La Ideología Liberal y sus consecuencias.
Aún siendo el liberalismo, junto con su consecuencia el capitalismo, el segundo mayor enemigo de la Falange sólo por detrás del marxismo, resulta imposible negar la influencia liberal en el falangismo a través de algunos de los mayores intelectuales liberales de su tiempo, como Unamuno, Ortega y Gasset y otros.
Es innegable la existencia de un componente liberal en el pensamiento falangista de José Antonio Primo de Rivera que le diferencia en su personalidad e ideología de los movimientos fascistas, nacionalistas y socialistas tan de moda en su época. La influencia de estos pensadores liberales en el nacional-sindicalismo puede parecer de orden secundario pero resulta de consecuencias verdaderamente importantes y será tratada en sucesivas ampliaciones de esta entrada.
Algunos camaradas ilustrados siempre han criticado los defectos de la ideología liberal, al igual que nosotros y con toda la razón, pero sin comprometerse en explicar como pensaban sustituir al liberalismo en el caso concreto de la defensa de las libertades de la persona.
La Falange Futura (Falange Española Digital o FED-JONS) ya recoge carácterísticas liberales en sus compromisos programáticos (programáticos en sentido joseantoniano y no electoral) de llevar a cabo las libertades humanas de manera efectiva y real, desenmascarando la hipocresía, la manipulación y el engaño al servicio de unos intereses de partido que hoy ya no son políticos sino de grupos económicos de poder. Como cuando denunciamos la violación sistemática del derecho a la intimidad de las personas sin justificación. O cuando nos comprometemos a la revalidación anual de todos los cargos de la falange futura, o cuando actualizamos la "Cámara Política" de nuestro admirado camarada Arrese, o cuando proponemos nuestra Democracia Orgánica Directa o Digital y Nacional-Sindicalista con el componente liberal, pero también falangista en Girón de Velasco por poner un ejemplo, que amplía considerablemente el número de libertades y derechos actualmente reconocidos al "ciudadano" por las actuales "democracias", con un verdadero respeto profundo de la libertad del hombre.
"El liberalismo (se puede llamar así porque no a otra cosa que a levantar una barrera contra la tiranía aspiraban las Constituciones revolucionarias), el liberalismo tiene su gran época, aquella en que instala todos los hombres en igualdad ante la ley, conquista de la cual ya no se podrá volver atrás nunca. Pero lograda esta conquista y pasada su gran época, el liberalismo empieza a encontrarse sin nada que hacer y se entretiene en destruirse a sí mismo.
Como es natural, lo que Rousseau denominaba la voluntad soberana, viene a quedar reducida a ser la voluntad de la mayoría. Según Rosseau, era la mayoría –teóricamente, por expresar una conjetura de la voluntad soberana; pero en la práctica, por el triunfo sobre la minoría disidente– la que había de imponerse frente a todos; el logro de esa mayoría implicaba que los partidos tuvieran que ponerse en lucha para lograr más votos que los demás; que tuvieran que hacer propaganda unos contra otros, después de fragmentarse. Es decir, que bajo la tesis de la soberanía nacional, que se supone indivisible, es justamente cuando las opiniones se dividen más, porque como cada grupo aspira a que su voluntad se identifique con la presunta voluntad soberana, los grupos tienen cada vez más que calificarse, que perfilarse, que combatirse, que destruirse y tratar de ganar en las contiendas electorales. Así resulta que en la descomposición del sistema liberal (y naturalmente que este tránsito, este desfile resumido en unos minutos, es un proceso de muchos años).
Los partidos de izquierda ven al hombre, pero le ven desarraigado. Lo constante de las izquierdas es interesante por la suerte del individuo contra toda arquitectura política, como si fueran términos contrapuestos. El izquierdismo es, por eso, disolvente; es, por eso, corrosivo; es irónico, y, estando dotado de una brillante colección de capacidades, es, sin embargo, muy apto para la destrucción y casi nunca apto para construir. El derechismo, los partidos de derecha, enfilan precisamente el panorama desde otro costado. Se empeñan en mirar también con un solo ojo, en vez de mirar claramente, de frente y con los dos. El derechismo quiere conservar la Patria, quiere conservar la unidad, quiere conservar la autoridad; pero se desentiende de esta angustia del hombre, del individuo, del semejante que no tiene para comer.
(...) Dos minorías, compuestas cada una por diez señores y que se llaman minorías independientes; pero fijaos, no porque ellas, como tales minorías, sean independientes de las demás, sino porque cada uno de los que las integran se sienten independientes de todos los otros. De manera que los que pertenecen a esas minorías, a las que ni don Maríano Matesanz ni yo pertenecemos, porque nosotros somos independientes del todo; los que pertenecen a esas minorías se agrupan, tienen como vínculo de ligazón precisamente la nota característica de no estar de acuerdo; es decir, están de acuerdo sólo en que no están de acuerdo en nada. Y, naturalmente, aparte de esa pulverización de partidos; mejor, cuando se sale de esta pulverización de los partidos, porque circunstancialmente unas cuantas minorías se aúnan. entonces se da el fenómeno de que la mayoría, la mitad más uno o la mitad más tres de los diputados, se siente investido de la plena soberanía nacional para esquilmar y para agobiar, no sólo al resto de los diputados. sino al resto de los españoles, se siente portadora de una ilimitada facultad de autojustificación, es decir, se cree dotada de poder hacer bueno todo lo que se le ocurre, y ya no considera ninguna suerte de estimación personal, ni jurídica ni humana, para el resto de los mortales.
Juan Jacobo Rousseau había previsto algo así, y decía:
"Bien; pero es que como la voluntad soberana es indivisible y además no se puede equivocar, si por ventura un hombre se siente alguna vez en pugna con la voluntad soberana, este hombre es el que está equivocado, y entonces, cuando la voluntad soberana le constriñe a someterse a ella, no hace otra cosa que obligarle a ser libre."
Fijaos en el sofisma y considerar si cuando, por ejemplo, los diputados de la República, representantes innegables de la soberanía nacional, os recargamos los impuestos o inventamos alguna otra ley incómoda con que mortificaros, se os había ocurrido pensar que en el acto este de recargar vuestros impuestos, o de mortificaros un poco más, estábamos llevando a cabo la labor benéfica de haceros un poco más libres, quisierais o no quisierais".
José Antonio Primo de Rivera: Extractos de Ante una encrucijada...9-04-1935
El Liberalismo en el pensamiento falangista.
José Luis de Arrese |
En efecto; el liberalismo, como lo concibió Rousseau y lo, practicaron sus seguidores, no es más que el humanismo hecho ley, es decir, el humanismo llevado a la práctica y plasmado en las leyes de cada país, el humanismo con todas sus negaciones a lo sobrehumano y todas sus limitaciones a lo desconocido, con todos sus prejuicios y todos sus errores.
Cree que negando a Dios deja Dios de existir y hereda el hombre su infinito poderío; que negando la fe dejan de haber barreras infranqueables para la inteligencia, quedando todo al alcance y criterio de la razón humana; que negando el espirítualismo convertimos al espíritu en materia y dejamos todo (lo divino y lo humano) al capricho de la voluntad del hombre.
En una palabra: cree que el hombre llega a ser "todopoderoso", sin fijarse que para llegar a esa plenipotencia ha sido contendiente. Mal se pudo arreglar el problema social mirado sólo por uno de sus lados.
Otro de los principios liberales es la democracia, el llamado "gobierno del pueblo por sí mismo": "un pueblo no puede gobernarse a sí mismo, como tampoco puede mandarse a sí mismo un ejército".
Pero ... desengáñense los demócratas de buena fe (si es que los hay) : no es el gobierno del pueblo lo que se pretende, sino gobernar al pueblo; aprovecharse de él para sus fines personales, para su medro, para su enriquecimiento. ¿Cómo, si no fuera así, se podría comprender que el partido liberal, que es el partido capitalista por excelencia, el partido despreciador del pueblo por antonomasia, se llame a sí mismo demócrata, es decir, partidario del gobierno del pueblo?
¿Qué sacó el pueblo con el gobierno del liberalismo?
¿Sacó más libertad? No; porque la libertad sólo fué para los ricos.
¿Sacó más igualdad? No; porque fué quien creó las clases.
¿Sacó más fraternidad? No; porque fué quien originó la lucha.
Pues si no sacó más igualdad, más fraternidad ni más libertad, que fueron los tres únicos principios que como infalible talismán de felicidad ofreció el liberalismo al pueblo, ¿qué sacó el pueblo en siglo y medio de liberalismo económico?
La democracia, además, confiesa paladinamente que gobierna sin saber si gobierna bien o mal; más aun: a conciencia de que lo hace mal. Porque siendo la verdad "única", parece lógico que para gobernar siempre bien no hay más que seguir siempre el camino de esa verdad, y no como hacen las democracias: abandonada al sufragio de la mayoría.
Dejar que una solución pase de ser verdad a mentira, según la vote o no la mayoría, es una de dos:
o escarnecer la verdad, poniéndola en duda (si se la conoce y se deja a votación), en cuyo caso no hay dignidad,
o no conocer la verdad, en cuyo caso lo más noble sería renunciar al gobierno del país para que otros que la conozcan cojan las riendas.
Los liberales son enemigos de las dictaduras. Pero ... ¿hay alguna dictadura mayor que la democrática? La democracia es el sufragio de la mayoría. La mayoría es "uno más". Luego todo, absolutamente todo, depende de ese "uno más" (es decir de una minoría).
