La Derecha
El Conservadurismo en Falange.
- Legislación de inspiración católica.
"si fuera un defensor acérrimo, hasta por la violencia, de un orden social existente, me habría ahorrado la molestia de salir a la calle (...) estos partidos conservadores, por mal que les fuese, me asegurarían los veinticinco o treinta años de tranquilidad que necesito para trasladarme al otro mundo disfrutando todas las ventajas de la organización social presente.
(...) Lo que pasa es que todos los que nos hemos asomado al mundo después de catástrofes como la de la gran guerra, y como la crisis, y después de acontecimientos como el de la Dictadura y el de la República española, sentimos que hay latente en España y reclama cada día más insistentemente que se la saque a la luz –y eso sostuve aquí la otra noche– una revolución que tiene dos venas: la vena de una justicia social profunda, que no hay más remedio que implantar, y la vena de un sentido tradicional profundo, de un tuétano tradicional español que tal vez no reside donde piensan muchos y que es necesario a toda costa rejuvenecer".
"De este aspecto entero y profundo de la crisis del capitalismo, que oprime no sólo a los obreros, sino a muchos pequeños empresarios, no dice nada la propaganda de las derechas. Todo se les vuelve llamamientos falsos al "honrado obrero", que el obrero, naturalmente, no ha de creer.
Lo cierto es –sigue diciendo– que a los obreros, hasta que formaron sus Sindicatos, no se les quitó sus jornales de hambre y hasta que no fueron un peligro no les llamaron las derechas. (Aplausos.)
Expone que Falange quiere desarticular el régimen capitalista para que sus beneficios queden en favor de los productores, con objeto de que éstos, además, no tengan que acudir al banquero, sino que ellos mismos, en virtud de la organización nacionalsindicalista, puedan suministrarse gratuitamente los signos de crédito.
Agrega que si Falange llega al Poder, a los quince días será nacionalizado el servicio de crédito, acometiéndose inmediatamente el problema agrario. Quizá llegue pronto el día en que me vea obligado a responder de estas cosas. (Ovación.)"
Resumen del discurso en Santander 26-01-1936.
Falange Exige:
- Una alternativa al Sistema y no solo al gobierno. Cuando las instituciones del Sistema como los Partidos, las autonomías, el Globalismo o la propia economía Capitalista son el origen de todos los problemas lo único que se puede hacer es cambiar el tablero de juego por otro más justo y honrado ¡Una economía Globalizada ocasiona crisis Globales!
Por otro lado se ignora constantemente que la mayoría de los banqueros y
grandes empresarios son hoy culturalmente de izquierdas (solo hay que ver el casi
inexistente nº de anuncios publicitarios de los canales de tv más de
derechas), así como que los votantes de la izquierda y la derecha ya no
se corresponden exactamente con pobres y ricos sino que, siendo difícil diferenciarlos, incluso parece que se pueda
haber invertido bastante el tópico.
Hoy el votante de la derecha
es el que vota a los poderosos para que prosperen lo más posible y
poder recoger las migajas que caigan de la mesa.
Y el votante de la
izquierda es el que quiere vengarse de los poderosos, pero solo de los poderosos de derechas, destruyendo también
su economía para que sean más pobres que él.
A los falangistas nos parece que, unos y otros, lo único que hacen es hundirnos a todos para engordar a la Bestia.
Pero al final no solo perdemos todos sino que a los más desfavorecidos lo único que
les queda es la resignación, la impotencia o el pago de los platos
rotos por la costosa ineficacia de la mega-estructura que componen las
inútiles instituciones del Estado, como las autonomías o los partidos
políticos, ya sean de izquierdas o de derechas.
Hoy en día, no solo sigue anacrónico votar a través de partidos políticos, pudiendo hacerlo directamente en listas abiertas, sino que constituye gran parte del problema que padecemos
Sobre la solución Conservadora de los llamados Partidos de Derechas
José Luis de Arrese |
Estas fórmulas son tres.
La primera, cronológicamente, es la que el propio sistema capitalista propuso (al ver que el comunismo amenazaba derribar su edificio) con intención tan sólo de tapar las grietas más escandalosas. Esta solución, que bien pudiera llamarse solución conservadora, pues sólo trató de conservar el sistema capitalista, nunca pasó de la categoría de parche, y si la consideramos junto con las demás, es sólo para apreciar lo mucho que ciega el instinto de conservación aun en personas generalmente bien intencionadas, como lo han sido en casi todos los pueblos las llamadas personas de derechas.
La segunda fué la solución fascista, muy importante desde el punto de vista doctrinario. pero mucho más (y en esto pudo radicar su mayor contribución a la humanidad) por la fuerza combativa que supo despertar a las generaciones jóvenes en su lucha contra el comunismo.
La tercera, es la solución que apuntó en España José Antonio Primo de Rivera, basada en una vuelta al Cristianismo.
Voy a exponer lo más brevemente posible las dos primeras para pasar cuanto antes a la última
1) Solución del capitalismo.
La primera solución que el mundo apuntó para resolver la crisis políticosocial traída por el capitalismo fué, como decimos, la que el propio capitalismo se apresuró a confeccionar. La caracteristica principal de esta solución radica en pensar que la actual quiebra de la sociedad humana no ha sido producida por otra cosa que por la importuna presencia del comunismo, hasta cuya aparición el mundo vivía feliz y, por tanto, su propósito se reduce a salvar la sociedad del peligro comunista por el procedirniento de volver a la situación liberal en toda su pureza, aunque en aras de una mejor armonía (esto de la armonía ha sido siempre de buen tono en los capitalismos) convenga establecer algunas concesiones de buena voluntad.
