimiento de la personalidad jurídica de la Iglesia con carácter de sociedad perfecta, cuyas potestades no las recibió del Estado, sino directamente de Jesucristo.

El segundo comprende lo que pudiéramos llamar la puesta en marcha de la doctrina. La recristianización de la sociedad según la norma evangélica, reivindicando el verdadero sentido del catolicismo y desenmascarando a los hipócritas que la desprestigian.

El sentido pagano en el culto a la patria y de subordinamiento a la raza, a la fuerza, etc., que se advierte en algunos movimientos extranjeros de tipo análogo, se sustituye en el nuestro por una fuerte dosis de espiritualismo, muy de acuerdo con nuestra tradición. Esta es la mística del nuevo orden que forjamos".


José Antonio hablaba de garantías para el ejercicio del culto, mientras Pío XI se refería en la Dilectissima nobis a las trabas que, en nombre de la libertad, ponía la Segunda República. El 24 de junio de 1934 José Antonio afirmaba:

«El culto será respetado y protegido».

Y sobre la enseñanza religiosa, punto casi vedado en la constitución republicana, José Antonio pedía a los maestros nacionales, a través de hojas volanderas que circularon en agosto de 1935:

«Ayudadnos a salvar a España. (...) Alejad del espíritu de los niños todo sentimiento de egoísmo individual y de clase; enseñadles a creer en Dios».

En la concepción que tenía de la Iglesia no cabía mezclar la religión con la política, ni se mostraba dispuesto a ceder en este terreno, que podemos considerar como clave para explicar muchas de sus afirmaciones. Esto le llevó, en sus años universitarios, a oponerse a la creación de una asociación de estudiantes católicos dentro de la Universidad. Los demás estudiantes, también católicos, al oponerse a ellos, serían llamados «contracatólicos».

Siempre fue contrario a la política de los partidos que monopolizaban -políticamente- el catolicismo. Porque:

"Los católicos de fe robusta, sabedores de que la Iglesia no impone una determinada profesión política, se irritaban contra aquella incesante involucración de los titulares de la fe".


Para el universitario José Antonio las asociaciones estudiantiles debían tener un específico propósito de estudio; lo demás dividía.

Sin embargo,

«Se creó la Asociación Oficial de Estudiantes, en la que pronto surgieron discrepancias. Siempre ha habido y habrá en España gentes católicas que no se consideran tales si no adjetivan de católicas todas sus actividades -incluso aquellas que nada tienen que ver con las ideas religiosas- o Necesitan, aun dentro de un Estado, oficial y exclusivamente católico, calificar de tal su actuación, y si son estudiantes han de ser católicos. Y si obreros, católicos. Y si médicos, católicos. Y si sacerdotes, católicos: No basta la conducta, la devoción, la conciencia. Hay que llevarlo en la tarjeta, en la solapa, en la badana del sombrero. ( ... ) Entre los estudiantes, "un grupo de buena fe y de recto propósito -en alianza con gentes de quienes no podemos opinar tan generosamente- sostuvo la tesis de crear, al margen o dentro de la asociación, otra con carácter y definición católica, -dice Serrano Súñer-. José Antonio se opuso con toda energía a aquella peligrosa disgregación. [...] José Antonio -para quien siempre fue una preocupación la de separar al cristianismo de lo puramente eclesiástico
como diría Zweig de Erasmo- se opuso a ello, empleando ante los estudiantes disidentes por católicos [...] y sus inspiradores políticos, lo que Serrano Súñer denomina acertadamente el lujo de su dialéctica impecable Perfil Estado llama y admite a todos los estudiantes a la Universidad. Nosotros no tenemos la culpa de que se nos exija, por ejemplo, una confesión religiosa para gozar de la enseñanza. Por tanto, no planteen ustedes un problema que el Estado no plantea. Hagan ustedes asociaciones para fomentar la piedad entre los jóvenes, pero no las hagan para participar en la Universidad profesionalmente, que es para lo que el Estado nos convoca. No invadan ustedes la órbita del Estado. Y en último término: si ustedes crean una entidad estudiantil con carácter de católica al margen de la del Estado y siendo presumible que la del Estado conservaría a algunos estudiantes, es indudable que estos estudiantes aparecerán como menos católicos por el solo hecho de interpretar mejor las leyes, y que si su asociación lucha contra la de ellos -es imposible que la de ellos empiece- para estar totalmente en contra de la suya a definirse como contraria a su definición; es decir, a ser contracatólica.».

Es conocido, por otra parte, el interés de los Romanos Pontífices, a partir de León XIII, por asegurar que las democracias cristianas estuvieran «convenientemente controladas por los obispos».

De esta forma, cuando la Iglesia perdió el poder político en el último tercio del siglo XIX seguía actuando en el quehacer político de los pueblos.

En España, "Uno de esos nuevos dirigentes conservadores era don Angel Herrera, director del influyente diario financiado por los jesuitas El Debate y jefe de la Acción Católica.

[...] Creía que la Iglesia y sus miembros tenían que someterse al Gobierno existente, mientras éste no les privase de las libertades necesarias. Considerando a la Monarquía como una vía muerta para España, trató de movilizar las fuerzas del catolicismo español hacia un movimiento político pragmático, orientado en un sentido parlamentario, vinculado a los intereses de la Iglesia, pero respetuoso con el Régimen republicano".

Cuando triunfó la CEDA en 1933, el semanario falangista F.E., en un artículo titulado Han triunfado las derechas, pronosticaba su futura actuación. Entre los puntos del programa se decía:

«Reanudación de las relaciones con el Vaticano. Se habla ya del que será favorecido con el cargo: es don Felipe Rodés, republicano de siempre, ex ministro de la Monarquía, tocado en este momento de catolicismo. El señor Rodés es abogado de algunas órdenes religiosas». 
Joaquín Arrarás recuerda que la aproximación de Acción Popular a la República era tal que producía las opiniones más dispares:
«Los personajes más conspicuos de la CEDA, justificaban la táctica del partido. No era improvisada ni caprichosa, sino muy estudiada y con altas aprobaciones de Roma, donde se había pesado minuciosamente el pro y el contra. En efecto, el litigio entre posibilistas e intransigentes se dirimía en la capital italiana con tanta intensidad como en España. Como defensores eminentes de la primera posición figuraban monseñor Tedeschini, nuncio de Su Santidad en Madrid; el cardenal de Tarragona, doctor Vidal y Barraquer; don Angel Herrera, y el prosecretario monseñor Pizzardo. En el otro lado estaban el cardenal Segura y el arzobispo de Toledo, alarmados por lo que estimaban excesivas concesiones en materia doctrinal, que no admitía claudicaciones». 
J. Arraras: Historia de la Segunda República.

José Antonio encontró dentro de los que se llamaban «católicos» esta clericalización de los asuntos temporales. El sabía, lo que recordaría poco después E. Gilson, que si el laicismo había llevado a la separación de la Iglesia y el Estado, mucho peor enemigo podía resultar. el clericalismo.

«Pues el clericalismo no es tampoco la religión ni la Iglesia, y menos aún, el dogma católico: es al contrario una de las peores concepciones que les amenazan; la utilización del orden espiritual con vistas a fines temporales, la explotación del orden temporal bajo la capa de la religión". 
J. Becarud: Cruz y Raya nº 88 de Cuadernos Tauros.

y ya en el mitin del teatro de la Comedia afirmó:

«Queremos menos palabrería liberal y más respeto a la libertad profunda del hombre». 
En los Puntos Iniciales de la Falange aclaraba aún más:
«La interpretación católica de la vida es, en primer lugar, la verdadera; pero es, además, históricamente, la española».
A continuación, después de delimitar los campos de la política y de la religión, completaría su postura en los puntos programáticos de octubre de 1934.

«El punto 25, que se refería a la Iglesia, levantó una tormenta de discusiones. En la declaración se afirmaba únicamente que no se permitiría la interferencia de la Iglesia en asuntos seculares; al mismo tiempo que se declaraba explícitamente que la Falange era profundamente católica y totalmente respetuosa para con los fines religiosos de la Iglesia».
S. Payne, Falange.

José Antonio señalaba la necesidad de la separación para zanjar la mezcla de política y religión, pero una separación concordada y de mutua colaboración entre la Iglesia y el Estado. En Arriba apareció en abril de 1935 un artículo titulado Esquema de una politica de aldea en que se hablaba
de esa colaboración.
«Y allí se empezará por algo que no nos compete del todo a nosotros, al Estado, pero también por algo que el Estado debe regular en su libertad y ayudar en su dignidad y esplendor. En realidad se empezará por la ayuda de Dios, por la organización del mundo moral, por la elevación del orden religioso. Es necesario que el centro espiritual de la aldea sea la parroquia, como órgano supremo de su moralidad. Defenderemos las parroquias de aldea con más tesón que las Universidades. No nos gusta hablar de estas cosas por dos razones: 
1ª Porque exceden en su totalidad a la tarea del Estado. 
2ª Porque jamás queremos hacer de ellas una bandería de enganche electoral. Pero alguna vez es
necesario. Nuestro Estado había de colaborar con la Iglesia, ofreciéndoles cuantos medios temporales y legales estén a nuestro alcance para el robustecimiento de las parroquias campesinas (y de las no campesinas también), para la recta formación del clero, para el vigor de la jerarquía episcopal. Nada como la libertad y fortaleza de la Iglesia, en la esfera que le es propia, evita su mezcla deplorable con la política. En la aldea, en torno a la parroquia robustecida, podrían funcionar con regularidad y sin mezclarse jamás con la política todas aquellas obras sociales católicas, que tanto pueden hacer por elevar al mundo campesino y devolverle sus mejores tradiciones». 
Defendió, públicamente incluso, los derechos de la Iglesia. Como ejemplo quedó su actuación en el Parlamento la noche del 13 de noviembre de 1934, mientras se debatía el proyecto de la Ley de Asociaciones. José Antonio se oponía a él porque

«Será absolutamente inicuo, será absolutamente peligroso y no tendrá ninguna salida». 
No quiso servirse de la Iglesia.
«No era, pues, un católico profesional, de esos que han sido recientemente aludidos por un cardenal insigne, Ottaviani, que se sirven del catolicismo y lo utilizan para sus asuntos y conveniencias personales, políticas, económicas, et sic de quan plurimus». 
Serrano Suñer: Semblanza.

Tuvo gran respeto por la Iglesia e inspiró a su alrededor la misma actitud. Este tema fue el de no menos importancia en sus relaciones con Ramiro Ledesma. Aunque en el Manifiesto de las JONS, anterior a la fusión de éstas con Falange, se leía «máximo respeto para la tradición religiosa de nuestra raza»

Ramiro Ledesma Ramos fue siempre lo más opuesto a un clerical. Para él el Estado tenia que ser más fuerte que la Iglesia católica.
«¡Nada encima del Estado! Por lo tanto, ni siquiera la Iglesia por muy Católica y Romana que sea» 

escribía en La Conquista del Estado, del 16 de mayo de 19311.
Es explicable que con expresiones así, Ledesma chocara con José Antonio, cuyo movimiento propugnaba una postura diferente.
«Solamente su actitud para con la Iglesia diferencia a la Falange del fascismo de Mussolini: un falangista, aunque sea ateo, respeta a la Iglesia católica como ideal histórico de España».

Broue/Temime, La Révolution et la Guerre dÉspagne.
A Ledesma Ramos le arrojó de la Falange su hostilidad a la Iglesia, entre otras cosas. Mientras que José Antonio tuvo siempre hacia ella una postura correcta y enérgica.
¿Eran ortodoxas la actitud y la doctrina de José Antonio?
Se ve que la separación propuesta por él es muy distinta de la que condenan los documentos pontificios.

Frente al desconocimiento de la Iglesia por parte del Estado que éstos aducen, José Antonio habla de concordato;

frente a la persecución, se arbitra una serie de colaboraciones, de ayudas y de respeto.

José Antonio rechazó toda clase de confusionismo religioso-político; pero también había sido ese el tema latente en toda la Inmortale Dei, de León XIII.

En la Dilectissima no bis, Pío XI condenaba una legislación que atentaba contra los derechos de la Iglesia y de los mismos ciudadanos al dificultar la enseñanza religiosa y permitir el divorcio. José
Antonio, como veremos enseguida, se opuso a tal legislación con su programa de «separación».

España y Catolicismo.

 

Si las relaciones de la Iglesia y del Estado preocuparon seriamente a José Antonio, como acabamos de ver, fue quizá la ruptura de dos realidades históricamente unidas, catolicismo y España, lo que más le exasperó.

El catolicismo había acompañado el quehacer político de los españoles a lo largo de muchos siglos, y ahora se arrancaba de la Constitución misma. Pública fue la afirmación de Azaña:

«España ha dejado de ser católica», 

en el debate parlamentario de 13 de octubre de 1931.
José Antonio tenía ideas propias al respecto, pero, antes de entrar en su estudio, conviene recordar que fue el tema religioso uno de los que hizo encallar la marcha del Régimen republicano español, instaurado pacíficamente el 14 de abril de 1931. Quizá la razón haya que buscarla, como dice Angel
Ganivet, en la ruptura de la tradición misma llevada a cabo por la Segunda República.

«Cuanto en España se construya con carácter nacional, debe estar sustentado sobre los sillares de la tradición. Eso es lo lógico yeso es lo noble, pues habiéndose arruinado en la defensa del catolicismo, no cabría mayor afrenta que ser traidores con nuestros padres, y añadir a la tristeza de un vencimiento, acaso transitorio, la humillación de sometemos a la influencia de las ideas de nuestros vencedores». 
Antonio Ramos-Oliveira interpreta dicho texto de la forma siguiente:

«Ganivet cree que España se halla fundida con su ideal religioso y que quienes se empeñen en desea tolizarla pierden el tiempo».
y afirma a continuación que se ha desenfocado el tema religioso al convertirlo en el problema fundamental de la Segunda República Española. Realmente dice que «el liberalismo español» perdió «la batalla con la Iglesia católica en el terreno político», aun después de siglo y medio de anticlericalismo. Pero la razón no hay que buscarla en el sentimiento religioso del pueblo español que al sentirse herido se levantó para defender su religión, sino en la oligarquía «pedestal» en que se apoyaba la Iglesia, reacia a hacer una revolución social.

No obstante, Ramos-Oliveira admite que el mal enfoque que el Gobierno republicano dio a la cuestión religiosa aceleró su ruina. Cita unas palabras de Azaña, en las que el líder republicano se preguntaba y respondía de la manera siguiente:
«Cada vez que repaso los anales del parlamento constituyente y quiero discernir dónde se jugó el porvenir de la política republicana y dónde se atravesó la cuestión capital que ha servido para torcer el rumbo de la política, mi pensamiento y mi memoria van, inexorablemente, a la ley de Congregaciones religiosas, al articulo 26 de la Constitución, a la política laica, a la neutralidad de la escuela ... ». 
Después añade el mismo Rarnos-Oliveira:
«El principal yerro estaba, a mi entender, en la solución unilateral dada por la República al problema religioso.

(...) La idea de negociar con Roma no tenía apenas partidarios en 1931. (...) Tres años más tarde, un tal Pita Romero se acercaba al Vaticano, humillando a la República y a España, en solicitud de un compromiso.  
(...) La República Española, iba al fin a Canosa. Pero a la Santa Sede no le urgía ya (...) el Concordato».
Vemos que, en definitiva, reconoce también la importancia del problema religioso en el fracaso republicano. En la misma apreciación coinciden J. Vicens Vives y C. Seco Serrano.

Del primero son estas palabras:
«En aras de un anticlericalismo decimonónico, superado en el occidente de Europa, se dictaron una serie demedidas (expulsión de los jesuitas, substitución de la enseñanza religiosa, control de los bienes eclesiásticos, etcétera) que sólo exacerbaron los ánimos, sin buscar una solución real a los problemas planteados».
Vicens Vives afirma que la política anticlerical hirió «los sentimientos de convencidos republicanos y del neutralismo burgués que había votado contra la Monarquía en abril de 1931».

El extremismo del primer bienio en el tema religioso puso el Gobierno en manos de la CEDA en 1933.

Y C. Seco Serrano insiste en cómo en 1936 se había colmado el ataque del anticlericalismo.

«Salvo en el País Vasco, en el resto de la zona republicana, el radicalismo anticlerical, que apuntara en 1931, deriva hacia una persecución sistemática del sentimiento religioso; los templos se ven arrasadados, y millares de sacerdotes y profesos de ambos sexos sufren el martirio.
Que durante meses y aun años -escribe Madariaga- bastase el hecho de ser sacerdote para merecer la pena de muerte [ . ..l, es un hecho plenamente confirmado». 
Las relaciones concordadas entre España y el Vaticano quedaron rotas de hecho durante el Gobierno republicano.
"En la práctica, el Concordato de 1851 dejó de tener validez: el programa de acción antirreligiosa se manifestó primero en la quema de iglesias de mayo de 1931, y se concretó luego en la célebre frase "España ha dejado de ser católica".
Porque apenas instaurado el Régimen,
«La política laicista se concretó inmediatamente en un programa de cinco puntos: separación de la Iglesia y el Estado, abatimiento de las órdenes religiosas, laicismo en la enseñanza, secularización de los cementerios y matrimonio civil y divorcio». 
La Segunda República se esforzó en desmantelar a la Iglesia, porque era uno de los pilares de la España antigua que quería destruir.
José Antonio veía esta realidad: una patria rota por motivos religiosos, a la vez que una España débil; y al volverse a la Historia para ver cómo había sido la España grande, la encontró apoyada en la religión católica. Pero, además, él era católico convencido de la necesidad de la religión católica. Y hombre de creencias y de realidades, hablará de la necesidad de que España se reencuentre a sí misma precisamente apoyada en la religión. Mientras que los que programaban la reconstrucción de España, querían hacerla prescindiendo de la religión, a lo largo de la actividad política de José Antonio, veremos cómo se expresaba al respecto, qué pensaba de la religión y de su necesidad a la hora de hablar de España.
En la campaña electoral de 1933 decía en Cádiz el 12 de noviembre:

«España, según nos dicen, ya no es católica. España es laica. Eso es mentira. No existe lo laico. Frente al problema dramático y profundo de todos los hombres, ante los misterios eternos no se nos puede contestar con evasivas. Contesta esas preguntas la voz de Dios, o contesta la voz satánica del antidiós, aunque sea disfrazada de la sonrisa hipócrita de don Fernando de los Ríos». 
Y el dia 17 del mismo mes recordaba en Jerez de la Frontera:
«Según ellos [los gobernantes del primer bienio], ya no es católico-ningún español y España ha dejado de ser creyente, y, por tanto, si España no fuese católica tendría que ser satánica; porque no puede hablarse de pueblos laicos». 
Pocos días más tarde fundaría la Falange, y a primeros de diciembre aparecían los Puntos Iniciales de su programa. El capítulo octavo lo ocupaba:
«VIII. Lo espiritual.
Lo espiritual ha sido y es el resorte decisivo en la vida de los hombres y de los pueblos.
Aspecto preeminente de lo espiritual es el religiso.
Ningún hombre puede dejar de formularse las eternas preguntas sobre la vida y la muerte, sobre la creación y el más allá.
A esas preguntas no se puede contestar con evasivas: hay que contestar con la afirmación o con la negación.
España contestó siempre con la afirmación católica.
La interpretación católica de la vida es, en primer lugar, la verdadera: pero es además, históricamente, la española.
Por su sentido de catolicidad, de universalidad, ganó España al mar y a la barbarie continentes desconocidos. Los ganó para incorporar a quienes los habitaban a una empresa universal de salvación.
Así, pues, toda reconstrucción de España ha de tener un sentido católico».

A lo largo de 1934 insistió en la necesidad del catolicismo para que España fuera lo que tenía que ser. En febrero apareció un artículo en F .E., en el que, comparando la actitud de algunos de sus enemigos personales, que queriendo convencerse de que él no existía, le dedicaban un «frío silencio», escribía:
«Existen, casi siempre, las cosas de las que precisamente se dice que no existen con reiteración sospechosa. [ .. .l El que dijo que España había dejado de ser católica promovió, inmediatamente, la evidencia del catolicismo español».
En el número 11 de F.E. volvía a escribir el19 de abril que las características espirituales del resurgimiento español debían ser las mismas que hicieron a España la «señora del mundo».

Y en el número siguiente hablaba así del siglo XIX, bajo el título La España que deshace:

«El siglo del liberalismo, y del socialismo, y del futurismo, y del egoísmo; pero con la ausencia de los dos únicos ismos verdaderos: el cristianismo de Jesús y el españolismode todos nosotros».

José Antonio creyó posible también el que el pueblo español, herido en sus sentimientos religiosos, se levantase en armas, pues
«Los españoles reaccionan siempre por estímulos espirituales, no por necesidades materiales». 
El 4 de marzo de 1936 lanzaba desde la Cárcel Modelo de Madrid el manifiesto a la Falange ya España entera.
«Como anunció la Falange antes de las elecciones, la lucha ya no está planteada entre derechas e izquierdas turnantes. (...)  Hoy están frente a frente dos concepciones TOTALES del mundo; cualquiera que venza interrumpirá definitivamente el turno acostumbrado; o vence la concepción espiritual, occidental, cristiana, española de la existencia con cuanto supone de servicio
y sacrificio, pero con todo lo que concede de dignidad individual y de decoro patrio, o vence la concepción materialista, rusa, de la existencia».
José Antonio quería que España se encontrase a sí misma, y no entendía una España sin la religión católica, pues el catolicismo se encontraba en la esencia misma de España.

Aducimos el testimonio de unos intérpretes cualificados de la Falange.

Don Fermín Yzurdiaga se sintió atraído, precisamente, por el sentido católico que imprimía. José Antonio a la Falange, y se alistó en ella para seguir apoyando y potenciando dicho catolicismo.

Federico Urrutia, entre las cuatro razones supremas que justifican, según él, la catolicidad de la Falange, apunta:
«La segunda, el ansia de que España se encuentre totalmente a sí misma en su misión evangélica y en su destino cristianizador. 
La tercera, la intransigencia dogmática y ortodoxa de los postulados que nos legó José Antonio».

Y el mismo autor habla del esfuerzo de la Falange por resucitar el alma católica de España, ya que su historia señala quizá el más alto grado de esfuerzo al servicio de Dios.

Afirma también que la lucha contra la religión se acentuó el 31 de abril de 1931.

«Para convertirnos en una masa de borregos a su servicio, el mismo truco de siempre; descatolizarnos. (...) Los truhanes de la picaresca internacional sabían bien que así como España cumple la misión que conduce a su grandeza sólo del brazo de la Iglesia, y por la razón superior de Dios, se convierte en un pueblo indigno (...) en cuanto se aparta de este concepto.. que es el nervio de nuestra alma: Cristiandad».
Concluimos este apartado con la explicación de Juan Beneyto Pérez acerca de qué es incorporar el sentido católico.

