La forma y el contenido de la democracia

La forma y el contenido de la democracia
"Pero si la democracia como forma ha fracasado, es, más que nada, porque no nos ha sabido proporcionar una vida verdaderamente democrática en su contenido.No caigamos en las exageraciones extremas, que traducen su odio por la superstición sufragista, en desprecio hacia todo lo democrático. La aspiración a una vida democrática, libre y apacible será siempre el punto de mira de la ciencia política, por encima de toda moda.No prevalecerán los intentos de negar derechos individuales, ganados con siglos de sacrificio. Lo que ocurre es que la ciencia tendrá que buscar, mediante construcciones de "contenido", el resultado democrático que una "forma" no ha sabido depararle. Ya sabemos que no hay que ir por el camino equivocado;busquemos, pues, otro camino"
José Antonio Primo de Rivera 16 de enero de 1931

martes, 21 de junio de 2016

Programa Social Falangista, Armonía, Teoría del Salario, Trabajo y Paro.




Armonía en el Trabajo, Paz Social y Equidad en el Salario. 

 

 

 



Vamos a exponer a lo largo de estas páginas el programa social del nacional-sindicalismo, y para mejor seguirlo vamos a empezar por hacer un capítulo guión.

El problema social, en su aspecto económico, gira alrededor de un solo hecho: el de la producción de la riqueza.

Por eso el nacional-sindicalismo hace su revolución de dos maneras, correspondiente una a la riqueza y otra a la producción :

1º Implantando la justicia en los tres brazos de la "riqueza", o sea en el trabajo (factor de la riqueza), en la propiedad (dominio de la riqueza) y en el capital (riqueza destinada a producir).

2º Implantando la Armonía en los tres elementos de la "producción": empresario, técnico y obrero.

Nuestro estudio, por tanto, ha de seguir el gráfico siguiente:




Revolución Social.


Ahora bien; muchos creen que nuestro programa está basado en principios completamente nuevos. Nada de eso.

Queremos, sí, hacer la revolución social; pero revolucionar no es solamente "crear", es también "volver" a la verdad cuando esa verdad se ha perdido.

Podríamos crear una justicia si no hubiera existido nunca o si pudiera haber varias distintas.

Pero el mundo nació con leyes de inconmovible justicia; lo que pasó fué que alrededor de esas leyes, la avaricia y la picardía de los hombres fueron amontonando privilegios injustos, hasta hacer que esa justicia social quedara completamente desfigurada por tales privilegios, hasta hacer que ya solamente por un gran espíritu de ironía pudiéramos seguir llamando justa a la situación económica del mundo actual.

Por otra parte, la justicia, como la verdad, es única; por tanto, no podemos crear una nueva, sino simplemente descarnarla, desnudarla de los privilegios injustos, volver a la primitiva.

Es decir, que para hacer la reforma pretendida tenemos que empezar por conocer a fondo el origen y la esencia de esos principios eternos.

Pues bien; eso es lo que ha hecho también el nacional-sindicalismo.

Para eliminar lo añadido al espíritu primitivo de justicia, empieza primero por conocer ese espíritu, luego, por comparación con el espíritu actual, separa lo sustancial e inconmovible de lo degenerado y añadido.

Nuestro programa, por tanto, si es nuevo es de puro antiguo y olvidado.

Además, no queremos novedades; si nuestra revolución fuera de novedades, no sería definitiva.

Las novedades tienen el inconveniente de que se pasan pronto. Los principios nuevos envejecen; en cambio, los principios ínconmovibles son eternos.

No es nuevo, no, nuestro programa (lo inmutable nunca es nuevo, pero tampoco es viejo), y lo confesamos ingenuamente. Como Botton, el sencillo carpintero de Shakespeare, salimos a
la escena antes de vestirnos de nuestro programa para decir al mundo que nuestros principios son los de siempre y que nuestros ropajes son simplemente la adaptación de aquellos principios a la civilización que marcha y a los nuevos problemas de la vida. Salimos para decirle que somos sencillamente Botton.

Empecemos, pues, hechas estas aclaraciones preliminares, el capítulo guión que nos proponíamos, siguiendo el gráfico arriba expuesto.


Concepto de Trabajo (aplicación del esfuerzo humano a la producción de la riqueza) .


Hoy no sentimos perentoriamente la necesidad de lo imprescindible.

Nacemos a una civilización en marcha y encontramos abiertos los caminos de la vida. Pero ¿es esto causa suficiente para que nos creamos convidados a esa vida? ¿Para que nos creamos con derecho al trabajo de los demás? ¿ Quién nos ha dado ese derecho? ¿Quién nos ha redimido del mandato divino? ¿No seguimos naciendo desnudos y sin privilegios?