Por otra parte, ¿hay algo más monstruoso? Porque en las dictaduras gobierna la voluntad de uno solo, pero de uno que ha subido al primer puesto por sus indiscutibles méritos personales; pero en las democracias el voto decisivo, es decir, la dictadura, puede ser del más oscuro de los ciudadanos, del más inútil de todos ellos. En las dictaduras, por último, la voluntad del dictador está respaldada por una gran masa de partidarios; en las democracias, el "voto dictador" puede ser la voluntad aislada.
La democracia dice: "un hombre, un voto"; pero ¿cómo concebir la igualdad del voto sin antes conseguir la igualdad de inteligencia? ¿No es absurdo que para un asunto financiero tenga igual voto el director de un Banco que el conductor de un tranvía? ¿Cuándo se ha visto que para curar un enfermo llamemos a un ingeniero, y valga su voto igual que el del médico? y si llegamos al terreno de las representaciones políticas, ¿no es absurdo que el obrero vote al abogado y el comerciante al agricultor, sin que el agricultor ni el abogado sientan por el obrero y el comerciante los más pequeños lazos de un mismo interés, sino únicamente los lazos políticos de un mismo "fulanismo"?
¿No sería más lógico que no existiera más política que una sola: la de la Patria; ni más representación que una sola: la sindical, en la que el obrero represente al obrero, el comerciante al comerciante, el abogado al abogado y el agricultor al agricultor?
"El liberalismo político del siglo XIX nos creó "el ciudadano", individuo desmembrado de la familia, de la clase, de la profesión, del medio cultural, de la agrupación económica, y le dió el derecho facultativo de intervenir en la constitución del Estado, y en esto colocó la fuente de la soberanía nacional. ¡Mal parada iba a quedar la soberanía con esta base quimérica!
El "pomposo" ciudadano del liberalismo, aislado de su medio natural de vida, quedaba reducido a un simple voto, enteramente ineficaz si no se aliaba con otros votos. El liberalismo había "liberado" al ciudadano de sus relaciones naturales (familia, parroquia, municipio, gremio profesional) y le obliga a encasillarse en alguna otra agrupación que le prestase la eficacia del número.
Así nació el Partido Político.
Desde entonces, las elecciones, y consiguientemente los órganos legislativos y las constituciones de los pueblos, salieron del ciudadano desencajado de su medio natural y encajado artificiosamente en el partido político.
Nada extraño, pues, que las constituciones fueran antinaturales, ya que su origen era antinatural. El partido político ha sido en la historia contemporánea la síntesis de todas las concupiscencias inconfesables y de todos los absurdos.
Por conveniencia política, numerosos ingenieros han votado en España la ruina de utilísimas Confederaciones hidrológicas; por conveniencia política, muchos terratenientes se han mostrado partidarios de reformas agrarias descabelladas y de innecesarias y antipatrióticas importaciones de trigo.
En resumen: el liberalismo no encontró como soluciones al problema social más que dos: libertad y democracia.
Con Ia libertad no hizo más que identificarse con el poderoso y transformarse en el capitalismo.
Con la democracia no hizo más que identificarse con la política y transformarse en parlamentarismo, en charlatanismo.
El problema social, mientras tanto, no recibió ni un solo intento de solución verdadera.
José Luis de Arrese 1935-1940.
De cómo una filosofía racionalista dió origen a la política liberal.
Toda la pugna política de nuestros días gira en torno a la necesidad de buscar una fómula que permita a este desvencijado mundo alcanzar la ventura de una nueva Edad Clásica.
Esto nos dice sobre todo que la sociedad actual está caída o muy próxima a caer en un profundo y desastrado caos; pero no vamos a perder el tiempo en comprobarlo porque la historia de los últimos años (y ello para desgracia de los hombres que hemos de vivir tantos azares) es demasiado elocuente para venir ahora con polémicas de esta clase.
Tampoco quisiéramos entretenernos mucho en relatar por menudo las vicisitudes que fueron causa más o menos lejana de la situación presente, entre otras cosas porque resulta más importante buscar caminos de salvación que argumentos para maldecir culpabilidades; pero como es imposible encontrar la solución de aquello que se desconoce y el objeto es precisamente ver si hay un modo de llegar a resolver las cosas desde su raiz, hemos de empezar por buscar las causas y por buscadas en el mismo origen.
Hoy nadie pone en duda que la situación presente se caracteriza por un triunfo absoluto del materialismo sobre el espirituaIismo; por lo tanto, si de veras queremos presentar el problema desde su primer eslabón tenemos que remontamos al instante mismo en que una nueva mentalidad se levantó en el mundo cuando aún vivía asentado sobre la base espiritual; es decir, tenemos que remontamos al primer gesto evolutivo del Renacimiento.
No basta, como lo han hecho tantos partidos que alardean de sociales y de cristianos, con maldecir del comunismo y acusarle de todas las violencias, pero sin meterse en investigar las razones por las cuales ha sido posible que el comunismo viniera; ni hasta con reconocer que el comunismo parte de la injusta situación creada por el sistema liberal para acabar clamando también contra el liberalismo, pero sin llegar a preguntarse las causas de la injusticia. Es preciso seguir investigando hasta la médula, porque las cosas no han surgida de una manera espontánea y sin conexión; todo ha sido movido por una causa anterior.
En un principio fué sólo una pérdida colectiva de Fe;
después esta pérdida se proyectó sobre el mundo de las ideas religiosas y provocó la creación de la filosofía racionalista;
luego esta nueva filosofía saltó a las formas políticas y creó el liberalismo;
más tarde se nevó esta nueva política al campo económico y se creó el capitalismo
y, por último, al gravitar el capitalismo sobre el mundo social vino esa especie de capitalismo del Estado que se llama comunismo y el mundo se sumergió en el rigor que hoy todos padecemos.
De que los hombres vean o no esta sucesión de fuentes y de que el mundo se decida a llegar a la primera o se quede en el camino depende la salvación de la sociedad actual.
Por nuestra parte vamos a intentar realizarlo y para ello vamos a empezar por presentar los últimos tiempos de la etapa espiritual y los primeros de esta, cuyo final vivimos con ansiedad de náufragos y que ha terminado por desembocar en el más despiadado de los materialismos.
1) Cuando la jerarquía de los valores humanos descansaba en la Fe.
La Edad Media, desde el punto de vista de las ideas puede considerarse como: una etapa del mundo basada en la Fe.
Un decidido propósito de enturbiar las cosas ha llevado al filósofo moderno a presentar esta etapa como producto de una sociedad llena de primitivismo y de incultura, en la que el hombre, "un ser rudimentario con la vista oscurecida por la Fe religiosa" , tiende a refugiarse en la credulidad por cómoda ignorancia y como fórmula universal para desentenderse de todos los problemas de la vida.
Para el filósofo moderno (la frase anterior es de Burdach) el hombre medieval cree en Dios como cree en hechicerías y consulta a un teólogo su caso de conciencia como consulta a un astrólogo el éxito de un viaje o recurre a la magia para lograr un amor.
Nada hay más lejos de la verdad histórica como esta propensión a calificar de alquimista el maravilloso laboratorio medieval de la Fe, y los que confunden la religiosidad profunda de aquellos tiempos, con las supersticiones del bajo pueblo olvidan en primer lugar, que éstas no son consecuencia de la Edad Media sino herencia del mundo antiguo, y en segundo lugar olvidan las críticas que ellos mismos dedican a "aquella intolerancia religiosa que casi siempre acababa en atroces quemas de brujas", cuando precisamente esta es la prueba más evidente del esfuerzo que el hombre cristiano realizó para acabar con aquellos residuos del paganismo.
Por tanto, sin fijarnos en esta acusación ingenua, que, en último término, demostraría únicamente la raquítica civilización de un pueblo todavía barbarizado, podemos afirmar que la Edad Media se caracteriza por una armonía total de la vida en torno a la verdad.
P.D.: Hoy sabemos que la justicia de la inquisición fue siempre más benévola que la justicia civil, hasta el punto de que todo el que podía se acogía a ella. Las condenas solían ser de asistencia a celebraciones religiosas. Las falsas exposiciones de "maquinas de torturas de la inquisición" no contienen ni una verdadera. O son reproducciones a las que han colocado el símbolo inquisitorial o se trata de máquinas de diversas procedencias dentro de la justicia civil. No quiero con esto afirmar que no se utilizaran parecidos y depravados medios, en algunas ocasiones, sino solo que no eran de uso tan común como generalmente se afirma.
El liberalismo nos presenta a las "brujas" como si fueran señoritas guapas, inocentes y divertidas. Lo cierto es que, entre otras muchas aberraciones, vendían los venenos con los que se asesinaba para obtener las herencias antes de tiempo.
La Europa medieval estaba unida en la Fe y en la jerarquía.
Quizás en ella se supiesen menos cosas que en la de hoy, pero se sabían las principales, y, sobre todo, se conocía su justo valor. Se sabía, por ejemplo, que el hombre es envoltura corporal de un alma capaz de salvarse y de condenarse; que cuando el hombre no ajusta su vida a la moral no está cumpliendo su destino eterno, y que los actos de la vida deben estar ordenados a un fin.
Por eso, en la Edad Media todo formaba parte de un orden jerarquizado y universal; la economía, la ciencia, la política, etcétera, no eran valores sueltos y sin medida, sino partes de ese todo presidido por la moral.
