Himno de Lucha y Amor
Cara al Sol. (Cuadernos de la Vieja Guardia).
Tenemos un cancionero extenso e intenso.
La belleza, rigor y fortaleza de los cantos falangistas constituyen por si mismos la vida de la Falange a lo largo de su historia.
Desde los primeros tiempos, tanto jonsistas como falangistas expresaron su fervor a través de diversos himnos y canciones, cuyas letras reflejaban, lógicamente, sus ilusiones e ideales. El himno de las JONS apareció publicado por primera vez en el semanario "La Conquista del Estado", en octubre de 1931, siendo la canción más representativa de las JONS. La letra es de Juan Aparicio y la música de José Guerrero Fuensalida.
Su título inicial fue el de Himno de Combate, pero en "Marchas y Montañismo" de 1943, se la subtituló como “Himno de las viejas JONS”.
y de muerte española también,
ha llegado otra vez la fortuna
de arriesgarse a luchar y a vencer.
Sobre el mundo cobarde y avaro,
sin justicia, belleza ni Dios,
imponemos nosotros la garra
del Imperio solar español.
No más reyes de estirpe extranjera,
ni más hombres sin pan que comer;
el trabajo será para todos un derecho,
más bien que un deber.
Nuestra sangre es eterna y antigua
como el sol, el amor y la mar;
por las glorias de siglos de España,
no parar hasta conquistar.
La Nación nos ordena, y marchamos
con la alegre virtud del partir;
que el pasado se impone a la ruta
que pretende tener porvenir.
El pasado no es peso ni traba,
sino afán de emular lo mejor;
viviremos la gesta del héroe
con orgullo, soberbia y valor.
tras la furia y la lanza del Cid,
triunfaremos por nuestra grandeza;
que la raza prosigue su fin.
A pesar que la canción fue aceptada por los falangistas tras la fusión de F E y las JONS, ninguno de los dos grupos llegó a considerarla como himno del movimiento y, como se verá en las siguientes páginas, este ansiaba un himno que no solo le representara como grupo, sino que emocionara al ser
cantado.
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Por otra parte, conforme crecía el movimiento falangista se fueron adaptando diversas letras conocidas y populares, músicas de himnos y canciones, generalmente fascistas y alemanas. Pero como cuenta Francisco Bravo, había muchas canciones pero faltaba el himno. En su libro “José Antonio: el hombre, el camarada, el jefe” nos detalla su nacimiento:
El 17 de noviembre de 1935, en el mismo cine de Madrid, donde doce mil camisas azules habíamos ovacionado hasta el delirio a José Antonio -espectáculo inolvidable-, yo le dije al Jefe:
-Imagínate lo que sería el final del mitin si, además de este bosque juvenil de brazos en alto, un coro ardiente y unánime hubiese cantado un himno de combate y esperanza.
-Te aseguro que vamos a hacerlo enseguida, voy a reunir a una escuadra de nuestros poetas y hasta que no lo tengamos no los suelto. Te doy la seguridad de que, muy pronto, nuestros muchachos han de tener una canción de guerra y de amor. Porque no quiero que el himno sea demasiado pretencioso.(…)
El himno de Falange nació el 3 de diciembre del año antedicho, en la cueva del Or-kompon, bar vasco de la calle de Miguel Moya, en Madrid.
La música ya estaba compuesta precisamente. La letra, es decir, las estrofas aladas que tantos camaradas cantaron después, frente al riesgo y a la muerte, la hicieron José Antonio, José María Alfaro, Agustín de Foxá, Mourlane Michelena y Dionisio Ridruejo. Guardaban la puerta, para que los poetas no desertasen, dos hombres de guerra: Agustín Aznar y Luis Aguilar.
Hizo de crítico Rafael Sánchez Mazas.
La decisión de José Antonio se produjo en casa de Marichu Mora, al día siguiente del estreno en la capital de España de la famosa película "La Bandera", estando allí Sánchez Mazas, Ridruejo y Alfaro.
-Os espero mañana por la noche en la cueva del Or-kompon. Irá el músico. Si falta alguno, mandaré que se le administre el ricino.
Y, efectivamente, los ya nombrados, obedientes siempre a José Antonio, se pusieron a la obra.” (...)
Cuando el músico se puso al piano, las notas que interpretaban sus dedos de “virtuoso” nos gustaron a todos. Caímos en seguida en un estado febril, propicio a la creación. Era difícil que entre tantos, salieran unos versos que tuvieran decoro literario indispensable para ser cantados por nuestros
abnegados y valientes camisas azules.
La magia del músico y la presencia de José Antonio hicieron el milagro.
Para adaptarnos a la música cantamos valiéndonos de un “monstruo” que llevaba compuesto un amigo. Y tuvimos en cuenta la idea general que nos sugirió José Antonio, el cual nos dijo:
"Siempre he dicho que nuestro himno no será engolado ni excesivamente solemne. La juventud de nuestro Movimiento exige que cantemos una canción alegre, risueña, exenta de odio para los que nos combaten. Una canción de guerra y amor. Haremos una estrofa a la novia, otra a los caídos por nuestra España y una que remate con aire seguro de triunfo. Este cantar nuestro tiene que ser breve, ingrávido, sonriente; para gritarlo con el brazo en alto y con el fusil en la mano. Porque no se os olvide que con ella haremos muy pronto nuestra insurrección, nuestra lucha por la conquista y
salvación de la Patria".
Como nació la canción de la Falange:
La echábamos de menos al final clamoroso de todos los mítines, cuando la voz de José Antonio se apagaba entre aplausos. La presentíamos, casi la amábamos sin conocerla. Varias veces habíamos dicho al Jefe al terminar un discurso:
—Figúrate cómo prolongaríamos la emoción, si una banda nuestra tocase ahora una canción de guerra.
Él nos tranquilizaba:
—Os prometo que tendremos una canción pronto.
José María Alfaro, poeta de las primeras horas de la Falange, componía y destruía estrofas. Era uno de los más entusiastas de la idea. Nos leía trozos revueltos con estrofas imperiales. ¿Te acuerdas, José María, de aquella que escribiste, de amarga profecía, que yo quise incorporar a nuestro himno no nacido? ¿Dónde está el Capitán…? Nadie lo sabe; del Arlanzón al Duero se ha perdido.
En la casa del Marqués de Bolarque, en aquel cuarto de música de suave penumbra con exangües mascarillas de yeso de los grandes maestros alemanes, Juan Tellería tocó una tarde una canción alegre y decidida; Bolarque y Miquelarena hicieron unos proyectos de estrofas.
Días después fuimos a cenar con José Antonio a “Or-Kompon”, restaurante vasco situado en la calle de Miguel Moya. Era una especie de cueva con acuarelas de Guipúzcoa en los zócalos, carros
de bueyes rojos con lana sobre la testuz, caseros de boina, frontones, maizales y curas con paraguas bajo los cielos plomizos de Loyola.
Estábamos, además de José Antonio, el maestro Juan Tellería, Luis Bolarque, don Pedro Mourlane Michelena, Rafael Sánchez Mazas, José María Alfaro, Agustín Aznar y Dionisio Ridruejo.
El tema de la conversación de aquella noche fue el teatro y la música. Se comentó El joven piloto, zarzuela de Luis Bolarque y de Jacinto Miquelarena.
Había un gran jaleo de vasos; los mozos trajeron chacolí, sidra y bacalao; alguien dijo:
—Vamos a hacer una sangría.
Después de la cena, el maestro Tellería se puso al piano. Tocaba pasodobles y tangos.
—Oye; toca eso que hiciste el otro día.
Sonó una música enérgica, alegre y guerrera.
—¿Te gusta, José Antonio?
—Está bien. ¿A ver cuántos poetas hay aquí?
Nos contó, añadiendo:
—Vamos a hacer un himno para que lo canten los chicos.
Un mozo trajo unas cuartillas y nos desperdigamos por las mesas. Bolarque, con su fino oído musical, hacía los “monstruos”, es decir, las estrofas sin sentido que llenaban la música y que luego había que sustituir por otras poéticas. Recuerdo que uno de ellos era: “Adiós, adiós, el Capitán se va.” Hecho sin duda, bajo la influencia de la desoladora estrofa de José María Alfaro que ya hemos citado.
Trazó el plan José Antonio.
—Nuestros muchachos exigen una canción alegre, de guerra y de amor, pero exenta de odio. No ha de ser engolada ni solemne. En la primera parte debemos hablar de la novia; luego, de la muerte, haciendo una alusión a la guardia eterna de las estrellas, y después algo sobre la paz y la victoria.
Con su voz caliente, un poco nasal, nos recitó media estrofa que ya traía pensada:
Traerán prendidas cinco rosas
las cinco flechas de mi haz.
El músico, despeinado, golpeaba las teclas. Yo escribía en una mesa entre migas de pan y las peladuras en espiral de la fruta. Quise poner un arranque brioso.