«Algunos de los que precisamente censuran este punto, el 25 de los Puntos Iniciales I deben darse cuenta de lo que significa esto de incorporar nada menos que el sentido católico. Si incorporásemos el catolicismo o la doctrina canónica o el espíritu de la Iglesia, no haríamos una labor tan efectiva y poderosa. Incorporar el sentido católico quiere decir que unimos a nuestro Movimiento la manera propiamente tradicional de ser, incluso con la prestancia que ha de darle el hecho de reconocer que es un valor que predomina. 
El catolicismo ha estado unido a toda empresa naciona. (...).
No podía incorporarlo creyendo que dentro de él estaba el vaticanismo internacionalista y demoliberal de la última época, cuando el Centro alemán y los populismos italiano, austriaco y español han podido hacer imaginar una liga cristiana frente a las internacionales judío-masónicas. Nada de eso, no porque no seamos católicos, sino porque somos nacionales y queremos ver el catolicismo fundido en España, no como cosa que pueda separamos dentro de la patria. Por eso
pedimos un Concordato en el que se regulen las facultades del Estado y las de la Iglesia sin que se
admita intromisión o actividad alguna que menoscabe la dignidad del Estado o la integridad nacional. Esto es: no vamos a repetir aquí las discusiones sobre enseñanza, deportes, juventud, etc., que enfrentaron un día al fascismo y a la Iglesia en Italia. Todo eso está resuelto. ... Eso es todo, y es bastante para dar la seguridad de que el catolicismo de la Falange es auténticamente español y que nuestro nacionalismo no cae en las censuras que la Iglesia puede fulminar». 

Libertad y dignidad humanas.

Una de las acusaciones que se vertieron pronto sobre la Falange fue que era enemiga de la libertad.

En el número 3 de FE., del 18 de enero de 1934, se rebatía dicha acusación de la forma siguíente:

«Los que tal dicen, poseen una idea obtusa y atrasada de lo que son los momentos necesarios de la relación política. Creen que autoridad, jerarquía, orden, disciplina son los enemigos de la libertad, cuando son la libertad misma y sólo como obra maestra de la libertad, entre hombres soberanamente libres, han existido y pueden existir». 
Posiblemente la acusación fue motivada por el mismo discurso fundacional, en que José Antonio se declaró abiertamente contra el estado liberal, porque, según él, los «ciudadanos libres», en un estado liberal, morirán de hambre, «rodeados de la máxima dignidad liberal». Cuando concretó la actuación de la Falange en dicho discurso, después de rechazar tanta «palabrería liberal» y de pedir «más respeto a la libertad profunda del hombre», habló de la necesidad de poseer «un sistema de autoridad, de jerarquía y de orden», e incluso apeló al uso de la violencia, si era preciso, para imponerlo. Lógicamente se explica la acusación.

José Antonio insistió en la idea anterior el 3 de marzo de 1935 durante el mitin del teatro Calderón de Valladolid.

«El hombre tiene que ser libre, pero no existe la libertad sino dentro de un orden».
 
Conviene recordar lo reciente que estaba la «revolución de Asturias» de octubre de 1934, la reacción de las gentes de orden, así como la inacción de Gil Robles, capaz de encauzar dicha reacción, porque esperaba «llegar al poder investido de una mayoría absoluta». José Antonio atribuía dicha
actitud a un afán desmedido de confederaciones, bloques y alianzas, es decir, a  un sentido parlamentario de la acción política, cuando lo que se necesitaba era un Estado fuerte, capaz de hacer frente al desorden.

Sin orden reina la anarquía; y la libertad no puede darse junto a la anarquía. y ese orden lo colocará José Antonio en la vuelta a dos realidades que el pueblo había perdido: Religión y Ejército.

Cuando en el cine Madrid se clausuró el segundo Consejo Nacional de Falange el 17 de noviembre de 1935, José Antonio habló de la manera de levantar al pueblo.
«Hay que darle una fe colectiva, hay que volver a la supremacía de lo espiritual la patria, el sentído de España había sido arrancado del pueblo. Con ello se fue borrando de las almas todo lo que confería a la existencia, dignidades de servicio colectivo; llegamos los españoles a ver espectáculos como éste: a sacerdotes y militares que, sitiados por la ironía, creyeron en serio que tanto la Religión como el Ejército eran cosas llamadas a desaparecer, reminiscencias de épocas bárbaras, y se afanaban por ser tolerantes, líberales, pacifistas, como para hacerse perdonar la sotana y el uniforme. ¡La sotana y el uniforme! ¡El sentido religioso y militar! Cuanto lo religioso y lo militar son los dos únicos modos enteros y serios de entender la vida!».
José Antonio se mostró intransigente ante dos verdades en peligro: religión y patria. Como cimiento de la reconstrucción de España, la religión católica, porque es la verdadera; y una España que no seria grande por el sistema parlamentario de un estado liberal, ni por la lucha de clases de un estado socialista, sino por un estado fuerte y, «por ser de todos, totalitario».

Pero defendía la libertad religiosa. En diciembre de 1933, después de sentar como base que la reconstrucción de España había de tener un sentido católico, dijo:

«Esto no quiere decir que vayan a renacer las persecuciones religiosas contra quienes no lo sean. Los tiempos de las persecuciones religiosas han pasado».

Y agregaba el 24 de junio de 1934, después de afirmar su catolicismo:
«Pero la tolerancia es ya una norma inevitable impuesta por los tiempos. A nadie puede ocurrirsele perseguir a los herejes como hace siglos, cuando era posiblemente necesario».
Francisco Bravo recuerda, como veíamos, que José Antonio era católico, pero tolerante con quienes no lo eran.

Y de Ledesma Ramos se recogían en el semanario falangista FE., del 22 de febrero de 1934, las siguientes palabras:
«Existen cosas innegables, indiscutibles, que a los individuos y a los grupos no cabe sino aceptar, con entusiasmo o no. Pues aunque algunos poderes --como el de la Iglesia- no se sientan hoy con fuerza moral -ni, desde luego, con deseos de aplastar herejes-, lo que nos parece muy bien, porque somos, como la Iglesia, partidarios de la libertad religiosa de conciencia hay otros que en nombre del interés nacional, la vida grandiosa del Estado y el vigor de la patria, se muestran con suficientes raíces absolutas para aplastar a quienes se sitúen- fuera o contra ellos».
Ramiro Ledesma: FE, El espíritu y decisión jonsista.

Entre los cargos que José Antonio hizo al «bienio terrible» en el artículo España estancada, con que Arriba iniciaba su publicación el 21 de marzo de 1935, figuraba la

«Ofensa de los sentimientos religiosos. Fue una verdadera complacencia en la mortificación. Se llegó a la blasfemia, a la persecución por profesar ideas religiosas, al apogeo de un anticlericalismo soez, ya barrido del mundo».
Sin embargo: rechaza el relativismo religioso. 

De ello dan fe su posición al establecer el catolicismo como base de la reconstrucción de España, porque es la religión verdadera, y un artículo aparecido en FE., en el que intentaba probar que
Ortega y Gasset era antifascista, por frases del mismo autor.

«Su fe precisamente consiste en su escepticismo de la FE. En creer -como buen filósofo- que hay muchas fes, y, por tanto, ninguna válida y verdadera. Su fe consiste en la razón: un instrumento humano que sólo vale para destruir la FE. Por donde Ortega, al proclamar la supremacía de la razón sobre la FE, anula la esencia misma del fascismo que es la FE sobre la razón». 
Agustín del Río Cisneros, conocedor profundo del pensamiento de José Antonio, no tiene ningún reparo en afirmar de manera rotunda:
«Si ha habido en el siglo XX una figura que personifique la defensa de la dignidad humana frente a la masificación materialista es precisamente José Antonio, adalid universal de los valores eternos del hombre». 
En el prólogo al Epistolario y textos biográficos insiste:
«Con un propósito de simplificación podríamos resaltar tres, líneas esenciales de su pensamiento: la consideración del hombre como portador de valores eternos, que implica la prevalencia de la dignidad humana en todo el sistema de relaciones personales que configuran la vida comunitaria ...». 
«El concepto de la persona humana, el respeto a su dignidad (...) son ideas básicas, conceptos cardinales que, o no se hubieran invocado, o no hubieran tenido el significado que José Antonio les atribuye, de haber nacido de cerebro de formación distinta a la suya de jurista».
Aun restando toda la carga de panegírico que se observa en algunos matices de las afirmaciones, es fácil darse cuenta de la importancia que José Antonio concedió al tema de la dignidad humana. El hombre, por el mero hecho de serio, le merecía respeto ya, extensivo incluso a guienes no pensaban como él.

Hemos aludido a la carta con que el 15 de mayo de 1930 agradecía la de pésame que le enviaba Juan Ignacio Luca de Tena.

«Si todos se portasen como usted, conmigo ahora, ¿qué importarían las discrepancias políticas? Lo malo es que, en general, entre nosotros se trata a los adversarios como si no fueran hombres, como si no fueran sensibles; dándoles unos manotazos desconsiderados que hacen sangre en lo más vivo de los sentimientos». 
Pero la razón suprema por la que todo hombre le merecía respeto era por ser un conjunto de alma y cuerpo. Por eso escribió el 7 de diciembre de 1933 en los Puntos Iniciales:

"Así, pues, el máximo respeto se tributa a la dignidad humana, a la integridad del hombre y su libertad".
Francisco Bravo recoge también la conversación sostenida entre José Antonio y Unamuno, durante la visita de aquél a Salamanca el 10 de febrero de 1935.
«Unamuno: Lo que he leído de usted, José Antonio, no está mal, porque subraya eso del respeto a la dignidad humana. 
José Antonio: Lo nuestro, don Miguel, tiene que asentarse sobre ese postulado. Respetemos profundamente la dignidad del individuo. Pero no puede consentírsele que perturbe nocivamente la vida en común».
En la misma idea abundaba al presentir, el 28 de marzo de 1935, que por causa del capitalismo, vacío de ideales altos, las juventudes 
«Acabarán enrolándose en otras doctrinas más radicales, perdiendo, quizá para siempre, los valores espirituales inherentes a la dignidad humana y a la libertad del hombre». 
Sólo el respeto que tenía a la dignidad humana “puesto que el hombre es un ser capaz de salvarse o de condenarse” pudo dictarle las palabras que dirigió el 2 de mayo de 1935 en Don Benito a un grupo de mujeres:
«La galantería no es otra cosa que una estafa para la mujer. (...) Nos guardaremos muy bien de tratarla nunca como tonta destinataria de piropos. (...) Tampoco somos feministas (...) No somos ni galantes ni feministas. (...) Los movimientos espirituales, del individuo o de la multitud, responden siempre a una de estas dos palancas: el egoísmo y la abnegación. El egoísmo busca el logro directo de las satisfacciones sensuales; la abnegación renuncia a las satisfacciones sensuales en homenaje a un orden superior. Pues bien, si hubiera que asignar a los sexos una primacía en la sujeción a esas dos palancas, es evidente que la del egoísmo correspondería al hombre y la de la abnegación a la mujer. El hombre l ... ! es torrencialmente egoísta; en cambio, la mujer, casi siempre, acepta una vida de sumisión, de servicio, de ofrenda abnegada a una tarea». 

Matrimonio y familia 

Raimundo Fernández Cuesta afirma en el prólogo a la obra de A. del Río Cisneros y E. Pavón Pereyra, José Antonio, abogado:
«Indicaré que (José Antonio) no quiso ocuparse nunca del trámite del divorcio».
A. del Río Cisneros.
La razón hay que buscarla en la idea que tenía del divorcio.

Contamos con el resumen periodístico del discurso de Sanlúcar de Barrameda del 8 de noviembre de 1933. En él

«Combate el divorcio, que destruye los cimientos de las familias y de los pueblos sobre los que se asienta la integridad de la patria». 

Resumen de La Unión, Sevilla.
En la campaña electoral de 1933 decía en Cádiz el 12 de noviembre:

«España ya no es una reunión de familias. Vosotros sabéis lo que era de entrañable la familia. Todas vosotras, las mujeres de Cádiz, las mujeres de España, habéis cada una constituido vuestra familia y pensabais otras constituirla también a la española, en la única forma tradicional que nosotros podemos entender la familia. Pues bien: ya tenemos una magnífica institución que se llama divorcio. Con el divorcio ya es el matrimonio la más provisional de las aventuras, cuando la bella grandeza del matrimonio estaba en ser irrevocable, estaba en ser definitivo, estaba en no tener más salida que la felicidad o la salida de la tragedia, porque no saben muy bien de cosas profundas los que ignoran que lo mismo en los entrañables empeños de lo íntimo que en los más altos empeños históricos, no es
capaz de edificar imperios quien no es capaz de dar fuego a sus naves cuando desembarca».
Al día siguiente hablaba en Jeréz con la misma belleza de imágenes, dentro de la sencillez de un léxico al alcance de los más humildes:
«España ya no siente la familia, pues con la Ley del Divorcio se ha amparado a los que nunca supieron constituir un hogar y amparado a esas mujeres que no hay quien las resista ni diez minutos. En Arcos decía hace poco: vosotros que habéis nacido y vivido en un hogar donde el padre era la autoridad y la madre el amor, el padre representaba el trabajo y la madre el perdón, ¿cómo podéis ahora comprender que vuestras hijas, después de casadas, sean abandonadas como se deja el salón de espectáculos cuando no agrada la pelicula?». 
Tenía una idea clara del matrimonio; por eso, no consentía que fuera usado dicho tema sin el debido respeto. Felipe Ximénez de Sandoval había escrito en A rriba, del 24 de junio de 1935, un artículo. En él atacaba fuertemente a la CEDA por consentir las maniobras del separatismo catalán. Al tocar dicho asunto introdujo un inciso, que causaría disgusto a José Antonio:

«Se intenta también la reforma del artículo 43, en lo que se refiere al divorcio. ¡Dejan pasar por alto la ruptura del vínculo de unidad de destino entre los pueblos de España, y se preocupan de que el divorcio matrimonial haya escandalizado a unas cuantas afiliadas de la CEDA».

José Antonio preguntó por el autor de dicho artículo, al interrogarle alguien sobre si la Falange era partidaria del divorcio, y le dijo a Ximénez de Sandoval:

«Toma, lee eso y entérate de lo que pienso y de lo que piensa la Falange del divorcio».

La nota saldría en el número 16 de Arriba. Decía entre otras cosas, después de afirmar que la Ley del Divorcio había sido una «especie de corrupción» a la que urgía poner coto.

"Los autores de la Ley del Divorcio, cautos, sabían muy bien que a las instituciones profundas y fuertes, como la familia, no se las puede combatir de frente, sino que hay que ablandarlas por el halago de la sensualidad y minarlas por procedimientos insidiosos.
Así, no se les hubiera ocurrido predicar de modo directo la inmoralidad familiar, pero sí se cuidaron de fomentarla solapadamente con leyes como la del divorcio.
Desde el punto de vista religioso, el divorcio, para los españoles, no existe. Ningún español casado, con sujeción a rito católico, que es el de casi todos los nacidos en nuestras tierras, se considerará desligado de vínculo porque una Audiencia dicte un fallo de divorcio. Para quienes, además, entendemos la vida como milicia y servicio, nada puede haber más repelente que una institución llamada a dar salida cobarde a lo que, como todas las cosas profundas y grandes, sólo debe desenlazarse en maravilla de gloria o en fracaso sufrido en severo silencio". 
En el primer texto citado, José Antonio se opone al divorcio porque destruye la familia, cimiento de la patria. en este último alega razones espirituales también.
Su línea de pensamiento se mantuvo recta. Volvió a insistir a finales de 1935 en una entrevista que le hizo José Montero Alonso. Algunas de las notas no se publicaron entonces, sino años más tarde en la revista Fotos, del 18 de noviembre de 1939:
"Matrimonio: la familia es para nosotros, la célula social indestructible: la primera de las unidades naturales que el sistema liberal capitalista ha destruido. Y no admitimos que haya más forma de construir y conservar indisolublemente la familia que el matrimonio".

Hablaba de la familia como de algo permanente; es lo que había vivido en su infancia y ya veiamos que el calor del hogar contribuyó en gran manera a forjar su personalidad. Recordaba sus años de educación familiar recia y cariñosa. El mismo dijo años más tarde en una entrevista aparecida en Crónica, de Madrid, el 3de julio de 1931:
"Todas estas impresiones van salpicadas de algún que otro tremendo castigo de mi padre, que ya entonces era dictador. Figúrese que ante cualquier cosa que hacíamos contraria a sus deseos nos metia en un cuarto, con la particularidad que dejaba la puerta abierta, y allí nos condenaba a un encierro minimo de ocho días, que se convertian siempre en un cuarto de hora, disminuidos por un indulto que no se hacia esperar".

Al fundar la Falange, colocará la instrucción de la infancia y de la juventud en manos del Estado. Pero aquí radicará una de las diferencias fundamentales entre el fascismo que propugna y el de Mussolini. El 24 de junio de 1934 dirá a Bravo:
«La infancia será educada por el Estado, mas los padres que quieran dar a sus hijos una instrucción
religiosa podrán utilizar los servicios del clero con plena libertad. Como sostiene Mussolini -"hombre providencial deparado a Italia", según el Papa-, la formación de la infancia y de la juventud corresponde al Estado. Un acuerdo inteligente sobre el particular evitará todo equívoco». 
José Antonio hacía esta observación después de la afirmación de su catolicismo y de sus deseos de hacer un concordato con Roma en el que se reconociera la importancia del «espíritu católico de la mayoría» de los españoles. Aunque sobre lo que pensaba Mussolini de la enseñanza religiosa y de la encíclica Non abbiamo bisogno, que José Antonio parecía no conocer, hablaremos en el apartado siguiente, conviene recordar la fecha aproximada en que Pío XI pronunció la frase referida a Mussolini; desde luego, antes de 1925 y, por tanto, antes de las persecuciones ocasionadas a la Iglesia y que llevaron al Papa a publicar la encíclica citada, en la que condenaba el fascismo, aunque no como sistema, sino en sus aplicaciones educacionales de estado totalitario.
En diciembre de 1935, José Antonio pedirá a los maestros nacionales que enseñen a los niños a creer en Dios, después de alejar de ellos todo sentimiento de odio y de egoísmo.

En una línea parecida, en el teatro Calderón de Valladolid, la mañana del 16 de enero de 1936, se escucharon palabras que pedían pensar a quiénes se daban los votos -de dichas elecciones salió en febrero el Frente Popular-, para que las almas de los niños no se helaran entre las paredes del local-escuela sin la luz de Cristo.
En agosto de 1936 decía en unas notas redactadas en la cárcel de Alicante en las que imaginaba lo que podía ocurrir en una guerra civil, al hablar de las vías de solución para conseguir una pacificación constructiva:
«Autorización de la enseñanza religiosa sometida a la inspección técnica del Estado».

No especifica qué entendía por «inspección técnica». Pero suena a una intromisión en esos terrenos que prometía delimitar en el concordato. Claro que la «inspección técnica» podía estar no en qué enseñanza religiosa se daba ni cómo se daba, sino si se daba y cuándo se daba. Y esto no nos parece una intromisión tan clara. Porque, de lo contrario, no se justificaría una pretensión tal y menos en un católico. Las palabras de Pío XI son muy precisas:
«Es una pretensión injustificable 1 ... 1 la de que unos simples fieles vengan a enseñar a la Iglesia y a su cabeza lo que basta para la educación y formación cristiana de las almas». 

IlI.5. Estados totalitarios

No es nuestra intención hacer un estudio sobre el totalitarismo estatal de José Antonio, tema, por otra parte, bastante analizado desde su vertiente política y no poco en la religiosa. A pesar de todo, nos fijaremos en algunos aspectos de dicho totalitarismo, que no han sido suficientemente precisados.

A José Antonio se la acusó de anticatólico, incluso en el Parlamento, porque defendía la divinización del Estado. La razón de ello podía estar en su deseo de crear un Estado "totalitario". La acusación es lo suficiente seria como para ser tratada aquí. Existe un trabajo de José Luis de Arrese, El Estado totalitario en el pensamiento de JoséAntonio, en el que se combate y rechaza la acusación a la que aludíamos.

Las razones fundamentales en que se apoya Arrese son:

porque la Falange defiende el triunfo del individuo frente a la absorción de éste por el Estado que ocurría en los totalitarismos;

porque la Falange propone un Estado para todos y

porque la Falange no tiene una idea panteísta del Estado.
Este breve trabajo de Arrese insiste en que la denominación de «fascista» dada a Falange no quiere decir que sea una copia del fascismo italiano, que sí era totalitario, ya que el fascismo es un hecho universal, y, por tanto, pueden existir fascismos que no coinciden más que en el nombre.

Raimundo Fernández Cuesta prologa concisa y claramente esta obra que comentamos. En dicho prólogo reafirma la idea de que la Falange no es totalitaria, si por totalitarismo se entiende lo que son los demás regímenes llamados así.
Aunque sea de forma breve, conviene tener en cuenta qué se entendía por Estado totalitario y cuál era la enseñanza de la Iglesia sobre él.
Fue Mussolini, en el discurso del teatro de la Scala de Milán el 28 de octubre de 1925, quien lanzó la consigna:

«Nada contra el Estado, nada fuera del Estado, todo en el Estado».

Se han dado muchas definiciones del Estado totalitario, la de R. Fernández Cuesta puede aglutinar las opiniones más diversas:
«Un sistema político que mediante un estado Leviathan absorbe al hombre y los derechos que le son
inherentes por su propia naturaleza». 
Pío XII hace un resumen de los puntos principales de una concepción totalitaria del Estado en la encíclica Summi Pontificatus del 20 de octubre de 1939:

«Separar el poder político de toda relación con Dios. 

Desligar el poder político de las normas morales que brotan de Dios como de fuente primaria.

Conceder al poder político absoluta autonomía e ilimitada facultad de acción.

Pensar que la familia y su bienestar es una institución destinada exclusivamente al dominio político de la nación. 

Olvidar que el hombre y la familia son, por su propia naturaleza, anteriores al Estado. 

Olvidar que tienen derechos y facultades recibidas directamente de Dios: derecho a proveer al bien temporal y eterno de la prole y a la formación religiosa».
A la hora de examinar el juicio que la Iglesia tiene del Estado totalitario, podemos encontrar enunciada ya su condena en la proposición 39 del Syllabus y en la encíclica Quanta cura de 1864:
«El Estado, por ser fuente y origen de todos los derechos, goza de un derecho totalmente ilimitado».

Conviene precisar que
«La Iglesia nunca ha condenado las formas jurídicas de un Estado totalitario: no ha condenado ni el partido único, -ni el jefe único, ni el sistema único».

Lo que la Iglesia ha condenado es el principio totalitario; es decir, que el Estado sea un fin en sí mismo y no un medio para la persona.
La precisión es importante, porque por ahí se pueden explicar las palabras de José Antonio, de que el Papa no ha condenado nunca el fascismo italiano, cuando sí hubo en realidad una condena.

Hablaremos de ello inmediatamente.

Vamos a ceñimos a los documentos que analizan el fascismo italiano, por ser éste el inmediato a la vida de José Antonio, aunque Pío XI condenó los cuatro totalitarismos de su tiempo: la Action Francaise, el fascismo, el nacionalsocialismo y el comunismo ateo. 

Interesa recordar el apoyo que la Iglesia prestó al triunfo del fascismo en Italia. Las razones históricas de los años 1922 y 1923 proporcionaron a la Iglesia un dificil dilema: la opción entre el comunismo o el fascismo. Aunque Mussolini era ateo, y se jactaba de ello, Pío XI y el rey Víctor Manuel prefirieron el fascismo al comunismo.

Después del triunfo de Mussolini, los Popolari de Dom Sturzo, ante los ataques del fascismo, cayeron bajo él, de tal forma que ya desde 1923 la democracia cristiana -nutrida especialmente de los popolari- fue desapareciendo como fuerza política. Hales llega a afirmar que sólo en el cese de Dom Sturzo se puede decir que la Iglesia colaboró con el Estado fascista.
"Es dificil ver cómo podría haberlo evitado, pero es en cambio muy fácil saber cuánto padeció a manos del flamante dictador. Mussolini no había sido educado dentro del catolicismo como lo fue Napoleón. [...J Pero como Napoleón, Mussolini era un realista en política. 
Se encontraba gobernando un país que seguía siendo católico en una gran mayoría y, por tanto, había de llegar a un acuerdo con la Iglesia". 
El punto grave del conflicto entre la Iglesia y Mussolini estaba en la educación, pues éste necesitaba «apoderarse de las mentes y de los espíritus de los italianos», ya qúe 

«requería una entrega total del individuo, unos sacrificios y vivir ante todo para la grandeza de la nación, del partido y del Duce».