En la Edad Moderna, la vida se caracteriza por su tendencia a la disgregación; la moral no es un valor absoluto, sino una más entre las ciencias naturales, algo así como la física de las costumbres, que conviene tener en cuenta del mismo modo que conviene la geografía para andar por el mundo; y la economía, la ciencia, la política, no se pueden considerar valores parciales y dependientes de la conciencia, sino modos profesionales en que emplear la vida.
La Edad Media sabía que la vida es un todo indivisible y que este todo debe estar sometido a un orden.
No es que deje de existir el bien y el mal, es que se sabe que el bien es bien y que el mal es mal; y así, cuando el politico, el sabio o el mercader se miraban a sí mismos con ojos de cristiano no pensaban que su única misión era ganar dinero o laureles, sino ganarlos de una manera moral y cumpliendo en ello, además de los deberes para consigo mismo, los deberes para con Dios y para con el prójimo, porque no pensaban que el negocio o el estudia o la cosa pública fueran valores independientes, sino partes de un todo inexcusable y permanente.
2) Una filosofía nueva antepone la ciencia a la Fe.
Con el siglo xv da comienzo un doble fenómeno que ha de empujar la historia de Occidente en un sentido contrario.
Por un lado, la pérdida colectiva de la Fe, por otro, el resurgir de una dormida afición por los secretos de la ciencia, Este doble fenómeno había de producir a lo largo de los siglos un cambio radical en el modo de ser de los pueblos; un cambio que, empezando por reclamar para la ciencia lo que es de la ciencia, acabaría negando a la Fe lo que no pudiera ser explicado por la razón humana,
Pero esta revolución no se verificó en un instante. En el principio fué sólo un "Renacimiento" de las ciencias y de las artes; un afán de superar la etapa medieval en todo aquello que encerrara problemas de ignorancia o de sabiduría; fué luego cuando la receta se extendió también a lo sobrenatural.
"Si la ciencia, se pensaba el hombre del Renacimiento, es parte de la suprema sabiduría, la ciencia no puede estar en contradicción con la Fe; por lo tanto, no nos conformemos con estudiar la física y las matemáticas con afán de sabios, analicemos también la Fe a la luz de la ciencia, y allá donde encontremos una conformidad aplaudamos gozosos, porque hemos hallado un nuevo argumento".
Hasta aquí todo iba bien, sólo después se continuó la marcha hacia un nuevo objetivo. "La Iglesia -volvía a pensar el hombre del Renacimiento- ha invadido con torpeza alguna vez el campo de la ciencia, y se ha equivocado; Galileo Galilei tenía razón cuando sostuvo que la tierra giraba alrededor del sol. Por lo tanto, no estaría de más hacer una revisión de los problemas religiosos ahora que tenemos un método y un rigor más alto que cuando el hombre apenas conocía los signos de la escritura."y aquí viene el error de la filosofía moderna, porque esta revisión ya no se intentaba hacer con espíritu creyente, sino con espíritu crítico.
La nueva tesis consistía en poner de antemano todas las verdades dogmáticas en duda para aceptar solamente aquellas que la razón del hombre les diera su conformidad.
Esta norma dió un nuevo giro al significado primitivo de la palabra humanismo, y desde entonces quedó vinculado este nombre, más que al estudio de las humanidades, al orgulloso confiar en el valer humano, porqué siempre sucede que cuando el hombre invade, con derecho o sin él, un estadio nuevo, cree que ha logrado una conquista.
Esta norma, además, fué la que nos llevó al libre examen, al racionalismo, a la herejía a la ruptura de la unidad religiosa; en una palabra, al ateísmo.
Porque entregar las cosas al criterio de la razón, es someter lo sobrenatural a lo natural, y como la ciencia es limitada, es desembocar en la necesidad de negar todo aquello que excede de sus conocimientos limitados, pero como esto no eleva al hombre, sino únicamente rebaja las cosas a su medida, lo que vino a lograr no fué una mayor valoración humana, sino su desvalorización, iniciando así, contrariamente a lo que el mundo del Renacimiento pretendía, una auténtica Era de deshumanización y achicamiento.
3) Aplicación de esta nueva filosofía a las formas políticas; el liberalismo;
Pero veamos qué consecuencias trajo esta nueva mentalidad a la vida pública de los pueblos, y cómo influyó en lo que pudiéramos llamar el problema de nuestros días.
Toda la nueva filosofía aportada por el movimiento renacentista se puede condensar en esta pérdida de respeto al dogma y al misterio.
El hombre cree que ha progresado tanto, que siente la necesidad de sublevarse contra la existencia de algo superior al criterio de su razón, y de una manera rotunda acaba proclamando el derecho a examinar libremente los postulados religiosos antes de aceptar o rechazar lo que otros han aceptado o rechazado. Con esta mentalidad creciente transcurren los primeros siglos de la Edad Moderna, en los cuales apenas si se realiza otro cambio que el anunciado ya de la revolución religiosa.
Las formas políticas continúan sin variación apreciable, y las monarquías del siglo XVI y XVII se diferencian muy poco de las que existían en el siglo XV. Pero en el siglo XVII se produce otro nuevo intento revolucionario: el de llevar a la política las nuevas ideas filosóficas, ya plenamente triunfadoras en el campo religioso.
El libre examen religioso no es, en esencia, otra cosa que un derecho que el hombre se concede a sí mismo para decidir las cosas que ha de creer y las que ha de respetar; pero si el hombre ha aceptado el derecho a discutir los asuntos sobrenaturales,no ha sido por otra cosa, que por un deseo de liberarse de enojosos sometímientos; el hombre se siente fuerte y cree que le sobran andadores espiritules, al menos para aquellas cosas, como la vida social, que pueden mirarse como actos meramente humanos.
En este orden de cosas, los filósofos de la enciclopedia vinieron a decir que cuando el hombre intenta vivir con otros en sociedad no tiene por qué trasladar a ella los deberes y obligaciones que se imponga por razón de sus creencias, ni siquiera aquellos que pudieran parecer genéricos porque forman parte de una moral colectiva. Se puede, sí, obrar en consecuencia, y hasta resulta conveniente utilizarlos en sus relaciones con los demás, como resulta de buen tono vestir corbata para recibir visitas, pero la sociedad sólo debe ocuparse de aquellos actosextrínsecos que originan un malestar físico a los demás miembros.
En el fondo, esto es una consecuencia natural de la subversión realizada ya en el interior del hombre contra su propio destino. Si nada hay superior a la razón humana, ¿a qué viene mantener todavía ese supuesto sobrenatural?· El hombre es libre, y su libertad le pone ante un derecho totalmente distinto: ante el derecho liberal.
No es que el cristianismo hubiera, dicho nunca que no fuera libre de realizar bien o mal su destino; había dicho simplemente que no podía renunciar a tenerlo, y que, aunque era libre para obrar de esta o de aquella manera, al mismo tiempo que obraba así iba labrando su propio futuro.
Pero esta universalidad de la vida era inconcebible para el hombre racionalista. "¿Qué tiene que ver una cosa con otra? se pregüntaba-; cuando el hombre se proponga verificar un acto meritorio ya lo verificará; pero, ¿por qué se ha de hacer otra clase de consideraciones cuando se ejercita sencillamente en actos ajenos al ámbito religioso?"
Estamos, pues, ante una situación política que anuncia su propósito de emancipar lo civil de lo religioso. Hasta entonces, el Estado no había querido separar estos dos conceptos, como el hombre no había sabido distinguir entre su existencia y su destino; pero en adelante, y ésta es la clave filosófica del liberalismo, el Estado se haría neutral, alegando para ello el respeto que le merecía la libertad del hombre.
Pero esto traía un problema nuevo; si el pensamiento humano había cambiado y el Estado quería sincronizarse con este nuevo modo de pensar, evidentemente había que realizar la sincronización; y ello exigía la creación de un nuevo sistema que empezara por justificar de otro modo la propia existencia de la sociedad. Esto es lo que vino a hacerse a través de dos sucesos trascendentales que tienen lugar en la segunda mitad del siglo XVIII: la Revolución Francesa y la, aparición de un libro singular llamado "El Contrato Social".
La Revolución Francesa representa, ante todo, ese intento afortunado de sincrornización entre una mente que había cambiado sustancialmente y una organización política que aun seguía rigiéndose por los viejos moldes de las épocas clásicas. Precisamente, el éxito que en pocos años tuvo la política iniciada por los convencionales franceses y el rápido asentimiento de casi todos los pueblos a su doctrina, se debe a esta necesidad que el mundo sentía de concatenar al hombre nuevo con un nuevo contorno; y el hecho de que España fuera el sitio donde encontró mayores dificultades la nueva organización política, se debe también a que España era el único sitio donde el hombre no había dejado todavía de ser teológico.
"El Contrato Social" merece algo más que una alusión; merece un estudio. Siguiendo la tesis naturalista de que el hombre nace libre por naturaleza y vive encadenado por civilización, se pregunta cómo podría lograrse una civilización que, adquiriendo las ventajas inherentes al estado civil, no destruyera los atractivos del estado de naturaleza; y para ello remonta su consideración al preciso momento en que el hombre, renunciando a su estado primitivo para formar la primera sociedad, se reúne en convención con los demás y establece con ellos una especie de contrato social sobre el modo de regirse.