Los capitalismos no han creído nunca en la necesidad de abandonar su mundo para salvarse y así, si algún pueblo de la tierra veía que la injusticia capitalista le empujaba fatalmente hacia el comunismo, y en un esfuerzo heroico de salvación se decidía a escapar del riesgo por el único camino que encontraba, todos los demás países, apoyados en esto, naturalmente, por los comunistas, se reunían escandalizados y le ponían en cuarentena y con las más fieras amenazas le decían poco más o menos lo siguiente: ¿Qué es eso de buscar soluciones de esa categoría? Nada de eso; si de veras quieres librarte del comunismo, hazte cada vez más liberal, deja que cada cual haga lo que le dé la gana, sobre todo que el capital continúe cometiendo toda clase de injusticias, y si, a pesar de ello, te molesta el comunismo, pacta con él, reconócele como buen ciudadano el derecho a destruirte y lucha con él con las armas que te concede la democracia, porque si él utiliza otras armas y te vence, habrás caído cubierto de legalidad y nadie podrá decir que no cumpliste la constitución.
Esto no quiere decir que dentro del sistema y el espíritu capitalista no hayan surgido infinidad de partidos inquietados por la realidad; pero estos partidos, que proclamaban de una manera especial su deseo de enfrentarse con el problema social, lo hacían también a base de desconocer las razones que pudiera tener el comunismo para irrumpir violentamente sobre el quehacer político de los pueblos, y sus mayores imprecaciones se dirigian a eso que muchas veces se llamó "ángel del mal", que sin saber cómo, vino a envenenar a las pacíficas masas obreras hasta lanzarlas a la lucha.
La solución de estas beatificas gentes se reducía a levantar la bandera de la vuelta a la normalidad y buscar, para mantener en alto esta bandera, una buena policía que se encargara de volver a meter en cintura a esas masas que habían tenido la insolencia de rebelarse contra el orden establecido.
En realidad, el capitalismo no aspiro nunca a remediar la nueva situación que había originado, ni aun cuando el comunismo se encargó de poner en evidencia su falta de solidez.
Entonces, y ante el temor de verse irremediablemente condenado a morir de manera violenta a manos del monstruo que había engendrado, pudo haberse rescatado a tiempo, pudo haber reconocido a tiempo su propio fracaso y evitar al mundo el trágico espectáculo de esta lucha en la que todos son los actores y en la que sólo se defiende el privilegio de unos pocos. Pero no lo hizo, y con una obcecación incomprensible, en lugar de colocarse en el terreno de la justicia y de la permanencia, se dedicó a defender la integridad de esos privilegios y a no permitir más concesiones que aquellas que no afectaran a lo que precisamente había que modificar.
Cuentan las crónicas, que en los escondidos tiempos medievales un frailecito oscuro, medio santo, medio alquimista, mezcló en un mortero azufre, carbón y salitre, y manipulando en ello le explotó la mezcla, hiriéndole la mano derecha" Pues bien, también el capitalismo liberal ha aportado a la marmita política el sufragio universal y las clases y la injusticia, tres sustancias detonantes que, al estallar en el comunismo, le está llevando al pobre sistema capitalista algo más que la mano derecha; pero así como el frailecito medieval salió gritando que había descubierto una mezcla explosiva con la que había que tener mucho cuidado, y no se le ocurrió volver a poner la otra mano en el experimento, el capitalismo lo repite todos los días, y cada vez que la injusticia degenera en odio, y las clases en lucha, y el sufragio universal en dictadura del proletariado; es decir, cada vez que el capitalismo degenera en explosión comunista, en vez de comprender que esto es una consecuencia de su propio sistema, se pregunta con la boca abierta de dónde puede salir cosa tan diabólica.
2) La actitud principal de esta solución consiste en vivir de espaldas al problema social y suponer que todo es susceptible de armonizar.
El capitalismo ha vivido y morirá convencido de sus inefables virtudes y sin comprender lo que sucede a su alrededor; por eso, las fórmulas apuntadas bajo el signo capitalista podemos decir que no son fórmulas, sino sucedáneos, porque las posturas en política suelen obedecer a teorías fijas con arreglo a las cuales interpretar los problemas que se presenten, y lo que el capitalismo adujo al problema económíco-social no puede calificarse de nuevo entendimiento, sino de esfuerzo por conservar unas posiciones ventajosas, aunque para ello tuviera que ceder una parte de las ventajas logradas.
La actitud política que el capitalismo adoptó en la contienda social de los tiempos actuales es algo así como la actitud de las vírgenes necias; una postura que empieza basándose también en el estupor y en el asomibro porque el desconcierto suele ser lo primero que acaece al hombre ingenuo cuando inesperadamente en el momento más eufórico de su satisfacción, ve que se le viene abajo todo el artificio que ha sido durante mucho tiempo el objeto de su orgullo.
Después, esta postura de asombro se convierte en un deseo incontenible de armonía; no es que llegue a comprender las Causas del hundimiento, es que, ante el hecho consumado, busca al menos detener los efectos, y como sigue creyendo en la perfección de su obra, dedica su impulso a .conservarla por el procedimiento de los parches; "nada de declarar clausurado un orden porque amenace ruina; todo es cuestión de inyecciones de cemento", dice, y se entrega de una manera permanente a la azarosa labor de tapar agujeros.
