Falange y Totalitarismo.
José Antonio Primo de Rivera al ser tachado de antidemócrata, replica:
"los partidos reaccionarios creen y quieren que el periodo dictatorial sea un régimen estable, redundando en provecho de unas clases que vienen detentando el poder, en tanto que los que tienen un sentido revolucionario (y Falange tiene sentido Revolucionario), los que creemos esto, sabemos que en vez de hacerlo, hay que trabajar algunos años para darle sentido. Desde este punto de vista soy demócrata... En cambio, autoritario, militarista... Yo le agradecería al Señor Fiscal que señale un solo pasaje mío que me pueda acusar de tal, que yo señalaré luego numerosos en que se demuestra lo contrario".
El Estado como Servicio.
Constituye el trabajo que estas líneas prologan una notable aportación a la eficaz e ineludible tarea de precisar muchos conceptos de nuestra doctrina que, diáfanos en la mente y en las expresiones de su creador, defectos de entendimiento o designios deliberados de interpretación, los han envuelto en brumas que permiten darles sentido equívoco o los han colocado en planos de una estimativa caprichosa.
El propósito de José Luis de Arrese no puede ser más noble. Defender una doctrina por la que tanta sangre se ha vertido y tantos sacrificios se han realizado y defenderla, sin argucias ni oportunismos, con las armas invencibles de la verdad.
El hecho de haber aparecido dentro del ciclo cronológico histórico de los Movimientos revolucionarios de Italia y Alemania posteriores a la guerra de 1914 y buscar, como ellos, cauces nuevos a las fuerzas económicas, políticas, sociales, que el bolchevismo había desatado, es la causa, sin duda, de que se le haya aplicado el calificativo de totalitaria.
Y, sin embargo, el problema no debe plantearse de manera tan simplista, sino descomponiéndolo y estudiándolo en los otros varios que en él se integran.
En primer lugar, conviene precisar como, dónde y por qué nace el totalitarismo;
en segundo, qué contenido tiene, y,
en tercero, ver si el sistema español es realmente totalitario.
El totalitarismo del Estado es consecuencia, según unos, de la pugna entre Estado y Sociedad, que se inicia con la Revolución francesa al basar el Estado en la voluntad de un agregado de individuos, desentendiéndose de las fuerzas sociales en que antes lo hacía, y termina con la absorción del Estado por la Sociedad, penetrando ésta en él y haciéndose estatales todos sus problemas.
Otros ven la causa del totalitarismo en el nacimiento de la Gran Potencia.
Otros en la guerra y movilización total de las personas y elementos de los pueblos.
Y otros, en fin, en la Revolución bolchevique, siendo éste para mí el verdadero origen del fenómeno que estudiamos, porque el Estado totalitario ha nacido con un tono polémico ante la impotencia del Estado liberal para combatir el comunismo, empleando medios de defensa y movilización proporcionados al ataque y quizá con un mimetismo respecto del enemigo que se combatía, por comprender el fondo de justicia que encerraban muchas de sus propagandas.
Pero la valoración pública del Estado como totalitaria se formula por primera vez en el discurso pronunciado por Mussolini en el teatro de la Scala de Milán, el 28 de octubre de 1925, cuando lanza la consigna
«Nada contra el Estado, nada fuera del Estado, todo en el Estado»,
aforismo repetido por su autor, especialmente en la Cámara de los Diputados el 26 de mayo de 1927.
Es Schmitt quien más tarde, en 1931, extiende la partida de nacimiento del vocablo que ha de calificar al Estado que simboliza aquella valoración.
Pero, ¿qué es y en qué consiste el Estado totalitario?
Al intentar contestar estas preguntas nos encontramos con las opiniones más diversas. Desde los que lo consideran como un sistema constitucional nuevo hasta los que lo entienden como pura autoridad sin contenido doctrinal. Sin embargo, un valor sobrentendido flota sobre estas diferenciaciones:
el de ser un sistema político que mediante un Estado Leviathan absorbe al hombre y los derechos que le son inherentes por su propia naturaleza.
Y tenemos, pues, ante nosotros el famoso Estado totalitario.
Veamos ahora qué entronque puede tener con nuestra doctrina y en qué sentido se emplea en ella esta expresión.
José Antonio, al concebir su doctrina del Estado, parte del principio, esencialmente católico, de restablecer la unidad íntima del hombre que la Reforma había roto.
Pensaba, con acierto, que esa rotura repercutió en la valoración del Estado y en su concepción. Disociada la Razón de la Fe, a las que el Catolicismo trató siempre de mantener en armoniosa unidad, y liberada la Razón de todo enlace divino y de todo apoyo histórico social, se entrega a un formulismo vacío y a una indiferencia ante los valores éticos, religiosos y tradicionales.
Esta actitud humana, unida a la idea liberal de que el Estado es un mal necesario que debe reducirse a su mínimo, hace caer al hombre en el escepticismo estatal, viendo en el Estado tan sólo un sistema desvitalizado de normas abstractas.
Enfrente de tal concepción antivital, se alzó otra para la que el Estado es sólo la expresión de la conciencia histórica de una clase, de una raza; es decir, que de las soluciones del individualismo se había pasado a las del colectivismo, siendo ambas parciales y en el fondo análogas, porque si los individualistas no quieren el Estado, los colectivistas lo dejan reducido a una clase y al determinismo material de las leyes económicas, aceptándolo tan sólo como una etapa de transición,
José Antonio considera malas las dos soluciones, y quiere armonizar al individuo con la sociedad.
Para ello lo primero que intenta es arrancar al Estado de esa órbita formalista creando en el español una conciencia estatal y dándole, en definitiva, un Estado que, lejos de diluirle en la colectividad, le sirva de instrumento para conseguir el respeto de su integridad física y espiritual y para realizar su destino eterno-católico de hombre e histórico-contingente de español.
Para José Antonio, las relaciones entre el individuo y el Estado no pueden construirse sobre los cimientos de la oposición, como pretenden las escuelas individualistas y estatistas.
- El individuo es un bien, y el Estado, un mal, dicen las primeras.
- El individuo es una abstracción; un momento del proceso dialéctico del Estado; el hombre es hombre en cuanto ciudadano, gritan las segundas.
José Antonio, sin embargo, reconoce la realidad de ambos términos, individuo y Estado, y en lugar de exasperarlos, busca un criterio de armonía.
Si el individuo y el Estado son a la postre voluntades humanas, no han de tener poder ilimitado, sino determinado por las leyes de la Moral y de la Justicia, y, por consiguiente, las limitaciones de aquéllas no nacen de su oposición recíproca, sino de la subordinación a esos principios superiores.
El Falangismo, al dar al Estado una dignidad, una misión y un valor ético que antes no tenía, porque antes era solamente armazón o técnica, no le independiza de la Moral, ni identifica ésta con sus triunfos, ni lo constituye en fuente de ella, sino que lo concibe en el sentido cristiano de sumisión a una norma superior de ética.
Pues bien; nada hay, creemos, que puede calificarse de panteísmo estatal en cuanto queda dicho. Para que lo hubiera sería precisa una de estas dos cosas:
- la fusión de la sustancia del individuo con la del Estado; ..
- o que la intelectualidad de éste sustituyera a la del hombre, quien perdería su autonomía en una totalidad impersonal.
Y nada de esto ocurre.
Pero, más aún, pudiera suceder que el atribuirse a nuestra doctrina el nefando calificativo tuviera por causa la idea de que siendo la Nación sociedad civil completa, integrada por otras inferiores, Familia, Municipio, etc., el Estado debe detenerse ante esa serie de reductos sociales, que son otros tantos terrenos acotados a su actividad.