Adviértase, antes que nada, esta ingeniosa manera de esquivar el problema fundamental; porque remontándose a este origen, nadie puede decir que no empieza por el principio un libro dedicado a analizar la sociedad; y, sin embargo, el verdadero principio, del cual se desentiende, no es el origen de la sociedad, sino el origen del hombre, que, como sujeto de ella, debe considerarse primero, si de veras se quiere realizar una asociación eficaz. Pero dejando a un lado este esencial escollo, que si apuntamos es únicamente para anotar de nuevo la verdadera quiebra de toda la política moderna, veamos cómo se construye el artificio liberal.
Al tratar el hombre de vivir en sociedad - piensa Rouseau-, es cuando voluntariamente renuncia a parte de esa libertad absoluta que le ha permitido gozar su estado anterior y cuando sustituye la voluntad por el derecho, la fuerza, por la razón, y la conveniencia individual, por el bien común. Pero como esta tendencia del hombre a vivir en sociedad, o, si se quiere, esta necesidad que siente de asociarse con otros para mejorar su vida no debe costarIe lo más preciado que tiene, o, al menos, debe costarle en la menor escala posible, el Estado que forme será tanto mejor, cuanto más parco sea en exigirle el sacrificio de su libertad primera, cuanto más sutil sea en confeccionar su derecho y más reduzca su misión a una labor secundaria de servicio; porque entonces; y puesto que el Estado es la "cadena que tortura", su inicial situación, mayor será la aproximación del hombre a la libertad absoluta.
La primera consecuencia por lo tanto, de la nueva teoría es esta especie de adelgazamiento del Estado, realizada con ánimo de devolver al pueblo (verdadero soberano) gran parte de la libertad usurpada por el príncipe, que, en un acto perverso de invasión, llegó a arrebatarle, en nombre de una mejor protección, incluso este título de soberanía.
La segunda consecuencia es ésta: Cuando los hombres se reunieron por primera vez en convención, todos eran igualmente libres, y, por lo tanto, eran todos iguales ante las leyes que
fueran construyendo y ante los demás hombres; en consecuencia, junto al lema de la libertad hay que poner también el lema de la igualdad. Sin embargo, cuando se trata de organizar un orden es preciso una mínima jerarquía, es preciso que alguien mande, porque una sociedad establecida bajo e! hecho de que nadie mandara y nadie obedeciera no sería sociedad, sino mera aglomeración humana sumida en la anarquía y en el desconcierto; pero si todos los hombres son libres e iguales y no hay razones trascendentes donde apoyar el poder, porque nada hay por encima del hombre, ¿cómo justificar el mando? Sólo una solución era posible, y ésta es la que apuntó Rousseau en "El Contrato Social". Sobre la voluntad del hombre - vino a decir- sólo puede ponerse la propia voluntad del hombre; la sociedad política sólo es posible en el caso de que el hombre, libremente, se obligue a sí mismo mediante una; especie de contrato social que celebra con los demás hombres.
Pero aun quedaba otra dificultad, y ésta es la que había de traer la verdadera constitución del sistema liberal. Ya están elegidos los mandos; pero a estos mandos, como es natural, no se les entrega la soberanía, sino el poder. El soberano sigue siendo el pueblo, porque sólo en él, en todo él, cabe residir permanentemente las esencias del contrato social; el que manda es solamente un mandatario que ejerce transitoriamente el poder en nombre del pueblo, y para cumplir su voluntad. Por lo tanto, ¿cómo. ha de ejercer el mando, o mejor dicho, ¿cómo ha de conocer la voluntad del pueblo?
Rousseau nos descubre que existe una voluntad general infalible, que es la voz general del pueblo; ahora bien, como esta voluntad general puede estar oscurecida por distintos pareceres, "la voz del más grande número obliga siempre a todos los demás". Con ello hemos desembocado en un sistema nuevo, que consiste en dejar las cosas a la opinión de la mayoría y en afirmar que si la opinión de los menos debe plegarse a ella es porque esta voluntad de la mayoría es la que más se acerca a la voluntad general. "Cuando prevalece -dice más adelante- un parecer contrario al mío, esto no prueba otra cosa sino que ya me engañaba y que lo que yo juzgaba que era la voluntad general no lo era en realidad. Si hubiera prevalecido mi voto particular, ya hubiera hecho una cosa contraria a la que debía querer, y entonces no hubiera sido libre."
Pero como antes de llegar a esta definición de las mayorías era preciso conocer la voluntad de cada uno, habia que arbitrar un procedimiento para lograrlo, y aquí viene la respuesta que, como consecuencia de la deshurnanización del hombre, tuvo que buscarse el liberalismo puro.
Si el hombre no es más que un ser desligado de todo lo trascendente; si no hay verdades eternas, sino fórmulas pactadas de convivencia; si los dogmas han dejado de ser dogmas para convertirse en opiniones; en una palabra, si el poder dimana del individuo, porque es el individuo el que forma esa sociedad en un acto libre de dominio y sin otras razones para obligarse que su propia voluntad, ese poder puede ser ejercido tal como el individuo en cada momento decida; y como el ciudadano no tiene limitaciones a su derecho y todos los ciudadanos tienen igual derecho, resulta que la fórmula ideal para que el pueblo participe en las tareas del Estado liberal es el sufragio universal e inorgánico, en el que todos pueden opinar de todo y cada hombre es un voto y todos los votos tienen igual valor.
Es necesario comprender el tremendo significado de este expediente a que hubieron de recurrir los filósofos. El hombre deja de ser hombre y se convierte en un concepto jurídico: el ciudadano.
La sociedad humana se constituye como una sociedad anónima cualquiera, y los dereohos que se pueden alegar en esta sociedad no están basados en la Íntima calidad del individuo, sino en su función de contratante.
Es decir, el liberalismo considera al hombre como un accionista que, como tal, se reúnecon otros para formar una sociedad anónima que se llamará Estado, y para establecer con ellos la forma de gobernarla de acuerdo con unos estatutos que se llaman "constitución."
En teoría, y descontando el tremendo expediente de subversión humana contra lo espiritual y permanente que supone, el sufragio universal, no deja de ser una fórmula singularmente atrayente para ese mundo que todavía sueña beatificamente con la fraternidad universal.
Con este sistema -dicen queda descartado el empleo de la violencia para las relaciones humanas; cuando un hombre o una nación (porque también el sistema es susceptible de aplicarse a las relaciones internacionales sin más que cambiar la unidad-individuo por la unidad-nación) quieren imponer su criterio porque estiman que es el más conveniente a la política de cada momento, nada de acudir a la fuerza; el sufragio universal abre un camino insospechado para el triunfo; láncese a la predicción, convenza a los demás hombres o a los demás pueblos que su criterio es el mejor, y entonces, no por la razón de la fuerza, si nó por la fuerza de la razón, podrá conseguir lo que antes le era imposible.
Todo el mundo puede exponer sus ideas, y si ellas son dignas dé ser amadas, todo el mundo puede hacerlas triunfar, y aunque sea el hombre más desconocido puede llegar a los más altos mandos.
Alguien ha dicho que el sufragio universal es la técnica de seleccionar y de valorar cerebros. Quizás sea cierto ... en teoría.
Pero el tiempo suele añadir a las teorías un factor más importante que es imposible desconocer: la experiencia.
Una fórmula química puede ser infalible en el laboratorio; pero tal vez después la realidad no confirme la esperanza que se puso en el experimento, y entonces no podemos seguir hablando de la teoría, sino de la práctica,
Pues bien, ¿ha respondido la práctica del sufragio universal a las ilusiones que en él pusieron los panegiristas de esta nueva fraternidad? ¿Ha habido alguna vez en la historia de .los pueblos etapa más agitada que este desdichado siglo y medio del sistema liberal? En ella, los regímenes han durado meses y los Gobiernos, a veces no han podido sumar las horas necesarias para ver el atardecer de su primer día. En ella, las Sociedades de Naciones han durado lo que tardó en aparecer el primer obstáculo. ¿No dice nada a los enamorados del sistema liberal este fracaso colectivo y permanente del experimento sufragista?
Sin embargo, no condenemos en bloque el sufragio universal, porque en él hay dos cosas completamente distintas:
Una, que todos pueden opinar;
otra, que todo sea opinable.
A la primera poco tendríamos que objetar, porque en nada se opone a un principio de orden y de jerarquía el hecho de que todos tengan acceso a la participación en, las tareas del Estado; pero esto (que es precisamente lo que no inventó la Revolución Francesa, sino que es la fórmula popular utilizada desde Atenas hasta nuestros días) no lo discute nadie, o al menos, no lo vamos a discutir nosotros en este momento.
La discusión empieza en la forma de llevar a la práctica esta participación, porque independientemente de la objeción tantas veces esgrimida, de que siendo distintas las aptitudes de cada uno, no se puede conceder igual valor al voto de un sabio que al de un ignorante, porque esta objeción no puede oponerse a una fórmula como el liberalismo, que empieza por decirnos que no ha venido a traer la aristocracia, sino la democracia, y, por tanto, no ha venido a resolver un problema de calidad, sino de igualdad; e independiente también de que el sufragio universal concede a la mayoría de los individuos una libertad que no puede ejercer porque nadie es libre de decidir sobre lo que no conoce.
Refirámonos ahora a la segunda cuestión del sufragio universal.
Que todo puede ser opinable, exige uno de estos dos postulados:
que no haya verdades permanentes o
que una votación pueda cambiar la esencia de las cosas.
Sin uno de ellos, el sufragio universal no pasa de ser una estafa cualquiera, o cuando menos una broma sin respeto. Porque dejar que el hombre discuta sobre todas las cosas y decirle que su voluntad puede hacer mudable, por ejemplo, la Eterna realidad de Dios, es una de las invenciones más irrespetuosas, no sólo para la esencia del sistema, sino para la dignidad misma de la persona humana.