De cara al sol con la nueva camisa
que me bordaste ayer.
José Antonio y Rafael Sánchez Mazas hicieron algunas modificaciones. Se suprimió la preposición “de” y se puso “camisa nueva” por necesidades de rima. En el segundo verso se añadieron las palabras “tú”, que daba energía y perfilaba la idea de la novia, y “en rojo” porque resultaba corto ese verso.
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Según otra versión los autores de la primera estrofa fueron José Antonio, Alfaro y Foxá; estrofa que, tras una ligera lima y revisión por parte de Sánchez Mazas, que actuaba como crítico, quedó como se conoce:
Sin embargo queda por dilucidar la cuestión sobre la inspiración para comenzar "De Cara al Sol" que, a mi juicio puede provenir de dos o más probables fuentes originales:
1ª. El propio título de la composición original de Juan Tellería: "Amanecer en Cegama".
2ª. Parece que pudo llegar a oídos de José Antonio y/o de los poetas de Falange, a través de escritores hispanoamericanos, la historia de Agustín Agualongo Cisneros. Quien frente al pelotón de fusilamiento bolivariano demandó que se le permitiera ser fusilado con su uniforme de coronel del ejército español. Tal y como sucedería el 13 de julio de 1824 pasando a la historia sus palabras:
"Quiero morir Cara al Sol, mirando a la muerte de frente, soy hijo de mi estirpe, quiero morir con mi uniforme, no me venden los ojos, quiero morir de frente"
Encaró su ejecución con una entereza asombrosa llegando a afirmar solemnemente:
"Si tuviese veinte vidas, estaría dispuesto a inmolarlas por la Religión Católica y por el Rey de España ¡Viva el Rey!"
Ambas posibilidades son complementarias y no excluyentes.
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Hubo una larga pausa. Todos meditaban sobre las cuartillas y algunos mordían el lápiz y miraban al techo. Al final se nos acercó Ridruejo leyéndonos un papel arrugado. Había modificado una idea de José Antonio y añadido el verso completo.
Volverán banderas victoriosas
al paso alegre de la paz.
No fue tan fácil capturar el adjetivo “alegre”. En los primeros papeles (que Bolarque conservó hasta la revolución) aparecían los adjetivos “recio” y “fuerte”.
No recuerdo exactamente quién lo propuso. Únicamente sé que, cuando quedó flotando en el aire, hicimos el ademán de cogerlo con la mano. Eso era. Alegre.
—Eso, eso es magnífico.
Aznar, que vigilaba la puerta, preguntó por José María.
—Está arriba en la barra. Voy a buscarle.
No salía la segunda estrofa. A mí me resultaban barrocos todos los intentos basados en centurias formadas sobre nubes y desfiles pálidos de muertos.
Bajó Alfaro y nos recitó la estrofa de la sonrisa de la primavera.
Volverá a reír la primavera
y será la vida, vida nueva.
Eran las dos y media de la madrugada. Encendí un pitillo, algunos querían marcharse pero Agustín Aznar y Luis Aguilar vigilaban la puerta.
—De aquí no sale nadie.
Campanudo y taciturno, don Pedro Mourlane, el canciller, como le llama José Antonio en las cenas de Carlomagno, tachaba con una línea de lápiz el segundo verso, que ya no iban a repetir los camaradas, y escribía con letra menuda encima unas palabras. Preguntó:
—¿No os gusta más esto?
Que por cielo, tierra y mar se espera.
Todos aprobamos unánimes y le felicitamos.
José María Alfaro acaba de encontrar la palabra decisiva, la promesa del amanecer de España.
Escribió al lado de José Antonio:
¡Arriba, escuadras, a vencer,
que en España empieza a amanecer!
Impaciente propuso Bolarque:
—Aunque el himno está incompleto, vamos a cantarlo.
José Antonio se frotaba infantilmente las manos y nos agrupamos todos alrededor del piano.
Se abrieron los primeros compases. Comenzamos a cantar. La música sonaba vibrante; eran voces juveniles que invocábamos a la muerte y a la victoria; nos poníamos firmes inconscientemente y levantábamos el brazo.
Era que estaba allí el himno arrebatándonos, sorprendiéndonos a nosotros mismos, vivo ya, independiente, desgajado de sus autores.
En los ojos de José Antonio brillaba una luz de entusiasmo velada por una ligera tristeza. Le parecía escuchar en la apartada calleja las pisadas rítmicas de sus camaradas que marchaban hacia un frente desconocido. Y se imaginó a sus mejores, pronunciando moribundos en la tierra, en el mar y en el aire, aquellas palabras que hacía unos minutos sobre el papel no eran nada y que ya no pertenecían a los poetas.
Comentaba José Antonio, todavía enardecido:
—Ha quedado estupendo.
Añadía:
—Le haremos cantar en la calle de Alcalá con acompañamiento de pistolas.
Exaltábale Rafael:
—Esto es lo bueno, lo popular, los consonantes fáciles: “lleva” con “nueva”.
Aludía a los dos versos de la primera estrofa.
Flotaba sobre las mesas el humo denso de los pitillos. Salimos de “Or-Kompn”. Hacía frío aquella noche. Subimos por Alcalá, entre faroles, levantándonos los cuellos de los abrigos.
Al día siguiente en el despacho de mi padre –espadas, cotas de malla, viejos libros ilustrados por Gustavo Doré- encontré yo la estrofa de los caídos.
José Antonio había interpretado poéticamente el más allá por medio de las estrellas.
Fui fiel a su idea; pero, por razones métricas, escribí, en lugar de estrellas, “luceros”. Me quedó así la estrofa:
Si caigo aquí, tengo otros compañeros
que montan ya la guardia en los luceros,
impasible el ademán,
y están
presentes en nuestro afán.
Fui por la noche a buscar a José Antonio y se la leí. Como la estrofa resultaba corta con relación a la música, añadió él estos tres versos:
Si te dicen que caí,
me fui
al puesto que tengo allí.
Le hice un reparo.
—Dos veces “caí” no me gusta.
—Tienes razón.
Entre los dos escribimos:
Formaré juntos a mis compañeros
que hacen guardia sobre los luceros.
Acabábamos de hacer la Canción de la Falange. Bajamos los dos por la calle de Ológaza y me despedí de José Antonio.
Tardé varios días en volverle a ver. Por la Gran Vía pasaban grupos de gente que salían del “Cine Avenida”, donde acaba de estrenarse la película titulada La Bandera. Había neblina en los faroles.
Todo esto sucedía exactamente el cuatro de diciembre del año 1935.
La Aportación de los Poetas:
Resumiendo y siguiendo a Bravo, la aportación del equipo de poetas fue la siguiente:
1ª estrofa: Foxá, José Antonio y Alfaro.
Cara al sol, con la camisa nueva
que tú bordaste en rojo ayer,
me hallará la muerte si me lleva
y no te vuelvo a ver.
2ª estrofa: Foxá.
Formaré junto a los compañeros
que hacen guardia sobre los luceros,
impasible el ademán,
y están presentes en nuestro afán.
Enlace 2ª-3ª estrofa: Foxá con alguna ayuda de Alfaro.
Si te dicen que caí,
me fui al puesto que tengo allí.
3ª estrofa: 1er y 2º verso, Ridruejo; 3er y 4º, José Antonio.
Volverán banderas victoriosas
al paso alegre de la paz
y traerán prendidas cinco rosas,
las flechas de mi haz.
4ª estrofa: 1er, 3er y 4º verso, Alfaro; 2º, Mourlane.
Volverá a reír la primavera
que por cielo, tierra y mar espera.
¡Arriba, escuadras, a vencer!
Que en España empieza a amanecer.
Fueron necesarias dos jornadas para completar el himno porque, como cuenta Ridruejo a través de Bravo “hay que tener en cuenta que la música era difícil. Posiblemente, si José Antonio no lo hubiera hecho cuestión a realizar como una orden y un acto del servicio y si Aznar y Aguilar no hubieran estado a la puerta, el himno no habría salido de aquella noche memorable.(...)
Durante aquella noche febril de creación conjunta, José Antonio -poeta también y de los más finos- estuvo malhumorado. Temía que el contraste de los puntos de vista de cada cual demorase la composición del himno, que los camisas azules de toda España demandaban unánimes y como si les
faltara algo decisivo para la acción.
Cuando todo estuvo hecho y el músico descansó sus manos nerviosas sobre el teclado y bebimos alegres y cansados unas copas de buen vino jerezano, nos dijo:
—Está bien, mi escuadra de poetas. Lo que hemos hecho esta noche logrará con el tiempo, no lo dudéis, la importancia de algo maravilloso. Estoy seguro de que la "Canción de guerra y de amor" de la Falange tendrá pronto acompañamiento de pistolas. Y un poco más tarde, tamborileo de
ametralladoras, y la lanzarán fieros en la guerra nuestros camaradas, mientras el bordón del cañón siembra la muerte.”