Pero esta argumentación tampoco es válida, esgrimida a los fines indicados, porque es el caso que, para la Falange, el Estado es un instrumento al servicio de la unidad de destino que la Nacion supone, y, lejos de negar esas sociedades inferiores, las admite como medio único a través de las cuales pueden llegar los españoles a participar en las tareas del Estado.
Llámense o no totalitarios el Estado fascista y Nacional-Socialista, tengan éste u otro contenido, sean o no realmente panteistas, una cosa podemos afirmar, y es que son diferentes al nuestro.
El Movimiento español nació del afán de España de encontrarse a sí misma, de volverse sobre su autenticidad. Pero esto no significa identidad con ningún otro, porque nuestra autenticidad nada tiene que ver con la ajena; precisamente si tuviera que ver dejaría de ser autenticidad para convertirse en falsificación.
- El punto de partida del Movimiento alemán está en la comunidad del pueblo, determinada ésta por la unidad racial;
- el del italiano, en la Nación;
- el nuestro, en el hombre. Armonizar éste con su contorno (que, como decía José Antonio, para que no se pierda en vaguedades inaprehensibles o en un concepto puramente físico, ha de ser entendido como la Patria) es la gran tarea que se propone nuestra doctrina.
Si el Estado totalitario, en la interpretación corriente que se le atribuye, quiere decir absorción por él de los individuos, los grupos y las clases, en nuestra doctrina significa que ha de ser un Estado para «todos» y de «todos», no de individuos, grupos o clases.
Nada más diáfano y claro que la oposición al comunismo de la doctrina del Movimiento, oposición fundada, de manera especial, en que la persona humana queda anulada por el Estado y el hombre convertido en un número.
Y si esto es así, resulta absurdo que fuéramos a descender al totalitarismo de Estado tomando el concepto como sinónimo de anulación individual.
Lo que en estas líneas se dice y lo que se explica en las del Secretario General de la Falange que a continuación van, quizá a algunos sorprenda y a otros enfade; es, no obstante, la pura ortodoxia falangista extraída de sus fuentes auténticas.
Por sabido y estudiado no debía repetirse ahora, y, sin embargo, es preciso hacerlo, porque cuando se ataca una doctrina, no por lo que es, sino por lo que caprichosa o maliciosamente se pretende que sea, aquellos que, por razón de su historia y de sus cargos, pueden hacerlo vienen obligados a defenderla, manteniendo enhiesta una bandera que ni se arría ni se pliega para ocultar sus colores; pero que no tiene por qué aceptar otros que no son los suyos y que la desfiguran.
Raimundo Fernández Cuesta.
"El Estado "totalitario" de José Antonio se apoyaba en el individuo libre, y toda una dimensión de esa vida individual quedaba fuera del Estado: la religiosa. Se daba a la familia la importancia dbida. Lo expuesto anteriormente puede servirnos para comparar su posición con la del ataque que el fascismo italiano dirigió a la familia, en la educación de los hijos".
Raimundo Fernández Cuesta.
Para ello lo primero que intenta es arrancar al Estado de esa órbita formalista creando en el español una conciencia estatal y dándole, en definitiva, un Estado que, lejos de diluirle en la colectividad, le sirva de instrumento para conseguir el respeto de su integridad física y espiritual y para realizar su destino eterno-católico de hombre e histórico-contingente de español.
Para José Antonio, las relaciones entre el individuo y el Estado no pueden construirse sobre los cimientos de la oposición, como pretenden las escuelas individualistas y estatistas.
- El individuo es un bien, y el Estado, un mal, dicen las primeras.
- El individuo es una abstracción; un momento del proceso dialéctico del Estado; el hombre es hombre en cuanto ciudadano, gritan las segundas.
José Antonio, sin embargo, reconoce la realidad de ambos términos, individuo y Estado, y en lugar de exasperarlos, busca un criterio de armonía.
Si el individuo y el Estado son a la postre voluntades humanas, no han de tener poder ilimitado, sino determinado por las leyes de la Moral y de la Justicia, y, por consiguiente, las limitaciones de aquéllas no nacen de su oposición recíproca, sino de la subordinación a esos principios superiores.
El Falangismo, al dar al Estado una dignidad, una misión y un valor ético que antes no tenía, porque antes era solamente armazón o técnica, no le independiza de la Moral, ni identifica ésta con sus triunfos, ni lo constituye en fuente de ella, sino que lo concibe en el sentido cristiano de sumisión a una norma superior de ética.
Pues bien; nada hay, creemos, que puede calificarse de panteísmo estatal en cuanto queda dicho. Para que lo hubiera sería precisa una de estas dos cosas:
- la fusión de la sustancia del individuo con la del Estado; ..
- o que la intelectualidad de éste sustituyera a la del hombre, quien perdería su autonomía en una totalidad impersonal.
Y nada de esto ocurre.
Pero, más aún, pudiera suceder que el atribuirse a nuestra doctrina el nefando calificativo tuviera por causa la idea de que siendo la Nación sociedad civil completa, integrada por otras inferiores, Familia, Municipio, etc., el Estado debe detenerse ante esa serie de reductos sociales, que son otros tantos terrenos acotados a su actividad.
Pero esta argumentación tampoco es válida, esgrimida a los fines indicados, porque es el caso que, para la Falange, el Estado es un instrumento al servicio de la unidad de destino que la Nacion supone, y, lejos de negar esas sociedades inferiores, las admite como medio único a través de las cuales pueden llegar los españoles a participar en las tareas del Estado.
Llámense o no totalitarios el Estado fascista y Nacional-Socialista, tengan éste u otro contenido, sean o no realmente panteistas, una cosa podemos afirmar, y es que son diferentes al nuestro.
El Movimiento español nació del afán de España de encontrarse a sí misma, de volverse sobre su autenticidad. Pero esto no significa identidad con ningún otro, porque nuestra autenticidad nada tiene que ver con la ajena; precisamente si tuviera que ver dejaría de ser autenticidad para convertirse en falsificación.
- El punto de partida del Movimiento alemán está en la comunidad del pueblo, determinada ésta por la unidad racial;
- el del italiano, en la Nación;
- el nuestro, en el hombre. Armonizar éste con su contorno (que, como decía José Antonio, para que no se pierda en vaguedades inaprehensibles o en un concepto puramente físico, ha de ser entendido como la Patria) es la gran tarea que se propone nuestra doctrina.
Si el Estado totalitario, en la interpretación corriente que se le atribuye, quiere decir absorción por él de los individuos, los grupos y las clases, en nuestra doctrina significa que ha de ser un Estado para «todos» y de «todos», no de individuos, grupos o clases.
Nada más diáfano y claro que la oposición al comunismo de la doctrina del Movimiento, oposición fundada, de manera especial, en que la persona humana queda anulada por el Estado y el hombre convertido en un número.
Y si esto es así, resulta absurdo que fuéramos a descender al totalitarismo de Estado tomando el concepto como sinónimo de anulación individual.
Lo que en estas líneas se dice y lo que se explica en las del Secretario General de la Falange que a continuación van, quizá a algunos sorprenda y a otros enfade; es, no obstante, la pura ortodoxia falangista extraída de sus fuentes auténticas.
Por sabido y estudiado no debía repetirse ahora, y, sin embargo, es preciso hacerlo, porque cuando se ataca una doctrina, no por lo que es, sino por lo que caprichosa o maliciosamente se pretende que sea, aquellos que, por razón de su historia y de sus cargos, pueden hacerlo vienen obligados a defenderla, manteniendo enhiesta una bandera que ni se arría ni se pliega para ocultar sus colores; pero que no tiene por qué aceptar otros que no son los suyos y que la desfiguran.
Raimundo Fernández Cuesta.
"El Estado "totalitario" de José Antonio se apoyaba en el individuo libre, y toda una dimensión de esa vida individual quedaba fuera del Estado: la religiosa. Se daba a la familia la importancia dbida. Lo expuesto anteriormente puede servirnos para comparar su posición con la del ataque que el fascismo italiano dirigió a la familia, en la educación de los hijos".