Pero es que, además, el sufragio universal es una forma anárquica e inaplicable. Si un hombre es un voto, un millón de hombres pueden ser un millón de pareceres distintos; por lo tanto, para llegar a una mínima eficacia del sistema hay que empezar por aunar pareceres, y para esto hay que empezar por desechar primero a todo aquel que no haya logrado previamente ponerse de acuerdo con los demás.
Es decir, el sufragio universal exige a su vez una fórmula previa de inteligencia, porque no es posible convocar al cuerpo electoral de una manera absolutamente libre. Es preciso mutilar un poco esa libertad y excluir de ella al que quiera mantener en toda su airosa independencia el derecho de exponer su santa voluntad.
Así es como nacieron los partidos políticos en el sistema liberal; no dice esto que nacieran entonces, puesto que su antiguedad es indudablemente mayor, sino que nacieron así; que cobraron así un nuevo e insospechado giro. El partido político, hasta la época liberal fué úna cosa distinta, en absoluto a la que ahora conocemos como tal. Entonces, el hombre vivía encajado en una serie de normas inmutables, y el partido dentro de esa unidad serena que supo dar a la vida plenitud y armonía, sirvió para lo que tuvo que servir: Para interpretar las cosas que admitían interpretación.
Hoy no sucede lo mismo; nada existe permanente en la filosofía moderna, y el partido político invade toda clase de terrenos sin temor a encontrarse vallas. Pero además, como el partido, desde el sufragio universal es el único procedimiento que el hombre tiene de participar en la cosa pública, resulta que ese artificio irrespetuoso y desmandado, viene a ser la fórmula inexcusable para llevar a la práctica nada menos que el sagrado deber de mandar.
Con lo cual terminan juntándose los dos mayores inconvenientes :
1°, que el partido sea un disparate;
2.°, que sea además forzoso.
Antes podía uno implicarse en la postura de los demás o podía mantenerse alejado de ella; ahora no tiene más remedio que enrolarse necesariamente en una si quiere ejercítar sus deberes ciudadanos.
Para llegar eficazmente a las urnas no tiene más camino que adoptar una actitud politica. ¿Cual? Lo de menos es cual; una, aunque ninguna de ellas le satisfaga porque ya no se trata de consultar su propio gusto, se trata de encajarse en una norma de participación .
Como vemos, los partidos políticos del liberalismo no nacieron por generación espontánea, ni mucho menos como esencia doctrinaria de los principios levantados en la Revolución Francesa, sino como único modo de llevar a la práctica el sufragio universal.
Un filósofo del siglo XVIII rechazaría seguramente el partido político como una coacción intolerable al principio de libertad de expresión que proclamaba; sin embargo, un gobernante liberal del siglo XIX no podía menos de aceptar esta solución, porque ella representaba lo que pudiéramos llamar hoy el mal menor y necesario del sufragio universal.
Rousseau decía todavía más; decía que,como la voluntad general sólo mira al interés particular, para lograr el enunciado de la voluntad general es menester que no haya sociedad parcial en el Estado y cada ciudadano opine por sí".
("El Contrato Social", libro Ir, cap. l H. De si la voluntad general puede errar.)
En el fondo, esto es una consecuencia natural de la subversión realizada ya en el interior del hombre contra su propio destino. Si nada hay superior a la razón humana, ¿a qué viene mantener todavía ese supuesto sobrenatural?· El hombre es libre, y su libertad le pone ante un derecho totalmente distinto: ante el derecho liberal.
No es que el cristianismo hubiera, dicho nunca que no fuera libre de realizar bien o mal su destino; había dicho simplemente que no podía renunciar a tenerlo, y que, aunque era libre para obrar de esta o de aquella manera, al mismo tiempo que obraba así iba labrando su propio futuro.
Pero esta universalidad de la vida era inconcebible para el hombre racionalista. "¿Qué tiene que ver una cosa con otra? se pregüntaba-; cuando el hombre se proponga verificar un acto meritorio ya lo verificará; pero, ¿por qué se ha de hacer otra clase de consideraciones cuando se ejercita sencillamente en actos ajenos al ámbito religioso?"
Estamos, pues, ante una situación política que anuncia su propósito de emancipar lo civil de lo religioso. Hasta entonces, el Estado no había querido separar estos dos conceptos, como el hombre no había sabido distinguir entre su existencia y su destino; pero en adelante, y ésta es la clave filosófica del liberalismo, el Estado se haría neutral, alegando para ello el respeto que le merecía la libertad del hombre.
4) El contrato social como fórmula sustancial del liberalismo.
Pero esto traía un problema nuevo; si el pensamiento humano había cambiado y el Estado quería sincronizarse con este nuevo modo de pensar, evidentemente había que realizar la sincronización; y ello exigía la creación de un nuevo sistema que empezara por justificar de otro modo la propia existencia de la sociedad. Esto es lo que vino a hacerse a través de dos sucesos trascendentales que tienen lugar en la segunda mitad del siglo XVIII: la Revolución Francesa y la, aparición de un libro singular llamado "El Contrato Social".
La Revolución Francesa representa, ante todo, ese intento afortunado de sincrornización entre una mente que había cambiado sustancialmente y una organización política que aun seguía rigiéndose por los viejos moldes de las épocas clásicas. Precisamente, el éxito que en pocos años tuvo la política iniciada por los convencionales franceses y el rápido asentimiento de casi todos los pueblos a su doctrina, se debe a esta necesidad que el mundo sentía de concatenar al hombre nuevo con un nuevo contorno; y el hecho de que España fuera el sitio donde encontró mayores dificultades la nueva organización política, se debe también a que España era el único sitio donde el hombre no había dejado todavía de ser teológico.
"El Contrato Social" merece algo más que una alusión; merece un estudio. Siguiendo la tesis naturalista de que el hombre nace libre por naturaleza y vive encadenado por civilización, se pregunta cómo podría lograrse una civilización que, adquiriendo las ventajas inherentes al estado civil, no destruyera los atractivos del estado de naturaleza; y para ello remonta su consideración al preciso momento en que el hombre, renunciando a su estado primitivo para formar la primera sociedad, se reúne en convención con los demás y establece con ellos una especie de contrato social sobre el modo de regirse.
Adviértase, antes que nada, esta ingeniosa manera de esquivar el problema fundamental; porque remontándose a este origen, nadie puede decir que no empieza por el principio un libro dedicado a analizar la sociedad; y, sin embargo, el verdadero principio, del cual se desentiende, no es el origen de la sociedad, sino el origen del hombre, que, como sujeto de ella, debe considerarse primero, si de veras se quiere realizar una asociación eficaz. Pero dejando a un lado este esencial escollo, que si apuntamos es únicamente para anotar de nuevo la verdadera quiebra de toda la política moderna, veamos cómo se construye el artificio liberal.
Al tratar el hombre de vivir en sociedad - piensa Rouseau-, es cuando voluntariamente renuncia a parte de esa libertad absoluta que le ha permitido gozar su estado anterior y cuando sustituye la voluntad por el derecho, la fuerza, por la razón, y la conveniencia individual, por el bien común. Pero como esta tendencia del hombre a vivir en sociedad, o, si se quiere, esta necesidad que siente de asociarse con otros para mejorar su vida no debe costarIe lo más preciado que tiene, o, al menos, debe costarle en la menor escala posible, el Estado que forme será tanto mejor, cuanto más parco sea en exigirle el sacrificio de su libertad primera, cuanto más sutil sea en confeccionar su derecho y más reduzca su misión a una labor secundaria de servicio; porque entonces; y puesto que el Estado es la "cadena que tortura", su inicial situación, mayor será la aproximación del hombre a la libertad absoluta.
La primera consecuencia por lo tanto, de la nueva teoría es esta especie de adelgazamiento del Estado, realizada con ánimo de devolver al pueblo (verdadero soberano) gran parte de la libertad usurpada por el príncipe, que, en un acto perverso de invasión, llegó a arrebatarle, en nombre de una mejor protección, incluso este título de soberanía.
La segunda consecuencia es ésta: Cuando los hombres se reunieron por primera vez en convención, todos eran igualmente libres, y, por lo tanto, eran todos iguales ante las leyes que
fueran construyendo y ante los demás hombres; en consecuencia, junto al lema de la libertad hay que poner también el lema de la igualdad. Sin embargo, cuando se trata de organizar un orden es preciso una mínima jerarquía, es preciso que alguien mande, porque una sociedad establecida bajo e! hecho de que nadie mandara y nadie obedeciera no sería sociedad, sino mera aglomeración humana sumida en la anarquía y en el desconcierto; pero si todos los hombres son libres e iguales y no hay razones trascendentes donde apoyar el poder, porque nada hay por encima del hombre, ¿cómo justificar el mando? Sólo una solución era posible, y ésta es la que apuntó Rousseau en "El Contrato Social". Sobre la voluntad del hombre - vino a decir- sólo puede ponerse la propia voluntad del hombre; la sociedad política sólo es posible en el caso de que el hombre, libremente, se obligue a sí mismo mediante una; especie de contrato social que celebra con los demás hombres.
5) El sufragio universal único modo de llevar a la práctica la tesis del contrato social.