Esto es también lo que sucedió al capitalismo; pasado el primer movimiento de sorpresa, y sin comprender del todo a qué venía aquella violenta ofensiva del comunismo, su afán se dirigió a salvar la estructura general del sistema improvisando toda clase de fórmulas de arreglo; pero estas fórmulas no representaban nada nuevo en el plano de las ideas, pues todas ellas se reducían, como hemos dicho, a un empeño decidido de calmar la incomprensible ambición de las masas proletarias, sin abandonar la posición privilegiada del capitalismo.
La dialéctica de todas estas fórmulas era ésta: "Bueno, ustedes no tienen razón; ustedes son unos mal educados que han entrado en mi huerto a robar manzanas; pero como yo soy un hombre comprensivo, y, además, no tengo fuerzas para echarles a puntapiés, tengan ustedes un par de manzanas y déjenme tranquilo." El capitalismo no se paraba a pensar en si ese huerto que ellos llamaban suyo era efectivamente suyo, o si ellos, a su vez habían sido los anteriores en ocupar: el capitalismo hablaba sólo del número de manzanas.
El hombre financiero ha tenido siempre una obstinada propensión a no entrar en el fondo de los problemas, si ese fondo no le prometía un beneficio económico determinado, y todas las fórmulas de arreglo que inventó para resolver el problema social adolecen de esta voluntaria ceguera.
Los últimos cien años del sistema liberal son un dramático regateo con el obrero para encontrar una fórmula de armonía que le permita una digestión tranquila; pero si nos fijamos bien vemos que en todas ellas ni una sola vez se acepta la idea de que aquella masa amenazadora que se levantaba exigiendo unos derechos pudiera ser, en efecto, poseedora de los títulos que venía a solicitar.
El capitalismo se desprendería de dos manzanas, de cuatro, de seis, según que la presión fuera aumentando y mostrándose cada vez más exigente: pero seguiría defendiendo la propiedad del huerto y llamando insolentes a las turbas de obreros y abusivas y desorbitadas sus peticiones constantes y con este propósito de resistencia, el capitalismo funda toda clase de partidos políticos, basados en el número de manzanas a prometer, y así vemos que desde la social democracia cristiana, hasta los círculos de estudios para obreros, todas las fórmulas capitalistas no son más que promesas que se hacen a cambio de que el proletario le respete su derecho a la tranquila posesión de unos privilegios.
Uno de los episodios más notables de toda la etapa liberal es esa habilidad demostrada por el capitalismo para esquivar en todo momento el fondo de la cuestión.
El hombre financiero discutirá si el trabajo está bien o mal pagado, si el salario es o no suficiente, pero nunca permitirá que se meta nadie a discutir si es justa o no su posición de monopolizador de la ganancia. Aceptará el salario mínimo, la limitación de la jornada de trabajo, el seguro social; pero todo sobre la tesis de que es el único dueño de los beneficios. Ejemplo elocuente de este cotidiano esquivar la cuestión fundamental está en el resultado de aquella campaña que unos cuantos hombres de buena voluntad hicieron a finales del siglo pasado para implantar dentro del marco económico del capitalismo el sistema de participación de los obreros en los beneficios de la producción.
La participación encerraba una profunda: filosofía anticapitalísta, porque e! hecho de pedir que se diera al obrero una parte de los beneficios producidos era la negación implícita de que el dinero fuera el único productor.
Sin embargo, el capitalismo supo esquivar esta cuestión y supo resolverla a su favor, en parte por habilidad, y en parte porque estando el mundo social dividido en dos únicas concepciones, ninguna de las dos reconocía derechos al obrero; la capitalista les concedía todos al dinero, y la marxista, a la colectividad del Estado.
El capitalismo anunció que estaba dispuesto a dar entrada al obrero en la ventaja pedida; pero no porque tuviera el menor derecho, sino porque el patrono, de una manera graciosa, quería regalarle parte de sus ganancias.
Y así, el problema quedó reducido a un pacto libre (la definición es de Carlos Robert en su libro "La participación en los beneficios"), por el cual el patrono da a su obrero o empleado, además del salario normal, una parte de sus beneficios; de sus beneficios, fijaos bien, de los suyos, de los que sigue poseyendo como dueño y señor.
Con ello, el hombre financiero no ha hecho otra cosa que cumplir, una vez más, su propósito de defender la ciudadela de todos los asaltos pero en esta obstinación ha acabado por encontrar el obrero los mejores argumentos para su lucha; porque la masa empieza a perder fe en la buena voluntad del capitalismo cuando ve que sólo accede a los resortes del miedo.
Entonces cae en la cuenta de que no tiene más dialéctica posible que la violencia; no puede hacer invocaciones a las leyes, porque las leyes están hechas por y para el sistema capitalista; no puede invocar la justicia, porque los jueces están para hacer cumplir las leyes; no puede hacer invocaciones a la caridad, porque la empresa, la sociedad económica, la acción al portador, responde sólo a un destino financiero.
3) Implicación de las "derechas conservadoras" en esta actitud.
Por eso, por su falta de originalidad y por su reiterado empeño en representar el papel de fieles servidores del sistema capitlalista, ninguno de esos partidos sociales que el capitalismo inventa merecerían la pena de dedicarles una sola línea más que las necesarias para su definición, si no fuera por un hecho, quizá el más trágico de todos los acarreados por el sistema en su afán de perseverancia y de complicidad. Me refiero al hecho, logrado bajo su silgno, de la incorporación sumisa e incondicional de las llamadas masas de derechas a la defensa del privilegio capitalista.