Raimundo Fernández Cuesta.
El Estado Totalitario en el Pensamiento de José Antonio Primo de Rivera.
Porque toda cuestión fundamental gira siempre en torno a unos cuantas conceptos fácilmente asequibles, las pugnas políticas no son nunca pugnas de ideas, sino de vocablos.
Es verdad que son siempre las minorías intelectuales quienes las suscitan y capitanean y que las ideas son específicamente patrimonio de las minorías.
Pero en el quehacer rector de los pueblos se han de tener en cuenta dos cosas.
Primera, que toda auténtica pugna política es siempre, por definición, pugna entre masas.
Segunda, que la masa, en su actuar, nunca utiliza ideas, sino vocablos.
Un vocablo no es nunca la síntesis de una idea, o, al menos, no lo es en su uso.
Si lo fuera, el diálogo e incluso el propio pensamiento sería imposible. Las ideas no son cosas robustas, sino frágiles. Para que puedan ser actuadas socialmente se hace preciso rodearlas de contornos definidos, y cuando alguien acierta a expresar conceptualmente esta idea, reúne enseguida, en torno a los nuevos conceptos, todas las energías que antes iban inexpresadas o falsamente encauzadas.
Por eso los grandes creadores de movímientos han sido siempre grandes forjadores de vocablos.
Todos los escuadristas que escucharon a José Antonio recibían la impresión al oírle de que les estaba formulando y expresando conceptos que ellos llevaban ya dentro de sí; pero que no acertaban a expresar.
Pero sucede algunas veces que el vocablo o los vocablos que condensan un pensamiento no responden realmente a su auténtico contenido; entonces el vocabulario político queda atrás del áuténtico vivir social, y el verdadero centro de gravedad de la política no es reflejado exactamente por él.
Se crea el confusionismo, y tarde o temprano hay que llegar a replantear el problema o a renunciar al vocablo que ha servido para establecer la duda.
Uno de estos vocablos es el de Estado totalitario.
Sería vano buscar en el puro plano de las ideas la definición de éste. Lo único posible y sensato es perseguir su significación y su sentido dentro de la concreta realidad polémica que le ha dado vida, y esto es lo que vamos a hacer.
Mientras el mundo llame totalitario a todo lo que no se parece al individualismo, no es posible entenderse; hay infinidad de fórmulas que rechazan en absoluto el fenómeno liberal precisamente por lo que tiene de absorción del Estado por el individuo, y que no comulgan tampoco con el totalitarismo, porque tampoco aceptan que el individuo sea absorbido por el Estado.
Por tanto, se hace preciso desentrañar este vocablo para saber qué es lo que la gente entiende por totalitario y qué es lo que la Falange quiere al hablar contra el Estado Liberal.
1) El Fascismo es un hecho Universal.
Pues bien; el Estado totalitario nace con el fascismo, o, mejor dicho, no nace entonces, puesto que el socialismo es también una fórmula de predominio del Estado sobre el individuo, si no es bautizado por él, y el fascismo es dos cosas;
- el fascismo en sí, o, si se quiere, el mismísimo fascismo, y
- el fascismo fuera de sí, esto es, como entidad presente en el vivir de organizaciones políticas distintas .
Podemos prescindir del fascismo como conjunto de vocablos propuestos al pueblo italiano, porque en este sentido es producto de la concreta realidad polémica de Italia y, por tanto, inseparable de ella.
Pero el fascismo, y esto sí que nos interesa, es, además de un fenómeno nacional,
- un intento de poner en evidencia y en remedio la quiebra de unas fórmulas políticas implantadas en casi todas las naciones de la cultura cristiana;
- un intento de poner en evidencia y en remedio los errores establecidos con el régimen liberal parlamentario,
y, en este orden de cosas, no podemos ignorar el fascismo, porque el fascismo es un hecho internacional; su aparición significa para los demás pueblos la aparición de un nuevo elemento que se suma a la pugna. Es un proyecto, una posibilidad más que, arrojada en el acontecer político, se constituye en nuevo centro de atracción de voluntades.
Pero, sobre todo, una cosa es trascendental en los movimientos políticos para convertirse en objeto de la atención universal, y ésta la tuvo el fascismo en alto grado; el acierto en encontrar la definición exacta con que expresar los males contemporáneos.
Cuando el fascismo apareció, acertó a presentar un cuadro conceptual genialmente acorde en lo más sustancial con la realidad histórica.
Los términos en que se debatían las pugnas políticas hacía tiempo que habían perdido vigencia. Eran tan sólo un falso entramado bajo el cual rebullían soterradas las auténticas pugnas.
Probablemente, el fascismo, como todos los sucesos históricos fundamentales, entraña una magnitud de tal sentido, que se escapó incluso a sus mismos fundadores.
Es muy posible que el fascismo simbolice no ya la ofensiva contra un régimen que a pasos agigantados caminaba hacia el comunismo, sino una voluntad latente e ínexpresada todavía de ofensiva contra todo un modo de entender la existencia, creado por el pensamiento moderno, y que pudiéramos llamar «la vida como civilización»; en nombre de una actitud de tipo religioso que propugne «la vida como servicio»,
Pero lo cierto es que este acierto singular del fascismo lo convirtió desde su nacimiento en centro de gravedad de las pugnas políticas y, sobre todo en punto de referencia en el conjunto político universal.
Casi inmediatamente se erigió encima de contraposiciones que hasta entonces habían sido estimadas como fundamentales la contraposición de fascismo y antifascismo.
En cada país aconteció esto, e incluso la misma pugna internacional fué desde entonces y, sobre todo, desde la aparición del Nacional-Socialismo alemán (al que ya desde luego no pudo librarle nadie de ser saludado por amigos y enemigos como fenómeno fascista), considerada como pugna de los países fascistas contra los antifascistas.
Y es que la razón a que el movimiento fascista obedecía tenía raíces universales.
2) La Doctrina Falangista no tiene nada que ver con el Fascismo.
Por eso no es extraño que cuando en España surgió la rebeldía contra un estado de cosas caduco y deshuesado, el mundo saludara al movimiento que abanderó esa rebeldía, a Falange Española, como un movimiento fascista; como cuando Hítler ganó las elecciones todo el mundo vio en ello un triunfo del fascismo, aunque el movimiento nazi alemán fuera un movimiento claramente romántico y el italiano un ensayo del más puro clasicismo.
Pero nosotros tenemos de fascistas lo que un investigador de biología médica tiene de inventor de material de guerra, porque nuestro fascismo se reduce a coincidir con él en la necesidad de encontrar una fórmula que nos libre del peligro de caer en el comunismo, considerando inadecuado para conseguirlo el régimen liberal parlamentario.
Sin embargo, la gente no lo quiso ver así, y fue necesario que José Antonio repitiera mil veces nuestra diferencia para que no nos llegaran a confundir incluso nuestros propios seguidores.
Lo más notable de Falange, lo que será anotado por la Historia como producto del esfuerzo de una cabeza portentosa, es el hecho de que en su mismo nacimiento tomara la Falange perfil y carácter propios frente al hecho general del fascismo.
José Antonio logró separar todo lo que en el fascismo había de temporal y de contingente para poner al servicio de un pensamiento cristiano todo el acervo de posibilidades creadoras que el fascismo había descubierto.
Y al decir que José Antonio lo logró, quiere decirse que logró formularlo y expresarlo conceptualmente, porque lo que es lograrlo, es de temer que no lo logró.
En parte por el influjo y la popularidad que en el exterior había adquirido el experimento italiano, y en parte por la idiosincrasia de quienes prefieren siempre agarrarse a un tópico como quien se agarra a un tranvía (con el riesgo, en un caso o en otro, de salir despedidos cuando el tranvía o el mundo dan un viraje), lo cierto es que aun hay bastantes sospechosamente obstinados en no ver en nuestro movimiento otra cosa que un movimiento fascista.