Esto sólo era posible mediante «una enseñanza moral» en las escuelas del Estado y por medio de una historia de Italia hábilmente rehecha. Ingresaban a los seis años en la organización.

«De este modo, a los veintiún años, si habían hecho los suficientes méritos, serían, miembros del partido fascista propiamente dicho. Se trataba, pues, de despersonalizar al individuo, convirtiendo a los hombres en máquinas al servicio del partido y del dictador». 
El 14 de diciembre de 1925 en la alocución consistorial, Pío XI recordaba que la doctrina social y política de la Iglesia rechaza igualmente el extremo liberal, el extremo socialista y el extremo totalitario. 
El 11 de febrero de 1929 se firmaron los Pactos de Letrán.

Con ellos el fascismo inauguraba «una nueva era» en la historia italiana. Incluso los católicos más leales dieron rienda suelta a su patriotismo, y Mussolini,
«Se ganó entonces las simpatías hasta del alto clero de Italia, que hasta entonces se había mantenido en actitud de reserva. (...) El catolicismo fue reconocido como religión oficial en Italia».

El mismo Van Aretin continúa un poco más adelante:

«Esta alianza entre el Vaticano e Italia fomentó la ilusión de que el Régimen fascista podía muy bien considerarse como católico, aunque Mussolini daba prioridad, naturalmente, a su aspecto fascista cuando decía:

"El Estado fascista tiene ante todo un carácter moral: es católico, pero es fascista por encima de todo, exclusiva y esencialmente fascista."
Dos artículos tendrían consecuencias especiales: la prohibición a los sacerdotes de tomar parte en movimiento alguno político y el apoyo que el Estado otorgaría en cambio a la Acción Católica. Se consiguió una legislación sobre el matrimonio católico, que sería una «pesada hipoteca para el
fascismo».

Mussolini se dio cuenta de ello, pero le interesaba más el haber firmado los pactos que el contenido de, ellos.

Por los Pactos Lateranenses, el Vaticano renunciaba al influjo político en Italia, mas obtenía una legislación contractada. Pronto se vio que Mussolini persiguió acercarse a la Iglesia por motivos políticos únicamente.

De los primeros conflictos salieron el cese de Gasparri, «poco partidario del fascismo», y la entrada de Pacelli en 1930. Las tensiones continuaron agriándose, debido al matiz pagano que adquiría el fascismo, tensiones que terminaron con la publicación de la encíclica Non abbiamo bisogno el 29 de junio de 1931, sacada a escondidas del país y publicada en París al no permitirlo el Estado italiano. Pero

«El nuevo secretario de Estado Pacelli, hombre hábil y diplomático, evitó la ruptura definitiva».

El 7 de septiembre se firmaba otro acuerdo por el que «las organizaciones católicas se conservaban solo nominalmente y debían asociarse con los fascistas».

Max Gallo da una explicación de tantos acuerdos cuando dice:

«La Iglesia debe darse cuenta de cómo un Estado totalitario favorece sus planes, y el fascismo debe
contar con la fuerza que posee la Iglesia. Por eso las polémicas terminan en compromisos».

En la encíclica, el Papa denunciaba las

«brutalidades, los apalearnientos, los golpes y el derramamiento de sangre», el «Propósito -ya en tan gran parte realizado- de monopolizar enteramente la juventud, desde la más tierna infancia hasta la edad adulta, en favor absoluto y exclusivo de un partido, de un Régimen, sobre la base de una ideología que declaradamente se resuelve en una verdadera y propia estatolatría pagana, que contradice no menos los derechos naturales de la familia que los derechos naturales de la Iglesia».

Aunque no condenó ni el partido ni el Régimen, en cuanto tales, sí condenó todo lo que en este Régimen era contrario a la doctrina y a la moral católica: la estatolatría, la agresión política, el ataque a las conciencias, el monopolio estatal de la enseñanza y el abuso de juramento en la política de partido.

«Semejante juramento, tal como está formulado, no es lícito».
El juramento estaba redactado en estos términos:
«Juro seguir sin discusión las órdenes del Duce y defender con todas mis fuerzas y, si es necesario, con mi sangre la causa de la revolución fascista»
El Papa aducía como razones de la ilicitud de tal juramento el poder

«mandar, contra toda verdad y justicia, la violación de los derechos de la Iglesia y de las almas»
Acabamos de ver de una forma sucinta qué pensaba la Iglesia del Estado totalitario, encarnado en esos momentos por el fascismo italiano. El Papa decía en la misma encíclica Non abbiamo bisogno que una concepción así del Estado «no es conciliable para un católico con la doctrina de la Iglesia».

Pasamos a continuación al examen del concepto de totalitarismo que profesaba José Antonio, para poder ver si la Falange fue "un Estado totalitario" como el condenado por la Iglesia.
Son cinco las ocasiones, como prueba Arrese, en que José Antonio aboga por un Estado totalitario, asi, con todas sus letras:

el 29 de octubre de 1933, en el discurso fundacional de la Falange,

en los Puntos Iniciales aparecidos el 7 de diciembre del mismo año,

en el discurso que pronuncia en Carpio de Tajo el 25 de febrero de 1934,

en unas manifestaciones publicadas en Blanco y Negro el 11 de noviembre del mismo año y

en el discurso de clausura del II Consejo Nacional de la Falange el 17 de noviembre de 1935 (143).

Arrese demuestra cómo el concepto de totalitario no tenia en José Antonio más sentido que el de un Estado para todos. 

Muñoz Alonso, por otra parte, demuestra que a José Antonio no le preocupó demasiado la terminología «totalitario y fascista», porque la Falange no era ni lo uno ni lo otro. Nos parece un poco raro que a un jurista, propenso siempre a la precisión terminológica, se le escapasen estas cosas.

Sería en 1935 cuando José Antonio renunciase a la expresión «Estado totalitario» para designar la Falange.

Consideramos suficientemente claro, tanto en la obra de Arrese, como en la de, Muñoz Alonso, que la Falange no propugnaba la absorción del individuo por parte del Estado, sino todo lo contrario, por lo cual no nos detenemos en dicho punto. Pero sí conviene insistir en el matiz de Estado panteísta que José Antonio negaba que tuviera la Falange.

El 19 de diciembre de 1933, en una discusión parlamentaria, sobre la divinización del Estado propugnada por la Falange, decía Gil Robles:

«Yo, con todos los respetos debidos a la idea y a quien la sostiene, tengo que decir con toda sinceridad que no puedo compartir ese ideario, porque para mí un Régimen que se basa en un concepto panteísta de la divinización del Estado y en la anulación de la personalidad individual que es contrario incluso a principios religiosos en que se apoya mi política, nunca podrá estar en mi programa.»

Le contestó José Antonio:

«El señor Gil Robles entiende que el aspirar a un Estado integral, totalitario y autoritario es divinizar al Estado, y yo le diré al señor Gil Robles que la divinización del Estado es cabalmente lo contrario de lo que nosotros apetecemos. [...J Lo que diviniza al Estado es la creencia en que la voluntad del Estado, que una vez manifiestaron los reyes absolutos, y que ahora manifiestan los sufragios populares, tiene siempre razón.
Los reyes absolutos podían equivocarse; el sufragio popular puede equivocarse; porque nunca es la verdad ni es el bien una cosa que se manifieste ni se profese por la voluntad. El bien y la verdad son categorías permanentes de la razón y para saber si se tiene razón no basta rreguntar al rey (...) ni basta preguntar al pueblo (...) , sino que hay que ver en cada instante si nuestros actos y nuestros pensamientos están de acuerdo con una aspiración permanente.
[ .. .] Nosotros queremos que el Estado sea siempre instrumento al servicio de un destino histórico, al servicio de una misión histórica de unidad: encontramos que el Estado se porta bien si cree en ese total destino histórico».

La divinización del Estado no aparece clara. Y algunas expresiones que suenan a panteísmo estatal, al utilizar expresiones sacras, habrá que explicarlas, más que como manifestaciones de una divinización del Estado, en un sentido más bien poético, a tono con el estilo orteguiano. Como aquellas palabras dirigidas a un grupo de falangistas:

«Os habéis de hacer los soldados, los marineros, los verdaderos ministros del sacramento de la patria».

Sólo porque José Antonio concebía un Estado para todos, parece que hablaba de la necesidad de poseer un Estado totalitario; sólo el momento histórico podía ser la causa de que otros pensaran que él defendía un Estado totalitario en el sentido fascista.

Llegará a negar la existencia de Estados totalitarios, porque los de Italia y Alemania no lo eran.

No cabe otra explicación que el poseer unos conceptos distintos en expresiones idénticas.

Como puntos de contacto con el fascismo y el nazismo colocaba la creación de una fuerza que se opusiera al comunismo. Pero se diferenciará de ellos, porque entre otras cosas rechazaba el panteísmo estatal, ya que empezaba aceptando la realidad del individuo libre.

Dio a entender en varias ocasiones que el Estado no era el valor supremo. Así el 8 de marzo de 1934:

«Amamos a la patria, como ella debe ser amada, la primera después de Dios».

Se tenían en cuenta los imperativos de la ley moral.

Raimundo Fernández Cuesta afirma que José Antonio al concebir su doctrina del Estado pensó en cristiano, en la sumisión a una ética superior.

El Estado totalitario de José Antonio se apoyaba en el individuo libre, y toda una dimensión de esa vida individual quedaba fuera del Estado: la religiosa.

Se daba a la familia la importancia debida. Lo expuesto anteriormente puede servirnos para comparar su posición con la del ataque que el fascismo italiano dirigió a la familia, en la educación de los hijos.

José Antonio mismo rebatió la acusación de que la Falange era un plagio del fascismo italiano.

Dijo en Cáceres el 4 de febrero de 1934:

«Cuando oigamos decir que somos imitadores responderemos que no es verdad, porque no es lo mismo imitar que volverse sobre sí, como ellos, porque nosotros, al volver sobre sí, nos encontramos con nosotros mismos».

Un mes más tarde repitió en el teatro Calderón de Valladolid:

«Todos saben que mienten cuando dicen de nosotros que somos una copia del fascismo italiano, que no somos católicos y que no somos españoles».

En el Parlamento se expresó así el 3 de julio del mismo año:

«La gente, poco propicia a hacer distinciones delicadas, nos echa encima todos los atributos del fascismo, sin ver que nosotros sólo hemos asumido del fascismo aquellas esencias de valor permanente que también habéis asumido vosotros, los que llaman los hombres del bienio».

Se refería a la idea de que el Estado tiene algo que hacer y algo en que creer.

Y a finales del año 1934, en la nota aparecida en la prensa con la noticia de que José Antonio no acudiría al Congreso Fascista Internacional de Montreux, negaba que la Falange fuera un movimiento fascista; que ciertamente tenia algunos puntos de contacto porque eran esenciales, pero que cada día se iban perfilando mejor los caracteres peculiares, entre los que destacaba el espiritualismo (Parece ser que si que asistió a la primera sesión para leer un comunicado en el que se desvinculaba parcialmente y después se marchó) .

Georges-Roux señala entre las notas propias del fascismo español «una estructura militar y religiosa» y que la Falange «se declaraba resueltamente católica».

Este "fascismo peculiar" que defendía José Antonio explica las expresiones de algunos historiadores actuales. Paul Preston llama a la Falange Española de las JONS «amalgama seudofascista». Jean Bécarud califica la obra de José Antonio de «nacionalista y cercana al fascismo» y Hugh Thomas dice:

«En la primavera de 1934, José Antonio visitó Alemania, pero no vio a Hitler y regresó a España deprimido a causa de los nazis. Meses antes había tenido la misma experiencia en Italia, recibiendo muy mala impresión de su corta visita a Mussolini».

Falange se declaraba católica y las ideologías totalitarias eran incompatibles con el cristianismo.

«Tenía con aquéllos [Estados totalitarios] cierta semejanza externa y formal; pero nada más».

Nos resta analizar dos puntos de interés; la defensa que José Antonio hizo del fascismo italiano después de la encíclica Non abbiamo bisogno y el juramento falangista.

El número 8 de FE. comenzaba con un artículo corto, Anatema, que transcribimos íntegro.

«El Papa no ha condenado nunca el fascismo italiano. Ha llamado a Mussolini "hombre dado a Italia por la Providencia divina", Ha dado capellanes a todas las legiones de camisas negras. Ha celebrado los beneficios sociales y religiosos de la legislación fascista, desde el crucifijo en las escuelas hasta la elevación moral de Italia en todos los aspectos de la vida. Pero el fascismo ha sido condenado como anticatólico en el Heraldo por el señorito Gil Robles, que estaba nervioso precisamente después de la emoción unánime, producida ante los cristianos honores rendidos a uno de nuestros muertos. El señorito Gil Robles debe entender que los anatemas de la Santa Madre Iglesia no pueden venir tan bajo ni desde tan bajo lugar».


Prescindiendo del ataque irónico que dirige a Gil Robles, por no ser ésta la ocasión de enjuiciarlo, conviene precisar que dentro del texto hay cosas exactas y cosas que no lo son tanto.

Es cierto que Pío XI y Mussolini tenían en común algunas cualidades y coincidían en algunos objetivos. Les unía la misma animadversión por el comunismo y la decisión de que éste no se apoderase de Italia.

De hecho, ya veíamos cómo Pío XI sentía cierta simpatía por un Régimen que había salvado a Italia del comunismo. Tanto Mussolini como Pío XI eran realistas y se daban cuenta del debilitamiento, tanto del Estado como de la Iglesia, en la contienda mutua que habían sostenido a lo largo de sesenta años. Esto les llevó a los Pactos de Letrán en 1929. Con dichos pactos iba anejo un Concordato que reconocía al catolicismo como religión oficial, entre otras ventajas para la Iglesia. Pero el fondo ideológico de Mussolini continuaba actuando y el conflicto estalló cuando quiso absorber a la Acción Católica y la instrucción de la infancia y de la juventud. La encíclica Non abbiamo bisogno, de junio de 1931, denunciaba una serie de medidas y actitudes fascistas, a la vez que declaraba «ilegal» el juramento de ciega obediencia al Régimen.

Pío XI, hasta su muerte en 1939, consideró a Mussolini como un aliado peligroso, al que se veía con frecuencia en la necesidad de criticar y denunciar. Se dice que en cierta ocasión comparó el tratar con Mussolini con el trato con el diablo.

Sorprende que José Antonio, «católico convencido», hablase así de Mussolini.

Ya hemos dicho que el Papa en la encíclica no condenaba el fascismo como Régimen, sino por las medidas persecutorias. Pero realmente toda la encíclica es una condena de las medidas fascistas. Posiblemente José Antonio, como veíamos antes, estuviera pensando en ese "fascismo universal", con cuyas ideas esenciales coincidía el que propugnaba él, aunque no es probable, ya que habla directamente de Mussolini. Cabría la posibilidad de que no hubiera llegado a sus manos la encíclica papal; cosa muy dificil, por cierto. O quizá se tratase de una táctica por parte de José Antonio: proponer a un pueblo católico como España la imagen de un Estado fuerte, que había traído la paz sobre Roma, engrandeciendo dicho poder con la alianza del Vaticano.

A pesar de todo se utilizaba una verdad a medias, en desacuerdo con su propia personalidad.

Sobre el juramento fascista recayó la condena papal.

En la Falange se hacía también un juramento que había sido redactado por Rafael Sánchez Mazas y figuraba en los primitivos carnés de afiliado a Falange. Era firmado por el poseedor, aunque no se pronunciaba.

El Papa Pío XI decía en la encíclica Non abbiamo bisogno:

«Qué se debe pensar y juzgar acerca de una fórmula de juramento que aun a niños y niñas les impone cumplir sin discusión órdenes que pueden mandar la violación de los derechos de la Iglesia y de las almas. Semejante juramento, tal como está formulado, no es lícito».

Volvemos a copiar aquí el juramento fascista para cornpararlo mejor con el falangista. En estos términos se expresaban ambos juramentos:

«Juro seguir sin discusión las órdenes del Duce y defender con todas mis fuerzas y, si es necesario, con mi sangre la causa de la revolución fascista».

y el juramento falangista:

"Juro darme siempre, al servicio de España.
Juro no tener otro orgullo que el de la patria y el de la Falange y vivir bajo la Falange con obediencia y alegría, ímpetu y paciencia, gallardía y silencio.
Juro lealtad y sumisión a nuestros jefes, honor a la memoria de nuestros muertos, impasible perseverancia en todas las vicisitudes.
Juro, donde quiera que este, para obedecer o para mandar, respeto a nuestra jerarquíadel primero al último rango.
Juro rechazar y dar por no oída toda voz del amigo o enermigo que pueda debilitar el espíritu de la Falange.
Juro mantener sobre todas las ideas de unidad, unidad entre las tierras de España, unidad entre las clases de España, unidad en el hombre y entre los hombres de España.
Juro vivir en santa hermandad con todos los de la Falange y prestar todo auxilio y deponer toda diferencia siempre que me sea invocada esta santa hermandad".

Sólo una simple lectura del texto hace ver la diferencia grande que existe en el mismo tenor de las palabras empleadas por ambos.

De la «lealtad y sumisión» que juraba el falangista al seguimiento «sin discusión» de las órdenes del jefe.

Pío XI declaraba la ilicitud de tal juramento, apoyado en una situación de hecho: el que manden la violación de los derechos de la Iglesia y de las almas.

El «no tener otro orgullo que el de la patria y el de la Falange» del juramento falangista, ¿podria llevar a la Falange a un enfrentamiento con la Iglesia en caso de colisión de derechos, o de que el Estado mandase algo contra la Iglesia?

Habria que aplicar las normas de la moral católica, de que quien presta dicho juramento de fidelidad al Estado -ya que es lícito que los súbditos puedan añadir a la obligación de guardar fidelidad al Estado por la virtud de la piedad, otro título, el de la virtud de la religión- está obligado únicamente al cumplimiento de las leyes justas.

Porque cuando una ley manda algo injusto cesa la obligación de obedecerla, y, por tanto, el objeto del juramento también.

Conocida la concepción de José Antonio sobre las relaciones de la Iglesia y el Estado, no parece que quepa la posibilidad de colisión. Pero, por otra parte, esa posibilidad cabe en todos los juramentos que se hacen actualmente incluso y que llevan una cláusula expresa o implícita, mientras las leyes no manden cosas injustas.

En el Estado fascista italiano, Mussolini defendía el «nada contra el Estado»; en la Falange se hablaba de un ordenamiento superior y de unas normas de moralidad que respetar.

Violencia.



Tema muy barajado hoy día. Pero sobre el que la Iglesia tiene una respuesta.

Cuando en 1936 el Ministro de la Gobernación, Casares Quiroga, se declaró beligerante contra la Falange, José Antonio no pudo responder más que con la violencia.

«No sin la repugnancia que esto producía, y me consta, en el ánimo de José Antonio, por el enorme respeto que para él suponía la persona humana».

Cuando la Iglesia condena la violencia por ilícita es consciente de una serie de circunstancias en las que cabe su licitud.

El tema de la violencia en José Antonio es tratado de forma accidental por la mayoría de sus biógrafos, siendo Muñoz Alonso quien lo trata, no tan de pasada, en su obra Un pensador para un pueblo. La tesis sostenida por él coincide con las palabras de Pilar Primo de Rivera, citadas anteriormente.

A José Antonio le repugnaba la violencia y si la aceptó fue por ser la «única dialéctica admisible cuando se han agotado otros instrumentos de comunicación» mientras están en juego verdades o valores más excelsos.

«El uso de la violencia en el pensamiento. de José Antonio no es admisible, ni siquiera disculpable, si la violencia no viene a buscamos».

¿De qué violencia se trata?

«Del empleo de la fuerza como argumento válido, eficaz e hipotéticamente justo, para repeler una agresión de igual naturaleza o para defender unos derechos, unos valores o verdades de rango supremo, amenazados políticamente. l ... ] La violencia viene a ser entre los grupos, personas o partidos lo que la guerra es entre los Estados».

El uso que José Antonio hizo de la violencia fue de signo defensivo.

Aprendió pronto a ponerla en práctica, pues estando en el colegio por los años 1910-1912, cuando un día regresó llorando a casa porque unos muchachos le habían dado una paliza, escuchó de su padre esta advertencia:

«Tú no pegues a nadie. Pero si alguno te pusiera la mano encima, que no me entere yo que quedas atrás».

Fue algo que quedó grabado en él.

Las respuestas a golpes de sus años estudiantiles se repitieron con frecuencia.

En 1931 se dio una ley prohibiendo la tenencia de armas. José Antonio escribía en La Nación que aquella ley favorecía a los pistoleros que «al no tener nada que perder» conservarían sus armas, pero que se equivocaban dichos pistoleros si esperaban que José Antonio iba a defenderse por el mismo procedimiento.

Los testimonios de su período prefalangista rechazando la violencia son muchos. Aunque había afirmado en el primer número de FE. que el fin justificaba los medios:

"la violencia suele ser lícita cuando se emplea por un ideal que la justifique ",

se mostraba opuesto al empleo del terrorismo político por la Falange. Ello era debido, en parte, a su deseo de distinguirse de otros grupos antiizquierdistas l ... ] que empleaban pistoleros a sueldo.

Personalmente, José Antonio aborrecía la idea de la violencia física indiscriminada.

En la discusión entablada con Luca de Tena en abril de 1933 sobre el fascismo, desmentía que éste sólo pudiera conseguir el poder por la violencia y en una carta a Julián Pemartín del 2 de abril hacía una serie de afirmaciones que recoge Payne.

«La violencia no es censurable sistemáticamente. Lo es cuando se emplea contra la justicia. Pero hasta Santo Tomás, en casos extremos, admitía la rebelión contra el tirano. Así, pues, el usar la violencia contra una secta triunfante, sembradora de la discordia, negadora de la continuidad nacional y obediente a consignas extrañas (Internacional de Amsterdam, Masonería, etcétera), ¿por qué va a descalificar el sistema que esa violencia implante?».

En el discurso fundacional dijo José Antonio después de proponer como meta a conseguir por la Falange que se respetase la religión:

«y queremos, por último, que si esto ha de lograrse en algún caso por la violencia, no nos detengamos ante la violencia. Porque ¿quién ha dicho -al hablar de "todo menos la violencia "- que la suprema jerarquía de los valores morales reside en la ama bilidad? (...) Bien está, sí, la dialéctica como primer instrumento de comunicación. Pero no hay más dialéctica admisible que la dialéctica de los puños y de las pistolas cuando se ofende a la justicia o a la patria».

Es Santo Tomás quien afirma:

«Un Régimen tiránico no es justo porque no va ordenado al bien común, sino al interés privado del regente. Por tanto, la perturbación de tal soberanía no es sedición [ilicita], a no ser cuando tan desordenadamente se perturba el dominio tiránico que la comunidad de los súbditos sufra más daño de la perturbación que de la tiranía».

Desde la moral católica se nos dice que antes del empleo de la violencia, es decir, antes de pensar en otros medios más radicales, hay que agotar todos los medios legítimos.

José Antonio, apenas fundada la Falange, se encontró con los ataques. Se presenta la dificultad de saber quién atacaba primero; pero, parece, tanto por los escritos del mismo José Antonio, como por su carácter que rechazó siempre el uso indiscriminado de la violencia, incluso en ocasiones, como réplica a otro acto de violencia. Por eso cuando en febrero de 1934 cayó el falangista Matías Montero, la Falange fue tachada en ABC de franciscanismo, porque se esperaba algo más que una enérgica protesta en los periódicos.