El capitalismo ha poseído una rara habilidad para captar apoyos; y este apoyo de la masa tenida por representante de un espíritu cristiano es uno de sus mayores triunfos, aunque también uno de los mayores triunfos del marxismo, ya que por esta circunstancia ha podido ocultar su anticristianismo natural a los ojos del obrero bajo el aspecto de una ofensiva general contra los aliados del capitalismo.
En el fondo, esta masa conservadora ha sido propensa a las cosas tibias, y lo mismo cuando defendía las clases en nombre del Evangelio, que cuando se pone de parte del capitalismo porque cree que con ello resguarda los derechos del capital, no hace más que intentar una solución media, ni demasiado dura, ni demasiado brillante, para que armonice mejor con su manera de ser, incapaz de comprender y de emprender una postura que no sea de manso sometimiento y de media voz.
Pero como esta manera de ser (y aquí viene el daño tremendo que ha hecho a la religiosidad de las masas populares) se ha dado en llamar a sí misma de derechas y de orden y se ha empeñado en monopolizar la postura religiosa y en predicar que todo lo que sea rebelión a un orden constituido, aunque sea injusto, es una subversión izquierdista y digna de la mayor execración, ha sucedido que el sistema capitalista, deseoso de asociar a su defensa a toda esa masa, ha logrado cubrirse con la bandera del orden y hasta identificar en beneficio propio la permanencia de su sistema con la permanencia de los principios religiosos que esos grupos enarbolan.
Veamos cómo se ha producido ese fenómeno. El capitalismo, una vez en el poder, se apresuró a construir su legislación, la legislación capitalista, que ampara todos los derechos conquistados por la fórmula liberal del "laissez faire"; y una vez constituída su legalidad se convirtió en defensor de ella, en guardador de los principios que había establecido. Lo de menos es que esto se produjera; porque, en definitiva, toda revolución que triunfa y llega al poder necesita convertirse inmediatamente en defensora de lo que ha instituido; pero al liberalismo le sucedió un fenómeno que irremediablemente le obligó a buscar asistencia en el bando conservador, y es la incompatibilidad manifiesta de la libertad, la igualdad y la fraternidad que proclamaron por el hecho de que toda esa teoría se levantara únicamente para una sola parte de la sociedad, para la parte capitalista.
El hombre del arrabal, el hombre que más apresuradamente había trabajado para levantar el tablado de la guillotina, fué el primero en descubrir el escamoteo de sus principios revolucionarios y el primero en ver que todo iba a quedar reducido a sustituir la aristocracia de la sangre por la aristocracia del dinero, y no tardó en convencerse de que el liberalismo proclama la libertad, sí, pero dentro de una ley que previamente ha hecho para mantener su sistema económico capitalista; habla de la igualdad y, efectivamente, "la democracia capitalista ofrece a todos los ciudadanos una participación en la autoridad política, pero siempre en el supuesto no declarado de que la igualdad que implicaba el ideal democrático no exigía su extensión a la esfera económica" (Lasky, "La democracia en crisis", pág. 41), predica la fraternidad, pero levanta las clases.
Con esta incongruencia inicial el capitalismo no puede contar con la adhesión permanente de las masas populares, y entonces no tiene más que una sola reacción: la de hablar de la legalidad y la justicia como de una misma cosa y erigirse en defensor de la legalidad frente al asalto de las masas ilegales.
Así, no sólo se convertiría en bonzo sagrado de la democracia y repartidor único de todas las patentes, sino que, además, lograba asignar a su defensa la bandera del orden y lograba colocar a su servicio a toda esa masa desmedulada, siempre dispuesta a confundir en provecho de su seguridad personal la razón y la verdad con la tranquilidad y el silencio.
Para el capitalismo bastaba que una cosa estuviera sancionada por la ley para que fuera justa, y se dedicó a proclamar que los principios del orden y de la justicia estaban de parte de los que defendieran la legalidad, y los que lo estuvieran conformes con ella eran simples perturbadores del orden a los que había que anatematizar.
4) Las derechas suman la religión a la defensa del capitalismo en su contienda contra el comunismo.
Así fue cómo el capitalismo vino a dividir la sociedad en dos grupos artificiales.
De una parte, los que defendían la injusta legalidad capitalista, a los que llamaba de orden y de derechas, y de otra, los que, por una u otra causa, querían derribaría, a los que llamaba, sin meterse a analizar los propósitos que tuvieran, enemigos de la sociedad y peligrosos izquierdistas.
Hubiera sido suficiente esta arbitraria disección de la sociedad para adivinar todo lo falso y repugnante de la postura y, sobre todo, para adivinar hasta qué punto el capitalismo se atravesaba en el camino de cualquier intención honrada, en previsión de que alguien comenzara a discutir sus privilegios.
Pero todo ello hubíera resultado simplemente una versión de la eterna postura defensiva en que se coloca siempre el que triunfa, si al mismo tiempo no se hubiera producido, como hemos dicho antes, el fenómeno de convertir a la gran masa conservadora de cada nación en defensora del privilegio capitalista, con lo cual quedó la religión implicada en la defensa de uno de los contendientes, precisamente en aquellos que poseyendo de todo aun querían también amoldar la religión a su postura para más fácilmente garantizar la preponderancia lograda.