Quizá sea el hecho más dramático en la historia de la Falange el esfuerzo tenaz y constante de José Antonio por liberarla de interpretaciones gruesas y falsas entre la desatención y la inepcia de aquellos a quienes se dirigía.
«Pero porque resulta que nosotros -decía en el Parlamento el 3 de julio de 1934- hemos venido a salir al mundo en ocasión en que en el mundo prevalece el fascismo (y esto lo aseguró el señor Prieto, que más nos perjudica que nos favorece), porque resulta que el fascismo tiene una serie de accidentes externos intercambiables, que no queremos para nada asumir, la gente poco propicia a hacer distinciones delicadas nos echa encima todos los atributos del fascismo, sin ver que nosotros sólo hemos asumido del fascismo aquellas esencias de valor permanente que también habéis asumido vosotros, los que llaman los hombres del bienio; porque lo que caracteriza el período de vuestro gobierno es que en vez de tomar la actitud liberal bobalicona de que al Estado le dé todo lo mismo, de que el Estado puede estar con los brazos cruzados en todos los momentos a ver cuál es el que trepa mejor a la cucaña y se lleva el premio contra el Estado mismo, vosotros tenéis un sentido del Estado; ese sentido de creer que el Estado tiene algo que hacer y algo en que creer; es lo que tiene de contenido permanente el fascismo, y eso puede muy bien desligarse de todos los alifafes, de todos los accidentes y de todas las galanuras del fascismo, en el cual hay unos que me gustan y otros que no me gustan».
«Se nos critica y se nos acusa -escribía José Antonio en La Nación~ de 23 de julio de 1934- de emplear procedimientos y doctrinas de otros países, tachándonos de imitadores, y se nos tilda de fascistas. A los que tal dicen hemos de contestar que si por fascistas se entiende aquellos hombres que tienen una fe y una creencia en sí mismos y una fe y una creencia en su Patria, como algo superior a la suma de individuos, como una entidad con vida propia, independiente y con una empresa universal que cumplir, efectivamente lo somos. Pero rechazamos tal calificativo si se cree que para ser fascistas basta la parte externa, los desfiles, los uniformes, los actos espectaculares más o menos decoratívos».
«Nuestro régimen-decía en el discurso del cine Madrid el día 19 de mayo de 1935 , que tendrá de común con todos los regímenes revolucionarios el venir así del descontento de la protesta del amor amargo por la Patria, será un régimen nacional del todo".
En esta última parte debía pensar José Antonio cuando se negó a asistir al Congreso Internacional fascista celebrado en Montreux, y por cierto es tan categórica en este sentido la nota que envió a la Prensa el 19 de diciembre de 1934, que no resistimos a la tentación de transcribirla. Decía así:
«La noticia de que José Antonio Primo de Rivera, jefe de Falange Española de las JONS, se disponía a acudir a cierto Congreso internacional fascista que está celebrándose en Montreux es totalmente falsa. El Jefe de la Falange fué requerido para asistir; pero rehusó terminantemente la invitación por entender que el genuino carácter nacional del Movimiento que acaudilla repugna incluso la apariencia de una dirección internacional."
«Por otra parte, la Falange Española de las J ONS no es un movimiento fascista; tiene con el fascismo algunas coincidencias en puntos esenciales de valor universal; pero va perfilándose cada día con caracteres peculiares y está segura de encontrar, precisamente por ese camino, sus posibilidades más fecundas».
Pero como estas consideraciones no van encaminadas a descubrir la diferencia que hay entre la Falange y el fascismo en toda su extensión, sino tan sólo en un aspecto concreto, a saber, en lo que se refiere al Estado totalitario, vamos a estudiar en qué consiste el totalitarismo y si a nosotros se nos puede achacar la defensa de los mismos postulados.
3) El Estado Totalitario como triunfo del estatismo sobre el individuo.
Casi toda la doctrina fascista es una doctrina acerca del Estado.
Lo más oaracterístico del fascismo, lo que más fácilmente podría ver en él cualquier hombre corriente, era su carácter de ofensiva hacia todo un mundo de organización y de actividad política concreto. El régimen liberal parlamentario.
Contra un sistema que aceptaba la existencia de una pugna entre el individuo y el Estado, y que resolvía esa pugna entregando todo al individuo y reduciendo al Estado al mero papel policíaco de velar por que las contiendas políticas de los individuos se realicen dentro de un orden; es decir, contra un sistema que negaba a la colectividad una conciencia política y establecía como norma de actuación el más amplio individualismo, se levantó el Estado totalitario, o sea el triunfo del estatismo sobre el individualismo.
No hay por qué entrar a analizar los textos fascistas para ver si, en efecto, se propugna en ellos un estado basado en la anulación y el desconocimiento del individuo, porque no se trata ahora de hacer un estudio a fondo de su filosofía.
Partimos del hecho de que por el mundo circula la fórmula
«todo en el Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado»,
como definición dada al totalitarismo por la máxima autoridad fascista, y partimos de las razones históricas que han servido de explicación al proceso de encumbramiento del estatismo y de la derrota del individualismo.
Y para mejor entender este proceso histórico, situémonos en la Revolución francesa.
Esta sobreviene históricamente como una explosión frente al antiguo régimen. Es, o al menos lo fue para quienes intervinieron en ella, una victoria contra el absolutismo, contra la tiranía, contra el hecho de que un hombre mande sobre otro.
El argumento de la Revolución tuvo que ser, por tanto, la exaltación de este otro hombre y el menosprecio de aquél.
Fue sobre todo lo primero.
La Revolución francesa es la explosión del valor hombre.
Claro está que esto mismo hizo el Cristianismo; pero así como éste exaltó al hombre como tal hombre, la Revolución, a consecuencia de ciertas exigencias técnicas con las que se encontró y a las que alguna vez me he referido, a quien en definitiva exaltó fué al individuo, La Revolución francesa es la Revolución en nombre del individuo.
Cuando el sistema que vino a brotar hizo crisis, la ofensiva contra los principios de la revolución tomó, como es lógico, la forma de una ofensiva contra el individualismo. Claro es que esa ofensiva pudo y debió hacerse en nombre del Cristianismo, esto es, en nombre de la vuelta al hombre entero.
Pero no se hizo. Si la revolución resolvió el conflicto entre el hombre y la colectividad a costa de esta última, la nueva actitud nacía bajo el significado de la anulación del individuo ante la colectividad.
A esta línea responde el nacimiento de la idea del Estado totalitario.
Parte éste de dotar de personalidad a la comunidad política y de convertirla en el sujeto del acontecer histórico.
Esto necesita de unas premisas filosóficas: si la colectividad (no ya como tal colectividad, sino constituyendo un ente separado y distinto de los individuos que lo componen, el Estado) es el sujeto de la Historia, ¿qué es entonces el hombre?, pues el hombre es tan sólo el punto de tránsito de un proceso dialéctico que se desarrolla en el tiempo.
El hombre no tiene sustancialidad sino en cuanto es modo de realización de este proceso, y el modo a través del cual esto acontece es el Estado.
El hombre “es” en cuanto se realiza en el Estado; fuera de esto, no es nada.
Cuando se anuncia la fórmula que antes se transcribía, no es ya que se solucione el conflicto entre el hombre y la colectividad a base de sentenciar a favor de ésta, sino que se afirma que, fuera del Estado, el hombre no tiene sustancialidad, de igual modo que, separado de la pieza musical en que cobra sentido, un sonido no es nada.
Esto es lo que opinan del Estado algunos defensores del Estado totalitario.