El Primer «Cara al Sol».
A finales de diciembre de aquel año de 1935, concretamente el domingo 29, se celebró un acto político en Quintanar del Rey (Cuenca). Un testigo de excepción fue Francisco Valencoso López, a la sazón portador de la bandera de la JONS local en el escenario del teatro Cervantes donde se celebró el acto y secretario de la Falange de Quintanar:
Al terminar José Antonio entre las aclamaciones de las gentes del campo que en su mayoría llenaban el local y calles adyacentes, salimos del local y fue a hacer varias visitas por el pueblo (…). Tras estas visitas, la comida en un parador llamado del Zurdo, aunque no lo era políticamente, en cuyos corrales nos hicimos unas fotos de las cuales, conservo una firmada por José Antonio, y que motivó me dijera al presentársela para firmar, ¡pero tú te crees que soy la Celia Gámez! En fin, la fotografía la firmó y desde entonces, fue guardada en mi casa como un tesoro (…).
Después la comida en el comedor del Mesón, que fue sencilla y sin lujos. Unos gazpachos con pollo y cordero frito. Estos gazpachos que hicieron decir a José Antonio: “Os prometo venir otro día a Quintanar, aunque no sea nada más que para comer gazpachos”.
Terminada la comida: Presidiendo la mesa, José Antonio, a su derecha el Jefe Provincial Benito Pérez, a su izquierda el Jefe Local, Miguel Ruipérez, enfrente de José Antonio, yo, como Secretario Local; a mi izquierda, el Jefe Local de Milicias, camarada Antonio Ruiz Marcilla, a mi derecha el
escuadrista más joven de la Falange Local y primo mío, camarada Juan López Zamora.
De pronto José Antonio, al que se notaba muy contento, sin duda por el feliz desarrollo del acto, preguntó de repente: ¿No hay ningún músico entre vosotros?
Yo, como verdaderamente lo era, aunque aficionado, contesté: Yo toco un poco el clarinete.
Muchos rieron al oírme, pero rápido José Antonio, atajó las posibles ironías.
“Magnífico, dijo: tráelo enseguida”. Mandé a mi primo a mi casa a por el instrumento y al volver y dármelo, José Antonio dijo: “Os voy a enseñar una canción de amor y de guerra que hace unos días hemos hecho en Madrid”. “Por cierto, que no se ha cantado aún en ningún acto”.
Con un tenedor como batuta, José Antonio comenzó a tararear las estrofas del Cara al Sol, y yo, sin el menor conocimiento de su verdadera música, lo iba entonando como Dios me dio a entender. Pasé sudores por la categoría del Director.
El verso, (impasible el ademán) no había manera de entonarlo.
Por fin (gracias a Dios), las notas gangosas de mi clarinete entonaron fielmente las correspondientes al verso (al puesto que tengo allí). “Eso es” exclamó con aire de satisfacción José Antonio. Entonces, pidiendo una cuartilla y una pluma (…) escribió rápidamente el autógrafo del Cara al Sol.
(…) Al cogerlo yo, bajo el verso (impasible el ademán) escribí con lápiz “mi, fa mi, re, do, si, la”, que eran las notas que debían corresponderle, porque andando el tiempo, concretamente a la Liberación tras la Cruzada, tuve ocasión de ver partituras del Himno, y se conoce que especial designio, yo toque el Cara al Sol en aquella ocasión, sin conocer la música, con la misma que para él había compuesto el camarada Juan Tellería.
Desde aquel día, mejor dicho, desde aquel mismo momento, la Falange de Quintanar del Rey, tal vez la primera de España, supo cantar nuestro Himno.
Anecdotario del «Cara al Sol».
El autor de la música Juan Tellería Arrizabalaga, como muy bien delatan sus apellidos, era vasco,
nacido en el pueblo de Cegama, Guipúzcoa, el 12 de julio de 1895. Fue compositor profesional.
Como quiera que a los 7 años se quedó huérfano de padre y madre, se hizo cargo de él y de sus cuatro hermanos, su tío Baldomero Tellería, sacerdote, con el que aprendió solfeo, piano y armonía. El año 1919 se trasladó a estudiar a París, y más tarde a Alemania, regresando a España en 1925. A lo
largo de su carrera profesional obtuvo grandes éxitos con diversas obras líricas, pero su creación más universal fue Amanecer en Cegama, es decir, la música que posteriormente se conocería con el título de Cara al Sol, que él había compuesto inicialmente como aire popular dedicado a su pueblo natal.
Así, cuando aportó su partitura para el himno de la Falange, ya hacía más de tres meses que la había compuesto. En efecto, José Antonio ya había oído la música previamente, pues su autor coincidió con él y otros camaradas en una cena en casa de Bolarque, y, al finalizar la misma, Tellería se sentó al piano y ejecutó algunas estrofas de la canción. A José Antonio le entusiasmó la música.
Nuestro compositor contaba en un artículo suyo, publicado en Solidaridad Nacional, de Barcelona, el 16 de mayo de 1939, que, poco después de liberarse su pueblo, volvió a él, y, escudriñando su memoria, escribe:
Fue aquí en esta misma iglesia parroquial, en este mismo coro, en este mismo órgano donde yo escribí la música del Cara al Sol, que más tarde había de ser el canto de guerra y de paz...
Al finalizar la Cruzada, nuestro Compositor continuó aportando su arte musical al servicio de España y la Falange. Compuso la música del Canto de la División Azul, y, ocupando el puesto de Jefe del Servicio Nacional de Música del Frente de Juventudes, Juventud Española, Marchan las Nuevas Juventudes, En marcha las Centurias... entre otras.
Tan apreciado fue Tellería por sus camaradas que, a finales de marzo del año 1940, un grupo de ellos, superior a un centenar, decidieron regalarle un piano de cola. En el acto de entrega, el maestro interpretó en el piano el Cara al Sol, que fue coreado por todos los presentes.
Nuestro compositor murió relativamente joven, el 25 de febrero de 1947, a los 54 años de edad. Fue enterrado en su pueblo natal, Cegama, donde el Ayuntamiento le erigió un busto como recuerdo por sus méritos. Sin embargo, el año 1969 la incipiente banda terrorista ETA atentó contra ese humilde
monumento. Estaba claro que repudiaban a un auténtico vasco que había cometido el «delito» de componer la música de un himno que él siempre se empeñó en llamar de guerra y de paz.
Las vicisitudes legales.
Una vez finalizada la tarea creadora se tuvo que inscribir el nuevo Himno en el registro correspondiente de la SGAE, lo cual se hizo a nombre de un afiliado del SEU llamado Carlos Juan Ruiz de la Fuente. Poco tiempo después, llegó la feroz persecución de la Falange y, al carecer de una edición impresa o fonográfica -puesto que ninguna editorial quería arriesgarse a su publicación-, el Himno fue sufriendo modificaciones involuntarias que, en algunos casos, lo hacían irreconocible.
Cada provincia y aún cada localidad empleaban un estilo distinto. Incluso la letra sufrió mutilaciones y cambios, algunos voluntarios y otros no. Dionisio Ridruejo escribió a este respecto en la
revista Fotos de septiembre de 1937:
A mí me pilló la insurrección en Segovia. Hasta allí llegaron camaradas de Valladolid que entonaban el Cara al Sol con un aire que no era el ortodoxo. Y cuando supo de mi desesperación mi hermana Angelita, que guardaba una copia del original regalada por Pilar Primo de Rivera, la sacó del escondite donde había desafiado los registros policíacos y me la entregó. Salí a toda prisa para Valladolid y allí se reeditó, tal como el músico la había compuesto y nosotros adaptado la letra.
Curiosamente, el mes de abril del año 2000, una casa de subastas de Madrid sacó a licitación un ejemplar, que se decía original, de la partitura del Cara al Sol. En este caso el Estado Español estimó oportuno adquirir tal documento, por 2.100.000 ptas., para depositarlo en la Biblioteca Nacional.
Pero, pocos días más tarde, respondió la SGAE que la partitura original se encuentra -como es lógico- guardada en sus archivos, en una caja fuerte junto a otras obras de distintos compositores.
De lo que resulta que el Estado compró en subasta una copia manuscrita del original, de las que tan necesitada estaba la Falange en 1936.
El «Cara al Sol» comienza su vida.
En todos los textos que tratan el tema se hace constar que la primera vez que los falangistas cantaron en público, en un acto político, el Cara al Sol, fue en la clausura del gran mitin del cine Europa de Madrid, el 2 de febrero de 1936.