No fué el hombre el que se obligó a sí mismo al trabajo, sino Dios; luego no es el hombre el que se puede redimir del trabajo a sí mismo, sino Dios, y Dios no ha dado a los hombres de hoy privilegios que no tuvieron los hombres de ayer. Por tanto, seguimos teniendo la obligación de trabajar.

Pero toda obligación implica el derecho a poder cumplirla: la obligación de vivir trajo consigo el derecho a la vida, y el derecho a la vida y la obligación de trabajar, el derecho al trabajo corno único medio lícito para proporcionamos lo necesario para esa vida y cumplir nuestra obligación.

Este derecho no fué reclamado hasta que no hubo más trabajadores que trabajo. Entonces el paro obrero planteó un problema:

¿tiene el Estado obligación (obligación estricta, no obligación de conveniencia) de absorber el paro?

Es triste decirlo; pero este derecho al trabajo, tan cristiano y tan primitivo, no fué reconocido hasta la constitución francesa de 1848, y no como principio cristiano y primitivo, sino como triunfo revolucionario.

Así andaba el mundo de olvidadizo, que llamaba nuevos y revolucionarios a los principios más viejos y fundamentales.

El nacional-sindicalismo condensa la obligación y el derecho del trabajo en los puntos siguientes:

Punto 15: "Todos los españoles tienen derecho al trabajo. Las entidades públicas sostendrán necesariamente a quienes se hallen en paro forzoso. Mientras se llega a la nueva estructura total, mantendremos e intensificaremos todas las ventajas proporcionadas al obrero por las vigentes leyes sociales."

Punto 16: "Todos los españoles no impedidos tienen el deber del trabajo. El Estado Nacional-sindicalista no tributará la menor consideración a los que no cumplen función alguna y
aspiran a vivir como convidados a costa del esfuerzo de los demás."


Concepto de Propiedad.


Del derecho a la vida nace también el derecho a la propiedad. 

En efecto: el primer hombre, al necesitar comer, buscó lo que le podía servir para su alimento y lo tomó, es decir, se apropió de ello. Después guardó lo que le sobró para otro día, para el invierno, para otros años y, por último, para sus hijos; es decir, fué creando las diversas etapas de la propiedad.

Todos los hombres tenían derecho a la vida, luego todos tenían que respetar lo apropiado por los anteriores, pero también todos tenían derecho a apropiarse a su vez de lo que necesitaran.

Llegó el momento en que ya no había de qué apropiarse, Entonces los hombres, que ya se habían olvidado de que todos tenían derecho a la vida, dejaron que unos tuvieran de sobra mientras otros se morían de hambre. No se quisieron acordar de que la propiedad no nacía con un cartelito destinatario, sino con una doble misión individual y social que cumplir.

El nacional-sindicalismo dedica a la propiedad los siguientes puntos:

Punto 12: "La riqueza, tiene como primer destino (y así lo afirmará nuestro Estado) mejorar las condiciones de vida de cuantos integran el pueblo. N o es tolerable que masas enormes vivan miserablemente mientras unos cuantos disfrutan de todos los lujos."

Punto 13: "El Estado reconocerá la propiedad privada como medio lícito para el cumplimiento de los fines individuales, familiares y sociales, y la protegerá contra los abusos del gran capital financiero, de los especuladores y de los prestamistas."

Concepto de Capital.


Es la acumulación de la riqueza, que tiene por destino producir.

En un principio fueron los aperos, la tierra, el ganado (capital viene de caput, cabeza de ganado) los que constituyeron el capital, y se cumplía exactamente la función de cada uno. Pero poco a poco, con los distintos inventos, fué el hombre desviándole de la función primitiva y creando el capitalismo.

Por ejemplo, el capital industrial.

En el siglo XVIII se inventó la máquina. En un principio, los útiles de transformación no tenían casi valor, y el capital industrial cumplía su misión sin dificultad. La lezna era del zapatero y servía al zapatero, la sierra del carpintero y servía al carpintero, el hacha del leñador, etc., etc.

Pero la máquina era costosísima y el hombre descubrió una manera de vivir sin trabajar, especulando con ella. Fundó sociedades anónimas, compró máquinas, y en vez de prestárselas al trabajador para que siguiera produciendo como antaño, compró también el trabajo del hombre mediante el salario y se transformó en amo, es decir, creó el capitalismo industrial.

Otro ejemplo tenemos en el capital financiero. El dinero nació simplemente como un elemento de cambio. El cambio se hacía primero directamente, producto por producto; pero pronto se vió la necesidad de crear una moneda: "una mercancía intermedia que sirva para facilitar los cambios".

Y después de sucesivas modificaciones, se creó el dinero respaldado por la autoridad del Estado; esto es, el dinero troquelado.