Claro es que este concepto de hipertrofia del Estado que desconoce en el hombre lo que tiene de más esencial: la persona, y cae, por tanto, en el lado anticristiano, no es solamente una fórmula fascista (si este es el pensamiento del fascismo, que, como ya hemos dicho, no entramos a analizar, sino que lo aceptamos tal como anda por el mundo);
este concepto del Estado es también una fórmula socialista, porque también el socialismo se levantó contra el individualismo liberal en nombre y provecho de la colectividad y también se resolvió a favor del Estado.
Pero como a la gente, por lo visto, no le dice nada nuestra acendrada postura católica, o como, por otra parte, el parecido de algunos de nuestros atributos externos les autoriza a clasificamos sin más comprobación en el grupo de los países fascistas, incluso en este aspecto en el que nuestro ya probado antimarxismo parece que nos debía eximir de la necesidad de rechazar la imputación de totalitarios, vamos a ver si éste es también el pensamiento falangista, o mejor dicho, si las premisas que se dan en el Estado totalitario así definido están implícitas en la doctrina de Falange.
4) Incompatibilidad de este Totalitarismo con nuestra doctrina.
Se trata, por tanto, de saber si en el programa de la Falange, dando a la palabra programa el sentido más amplio de finalidad, figura el propósito de anular en aras del Estado a ese pobre individuo por el que tanto se atribulan nuestros amables adversarios.
¿Fué José Antonio partidario de la absorción del individuo por el Estado?
Esto había de implicar tres cosas:
- primera, que su posición estaba en pugna con la verdad católica;
- segunda, que menospreciaba el valor del hombre, y
- tercera, que sentía alguna simpatía por los Estados absorbentes.
En cuanto a la verdad católica, se expresaba así en los puntos iniciales publicados en el primer número del semanario F. E. el 7 de diciembre de 1933:
«Aspecto preeminente de lo espiritual es lo religioso. Ningún hombre puede dejar de formularse las eternas preguntas sobre la vida y la muerte, sobre la creación y el más allá. A esas preguntas no se puede contestar con evasivas; hay que contestar con la afirmación o con la negación. España contestó siempre con la afirmación católica.
La interpretación católica de la vida es, en primer lugar, la verdadera; pero es, además, históricamente, la española».
El Hombre, el individuo. En estos mismos puntos dice:
«Falange Española considera el hombre como conjunto de un cuerpo y de un alma; es decir, como capaz de un destino eterno, como portador de valores eternos. Así, pues, el máximo respeto se tributa a la dignidad humana, a la integridad del hombre y a su libertad».
En la norma programática de Falange Española redactada en noviembre de 1934, y que es como una concreción de aquellos puntos, se vuelve a insistir:
«La dignidad humana, la integridad del hombre y su libertad son valores eternos e intangibles».
En el discurso fundacional de la Falange de
29 de octubre de 1933 declara:
«Nosotros le estimamos (al hombre) portador de valores eternos ... , envoltura corporal de un alma que es capaz de condenarse y de salvarse».
En el discurso pronunciado en el teatro Calderón, de Madrid, el 3 de marzo de 1935, dice:
«Nosotros consideramos al individuo como unidad fundamental, porque es el sentido de España que siempre ha considerado al hombre como portador de valores eternos».
El 19 de mayo de 1935, en el cine Madrid, dice terminantemente:
«La construcción de un orden nuevo la tenemos que empezar por el hombre, por el individuo, como occidentales, como españoles y como cristianos».
En el mismo discurso del cine Madrid, al concluir y resumirlo en una arenga, exclama José Antonio:
«Ya veréis cómo rehacemos la dignidad del hombre».
«Precisamente la revolución total -decía José Antonio en el Círculo de la Unión Mercantil el 9 de abril de 1935-, la reorganización total de Europa tiene que empezar por el individuo; porque el que más ha padecido con este desquiciamiento, el que ha llegado a ser una molécula pura sin personalidad, sin sustancia, sin contenido, sin existencia, es el pohre individuo que se ha quedado el último para percibir las ventajas de la vida.
Toda la organización, toda la revolución nueva, todo el fortalecimiento del Estado y toda la reorganización económica, irán encaminadas a que se incorporen al disfrute de las ventajas esas masas desarraigadas por la economía liberal y por el conato comunista .. ¿A eso llaman absorción del individuo por el Estado?"
Y en cuanto a así, José Antonio sentía simpatía por los Estados absorbentes, podrían multiplicarse los textos hasta lo infinito.
Baste como muestra esta crítica que hace del comunismo en su discurso del 19 de mayo de 1935 en el cine Madrid:
«y esta dictadura comunista tiene que horrorizamos a nosotros, europeos, occidentales, cristianos, porque esta sí que es la terrible negación del hombre; esto sí que es la absorción del hombre en una masa amorfa donde se pierde la individualidad, donde se diluye la vestidura corpórea de cada alma individual y eterna. Notad bien que por eso somos antimarxistas; que somos antimarxistas porque nos horroriza, como horroriza a todo occidental, a todo cristiano, a todo europeo, patrono o proletario, esto de ser como un animal inferior en un hormiguero».
5) Otra interpretación del Estado Totalitario: El Estado para Todos.
Sin embargo, nadie puede negar que en los primeros tiempos de la Falange, y concretamente hasta fines de 1934, se emplea también la palabra totalitario:
¿qué significa esto? ¿Por qué desde esta fecha se empieza a hablar en contra de lo que hasta entonces se defendió? ¿Es que hubo alguna rectificación como en el caso del corporativismo?
Nada de eso; lo que hubo fué una coincidencia de vocablo; una coincidencia que al dar como resultado una confusión peligrosa se renunció a seguir manteniendo.
José Antonio, efectivamente, empezó hablando del Estado totalitario, pero de un totalitarismo propio que nada tenía que ver con el totalitarismo conocido en el exterior; un totalitarismo que no quería decir absorción del individuo por el Estado, sino Estado integrador de todos los españoles, un Estado para todos, sin partidos que nos dividan, ni distinción de grupo o de clase.
Veamos en qué se fundaba este concepto de totalidad de la Falange.
Puede ocurrir que un Estado, igual que un abrigo, se vuelva estrecho. Ocurre esto cuando la vida de la sociedad aumenta, se hace más intensa o más compleja, o las dos cosas a la vez. Entonces, el Estado, que había sido construído con vistas a una determinada realidad social, resulta inadecuado.
Tiene a la fuerza que desconocer el nuevo estado de cosas que ha sobrevenido; no puede abarcarlo en su totalidad.
El Estado liberal parlamentario sirvió bastante bien en la época en que fué creado, mas después sobrevinieron muchas cosas: el advenimiento del proletariado a la vida pública, la complejidad y el volumen de la economía, el progresivo acercamiento de los pueblos entre sí y, consiguientemente, la progresiva complicación de las relaciones internacionales, la relación cada vez más difícil y más tirante entre el capital y el trabajo, etcétera.
El Estado liberal tuvo a la fuerza (y no como creen algunos porque los políticos del siglo pasado y de principios de éste fueran seres especialmente monstruosos) que desentenderse de muchas cosas, de muchas urgencias y de muchas angustias.
El reproche más grave que un hombre de la calle dirige siempre al Estado liberal y parlamentario en que le ha tocado vivir es este de desentenderse de muchas cosas que, según él, debieran ser atendidas por los Poderes Públicos.
No es extraño, por tanto, que muchas censuras al antiguo Régimen llevaran impreso ese carácter de queja indignada de los que lamentan el abandono en que les tienen quienes deben atenderles.
Es natural que en la crítica del Estado liberal y parlamentario se hiciera hincapié en este aspecto tan fundamental. Nada más lógico que censurar a un Estado que sólo se preocupa de algunas cosas y de algunas personas, y pretender que se preocupe de todas las cosas y de todas las personas.