En el número 3 de FE., del 18 de enero de 1934, se recogía la noticia de la muerte de un no falangista que cayó vendiendo el número anterior. Se agradecía la condena que gran parte de la prensa había hecho del crimen y continuaba:

«Pero nosotros no protestamos ( ... ), aceptamos sin la menor repugnancia el estado de guerra. No pedimos auxilio: estamos dispuestos a ejercer, por las buenas o por las malas, nuestro derecho a vender FE. Si los rojos se obstinan en impedirlo, allá ellos. Nunca han partido de nosotros las provocaciones, pero tampoco pensamos rehuirlas. Basta de mártires.
No estamos dispuestos a que se derrame en las calles, gratis, más sangre de los nuestros. (...) No estamos libres de que caiga alguno más. Pero no caerá impunemente".

Y, sin embargo, días más tarde, José Antonio parecíadetenerse ante la violencia como réplica. Por eso, aconsejaráa los suyos que continúen en sus puestos, como estaba en supuesto el camarada que cayó. Teme que la réplica empalmeuna cadena de replesalias sobre todo el pueblo.

Parece que no se adelantó nunca en el uso de la violencia.

En los Puntos Iniciales de diciembre de 1933, después de afirmar que la violencia puede ser lícita en algunas circunstancias, dijo:

«La razón, la justicia y la patria serán defendidas por la violencia cuando por la violencia o por la insidia se las ataque. Pero la Falange Española nunca empleará la violencia como instrumento de opresión».

Francisco Bravo puntualiza que el jefe sentía odio a la lucha terrorista, y que sólo la aceptó «porque no había otro remedio».

En febrero, el semanario FE. sufría la primera interrupción en su tirada por problemas con la censura; José Antonio aprovecho el acceso a otros periódicos, y en una carta al director de Luz y en un artículo publicado en ABC con el título Violencia repitió que Falange no se parecía a «una organización de delincuentes».

El día 10 del mismo mes, en el entierro de Matías Montero, cuando José Sainz, jefe de la Falange toledana, le dijo con acritud a José Antonio:

«¿Es que vamos a dejarnos matar como moscas?
-No -contestó José Antonio-, pero tampoco nos vamos a convertir en una banda de asesinos».

El 22 de febrero reaparecería F.E.; en dicho número se publicaba la Oración por los muertos de la Falange, que había compuesto Sánchez Mazas. Entre otras cosas, decía:

«A parta, Señor, de nuestros oídos las voces sempiternas de los fariseos que hoy vienen a pedir, con
vergonzosa ingencia, delitos contra delitos y asesinatos por la espalda a los que nos pusimos a combatir de frente. Tú no nos elegiste, Señor, para que fuéramos delincuentes contra los delincuentes».

A lo largo de 1934 los enfrentamientos estudiantiles fueron frecuentes.

David Jato en La rebelión de los estudiantes analiza una serie de circunstancias por las que los falangistas se veían forzados a la violencia callejera.

«Dedicarse fríamente a estudiar era una actitud imposible y reprobable. [En las carteras de los estudiantes] al lado del libro, la porra de alambre retorcido con una cabeza de plomo o la pistola eran fieles y a menudo insustituibles compañeros».

y Raymond Carr apostilla:

«José Antonio veía tan a disgusto la guerra de represalias con los militantes de las Juventudes Socialistas como -la alianza con la derecha. conservadora, pero como dirigente de un movimiento ilegal y pobre no tenía más alternativa que aceptarlas».

Dentro de su natural repugnancia a repeler la agresión con la violencia, se observa, con el paso del tiempo, un aceptar lo inevitable. Había que dar respuesta.

En junio moría otro falangista en un enfrentamiento con los «chibiris» del PSOE.

Ximénez de Sandoval afirma que ese día José Antonio «se resignó» a que la Falange dejara de ser angelical como la había soñado. En ese momento gritó: «Esto tiene que acabar».

La réplica llegó a las nueve y media de la noche, en plena calle de Madrid; aunque Raimundo Fernández Cuesta afirma que la orden de lo ocurrido después de la muerte del falangista Cuéllar la dio Juan Antonio Ansaldo.

El mismo José Antonio dijo en el Parlamento el 3 de julio:

«Yo no me hubiera dedicado para nada, no a usar la violencia, sino ni siquiera a disculpar la violencia, si la violencia no hubiera venido a buscamos a nosotros».

Todavía se opuso al empleo de la violencia por sistema, aun después de volver a figurar la licitud de la misma en el programa de Los diez puntos de El Escorial. Por eso, durante ese verano no autorizó que dinamitasen la Casa del Pueblo de la UGT de Madrid, cuando ya los explosivos estaban preparados.

La crisis interna que sufrió la Falange en su cuadro de mandos durante el año 1934, y que terminaría con la expulsión de Ramiro Ledesma, tuvo como causa principal la posición de José Antonio ante la violencia.

Payne recuerda que la Falange militante, instigada por Ansaldo, presentó al mismo José Antonio el dilema de una actitud más violenta o de que dejase el partido. La crisis fue provocada por Ledesma tirando hacia la izquierda y los pistoleros exigiendo una acción directa. Si primero salió expulsado Ansaldo, Ledesma, que urgía la revolución, lo seria el 16 de enero de 1935.

Posiblemente, a ellos se referia José Antonio el 19 de enero de 1935, en una carta enviada al director de Informaciones, en la que hablaba de otros "revolucionarios de alquiler" que habían tenido que salir de Falange «por higiene».

En este sentido escribe Hugh Thomas:

"José Antonio fue un gran enemigo del terrorismo"

"Esa aversión a apoyar la violencia fue el motivo de disputa entre José Antonio y sus compañeros militantes durante todo el año 1934".

A lo largo de 1935 y durante los dos primeros meses de 1936 volvió a reprobar la violencia y a desaconsejar las provocaciones que excitaran «los delicados nervios de los súbditos de Moscú».

El panorama cambió después del triunfo del Frente Popular en febrero de 1936.

Hugh Thomas (conocido historiador izquierdista) destaca 

"la ola de violencia que desató conscientemente la Falange, determinada a exacerbar el desorden con el fin de justificar el establecimiento de un régimen de orden".

José Antonio seguía aún declarándose enemigo de la violencia. Pretendió incluso un acuerdo con

Prieto el 16 de abril.

«Parece que por entonces José Antonio había perdido toda esperanza de contener la violencia de sus seguidores».

y ésta será una de las acusaciones por las que el Gobierno determine la detención de José Antonio el 16 de marzo, a la vez que ordena el cierre de los centros de Falange. Payne escribe al respecto:

«La explicación del Gobierno fue la acusación a los falangistas de recurrir a la violencia, lo cual era absolutamente cierto, pero si tales actos merecían la proscripción del partido fascista, hubieran debido aplicarse las mismas medidas al Partido Socialista, Partido Comunista, POUM y CNT. Estos últimos grupos políticos, además de haber realizado actos de violencia periódicamente, habían intentado la rebelión armada contra la República constitucional, algo que Falange Española no se había permitido todavía. Pero la Administración de Azaña hizo muy poco para gobernar imparcialmente».

José Antonio, forzado por las circunstancias, había aceptado un juego que le repugnaba. En No Importa, del 6 de junio de 1936, dio la «justificación de la violencia».

«Entre el crimen y la envidia, hemos vivido tres años. Años fecundos, germinales, que nos han adiestrado para la lucha de ahora. Porque es indecente querer narcotizar a un pueblo con el señuelo de las soluciones pacíficas. YA NO HAY SOLUCIONES PACIFICAS.
La guerra está declarada y ha sido el Gobierno el primero en proclamarse beligerante.
No somos, pues, nosotros quienes han elegido la violencia. Es la ley de la guerra la que la impone. Los asesinatos, los incendios, las tropelías no partieron de nosotros. Ahora, eso sí -y en ello estriba nuestra gloria-, nuestro empuje, nuestra santa violencia, fue el primer dique con que tropezó la violencia criminal de los hombres de octubre
Bien ¡haya esta violencia, esta guerra en la que no sólo defendemos la existencia de la Falange ganada a precio de las mejores vidas, sino la existencia misma de España, asaltada por sus enemigos!».

José Antonio repitió hasta la saciedad, durante los cinco meses que le quedaban de vida, que la Falange nunca provocó la violencia.

El 24 de octubre le preguntaba Jay Allen, reportero del New Chronicle de Londres, en la carcel de Alicante:

«Pero creo recordar que usted introdujo una política de pistoleros en Madrid.
-Nadie ha sido capaz de probar eso. Mis muchachos habrán podido matar, pero después de haber sido atacados».

En su proceso negó haber retribuido «a delincuentes de ninguna especie y que la afirmación en ese sentido era una reiterada calumnia política».

Quizá sea Herbert R. Southworth quien afirme con más insistencia la glorificación de la violencia por parte de José Antonio, y en una línea cercana se coloca John Weiss al decir:

«La Falange sustituye el mito del racismo por la exaltación de la violencia apasionada del catolicismo español».

Pero también las palabras de Gil Robles en su obra No fue posible la paz pueden merecer bastante crédito:

"El fundador de la Falange, comenta el mismo teniente coronel laureado (Ansaldo), no era así. Venía hablando de la violencia. Le repugnaban instintivamente esos procedimientos. De ahí la desavenencia surgida entre los dos sectores del partido: el intelectual y el combatiente".

"Si llegó a triunfar en la Falange el criterio de la acción directa fue con su inicial resistencia a justificar el derecho de la venganza".

Quizá cuando José Antonio, en los primeros meses de 1936, se vio incapaz de contener la necesidad de represalias de la Falange, y aceptó unos hechos consumados, ha sido lo que ha dado pie para que algunos acentúen su "violencia".  En la obra de Broué/Témime se constituyen el terror y la violencia en las armas de la Falange. Realmente, el mes de mayo de 1936 la primera línea de Madrid recurrió al terrorismo más audaz.

Pero nuestro intento es estudiar a José Antonio. Y en esos momentos estaba en la cárcel ya.

Personalidad Religiosa de José Antonio.


El 4 de marzo de 1934, José Antonio dirigió un mitin en el teatro Calderón de Valladolid. Hay una frase, entre sus palabras, con la que vamos a comenzar este trabajo:

«Todos saben que mienten cuando dicen de nosotros que no somos católicos».

El 24 de junio del mismo año, antes del mitin de Salamanca, insistió en el mismo tema, en una conversación que sostuvo con Francisco Bravo Martinez:

«Yo soy católico convencido».

José Antonio lanzaba así una afirmación que iban a subrayar otros testimonios. Entre ellos, el del mismo Bravo:

“Era católico, de creencias afirmadas por la lucha de conciencia, de la que salió tolerante para con los que no lo eran”.

Lo mismo afirman H. Thomas, que hablando de José Antonio nos recuerda que «seguía siendo católico», y el arzobispo de Valladolid; testimonio importante, por tratarse de un miembro de la Jerarquía española.

El 20 de noviembre de 1938 se celebró en la catedral de Burgos, con asistencia del Gobierno, presidido por el Generalísimo Franco, un funeral por José Antonio Primo de Rivera. En la oración fúnebre el doctor Gandásegui, arzobispo de Valladolid, reconoce la dificultad de hacer panegíricos sobre difuntos «por esclarecidos que fueren, que no han sido canonizados», pero, apoyándose en el testamento de José Antonio, dirá:

«Dios ordenó en su Providencia arriorosísima que nos dejase José Antonio un retrato sublime de su corazón en aquellas horas que precedieron a su muerte: su testamento, que es prueba palmaria de mi afirmación:
José Antonio, hijo preclarísimo de España e hijo ferviente de la Iglesia católica.
[ ... ] José Antonio merece los títulos gloriosísimos de hijo
[ ... ] dócil, bueno, ferviente, amorosamente rendido a la Santa Madre la Iglesia católica.»
[ …] «No era estoico, era cristiano».

Nosotros, acordes con el deseo de uno de los primeros afiliados de Falange, intentaremos aducir cuanto encontremos en la vida y escritos de José Antonio, para ver si es posible sostener dichas afirmaciones.

Prácticas.


Uná observación previa, si no queremos exponemos a ser injustos con el momento histórico: conviene destacar la diferencia entre persona religiosa y persona piadosa.

La primera es aquella, que cumple fiel y exactamente sus deberes religiosos.

La segunda, la que en sus obras va más lejos de lo que impone el deber.

En el tiempo en que le toca vivir a José Antonio no era corriente encontrarse con cristianos piadosos, si por tales designamos a aquellas personas de vida íntegra, que oían misa y comulgaban diariamente, entre otras cosas. En José Antonio buscamos el cumplimiento fiel de lo mandado por la Iglesia.

Comenzamos con un párrafo de la conferencia recientemente pronunciada por su hermana Pilar:

«José Antonio, durante toda su vida, se mantuvo en estas prácticas que hicieron de él un verdadero y entero católico, sin alardes, espectacularidades ni ñoñerías, pero fiel en todo al espíritu de la Iglesia. Fue, por supuesto, siempre, enemigo de que su vida religiosa trascendiera de su intimidad».

José Antonio cumplía con el precepto dominical de oír misa. El día del acto fundacional de la Falange, 29 de octubre de 1933, comentó ante Julio Ruiz de Alda, Valdecasas y los hermanos Peláez:

«Hoy he oído misa temprano, en un convento de monjas, donde todas han rezado para que Dios nos ilumine».

Dicho día era domingo.

El 21 de julio de 1935, domingo también, antes del mitin celebrado en Málaga:

«Con aquellos camaradas fue a oír misa a la catedral, sin retirarse del pie del altar hasta que no hubo rezado las tres Avemarias y la Salve del final, porque tenía -dijo- una idea completa de las cosas».

Le vemos también acudir a misa celebrada en sufragio de los caídos de Falange el 25 de julio de 1935.

Los presos católicos de la Cárcel Modelo de Madrid habían obtenido que los días festivos se les celebrase misa en la prisión; a ella acudirá José Antonio «fervoroso con su mono azul y los brazos al aire».

Algún biógrafo recoge la noticia de que el 14 de abril de 1936, jueves, celebró la santa misa en la Cárcel Modelo don Fermín Yzurduaga, y que a ella asistió José Antonio. En conversación mantenida con don Fermín el 26 de abril de 1973, se nos desmentía la noticia, en cuanto referida a él.

Puede haber una confusión de nombres.

Quien celebraba la misa para los detenidos era el padre Eulogio Izurdiaga; y si aquel jueves hubo misa pudo celebrarla éste.

Nieves Sáenz de Heredia, prima de José Antonio, recuerda en un artículo titulado En la vida familiar y aparecido en 1938.

«No faltaba un domingo o día de precepto a misa y no trabajaba los días festivos».

y es Pilar Primo de Rivera quien pone fin a este apartado:


«Todas las devociones y obligaciones se cumplían fielmente» 

[se refiere a los años en que José Antonio permaneció bajo la influencia familiar].

En cuanto al precepto pascual, no encontramos más datos que el del año 1936.

Estaba en la Cárcel Modelo desde el 16 de márzo; ese año solicitó y consiguió un sacerdote que le confesara y le diera la comunión:

«Para Pascua Florida (había que estar preparado para todo) solicitó la visita de un sacerdote y comulgó con una unción de la que se creía olvidado».

Si, a pesar de las dificultades, le vemos poner los medios para cumplir con este precepto, es fácil suponer que lo haría también no existiendo aquéllas; así lo corrobora, por otra parte, el testimonio aducido por su hermana Pilar.

La familia de José Antonio, como muchas familias de entonces, solía celebrar determinadas fiestas conmemorativas con la confesión y comunión. Pilar dice en la conferencia citada que «se frecuentaba los sacramentos». Esto hicieron, estando ya en la cárcel de Alicante los hermanos José Antonio y Miguel, el día 11 de julio de 1936, cumpleaños de este último.

José Antonio se preparó para su muerte con la confesión.

Fue una de las tres cosas que pidió, escuchada la sentencia de muerte:

«Al segundo día de incomunicación pidió a un miliciano de la FAI, llamado Roscano, que le buscara un sacerdote para poder confesar».

El Comité Popular Provincial de Defensa de Alicante otorgó dicha autorización, mediante oficio, el 18 de novíermbre de 1936. El sacerdote que escuchó su confesión durante cuarenta y cinco minutos fue don José Planelles Marco, detenido en la misma cárcel y fusilado el 29 del mismo mes y año. Según un artículo aparecido en ABC del 23 de noviembre de 1950, este sacerdote declaró al final:

«Hoy he confesado a uno que va a morir por todos nosotros.»

José Antonio dice a su tío Antón, en la carta de despedida, que está tranquilo y «lleno de paz», después de la confesión.

Según Carmen Primo de Rivera, cuando le visitó tía «Ma» para despedirse y José Antonío le refirió que se había confesado, ella le hizo la pregunta siguiente:

«-¿Estás seguro de que es un sacerdote quien te ha confesado?
-Sí; le interrogué primero en latín -aclaró mi hermano».

Había visto en la confesión la preparación mejor para enfrentarse al Juicio de Dios:

«[...] Pero por si no es que Dios le prorrogue la vida trato de disponerme lo mejor posible para el juicio de Dios: ayer confesé y hoy estoy lleno de paz [ ... ]».

En términos semejantes se expresa en la carta dirigida a su tía Carmen, que era religiosa:

“Dos letras para confirmarte la buena noticia, la agradable noticia de que estoy preparado para morir bien”.

Conoce las manifestaciones intimas de la gracia, por eso habla de paz, de agradable noticia, de sentirse preparado. Esa unión de felicidad y gracia, consecuencia de la penitencia, de la que escribía así el 18 de enero de 1934:

«La felicidad es como la gracia: en el fondo, la felicidad "es" la gracia. Y el estado primitivo que acaso, cuando verdadero, fue un estado feliz, es como el estado de inocencia: no se recobra jamás una vez perdido. La gracia, sí; pero por otro camino: por el de la penitencia, por el del rigor. Quien ha perdido una vez la gracia inocente no llega a encontrarla siendo "bueno ", en el sentido literario y flojo de la palabra: bueno a la manera blanca, blanda, filantrópica, dulce, de la Sociedad Protectora de Animales, o del Ejército de Salvación. Esa es una falsa, satánica manera de cubrir en falso, con piel cerrada en falso, mucha carne podrida de culpas. Se puede volver a la gracia por la limpieza enérgica, dura, sincera, dolorosa y dolorida de la penitencia».

Sin duda alguna, José Antonio habla en estos términos de la virtud de la penitencia y del Sacramento de la Penitencia; y con gran carga poética describe las notas de esa confesión para dar salida a la «carne podrida».

Cumplía lo ordenado por la Iglesia de forma airosa y elegante; incluso, exponiéndose a las ironías de sus amigos. Luisa Maria de Aramburu, amiga fraternal, desde la infancia, de los hermanos Primo de Rivera, recuerda una anécdota sobre la manera como José Antonio guardaba la abstinencia:

"Una noche fue invitado a cenar en cierta casa. Era un viernes de cuaresma. Uno de los platos era de carne.
José Antonio, al advertirlo, rogó discretamente a su anfitriona que le permitiera prescindir de aquel manjar. Entonces aquélla, dirigiéndose a uno de los servidores, y como burlándose amistosamente, dijo: "Oiga usted, al señorito José Antonio tráigale una tortilla. Hoy es viernes y no puede comer carne”.

José Antonio, lo recuerdo muy bien, contestó:  

"Es posible que me condene, señora; pero Por un filete ... , por un filete, no vale la pena".

En la misma línea refiere el falangista Fontana lo ocurrido durante la comida celebrada en Barcelona, después del mitin del 3 de mayo de 1935, cuando uno de los asistentes pidió chuletas en un día de vigilia. José Antonio sonrió y con aquella finura espiritual, que era un constante magisterio, reprendió y mandó así:

«¡Hombre!, que por una rubia estupenda se pierda el cielo está muy mal, aunque pueda explicarse; pero: que lo pierdas por una chuleta ... ».

En cuanto a la forma de observar el ayuno extremaba la delicadeza, según leemos en el ya citado artículo de Nieves Sáenz de Heredia:

«Como salía a cenar muchas noches fuera de casa, por si no ayunaban donde debía ir, hacía la colación al mediodía».

(Realmente el dia 3 de mayo de 1935 fue viernes. Por la Ley General de la Iglesia sobre la Penitencia había que guardar abstinencia todos los viernes del año. Pero en España dicha ley quedaba reducida por el Privilegio de la Bula de Cruzada a los siete viernes de cuaresma y a las tres vigilias de Pentecostés, Inmaculada Concepción y Navidad, días en que era obligatorio también el ayuno. (Nos estamos refiriendo al año en cuestión.) El día 3 de mayo fue viernes, pero no de cuaresma, pues la Pascua cayó el 21 de abril; tampoco fue vigilia de Pentecostés, celebrada el 9 de junio. Caben. estas explicaciones: que José Antonio no hubiese obtenido el privilegio, cosa rara en unos tiempos en que las madres o tías se encargaban de sacar las bulas para toda la familia; Pilar nos contaba que las bulas se sacaban todos los años; que, a pesar del privilegio, no quisiera usar de él, algo llamativo; o que esta anécdota -recogida por José Mana FONTANA en su obra Los catalanes en la guerra de España (Madrid 1956), pp. 34.35- no se refiera a esta ocasión, sino a otro viaje de José Antonio a Barcelona).

Y Pilar Primo de Rivera dice en la conferencia aludida:

«Cuando se llegaba a la edad de ayunar no se perdía un solo día en aquella época en que durante la cuaresma había que ayunar tres veces por semana».

Es fácil suponer en esta escrupulosidad con que José Antonio cumplía los preceptos de la Iglesia, la gran influencia de su infancia familiar sana. Don Fermín Yzurdiaga atisba en el clima familiar de la tía «Ma» los orígenes de la religiosidad sincera de José Antonio. En su apoyo tenemos la referida conferencia de Pilar Primo de Rivera, que con posterioridad ha llegado a nuestras manos:

«Por tradición familiar la vida nuestra se desenvolvía en un ambiente de vida religiosa. Todas las devociones y obligaciones se cumplían fielmente, debido al cuidado de dos tías que vinieron a vivir con nosotros a la muerte de mi madre».

Se trataba de una familia que bautizaba con prontitud a sus hijos. José Antonio nació el 24 de abril de 1903 y fue bautizado en la-iglesia parroquial de Santa Bárbara de Madrid el 13 de mayo, según consta por la partida de bautismo.

Su madre murió el 9 de junio de 1908, cuando José Antonio contaba cinco años. En el recordatorio de defunción, don Miguel Primo de Rivera describía así a su esposa:

«Hija, esposa y madre ejemplar. Amó a Cristo y a la patria, y en estos amores de la verdad y el deber educó a sus hijos ... ».

Entraron en la familia entonces las tías de los Primo de Rivera, que van a prolongar el clima maternal. Una era doña María Jesús Primo de Rivera y Orbaneja, hermana del padre.

Joaquín Arrarás la describe así:

La ternura y solicitud de esta mujer abnegada han de dejar huellas imborrablesen los huérfanos y sobre todo en el mayor de ellos, José Antonio, que recuerda siempre todo lo que debe al amor y al sacrificio de esta segunda madre, a la que llama cariñosamente "tía Ma".

Ella inculca a su sobrino un profundo sentido religioso, propio de un hogar cristiano, donde se practican las virtudes y se guardan como tesoros las tradiciones familiares.