Luego el dinero nació única y exclusivamente como elemento de cambio. Pero el hombre, olvidando pronto su origen, vió en él otra manera de vivir sin trabajar: prestar al que no lo tiene. Y se creó el poderío del dinero, la dictadura del oro, la Banca, es decir, el capitalismo financiero anónimo y explotador, y de un elemento de cambio se hizo un elemento de lucro y de dominio con el que vivir sin trabajar y esclavizar a las masas.

Un tercer ejemplo lo tenemos en el capital agrario. 

Al principio, el señor era el labrador directo o indirecto de sus propias tierras. Esta forma no sólo fué la patriarcal del Antiguo Testamento, sino la que con diversas adaptaciones llegó a nuestros abuelos.

Para éstos, su casa era la hacienda, en la que no había amos ni colonos, sino padres e hijos; en la que él miraba por ellos y ellos miraban por la hacienda como por cosa propia; en la que al caer la tarde rezaban todos juntos el santo Rosario, esa oración tan española, recuerdo de dos grandes recuerdos de nuestra historia: Santo Domingo y Lepanto.

Después, las ciudades fueron destrozando esta vida patriarcal. El señor 'se fué a la ciudad, y poco a poco se olvidó del campo; cuando iba, ya no era a ver sus tierras, a enterarse de las necesidades de cada uno, sino a cazar, a divertirse; ya no iba con su familia, sino con sus amigos de la ciudad, y lo que era peor, con los vicios de la ciudad.

Se bailaba, se bebía, y por la noche ya no se reunían todos en el amplio zaguán de la casa para rezar el santo Rosario.

Ya no pasaban sus mismas inquietudes ni sabían de sus penas ni de sus necesidades, ni era ya el paño de lágrimas. También los colonos fueron cambiando con este abandono: los viejos, murmurando con nostalgia; los jóvenes, con odio.

Las tierras ya no fueron fuente de producción (capital agrarío), sino de lucro (capitalismo agrario). Ya no interesaba si las tierras daban trigo o aceite, sino si daban tanto o cuanto dinero.

El nacional-sindicalismo no consentirá que el capital caiga en capitalismo, y dedica a ello los dos puntos siguientes:

Punto 10: "Repudiamos el sistema capitalista, que se desentiende de las necesidades populares, deshumaniza la propiedad privada y aglomera a los trabajadores en masas informes propicias a la miseria y a la desesperación"

"Nuestro sentido espiritual y nacional repudia también el marxismo. Orientaremos el ímpetu de las clases laboriosas, hoy descarriadas por el marxismo, en el sentido de exigir su participación directa en la gran tarea del estado nacional."

Punto 14: "Defendemos la tendencia a la nacionalización del servicio de Banca, y mediante las corporaciones, a las de los grandes servicios públicos."

La segunda parte de nuestro programa se refiere a la armonía.

En un principio, la armonía entre los elementos productores era completa; no se conocía el salariado frío y escueto de nuestros días, esa valla que divide a los productores, y reinaba entre ellos una organización gremial en la que no iban los unos a explotar a los otros, sino todos a la tarea común de la producción.

Después, el capitalismo por un lado y el marxismo por otro, se encargaron de divorciar y hasta de presentar a los unos como antagónicos de los otros, formando las clases sociales.

El nacional-sindicalismo no acepta la situación presente.

Parte del supuesto de que los productores no se reúnen para luchar entre sí, sino para producir, y los organiza no como a luchadores en bandos opuestos, sino como a productores en el mismo bando.

El nacional-sindicalismo borra todo lo que sea abuso, explotación, rencor, y vuelve a la armonía primitiva entre el patrono, el técnico y el obrero: al gremio, al sindicato.

Punto 9: "Concebimos a España en lo económico como un gigantesco sindicato de productores. Organizaremos corporativamente a la sociedad española mediante un sistema de sindicatos verticales por ramas de la producción, al servicio de la integridad nacional."

Punto 11: "El Estado Nacional-sindicalista no se inhíbirá cruelmente de las luchas económicas entre los hombres ni asistirá impasible a la dominación de la clase más débil por la más fuerte. Nuestro régimen hará radicalmente imposible la lucha de clases, por cuanto todos los que cooperan a la producción constituyen en él una totalidad orgánica. 
Reprobamos e impediremos a toda costa los abusos de un interés parcial sobre otro y la anarquía en el régimen del trabajo."

Ya tenemos, por tanto, marcado el camino de nuestra revolución social.

Hagamos un sistema basado en los cuatro principios fundamentales expuestos, un sistema no de clases, no de capitalistas ni de proletarios, sino de productores.