Y un hombre situado en esta situación crítica, cuando quiera escoger un vocablo con el que bautizar al Estado por cuya construcción se afana, es muy probable (y esto es lo que en realidad ha sucedido) que le llame también Estado totalitario.
Véase, pues, qué significaciones tan distintas caben bajo esta misma palabra.
Si la primera es la de los fascismos y los socialismos, la segunda es la de la Falange.
Ahora bien, como nuestros adversarios suelen mostrar, cuando la Falange presenta en cualquier orden una actitud enérgica, un raro afán de convertirla en una pacífica e inofensiva organización ciudadana, y en cambio, cuando se trata del Estado totalitario, se olvidan de lo que José Antonio dijo o escribió, si es que alguna vez lo leyeron, para asignarnos las más atrevidas interpretaciones, vamos a escudriñar el pensamiento de José Antonio, y para hacerlo más ajustado a lo que él pretendió, vamos a hacerlo refiriéndonos exclusivamente a sus propios textos.
6) La idea de Totalidad en los discursos de José Antonio.
Son cinco las ocasiones en que José Antonio aboga directamente por un Estado totalitario, con todas sus letras.
La primera es en el discurso de la Comedia, en el primer discurso de la Falange, el 29 de octubre de 1933. Dice allí:
«Venimos a luchar "por que un Estado totalitario alcance con sus bienes lo mismo a los poderosos que a los humildes».
Está suficientemcnte apuntado el sentido que se da a la palabra; el sentido de Estado que se refiere a todos, que atiende a todos, que es de todos.
Mas si no lo estuviera, la segunda de las ocasiones es cuando dice en los puntos iniciales a que antes nos referíamos:
«El nuevo Estado, por ser de todos, totalitario, considerará como fines propios los fines de cada uno de los grupos que lo integran y velará como por sí mismo por los intereses de todos».
Tercera. Esta afirmación es recogida en el punto sexto de la norma programática con estas palabras:
«Nuestro Estado será un instrumento totalitario al servicio de la integridad patria. Todos los españoles participarán en él a través de su función familiar, municipal y sindical. Nadie participará a través . de los partidos políticos».
La cuarta vez que José Antonio aboga por un Estado totalitario es en .las manifestaciones publicadas el 11 de noviembre de 1934 en Blanco y Negro, en las que dice:
«Una de dos, o el Estado. socialista que imponga la Revolución, o un Estado totalitario que logre la paz interna y al optimismo nacional, haciendo suyos los intereses de todos».
Véase hasta qué punto la idea de totalidad, de atención hacia la totalidad, es la que domina exclusivamente en el pensamiento de José Antonio, cuando opina acerca de esto:
«La Revolución -dice en el discurso pronunciado en Carpio de Tajo el 25 de febrero de 1934,- hemos de hacerla todos juntos, y así nos traerá la libertad de todos, no la de la clase o la del Partido triunfante; nos hará libres a todos al hacer libre y grande y fuerte a España. Nos hará hermanos al repartir entre todos la prosperidad y las adversidades».
Y en el discurso de clausura del II Consejo Nacional de la Falange, el 17 de noviembre de 1935, repite que, para dejar entrar en la Falange,
«habrá centinelas a la entrada que registren a los que quieran penetrar para ver si de veras dejaron fuera, en el campamento, todos los intereses de grupo y de clase; si traen de veras encendida en el alma la dedicación abnegada de esta empresa total, situados sobre la cabeza de todos; si conciben a España como un valor total, fuera del cuadro de los valores parciales en que se movió la política hasta ahora».
Y en el discurso pronunciado en el Gran Teatro, de Córdoba, el 12 de mayo de 1935, repite esta idea de remontarse sobre los grupos y los partidos para construir un Estado que agrupe a todos en el servicio al interés de, España, y dice:
«Nuestro movimiento no es de derechas ni de izquierdas; mucho menos del centro. Nuestro movimiento se da cuenta de que todo eso son actitudes personales laterales y aspira a cumplir la vida de España, no desde un lado, sino desde enfrente; no como parte, sino como todo; aspira a que las cosas no se resuelvan en homenaje al interés insignificante de un bando, sino en acatamiento al servicio total del interés patrio».
Pero por si quedaba duda de que éste y no el otro era el sentido que daba al totalitarismo de la Falange, ahí está (y esta es la quinta vez que lo acoge) la polémica que sostuvo pocos días después del mitin fundacional de la Comedia, el 15 de diciembre de 1933, en el Parlamento con el señor Gil Robles y que le dio ocasión para precisar-una vez más su pensamiento y para someter a crítica razonada las dos explicaciones que aspiraban a monopolizar el significado del Estado totalitario:
"una, la panteísta de divinización del Estado y anulación de la personalidad humana, que rechaza en absoluto; y otra, la del Estado integral: ni de derechas ni de izquierdas, o sea de España, de la Justicia, de la comunidad total de destino del pueblo como integridad victoriosa de .las clases y de los partidos».
«Yo sé por dónde va S.S. -decía Gil Robles en el Parlamento" dirigiéndose a José Antonio-, y he de decir, para que a todos nos sirva de advertencia, que por esos caminos marchan muchos españoles y esa idea va conquistando a las generaciones Jóvenes; pero yo, con todos los respetos a la idea y a quien la sostiene, tengo que decir con toda sinceridad que no puedo compartir ese ideario porque para mí un régimen que se basa en un concepto panteísta de divinización del Estado y en la anulación de la personalidad individual, que es contrario incluso a los principios religiosos en que se apoya mi política, nunca podrá estar en mi programa, y contra ella levantaré mi voz, aunque sean afines y amigos míos los que lleven en alto esa bandera».
Y José Antonio le contestó:
«El señor Gil Robles entiende que aspirar a un Estado integral, totalitario y autoritario, es divinizar el Estado, y yo le diré al señor Gil Robles que la divinización del Estado es cabalmente lo contrario de lo que nosotros apetecemos... Nosotros queremos que el Estado sea siempre instrumento al servicio de un destino histórico, al servicio de una misión histórica de unidad; encontramos que el Estado se porta bien si cree en este alto destino histórico, si considera al pueblo como una integridad de aspiraciones, y por eso nosotros no somos partidarios ni de la dictadura de izquierdas ni de la de derechas, ni siquiera de las derechas y las izquierdas, porque entendemos que un pueblo es eso: una integridad de destino, de esfuerzo, de sacrificio y de lucha que ha de mirarse entera y que entera avanza en la Historia y entera ha de servirse».
7) Campaña contra la Falange acusándola de Panteísta.
Sin embargo, José Antonio no llegó a hacerse entender; pudo más la inercia y la mala intención que todo su empeño de claridad, y a pesar del cuidado que había tenido al emplear la palabra totalitario, de acompañada siempre con la explicación de lo que él entendía por tal cosa; a pesar de que en sus discursos proclama insistentemente la idea católica como informadora de todos sus postulados políticos; a pesar de que afirma que la Revolución Falangista empieza en el hombre y que la pugna entre el individuo y el Estado creada por el liberalismo no debe resolverse anulando al individuo ni anulando al Estado, sino haciendo que el individuo y el Estado se encuentren en su comunidad de destino a través de la cual puedan realizar su inteligencia y su colaboración; a pesar de todo esto, digo, no faltaron quienes asignaban al totalitarismo de la Falange el significado de Estado absorbente y panteísta.
Y unos porque el rencor político les dictaba la conveniencia de presentarnos como una copia servil de regímenes extranjeros y en pugna con el sentido católico de los españoles, y otros, porque, como decía José Antonio, no habían caído en la tentación de dedicar cinco minutos a estudiar la Falange en sus propios textos, y encontraban más sencillo que discurrir sobre la dificultad de las cosas, envolverlas todas en la misma etiqueta y aceptarlas o rechazarlas con simplicidad de analfabetos, lo cierto es que al año de su fundación todavía andaba la gente señalándonos como fascistas y como totalitarios en el sentido panteísta.