Pero aun quedaba otra dificultad, y ésta es la que había de traer la verdadera constitución del sistema liberal. Ya están elegidos los mandos; pero a estos mandos, como es natural, no se les entrega la soberanía, sino el poder. El soberano sigue siendo el pueblo, porque sólo en él, en todo él, cabe residir permanentemente las esencias del contrato social; el que manda es solamente un mandatario que ejerce transitoriamente el poder en nombre del pueblo, y para cumplir su voluntad. Por lo tanto, ¿cómo. ha de ejercer el mando, o mejor dicho, ¿cómo ha de conocer la voluntad del pueblo?
Rousseau nos descubre que existe una voluntad general infalible, que es la voz general del pueblo; ahora bien, como esta voluntad general puede estar oscurecida por distintos pareceres, "la voz del más grande número obliga siempre a todos los demás". Con ello hemos desembocado en un sistema nuevo, que consiste en dejar las cosas a la opinión de la mayoría y en afirmar que si la opinión de los menos debe plegarse a ella es porque esta voluntad de la mayoría es la que más se acerca a la voluntad general. "Cuando prevalece -dice más adelante- un parecer contrario al mío, esto no prueba otra cosa sino que ya me engañaba y que lo que yo juzgaba que era la voluntad general no lo era en realidad. Si hubiera prevalecido mi voto particular, ya hubiera hecho una cosa contraria a la que debía querer, y entonces no hubiera sido libre."
Pero como antes de llegar a esta definición de las mayorías era preciso conocer la voluntad de cada uno, habia que arbitrar un procedimiento para lograrlo, y aquí viene la respuesta que, como consecuencia de la deshurnanización del hombre, tuvo que buscarse el liberalismo puro.
Si el hombre no es más que un ser desligado de todo lo trascendente; si no hay verdades eternas, sino fórmulas pactadas de convivencia; si los dogmas han dejado de ser dogmas para convertirse en opiniones; en una palabra, si el poder dimana del individuo, porque es el individuo el que forma esa sociedad en un acto libre de dominio y sin otras razones para obligarse que su propia voluntad, ese poder puede ser ejercido tal como el individuo en cada momento decida; y como el ciudadano no tiene limitaciones a su derecho y todos los ciudadanos tienen igual derecho, resulta que la fórmula ideal para que el pueblo participe en las tareas del Estado liberal es el sufragio universal e inorgánico, en el que todos pueden opinar de todo y cada hombre es un voto y todos los votos tienen igual valor.
Es necesario comprender el tremendo significado de este expediente a que hubieron de recurrir los filósofos. El hombre deja de ser hombre y se convierte en un concepto jurídico: el ciudadano.
La sociedad humana se constituye como una sociedad anónima cualquiera, y los dereohos que se pueden alegar en esta sociedad no están basados en la Íntima calidad del individuo, sino en su función de contratante.
Es decir, el liberalismo considera al hombre como un accionista que, como tal, se reúnecon otros para formar una sociedad anónima que se llamará Estado, y para establecer con ellos la forma de gobernarla de acuerdo con unos estatutos que se llaman "constitución."
6) Crítica del sufragio universal.
En teoría, y descontando el tremendo expediente de subversión humana contra lo espiritual y permanente que supone, el sufragio universal, no deja de ser una fórmula singularmente atrayente para ese mundo que todavía sueña beatificamente con la fraternidad universal.
Con este sistema -dicen queda descartado el empleo de la violencia para las relaciones humanas; cuando un hombre o una nación (porque también el sistema es susceptible de aplicarse a las relaciones internacionales sin más que cambiar la unidad-individuo por la unidad-nación) quieren imponer su criterio porque estiman que es el más conveniente a la política de cada momento, nada de acudir a la fuerza; el sufragio universal abre un camino insospechado para el triunfo; láncese a la predicción, convenza a los demás hombres o a los demás pueblos que su criterio es el mejor, y entonces, no por la razón de la fuerza, si nó por la fuerza de la razón, podrá conseguir lo que antes le era imposible.
Todo el mundo puede exponer sus ideas, y si ellas son dignas dé ser amadas, todo el mundo puede hacerlas triunfar, y aunque sea el hombre más desconocido puede llegar a los más altos mandos.
Alguien ha dicho que el sufragio universal es la técnica de seleccionar y de valorar cerebros. Quizás sea cierto ... en teoría.
Pero el tiempo suele añadir a las teorías un factor más importante que es imposible desconocer: la experiencia.
Una fórmula química puede ser infalible en el laboratorio; pero tal vez después la realidad no confirme la esperanza que se puso en el experimento, y entonces no podemos seguir hablando de la teoría, sino de la práctica,
Pues bien, ¿ha respondido la práctica del sufragio universal a las ilusiones que en él pusieron los panegiristas de esta nueva fraternidad? ¿Ha habido alguna vez en la historia de .los pueblos etapa más agitada que este desdichado siglo y medio del sistema liberal? En ella, los regímenes han durado meses y los Gobiernos, a veces no han podido sumar las horas necesarias para ver el atardecer de su primer día. En ella, las Sociedades de Naciones han durado lo que tardó en aparecer el primer obstáculo. ¿No dice nada a los enamorados del sistema liberal este fracaso colectivo y permanente del experimento sufragista?
Sin embargo, no condenemos en bloque el sufragio universal, porque en él hay dos cosas completamente distintas:
Una, que todos pueden opinar;
otra, que todo sea opinable.
A la primera poco tendríamos que objetar, porque en nada se opone a un principio de orden y de jerarquía el hecho de que todos tengan acceso a la participación en, las tareas del Estado; pero esto (que es precisamente lo que no inventó la Revolución Francesa, sino que es la fórmula popular utilizada desde Atenas hasta nuestros días) no lo discute nadie, o al menos, no lo vamos a discutir nosotros en este momento.
La discusión empieza en la forma de llevar a la práctica esta participación, porque independientemente de la objeción tantas veces esgrimida, de que siendo distintas las aptitudes de cada uno, no se puede conceder igual valor al voto de un sabio que al de un ignorante, porque esta objeción no puede oponerse a una fórmula como el liberalismo, que empieza por decirnos que no ha venido a traer la aristocracia, sino la democracia, y, por tanto, no ha venido a resolver un problema de calidad, sino de igualdad; e independiente también de que el sufragio universal concede a la mayoría de los individuos una libertad que no puede ejercer porque nadie es libre de decidir sobre lo que no conoce.
Refirámonos ahora a la segunda cuestión del sufragio universal.
Que todo puede ser opinable, exige uno de estos dos postulados:
que no haya verdades permanentes o
que una votación pueda cambiar la esencia de las cosas.
Sin uno de ellos, el sufragio universal no pasa de ser una estafa cualquiera, o cuando menos una broma sin respeto. Porque dejar que el hombre discuta sobre todas las cosas y decirle que su voluntad puede hacer mudable, por ejemplo, la Eterna realidad de Dios, es una de las invenciones más irrespetuosas, no sólo para la esencia del sistema, sino para la dignidad misma de la persona humana.
7) El sufragio universal obliga a organizar la sociedad en partidos políticos.
Pero es que, además, el sufragio universal es una forma anárquica e inaplicable. Si un hombre es un voto, un millón de hombres pueden ser un millón de pareceres distintos; por lo tanto, para llegar a una mínima eficacia del sistema hay que empezar por aunar pareceres, y para esto hay que empezar por desechar primero a todo aquel que no haya logrado previamente ponerse de acuerdo con los demás.
Es decir, el sufragio universal exige a su vez una fórmula previa de inteligencia, porque no es posible convocar al cuerpo electoral de una manera absolutamente libre. Es preciso mutilar un poco esa libertad y excluir de ella al que quiera mantener en toda su airosa independencia el derecho de exponer su santa voluntad.
Así es como nacieron los partidos políticos en el sistema liberal; no dice esto que nacieran entonces, puesto que su antiguedad es indudablemente mayor, sino que nacieron así; que cobraron así un nuevo e insospechado giro. El partido político, hasta la época liberal fué úna cosa distinta, en absoluto a la que ahora conocemos como tal. Entonces, el hombre vivía encajado en una serie de normas inmutables, y el partido dentro de esa unidad serena que supo dar a la vida plenitud y armonía, sirvió para lo que tuvo que servir: Para interpretar las cosas que admitían interpretación.
Hoy no sucede lo mismo; nada existe permanente en la filosofía moderna, y el partido político invade toda clase de terrenos sin temor a encontrarse vallas. Pero además, como el partido, desde el sufragio universal es el único procedimiento que el hombre tiene de participar en la cosa pública, resulta que ese artificio irrespetuoso y desmandado, viene a ser la fórmula inexcusable para llevar a la práctica nada menos que el sagrado deber de mandar.
Con lo cual terminan juntándose los dos mayores inconvenientes :
1°, que el partido sea un disparate;
2.°, que sea además forzoso.
Antes podía uno implicarse en la postura de los demás o podía mantenerse alejado de ella; ahora no tiene más remedio que enrolarse necesariamente en una si quiere ejercítar sus deberes ciudadanos.
Para llegar eficazmente a las urnas no tiene más camino que adoptar una actitud politica. ¿Cual? Lo de menos es cual; una, aunque ninguna de ellas le satisfaga porque ya no se trata de consultar su propio gusto, se trata de encajarse en una norma de participación .
Como vemos, los partidos políticos del liberalismo no nacieron por generación espontánea, ni mucho menos como esencia doctrinaria de los principios levantados en la Revolución Francesa, sino como único modo de llevar a la práctica el sufragio universal.