Pero, aunque no con el mismo carácter multitudinario, hemos descubierto que la primera vez que un grupo de falangistas entonó su Himno fue el 29 de diciembre de 1935, en el pueblo de Quintanar del Rey. (…)
En efecto, tal como se ha dicho, al margen de la anécdota de Quintanar del Rey, el día 2 de febrero de 1936, se cantó por primera vez el Cara al Sol en un acto político público, al que asistieron alrededor de doce mil personas, entre las cuales estaba Jesús Mencia, falangista de la primera hora que nos confiesa:
Aún no sabíamos bien su letra y cantamos muy desafinadamente, pero la calle de Bravo Murillo con sus tenderetes y sus bares, sus balcones abiertos a la curiosidad de nuestro mitin, sus obreros y «chíribis» endomingados, sus personajes arnichescos, sus tranvías tintineantes, sus raterillos, sus pícaros... todos ellos supieron de unos cientos de muchachos que daban al aire crudo del
invierno ese Himno de eterna primavera.
Como es natural, pronto se difundió entre los falangistas de toda España la existencia del nuevo Himno.
En fecha tan temprana como el 10 de diciembre de 1935, es decir, siete días después de su creación, el Jefe Provincial de Baleares remitió una carta al Secretario General de FE solicitándole, entre otras cosas, la remisión de «un disco del Movimiento y la letra y música escritas».
Raimundo Fernández-Cuesta le contestó, el 16 del mismo mes, diciéndole:
«Disco del himno del Movimiento no se te puede enviar, porque aún no existe».
El 14 de abril de 1936 los camaradas de Baleares siguen reclamando por escrito al Secretario General:
«Mandad la música del Himno de nuestro Movimiento».
Lo cierto es que no sabemos cuándo consiguieron los camaradas isleños aprender el Cara al Sol.
Sin embargo, sí hemos sabido que el SEU de Gerona, aprovechando el alta de veintidós nuevos afiliados, realizó un acto donde los nuevos camaradas prestaron juramento, entre las ruinas del histórico castillo de Montjuich de dicha capital, cantándose al finalizar la ceremonia, por primera vez en la provincia, el himno del Movimiento.
No hemos podido conocer cuándo y en qué ocasión se cantó por primera vez el Cara al Sol en Barcelona; únicamente contamos con el testimonio de Manuel Tarín Iglesias que, en su libro Los años rojos, narra las peripecias de su escuadra juvenil y dice: «Aquel anochecer del 13 de julio [de 1936] con Tamborero, Pérez, Ortigosa, y algún otro, cantamos por vez primera el Cara al Sol aprendido recientemente».
Si bien podemos suponer que su divulgación fue relativamente lenta -teniendo en cuenta los medios disponibles- no es menos cierto que, poco a poco, fue llegando hasta ámbitos insospechados.
El hecho del estallido de la Guerra de Liberación aceleró su difusión. En el Diario Español de. Buenos Aires, del día 17/09/36, se publicó en portada la letra y la música del Himno falangista. Poco
después, el 1 de octubre, el diario Crisol, de la misma capital, reprodujo la letra.
Ello sirvió para que el día 22 de noviembre de 1936, en la ciudad de Buenos Aires, se pudiera cantar, por centenares de voces, el Himno falangista públicamente. Ese canto multitudinario tuvo efecto por motivo de celebrarse un Homenaje a España. Al respecto, escribe José Luís Jerez Riesco:
Tras el emocionante y patriótico acto del teatro Coliseo, se hizo conocer ante el auditorio, que quedó consternado, por los organizadores e intervinientes, con un nudo en sus gargantas la terrible noticia del asesinato de José Antonio y al terminar de ejecutarse el Himno Nacional Argentino y la Marcha Real Española; cuando callaron los aplausos y los vivas, todo el público, en pie, con el brazo en alto, pidió el himno de la Falange Española. Al acto, que finalizó pasadas las 1,30 horas de la madrugada, concurrieron más de seis mil personas y fue el primer «¡Presente!» en el mundo que se dijo al invocar el nombre de José Antonio.
Poco después, para divulgar el himno de FE, los camaradas de Buenos Aires, en su sede, vendían el disco del Cara al Sol al precio de tres pesos. Pero, para que eso fuera posible, tuvieron que ocurrir otras cosas previamente.
La grabación fonográfica.
Seguramente a nadie le sonará el nombre de Rogelio García Castelló; sin embargo este camarada valenciano fue quien impulsó y financió la grabación del primer disco del Himno falangista. Hay que remitirse a las Obras Completas de Concha Espina (pag. 802-804) para conocer los detalles del mecenas y su acción.
En síntesis: se trataba de un comerciante de frutas valenciano que se había establecido en Berlín a la edad de 25 años, y ya contaban diez sus oficinas y mercado en la Alexanderplatz. Estalló el Alzamiento y entonces abrió sus oficinas a los falangistas, con prudente secreto, porque Alemania aún no había reconocido al nuevo Estado español. Allí daba dinero a los combatientes para volver a España, y a costa del mecenas valenciano se impresionó el disco que habría de resonar en Burgos por primera vez con el Cara al Sol. Un español, antiguo maestro de baile residente en Alemania, Juan Llosas, orquestó e instrumentó aquella música en el estudio gramofónico, dirigiendo una banda alemana de aviación, cuyo himno estuvo impresionado al reverso del canto falangista.
El papel de Miguel Fleta.
Si bien es cierto que gracias al disco de Rogelio se consiguió una importante difusión de la Canción de la Falange, no lo es menos que quien popularizó la misma fue el tenor Miguel Fleta.
Nacido en Albalate de Cinca (...) el l-XII-1887 y fallecido en La Coruña el 28-V-1938, con solo 51 años, Miguel era el último de una familia de catorce hijos. Su nombre completo era Miguel Burro Fleta. Sus primeros pasos musicales fueron en la rondalla del pueblo. Decidida su vocación musical,
pasó al Conservatorio Isabel II, de Barcelona.
Debutó en Milán en 1919 y en 1923 en el Metropolitan de Nueva York. En sus giras artísticas durante los años 20 llegó hasta China y América del Sur. Su voz excepcional de tenor cubría desde el barítono hasta el tenor y estaba dotado de un prodigioso «aire».
Fleta, en aquel momento álgido de su carrera, era el cantante ideal para dotar de prestigio y calidad a la Canción de la Falange.
Aunque, al igual que su agitada vida profesional, Miguel había tenido vaivenes políticos, que le llevaron a grabar piezas tan contradictorias como La Marsellesa y el Himno de Riego, e incluso lo menciona el General Mola, en sus memorias, como uno de los conspiradores de París que junto con el agente cinematográfico Froilán Rey y otros, socavaban la monarquía española.
Lo cierto es que su afiliación a Falange Española en julio de 1936 fue efectiva y militante, grabando una versión del Cara al Sol que, como hemos dicho, consiguió la popularización del Himno falangista.
En las cárceles y trincheras.
A veces surgen canciones que llenan el alma, que dan coraje, fortalecen el espíritu, que permiten mirar ilusionadamente el futuro... son como un alimento y una promesa. Eso es lo que sentía nuestro camarada Manuel Tarín Iglesias cuando en plena Guerra en Barcelona «para no desmoralizarme, a
la anochecida salía al balcón de la calle de la Cruz de los Canteros y cantaba muy bajito, para mí, el Cara al Sol y pensaba que no todo había fenecido».
Bien cierto es que el Himno de la Falange cumplió con el lema que le asignara José Antonio: canción de guerra y amor, porque, cuando no se tuvo más arma que la voz, los falangistas pasaban a la ofensiva con su canto guerrero.
En multitud de ocasiones fueron utilizadas sus estrofas como ariete impetuoso frente al enemigo. Nos cuenta David Jato:
A las ocho y media, constituido el tribunal, su Presidente anuncia «audiencia pública». Entonces desde las ventanas de la galería próxima [cárcel Modelo de Madrid] llegan las voces que cantan un himno -decía ABC- en total desacuerdo con la ocasión. Evidentemente, se trataba del Cara al Sol.
A raíz de los famosos «hechos de mayo» de 1937, en Barcelona, se poblaron las cárceles de presos anarquistas. El 2 de septiembre de dicho año, en la cárcel Modelo de la Ciudad Condal, viéndose fuertes por su número, los ácratas se lanzaron a cantar canciones revolucionarias desde sus celdas. En la galería tercera, poblada por militares y paisanos condenados por la sublevación nacional, al oír las voces anarcosindicalistas, toleradas por oficiales y guardianes, se pusieron a entonar el himno de la Falange. Ello supuso, como era de esperar, la apertura de un nuevo sumario para muchos de ellos, pero los vecinos tomaron buena nota de que allí no mandaban ellos.
Canto de amor. En esto se convertía el Cara al Sol cuando se dedicaba a los que iban a morir, a los que eran conducidos al cadalso. Y eso es lo que ocurrió tantísimas veces durante el terror rojo.