La estratagema de los enemigos de la Falange era bien sencilla; consistía en hacer resaltar la voluntad que hay en ella de un Estado fuerte; la ambición falangista hacia un Estado no indiferente; la semejanza externa de gestos y actitudes con los Estados que propugnan soluciones políticas de signo superestatista; y en vista de todas estas cosas aplicarle el calificativo de totalitario al Estado de la Falange.
Y una vez hecho esto, una vez calificada la Falange de totalitaria (calificativo que no había que desdeñar si se aplicara en el sentido integrador y enemigo de los partidos y de las clases), aplicar a la palabra totalitario el sentido concreto y filosófico del panteísmo y de la anulación de la personalidad humana. Con esto conseguían cargar a la Falange un sambenito que no tiene por qué aceptar.
Al principio, José Antonio no tomó demasiado en serio esta campaña, y hasta aconsejó no esforzarse demasiado en hacernos entender:
«Al camarada Onésimo Redondo - decía en Valladolid el 4 de marzo de 1934 - , yo le diría: no te preocupes mucho porque nos digan que imitamos. Si lográramos desvanecer esta especie ya nos inventarían otras. La fuente de la envidia es inagotable. Dejemos que nos digan que imitamos a los fascistas».
La verdad es que sentía un desprecio absoluto por la ligereza con que se enjuician siempre los fenómenos históricos.
«Ahora (escribía para Informaciones, y por cierto que la Censura republicana no dejó publicar este artículo que oímos todos los días) la Patria, el Ejército, antimarxismo, Estado totalitario, me declaro fascista .. y centenares de cosas más. Pero todo como un torbellino, como una algarabía... Más parece eso la invitación a un baile de disfraces que la invitación para embarcarse en una empresa religiosa y militar de hacer historia».
Pero luego hubo de preocuparse ante el ataque de que se le hizo objeto. A fines del año 34, la campaña contra la Falange se hizo tan singularmente aguda renovando aquellas palabras que Gil Robles pronunció en el Parlamento sobre el panteísmo totalitario, que ya no creyó oportuno seguir empeñado en una lucha absurda de explicaciones y de distingos, y cuando se convenció de que toda la originalidad de la Falange en esta materia se asfixiaba emparedada entre el rencor de unos y la estulticia de otros, cambió completamente de táctica, y antes de consentir que nos siguieran confundiendo con lo que nuestros enemigos entendían por totalitarismo, renunció a mantener un vocablo que tan graves consecuencias nos podía traer.
8) José Antonio renuncia a emplear el vocablo Totalitario.
Así, en el discurso pronunciado en Valladolid el día 3 de marzo de 1935, dice de una manera rotunda:
«Otra pretendida solución son los Estados totalitarios, pero los Estados totalitarios no existen».
Y más adelante añade:
«Ni la social-democracia, ni el intento de montar sin un genio un Estado totalitario bastarían para evitar la catástrofe».
Y por si queda alguna duda, vuelve a repetir:
«Óiganlo los que nos acusan de profesar el panteísmo estatal: nosotros consideramos al individuo como unidad fundamental, porque éste es el sentido de España, que siempre ha considerado al hombre como portador de valores eternos».
En el discurso del cine Madrid, el 17 de noviembre de 1935, dice así:
«Esta pérdida de armonía del hombre con su contorno origina dos actitudes: una, la del anarquismo ... ; otra, es la heroica, la que, rota la armonía entre el hombre y la colectividad, decide que ésta haga un esfuerzo desesperado para absorber a los individuos que tienden a dispersarse. Estos son los Estados totales, los Estados absolutos. Yo digo que si la primera de las dos soluciones es disolvente y funesta, la segunda no es definitiva. Su violento esfuerzo puede sostenerse por la tensión genial de unos cuantos hombres; pero en el alma (le estos hombres late de seguro una vocación de interinidad; esos hombres saben que su actitud se resiste en las horas de tránsito; pero que, a la larga, se llegará a formas más maduras en que tampoco se resuelva la disconformidad anulando el individuo, sino en que vuelva a hermanarse el individuo con su contorno por la reconstrucción de esos valores orgánicos, libres y eternos que se llaman el individuo portador de un alma, la familia, el Sindicato, el Municipio, unidades naturales de convivencia».
Y cuando el 8 de noviembre de 1935 denunciaba José Antonio ante el Parlamento el asesinato de dos falangistas en Sevilla, decía categóricamente que no se afiliaron a la Falange para defender el capitalismo ni el anarquismo, ni eran partidarios de ninguna forma de Estado absorbente y total».
Podrían multiplicarse mucho más estas líneas.
No parece, sin embargo, que quien de buena fe procura ilustrarse precise de más.
Por tanto, para acabar, voy a transcribir solamente estos tres textos como prueba ya del mal humor que esta terquedad de nuestros enemigos le producía, y como prueba del esfuerzo de José Antonio en eliminar de una vez el peligro de que se nos siguiera considerando partidarios de los Estados absorbentes y panteístas.
Uno es del discurso que pronunció en el Círculo de la Unión Mercantil el 9 de abril de 1935, y dice así:
«Esta revolución en lo económico no va a consistir, como dicen por ahí que queremos nosotros, los que todo lo dicen porque se les pega al oído, sin dedicar cinco minutos a examinarlo, en la absorción del individuo por el Estado, en el panteísmo estatal».
La otra es del discurso que el 19 de mayo de 1935 pronunció en el cine Madrid:
«Mañana, pasado, dentro de cien años, nos seguirán diciendo los idiotas: queréis desmontarlo (el capitalismo) para sustituirlo por otro Estado absorbente, anulador de la individualidad. Para sacar esta consecuencia, ¿íbamos nosotros a tomar el trabajo de perseguir los últimos efectos del capitalismo y del marxismo hasta la anulación del hombre? Si hemos llegado hasta aquí, y si queremos evitar esto, la construcción de un orden nuevo, lo tenemos que empezar por el hombre, por el individuo, como occidentales, como españoles y como cristianos; tenemos que empezar por el hombre y pasar por sus unidades orgánicas, y así subiremos del hombre a la familia y de la familia al Municipio, y, por otra parte, al Sindicato, y culminaremos en el Estado que será la armonía de todo».
La tercera es del prólogo al libro ¡Arriba España!, de Pérez Cabo, en el que dice:
«Pero como por el mundo circulaban tales y cuales modelos, y como uno de los rasgos característicos del español es su perfecto desinterés por entender al prójimo, nada pudo parecerse menos al sentido dramático de la Falange que las interpretaciones florecidas a su alrededor en mentes de amigos y enemigos. Desde los que, sin más ambages, nos suponen una organización encaminada a repartir estacazos, hasta los que, con más empaque intelectual, nos estimaban partidarios de la absorción del individuo por el Estado ... cuanta estupidez no habrá tenido uno que leer y oír acerca de nuestro Movimiento".
9) La Unidad de Destino como clave del entendimiento entre el Individuo y el Estado.
No, no era el Estado absorbente lo que José Antonio quería para España, y no lo era porque, en resumidas cuentas, empezaba por no aceptar el planteamiento liberal de pugna entre el individuo y el Estado y, por tanto, no cabía hablar de triunfo del uno ni del otro.
Ni individualismo ni estatismo podía ser la fórmula falangista.
La Falange cimenta toda su doctrina en el hombre, y en el hombre como portador de valores eternos, con un destino eterno e indeclinable y este destino, que es el mismo para todos los hombres del Universo, es el que. nos puede alumbrar la nueva solución,
«porque los pueblos como sociedad humana pueden tener fines ocasionales más o menos variados, pero sólo uno puede ser su fin supremo, el que coincide con el fin supremo del hombre. Es decir, la misión colectiva de los pueblos en su última razón no puede ser otra que la razón individual de los hombres hecha norma».