Un filósofo del siglo XVIII rechazaría seguramente el partido político como una coacción intolerable al principio de libertad de expresión que proclamaba; sin embargo, un gobernante liberal del siglo XIX no podía menos de aceptar esta solución, porque ella representaba lo que pudiéramos llamar hoy el mal menor y necesario del sufragio universal.
Rousseau decía todavía más; decía que,como la voluntad general sólo mira al interés particular, para lograr el enunciado de la voluntad general es menester que no haya sociedad parcial en el Estado y cada ciudadano opine por sí".
("El Contrato Social", libro Ir, cap. l H. De si la voluntad general puede errar.)
8) Quiebra de los partidos políticos.
Pero "los partidos políticos, sobre ser desde su origen la negación de la propia libertad de expresión que vinieron a servir, tienen, además, otra serie de quiebras que les incapacita para ser una fórmula eficaz de gobierno.
En primer lugar, el partido político es la negación de la personalidad humana; porque si todos pueden opinar de todo, pero sólo sirve la opinión de aquel que haya conseguido ponerse antes de acuerdo con la mayoría, como para ponerse de acuerdo con los demás ha tenido que ir renunciando a todo lo que podía no ser compartido por ellos resulta que el hombre liberal, para ejercitar plenamente el derecho de soberanía tiene que empezar por mutilar su propia soberanía, su propia personalidad.
En segundo lugar, y como al dejar uno a uno trozos del pensamiento humano al margen de la discusión política, ha tenido: el hombre que ir renunciando a lo más ambicioso de sus convicciones, resulta también, y aquí viene otro defecto insoluble del sistema, que los partidos políticos propenden, además, a la implantación de la mediocridad.
Porque la eficacia de los partidos, cuyo fin sustancial es alcanzar la mayoría para llegar al Poder, está en razón directa del número de partidarios que reúna, y el número de partidarios sólo se consigue acrecer por el procedimiento de eliminar todo lo que pueda restar aquiescencia a su programa. Por tanto, cuanto mayor sea la ambición numérica de cada partido, menor tiene que ser su ambición doctrinaria, con lo cual llegamos a la desconsoladora conclusión de que las mayorías gobernantes son, precisamente, las que sostienen banderas más insípidas e incoloras, y que las minorías selectas no pueden nunca llegar a gobernar.
En tercer lugar, los partidos políticos, que nacieron con una fórmula armónica de mutua inteligencia ciudadana, acaban rompiendo la unidad política de los pueblos y convirtiéndose inevitablemente en objeto de discordia, no sólo porque ofrecen al hombre un medio apasionante de pugna personal, sino porque, además, son un cauce a los más apetitosos puestos de la gobernación del país, y este aliciente o "placer de mandar", como lo llama Rousseau, resulta tanto más cautivador cuanto que, en muchos casos, el procedimiento de situarse en la vida mediante unas oposiciones o el estudio de una carrera supone un esfuerzo infinitamente más considerable, con lo cual un sistema nacido para la armonía acaba en una especie de cucaña en que la diversión consiste en no dejar que el vecino llegue a apoderarse de la bandera.
Podríamos multiplicar indefinidamente las razones que se oponen a aceptar como ideal este modo de hacer que el pueblo participe en las tareas del Estado, pero quizás sobren todas ellas si nos fijamos en lo dicho anteriormente de que el partido político no forma parte de la teoría liberal corno esencia, sino como consecuencia del sufragio universal; por lo tanto, si nosotros empezamos por rechazar el sufragio universal no tenemos por qué llegar a la necesidad de organizar la sociedad en partidos, y todo lo que hablemos de ellos debe quedar reducido a demostrar que incluso discurriendo con mentalidad liberal se echa de ver una contradicción absoluta entre la teoría y la práctica del sistema; entre la libertad de expresión que proclama y la coacción de someter al hombre al estrecho molde de los programas más insípidos; entre la ilusión de haber encontrado una fórmula para que todos participen en la labor gobernante, y la realidad de ir eliminando de esa participación no sólo al que resista a renunciar a sus ideas propias antes que adocenarse en la visión raquítica de los partidos, sino, además, al que milite en partidos que no logren la mayoría y es que los partidos, ni son fórmulas absolutas de expresión ni representan la totalidad de la Patria, ni menos aun, la totalidad del pensamiento de sus componentes, a pesar de que el liberalismo los haya esgrimido como fórmula perfecta y la picardía humana los haya explotado como un mejor y más dócil instrumento, de dominio.
9) La crítica que aqui se hace se refiere sólo a ros partidos del sistema liberal.
Pero todo lo que venimos diciendo y aun nos queda por decir en contra de los partidos políticos merece una aclaración, ya que de otro modo nadie se explioaría, cómo empleándonos tan repetidas veces en criticar este expediente habíamos de acabar propugnando en el capítulo final un sistema en el que de un modo o de otro volvían a entrar en juego los partidos políticos.
En este capítulo a que aludimos se explicará con más detalle el nuevo concepto que se procura dar al sistema buscado; pero no es cosa de seguir adelante sin dejar en claro que la crítica que aquí se hace contra esta fórmula liberal no se debe tanto a la fórmula en sí, como al fin que se propone servir.
Hemos dicho que los partidos tal y como el liberalismo nos dió a conocer están al servicio del sufragio universal y el sufragio universal afirma dos cosas:
el triunfo de la colectividad sobre el pueblo, es decir el triunfo de la idea de masa sobre la idea de misión y ese
hecho tremendamente subversivo que acabamos de, apuntar de que todo pueda ser puesto a discusión.
Lo primero nos llevaría muy lejos, y lo dejamos en suspenso, lo segundo, hemos rechazado ya como incompatible con el concepto fundamental del hombre y lo seguiremos rechazando constantemente.
Por lo tanto y para no violentar el buen orden de las ideas que han de servir de soporte a la teoría que se expondrá, dejemos consignado únicamente este distingo sustancial entre los partidos políticos del sistema liberal a los que han de ser atribuidos todos nuestros dicterios y aquellos otros partidos que ocuparon gran parte de nuestra mejor historia y aun pueden volver a rendir inestimables servicios.
Si los partidos politicos no trajeran consigo la implantación de esa idea insustancial de la sociedad política y, sobre todo, la implantación de esa universal y espeluznante duda que pone al hombre ante la más desolada orfandad, habría que hablar muy poco de ellos.
La política es una misma cosa con la vida de los pueblos y mientras haya política; habrá opiniones; que es tanto como decir, habrá partidos.
Planteado el problema así se ve bien claro que al hablar mal de los partidos liberales lo que se maldice en el fondo es la política liberal que con su error primero logró hacer que esto instrumentos políticos acabaran convirtiéndose en objeto de destrucción y de ruina.
Se ha dicho muchas veces que los partidos liberales traían en cambio indudables ventajas y que una de ellas era, por ejemplo, la de saber apasionar a las gentes hasta obligarlas a cumplir sus deberes ciudadanos y tomar parte en la contienda política. Tanto peor, si la política es mala; pero es que además tal como está concebida la maquinaria de los partidos lo que con ello se hace no es solamente extender el conflicto a un día de algarada electoral, sino dejar a un pueblo permanentemente dividido en bandos irreconciliables que han de llevar a todos los órdenes de la vida su enemistad pclítica.
Se ha dicho muchas veces que los partidos liberales traían en cambio indudables ventajas y que una de ellas era, por ejemplo, la de saber apasionar a las gentes hasta obligarlas a cumplir sus deberes ciudadanos y tomar parte en la contienda política. Tanto peor, si la política es mala; pero es que además tal como está concebida la maquinaria de los partidos lo que con ello se hace no es solamente extender el conflicto a un día de algarada electoral, sino dejar a un pueblo permanentemente dividido en bandos irreconciliables que han de llevar a todos los órdenes de la vida su enemistad pclítica.
Para discutir, como para todo entre seres humanos, hay que partir de un punto de contacto, de una coincidencia inicial y si el liberalismo empieza por decir que acepta todas las opiniones, por contradictorias que sean, lo que se establecerá con ello no será una discusión; será una batalla campal, una guerra civil; que en definitiva, es lo que se va logrando en este malhadado mundo a fuerza de desligar al hombre de todas las amarras sustanciosas de la vid.
José Luis de Arrese 1947.
La Posición de F.E.D.
Matizamos la afirmación de Arrese:
"mientras haya política; habrá opiniones; que es tanto como decir, habrá partidos"
Redefiniéndola de esta manera:
mientras haya política; habrá opiniones; que es tanto como decir, habrá Asociaciones Políticas.
"La libertad muere a manos de los liberales"
"Hablamos, como fácilmente puede comprenderse por nuestra significación, no de la muerte de la libertad selecta, sino de la muerte de la libertad liberal.
La primera es el derecho a ser libre para practicar y propagar lo que es honesto y bueno.
Los que paladinamente proclamamos la inhabilitación definitiva de las fórmulas demo-liberales, no podemos menos de celebrar con el mayor regocijo este triunfo que nos han dado nuestros enemigos: "la libertad ha muerto a manos de ellos".
Cuando hayan terminado sus estragos sobre la nación, de tal modo que la nación los arroje para dar entrada a una política eliminadora de la farsa hoy vigente, habrán preparado con exceso una justificación a las medidas "antiliberales", de que no puede prescindirse para sanear el ambiente público e instaurar una era de rectitud.
Si los que lucharon la soberanía en la calle con mentiras liberales se han apresurado inmoralmente a desdecirlas, ¿Que no podrán hacer contra el demo-liberalismo, y en defensa de la Patria, los que lleguen a su gobierno predicando la cancelación de aquellas mentiras?