El 11 de agosto de 1 938, en los fosos de Santa Elena del castillo de Montjuich de Barcelona, fueron fusilados 64 patriotas. Cuando salían de la cárcel Modelo los condenados a muerte, en muchas celdas, firmes los presos, se cantó el Cara al Sol y se lloró de rabia, de impotencia, de tristeza.
Cuando la Falange decidió sumarse al Alzamiento, a la sublevación, lo hizo con poca cosa, con lo que tenía: efectivos humanos en los lugares donde se produjo el levantamiento militar y civil, soporte ideológico y su himno, el Cara al Sol.
Y este bagaje fue suficiente para escribir verdaderas páginas de heroísmo. Así ocurrió tantísimas veces durante nuestra Guerra y en las tierras de Rusia, donde la División Azul resistía y atacaba cantando -más bien gritando- el himno de la Falange.
Nos cuenta Francisco de Cossío la impresión que le causó nuestro Himno, en cierta ocasión, muy cerca del frente de guerra:
Es la hora del rancho, y de un corralón próximo brotan en coro las voces frescas, juveniles, que entonan el himno de la Falange. No vemos a los cantores, y el sonido y vibración de su cántico, lo sentimos como si descendiese del cielo. Abrimos la mano y extendemos el brazo, y yo siento que las lágrimas me corren por el semblante.
Pero quizás el más sublime y estremecedor Cara al Sol que se entonó nunca fue el que cantó la dotación del crucero Baleares cuando, estando el buque semihundido, agrupados en la parte de cubierta que todavía se hallaba a flote, brazo en alto, los ojos muy abiertos en la noche de fuego, las gargantas desgarradas de los que sabían su muerte próxima, después de rezar, entonaron el Cara al Sol que, en aquel caso, era también oración fúnebre. Eso ocurría ante los ojos atónitos de los marinos ingleses del destructor Bóreas de la armada británica que había acudido a auxiliar al Baleares.
En el hundimiento del crucero murieron 788 hombres. Pocos días después, el comandante Eaton del Bóreas declaró a un redactor del diario FE de Sevilla:
«Gran número de tripulantes, agrupados a popa, a donde las llamas comenzaban ya a llegar, entonaban, brazo en alto, un himno patriótico, revelando admirable estoicismo».
Y nosotros nos preguntamos: ¿qué tendría aquel himno para conseguir tan épicas conductas? José Ma Alfaro, uno de los creadores del Cara al Sol, nos dice:
No podré nunca olvidar la canción de aquellos días -menos aún- la fuga a la esperanza que nuestro canto representó entre los hierros de las cárceles, las crueldades de las checas y el plomo de los asesinos. Casi con angustia lo he oído cantar en los más difíciles trances, y de tal manera lo he sentido entrañado en los que lo cantaban que llegaba a brincarme en la sangre como viento nuevo.
Canto nacional.
Pero el Cara al Sol no sólo echó raíces entre los falangistas y los combatientes nacionales en general. También, muy pronto, en la retaguardia rebelde se hizo popular, de tal forma que, a falta de letra del Himno Nacional, el Canto de la Falange lo sustituyó. Espontáneamente, en cualquier acto patriótico o popular, el pueblo recurría al Cara al Sol para exteriorizar su sentimiento, Y lo mismo podía servir para celebrar una victoria de las armas que para una conmemoración histórica, una fiesta lugareña. o la más sentida despedida a los muertos.
Tal fuerza y expansión tuvo el Canto de la Falange que, por Decreto de veintisiete de febrero de mil novecientos treinta y siete, se declaró Canto nacional, junto con el Oriamendi y La Legión.
Indicando la norma que
«debían ser escuchados en aquellos actos en que se toquen, permaneciendo de píe como homenaje a la Patria y en recuerdo de los Caídos».
Posteriormente, como consecuencia de los grandes cambios políticos derivados de la II Guerra Mundial, el Gobierno consideró oportuno derogar el citado Decreto.
La letra en diversos idiomas.
Decíamos que el Canto Falangista había tenido una gran expansión y arraigo popular, pero eso, que sucedió principalmente en España, también alcanzó algunos países extranjeros donde la colonia española nacional era relativamente importante y, sobre todo, activa.
La organización de la Falange Exterior impulsó las relaciones con otras entidades políticas extranjeras, más o menos afines y, en muchos casos, se pudieron conseguir colaboraciones fructíferas; como, por ejemplo: la edición del Cara al Sol en el idioma del país.
Así, tenemos conocimiento de que existen letras traducidas a los siguientes idiomas:
· Inglés: la traducción y difusión de esta versión se debe al impulso prestado por el fundador del Partido Fascista Inglés Sir Oswald Mosley, en tiempos de la Guerra de Liberación.
. Italiano: los combatientes del CTV que estuvieron en nuestro país durante la Cruzada lo aprendieron de sus camaradas españoles, y ellos se encargaron de traducir la letra y difundirlo por Italia.
· Alemán: Algo parecido ocurrió con la versión alemana, trasladada al idioma de Goethe por los combatientes de la Legión Cóndor. Aunque, también nuestros camaradas de la División Azul ofrecieron una versión en alemán, publicada en su periódico Hoja de campaña N° 46, de fecha 29 de octubre de 1942.
· Árabe: El Himno de la Falange fue traducido al árabe en 1936. No se sabe quién lo tradujo, ni quién lo enseñó a la población autóctona, pero sí se conoce el hecho de que fue cantado en árabe, por las mujeres musulmanas para despedir a sus maridos, al salir el Convoy de la Victoria de Ceuta.
· Japonés: En Internet aparece una reseña que informa: «La transcripción al japonés de la letra del Cara al Sol y su representación cantada por un tenor coreano e interpretada "por una bailarina de bastante renombre"[ . . .] Debió resultar impactante el Cara al Sol para los japoneses, pues según el Jefe falangista, revistas, organizaciones juveniles y exploradores de aquel país cantaban el Himno». Parece ser que la difusión del Canto corrió a cargo de la Sociedad Hispano-Japonesa de Tokio durante el año 1939.
· Catalán: Curiosamente también existe una versión de la letra en catalán que, de momento, se ignora su autor. Aparece en el amplio «mundo» de Internet.
Pensamos que es posible que existan versiones de la letra en otros idiomas, pero, por el momento esto es lo que hemos podido encontrar.
Las versiones musicales.
En cuanto a versiones musicales, sabemos de 18 diferentes. La más antigua que se conoce, grabada en disco, es precisamente la que se impresionó en Alemania a finales de 1936 o principios de 1937, y fue instrumentada por Richard Schónian, y ejecutada por una banda militar de Aviación de dicho país.
Esa es, precisamente, la primera grabación que se hizo en el mundo del Canto Falangista, titulado en la carátula del disco: «Himno de Falange Española de las JONS». Como se ha dicho anteriormente, esa grabación fonográfica la financió nuestro camarada residente en Berlín Rogelio García Castelló.
Como curiosidad, tenemos que hacer mención de la versión «pop» que se editó en el año 1974. Acostumbrados a las versiones marciales y solemnes, muchos falangistas no la aceptaron y quisieron prohibir su difusión, aunque no se titulaba Cara al Sol. Por lo visto, el editor ya previó problemas y optó por titularla Amanecer, quizás en recuerdo del primer título que le puso su compositor, Amanecer en Cegama. El cantante se llamaba Juan Erasmo Mochi.
Lo cierto es que no llegó a prohibirse, pero se restringió su difusión, pues, tanto la Hermandades de la Cruzada, como de la División Azul acudieron a visitar al Ministro Secretario General del Movimiento, José Utrera Molina, para manifestarle su disconformidad porque el Ministerio de Cultura había autorizado su grabación y difusión. A esta protesta se sumó el almirante Pita da Veiga. Pero lo cierto es que las bases jóvenes del Movimiento no ofrecieron resistencia. Es más, lo estimaron moderno pero respetuoso.
Ya que tratamos de versiones musicales, no deja de tener gracia lo que nos cuenta el ingenioso Agustín de Foxá. Dice que después de la entrevista que sostuvo el Caudillo con Mussolini en Bordiguera, pasó la noche en «Villa Margarita» y, al día siguiente, de buena mañana, se despidió del embajador de España y altos funcionarios, iniciando su retorno por la «Riviera» en automóvil y, pasando por Francia, las Fuerzas Francesas habían tocado el Himno de la Falange. Exclama Foxá: «¡¡Cómo cambian los tiempos; los antiguos soldados del Frente Popular tocando el Cara al Sol!!».