Pilar Primo de Rivera agrega:

«Se hacía el mes de María, no sé por qué, delante de un cuadro del Sagrado Corazón, y de la bendición de Pío X, que era el Papa de nuestra infancia; se rezaba el rosario en familia; se ponía el nacimiento en Navidad y venían los Reyes; se frecuentaban los Sacramentos».

Este hogar cristiano va a permanecer unido en los muchos momentos dificiles que atraviese la familia; y, ese profundo sentido religioso les llevará a buscar la compañía de Dios en las horas trágicas. José Antonio recuerda dónde pasó la noche del golpe de Estado del padre la mayor parte de la familia:

«Nosotros estábamos en Capitanía General. Detrás del edificio existe un pasillo que, atravesando la calle, llega hasta la iglesia de la Merced. En la iglesia de vuestra Patrona [hablaba en el local del cuarto distrito de la Unión Patriótica de Barcelona] pasaron aquella noche rezando mis hermanas y mis tías».

Esas «tradiciones familiares» perseveraron en la vida de José Antonio. Cuando se despide de la tía «Ma» en la cárcel alicantina le tranquiliza porque:

«Se preparaba haciendo oración y rezando el rosario todos los días».

Palabras semejantes escribía a su tía Carmen el 9 de mayo desde la Cárcel Modelo de Madrid:

«Aquí, en la cárcel, no lo pasamos nada mal. Nuestra vida es ordenada e irreprochable [ .. .l; también tengo mis horas místicas, de unión con Dios, contrito de lo pasado y con planes para su gloria en lo porvenir, y que se cumpla su voluntad».

En esa misma cárcel diría en otra ocasión:

«La oración ha acudido, de nuevo, a restañar los desgarramientos familiares y [ .. .l los otros, íntimos y sentimentales, de los que Dios a ningún mortal permite verse libre».

Otra compañía encontró en la lectura de la Biblia. Lector infatigable, agradece a Carmen Werner tal regalo. Como en muchas familias de su tiempo, la Biblia proporcionaba unos minutos de tranquilidad al terminar el día.

«Tengo sobre la mesa, como última compañía, la Biblia que tuviste el acierto de enviarme a la cárcel de Madrid. De ella leo trozos de los Evangelios [ ... ]».

En la Biblia encuentra José Antonio la Revelación de la Verdad divina. La fe se puede perder

«Por un afán de buscar la Verdad divina por caminos aparte de los Evangelios».

¿y cómo no empalmar con las «tradiciones familiares» esas devociones de José Antonio, que perseveraron hondamente arraigadas en su vida?

En su despacho sencillo y pequeño, rodeado de estanterías llenas de libros, colgaba un cuadro de la Virgen del Perpetuo Socorro, legado por su madre. 

«José Antonio amaba esta delicada imagen bizantina, de lindas facciones sobre fondo dorado».

Pertenecía a la Orden de Santa María de la Misericordia o de la Merced de los Cautivos, y el escapulario de caballero mercedario «pendía siempre de la cabecera de su cama».

Al ser detenido en 1936 pidió dicho escapulario.

Durante la visita que recibió en la cárcel de Alicante de un grupo de mujeres de la Sección Femenina de la Falange valenciana, una de ellas, Ana María Perogordo, fotografía a los dos hermanos.

«Te vamos a romper la máquina -bromeó José Antonio (por "feos" se entiende la broma)-. Menos mal que esto nos salva. Y señaló el escapulario que llevaba al cuello».

Enrique Pavón Pereyra narra la misma anécdota, con idéntico contenido, aunque difieran las palabras:

«Cuidado -advierte bromeando al verse fotografiado, puedo romper la máquina. Estoy medio endemoniado.
Se ríen con ganas.
-¿ Veis estas medallitas de la Virgen del Carmen?
Sin ellas resultaría imposible romper el sortilegio y salvarme».

Nos parece más ajustada a la realidad esta segunda versión, además de tener más lógica, habida cuenta, no sólo del clima religioso familiar, sino también de contar con úna tía monja.

En la familia aprendió a tener devoción a la Virgen, y parece ser que no la olvidó nunca.

Cuando llegó a Pamplona el 15 de agosto de 1934, acompañado de Julio Ruiz de Alda, dedicó la primera visita a Santa María la Real, que se venera en la catedral.

Puede completar este amor a la Virgen la conversación que José Antonio mantiene con Ximénez de Sandoval. Ambos eran solteros.

«Entre las muchas cosas a modificar por la Falange, hay algunos refranes como ese de que es el Diablo quien da los sobrinos a quien Dios no ha dado hijos. Si Dios da los hijos, y es verdad, los sobrinos debe darlos la Virgen o algún santo muy buena persona y solterón como nosotros».

Junto al escapulario, llevaba José Antonio el día de su muerte un crucifijo que le dio Carmen la víspera. Lo besó al entregárselo. «Me alegro mucho, pues no tenía», dice a su hermana y lo blandirá en su mano izquierda en el momento de ser fusilado.

También en el ambiente familiar aprendería la necesidad de los sufragios por los difuntos.

«Como cristiano, reza», cuando recibió la noticia del asesinato de Calvo Sotelo.

El 29 de noviembre de 1934 presidió el primer funeral por los caídos de la Falange; una vez terminada la misa, leyó por vez primera «la oración por los muertos» que había compuesto Rafael Sánchez Mazas.

Y en noviembre de 1935 encargó ya a Agustín de Foxá.

«Quienes os salvéis de la catástrofe, celebrad misas gregorianas por mi alma».

José Antonio reavivaba su vida religiosa con la práctica de los Ejercicios Espirituales. El mismo dijo: «He hecho dos veces Ejercicios, una de ellas con ocasión de una gran crisis espiritual», y de ellos comentó:

«Me sirvieron de gran alivio y vigorización».

Don Fermín Yzurdiaga nos hace notar la influencia de dicha práctica, no sólo en su vida, sino incluso en su pensamiento: el sentido militar que tenía de la vida, la visión del triunfo y el concepto de la virtud de la esperanza son claramente ignacianos.

Nieves Sáenz de Heredia, en el artículo ya citado, recuerda las palabras que un padre, con quien José Antonio hizo Ejercicios, escribió a María Primo de Rivera diciéndole que estaba seguro de que José Antonio era un alma predilecta de Dios.

Con ocasión de los Ejercicios que proyectaba hacer en la cuaresma de 1936, invitó a sus amigos Ximénez de Sandoval y Agustín de Foxá: «Os haría un gran bien».

Cuando ambos ensayaron una ligera resistencia, prosiguió:

«Os lo aconsejo como amigo. Ahora, si no os ponéis a bien con Dios y os toca caer un día, no aleguéis allá arriba el acto de servicio para libraros del Infierno».

Agustín de Foxá le había dicho que le acompañaría como subordinado falangista, si se lo mandaba como jefe.

La finura y delicadeza de José Antonio salieron a relucir:

«Yo no puedo, ni debo, mandar eso como jefe».

José Antonio era seguido por jóvenes que se fiaban de él en todo, pero conocía la existencia de un seguimiento que no le pertenecía: el de la fe. La fe es un don que da Dios, y cuyo camino no es el del fanatismo. Como amigo enseñaba lo que le había servido a él, pero, como jefe, no tenia autoridad en dicho terreno.

«La tolerancia en José Antonio era maravillosamente ejemplar. Y como en todos los aspectos de su vida de jefe de Falange, hacía -según su consejo a los demás- la propaganda, con la ejemplaridad de su conducta; y, sin proponérselo, su sencillez en las prácticas religiosas, sin alharacas ni exhibiciones, incitaba a muchos a la imitación».

El terreno de la conciencia no le pertenecía; por eso, no se arrogaba dicho derecho. Uno de sus más fieles seguidores era Manuel Mateo, quien después de haber perdido la fe, le hablaba a Ximénez de Sandoval de «cómo le era necesaria para vivir». El veía por otra parte el comportamiento de José Antonio:

«Tenía tal fe en el jefe, que no dudaba de que éste lograría devolverle la que había perdido de católico en las luchas y lecturas de su azarosa vida».

Manuel Mateo pidió a Ximénez de Sandoval:

«¿Por qué, diplomáticamente, no le dices tú al jefe que me hable de Dios? El sí lograría devolverme esta fe que me falta hace años.»

«Yo soy misionero de España, no misionero de Dios», contestó José Antonio.

¿Despreocupación o conciencia de su incapacidad? Lo único que puede hacer por Mateo es servir de instrumento a la acción de la gracia; la fe sobrenatural la da y la devuelve Dios. Él anima como amigo; pero no puede mandar, ni obligar en tema que no es de su incumbencia.

Creencias.


José Antonio. escribía en su testamento la víspera de morir:

«Condenado ayer a muerte, pido a Dios que si todavía no me exime de llegar a ese trance ... ».

El doctor Gandásegui afirma que estas palabras son la

«Confesión de que Dios es el Señor de la vida y de la muerte. ...: Confesión de que Dios es el manantial primero de todos los bienes y venturas».

Que Dios es el Señor de la vida lo manifestaba José Antonio al contar con su ayuda, e incluso pedirla en los momentos importantes; así terminaba la «Carta a un militar español» en noviembre de 1934:

«Que Dios nos inspire a todos en la coyuntura».

Y desde la cárcel de Alicante prometía a la primera línea de Madrid, el 29 de junio de 1936, estar con ellos en el momento decisivo, para, «con la ayuda de Dios», introducirles «en la tierra prometida» de España.

Cuando se discutió el título del primer periódico a finales de noviembre de 1933 y se propuso, como tal, la sigla F.E.,José Antonio explicaba ambas letras recorriendo las cosas en que había que tener fe. La fe en Dios figuraba entre ellas.

Durante la campaña electoral de diciembre de 1935 preveía ya el triunfo del Frente Popular, cuya meta, según él, era

«Quemar a Dios, para poder dejar de esperar en El la redención que los hombres prometen y nunca llega».

La estampa de una España moribunda, por falta de ideales elevados, y la visión de unos políticos que sólo parecían aspirar a «repartirse la herencia que dejara la muerte», le proporcionaba una leve melancolía porque

«Nadie quiere ya recetar y menos juntar las manos suplicando a Dios, como hacen los hombres en su última esperanza».

Sus palabras se mantenían a tono con su fe; esa fe en Dios le conducía a

«La convicción inseparable de que la vida humana debe ser regulada por una sabiduría que la trasciende, por fines que la trascienden y en primer lugar por una sabiduría divina, por un Dios ordenador, sin el cual, no concebimos la naturaleza, ni la historia».

Por su concepción cristiana de la historia rechazaría el comunismo marxista y el socialismo, como ya veremos, porque

«Como invasión bárbara que es, es excesivo y prescinde de todo lo que pueda significar un valor histórico y espiritual; es la antipatria, carece de fe en Dios; de aquí nuestro esfuerzo por salvar las verdades absolutas, los valores históricos, para que no perezcan».

José Antonio expresaba que Dios es también Señor de la muerte al sentir cómo sus días estaban en las manos de Dios; cómo es El quien controla y dispone cuantos acontecimientos envuelven su vida toda.

«Pero esto no se elige: morir de una u otra manera .. Dios quizá quiera que acabe todo de otro modo».

Recurrirá a Dios con oración confiada, como vemos en la carta con la que se despide de Sánchez Mazas.

«El acoja mi alma, Y me sostenga».

Era consciente de sus propias miserias, pero confiaba en la misericordia divina.

«y al juzgar mi alma, no le aplique la medida de mis merecimientos, sino la de su infinita misericordia».

La fe en Dios Padre cimentará su confianza en que «el Divino Juez le ha de mirar con ojos sonrientes».

En un artículo, que publicaba en abril de 1935, hacía un reconocimiento claro del papel que reservaba a Jesucristo en la reforma escolar. Conoció la expulsión del crucifijo de las escuelas por las leyes de la Segunda República; había esperado en vano que se cumpliera el propósito de algunos partidos por restaurarlo; él va a ofrecer como solución el que se devuelva a Jesucristo el puesto clave que le corresponde.

«Tras el robustecimiento de la parroquia, viene la reforma de la escuela y de la escuela con Cristo, que debe ser el enlace, cordial e intelectual, de la moral y la cultura civiles con la moral y la cultura de la Iglesia».

Según el doctor Gandásegui, en el segundo párrafo de la introducción de su testamento hacía una confesión de la obra redentora de Jesucristo.

Invoca a la tercera Persona de la Santísima Trinidad en situaciones difíciles. Pidió públicamente su ayuda cuando el 13 de noviembre de 1934 proponía una serie de enmiendas a la Ley de Asociaciones que se debatía en el Parlamento.

Y después del discurso del teatro de la Comedia, del 29 de octubre de 1933, animaba a sus camaradas con el consuelo del Espíritu Santo que estaba con ellos.

José Antonio tenía fe en la Iglesia y en su misión salvadora; veremos más adelante cómo y en qué centraba dicha misión.

Encontramos también en sus escritos referencias, tanto a los ángeles como al demonio.

«Sólo hay dos maneras profundas de entender: la del odio, que destruye, y la del amor, que edifica. Por eso hay dos cimas sobrehumanas de inteligencia: la diabólica y la angélica».

En el editorial que publicaba Arriba, el 4 de julio de 1935, la pluma de José Antonio analizaba la actuación del demonio, apoyándose para ello en la autoridad de los místicos.

«El supremo recurso del demonio consiste en falsificar la voz de Dios".

“Para poder distinguir cuándo es Dios quien habla, hay que tener en cuenta] que las falsificaciones diabólicas empiezan con gran aparato de alegría y triunfo y acaban en tristeza y derrota, mientras que las voces verdaderas de Dios comienzan por causar gran humillación y amargura y acaban en la victoria y el júbilo”.

Punto básico en su doctrina, para poder entender el movimiento que propugnaba, será su concepción del hombre y, más en concreto, del alma del hombre. Y decimos básico porque, como veremos, aquí se apoyará para negar que la Falange sea un movimiento anticatólico, o que él defienda un estado totalitario de estilo fascista o nazi.

En el primer número de FE., del 7 de diciembre de 1933, aparecieron los Puntos Iniciales de Falange. Acerca del hombre decía uno de ellos:

«Falange Española considera al hombre como conjunto de un cuerpo y un alma; es decir, como capaz de un destino eterno, como portador de valores eternos».

Hablará del «individuo como portador de un alma» en el discurso pronunciado en Sevilla el 22 de diciembre de 1935.

En mayo de 1936, José Antonio hablaba del acercamiento a Falange del líder socialista, Indalecio Prieto. El periódico de Falange Española de las JONS de Baleares, Aquí Estamos, reproducía unas palabras de Prieto, que José Antonio hacía suyas.

«El hombre ha venido a la vida no como una bestia. Se nos dice desde distintos puntos de vista religiosos, pero todos con razón, que el hombre es superior al animal».

Desde esos puntos de vista religiosos se nos dice que el hombre es superior al animal, porque en su creación fue objeto de una acción inmediata de Dios; porque Dios dotó al hombre de un alma racional y espiritual, capaz de entender y de amar; y, sobre todo, porque elevó a dicho hombre al orden sobrenatural.

Pero es sin duda en las verdades eternas donde la fe de José Antonio aparece más clara, y son ellas las que configuraron especialmente su pensamiento.

Ya en 1922 publicaba la revista Raza Española un poema, La profecía de Magallanes, en que José Antonio hablaba serenamente de la muerte.

«Es infinito el mar, la vida, corta,
nuestro poder, pequeño,
¡pero no os arredréis! ¿Qué nos importa
que se acabe la vida en el empeño?
¿Qué importa nuestra muerte, si con ella
ayudamos al logro de este sueño?
Si la muerte es tan bella,
¿qué importa sucumbir en el empeño?
¡No importa que muramos! Las estelas
que dejan nuestras raudas carabelas
jamás han de borrarse; por su traza
vendrán para buscar nuevos caminos
otros brazos marinos
de nuestra religión y nuestra raza ... .

Tenía una idea bastante clara de la importancia de la muerte, por eso, una de sus preocupaciones fue estar preparado, incluso, porque no le gustaba nunca improvisar.

El 24 de marzo de 1934 caía el estudiante Jesús Hernández.

El autor de los disparos, Miguel García Guerra, encontró a José Antonio como acusador privado en el juicio del que saldría absuelto el 10 de abril. Cuando José Antonio volvía a casa sufrió un atentado del que salió ileso. César González-Ruano interviuvó a José Antonio pocos días después:

«-¿Por qué hubiera usted sentido más morir esta tarde? Respondió aquél:
-Por no saber si estaba preparado para morir. [...] Soy enemigo de las improvisaciones».

La víspera de su muerte se despedía así de sus hermanos:

«En medio de la tristeza de morir joven, me consuela y os debe consolar el tener en cuenta que tal vez en otra ocasión me cogiera peor preparado para la eternidad».

Veíamos ya cómo en la carta de despedida a su tío Antón le hablaba de su preparación para presentarse ante el Tribunal de Dios.

José Antonio se mostró ante la muerte profundamente humano; nada de estoicismo aparece en sus palabras.

«Espero la muerte sin desesperación, pero ya te figurarás que sin gusto; creo que aún podría ser útil en la vida, y pido a Dios que se me conserve».

Le gustaría seguir viviendo.

«Esta es casi la última carta que voy a escribir, salvo que Dios tenga dispuesto que se me alargue la vida, como de todo corazón le pido. No apetezco la muerte, aunque confío recibirla con decente conformidad si no hay más remedio».

Incluso le hubiera gustado morir de otra manera.

«Te confieso que me horripila morir fulminado por el trallazo de las balas. . .. ¡Quisiera haber muerto despacio, en casa y cama propias, rodeado de caras familiares y respirando un aroma religioso de Sacramentos y recomendaciones del alma; es decir, con todo el rito y la ternura de la muerte tradicional. Pero esto no se elige».

«Porque su alma era cálidamente religiosa», antepondrá la voluntad de Dios a la suya propia.

El pensamiento de la muerte hacía tiempo que rondaba su cabeza. Rafael Galcerán, pasante de bufete y compañero inseparable, nos narra una confidencia en la que José Antonio, hablándole de ir a la muerte con dignidad, le comentó que durante una pesadilla en sueños había vivido su propio fusilamiento.

Por eso, cuando se enfrentó con lo inevitable, adoptó una postura de dignidad humana, a tono además con su concepción de la muerte a Ia que había definido anteriormente como un acto de servicio, en la concentración falangista del aeródromo de extremadura el 3 de julio de 1934 (98).

Y esta dignidad humana le dio serenidad en el momento preciso.

«Yo fui quien se encargó del mando del pelotón. [...] Cuando se le avisó que había llegado el momento no senotó ningún cambio en su cara».

Un testigo muy cercano a los hechos del 20 de noviembre de 1936 fue su hermano Miguel. José Antonio llegó a pedirle que le ayudase a morir con dignidad. Dignidad humana que asoma en la forma tan natural de contestarle al miliciano que urgía, mientras José Antonio se vestía, la mañana del fusilamiento.

«Como sólo se muere una vez, hay que morir correctamente».

Pero, junto a este empeño por afrontar la muerte con dignidad, encontramos en sus palabras la ayuda de la fe.

Por eso su muerte no es la de un estoico, sino la de un cristiano. La fe le proporcionó conformidad y resignación. En el testamento hablará de «decorosa conformidad»; en la carta de Sánchez Mazas de «decorosa resignación», aunque el motivo que alegue sea demasiado humano: no desdecir «junto al sacrificio de tantas muertes frescas y generosas»; en la dirigida a su tío Antón de «conformidad cristiana»; y a Miguel le pedirá ayuda y oración.

«-Miguel, ayúdame a morir, a morir con dignidad, a morir como dispone la Iglesia.
Mi hermano quería que no nos ganara la emoción y que no ofreciéramos a aquellos hombres que nos odiaban el espectáculo de una debilidad. Empleamos los quince minutos en cumplir el último deseo de mi hermano, que quiso morir cristianamente».

Miguel no especifica más, pero por el tenor del texto casi se adivina que pasaron los últimos minutos de la despedida rezando.

José Antonio se enfrentó con la muerte pensando en lo que le esperaba detrás. Y esa fe aumentaba su resignación y apoyaba su dignidad humana.

Después de regalar el abrigo que llevaba porque «en el otro mundo no hace frío», y antes de besar con unción el crucifijo, animará a los compañeros que van a morir con él.

«¡Animo, muchachos, esto es cuestión de un momento! ¡Alcanzaremos una vida mejor!».

Creía en otra vida después de la muerte. Lo había afirmado en ocasiones anteriores. Cuando comienza a defender la memoria de su padre, hablará de las «regiones de la paz eterna».

En el funeral de Matías Montero, después de un lacónico elogio, dijo: «Que Dios te dé su eterno descanso». 

Creía en la existencia del Tribunal de Dios.


En 1935, cuando el riesgo le había ido familiarizando con la muerte, decía a Raimundo Fernandez Cuesta:

«Cuando comparezcamos yo y los que me odian ante el Divino Tribunal que ha de juzgamos a todos, tengo la seguridad de que los sicarios reconocerán la tremenda equivocación en que se hallaban y me pedirán perdón».

Confía en la misericordia divina y dirá a su último confesor:

«Aguardo ahora el Juicio de Dios».

Cecilio de Miguel Medina: La Personalidad Religiosa de José Antonio.



Carta del Padre Custodio.