Hagamos un sistema en el que el trabajo sea para todos una obligación y un derecho, en el que la propiedad sea amparada y respetada como se merece, pero cumpliendo su doble misión social e individual; en el que el capital sea una fuente de producción, pero no de lucro; en el que patronos, técnicos y obreros sean, en proporción al esfuerzo de cada uno, los únicos copartícipes del beneficio producido, sin odios, sin clases, y habremos hecho la verdadera revolución social.

Justicia y armonía: ése es nuestro programa.

El marxismo opuso al privilegio liberal el privilegio marxista; a la injusticia liberal, la injusticia marxista. Siguió explotando la gran mentira de la demagogia.

A nosotros nos repugna esa mentira frívola del privilegio y la injusticia, y nos repugna porque sabemos que no hay paz posible, que no hay armonía posible si no están basadas en la verdad y en la justicia estricta.

Porque sabemos que el privilegio y la injusticia crean la desigualdad recelosa y la guerra latente entre los de arriba, que se afanan por conservar sus posiciones, y los de abajo, que se revuelven por conseguírlas.

Nosotros borramos del diccionario la palabra privilegio.

Nosotros daremos al obrero, al técnico y al empresario todo, absolutamente todo lo que sea justo; pero ni un ápice más de lo que sea justo.

Y lo decimos ahora, cuando la promesa fácil podría conseguirnos el frenesí de las masas. Pero no queremos engañar; el obrero no es un juguete, el obrero es digno de ser tratado como hombre, cara a cara; y cara a cara, hombre a hombre, no se miente.

Obrero, patrono, técnico, desde ahora te decimos: no sigas adelante si esperas encontrar en nuestras líneas un derecho que no te corresponda, una postura que no s-ea justa, una desigualdad que te favorezca .

Y una nota final: el que lea estas páginas echará de menos el estudio a fondo del problema agrario. El nacional-sindicalismo dedica seis de sus más intensos puntos iniciales y gran parte de su mejor literatura a la tierra. Nosotros, dada la importancia enorme de tan trascendental problema (el más importante de España), creemos que merece un estudio aparte, y para él dejamos el análisis de la revolución agraria.

En estas líneas, sin perder completamente de vista al campesino, hablaremos casi exclusivamente del problema social industrial.


Teoría Falangista del Trabajo.




El trabajo en el nacional-sindicalismo nace con sus cuatrocaracterísticas principales:

1ª. Obligatoriedad del trabajo.

2ª. Derecho al trabajo.

3ª. Dignidad del trabajo.

4ª. Pluralidad de trabajos.

Obligatoriedad.-


El hombre no sintió necesidad de trabajar hasta que no sintió la necesidad de comer, y por eso los que nacen a un bienestar se creen sin aquella obligación.
Pero la necesidad de trabajar no es la esencia, sino la consecuencia de la obligación. No se hizo el trabajo porque había necesidades sino que las necesidades fueron las que nos recordaron la obligación de trabajar.

Por tanto, no sentir este recordatorio no es no tener esa obligación.

En la vida tenemos que trabajar, como en el agua tenemos que flotar para vivir, no sólo porque queramos conservar la vida, sino porque, queramos a no, es ley del agua y de la vida no sostener al hombre.

Si fuera sólo por conservar la vida, el que la pudiera conservar sin trabajar estaría redimido del trabajo, y no es así.

Cierto que en la vida, como en el agua, hemos construído naves que llamamos riquezas y que la seguridad de esas naves nos ha hecho olvidar la ley del trabajo; pero las riquezas, como las naves, no están hechas para vivir en ellas como eternos pasajeros, sino para flotar más fácilmente.

Las riquezas, como las naves, nos dan derecho a elegir el puesto de trabajo; pero no el privilegio de vivir sin flotar. Sin ellas tendríamos que flotar nadando; con ellas podemos flotar pilotando, manejando el timón, etc.; pero con ellas o sin ellas, tenemos que vivir flotando.

No es que en las naves no vayan pasajeros; pero el ir de pasaje es una forma transitoria, como en la vida vamos cuando somos niños o estamos impedidos, y hacer de esta forma transitoria un oficio definitivo no es justo, y por tanto no lo podemos consentir.

Luego el trabajo sigue siendo obligatorio para todos. "Tenemos que imponer el trabajo; tenemos que acabar con todos los parásitos".

El nacional-sindicalismo reconoce en uno de sus puntos esta obligatariedad : "Todos los españoles no impedidos tienen el deber del trabajo. El Estado Nacional-sindicalista no tributará la menor consideración a los que no cumplan función alguna y aspiren a vivir como convidados a costa del esfuerzo de los demás".

Derecho.-


El trabajo es también un derecho. El hombre tiene derecho a la vida; luego tiene derecho al trabajo, que es el medio natural para mantener esa vida. 