Más que otra ninguna, puede despedirse de todo derecho a subsistir la libertad liberal de la prensa.
Tan admirable es la insensata prostitución de su aparente decoro, acreditada diariamente por los periódicos liberales, que ellos mismos se están labrando, concienzadamente, su desaparición como tales.
Por eso, aún los gobiernos liberales se confiesan con hechos su incompatibilidad real con la libertad de prensa, y coaccionan, como pueden, a los órganos que no le son gratos.
Cuando la política que esto hace es precisamente una política antinacional, inspiradamente desde fuera para entregar a la esclavitud de los mitos que son la razón de los partidos hoy dominantes, la coacción, sdemás de traidora, es ilegal".
Onésimo Redondo Ortega.
La Influencia Liberal en el Pensamiento Falangista.
El Humanismo del "Fascismo".
A Juan Aparicio -tan agudo observador de nuestras luchas -desde sus comienzos- le oí una vez decir
esto:
"Así como Fernando de los Ríos quería extraer el humanismo del socialismo, José Antonio quiere lo mismo respecto al fascismo. Para él el problema de la adaptación a la realidad española de la tendencia fascista -en ideas y estilo- consiste en exaltarlas humanísticamente".
Exacto. Por su formación espiritual, por su extrema generosidad, José Antonio tenía que entender de esa manera nuestras doctrinas (de las JONS iniciales). El fondo cristiano y católico de su espíritu y de su cultura le llevaban a ello (El resultado de potenciar el humanismo del fascismo teórico inicial no es un "fascismo diferente" sino algo "diferente al fascismo").
En lo íntimo de su ser latían condescendencias liberales, humanas (más que políticas).
Del
proceso psicológico que le llevó a nuestras filas nacionalsindicalistas
podría hacerse un estudio interesante. Desde luego la causa esencial de
tal evolución fué su amor apasionado por España, paralelo a su interés por los desheredados. Fué esa pasión por la Patria entendida siempre de una manera exigente e intelectualísima lo que pudo "bloquearle en nuestras líneas", como habría gustado de decir Ledesma.
Seguid la línea constante de sus artículos y discursos. Se comprueba ante todo que, a lo largo de cuatro años de batallar incesante, la personalidad de José Antonio había logrado la plena madurez para ser jefe.
En todas las dimensiones exigibles a un capitán, su alma se había profundizado y mejorado.
Seguid la línea constante de sus artículos y discursos. Se comprueba ante todo que, a lo largo de cuatro años de batallar incesante, la personalidad de José Antonio había logrado la plena madurez para ser jefe.
En todas las dimensiones exigibles a un capitán, su alma se había profundizado y mejorado.
Y también es fácil constatar que, partiendo de supuestos cercanos a una concepción liberal del mundo,
llegó a entender España y sus apremiantes urgencias como el más
ortodoxo e implacable de los nacionalsindicalistas de la hora primera.
Decir esto no menoscaba, sino todo lo contrario, la estimación
intelectual y política de su gran figura.
Si José Antonio tenía una fe inmarcesible en los destinos de nuestra dogmática, de nuestra ideología, era por considerarlas más capaces que ninguna otra extranjera de encarnar el humanismo requerido por los tiempos nuevos, conciliándolo con la existencia y la justificación de un Estado "totalitario" (en sentido Joseantoniano), instrumento ejecutor de las misiones más genuinamente hispánicas.
Si José Antonio tenía una fe inmarcesible en los destinos de nuestra dogmática, de nuestra ideología, era por considerarlas más capaces que ninguna otra extranjera de encarnar el humanismo requerido por los tiempos nuevos, conciliándolo con la existencia y la justificación de un Estado "totalitario" (en sentido Joseantoniano), instrumento ejecutor de las misiones más genuinamente hispánicas.
Su
humanismo arrancaba de lo humano, del individuo. Véanse sobre esto
diversos pasajes de su obra. Y, en definitiva, consideraba al hombre
como el fin y el objeto de toda política.
También su dialéctica está matizada de esa propensión liberal -usemos el término de la manera más inteligente posible- y humanística. José Antonio es el pensador y el polemista de los "porqués" y de los "asís". Releed sus frases más profundas, sus imágenes más aladas. Todas tienden a sentar una afirmación demostrativa. Más que saetas destinadas a vencer al adversario, son argumentos para convencer.
José Antonio creía aptos a todos los españoles de su tiempo para salvarse como entes políticos en una tarea común de exaltación española. Intuitivamente comprenden esto nuestras masas, cuando echan muy de menos su presencia.
Pocos casos en la Historia del jefe de un grupo minoritario obligado a la lucha cruenta e implacable a quien no cercara jamás el odio. Podía odiársele por lo que significaba o representaba; por sí mismo, no. Y esta justipreciación popular de su figura señera arrancó de diversas raíces misteriosas que el César expande en su tiempo y en sus proximidades; pero también de que José Antonio jamás abandonó el propósito liberal de "convencer", lo que ya representaba una valoración de sus adversarios. También San Pablo decía que era bueno que hubiera herejes. El espíritu de José Antonio era pauliniano en esto y en el ardor y ansia de perfección que lo consumían.
También su dialéctica está matizada de esa propensión liberal -usemos el término de la manera más inteligente posible- y humanística. José Antonio es el pensador y el polemista de los "porqués" y de los "asís". Releed sus frases más profundas, sus imágenes más aladas. Todas tienden a sentar una afirmación demostrativa. Más que saetas destinadas a vencer al adversario, son argumentos para convencer.
José Antonio creía aptos a todos los españoles de su tiempo para salvarse como entes políticos en una tarea común de exaltación española. Intuitivamente comprenden esto nuestras masas, cuando echan muy de menos su presencia.
Pocos casos en la Historia del jefe de un grupo minoritario obligado a la lucha cruenta e implacable a quien no cercara jamás el odio. Podía odiársele por lo que significaba o representaba; por sí mismo, no. Y esta justipreciación popular de su figura señera arrancó de diversas raíces misteriosas que el César expande en su tiempo y en sus proximidades; pero también de que José Antonio jamás abandonó el propósito liberal de "convencer", lo que ya representaba una valoración de sus adversarios. También San Pablo decía que era bueno que hubiera herejes. El espíritu de José Antonio era pauliniano en esto y en el ardor y ansia de perfección que lo consumían.
Francisco Bravo: José Antonio: El hombre, el jefe, el camarada.
Cuando se pronuncian, cualquiera que sea el orden, los nombres de Dionisio Ridruejo, Pedro Laín, Antonio Tovar, corre la imaginación hacia los últimos años treinta, los primeros cuarenta, se evoca la revista Escorial y se define lo que el grupo y la revista representaron durante aquellos primeros años de la dictadura con el paradójico concepto de falangismo liberal.
Cuando se pronuncian, cualquiera que sea el orden, los nombres de Dionisio Ridruejo, Pedro Laín, Antonio Tovar, corre la imaginación hacia los últimos años treinta, los primeros cuarenta, se evoca la revista Escorial y se define lo que el grupo y la revista representaron durante aquellos primeros años de la dictadura con el paradójico concepto de falangismo liberal.
Es ciertamente extraño que un movimiento político tan catalogado fascista, pueda ser explícitamente connotado de liberal, estando como siempre estuvieron fascismo y liberalismo en las antípodas de las ideologías políticas.
El falangismo no se limita a ser cosa distinta al liberalismo sino que nuclearmente lo niega: es, por definición, antiliberal.
Sin embargo, en España, donde nada original se ha aportado a las ideologías políticas contemporáneas, se habría dado esa cuadratura del círculo que consiste en fundir "fascismo" y liberalismo.
Ahí está el grupo Laín-Tovar-Ridruejo, ahí está la revista Escorial, para demostrarlo.
Esta invención del sintagma "Falange liberal" y esta mirada a Escorial como paradigma de revista liberal no es de hoy; ni siquiera es de esos productos que se suelen atribuir a la transición, como si un presunto olvido del pasado hubiera vuelto, en la lejanía, a todos los gatos pardos y, por tanto, a un selecto grupo de convencidos fascistas en liberales.
El sintagma "falange liberal" es más antiguo, viene de las postrimerías de los combates ideológicos entre lo que Ridruejo bautizó como "excluyentes" y "comprensivos", esto es, entre su propio grupo y los intelectuales del Opus Dei reunidos en torno a Rafael Calvo Serer, se reafirmó en el segundo tramo de la dictadura y recibió carta de naturaleza cuando distinguidos filósofos políticos, no siempre, aunque sí en algunos casos, procedentes de la filas de Falange o del Movimiento, lo emplearon como obvia definición del grupo.
Carlos París, en su contribución a La España de los 70, se refería a las personalidades del equipo ministerial formado por Joaquín Ruiz Giménez en 1951, Laín, Tovar, Pérez Villanueva, como miembros del grupo que
"en correspondencia con el signo de la revista Escorial desarrollaba un falangismo liberal".
Es esta misma expresión, falangismo liberal, la que utiliza, entrecomillada, Elías Díaz cuando se refiere a la más distinguida trinidad de la intelectualidad de Falange.
Y Juan F. Marsal evocaba con idéntico sintagma el momento en que tomó contacto con la corriente "que luego se ha llamado falangismo liberal y que auspició el ministerio de Ruiz-Giménez".
Marsal consideraba difícil que alguien pudiera.
Adaptado de Claves de Razón Práctica, 121 (abril 2002) 4-13.
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