“Reverendísimos Sres. Obispos de Cataluña:
La Nota del 11 de mayo firmada por todos ustedes me ha dejado sumido en la más absoluta perplejidad y tristeza. Afirman sin embozo que se sienten herederos de la larga tradición de nuestros predecesores, que les llevó a afirmar la realidad nacional de Cataluña, y al mismo tiempo nos sentimos urgidos a reclamar de todos los ciudadanos el espíritu de pacto y de entendimiento que conforma nuestro talante más característico. Seguidamente, para que no haya lugar a dudas, vuelven a insistir: Por eso creemos humildemente que conviene que sean escuchadas las legítimas aspiraciones del pueblo catalán, para que sea estimada y valorada su singularidad nacional, especialmente su lengua propia y su cultura, y que se promueva realmente todo lo que lleva un crecimiento y un progreso al conjunto de la sociedad, sobre todo en el campo de la sanidad, la enseñanza, los servicios sociales y las infraestructuras.
Perplejidad y tristeza, sí. Porque durante meses se me ha conminado a evitar cualquier connotación, en mis palabras y actuaciones, que pudiese ser interpretada como un posicionamiento a favor de la unidad de España, que forma parte de las legítimas aspiraciones de la mitad del pueblo catalán; porque se me indicó que cualquier manifestación pública en ese sentido podía provocar crispación y división entre los fieles católicos que viven en Cataluña. Por tanto, que la procesión con el Cristo de la Buena Muerte de la Hermandad de Antiguos Caballeros Legionarios en Hospitalet estaba fuera de lugar; que la Santa Misa celebrada por los difuntos en acto de servicio de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado no era de mi competencia; que la atención pastoral prestada a los nonagenarios socios de la Hermandad de la División Azul y el posterior acto académico eran una provocación en toda regla; y que la manifestación contra la cristianofobia y por la libertad de culto y de expresión en la Plaza de San Jaime -con la imagen de Cristo crucificado- no era conveniente que estuviera acompañada por ningún sacerdote porque producía crispación social.
Me siento profundamente engañado por unas palabras que llegué a considerar hasta sinceras por el empeño que se ponía en hacérmelas comprender casi al precio de parecer tonto. Y referidas en cualquier caso a actuaciones meramente evocativas, sin una directa operatividad política y social. Capítulo aparte merecen los posicionamientos y actuaciones de algunos obispos ante mi participación en las manifestaciones mensuales contra el aborto en el Hospital de San Pablo, intentando desactivarlas a causa de la incomodidad que les generan. 
Perplejidad y tristeza, sí. Porque ustedes, señores Obispos, se han posicionado públicamente a través de su Nota afirmando la realidad nacional de Cataluña, concepto no pastoral sino político, no fermento de unidad, sino de discordia. Porque consideran legítimas y ahora legitimadas por ustedes, las  aspiraciones de menos de la mitad de los catalanes (aunque por bastante más de la mitad del poder político y eclesiástico) a estimar y valorar una singularidad nacional fabricada hace cien años por Prat de la Riba y las Bases de Manresa. Aspiraciones ahora concretadas en el empeño de esos poderes por un referéndum para consumar la destrucción de una unidad que ha durado siglos. Unidad no sólo de España, sino también de Cataluña, en la que el autodenominado “pueblo catalán” pretende someter a los que tan atinadamente llamó Candel “els altres catalans”. De momento, mediante un referéndum que los enfrente y los confronte.
Ustedes, Sres. Obispos ¿se sienten herederos de la larga tradición de sus predecesores que les llevó a afirmar la realidad nacional de Cataluña? Pues yo también me siento heredero, junto con esa otra mitad de catalanes silenciados también por la Iglesia, de una tradición muchísimo más larga y más catalana que la suya.
Me siento heredero de aquellos que en las Navas de Tolosa unieron las fuerzas de toda la España cristiana -Asturias, Castilla y León, Navarra y Aragón- para defender la libertad de profesar la fe verdadera frente a la intolerancia sanguinaria del Islam. Me siento heredero de aquellos sacerdotes y obispos que enviados por Isabel y Fernando al Nuevo Mundo, evangelizaron las Américas y confirieron la dignidad de hijos de Dios a hombres y mujeres de otras razas que se convirtieron por la fe no en esclavos, sino en súbditos libres de su Madre Patria, iguales en derechos a los demás españoles.
Me siento heredero del Somatén de Sampedor que se levantó con el timbaler del Bruch el dos de mayo de 1808 para defender una patria española que, invadida por los ejércitos de la atea Ilustración francesa, amenazaba con destruir la fe de una nación constituida sobre ella. Me siento heredero también de Mossén José Palau, Sacristán mayor de Nuestra Señora de Belén, bárbaramente mutilado y quemado vivo en su iglesia cuando la multitud anarquizada arrasó con todos los templos de Barcelona el 19 de julio de 1936,  y arrebató la vida de cientos de sacerdotes y religiosos, a los que siguieron luego varios miles bajo el mandato de Companys. Me siento heredero de aquellos catalanes que bajo la advocación de la ahora profanada Virgen de Montserrat, levantaron la bandera de la Tradición catalana y regaron con su sangre los campos de España, muriendo por Dios y por su Rey católico. Soy heredero de aquellos hombres y mujeres honrados que prefirieron permanecer fuera, vigilantes, a cielo raso, antes que participar en los restos desabridos de un banquete sucio. Me siento heredero de aquellos que se jugaron la vida para sacar a la luz las catacumbas de Cataluña, y para dar testimonio de la Fe de Cristo en sus calles y en sus plazas; y de aquellos que murieron en un sucio paredón de cara a la madrugada con la mirada puesta en su Dios y en su Patria.
Con el mismo derecho que ustedes se declaran “herederos” de los unos, me declaro yo heredero de estos otros como catalán que soy. Con el mismo derecho con que ustedes toman una opción tremendamente discutible, yo tomo la contraria y lo hago también públicamente desde mi conciencia de sacerdote y de cristiano, de la cual ni siquiera la Iglesia puede juzgar. Soy heredero de una tradición que me ha hecho, por la gracia de Dios, ser lo que soy. ¿Ustedes obran en conciencia? Yo también. No les juzgo, no me juzguen ustedes a mí. Dios ya lo hará con todos. Pero ese “pueblo catalán” que está en el poder y aspira a ver reconocida su singularidad nacional, no deja de ser una elucubración hegeliana al servicio de ese poder absoluto e intolerante, no sólo político, sino también moral (desde la perspectiva católica, inmoral) que en Cataluña impide toda discrepancia, hasta la de los obispos. Pero insisten en que se ha de dialogar con ellos. ¿Sobre qué? ¿Sobre el calendario de imposición de la corrupción moral?
Ustedes, Sres. Obispos, mantienen impertérrito el ademán ante la “Constitución” inmoral y anticatólica del nuevo Estado Catalán que parecen aceptar de buena gana, con la única condición de un pacto y un entendimiento que saben que no llegará nunca por la absoluta incompatibilidad de principios y por el carácter rabiosamente totalitario de ese poder. ¿Debemos entonces aceptar que se abra el camino a todos los sacerdotes, religiosos y religiosas de sus diócesis para que se pongan al servicio incondicional del nuevo Estado inmoral y tiránico que se quiere refrendar contra la mitad del pueblo catalán y contra el resto de España? Me duele profundamente que en su nota conjunta, los obispos de Cataluña no hablen del Pueblo de Dios (que es el que la Iglesia nos confió), sino sólo del pueblo de Cataluña (el medio pueblo de Cataluña que tiene el poder y por el que parecen apostar) elevándolo así a categoría teológica; me duele que no se nombre en ningún momento ni a Cristo ni a su Iglesia y se prescinda del anticristianismo radical de ese “pueblo de Cataluña” que ha profanado ya los símbolos más sagrados de nuestra fe.
Y resulta sorprendente, Sres. Obispos, que apuesten ustedes por una Cataluña cuyos servicios sociales, tan fuertemente anclados en el progreso que ustedes desean, ofrecen niños en adopción al Lobby LGTB; que apuesten por una sanidad que cultiva el aborto, la eutanasia y la experimentación con embriones humanos; y por una enseñanza que adoctrina ya hoy en ideología de género y en plurisexualidad desde la educación primaria. De momento, han conseguido ostentar la tasa más alta de abortos -también en hospitales participados por la Iglesia- pagados con dinero público por la Generalitat. Este progreso que ustedes, señores obispos, desean que se promueva, se cimienta en la nueva Cataluña sobre la más deplorable corrupción moral: contra la que ustedes evitan toda crítica; y se quedan en la calderilla de la corrupción económica. ¿De Cataluña? No, del “conjunto del Estado”: que para eso pertenecen a la Conferencia Episcopal Española. La calurosa felicitación de Carles Puigdemont no se hizo esperar.
Podría haber desahogado mi tristeza y perplejidad en cualquier tertulia de sobremesa en una recóndita casa parroquial. Prefiero hacerlo así, públicamente, como ustedes lo han hecho y con la lealtad de aquel que no puede ni debe esconderse, pues no ha dicho nada ni contra la doctrina ni contra la moral cristiana. Sólo he roto el bozal del pensamiento único y he entrado en la arena del ruedo por la puerta que ustedes mismos me han abierto.
Si defienden la legitimidad moral de todas las opciones políticas que se basen en la dignidad inalienable de los pueblos y de las personas, espero que respeten también la mía y de tantos otros, pues ustedes ya se han posicionado con la suya; y que no reduzcan al silencio a los discrepantes, con el argumento de autoridad de la obediencia debida.
Ya sé que la discrepancia contra el pensamiento único se castiga severamente. Ya han visto cómo han reaccionado contra el autobús discrepante. Estoy dispuesto a pagar el precio con que se castiga ésta. La defensa de la verdad tiene un precio, ya muy alto en esta sociedad que galopa hacia el totalitarismo. En la refriega en que estamos, es difícil evitar el fuego enemigo, tan fanático. Por eso daré gracias a Dios si consigo esquivar el fuego amigo. Y me aplico el cuento del cartel de esos reivindicadores del derecho a decidir (sólo lo que el poder decida que podemos decidir): Procura que tu prudencia no se convierta en traición. En mi caso, traición al Evangelio, a la Iglesia y al Pueblo de Dios. 
Custodio Ballester Bielsa, pbro.
Cura párroco de la Inmaculada Concepción de Hospitalet de Llobregat”







Cuéntame...Lo que no nos cuentan.

 

Algunos aspectos de la cuestión religiosa en la Guerra Civil (1936-1939)










FERNANDO DE MEER
Centro de Investigaciones de Historia
Moderna y Contemporánea
Universidad de Navarra

Introducción.

 

Cada vez que trato de analizar los sucesos que definen la historia de la Iglesia en España durante la Guerra Civil y me represento, por ejemplo, la persecución religiosa que se produjo en la España leal a la República o la actitud del Episcopado español que, casi unánimemente, no consideró oportuno optar por una postura de mediación, entiendo la necesidad de volver hacia el tiempo anterior al 17 de julio de 1936 para buscar algunas de las razones de aquellos hechos.

Para comprender la actitud de los católicos españoles y de la Jerarquía de la Iglesia católica en España es necesario recordar que la solución al estatuto jurídico de la Iglesia católica en la Constitución de la II República afectó muy negativamente a los católicos. Los líderes católicos de los principales partidos declararon abierto un período de revisión constitucional desde la aprobación
del artículo 26 de la Constitución.

La promulgación de la Ley de Confesiones, Ordenes y Congregaciones religiosas abrió más la fractura entre el orden jurídico de la República y los católicos.

La actitud de los políticos de izquierda y socialistas surgió, en 1931, del deseo de configurar una sociedad coherentemente laicista; sociedad en la que el hecho religioso quedaba desprovisto de toda significación social. En la génesis de este intento tuvo su influencia la falta de sensibilidad ante el derecho civil a la libertad de creencias y cultos de amplios sectores de la Iglesia católica en España.

Al laicismo intelectual, de los partidos políticos de izquierda, se solapó un anticlericalismo agresivo que se manifestó, por ejemplo, en la quema de conventos de mayo de 1931, en las destrucciones y asesinatos de la revolución de Asturias, o en la actitud de violencia respecto a la Iglesia católica durante los meses de febrero a junio de 1936

¿Cuál era el estado de espíritu de los españoles en los meses de junio y julio de 1936?

Sin pretender englobar a la totalidad de la población española se puede afirmar que dos sectores numerosos de esta sociedad habían llegado al convencimiento de que era inviable la convivencia en un régimen de democracia liberal.

Grupos vinculados a la derecha autoritaria contemplaban la posibilidad de un acto de fuerza contra el poder constituido como una opción no desdeñable; y parte de los afiliados del PSOE y de las centrales UGT y CNT vivían en un estado de expectativa de revolución; su acción ante un posible golpe militar, además de aplastar el golpe, debería suponer el tránsito hacia la implantación de la dictadura del proletariado. 

Los intentos de sublevación militar tomaron cuerpo por la actuación del General Emilio Mola Vidal.

El movimiento militar tenía como objetivo evitar «la ruina y la desmembración de la Patria», y como el propio General Franco escribió años después, en la entrevista que mantuvo en marzo de 1936 con los generales Mola y Varela se acordó que «[...] el Movimiento fuera exclusivamente por España». 
Un ejemplo del estado de ánimo de algunas personas quedó reflejado en la carta que el Cardenal Gomá escribió al P. Ledochowski, General de la Compañía de Jesús, el 1 de abril de 1936. El Primado afirmaba:

«Y refiriéndome ahora al estado general de las cosas en España, lo reputo francamente malísimo, sin que humanamente se vea remedio a ello. La revolución triunfante; sin escrúpulos en los procedimientos para afianzarse [...]». 

El ambiente de hostilidad religiosa quedaba reflejado en los atentados que se producían:

«Entre el 16 de febrero y 2 de abril de 1936, 142 iglesias o conventos fueron asaltados, incendiados o destruidos en medio de tumultos populares».

El Papa Pío XI había expresado también su preocupación por la acción del comunismo en España en una alocución pronunciada en mayo de 1936:

«El primero, el mayor y el más grave peligro es ciertamente el comunismo en todas formas y grados [...] Toda una copiosísima [...] literatura pone en plena y ciertísima luz un tal programa. Nos dan fe de ello los ensayos ejecutados o intentados en diferentes países: Rusia, Méjico, España, Uruguay, Brasil,...». 

Aun considerada esta situación, los motivos religiosos no influyeron decisivamente a la hora de decidir el alzamiento militar.

Se puede recordar la conocida carta del General Sanjurjo a Emilio Mola de 9 de julio de 1936. Si bien Sanjurjo afirmaba:

«Desde luego e inmediatamente habrá que proceder a la revisión de todo cuanto se ha legislado, especialmente en materia de religión y social hasta el día, procurando volver a lo que siempre fue España» ,

la frase era lógica si se considera el tono de la legislación sobre el hecho religioso. Es bien sabido cómo las primeras alocuciones del General Franco no aluden a motivos religiosos.

Inicio de la persecución religiosa.


Producido el hecho militar, en la zona leal al Gobierno de la República se desencadenó una fortísima persecución religiosa.

Las cifras son bien conocidas. A finales de agosto de 1936 habían sido asesinadas 2.077 personas entre sacerdotes, religiosos y religiosas y 10 obispos.

El número de víctimas de la República se elevaba a 3.400 el 14 de septiembre de 1936 y el total de religiosos asesinados pasó de los 10.000 durante toda la contienda. El total de prisioneros y civiles católicos asesinados pasó de 60.000. Pero si incluimos a las víctimas de su propio bando, según los últimos estudios, pasaría de 110.000 asesinatos.

¿Cómo fue posible que aquella expectativa de revolución se plasmara tan rápidamente en esa acción revolucionaria? 

Deseo aportar un pequeño ejemplo: Se trata de la carta inédita que Jerónimo García Gallego, sacerdote católico leal a la República, escribió a José Antonio Aguirre el 9 de octubre de 1936. García Gallego narraba el registro efectuado en su casa por una patrulla de milicianos y escribía:

«Por lo demás, ya le dije a Vd, que unos me pidieron la documentación, a pesar de que mostré las cartas de Giral, de Azaña y de otras personalidades, me dijeron que todos esos eran reaccionarios y que no debía quedar ni un sólo sacerdote católico para contarlo». 

Unas líneas antes García Gallego solicitaba un telegrama de José Antonio Aguirre a Manuel Irujo para que se le confiara, por el Gobierno de la República alguna misión en Bélgica, y decía: «Hágalo rápidamente».

Y en carta posterior de fecha 16 de octubre escribía:

«Debo darle cuenta de que nuevamente se producen con frecuencia hechos que, atendida mi condición y estado social, constituyen un grave motivo más para que sea convenientísimo y urgente para mí alguna cosa como lo que exponía en mi carta anterior [...]». 

¿Cuál era la razón última de aquella persecución religiosa? Un escritor contemporáneo ha escrito: 

«La virulencia mortal del anticlericalismo español se derivaba, pues, de su dimensión dual: el anticlericalismo cultural y político de los republicanos de izquierda, pertenecientes a la clase media, y el anticlericalismo total y revolucionario de los movimientos revolucionarios de masas». 

El anticlericalismo anarquista tenía, en expresión de Juan María Laboa,  

«un carácter obsesivo y virulento» 

 y el anticlericalismo socialista 

«expresaba con claridad su rechazo a cuanto tuviera que ver con la Iglesia». 

Son bien conocidas las disposiciones del Gobierno de la República española que afectaron a la Iglesia. 

Un decreto de fecha 6-VIII-36 hizo posible que fueran requisados todos los objetos de culto que estuvieran constituidos por metales preciosos, y por decreto de fecha ll-VIII-36 quedaron clausurados, de hecho, los establecimientos de la Ordenes y Congregaciones religiosas”.

La situación de persecución religiosa en la medida en que era conocida en la zona gobernada por la Junta de Defensa de Burgos ¿qué reacción produjo en los alzados, y especialmente en los grupos sociales que los apoyaban? ¿Cuál fue la causa de que el motivo religioso fuera un factor decisivo en la contienda? 

En mi opinión durante las dos primeras semanas la razón básica del alzamiento militar era: España; la idea de España que tenían los militares que dirigían el movimiento. Sin embargo, durante el mes de agosto el carácter religioso de la guerra se acentuó de tal modo que Mons. Olaechea, obispo de
Pamplona, afirmó el 23 de ese mes: 

"No es una guerra la que se está librando, es una cruzada [...]».

Esta fue la primera vez que un obispo empleó el término «cruzada» aplicado a la guerra. 

La situación de indefensión legal de los católicos en la zona leal al Gobierno de la República era total. Un balance de aquella situación fue realizado por Manuel Irujo en el conocido informe presentado al Consejo de Ministros el 7 de enero de 1937: 

«La situación de hecho de la Iglesia, a partir de julio pasado, en todo el territorio leal excepto el vasco, es la siguiente: 


a) Todos los altares, imágenes, y objetos de culto salvo muy contadas excepciones han sido destruidos, los más con vilipendio; 


b) Todas las iglesias se han cerrado el culto, el cual ha quedado total y absolutamente suspendido [...] Sacerdotes y religiosos han sido detenidos, sometidos a prisión y fusilados sin formación de causa por miles [...]".

La Iglesia y los generales alzados.


¿Cuál era la actitud de la Jerarquía de la Iglesia y de los católicos españoles en la zona gobernada por los militares alzados? 

Para responder a esta pregunta o para comprender la posible respuesta resulta imprescindible considerar la personalidad y convicciones del Cardenal Gomá, Arzobispo de Toledo. El dirigió la acción del episcopado español durante la guerra civil. A él se debió el primer documento-episcopal que juzgó una situación creada por la guerra, la Instrucción pastoral de los Obispos de Pamplona y Vitoria, redactada por el Cardenal Goma, y emitida por radio el 6 de agosto de 1936. 

La actitud de los nacionalistas vascos era inadmisible, para Mons. Gomá, pues se habían unido el marxismo o comunismo , en una contienda en la que: 

«[...] en el fondo del movimiento cívico-militar de nuestro país late, junto el amor de patria en sus varios matices, el amor tradicional de nuestra religión sacrosanta». 

Conviene retener los datos de esta Instrucción. El convencimiento de que el marxismo era el rasgo dominante de las fuerzas políticas que configuraban la revolución española y la dimensión religiosa de la guerra. 

Contemporáneamente, y en otros documentos, Mons. Gomá escribía cómo la partes contendientes «[...] dicen aspirar nada menos que al exterminio de la otra [...]»

Y pensando en el futuro de la Iglesia en España el Cardenal afirmaba que objetivos prioritarios eran: 

«[...] intensificación del apostolado popular para la reconquista del alma del pueblo, especialmente de las masas obreras que estamos a punto de perder [...] formación de la conciencia popular en orden a los derechos y deberes cristianos de orden civil y político»

Mons. Gomá entendía la guerra como una contienda que surgía de un conflicto doctrinal, pues se enfrentaban «[...] ideales diametralmente opuestos [...]»

A medida que el movimiento civico-militar triunfaba los signos de la religión católica eran restituidos en las escuelas e instituciones públicas, y las autoridades militares y civiles mostraban, por lo general, una actitud de apoyo y colaboración hacia la Jerarquía de la Iglesia católica y las instituciones católicas. 

Aunque fuera de un modo intelectualmente poco preciso la religión católica era considerada como unos de los factores determinantes, quizá el principal, de la idea de España. El General Franco en su discurso de 1 de octubre de 1936 había afirmado que 

«El Estado, sin ser confesional, concordará con la Iglesia católica »

y aunque la frase no satisfizo plenamente al episcopado español suponía una situación muy distinta a la vivida por la Iglesia hasta la fecha. 

La situación de la Iglesia católica en España preocupaba profundamente en Roma, y esa intranquilidad quedó reflejada en el discurso que el Papa Pío XI pronunció el 14 de septiembre de 1936. Pío XI, que contemplaba la guerra como una guerra civil, mostró su gran preocupación por la acción del comunismo, bendijo a 

«[...] cuantos habían asumido la difícil y peligrosa tarea de defender y restaurar los derechos y el honor de Dios y de la religión [...]»

habló de misericordia y perdón, expresó un vivo deseo de paz para España y no hizo ninguna referencia al Gobierno de la República. La Santa Sede mantenía una actitud prudente desde el punto de vista diplomático en espera de la marcha de los acontecimientos. 

La Iglesia en las dos Españas hasta agosto de 1937.


¿Cómo evolucionaba la situación de la Iglesia católica en la zona leal al Gobierno de Valencia? Durante los primeros meses y hasta mayo de 1937 se puede afirmar que la situación fue de total indefensión desde el punto de vista legal.

Bastaría considerar la muy conocida expresión de Andrés Nin

«La clase obrera ha resuelto el problema de la Iglesia sencillamente no dejando en pie ni una siquiera» 

o las palabras de José Díaz: 

«en las provincias en que gobernamos la Iglesia no existe. España ha sobrepasado en mucho la obra de los soviets, porque la Iglesia en España está hoy aniquilada».

Manuel Irujo se daba cuenta de la gravedad de esta situación, desde el punto de vista de la opinión pública internacional, y el 7 de enero de 1937 había afirmado en Consejo de Ministros

«No tan sólo el imperativo de las leyes, sino la conveniencia de la República, vista singularmente al través del organismo ginebrino, obligan al estudio del problema y fuerzan su resolución [...]». 

Sus propuestas no tuvieron efecto alguno. 

La incorporación de Irujo al Ministerio de Justicia en mayo de 1937 supuso un intento de plasmar en cauces legales una situación de mayor seguridad jurídica para los católicos españoles y especialmente para los sacerdotes y religiosos. Son numerosas las disposiciones que Irujo hizo preparar o promulgó, como veremos en su momento. 

Si en las manifestaciones exteriores las relaciones entre Franco y la Jerarquía de la Iglesia católica expresaban bonanza, en su dinámica interna no dejaba de haber puntos de fricción surgidos del llamado caso vasco o del distinto modo de entender las relaciones entre la Iglesia y el Estado. 

Al ser el PNV un partido católico que luchaba unido a las fuerzas del Frente Popular, y permanecer la parte del País Vasco gobernada por ellos relativamente exenta de la persecución religiosa que se produjo en el resto de la España leal a la República, esa excepción se convirtió en asunto de gran importancia para la presentación en el extranjero de lo que las partes contendientes consideraban como sus razones en lucha. 

Tanto para los gobiernos de otros países, y en particular para la Santa Sede, como para la opinión pública internacional y, en especial para la católica, el «caso vasco» fue un elemento de juicio ineludible a la hora de valorar lo que ocurría en España. 

La Jerarquía de la Iglesia y de modo especial Mons. Gomá trataba de llegar al fondo de la vida de la Iglesia en España. El Cardenal de Toledo publicó una pastoral, el 30 de enero de 1937, que tuvo como título «La Cuaresma en España. Carta Pastoral sobre el sentido cristiano-español de la guerra». El Primado comprendía que en el fondo de la contienda había desviaciones de orden moral de carácter social, y habían sido «pecados de orden político-social» los causantes de la guerra

Estos eran básicamente los siguientes: 

- personalismos políticos, 

- la actuación de las clases económicamente más poderosas, 

- la entrega del pueblo al materialismo, 

- la «mala prensa», 

- la quiebra de la autoridad social y la 

- «apostasía de la autoridad pública» y como consecuencia 

- «la apostasía de las masas». 

El Primado sentía profundo dolor por «la sima de odio que separa a los españoles en dos bandos que se baten a muerte» y veía la solución última en una «reforma del espíritu», de la autoridad y del sentido de la justicia, tomando como punto básico que España era «católica de hecho, hasta su entraña viva». 