El Estado por tanto, que es el amparador de los derechos del hombre, tiene la obligación de velar no sólo para que todos trabajen, sino para que todos tengan trabajo.

Más aún: tiene la obligación de (cuando no hay trabajo que proporcionar) mantener al parado, aunque, claro está, el subsidio del paro es la peor de todas las soluciones, como veremos en el capítulo del paro obrero.

"Todos los españoles tienen derecho al trabajo. Las entidades públicas sostendrán necesariamente a quienes se hallen en paro forzoso".

Dignidad.-


La dignidad del trabajo radica en su origen espiritual.

No se hizo en virtud de las necesidades fisiológicas del estómago, sino del alma que delinquió. El trabajo es una expiación; expiar un delito no es denigrante; no tener la gallardía de expiarlo, sí. Solamente el Cristianismo ha tenido esta visión perfecta de la dignidad del trabajo.

Entre los griegos y los romanos, para los ignorantes y los filósofos, el trabajo envilecía; sólo el sacerdocio y la milicia eran profesiones nobles.

Para el marxismo, rabiosamente materialista, el trabajo tiene una función meramente productora, meramente económica; nada hay en él de elevado: es una esclavitud, y una esclavitud tan dura, que para dorarla la adora. Como algunas tribus africanas adoran a los cocodrilos para que no les hagan daño.

Para el nacional-sindicalismo, como para la civilización cristiana, el trabajo no tiene un fin secamente utilitario, el obrero no es simplemente un instrumento de producción; eso sería empequeñecer al hombre, poniéndole al servicio del dinero. El obrero es mucho más; pero no por ser obrero, sino por ser hombre.

"No caigamos en la idolatría proletaria o en la cobardía de decir que el obrero, por serlo, es un dechado de virtudes.
Los hay buenos y malos. Tienen los vicios y las virtudes de los demás mortales. Por consiguiente, ni los adoremos como a dioses ni los tratemos como a bestias. Veamos en ellos a hombres como nosotros, nuestros semejantes, con iguales derechos e iguales obligaciones".

Nosotros hemos de hacer que vuelva la poesía a la vida y al trabajo; pero no deificando la materia, sino haciendo que vuelva el hombre a tener conciencia de su dignidad y de la dignidad del trabajo; haciendo que vuelva a considerarse superior a la producción y con fines más elevados; haciendo que vuelva a saber que tiene alma "susceptible de salvarse y de condenarse", y que en ser atributo de esa alma, no en ser factor de la producción material ni del aprovisionamiento del estómago, radica la dignidad y la importancia del trabajo.

Pluralidad de Trabajos.


Por último, es también un principio básico del nacional-sindicalismo la pluralidad de trabajos basada en la pluralidad de aptitudes y vocaciones.

Para el marxismo no hay más trabajo que el trabajo corporal, como no hay más forma de vida que la material; no concibe el trabajo del espíritu, como no reconoce la existencia del alma, sino vivificando la materia.

Más aún: el marxismo sólo llama trabajadores a los que emplean sus músculos al servicio de la producción, y llama capitalista y explotador del trabajo ajeno al patrono (humilde la mayoría de las veces y trabajador incansable casi todas). El técnico mismo es un burgués de la producción.

Para el marxismo, la palabra trabajador es un banderín de enganche,

Para el nacional-sindicalismo, en el que todos, absolutamente todos, serán trabajadores, la palabra trabajador carecerá de significado exclusivista.

El que en España no trabaje no será capitalista, ni burgués, ni rentista, ni paseante en corte, sino vago, parásito, y con él no formaremos, como el marxismo, la fauna de los privilegiados, sino la clientela de la ley de vagos.

Habrá jerarquías profesionales porque hay calidades de trabajos; pero no habrá jerarquías de trabajadores y no trabajadores, jerarquías de quienes trabajen y quienes vivan del trabajo ajeno.

Trabajador, en el nacional-sindicalismo, no es sinónimo de obrero manual. Trabajador es todo aquel que realice una labor positiva para la comunidad.

Nosotros no diremos que "España es una República de trabajadores" (nunca hubo en España menos trabajo que entonces) ; pero nuestra España nacional-sindicalista será una enorme y única colmena de la que se expulsará a todo el que no cumpla función determinada, y en la que habrá muchas funciones que realizar.

"Queremos que todos se sientan miembros de una comunidad seria y completa. Es decir, que las funciones a realizar son muchas. Unos con el trabajo manual, otros con el del espiritual, algunos con un magisterio de costumbre y de refinamientos; pero en una comunidad tal como la que nosotros apetecemos,sépase desde ahora, no debe haber convidados ni debe haber zánganos".