Ponemos, como final de este capítulo, una emotiva anécdota que tiene que ver con las versiones del Cara al Sol. Se trata precisamente, de la que José Antonio hizo, personal y especialmente, para su amiga Myrtia de Osuna, la gentil recitadora azul. Pero, dejemos que ella nos lo cuente:
…Salíamos de una reunión literaria. José Antonio propuso, como otras veces, que nos fuésemos a descubrir calles nuevas a la luz de la luna ¡Aquel Madrid viejo al que nos encaminábamos, siempre tenía secretos por descubrir en las noches claras!... Y en aquel ambiente, José Antonio me cantó por vez primera el Himno de la Falange. Extendió el brazo, y «sotto voce», con esa voz suya dulce y encalmada nos fue entonando las estrofas de amor y de guerra. Parecía que tomaba vida, en su palabra, la novia que bordaba las flechas pensando en el amado, que la Muerte se acercaba con la suavidad de una caricia, que desfilaban ya con alegre paso de paz, las banderas enguirnaldadas de rosas... ¡Así no volveré a oír la Canción de la Falange!
El «Cara al Sol» y Los Luceros.
Cara al sol.
Las tres primeras palabras del himno de la Falange, y también su título popular, su nombre más íntimo y extenso, entraron pronto, con sentido propio, a formar parte del tesoro coloquial de la tropa.
Sus significados fueron diversos.
Quedar cara al sol equivalía a morir en combate. La expresión a tanta distancia puede parecer enfática, pero entonces resultaba natural:
—Luis se quedó cara al sol nada más desplegar...
Dejar cara al sol, tenía otro sentido más triste y sucio: fusilar. Daba pena y vergüenza que tan hermosas palabras pudieran emplearse así.
Estar cara al sol quería decir estar en el frente, en primera línea, en la vanguardia. Las cartas, coplas y crónicas ingenuas que solían llenar aquel espacio que todos los periódicos destinaban a correo de los combatientes, aparecen repletas de frases semejantes a ésta: «Aquí estamos cara al sol desde el primer día del Alzamiento», o «A España se la defiende como nosotros, cara al sol», y así hasta el infinito.
Giraldo, un día que llovía a chorros, le dijo a un camarada que llegó tarde a relevarle la centinela:
—Yo, aquí, cara al sol, y tú, tocándote los cojones en la chabola.
El mismo Giraldo vaticinaba el futuro de un joven oficial que era valiente con exceso y que, además, estaba absolutamente loco:
—Ese va a quedarse cara al sol antes de un mes.
Se equivocó en el plazo. Aquel oficial duró hasta Rusia.
Supongo que, además de la fuerza emotiva de la expresión, contribuyó a popularizarla el hecho de que la guerra comenzase en verano; en un cálido, ardiente, largo y terrible verano.
Los luceros.
Hay tres claras citas joseantonianas en cuanto a estrellas se refiere. En el discurso de la Comedia, precisamente en el último párrafo:
«Nuestro sitio está al aire libre, bajo la noche clara, arma al brazo, y en lo alto, las estrellas»;
en el segundo discurso del cine Madrid, un 17 de noviembre de 1935:
«La Falange seguirá hasta el final en su altiva intemperie, y ésta será otra vez -¿os acordáis, camaradas de la primera hora?-, está será otra vez nuestra guardia bajo las estrellas»;
y en un discurso pronunciado la primavera del 35 en Córdoba, donde estampó aquella hermosa afirmación política que el abuso de los fieles cómodos ha ido desnaturalizando:
«Aquellos cordobeses (Séneca, Trajano, el Gran Capitán) sabían que, ordenando al mundo,
ordenaban a España; sabían ya que, en la Historia y en la política, el camino más corto entre dos puntos es el que pasa por las estrellas.»
Estos párrafos, por su cordial y emocionada resonancia, nos los sabíamos de memoria todos los muchachos de entonces. De la guardia bajo las estrellas era natural que se pasase, en un mundo donde el pistoletazo estaba a la orden del día, a la guardia sobre las estrellas, de modo que a nadie le extrañó la fabulosa metáfora incluida en la segunda estrofa del himno de la Falange:
Formaré junto a los compañeros, que hacen guardia sobre los luceros.
Calculo que fue la fuerza del consonante la que convirtió en luceros a las estrellas joseantonianas.
Lucero, por entonces, era una palabra vagamente desvalorizada desde el punto de vista poético. El lucero del alba -¡tan hermoso, Señor!- se reducía a una especie de rebote contra el cual cada
quisque lanzaba sus cuatro frescas; y el tiempo era enormemente propicio a soltar no solamente cuatro frescas, sino cuatrocientas, y no sólo al lucero del alba, sino a quien se le pusiera a uno por delante.
Había muchos luceros en las canciones andaluzas que ya comenzaban a influirse con la poesía de Lorca, y luceros a montones se encontraban en el padrón de machos, toros y perros. Al margen de cualquier contabilidad, como un patrón oro del amor, estaba el maternal y tierno «lucero mío».
Agustín de Foxá fue el que trajo los luceros a la Falange. Él mismo lo cuenta en Madrid de Corte a Cheka, por donde transita como un personaje más:
«Al día siguiente Agustín Foxá encontró la estrofa de los caídos. Se la llevó al anochecer a José Antonio.
Si caigo aquí tengo otros compañeros que montan ya la guardia en los luceros, impasible el ademán.
José Antonio añadió tres versos para enlazar con la tercera estrofa:
Si te dicen que caí
me fui
al puesto que tengo allí.
Reparó Agustín:
—Dos veces caí, no me gusta.
—Pon en su lugar formaré y acompáñame a Recoletos.
— Algunos cantaban con dulce ignorancia: «Imposible el ademán» o «imposible el alemán».
Luego aprendieron.
En la terminología de la uniformidad luceros se llamaron a las estrellas de cuatro puntas que marcaban la jerarquía.
Tres luceros de plata llevaba José Antonio como Jefe Nacional de la Primera Línea.
La frase de «estar en los luceros» y «hacer la guardia sobre los luceros» pasó a la literatura periodística y llegó hasta la nota necrológica más o menos cuidada y también a la gacetilla que se despacha con premura y aburrimiento. Es lo natural en estos casos.
Del mismo modo, el hallazgo poético fue utilizado con una sinceridad coloquial que aún escalofría:
—¿Y Manolo?- preguntaba al volver al frente uno que había estado de permiso o en el hospital.
—En los luceros- le contesta su camarada. Y no había más que hablar.
Gabriel Araceli recuerda la despedida de seis oficiales prisioneros a bordo del «Mar Cantábrico», fondeado en aguas de Valencia:
El teniente Lafuente, al ir a subir la escalerilla, se volvió a los que acabábamos de abrazarle y nos dijo en tono profético:
—¡Nos veremos en los luceros!
Lo recuerdo aún, agarrándose a la escalerilla con mano nerviosa; es una visión que jamás podrá borrárseme de la memoria.
Y allí, en los luceros, monta su guardia perenne el amigo querido, alegre y optimista, que compartía mi camastro.
Creo que fue José María Sánchez-Silva quien acuñó hace años una frase felizmente despiadada para situar sobre el mapa a ciertos caballeros demasiado vivos: «Ése está de vuelta de los luceros.» Punto redondo, sin que lo haya dicho Blas, sino José María.
Protocolo del «Cara al Sol».
El Cara al Sol, como himno solemne de la Falange, solo debe cantarse en determinadas circunstancias.
Es obligatorio en los homenajes a los Caídos y, en los campamentos falangistas, al izar y arriar las banderas. En los demás actos falangistas (actos públicos, congresos, etc.), recae sobre el mando que dirige la actividad valorar si debe cantarse o no.
En cualquier caso, el Cara al Sol siempre se canta al término del acto, como punto final al mismo.
Le corresponde al mando de mayor jerarquía presente (o, en su defecto, el que dirija la actividad) iniciar la entonación del himno y, al finalizar, dar los gritos de ritual, que serán contestados por todos los presentes:
Mando: ¡España!
Todos: ¡Una!
Mando: ¡España!
Todos: ¡Grande!
Mando: ¡España!
Todos: ¡Libre!
Mando: ¡Caídos por Dios, España y su Revolución Nacionalsindicalista!
Todos: ¡Presentes!
También es habitual el grito de “¡José Antonio Primo de Rivera!” que será contestado por todos con un “¡Presente!”. En caso de realizarse esta invocación, deberá hacerse antes la invocación a los Caídos.
Como norma general, el Cara al Sol se cantará en posición respetuosa, próxima a la de firme, con el brazo derecho alzado que se mantendrá en esta posición hasta dar el último grito de ritual. No obstante, si se está en formación o portando banderas se adoptara la posición de firme sin alzar el brazo: solo los mandos mayores y el jefe de unidad deberán alzarlo.
Cuéntame...Lo que no nos cuentan.
La muerte heroica de Agustín Agualongo Cisneros bien pudo ser inspiradora de la primera estrofa del "Cara al Sol" al llegar su testimonio a oídos de José Antonio a través de amigos poetas hispanos
El 13 de julio es el aniversario de su fusilamiento.
Ofrecemos una breve biografía del caudillo pastuso Agustín Agualongo Cisneros, valeroso defensor, por más de una década, de la causa de Dios, la Patria y el Rey frente a la rebelión secesionista.