Esta pastoral, aunque fuera muy importante, no alcanzó la difusión que tuvo un documento posterior: la conocida Carta colectiva del Episcopado español a los obispos del mundo entero (1-VII-I937)

Es bien sabido que en la causa que determinó su elaboración confluyeron un deseo de los obispos españoles de dar a conocer a todos los católicos del mundo «la verdad de lo que en España ocurre» y una petición del General Franco a Mons. Goma en este mismo sentido. 

El documento cuya génesis ha sido estudiada, por ejemplo, por María Luisa Rodríguez Aisa se publicó en la segunda quincena de julio, y tuvo fecha 1 de julio de 1937. Como es bien sabido no la firmaron el Cardenal Vidal i Barraquer y Mons. Mateo Múgica, obispo de Vitoria. 

Los Obispos consideraban que  

«La guerra de España es producto de la pugna de ideologías irreconciliables; en sus mismos orígenes se hallan envueltas gravísimas cuestiones de orden moral y jurídico, religioso e histórico»

afirmaban que  

«al estallar la guerra hemos lamentado el doloroso hecho más que nadie, porque ella es siempre un mal gravísimo, que muchas veces no compensan bienes problemáticos y porque nuestra misión es de reconciliación y de paz» 

y si 

«[...] colectivamente, formulamos nuestro veredicto en la cuestión complejísima de la guerra de España es, primero, porque, aun cuando la guerra fuese de carácter político o social, ha sido tan grave su repercusión de orden religioso y ha aparecido tan claro que una de las partes beligerantes iba a la eliminación de la religión católica en España [...]» 

que los obispos españoles no podían callar. Además, solicitaban libertad al poder político de la España de Franco; libertad 

«[...] para el ejercicio de nuestro ministerio; de ella arrancan todas las libertades que vindicamos para la Iglesia »

Después de exponer los hechos claves que caracterizaban el alzamiento militar y la situación social y política en la España leal a la República concluían: 

«[...] la Iglesia a pesar de su espíritu de paz y de no haber querido la guerra ni haber colaborado en ella, no podía ser indiferente en la lucha: se lo impedían su doctrina y su espíritu, el sentido de conservación y la experiencia de Rusia. 


«[...] La Iglesia con ello no ha podido hacerse solidaria de conductas, tendencias o intenciones que, en el presente o en el porvenir, pudiesen desnaturalizar la noble fisonomía del movimiento nacional, en su origen, manifestaciones y fines. 


[...] Afirmamos que el levantamiento cívico-militar ha tenido en el fondo de la conciencia popular un doble arraigo: el sentido patriótico [...] y el sentido religioso [...] 


[...] Hoy por hoy no hay en España más esperanza para reconquistar la justicia y la paz [...] que el triunfo del movimiento nacional [ . . . ] ». 

Los Obispos trataban además de las características de la revolución comunista y del movimiento nacional, respondían a los reparos que se les hacía desde el extranjero y afirmaban que 

«seríamos los primeros en lamentar que la autocracia irresponsable de un Parlamento fuese sustituida por la más terrible de una dictadura desarraigada de la nación » . 

La Carta terminaba con una afirmación de perdón y un deseo de paz. 

Libertad y libertades políticas: el inicio de un ocaso.

 

 ¿Hasta dónde llegaban los deseos de libertad que los obispos de España vindicaban en el documento? Quizá sea oportuno recordar la Carta abierta del Cardenal Gomá a José Antonio Aguirre, fechada el 10 de enero de 1937, y en la que el Cardenal dejaba constancia de su no aceptación de la democracia liberal y de las opciones nacionalistas. 

El Primado decía a José Antonio Aguirre: 

«confunde nociones, porque aún no ha aparecido nadie que se haya alzado contra el régimen, que sigue siendo en sustancia el que el pueblo se dio: y adoptó esta fórmula tan democrática como falaz, porque ya la historia ha fallado sobre un momento de alucinación de nuestra vida política que ha llevado a España al borde del abismo » . 

El Cardenal Gomá no consideraba la libertad política, entendida al modo democrático liberal, como un valor político de primer orden. En sus escritos parecía que la fe religiosa conllevaba una opción política determinada. ¿No había un grupo numeroso de católicos vascos que luchaban junto al Gobierno de la República e invocaban también el motivo religioso como una de las razones de su decisión? Para los católicos nacionalistas vascos existían motivos de orden moral para justificar la actitud que ellos habían aceptado: los obispos españoles habían recomendado la sumisión al poder político y condenado toda rebelión; sólo podía llegarse a la guerra cuando todos los recursos de orden moral y legal hubiesen fracasado. 

Además José Antonio Aguirre exponía al Cardenal Gomá en su Carta de fecha 9 de marzo de 1937 una razón, en su opinión, importante: 

«[...] la tragedia más grande de un pueblo es la implantación de una dictadura católica, porque su triunfo significaría tanto para las muchedumbres como la ligazón de la Iglesia a una forma política determinada, con espantoso quebranto de la fe en aquellos otros ciudadanos para quienes la dictadura es una forma de Gobierno vituperable». 
 
Mons. Gomá tenía un concepto «tradicionalista» de la libertad que le permitía tolerar el Decreto de Unificación.

 

La política de Manuel Irujo.

 


¿Qué sucedía en la España leal a la República respecto a la Iglesia católica en julio de 1937?

Manuel Irujo intentaba dar cauce jurídico a una situación más favorable para el hecho religioso; sin embargo, un proyecto de decreto que hubiera restablecido la libertad de cultos fue rechazado por el Consejo de Ministros el 31 de julio de 1937”.

El 7 de agosto se promulgaba el decreto que autorizaba el ejercicio privado del culto.

A este decreto siguieron otra serie de medidas entre las que se encuentran, por ejemplo: decreto ministerial (9-X-37) para la protección de los objetos destinados al Culto y decreto aparecido en el n.° 327 de la Gaceta de la República señalando como delito los atentados contra edificios religiosos, o la disposición de primeros de marzo de 1938 por la que los sacerdotes estaban libres del servicio de armas. 

Simultáneamente a estos hechos, el Gobierno de la República se proponía restablecer algún tipo de relaciones con la Santa Sede: Nicolau d'Olwer realizó gestiones oficiosas en París durante los meses de agosto y septiembre de 1937 ante el Nuncio, con la ayuda de Irujo; se intentó el nombramiento de un administrador apostólico para Cataluña y que la Santa Sede nombrase un enviado especial que visitase la España leal a la República, quedó designado Mons. Fontanelle, pero el viaje no se produjo; se trató de que el Vicario de Barcelona, José María Torrens autorizase la apertura al culto de una iglesia y se intentó el regreso del Cardenal Vidal i Barraquer.

Todas estas gestiones fracasaron. El hecho, entre otros motivos, de que hubiera sacerdotes encarcelados, y la falta de una plena seguridad jurídica dio al traste con todos estos intentos negociadores.

Un nuncio en Salamanca y la libertad de creencias en Barcelona.


Durante los meses de abril y mayo de 1938 las negociaciones entre el Gobierno del General Franco y la Santa Sede concluían con el nombramiento de Mons. Cicognani como Nuncio de su Santidad en España y de Yanguas como Embajador de España ante la Santa Sede.

Contemporáneamente el primer Gobierno de Franco, cuyo Ministro de Justicia era el tradicionalista Conde de Rodezno, inició un proceso de revisión legislativa para adecuar la legislación del Estado a la doctrina de la Iglesia:

- el 12 de marzo 1938 se derogaba la obligatoriedad del matrimonio civil,

- el 3 de mayo de 1938 se restablecía la personalidad jurídica de la Compañía de Jesús en España.

Sin embargo, parece oportuno apuntar que la ley de Confesiones, Ordenes y Congregaciones Religiosas no fue derogada hasta el 2 de febrero de 1939, y la ley del divorcio sería derogada el 23 de septiembre de 1939.

Si bien existía un acuerdo sustancial, entre Franco y la Santa Sede para hacer de España una país católico, el modo de entenderlo no era idéntico. 

Casi contemporáneamente al inicio del proceso de revisión legislativa en la España de Franco, el 1 de mayo de 1937 Negrín hacía públicos los trece puntos que explicaban la finalidad de su Gobierno; el número 6 decía:

«el Estado español garantizará la plenitud de derechos al ciudadano en la vida civil y social, la libertad de conciencia, y asegurará el libre ejercicio de las creencias y prácticas religiosas».

Una posible interpretación.



La situación política y social en la España leal era ya muy poco favorable a la aplicación efectiva de una política de libre ejercicio del culto religioso; y ante este deseo se presentaban un considerable número de problemas, con independencia, por ejemplo, de la constitución de un Comisariado de Cultos en Barcelona.

Eran intentos alejados de los presupuestos culturales que habían mantenido los políticos que dieron el tono al Gobierno de la República desde julio de 1936.

Ellos habían tratado de configurar una sociedad que aceptaba como uno de sus presupuestos básicos, y en toda su radicalidad, la libertad de conciencia, es decir, la posibilidad de que cada individuo determinara para sí los contenidos estructurales de su conciencia, lo que es bueno y lo que es malo, y esta postura se unía al propósito de hacer un país secularizado y materialista. Esta decisión se desarrolló desde un socialismo, más o menos impregnado de marxismo, pero para el que básicamente se le podía aplicar el siguiente juicio:

"[...] la comprensión materialista del hombre excluye forzosamente toda referencia a Dios; más aún, obliga a luchar contra esa referencia allí donde aparezca",

y a esta opción cultural había que añadir las consecuencias ideológicas del anarquismo, teniendo muy presente que:

"En el fondo del anarquismo lo que se encuentra es el antiteísmo, que es algo más que el ateísmo que le ha servido de precedente eficaz. Sólo podrá darse esa sociedad nueva y libre, de individuos libres y nuevos, en la medida que se elimine de raíz la idea de un ser trascendente. La radical libertad que el anarquismo reclama para el hombre exige el reconocimiento de que éste se encuentra solo, completamente solo". 

Desde estos presupuestos ideológicos, aplicados con brutal coherencia, puede comprenderse parte de la persecución religiosa acaecida en la zona leal al Gobierno de Valencia

¿Cuáles eran los presupuestos doctrinales de Francisco Franco?

En el incipiente proyecto político del General Franco se fundían el pensamiento tradicionalista, la ideología de Acción Española y el idealismo revolucionario de la Falange, y todo articulado desde la visión de unidad de mando propia de un militar.

Franco que identificaba nacionalidad y catolicidad intentaba lograr la solución católica para España. 

Una única fe implicaba una cultura católica que se conseguiría desde un Estado confesional de unidad católica. 

En su primera entrevista como Jefe de Estado al periódico «La Nación» de Buenos Aires, había hablado de una

«España tradicional, racial y católica» y de «[...] una nueva España hija de aquella que floreció en el siglo XVI y ajena completamente a la época extranjerizante en su vida revolucionaria de los siglos XVIII y XIX y comienzos del presente».

El General Franco deseaba hacer un «Estado católico, tanto desde el punto de vista social como del cultural, puesto que la verdadera España ha sido siempre, continúa siéndolo y será profundamente católica». 

Estos proyectos de Franco, aún en su forma más germinal, no eran aceptados unánimemente en el Vaticano.

Allí se pensaba que España podía ser el país del futuro corporativísimo católico delineado por Pío XI, o bien el Estado católico que restaurase la Monarquía católica, o en fin, que el pueblo español que era cristiano debería ser capaz de hacer una democracia cristiana; esta última opción era considerada por el Cardenal Pacelli o por personas próximas a él.

Los posibles objetivos que se presentaban a Franco era la restauración plena del Estado confesional, un nacionalismo confesional o la sociedad cristiana democrática, y este último había sido rechazado por el General; éste había manifestado al Cardenal Gomá que no consideraba conveniente una «orientación centrista o populista». 

Evidentemente los presupuestos doctrinales de los españoles en guerra dejaban, durante toda la contienda y en los meses finales de 1938, muy poca posibilidad a una mediación para la paz.

Franco y el Vaticano (I-IV-1939).


El proyecto político de Franco aunque, intencionalmente católico, no dejaba de generar algunos conflictos en las relaciones con la Santa Sede, o con algunos obispos españoles.

El General se quejó al Cardenal Gomá de que el nombramiento de los obispos de Valladolid, Oviedo y León se hubiera hecho sin su conocimiento. Si Gomá solicitaba la anulación de la legislación republicana sobre la Iglesia, Franco pedía la aplicación del Concordato de 1851, que otorgaba el derecho de presentación en los nombramientos episcopales, aunque el General sólo deseaba hacer una información previa a las relaciones elaboradas por los Obispos españoles; el nombramiento de sacerdotes para cargos políticos no era deseable para los obispos de España, y la ideología de Falange no dejaba de suscitar algunos problemas referentes a la enseñanza, aunque el Estado pusiese en manos de la Iglesia la función de adoctrinamiento social. 

Estos problemas hacían que la actitud de la Santa Sede hacia la España de Franco estuviera llena de matices: por una parte se acepta el renacimiento de una España católica surgida como fruto de la cruentísima persecución religiosa y del ambiente de fervor cristiano que se respiraba en la España de Franco; a Franco se le alababa privadamente, pero no públicamente; y existía un recelo frente a algunos de los políticos que formaron el primer gobierno de Franco. 

Por ello, si los últimos meses de la guerra se recorren «al paso alegre de la paz», esto no quiere decir que estén exentos de tensiones, como por ejemplo, las surgidas del intento de firma del Acuerdo Cultural Hispano-Germano (24-1-39). En estas circunstancias el Cardenal Gomá publicó su pastoral «Nacionalismo y Patria» en la que condenaba el «nacionalismo exagerado», «el estado absolutista» y el «despotismo de las dictaduras»

El Cardenal Gomá consideraba que «la persona humana tiene derechos inalienables que el Estado no puede desconocer », que «la sociedad es hecha para el hombre, no el hombre para la sociedad», y defendía «la legítima libertad de asociación».

Podía dar la impresión de que la Jerarquía de la Iglesia católica en España no entendía la libertad de las conciencias de los católicos (una fe no exige una opción política determinada) a la vez que continuaba la gestación de un estado para el que catolicismo era un elemento cultural que se difundía desde el poder político.
Si al final de la guerra la Santa Sede había reconocido al régimen de Franco y en España se había suscitado un renacimiento del espíritu cristiano, en parte como consecuencia del heroísmo con el que tantos católicos españoles habían vivido su fe, para quienes tenían sentido de la historia se hacían patentes los graves problemas que se derivaban del apartamiento de la fe de extensos núcleos de las clases trabajadoras, de la falta de un amplio número de intelectuales coherentemente católicos, de la necesidad de interiorización de la fe cristiana en el pueblo español , de los peligros de vincular la fe católica con un proyecto cultural y político concreto etcétera.

La construcción del futuro en paz no era una tarea fácil.

Fernando de Meer.

Referencias bibliográficas:
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de España y América, La Segunda República y la Guerra. RUIZ MANJON - CABEZA ,
ed., Madrid, 1986.
Habida cuenta de la cuantiosa bibliografía sobre el tema, limito las referencias a los libros citados en el texto. Deseo añadir algunos ertívulos que me parecen muy interesantes:
ALVAREZ BOLADO , J . : «Guerra civil y universo religioso. Fenomenología de una impli-
cación (I), 18-V11-36 a 24-1-37», Miscelánea Comillas, 44 (1986), 233-300.
— «Guerra civil y universo religioso. Fenomenología de una implicación (II). Segundo
semestre: 24 enero-31 julio 1937», Micelánea Comillas, 45 (1987), 417-505.
FERNANDEZ GARCÍA , A . : «La iglesia española y la Guerra civil», Studia Histórica.
Historia Contemporánea, vol. III, n." 4, 1985, págs. 37-74.
MARGENAT PERALTA , J.M.: «La Iglesia en la guerra civil de España. Boletín Bibliográ-
fico», Miscelánea Comillas, 44 (1986), 523-555.


De la posesa y los lamas.

por Padre Federico 



I.-En una reciente crónica, intitulada “Magia negra budista”, ya dijimos algo de aquella aldea ignota, sita en el antiguo “Sur del Tibet”, llamada Laptschakha.
 
En estas líneas, nos referiremos a un tópico relacionado que también pone de manifiesto el innegable lazo que hay entre el Budismo y el Satanismo
No estamos tocando una canción de oído, no cortamos y pegamos de un pdf digitalizado ni tomamos lo dicho de wikipedia o google, sino que es algo que conocimos en plena Misión hablando con los mismos testigos. 

En la incursión hecha hace unos días en Laptschakha, nos topamos con el referido Lama-Tulku, quien, no sé cómo, inmediatamente nos identificó como misioneros. 
El Lama-Tulku nos contó varias cosas. Entre ellas, nos mostró la calavera con la que realiza rituales budistas. Oírlo, dentro del templo idolátrico, contar semejantes supercherías era como meterse un poco en la fauces del infierno. Pero, había que hacer lo posible para salvarlos de semejante ceguera… 

El Lama-Tulku, que cree ser la reencarnación de un maestro budista de antaño, con grande entusiasmo, nos dijo que él estima que una de las vecinas es, muy probablemente, la reencarnación de la consorte del lama que en él se habría reencarnado. 
Se trata de la mujer que trabaja en el kiosko de la aldea. Una chica joven, cuyo nombre es Sanguey. 
II.-Habiendo escuchado semejante cosa, le pregunté: “¿por qué crees que ella es una tulku?”. Tulku, valga aclararlo, significa “reencarnación de un gurú (u otro importante ser) del pasado”. El lama me indicó con gusto los signos que denotarían la condición de tulku de Sanguey… 

Ella todos los 15 y 30 de cada mes, se enferma súbitamente, queda paralizada durante una hora y luego se siente invadida por un espíritu y entra en trance. Estando en tal estado, ella comienza a hablar en lenguas extrañas, como ser el tibetano. Al hablar, pasa mensajes a quienes la ven. 
El contenido de sus locuciones es básicamente siempre el mismo: son mandatos a observar el Budismo y, de modo especial, estando en trance, ordena a los demás ir a limpiar el templo de los dioses budistas y adorarlos. Suele, a su vez, mandar a los aldeanos que se abstengan de carne, observando riguroso vegetarianismo. 
Todos estos mensajes, cree ella, provienen del espíritu que, con apariencia de monje tibetano, la invade durante estos extraños asaltos quincenales.

(En la foto se ve a Sanguey, dando culto a la ídola protectora del Budismo. No sé porqué el lama le vendó los ojos para este triste ritual) 

Ella, de facto, es la que da las órdenes a los lamas budistas
Los monjes, obedientes a la kioskera en trance, siguen puntualmente sus preternaturales locuciones…
Los simples aldeanos, sin más, obedecen a los lamas, que son quienes ostentan la máxima autoridad fáctica y moral del perdido poblado de Laptschkha. 

Ella, evidentemente, está posesa, por uno o varios demonios, lo cual se ve confirmado por otros fenómenos que los lamas sospechan santos: levitación y sansonismo. Este último, para quien no lo sepa, es el término técnico usado por los exorcistas para referir la extrema fortaleza de los poseídos. 

La situación de la aldea de Laptschakha es triste en exceso: uno o más demonios manejan a una joven, ella guía a los monjes y estos dominan al pueblo. Es una aldea satanocéntrica. 
Sin saberlo, claro. Pero, objetivamente, lo es. 
No por nada, es una aldea que parece blindada al Evangelio. Recuerdo, una de las casas que visitamos es habitada por una señora que quiere ser cristiana pero no se anima puesto que la sociedad la condenaría al ostracismo. 

III.-Quise acercarme a la pobre posesa, pero ella es muy tímida. Es muy poco sociable. Ni siquiera va a la escuela ya que los asaltos demoníacos se lo impiden. 

Tampoco puede casarse ya que los lamas no le permiten comprometerse con nadie hasta que un alto monje (un Rimpoche) no la examine debidamente para comprobar si es, o no, una tulku, esto es, una encarnación de la consorte de un lama del pasado. 

Mientras tanto, ella transcurre sus días, atendiendo el kiosko y entrando en trance, habitada por uno o más demonios y… sufriendo horrores. 

Sabemos que sufre puesto que ella misma nos lo comentó. No a mí, con quien no quiso hablar palabra, sino que, por intérposito intérprete, se lo dijo a las dos voluntarias francesas que nos acompañaron en tan particular expedición misional. Ellas repetidas veces le ofrecieron agua bendita, pero ella, la rechazó, sin conocer la condición sacral de aquella bebida. 

Ella les dijo que está padeciendo mucho y que quiere ser liberada. No aguanta más. Y no hay quien la atienda pues allí no hay ningún cristiano y el Sacerdote más cercano está a casi un día de viaje. No hay rutas ni camino ni internet. 

Lamentablemente, el Obispo de la diócesis no cuenta con exorcista ya que algún curita moderno lo convenció de que con no-se-qué oraciones carismáticas basta y sobra. 

Recemos al Dios Altísimo y a todos los Santos exorcistas, por la liberación y conversión de Sanguey. Encomendémosla a María Santísima, ante quien tiembla el averno todo. 

Si un exorcista la libera, ella recobraría cierta paz y podría darse la conversión de toda la aldea. Recemos.


¡Viva la Misión!

Padre Federico, S.E. Misionero en la Meseta Tibetana.


Algo sobre Lutero, aquel buen hombre…

Creado el 30 octubre, 2017 por Pío Moa

Las tendencias reformistas abocaron a la Reforma protestante, que en realidad no fue una reforma sino una revolución religiosa y política a partir de Alemania. El proceso comenzó con las famosas 95 tesis expuestas en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg por el monje agustino Martín Lutero, en 1517 (cuando en España gobernaba Cisneros, tras la muerte de Fernando el Católico).

No se trataba de un desafío ni nada parecido, sino de una propuesta de debate, como había habido muchos en la Iglesia, con el tema principal, pero teológicamente secundario, de las indulgencias, el comercio de las cuales causaba escándalo en Alemania. 

Las indulgencias eran aplicadas a las penas con que las almas se purificaban en el purgatorio antes de entrar en el cielo. Los creyentes podían atenuar o evitar las penas, para ellos o sus deudos fallecidos, mediante actos piadosos como rezos, limosnas, peregrinaciones, mortificaciones o ayudas en metálico para la construcción de edificios religiosos.

La idea misma del purgatorio, aunque implícita desde el principio la doctrina cristiana, se había explicitado desde el siglo XI y, al suponer una gradación en la culpa, excluía la elección drástica entre salvación y condenación. Según el historiador francés J. Le Goff, la idea del purgatorio redundó en mayor tolerancia hacia los pecadores, al superar el maniqueísmo del bien y el mal absolutos y humanizar las penas.

El purgatorio era como el infierno, pero no eterno, y al cielo solo accedían directamente los santos. La idea se combinaba con la confesión particular y secreta de los pecados, instituida por el IV Concilio de Letrán a principios del siglo XIII, y con el concepto del “tesoro de méritos” acumulado por los santos y personas virtuosas, del que podían beneficiarse los menos virtuosos cumpliendo ciertos requisitos. 

Por entonces el papa León X, de la familia Medici –espléndido mecenas y hombre tachado a menudo de corrupto, debido, quizá, más a la suntuosidad y despilfarro de la corte papal que a su conducta privada– estaba empeñado en la construcción de la magna basílica de San Pedro, que absorbía sumas ingentes de dinero, inafrontables para su exhausto tesoro, por lo que recurrió a la masiva venta de indulgencias. Esa venta, juzgaban Lutero y muchos más, explotaba la credulidad y angustia de la gente común, haciendo con ellas un negocio fraudulento y en definitiva sacrílego: solo Dios podía justificar a los pecadores, y el arrepentimiento real excusaba las indulgencias.