Y de estas cuatro conclusiones deducimos la nueva organización del trabajo.

En el nacional-sindicalismo todos serán trabajadores, y habrá trabajadores en todos los órganos de la vida. Trabajadores del espíritu y trabajadores de la materia.

Los trabajadores del espíritu serán los portavoces de nuestra religión y de nuestra cultura, de nuestra moral y de nuestra inteligencia.

Los trabajadores de la materia serán los artífices de la economía nacional, y se llamarán productores.

Entre éstos no se concebirán diferencias de clase; todos, absolutamente todos, serán igualmente productores, y por tanto, todos, absolutamente todos, tendrán los mismos derechos y las mismas obligaciones.

Productor será el patrono que pone el dinero y la organización comercial, es decir, el trabajo de empresa. Productor será el técnico que pone la dirección científica. Productor el obrero que pone el trabajo manual.

El nacional-sindicalismo no viene a marcar supremacías de grupo; ni es un partido capitalista, ni es un partido proletario; por tanto, ni tolera que todos los beneficios de la producción sean para el patrono, como quieren los liberales, ni que todos sean para el obrero, como quieren los marxistas.

Que tan absurdo nos "parece que el producto del trabajo de cada uno vaya a la comunidad como que el producto del trabajo de la comunidad quede en beneficio exclusivo de unos cuantos privilegiados capitalistas" .

Antes, el patrono decía al obrero y al técnico: "Yo tengo dinero, vosotros tenéis músculos y cerebro; pero como lo principal es el dinero, poneros a mi servicio, trabajad para mí; yo os daré por vuestro trabajo el salario y el sueldo que necesitéis para vivir y me quedaré con la ganancia que produzca vuestro esfuerzo."

Y el obrero y el técnico, que tenían músculos y cerebro, pero no tenían dinero, vendían su esfuerzo como quien vende una mercancía, y bajaban a ser dependientes del dinero.

De ahí que cuando ese esfuerzo no producía lo suficiente, se sustituía al obrero por la máquina, y de ahí las castas de compradores y vendedores de trabajo.

Ya estaba el hombre por debajo de la materia; ya estaba la sociedad al servicio de un elemento que nació para estar al servicio de la sociedad.

En el nacional-sindicalismo, el patrono, el técnico y el obrero no serán castas que se diferencian en tener o no tener dinero, sino colaboradores en la magna y común tarea de la producción, socios que se necesitan porque se completan y que se juntan porque separados no podrían hacer nada.

En el nacional-sindicalismo, el patrono dirá al técnico y al obrero: "Yo tengo dinero; vosotros, cerebro y músculos; formemos una sociedad entre los tres a la que cada cual aporte lo que tenga y en la que todos seamos igualmente productores."

Y el obrero y él técnico no estarán por debajo del patrono ni por encima tampoco, como querían algunos, sino a la misma altura .

Obrero: te engañaban los que te decían que eras el único trabajador y los que te decían que, como tal, eras el único productor y los que, como tal, te mentían que eras el único amo.

Te engañaban los que te decían que sólo tenías derechos; te engañaban y te insultaban, porque tú eres libre, y como tal tienes derechos, sí, pero también obligaciones. Los mismos derechos y las mismas obligaciones que los demás hombres libres. ¿Por qué te habían de humillar a ti, considerándote irresponsable? Nosotros ni venimos a engañarte ni a insultarte. Ni te negaremos lo que otros te negaban siendo justo ni te daremos lo que otros te prometían siendo injusto.

Nosotros te daremos lo que en justicia te corresponda, y te lo daremos, no como migaja ni como botín de robo: te lo daremos como derecho, porque siendo tuyo tienes derecho a recíbirlo.

Y te daremos, además, lo que nadie te ha prometido hasta ahora, porque a nadie le interesaba; te daremos un puesto en España, te meteremos en el alma de España y serás alma y parte integrante de España, con tus derechos y tus obligaciones, con tu personalidad clara, definida y robusta de hombre libre y de español. ¡Serás España!

Y tu puesto estará ni más alto ni más bajo que el de los demás españoles; estará a igual altura; serás igual que todos ellos. ¿No es ésta la verdadera igualdad?



Teoría Falangista del Salario.



Pago del trabajo obrero.

Hemos hablado del trabajo y hemos dicho que en el trabajo material patronos, técnicos y obreros son los tres elementos productores y que tan trabajadores son los unos como los otros.

Ahora vamos a hablar del pago al trabajo, y aunque seguiremos conservando esta- pluralidad característica de nuestro Estado, dedicaremos estos capítulos al pago del trabajo obrero.

De todos los sistemas propugnados por los sociólogos modernos para el pago de ese trabajo, dos son los principales que vamos a estudiar.

El sistema de compañía y el sistema de salario.