Esperamos que su vida sea un ejemplo para el lector y que crezca en él el celo por tan santos ideales.
Vida temprana
Agustín Agualongo Cisneros nació el 25 de agosto de 1780 en San Juan de Pasto; hijo de don Manuel Agualongo y de doña Gregoria Cisneros.
Fue bautizado el 28, fiesta de San Agustín, en la Iglesia de San Juan Bautista por don Miguel Ribera. En el mismo templo fue confirmado el 26 de julio de 1800 (Díaz del Castillo, 1983).
Poco se conoce de sus primeros años. Pero por su ficha de inscripción en la Tercera Compañía de Milicias se sabe que era de profesión pintor al óleo y que había contraído matrimonio con doña Jesús Guerrero —el 22 de enero de 1801, también en San Juan Bautista—, con quien tuvo una hija, María Jacinta, bautizada el 13 de septiembre de 1802 en la misma iglesia (Díaz del Castillo, 1983).
Además, por su firma, se puede deducir que había recibido una buena educación.
Pintura atribuida a Agualongo. |
Primeros años en la milicia (1811-1815)
Su inscripción en la Tercera Compañía tiene la fecha de marzo 7 de 1811, quedando bajo el mando del capitán Blas de la Villota.
Para esa fecha ya se habían proclamado en la América española algunas independencias (1809 en Quito; 1810 en Buenos Aires, en Santafé y en Dolores…) y ya se había derramado sangre por la Religión y por el Rey —la primera vez, sostienen algunos autores, fue en Funes (provincia de Pasto), el 16 de octubre de 1809, donde los pastusos vencieron a los rebeldes quiteños—, sangre que seguirá regando los campos y las ciudades del continente por más de una década.
Es probable, dice Ortiz (1974), que se inscribiera recién en ese año porque no había obtenido antes la separación canónica de su esposa, de la que se desconoce fecha pero se tiene certeza por constar así en la filiación a la tropa. Para entonces los principales enemigos de los pastusos —realistas de pura cepa— eran los caleños, que acosaban por el norte, y los quiteños, por el sur.
Ya alistado en las filas de Su Majestad, tuvo su bautismo de sangre el 21 de septiembre de 1811 cerca de Yacuanquer, en un encuentro contra los quiteños liderados por Pedro de Montúfar, quienes salieron victoriosos.
Al otro día los vencedores invadieron y saquearon Pasto; el 24 llegaron a la ciudad los republicanos caleños dirigidos por Cayzedo y Cuero.
La liberación de Pasto ocurriría apenas el 21 de mayo de 1812, tras varios combates. Agualongo participó en el del río Bobo los días 10 y 11 de ese mes, donde fueron derrotados los adictos a la causa monárquica. Por su desempeño en esta acción fue ascendido a cabo segundo.
El 13 de agosto de ese mismo año participó en la victoria obtenida en Catambuco contra el gringo Macaulay, y por su conducta fue ascendido a sargento segundo.
Para la segunda mitad de 1813 estaba en el Cauca como miembro de la Segunda Compañía de Milicias de Pasto, tras haber estado en la incursión al Valle del Cauca dirigida por Juan de Sámano con el objetivo de pacificar ese territorio.
Retrato hecho por Raúl Díaz del Castillo |
En 1814 ya era parte de la Cuarta Compañía del Primer Batallón de Milicias de Pasto, y su jefe inmediato era el comandante Juan María de la Villota.
Según el parte que el teniente coronel Noriega le dio a don Melchor Aymerich, Agualongo destacó en la defensa de Pasto del 10 de mayo (Batalla de los ejidos de Pasto), donde fueron derrotadas decisivamente las tropas revolucionarias dirigidas por Antonio Nariño, quien cayó preso de los pastusos.
Esta facción había venido al sur de la Nueva Granada, desde el centro, en 1813 con la intención de despejar de monárquicos las provincias sureñas.
Para 1815 se encuentra en Popayán como sargento 1° supernumerario del Batallón Pasto, bajo las órdenes del coronel Aparicio Vidaurrázaga. Cerca de allí, en El Palo, sufrió la derrota del 5 de julio, gracias a la cual los republicanos tomaron la ciudad.
De subteniente a teniente coronel (1816-1822).
En 1816, con las noticias alentadoras venidas de varios lugares de las Españas americanas, hubo una reorganización de las milicias pastusas, en la que Agualongo quedó como subteniente.
Batalla de la Cuchilla de El Tambo, por José María Espinosa. |
Vuelve a aparecer en escena en Santafé de Bogotá como miembro del Batallón del Tambo, llevado allá como guardia de confianza de Sámano tras el glorioso triunfo en la Cuchilla de El Tambo (29 de junio de 1816); pero, por orden del mismo Sámano, regresó a Popayán (recuperada después de la batalla).
En 1819, derrotado el general Sebastián de la Calzada en la Batalla de Boyacá (7 de agosto), lo siguió a su paso por Popayán —donde estaba como teniente en la Segunda Compañía de Milicias de Pasto, auxiliar en Popayán y agregado de orden del Excmo. Sr. Virrey— rumbo a Pasto, como lo hicieron las tropas realistas que estaban allí, dejando a la ciudad blanca indefensa (y así fue capturada por los revolucionarios).
El 24 de enero de 1820 los realistas, capitaneados por el mismo general, recuperaron Popayán, pero fue ganada de nuevo por los independentistas en junio de ese año.
Agualongo fue enviado a Quito para atender la rebelión de Guayaquil, que había permanecido fiel a Dios y al Rey hasta entonces.
Estuvo presente en el enfrentamiento de Huachi (22 de noviembre de 1820), donde venció el bando monárquico y donde destacó por su comportamiento, siendo ascendido a capitán.
También en Verdeloma, en el que los realistas renovaron el triunfo (20 de diciembre).
Entonces fue nombrado comandante por el coronel don Francisco González.
Por estos hechos ganó el ascenso a sargento mayor del Ejército regular.
En Quito, a la que había llegado el 22 de abril de 1822, fue ascendido a teniente coronel por Aymerich.
El 24 de mayo cayó preso en la Batalla de Pichincha, en la que vencieron los republicanos comandados por Antonio José de Sucre.
Ortiz (1974) dice que se escapó de la prisión con el también teniente coronel Benito Boves (sobrino del guerrero realista venezolano José Tomás Boves); Díaz del Castillo (1983) que se acogió a la capitulación ofrecida por los vencedores.
El hecho es que para el segundo semestre del año ambos estaban ya en Pasto, ciudad que el 6 de junio había capitulado ante Bolívar, quien estuvo allí entre el 8 y el 10.
Aquí es importante precisar que en realidad se habían rendido unos pocos personajes públicos que no eran los verdaderos jefes civiles y militares del pueblo, pues éste permanecía tan realista como siempre.
La rebelión de Boves.
El 28 de octubre de 1822, con el estandarte real que le habían arrebatado al alférez que lo guardaba, los tenientes coroneles Benito Boves —el primero al mando— y Agustín Agualongo —el segundo— proclamaron en la Plaza Mayor de Pasto la guerra a los enemigos de Don Fernando VII y de la Religión Católica al grito de ¡viva el Rey!
Los alzados —en su mayoría del pueblo llano—, que iban camino a Tulcán, triunfaron en Taindala el 24 de noviembre contra las tropas de Sucre, quien, humillado, quiso tomar la posición, lográndolo por fin a mediados de diciembre, gracias a refuerzos que le llegaron.
Debido a esto los derrotados tuvieron que retirarse a Pasto, hasta donde llegó Sucre a presentar combate el 24 de diciembre (sin importarle que fuera la víspera de la Navidad de Nuestro Señor).
Reducidos los realistas, entraron las tropas independentistas cometiendo los crímenes más atroces, en lo que se conoce como la Navidad Negra.
Agualongo y otros jefes (pero no Boves, que había huido por la vía del Putumayo y de quien no volvió a saberse nada) se refugiaron en el convento de las monjas concepcionistas, realistas a morir.
Sólo gracias a la mediación del clero la clausura no fue violada, lo que fue aprovechado por los vencidos para fugarse.
Líder de las milicias realistas.
Ya fuera de la ciudad, se reunieron los cabecillas en Aticance en febrero de 1823 bajo el amparo de «la mujer más realista de la comarca, doña Joaquina Enríquez, tía del coronel Joaquín Enríquez, que, anciana y achacosa, cada vez seguía a los guerrilleros y peleaba como cualesquiera de ellos» (Ortiz, 1974).
Doña Joaquina es un ejemplo del gran papel que desempeñaron las mujeres pastusas en la causa monárquica ya organizando procesiones de la Virgen de las Mercedes y de Santiago Apóstol, pidiendo por la victoria; ya curando heridos —sin importar su bando, muestra de su caridad cristiana—; ya escondiendo realistas… ya luchando junto a ellos.