No vale decir ahora que sí las cosas llegan a suceder de otra manera, el marxismo hubiera florecido dentro del pensamiento cristiano; su heterodoxia tiene raíces mucho más profundas que estas vulgares razones de táctica; pero sí es cierto que para la gran masa proletaria, para esa sencilla y ardorosa muchedumbre popular que busca siempre razonamientos simpIes a las cosas complicadas, el hecho de ver a las gentes de derechas en el bando de enfrente fue bastante para explicarse y abrazar con entusiasmo el anticristianismo marxista, hasta el punto de que cuando el marxismo saltó a la calle no tuvo que hacer ningún esfuerzo para sublevarse también contra la religón ni tuvo que dar ninguna consigna especial para que sus turbas, cuando empezaron a asaltar los Bancos incendiaran también las iglesias, y cuando empezaron a asesinar banqueros degollaran también sacerdotes.
Pocas cosas hay más tristes para un espíritu, que, por ser verdaderamente cristiano es también verdaderamente rebelde contra cualquier injusticia, como esta de ver que, por obra y gracia de la habilidad de los unos y la tontería de los otros, una lucha que empezó siendo entre intereses económicos fuera a acabar como si alguno de los dos defendiera algo más que su apetito de clase, en lucha que pone sobre el tapete nada menos que el ser o el no ser de la milenaria civilización cristiana.
Es preciso salir violentamente de esta confusión que el capitalismo ha logrado establecer; es preciso decir a todo el mundo, pero principalmente a esas masas populares que tan fácilmente han aceptado la estratagema de los políticos, que el capitalismo no tiene nada que ver con la religión; más aun, que el capitalismo es una fórmula antirreligiosa por lo que tiene de materialista, por lo que tiene de injusta: y por lo que tiene de inhumana; hay que salir violentamente predicando contra esos mixtificadores de la auténtica doctrina de Cristo, y llamar estafador y simoníaco al que quiera resguardar sus especulaciones financieras con la sagrada etiqueta de la religión.
5) Las derechas no tienen nada que ver con la fórmula cristiana.
Bastaría lo dicho hasta aquí para comprender, como hemos dicho antes, el poco respeto que en el plano de las ideas merece el movimiento derechista; pero como su influencia radica no tanto en la categoría de su pensamiento como en la gran masa de gentes que ha sabido requisar (quizá porque en los tiempos azarosos, el cansancio político es uno de los cultivos más apropiados para el desarrollo de todas las fórmulas intermedias), conviene dedicar unas páginas a su modo de obrar, aunque sólo sea para distinguirlos de los que verdaderamente buscamos una auténtica neo-revolución de tipo cristiano.
Forman estas gentes una serie de grupos, más o menos encajados en la figura del partido político, los cuales, en nombre del cristianismo, echan su cuarto a espadas en la cuestión social.
La primera característica que es de notar en estos grupos es su inadaptación al esquema esencial que se intenta dibujar. En él se establece, de un lado, la contraposición fundamental capitalismo-comunismo, y, de otro, se razona la posibilidad de un orden nuevo superador de esa contraposición.
Pues bien, los grupos aludidos no son, en principio, ninguna de estas cosas. No son capitalistas ni comunistas, ni se orientan de ningún modo hacia un orden nuevo y concreto. Cabría pensar que no son nada, si la experiencia no nos enseñara que se trata de algo demasiado real.
Pero vamos por partes. Estos grupos, decíamos, se llaman a sí mismos cristianos.
y es el caso que se lo llaman para diferenciarse de otros grupos que no son ni moros ni turcos, sino cristianos como ellos, aunque no se presenten con ese nombre. Menos los comunistas y los catres, cristianos somos todos, por lo menos en un sentido histórico o cultural.
Lo que ocurre es que hay cristianos verdaderos y cristianos falsos, Parece, pues, que subrayar en la pugna social la condición de cristiano, es algo que no tiene sentido, como no sea que, precisamente, se trate con ello de afirmar frente a los demás una determinada interpretación del cristianismo, descalificando como falsas a las que no coinciden con ella.
Si yo, por ejemplo, digo jactanciosamente que soy un hombre, evidentemente lo que me propongo no es decir que pertenezco a laespecie humana, Lo que hago es afirmar en mí una serie de cualidades, las cuales, a mi juicio, hacen al hombre verdaderamente tal y le distinguen de quien sólo lo es, por decirlo así, fisiológicamente. Por tanto, había derecho a esperar de estos grupos una interpretación del cristianismo rigurosa, fecunda y completa capaz de proyectar chorros de luz sobre la cuestión y de poner en evidencia a los falsos cristianos. Ahora bien; esto, que es lo único que tenían que hacer, es lo que no han hecho.
Si nos preguntamos, en efecto, por el contenido y la aportación concreta de estos grupos, encontramos inmediatamente en ellos una falta absoluta de principios fundamentales ni un sistema, ni una doctrina, ni siquiera una idea ambiciosa, completa, o, al menos sugestiva, ha salido. jamás de esos grupos. Basta leer los escritos de cualquiera de sus "glorias" oficiales para sentir consternación. Todo se resuelve en invocaciones al bien común, al amor que los hombres se deben unos la otros y, en último término, a la caridad cristiana y a las parábolas del Evangelio.
Pero es lo cierto que cuando se trata de montar sobre estas bases y de montar sobre los Evangelios una exégesis original y exigente, estas "glorias" no tienen nada que decir. En sacándoles de la estadística, son hombres al agua. Y esta es un síntoma gravísimo, porque hacer estadística es quitar a las cosas su realidad, convertirlas en números, vaciándolas de vida y de drama, y ponerlas en fila, juntas, como nichos de un cementerio.
Lo que hay que hacer hoy en el campo social, no es continuar manoseando sin respeto las cosas más sagradas hasta dejarlas inservibles y sin valor alguno; lo que hay que hacer es llevarlas a la práctica valientemente, violentamente, con el látigo, si es preciso, que expulse a los mercaderes, del templo.