Aquél consiste en que el patrono pone el dinero y la dirección; el obrero, el trabajo, y ambos van a las partes en pérdidas y ganancias. Es el más antiguo conocido, y con pequeñas variaciones es el practicado durante todo el período gremial.

El sistema de salario es aquel en el que el obrero vende su trabajo mediante un tanto diario o jornal (journal). Es el más moderno, y no tuvo verdadera importancia hasta el advenimiento del industrialismo.

Parece a primera vista que el sistema más de acuerdo con los principios de la dignidad humana es el sistema de compañía.

Pero bien pronto se echa de ver que el obrero no puede esperar a que la empresa gane ni vivir cuando la empresa pierde.

Por otra parte, el sistema de salario tiene el inconveniente no de que sea injusto por mezquino (si su injusticia estuviera en su magnitud, fácilmente volvería a' ser justo), sino de que es disolvente y antieconómico.

- Disolvente porque divide a la sociedad en dos grupos de vendedores y compradores de trabajo y

- antieconómico porque hace que uno de esos grupos, el de vendedores, se sienta completamente desligado de la función que realiza.

En efecto; los asalariados no van a producir más y mejor, sino a ganar el salario; no les importa la empresa, sino el jornal.

Y "esta relación bilateral del trabajo", esta dualidad entre ganancias y salarios hace que el trabajador empiece por considerarse ajeno a los intereses de la producción y de la ganancia y acabe por odiar esos intereses.

Pero nosotros preguntamos: ¿no es productor el que produce? Y la ganancia producida, ¿no es del que la produce? Entonces, ¿por qué se considera al obrero como un simple vendedor de su esfuerzo muscular y no como un productor? ¿Por qué se le aleja del interés de la empresa con el pago de un salario y no se le asocia a la ganancia?

Mal está el sistema de compañía en cuanto que no se amolda a la resistencia económica del obrero; pero peor está el sistema de salario, que disgrega la sociedad y sacrifica a unos productores en beneficio de los otros.

El nacional-sindicalismo opta por un sistema intermedio.

Un sistema que tiene del de compañía el considerar al trabajador como un socio productor que aporta su trabajo y produce sus beneficios, y en consecuencia gana proporcionalmente a esos beneficios; pero del que se han eliminado sus dos defectos principales: tener que esperar a que la empresa gane para cobrar y perder cuando la empresa pierde.

El primer defecto lo ha solucionado continuando con una especie de salario, y digo especie porque en realidad no es un pago que excluye ulteriores derechos a los beneficios producidos, como es el salario característico, sino un anticipo de las ganancias que en su día le correspondan y se repartan.

El segundo defecto lo solucionamos con la constitución misma del nacional-sindicalismo, como veremos más tarde, ya que el nacional-sindicalismo, al considerarse productor nacional, acude a las pérdidas de los unos lo mismo que limita las ganancias de los otros y se reserva el exceso.

Ahora bien; pudiera parecer que al ser antisalaristas vamos de acuerdo con el marxismo.

De ninguna manera.

Nosotros estamos de acuerdo con él en reconocer que el obrero es productor de la ganancia; pero no caemos en el servilismo de creer que solamente el obrero es el que produce y que el trabajo se debe medir solamente en cantidad y no en calidad.

Si mil trabajadores fabrican en una hora un automóvil, gracias a los útiles, organización y medios que pone a su alcance la empresa, ¿pudiéramos decir que sin esos útiles, esa organización y esos medios un obrero, trabajando mil horas, es decir, empleando igual cantidad de trabajo, llegaría al mismo
resultado?

Pues si no lo consigue, hay que admitir que la "plus valía” (como la llama Marx) de ese automóvil no es debida solamente al trabajo manual, ya que en igualdad de esfuerzos no tenemos igualdad de resultados, sino también a la empresa y a la técnica que ha producido así un beneficio sin explotar por ello más o menos al trabajador.

Y no se diga, como lo hace Marx, copiando de Proudhon, que esto se debe al "esfuerzo colectivo", que es mayor que el esfuerzo individual.

Porque este esfuerzo, implacable para los marxistas y que sólo lo reconocen para llamarle colectivo y reclamarlo para el obrero ("el patrono no paga a sus obreros más que el esfuerzo individual, guardándose para sí el esfuerzo colectivo", dice Marx), ni es esfuerzo obrero ni es colectivo, porque ni es debido a una mayor o menor cantidad de trabajo manual ni a una mayor o menor cantidad de obreros.

Más aún: cuanto mayor es una empresa, mayor es el beneficio; pero no sólo sin ser en proporción mayor la cantidad de trabajo, sino, por el contrario, la mayoría de las veces siendo menor, es decir, ahorrando trabajo y mano de obra.