Agualongo, coronel que era ya, fue elegido jefe militar. Don Estanislao Merchancano, también coronel, fue designado para el gobierno civil.
El golpe se dio el 12 de junio, cuando resonaron los cuernos de los indígenas en las montañas de Pasto anunciando la guerra.
Armados en su mayoría con palos y con unos pocos fusiles recompuestos (pues se trataba no de un ejército regular, sino del pueblo llano de las provincias pastusas que había salido a cumplir sus deberes), se lanzaron al ataque 2500 leales en Catambuco, donde resultaron vencedores.
Entraron triunfalmente en Pasto, donde se ofició un Te Deum y se leyó una proclama de los jefes, que llamaba a los pastusos a armarse de una «santa intrepidez» para defender la «santa causa», vencer a los enemigos y así vivir felices «bajo la benigna dominación del más piadoso y religioso rey don Fernando séptimo».
Yendo hacia el sur con más de 1500 milicianos (según cuenta el mismo Bolívar), capturaron la Villa de Ibarra, pero fueron asaltados allí por los republicanos (quienes tenían superioridad numérica y militar), defendiendo la villa con tenacidad.
Vencidos los realistas, tuvieron que huir hacia el norte, lo que fue aprovechado por los atacantes —que no dieron cuartel— para alcanzar y fulminar al mayor número posible. Cientos de pastusos murieron en la retirada, quedando tendidos a lo largo del camino entre Ibarra y el río Chota, que era lo que deseaba Bolívar, pues odiaba con el alma a los que llamaba «malditos hombres» que debían ser destruidos «hasta en sus elementos».
Hace algunos años, en Pasto (foto de internet) |
Agualongo y sus seguidores lograron llegar a sus refugios en las montañas pastusas.
Pasto, por su parte, estaba vacía, pues los vecinos habían huido al monte a esconderse de los republicanos (quienes seguramente entrarían destrozando todo, como en efecto lo hicieron).
El general Salom, hombre al mando de los invasores, continuó con la práctica de principios de ese año: expropiaciones, deportaciones, saqueos, etc.
Pero Agualongo y su gente no se rendían, y de nuevo el 18 de agosto volvieron a presentar batalla para liberar la ciudad, y así sucedió a la huida de Salom pocos días después. En dicha huida sucedió el famoso caso del futuro presidente de Colombia, Pedro Alcántara Herrán, quien, capturado por los realistas, imploró de rodillas y con las manos juntas que le perdonaran la vida: Agustín Agualongo, con la grandeza propia del buen cristiano, le dijo que «no mataba rendido».
Reemplazado el general Salom por el general Mires, los republicanos intentaron tomar nuevamente Pasto, que cambió varias veces de dueño hasta fin de año.
A fines de enero de 1824 los pastusos volvieron a tomar la ciudad, pero cayó en manos del enemigo empezando febrero.
Agualongo y otros jefes lograron esconderse de nuevo en el convento de las concepcionistas, de donde se escaparon hacia las montañas.
En Chachagüí hubo un combate del que salió el rumor de que el gran Agustín Agualongo había muerto allí. Sin embargo, éste había escapado, esta vez hacia Taminango.
En Yaganpalo los jefes realistas decidieron tomar Barbacoas —pueblo con un pasado realista pero ahora incorporado a Colombia—. Allí en Barbacoas estaba el gobernador de Buenaventura Tomás Cipriano de Mosquera, quien resultó con las quijadas destrozadas en el asalto del 1 de junio (de ahí su apodo «Mascachochas»), donde resultaron vencidos los monárquicos.
Herido de una pierna, Agualongo tuvo que huir hacia el Patía vía El Castigo, sin saber que un mensajero suyo había sido capturado y que el enemigo ya conocía su ruta…
Sus últimos días.
En el camino le esperaba José María Obando —quien será presidente de la República—.
Sorprendido por las tropas de Obando, Agualongo fue capturado y llevado a Popayán.
No volvería a Pasto en vida. Mientras era llevado a Popayán pidió un indulto para Merchancano. Don Estanislao se acogió a él pero fue traicionado y asesinado por orden de Juan José Flores (futuro presidente del Ecuador).
Llegó a Popayán el 8 de julio, donde fue condenado a muerte por el delito de conspiración, en medio de un juicio dudoso (pues fue tratado como si hubiera estado bajo las leyes de Colombia).
Ortiz (1974) cuenta que el asesor jurídico
«se separó de la pena capital […] porque vio que no había materia para aplicarla».
Sin embargo, el intendente, ignorando todo derecho, mandó a ejecutarla.
Entró en capilla el 12 de julio junto con tres compañeros que también habían sido condenados a muerte.
Ortiz (1974), citando a Montezuma, dice que mientras estaba en capilla en Popayán llegó a Pasto la real cédula que le confería el grado de general de brigada de los Ejércitos del Rey.
Entre ese día y el siguiente (en el que se iba a ejecutar la sentencia) el presbítero Liñán y Haro lo exhortó a jurar la Constitución a cambio de conservar la vida, a lo que se negó rotundamente.
La misma respuesta dio a cuanto argumento se le presentaba (el reconocimiento internacional que Colombia tenía ahora, la inutilidad de la resistencia y la supuesta desaparición del deber de lealtad al Rey).
Retrato alegórico de Agustín Agualongo (por Iván Benavides) |
El 13 era el día de su fusilamiento.
Pidió la gracia de llevar el uniforme de coronel, que le fue concedida.
Ante el pelotón dijo que
«si tuviese veinte vidas, estaría dispuesto a inmolarlas por la Religión Católica y por el Rey de España».
Además, pidió que no se le vendaran los ojos: quería "morir Cara al Sol mirando a la muerte de frente".
"Quiero morir Cara al Sol, mirando a la muerte de frente, soy hijo de mi estirpe, quiero morir con mi uniforme, no me venden los ojos, quiero morir de frente"
Así se le concedió.
Y, cuando las balas ya habían salido de los cañones, dio su último grito, el que resumía su vida y al que se había levantado una y otra vez en defensa de los más sagrados ideales:
"¡Viva el Rey!"
Sus restos fueron llevados a la Iglesia de San Francisco de Popayán por los padres franciscanos.
El 11 de octubre de 1983, tras haber sido identificados por Emiliano Díaz del Castillo, fueron llevados a Pasto, volviendo por fin a su ciudad natal.
En 1987 fueron profanados por los guerrilleros del M-19, quienes los sustrajeron y los llevaron a las montañas.
A modo de anécdota, cuenta el exguerrillero Antonio Navarro que, en la finca en la que los escondieron, hubo una notable fecundidad en los animales y —jocosamente— se pregunta si también la hubo en sus dueños.
Finalmente, fueron devueltos en 1990 y hoy reposan en la capilla San Miguel de la Iglesia de San Juan Bautista, donde también están los de un hermano de Santa Teresa de Jesús, don Hernando de Ahumada.
En la Iglesia de San Juan Bautista. |
El Abanderado de la Tradición, Don Sixto Enrique de Borbón, como sucesor de Fernando VII, visitó su tumba en 2005, acompañado por don Miguel Ayuso, entonces jefe de su Secretaría Política y por el Rvdo. Sr. don José Ramón García Gallardo.
Mucho se ha dicho de las causas que movieron a Agualongo y a los pastusos en general a defender los derechos de Don Fernando VII.
Algunos, muy despistados, dicen que estaban reivindicando su «derecho a la autodeterminación de los pueblos»; otros, menos despistados, dicen que era debido a cuestiones estrictamente económicas.
La intensidad con que lucharon, la sencillez de un pastuso de a pie (para quien haya tratado con alguno) y la religiosidad del pueblo nos indican la verdadera razón: consideraban al Rey un padre y a las Españas su patria, y tenían por sagrados sus deberes para con ellos, deberes que se desprendían de su ser profundamente católico. Es decir, nada de máscaras o excusas.
Es verdad que esperaban algo a cambio —y, en honor a la verdad, poco les fue reconocido—, pues el sacrificio era grande. Pero esto no era lo que los movía, porque a pesar de no recibir siquiera lo mínimo que pedían, se levantaron una y otra vez por su Religión y por su Rey, incluso cuando ya era prácticamente imposible la victoria.
Nuestro homenaje hoy es para Agustín Agualongo, caudillo de la resistencia al secesionismo liberal. Pero también para todos aquellos realistas que murieron en el campo de batalla, en el hospital o en la miseria, que no transigieron: que no capitularon ante el Separatismo de la Revolución Bolivariana y que no abandonaron sus deberes para con su Dios, para con su patria y para con su rey.
Agualongo, prototipo del pastuso, fue un héroe. Como todos los que dieron su vida por la santa causa, fue un mártir de la tradición.
Dales, Señor, el descanso eterno.
Y que brille para ellos la luz perpetua.
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