Precisamente, por haber hecho todo lo contrario es por lo que hoy el obrero, que no tiene por qué entrar a analizar si lo que le sirven con el nombre de cristiano es o no mercancía averiada, se ha vuelto de espaldas a los principios religiosos y ha perdido fe en todas las revoluciones sociales que no le sean ofrecidas desde la orilla opuesta. La culpa tienen esas gentes que, en nombre de una postura religiosa, hábilmente requisada a su favor, salen a la calle pidiendo el Poder, para decir cuando lo alcanzan que no conocen más política que la compostura y el agua de borrajas, y si esto es así, ¿a qué viene llamarse cristianos con carácter oficial? ¿Qué sentido tiene esta invocación, si el Cristianismo no sirve para nada a quienes le invocan? No se diga que los tales grupos predican cosas, como, por ejemplo, la atención a los sintrabajo o el cuidado de la madre trabajadora, y que, puesto que tales prédicas están basadas en principios morales aportados por el cristianismo, justo es que quienes las sostienen se apelliden cristianos.
Esto es querer equivocar las cosas. Atender a un parado que se muere de hambre o a una mujer que va a dar a luz, son impulsos que siente hoy todo el mundo; el cristiano ortodoxo como el ateo, porque es algo que va implicado en la manera occidental de mirar la vida.
Cierto que esta manera de ser se debe al cristianismo; pero la ideología y los sentimientos que comporta no son ya, en modo alguno, patrimonio exclusivo de los cristianos, El respeto a la persona humana es, desde luego, una de las aportaciones más esenciales y, a su tiempo, revolucionarias del cristianismo; pero hoy no se encontrará en todo el Occidente un ateo que, a lo menos en público, se atreva a justificar la degollación de Herodes.
Los grupos en cuestión se comportan, por tanto, como aquel catedrático que saludó un día a sus alumnos diciéndoles: "Buenos días, señores, como dijo Bossuet". Para dar los buenos días no hay que citar a Bossuet, para decir que no está bien pisar a un hombre la cabeza, y no decir más, no se debe invocar al cristianismo. Quienes lo hacen deben ser advertidos de que para un viaje así sobran las alforjas.
6) Ni saben otra cosa que aplicar a la política los procedimientos de la morfina.
Alhora bien; llevar alforjas sin necesidad es lo que hacen los que intentan pasar algo de contrabando. Y si ellos las llevan tenernos que pensar que vienen también a representar el papel de los contrabandistas. Pero contrabandistas lamentables, sin trabuco y sin novia, ignorantes de sierras y amparados por la Guardia Civil; contrabandistas, además, que practican el peor de todos los contrabandos: el tráfico de los estupefacientes políticos.
Hay dos razones por las cuales se hace contrabando de estupefacientes: para injerirlo uno mismo y para proporcionarselo a los demás. Esto es lo que hacen los partidos de derechas.
En primer lugar ellos mismos son autointoxícados voluntarios, como los fumadores de opio, cuya conducta imitan. Lo que hacen éstos, en efecto, es emborracharse deliberadamente para escapar en sueños de este mundo, que les resulta demasiado áspero y demasiado doloroso, y trasladarse a otro imaginario, sin problemas y sin espinas.
El falso cristiano hace lo mismo. Cuando se lee sin prejuicios un escrito de cualquiera de ellos se tiene la impresión de estar oyendo a uno que duerme en sueños de morfina. Si éste confunde el tic tac del despertador con el murmullo de las olas, aquél incurre en equívocos mucho más graves.
Habla de obreros y de patronos, pero se trata de unos patronos y unos obreros que no son de este mundo, que no son los que vemos todos los días, sino seres irreales, sólo encontrables en la utopía.
Podrían traerse de esto cien ejemplos, pero piénsese en lo siguiente: estos falsos cristianos son muy aficionados a una forma de propaganda escrita que consiste en un diálogo entre dos obreros, uno de los cuales hace el papel de Socrátes y convence al otro de algo. Pues bien, no es posible leer un diálogo de estos sin sentir sonrojo ante la idea de que un obrero de verdad, un ferroviario o un albañil cualquiera, lo pudiera leer.
Hay en ellos tal lejanía, tan absoluto desconocimiento de lo que un obrero de carne y hueso piensa y siente en la realidad, que hay que pensar en una de estas dos cosas: o el que lo ha escrito es totalmente imbécil o estaba al escribirlo en el limbo de los sonámbulos.
Pero estas gentes no son imbéciles ni sonámbulos de nacimiento. Son voluntarios autointoxicados. Ahora bien; ¿cuál es la razón de este afán antinatural de confundido todo? Porque, conviene insistir, no se trata de que confundan esto o lo otro, cosa que a todos nos acontece a diario, ni siquiera de que en ciertas materias quieran hacernos ver lo blanco negro, Se trata de un afán permanente y absoluto de irrealidad.
Estos falsos cristianos son a la sociología lo que los novelistas, del género rosa a la vida en general. En la novela rosa, ni los húsares que se pintan se parecen en nada a los húsares de verdad, ni las muchachas de dieciocho años son como las que todos conocemos, ni las criadas antiguas son criaturas existentes. Pues con esos "cristianos" pasa igual. Ni el problema social es como ellos nos lo presentan, ni las exigencias de los obreros son las que ellos dicen, ni ninguna de sus sugerencias tienen el menor átomo de realidad y esto es tan irritante que, como digo, hay que indagar y denunciar su causa.