Además, parte del dinero recaudado solía pegarse a los dedos de los agentes, y muchos obispos y la misma curia romana sufragaban con él su lujoso tren de vida. En la irritación de Lutero subyacía un sentimiento nacionalista alemán que aflora en otras ocasiones: 

“¡No hay nación más despreciada que la alemana! Italia nos llama bestias, Francia e Inglaterra se burlan de nosotros; todos los demás también”; “Los italianos se creen los únicos seres humanos”

O denunciaba que los alemanes daban a Roma 300.000 florines anuales para alimentar a los criados del papa, a su pueblo e incluso a sus bribones y mercaderes; o, como llegaría a clamar en 1520, 

“¿Por qué no atacamos (…) a toda la horda de la Sodoma romana con todas las armas de que disponemos y nos lavamos las manos en su sangre?”

Sin embargo la cuestión no era un simple pretexto nacionalista, sino que tenía enjundia teológica por sí misma, y Lutero solo buscaba entonces debatir. 

No hubo debate.

Muchos eclesiásticos y políticos, temiendo por sus intereses, cerraron filas en torno a las indulgencias y amenazaron declarar hereje al agustino. El papa consultó con el cardenal dominico Cayetano, que no vio herejía en las tesis de Wittenberg, pero otros dominicos le persuadieron a presionar a los agustinos para forzar a Lutero a retractarse so pena de procesarle por herejía. Lutero disponía de poderosos apoyos en la nobleza, en algunos eclesiásticos, y en parte de la población. Afirmó estar dispuesto a retractarse si se le demostraba su error mediante las Escrituras; pero las Escrituras solían admitir más de una interpretación, y el arreglo fue imposible. A partir de ahí las acciones y reacciones se encadenaron. 

El emperador Carlos V (y I de España) advirtió en 1521, en la Dieta de Worms:  

“Este hermano aislado yerra con seguridad al alzarse contra el pensamiento de toda la cristiandad, pues si él tuviera razón, la cristiandad habría andado errada desde hace más de mil años”

 Lutero fue excomulgado y pasó a establecer una nueva teología que rompía en puntos clave con la elaborada por la Iglesia en los siglos precedentes, iniciándose una sucesión de tumultos y luchas entre ciudades y países. 

Así, Lutero no solo rechazó las indulgencias, sino el mismo purgatorio, atacó la autoridad del pontífice, tratándole de Anticristo, y llevó más allá la línea conciliarista, popular en Alemania, que concedía mayor autoridad a los concilios que al papa: ahora los concilios tampoco significaban nada, porque la relación entre Dios y el cristiano se establecía de modo individual, a través de la libre y personal interpretación de las Escrituras y por medio de la fe, anulando el magisterio de la Iglesia. Solo la fe, don de gracia divina, salvaba al hombre. Como vimos, algunas de estas ideas estaban esbozadas por nominalistas como Occam o Marsilio de Padua en las disputas escolásticas.

Para Lutero, el hombre es por naturaleza pecador y corrompido, no puede siquiera apreciar el valor de sus obras piadosas, pues su razón y voluntad están a su vez corrompidas y en cualquier caso no puede penetrar el designio de Dios, solo atenerse a las Escrituras. 

¿Cómo puede el hombre saber de su salvación? El tomismo predominante en la Iglesia establecía que junto con la gracia, la razón era un potente medio de comprensión de la voluntad divina y una guía en la práctica religiosa, y que las obras deben acompañar a la fe. 
Para Lutero, la razón 

“es la ramera del diablo, que solo calumnia y perjudica las obras de Dios (…) Debería ser pisoteada y destruida, ella y su sabiduría (…) Es y debe ser ahogada en el bautismo”

aunque, de modo contradictorio, sus controversias son un ejercicio agónico de razonamiento. La fe salvadora se manifestaría en el sentimiento personal de unión con Dios, de ser amado por Dios

Contra Erasmo decía: 

“¿Quién creerá, preguntas, que Dios le ama? Te respondo: ningún hombre lo creerá ni podrá creerlo [por la razón]; los elegidos empero lo creerán, los demás perecerán sin creer, entre reproches y blasfemias, como haces tú aquí”; “Nuestra salvación está fuera del alcance de nuestras propias fuerzas e intenciones y depende de la obra de Dios exclusivamente. ¿No sigue de ahí claramente que, cuando Dios no está presente en nosotros con su obra, todo lo que hacemos es malo y necesariamente sin ningún provecho para nuestra salvación?”; “Si Dios obra en nosotros, entonces nuestra voluntad, cambiada y suavemente tocada por el hálito del Espíritu de Dios, nuevamente quiere y obra [el bien] por pura disposición, propensión, y en forma espontánea”

Las obras humanas, por tanto, no tenían utilidad para la salvación. 

En ese contexto cobran sentido frases como 

“El cristianismo consiste en un continuo ejercicio en el sentimiento de no estar en pecado, aunque peques, porque tus pecados recaen sobre Cristo”

O bien: 

“Peca y peca fuertemente, pero confíate a Cristo y goza en él con mayor intensidad, porque Él vence al pecado y la muerte. Mientras estemos en la tierra tendremos que pecar, porque en esta vida no habita la justicia, pero esperamos, como dice Pedro, unos cielos y una tierra nuevos donde more la justicia. Basta con reconocer al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo, y de Él no nos apartará el pecado, aun si fornicamos y asesinamos miles de veces en un solo día”. 

Esta posición destruía el libre albedrío, un punto crucial, sobre todo desde santo Tomás de Aquino, en la doctrina católica, como base de la ética y la responsabilidad personal. Para Lutero, solo Dios sabía y decidía desde la eternidad quiénes iban a salvarse o a condenarse. El individuo era libre de interpretar a su gusto las Escrituras pero, paradójicamente, estaba determinado y nada podía hacer contra ese hecho. Esa posición le enfrentó a Erasmo, el cual había sido su amigo y, en parte, inspirador, pero que no quería romper con Roma, sino arbitrar entre las dos posiciones y conciliarlas, pero iba a encontrarse sentado entre dos sillas, acusado de incoherencia desde las dos partes.

Contra las tesis de Lutero escribió el tratado De libero arbitrio: si, según Lutero, el hombre no precisa la Iglesia ni órganos intermedios entre él y Dios, y puede interpretar la Biblia como único sacerdote de sí mismo, ¿cómo se concilia esta supuesta libertad con su total incapacidad de elección moral? Para Erasmo, el hombre puede superar realmente las consecuencias del pecado original ayudado por la gracia, la voluntad y la razón: todas ellas concuerdan al mismo objetivo. La libre voluntad no queda impedida por el hecho de que los designios de Dios sean en gran parte oscuros para la mente humana.

Si Jesús llora por una Jerusalén que le rechaza, e invita a los judíos a seguirle, es porque reconoce el libre arbitrio; y si al hombre, según Lutero, no le es posible aceptar ni rechazar la gracia divina, ¿qué sentido tiene hablar de recompensa, castigo y obediencia, como hacen continuamente las Escrituras?

A esto replicó Lutero con De servo arbitrio (“Sobre el arbitrio esclavo”): la presciencia de Dios no deja lugar a la contingencia: 

“Todo cuanto hacemos, todo cuanto sucede, aunque nos parezca ocurrir mutablemente y que podría ocurrir también de otra forma, de hecho ocurre por necesidad, sin alternativa e inmutablemente, si nos referimos a la voluntad de Dios. Pues la voluntad de Dios es eficaz, y no puede ser impedida”

“El destino puede más que todos los esfuerzos humanos”. “Si esto se pasa por alto, no puede haber fe ni ningún culto a Dios”. “El hombre no posee un libre albedrío, sino que es un cautivo, un sometido y siervo ya sea de la voluntad de Dios, o la de Satanás”. “El libre albedrío es nada”

Y si el hombre no es libre, no es responsable de sus obras, que nada valen ni cuentan para su salvación a los ojos de Dios. Lo que cuenta es la gracia manifiesta en el sentimiento personal de la fe. Posición contraria también a la convicción clasicista o humanista del hombre como artífice de su destino. 

El movimiento luterano, comienzo del protestantismo, excluyó la idea de los santos, las imágenes y la preeminencia de la Virgen María como intercesora, tradicional en el catolicismo, suprimió los sacramentos a excepción del bautismo y la eucaristía, y los votos monásticos (Lutero se exclaustró y se casó con una ex monja) y el celibato eclesiástico: el sacerdocio tradicional era sustituido por “pastores” elegidos por las comunidades y con limitada capacidad orientativa. Para dar impulso a su movimiento, Lutero tradujo la Biblia al alemán, lo que, gracias a la imprenta, le dio la mayor difusión, y con el mismo fin estableció la misa en dicho idioma. 

Comparado con el cisma que había originado la Iglesia ortodoxa a comienzos de la Edad de Asentamiento, el cisma protestante era mucho más radical. Aunque se presentaba como reforma, era una ruptura revolucionaria con respecto a cuestiones esenciales, dogmáticas, litúrgicas, y de procedimiento. Podría considerarse una nueva religión, salvo por la común inspiración en Cristo y los Evangelios. 

En el pasado, otras rebeliones dogmáticas habían sido disueltas o aplastadas con bastante facilidad por el poder del Papado y el de los reyes, pero en esta ocasión no fue así. Lutero fue protegido por diversos príncipes alemanes (según los católicos, lo hacían para apoderarse impunemente de los bienes eclesiásticos), y llegaría a formarse una poderosa alianza de ellos (la Liga de Smalkalda, de 1532) para afrontar por las armas a los católicos; el emperador Carlos no pudo dedicar todo su esfuerzo a la lucha contra los protestantes, por tener que atender a las guerras con Francia y al peligro turco; la nueva doctrina llegaba a muchas personas por la libertad que otorgaba para interpretar la Biblia y para prescindir de las imposiciones de un clero en buena parte corrompido y escandaloso; además daba pie a un sentimiento nacional alemán opuesto al poder latino de Roma. Por su impacto espiritual y material, el protestantismo se convertiría en unos años en una realidad social expansiva por todo el norte de Europa. 

Por ello Lutero fue acusado de propiciar el motín y la disgregación de la cristiandad, como le decía Erasmo. Lo cual no le arredraba, pues invocaba en su defensa los Evangelios: 

“No he venido a traer la paz, sino la espada”; “He venido a echar fuego en la tierra”

Lee en los Hechos de los Apóstoles los efectos en el mundo de la palabra de Pablo (por no hablar de los demás apóstoles), cómo él solo excita a gentiles y judíos o, como decían entonces sus mismos enemigos, “trastorna el mundo entero”

“El mundo y su dios no pueden ni quieren tolerar la palabra del Dios verdadero, y el Dios verdadero no quiere ni puede callar. Y si estos dos Dioses están en guerra el uno con el otro, ¿qué otra cosa puede producirse en el mundo entero sino tumulto? Querer aplacar estos tumultos no es otra cosa que querer abolir la palabra de Dios e impedir su predicación”

Esta actitud contrariaba el anhelo de paz entre cristianos, sentido por Erasmo, Vives y tantos otros, a quienes advertía 

“No ves que estos tumultos y facciones infestan el mundo de acuerdo con el plan y la obra de Dios, y temes que el cielo se venga abajo; en cambio yo, a Dios gracias, entiendo las cosas correctamente, porque preveo tumultos mayores en el futuro, comparados con los cuales los de ahora semejan el susurro de una ligera brisa o el quedo murmullo del agua”. 

El emperador Carlos había declarado: 

“Me arrepiento de haber tardado tanto en adoptar medidas contra él”. 

Esta resolución no dejó de flaquear en ocasiones, dados ciertos efectos indeseados de sus doctrinas: 

“Cuanto más se avanza, peor se torna el mundo (…). Bastante se ve cómo el pueblo es ahora más avaro, más cruel, más impúdico, más desvergonzado y peor de lo que era bajo el papismo”. 

No obstante, su determinación persistía:

“¿Quién se habría puesto a predicar, si hubiéramos previsto que de ello resultarían tantos males, sediciones, escándalos, blasfemias, ingratitudes y perversidades? Pero ya que estamos en ello, hay que tener buen ánimo contra la mala fortuna”.

Uno de los problemas fue, en 1524-5, la revuelta de los campesinos oprimidos por los magnates y que exigían mejoras políticas y económicas, y que encontraron un líder visionario en Thomas Münzer, pastor luterano con ideas propias. Münzer acusó a su maestro de excesiva connivencia con los poderes civiles y propugnaba la destrucción de las jerarquías sociales (“Todos somos hermanos. ¿De dónde vienen entonces la riqueza y la pobreza?”). El movimiento se hizo masivo, mayor que otras revueltas campesinas típicas de los siglos anteriores, y sus reivindicaciones iban desde la abolición de los trabajos no pagados y de la servidumbre a la abolición de la propiedad privada. 

Lutero se vio en un dilema, porque muchos campesinos eran seguidores suyos, pero él dependía de la protección de los nobles. Vaciló, pero finalmente lanzó terribles maldiciones contra los rebeldes cuando ya se vislumbraba su derrota. Los campesinos realizaban una “obra diabólica”, traicionaban el juramente de fidelidad y obediencia a sus señores,  

“matan y saquean y pretenden justificar con el Evangelio tan horrendos crímenes”. “El bautismo no hace libres a los hombres en el cuerpo y la propiedad, sino en el alma, y el Evangelio no manda poner los bienes en común (…) No debe de quedar un demonio en el infierno, sino que todos han entrado en los campesinos”
Por tanto, 

“deben ser aniquilados, estrangulados, apuñalados en secreto o públicamente, por quien quiera que pueda hacerlo, como se mata a los perros rabiosos, pues nada puede haber más venenoso, dañino y diabólico que un rebelde (…) Quien vacile en hacerlo, peca (…) Por tanto, apreciables señores, matad cuantos campesinos podáis, “Un príncipe puede ganar el cielo derramando sangre mejor que otros rezando”

El aplastamiento de la rebelión costó un baño de sangre, quizá hasta cien mil muertos.
También consideraba la brujería como una realidad eficaz y promovía la persecución y quema de brujas

Sus diatribas antihebraicas no eran menos radicales en su libro Contra las mentiras de los judíos, y vale la pena exponerlas con alguna extensión, como muestra de un discurso que llegaría hasta hoy. 

Los judíos, “blasfemos desvergonzados”, injuriaban a Jesús y trataban de prostituta a su madre, “tienen creencias falsas y están poseídos de todos los demonios”, “se vanaglorian de ser los más nobles”, el pueblo elegido por Dios, cuando Dios les ha dado sobradas muestras de su desagrado y castigo: 

“No han aprendido ninguna lección de sus terribles desdichas durante más de 1.400 años de exilio”

Ello probaba su contumacia, de modo que 

“No me propongo convertir a los judíos, porque eso es imposible”, son “engendros de víboras, hijos del demonio, el cristiano no tiene enemigo más enconado y mortificante que el judío”. “Se quejan de estar cautivos entre nosotros, pero nadie los retiene, pueden irse cuando quieran. Ellos, archiladrones, nos tienen cautivos con su usura”. “Si tuvieran el poder de hacernos lo que nosotros podemos hacerles a ellos, ninguno de nosotros viviría más de una hora”

Por lo tanto proponía quemar sus sinagogas, quitarles todos sus libros religiosos, prohibirles bajo pena de muerte alabar a Dios o invocar su nombre, pues en sus labios es blasfemia: 

“Nadie sea piadoso y amable en lo que a esto respecta, pues está en juego el honor de Dios y la salvación de todos nosotros, incluyendo la salvación de los judíos”.

Pero, ¿qué sucedería si se aplicasen estos castigos? Que los hebreos seguirían en las mismas, secretamente, de modo que el obstáculo debía salvarse así: 

“Si queremos lavarnos las manos de la blasfemia judía y no vernos alcanzados por su culpa, debemos alejarlos, expulsarlos de nuestro país. Pero como se resisten a marchar, negarán todo descaradamente y ofrecerán dinero al gobierno (…) un dinero maldito, que nos fue robado terriblemente por medio de la usura”

Lutero creía en las historias de secuestro y tortura de niños y envenenamiento de pozos por los judíos, crímenes merecedores de la hoguera. 
“Aconsejo que se les prohíba la usura y se les quiete todo el dinero y las riquezas en plata y oro”. “Sometedlos a trabajo forzado, tratadlos con rigor, como hizo Moisés en el desierto matando a tres mil de ellos para que no pereciera el pueblo entero (…) Si esto no basta, tendremos que expulsarlos como perros rabiosos”. 

Las cuestiones planteadas por Lutero giran en torno a la salvación, expresión, a su vez, de una ansiedad propia de la psique humana desde la noche de los tiempos, expuesta de forma peculiar en el cristianismo. El mundo, lleno de placeres y de penalidades que fácilmente se transforman los unos en los otros, parece arbitrario e injusto, falto de sentido, “un laberinto de errores” como decía Pleberio, y el bien y el mal se confunden. Una posibilidad racional sería considerar el mundo radicalmente injusto, por lo que el restablecimiento de la justicia exigiría otro mundo en el cual los malvados tendrían el castigo, y los buenos la recompensa que el mundo les negaba. Dado el conjunto de sus puntos de vista, la salvación o condena estaba predestinada y solo Dios podía saber quiénes se salvarían. Un punto de vista arduo de conciliar con la necesidad de predicar el Evangelio, y radicalmente angustioso. 

Calvino, discípulo de Lutero, encontró cierta salida al señalar unos indicios que permitían al individuo creer en su pertenencia al grupo de los justos: una vida austera y piadosa, y el éxito en las empresas económicas u otras, permitirían intuir en esta vida la salvación en la otra. El calvinismo ofrecía así un consuelo que le ganó gran popularidad y expansión por varios países europeos, en disidencia con el luteranismo puro. 

Una dificultad de la nueva doctrina la expuso el propio Lutero con sarcasmo: de pronto resultaba que nobles, ciudadanos y campesinos “entienden el Evangelio mejor que yo o San Pablo; ahora son sabios…”. “Algunos enseñan que Cristo no es Dios, otros enseñan esto y aquellos lo otro (…) Ningún patán es tan rudo como cuando tiene sueños y fantasías, cree haber sido inspirado por el Espíritu Santo y ser un profeta”.

Pero, llevada la teoría a sus consecuencias lógicas, las interpretaciones bíblicas de cualquier patán valían tanto como las del mismo Lutero, pues bastaba que fueran sentidas con sinceridad, y ¿quién podría decidir si lo eran o no? Por eso las tendencias disgregadoras en el protestantismo fueron siempre muy potentes, y de ahí las polémicas en las que el esfuerzo de la denostada razón jugaba el papel determinante; y de ahí los organismos e inquisiciones contra los disidentes, para evitar la disolución general.

Pero había más: sobre esas bases, la interpretación de las Escrituras por la Iglesia católica debía ser reconocida tan buena como cualquier otra. Y aunque podía argüirse que muchos la aceptaban no por convicción ni con sinceridad, sino por temor a ser considerado hereje y castigado, lo cierto es que otros muchos lo hacían con plena convicción y un sentimiento de identificación con Dios no menos intenso que el que pudieran exhibir Lutero, Calvino u otros dirigentes protestantes.

Al norte de los Pirineos, el aplazamiento de las reformas eclesiásticas, con la frustración y decepción consiguientes, iban a desembocar en la llamada reforma protestante, emprendida por Lutero desde 1517, solo un año después de la muerte de Fernando. Se la llama “reforma”, pero debe insistirse en que su carácter real fue mucho más allá, una auténtica revolución religioso-política contra el papado y toda la tradición anterior de la Iglesia, con toques de nacionalismo o patriotismo germánico y cierta sed de sangre “papista”. 
Y originaría un largo período de guerras civiles en Europa centro-occidental. El despropósito, no meramente lingüístico, culmina en llamar “Contrarreforma” al restablecimiento de la doctrina tradicional, como si esta fuera una reacción al protestantismo y no a la inversa. En aquella coyuntura histórica, España actuaría como barrera frente al empuje protestante, y su en principio poco esperable capacidad para frenarlo o hacerlo retroceder se debió sin duda a las reformas eclesiásticas previas de los Reyes Católicos y Cisneros. 

En lo puramente religioso por encima de los intereses políticos o económicos en pugna, el debate, giraba en torno a la salvación del hombre. Interpretando a San Pablo, Lutero afirmó que Dios había predestinado desde la eternidad la condena de unos, seguramente la mayoría, y la salvación de otros a quienes otorgaría su gracia divina. La gracia debía expresarse en la fe del individuo, pero no en sus obras, pues el ser humano, profundamente caído por el pecado original, no podía esperar nada de sus vanas acciones con vistas a salvarse (aunque llegó a considerar el asesinato de campesinos rebeldes como una obra de salvación o algo semejante). De ahí que llegase a escribir que los mayores crímenes no impedirían la salvación si el criminal tenía fe. La fe en Jesús, y no las obras, eran lo que salvaba al hombre. San Pablo había insistido en algo semejante (aunque, por ejemplo, también había dicho que sin amor –caridad– incluso la plenitud de la fe carecía de valor). 

Los católicos, en particular los españoles, sin negar la fe y la gracia, sostuvieron el valor de las obras para la salvación, siguiendo otras interpretaciones de San Pablo y de los Evangelios, y la epístola de Santiago (no el de Compostela, pero en fin…), detestada por Lutero: la fe se manifiesta en las obras, y sin ellas sería pura hipocresía. De acuerdo con la teoría luterana de la gracia, Dios hablaría a cada hombre a través de las Escrituras, y cada cual podía interpretarlas sin necesidad de un aparato jerárquico, sacerdotal, que le indicase cuál era su verdadero significado. Los católicos creían en la necesidad de una interpretación autorizada y general, ya que la Biblia es un libro harto misterioso en el que, por ejemplo, Yahvé ordena a su pueblo elegido el genocidio de los cananeos, o narra episodios muy chocantes para la moral convencional cristiana. ¿Cómo podría interpretase algo así? Pero desde el punto de vista luterano, los crímenes, en definitiva, no eran tales si los subtendía la fe. A los españoles salidos de la reconquista, que encontraban el bien y el mal bastante claramente definidos por la lucha contra el infiel, y se enfrentaban ya directamente al poderío turco, tales concepciones sonaban muy disparatadas. 

Más allá de interpretaciones del cristianismo, el problema remontaba a la propia condición humana. El mito de la pérdida del paraíso por Adán y Eva describe el paso de la inocencia animal a la esfera de la moral, del bien y el mal. Aparece como una caída porque con ella el mal entra en la naturaleza humana, se vuelve constitutivo de ella. Y la observación del pasado o de la sociedad en cualquier tiempo muestra bien el crimen, la injusticia, el abuso, la opresión, el malestar difuso en la sociedad, siempre unidos a la acción humana, así como la culpa y la angustia consiguientes. Y también es observable la frecuente transformación del bien en mal y viceversa, cómo el mal de unos resulta el bien de otros, y acciones de intención bondadosa traen a veces malas consecuencias y al revés, haciendo de la experiencia humana un laberinto. Etc. 

La doctrina de Lutero, negando valor a las obras, sostenida tal cual, solo podía exacerbar la angustia humana, pues no aclaraba si la fe subjetivamente más exaltada se correspondería con la gracia predestinada. Calvino quiso aplacar la inquietud sosteniendo que el éxito en los negocios humanos era un indicio de predestinación salvífica. Las ideologías posteriores, ajenas a la idea del pecado original, desarrollan más bien la idea del éxito sin darle un sentido transcendente. 

En todo caso, el pensamiento español, que culminaría en el concilio de Trento, trataba de armonizar la gracia y las obras, y consideraba que las reformas necesarias no debían socavar la tradición ni la Iglesia jerárquica, sino fortalecerlas. Tal había sido también la doctrina implícita en toda la reconquista.