Por tanto, el Estado no puede estar en pugna con el hombre, sino encajado en una misma obligación, en la obligación de servir a esa unidad de destino.
«y entonces -decía José Antonio en el Círculo de la Unión Mercantil el7 de abril de 1935- el individuo tendrá el mismo destino que el Estado ... , y el día en que el individuo y el Estado, integrados en una armonía total, vueltos a una armonía total, tengan un solo fin, un solo destino, una sola suerte que correr, entonces sí que podrá ser fuerte el Estado sin ser tiránico, porque solo empleará su fortaleza para el bien y la felicidad de sus súbditos. Esto es preclsamente lo que debiera ponerse a hacer España en estas horas: asumir este papel de armonizadora del destino del hombre y del destino de la Patria ... , y entonces veréis cómo se acaba esta lucha titánica, trágica, entre el hombre y el Estado, que se siente opresor del hombre»
José Luis de Arrese. Madrid,24 de febrero de 1945.
Esto dicho, es innegable
que hubo una propensión real hacia el panteísmo estatal en los
redactores de La Conquista del Estado. Inspirado por Ramiro Ledesma
Ramos, se puede leer en febrero de 1931 en el Manifiesto Político de
La Conquista del Estado:
“Defendemos, por
tanto, un panestatismo, un Estado que consiga todas las eficacias ...
Al hablar de la supremacía del Estado se quiere decir que el Estado
es el máximo valor político y que el mayor crimen contra la
civilidad será el de ponerse frente al nuevo Estado. Pues la
civilidad, la convivencia civil, es algo que el Estado, y sólo el
Estado, hace posible. ¡Nada, pues, sobre el Estado!“
(Aunque debemos recordar que las ideas de Ramiro también evolucionaron hacia posiciones compatibles con la democracia orgánica propugnada en los puntos de FE-JONS tras la unificación redactados por la comisión que él mismo presidió).
Pero Onésimo Redondo
sostiene un criterio opuesto, que se convertirá en tesis oficial de
la Falange:
“Nuestra originalidad
y nuestra firme doctrina radica en esto: en que no oponemos a la
moribunda ideología francesa, falsamente llamada de libertad y
democracia, una posición autocrática en que el individuo se sienta
absorbido por el Estado, esto es, sujeto en su libre desenvolvimiento
al capricho del partido dominante [ ... ].
No se puede negar, sin
caer en la negación del hombre como ser libre y responsable, que
éste posee una zona de facultades propias que el poder público no
está llamado a invadir; un conjunto de prerrogativas civiles que son
ajenas a su dignidad natural y un derecho solidario a ser gobernado
en justicia. Si este derecho y esas prerrogativas y facultades se
quieren llamar libertades o derechos individuales, concluyamos que
nuestro ideario, abominando la superstición funesta y mentirosa de
los derechos del hombre, sabe, no obstante, que el individuo, como la
familia, tienen derechos naturales, no frente al Estado, pero sí
ante el poder del Estado"
En enero de 1942, García
Valdecasas, amigo de José Antonio y cofundador de la Falange,
precisa:
“La concepción fascista es totalitaria porque concibe al Estado como el más alto valor de la sociedad [ ... ] nuestra concepción del Estado es instrumental. Todo instrumento se caracteriza por ser un medio para algo, para una obra a la que con él se sirve.
Ningún instrumento se justifica por sí. No es, por tanto, el Estado, para nosotros, fin en sí mismo ni en sí puede encontrar su justificación [ ... ].
El Estado ha de ser instrumento para salvaguardar estos sacros valores. Tales son, para nosotros, por ejemplo, la libertad, la integridad y la dignidad del hombre, y, por ello, es riguroso deber del Estado respetarlos y hacerlos respetar [ ... ].
El pensamiento genuino español se niega a reconocer en el Estado el supremo valor. Éste es el sentido de la actitud polémica de todo el pensamiento clásico español contra la razón de Estado enunciada por Maquiavelo. Por encima del Estado hay un orden moral de verdades y preceptos a los que él se debe atener"
¿Qué se puede entonces pensar de esta polémica sobre el carácter totalitario del nacionalsindicalismo? El término «totalitario» ciertamente no tiene en esa época la connotación peyorativa actual, puesto que el mismo papa Pío XI no duda en empleado para definir la Iglesia y explicar el sentido de sus condenas del nacionalsocialismo (Mit brennender Sorge) y del comunismo (Divini Redemptoris).
No obstante, merecen ser recordados los caracteres de una organización social totalitaria, tal como se ha acordado definidos hoy. Se distinguen habitualmente tres caracteres:
- En principio, existe una tendencia constante a destruir todos los vínculos sociales naturales existentes y toda cristalización espontánea de la vida social para reemplazada por organizaciones impuestas por el Estado. No se permite ninguna clase de actividad humana si no está aprobada por el Estado.
- Además, existe abrogación de la ley, en el sentido de regla de derecho que mediatiza la relación individuo-Estado y, en consecuencia, limita el poder del Estado para regular los actos individuales.
- Por último, el totalitarismo perfecto supone que todos los «medios de producción» pertenecen al Estado.
Ahora bien, si se confrontan estas tres características con los fundamentos político-socio-económicos del nacionalsindicalismo, se comprueba una oposición a todos los niveles.
El nacionalsindicalismo se apoya, efectivamente, en la participación de todos en las decisiones a través de unidades naturales de convivencia, «democracia orgánica», en la soberanía de la ley (y la igualdad de los hombres ante ella) y finalmente en el desmontaje del capitalismo y la generalización de la propiedad.
Arnaud Imatz: José Antonio: entre odio y amor.
El Totalitarismo en el Jonsismo Inicial.
José Antonio dificilmente podría ser catalogado como panestatista, mientras que Ramiró Ledesma comenzó siendo un defensor a ultranza de su necesidad, "¡Nada, pues, sobre el Estado!" reclama en el manifiesto inaugural parafraseando a Mussolini, que había hecho suya esta exclamación. Podríamos decir que así como Marx profesó el Materialismo Económico, Ramiro profesó el Materialismo Guerrero, junto a un panteismo estatal apenas matizado.
Pero no debemos malinterpretar la exigencia de un Estado totalitario como mera apología de las dictaduras liberticidas aún cuando en el manifiesto fundacional se pueda leer frases como
"Suplantará a los individuos y a los grupos, y la soberanía última residirá en él"
El Estado totalitario, para Ramiro Ledesma, no será sino un poder fuerte, capaz de superar la decadencia y crisis para llevar a cabo los planes de desarrollo económicos que precisa España y "que obligue a nuestro pueblo a las grandes marchas" que "asuma el control de todos los derechos".
En el manifiesto de La Conquista del Estado aparecen los siguientes puntos:
1º Todo el poder corresponde al Estado.
2º Hay tan solo libertades políticas en el Estado, no sobre el Estado ni frente al Estado.
3º El mayor valor político que reside en el hombre es su capacidad de convivencia civil con el Estado.
Es clara muestra de panestatismo que seguramente se entronca en las influencias hegelianas y fascistas italianas más que en el sorelianismo político. En cuanto a la forma de Estado, se opondrá igualmente a la Monarquía que cae, como a la República liberal que llega.
Puede decirse del pensamiento político de Ramiro, especialmente el anterior a su unión con Falange Española, que resultaba poco original, demasiado inconcreto y confuso, excesivamente mimético del fascismo, notablemente exento de cultura religiosa y, sobre todo, falto de la madurez del pensamiento joseantoniano.
Claro que ya se encargaron las izquierdas de que su pensamiento no pudiera alcanzar jamás esa madurez
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