No hay que esforzarse mucho para ello. Se trata de un afán idéntico al que siente el fumador de opio: escapar de la vida.
La vida es una cosa terrible, llena de incitaciones y de promesas, erizada de peligros y sinsabores, como una selva virgen. Y hay quien la toma miedo, quien se siente incapaz de transitar por ella, y trata de evadirse. Al morfinómano le aterra su neurastenia o su pasado; a los partidos de derecha les sobrecoge hacer cara a la idea de que la lucha que hay entablada en la sociedad, no es un Juego de niños ni un pasatiempo, sino algo tremendamente duro, implacable, que no está en nuestras manos desconocer, y que nos pone ante el dilema de afrontarlo como una batalla o sucumbir a su violencia.
Quien ha estado en la guerra sabe que hay soldados que, en medio del diluvio de balas, esconden la cabeza en la tierra en un desesperado afán de no ver, de ignorar lo que tienen delante. Esto es lo que hace el falso cristiano y lo que hace el falso morfinómano. Irse del mundo de la realidad.
Por eso sus destinos son trágicos. Del mundo no es posible salirse si no es muriendo. Mientras estamos en la vida, todo intento de escapatoria es vano. Por más que procuremos engañanos. No conseguiremos nada; soñamos, mas el que sueña sigue siendo el mismo. Hemos saltado al reino de la fantasía, pero guardando con el salto nuestra condición de hombres de este mundo.
Pero aun más grave es la segunda cuestión, a saber: ¿Por qué estas gentes no contentas con engañarse a sí mismas, tratan de engañar a los demás? La respuesta hay que hallarla en el símil que venimos usando. Si hay seres que ingieren morfina por su voluntad, los cobardes, hay otros que la toman porque les es administrada por personas interesadas en atontecerlos; los leones del circo.
Todos hemos presenciado e! espectáculo deplorable de esos bellos leones, creados por Dios para pasear por el desierto la soberbia de sus melenas, trotando torpemente de un extremo a otro de la jaula, somnolientos y lamentables, narcotizados por el domador . Yo no sé de mejor imagen para decir lo que un falso "cristiano" de éstos hace con las gentes a quienes predica.
7) Las derechas inventan el "centrismo":
La esencia de estas prédicas podría condensarse en la siguiente frase: "Contra los abusos del capitalismo, pero sin radicalismos". En todos los escritos y discursos de esta propaganda hay siempre una de cal y otra de arena. De una parte, enemiga hacia los excesos del orden actual, cuando tales excesos presentan un cariz demasiado brusco e inhumano; de otra, enemiga aun mayor, hacia quien se disponga a combatir el sistema capitalista de un modo radical y absoluto.
Podrá parecer que esto es debido a una especial idiosincracia de estos cristianos que les hace buscar por instinto soluciones de compromiso. En realidad es todo lo contrario. Las "derechas" defienden un objetivo muy concreto y muy definido, y lo defienden con un tesón y un entusiasmo que para sus masas lo hubiera querido Jorge Sorel. Este objetivo es el capitalismo centrista, y todas las aparentes contradiciones de estos defensores suyos no son otra cosa que una táctica perfectamente estudiada y desarrollada.
En primer lugar, hoy no hay nadie que pueda declararse defensor del capitalismo abiertamente sin renunciar a arrastrar masas en pos de sí.
Todas las ideas se hacen impopulares alguna vez, y el capitalismo es ahora una de ellas. El que lo quiera defender tiene de un modo o de otro, que hacer que le combate.
Esta es la táctica de esos "cristianos", táctica habilísima que consiste en simular un ataque implacable, que, en realidad, no es otra cosa que una defensa encubierta. De ahí esa monserga de los abusos, llamando la atención de las masas hacia ellos les impiden dirigirla hacia lo esencial, que es el capitalismo mismo.
Como los chicos de la calle, arrojan puñados de barro sobre la horrenda figura del gargantúa: pero estos lo hacen para insultarlo, y aquéllos, para encubrirlo mejor y que no se le vea.
Porque, ¿es que se puede sentar plaza de anticapitalista con sólo declararse enemigo de sus abusos? Los abusos son siempre algo negativo, algo que viene a disminuir, alterándolo, el ser de aquello en que se producen. Negarlos es negar una negación, y, por tanto, afirmar ese ser en su plenitud. Querer quitarle al capitalismo sus abusos es querer un capitalismo puro, originario, quintaesenciado.
Limitarse a esto sin presentar, además, una doctrina coherente y unitaria, capaz de superar no sólo los abusos, sino los usos del orden actual, es ser tan capitalista como el que más.
Las "derechas" lo saben bien, y de ahí todo el teatro que echan a su propaganda. Necesitan que las masas no caigan en la cuenta de esa esencial falta de una doctrina nueva.
Por eso toda esa retórica, todas esas invocaciones al cristianismo y al obrero consciente, y a esas cien cosas de que están llenas sus escritos. Las masas, un poco asombradas y un poco escandalizadas de ver unas gentes tan graves gesticular así, se olvidan de lo que es esencial, a saber: que en cosas así no basta con situarse frente a lo anecdótico, no basta con andarse por las ramas. Hay que ir a la raíz. Hay, necesariamente, que ser radical.
8) Su lucha contra los radicalismos.
Este imperativo de radicalidad, de no poder limitarse a gestos declamatorios ante este o el otro abuso, esto es lo que las derechas no quieren admitir, porque quedarían desenmascaradas. De ahí la segunda parte de su lema. Obsérvese bien y se verá que el verdadero enemigo del hombre de derechas, aquel a quien éste combate sin tregua, es el radical.
En España, la mayor enemiga que ha tenido el falangismo ha venido siempre del hombre de derechas.
La cosa es clara: el radical es el anticapitalista de verdad.
No sólo combate el que un hombre pueda poner a otro en trance de morirse de hambre, sino que quiere alterar los supuestos del orden social y económico de tal modo, que la posibilidad del atropello desaparezca.
Es curioso que la propaganda derechista consiste casi siempre en presentar al radical como un insensato, como alguien que no razona. Muchas veces hasta finge una simpatía comprensiva ante él, pretendiendo justificarle por su juventud o por su impetuosidad, como sé hace ante un perturbado. Sin embargo, lo verdaderamente irracional es lo suyo: Combate los estornudos, pero se opone a la aspirina.
El radical quiere acabar con los estornudas acabando con el catarro, y razona, por tanto, igual que Santo Tomás.
Decir que se es enemigo del capitalismo, pero sin radicalismos, es decir una tontería, y la única manera de poder decirlo con aplauso es ocuparse de hacer previamente tontos a los demás.
Este oficio, al que nos referíamos hace poco, de entontecer progresivamente las masas hasta hacerlas aceptar una cosa así, viene siendo practicado con buen éxito por las "derechas" desde hace tiempo.
Se trata, en resumidas cuentas, de desprestigiar el radicalismo, de presentado como un exceso, según ya hemos dicho. En esto las "derechas" han hecho milagros. Bien es verdad que no han sido ellos solos, sino ayudados en su labor por otros capitalistas de las más varias confesiones o meramente ateos.
Lo cierto es que hoy son muchos los que oyen hablar del radical como de uno que no está sano. Por lo que respecta a las masas no comunistas, que es a las que esta propaganda se dirige, se ha conseguido que pierdan en gran parte la fe en él, en su eficacia. Es la morfina de los leones.
Mientras las masas se mantengan así, el capitalismo seguirá teniendo material humano a su disposición. Sobre todo, podrá contar con la calma y la falta de agresividad de los obreros que por una u otra razón no son comunistas. Y esto es lo que se trata de conseguir.
Claro es que para desprestigiar al radical ha habido que desprestigiar muchas cosas. Ha sido necesaria toda una campaña, en la que no hay que entrar ahora, a través de la cual se ha perseguido sistemáticamente todo lo auténtico, todo lo normalmente humano.
Ha habido que ahogar en el alma de los oprimidos todo impulso que pudiera llevarles a una acción violenta. Se ha escarnecido al santo que pudiera empujarles a la cruzada y se ha puesto en su sitio, rodeándole de un culto supersticioso, al santón. Se ha castrado a las almas espiritualmente. Hay quien de buena fe cree que así se ha logrado un ejército para oponerle al comunismo. No se ha logrado ni siquiera prolongar un día más la vida de este injusto sistema actual.
Si Dios no lo remedia, no serán estas pobres masas las que habrán de salvarnos del comunismo.
Serán más bien, porque sí querrá Dios remediarnos, otras masas muy diferentes, capaces de todo el entusiasmo, de todo el vigor y de toda la virilidad que el comunismo ha suscitado en el mundo quienes se vuelvan contra él y lo aniquilen, aniquilando al mismo tiempo, en nombre de un cristianismo de verdad, en nombre del que dijo que había venido a traer fuego a la tierra, todas las adulteraciones y todas las falsedades.
José Luis de Arrese 1947.
Hacia una nueva política. ¿Reaccionarios o Revolucionarios?
Hay, sí, que conservar, y sobre todo hay que restaurar.
Tenemos que conservar, fomentándole, el sentimiento de la unidad hispánica, el respeto sagrado a la integridad familiar, el patrimonio -harto disminuido, es cierto- de sentimiento religioso y honradez social, no menos que la fortaleza económica de pueblo independiente, todavía real a despecho de las acometidas criminales consumadas por la furia parlamentario-socialista.
Y tenemos que restaurar la fe en el destino grandioso histórico de la raza, las concepciones autóctonas de la cultura española, las costumbres cristiano-españolas para regir la administración y cumplir los deberes sociales, así como el afán de crear y la aptitud para el heroísmo, sustituidos en los últimos tiempos por la cobardía europeizante y el derrotismo individualista.
Con ese credo conservador y restaurador ya tiene la nueva política un magnífico contenido revolucionario. Poseerá la más brillante capacidad de proselitismo presentando ante el pueblo la viva protesta contra las deserciones antipatrióticas y la dilapidación traidora de energías materiales y valores espirituales en que incurre la ineptitud gobernante.
No menos tajante habrá de ser la protesta contra la tozudez del capitalismo burgués, cerrado a toda transigencia voluntaria con la ya ineludible victoria de una nueva estructura económico-social.
La invalidez de las formas capitalistas para llenar el derecho a un bienestar medio de todos los ciudadanos del Estado y equipar a la Nación para conquistas de grandeza, no puede suplirse con remiendos tacaños y tímidas concesiones.
Hay que llegar a una nueva fase económica, con el predominio sindicalista (resurrección gran industrialista de los gremios) que cierre el camino a la ciega irrupción del bolchevique, con soluciones radicales de tipo nacional.
Por otra parte, urge, como decimos, movilizar las fuerzas y las personas todas para reconstruir la Nación e imponer el seguimiento de veredas de grandeza colectiva: todo esto es un programa revolucionario más sincero que el demoliberal o el marxista.
Onésimo Redondo Ortega.
No hay comentarios:
Publicar un comentario