Ese esfuerzo, por tanto, no es esfuerzo colectivo, es esfuerzo de organización de la empresa y de dirección de la técnica; es trabajo del capital y trabajo de la técnica, ya que solamente está en función de esa técnica y de ese capital.

Luego estos dos elementos también son factores de la producción, y en consecuencia también tienen derecho a los beneficios.

Nos diferenciamos también de los marxistas al no retribuir el trabajo según su cantidad, sino según su calidad.

No extrañe que, al hablar de Marx y su doctrina, digamos "copiando"; todas sus teorías las encontramos, antes que en él, en otros escritores. Rodbertus dijo de Marx que le "había saqueado sin nombrarle", y Gaston Richard se pregunta: "¿es posible hallar en Marx una idea que no haya sido expuesta antes con igual claridad y más fuerza por escritores del período llamado utópico?".
Según Gonnard (Historia de las Doctrinas Económicas, cap. VII, "Marx y el marxismo"), la teoría del materialismo histórico se encuentra en muchos autores anteriores, como lo demuestra E. Worms (Filosofía de las Oiencias Morales), Andler (Oomentarios al Manifiesto Comunista), Malthus, Turgeon, Richard, etc. 

La teoría de la lucha de clases está en Mirabeau, Turgot, Mercler, Baboeuf, Stein, Saint-Simon, Gulzot, Say, etc. 

La teoría del valor está en Smlth y Ricardo.

La teoría de "plus valía", en Thompson, Proudhon y Quesnay.

La de proletarlzaclón creciente, en otros muchos socialistas, ete., etc.

Ellos dicen: como el esfuerzo y no la habilidad (es decir, la cantidad y no la calidad) es lo único que depende de la voluntad del hombre, ese esfuerzo es lo único que merece premio, ya que premiar otra cosa sería, además de injusto, volver a las castas y a dejar irredentos a los desheredados de la naturaleza; es decir, a seguir con las desigualdades.

Pero ¿qué conseguirán igualando las retribuciones? ¿Igualar las habilidades? No. 

¿Igualar los esfuerzos? Tampoco; por que el hábil siempre realiza menos esfuerzo.

Luego, en definitiva, no habremos hecho más que añadir a la desigualdad de las habilidades la desigualdad de los esfuerzos.

Esta es la igualdad marxista.

Nosotros, en cambio, preguntamos: ¿no es más igualdad pedir a todos su máximo esfuerzo y luego dar más al que rinde más y menos al que rinde menos?

¿Es justo que gane lo mismo un aprendiz que el maestro? ¿Es justo que la retribución del trabajo no guarde relación con el trabajo mismo?

Si fuera posible, como dice Proudhon, "inmovilizar las funciones puramente intelectuales para que la sociedad se acercase cada vez más a la naturaleza", no cabe duda que sería posible armonizar el contrasentido marxista de igualar los salarios y entregar al obrero el valor del trabajo realizado.

Porque mientras haya desigualdad de inteligencias y de aptitudes, habrá desigualdad de trabajos realizados y habrá desigualdad de beneficios y retribuciones.

Pero volviendo al tema del trabajo. Decíamos que el pago del trabajo (y podemos referimos al trabajo de los tres elementos productores) se componía en el nacional-sindicalismo de dos partes:

1ª Una cantidad fija (interés a la empresa, sueldo al técnico y salario al obrero) como anticipo sacado de los beneficios futuros, para cubrir las necesidades de la vida.

2ª Una cantidad variable, que será el resto de los beneficios que a cada elemento (empresa, técnica y mano de obra) correspondan según su participación en la producción de esos beneficios.

Pero prescindamos nuevamente del capital (cuyo interés señalará el Estado de acuerdo con el riesgo de la empresa). Y de la técnica (cuyo sueldo regulará por su responsabilidad, intervención, etc.) y cuyas participaciones variarán en cada caso; y prosigamos el estudio del pago del trabajo obrero.

El salario es el resultado de un trabajo.

Ese trabajo produce un valor, luego el salario debe ser proporcionado al valor del trabajo realizado.

(Es verdad que en nuestro sistema el beneficio paga el valor del trabajo realizado; pero el beneficio es una cosa problemática y el trabajo una cosa cierta, y por tanto no se puede dejar sin fijar, por lo menos, una cantidad cierta y justa.)

Por otra parte, el hombre tiene derecho a vivir de su trabajo, y las necesidades de la vida del hombre varían en cada caso con su estado de salud, número de familia, etc., y pueden llegar a superar en muchos casos el valor del trabajo realizado.

¿Cómo hermanar estas dos realidades?

Muchos han creído solucionar esto con la creación del salario máximo, es decir, valorando el trabajo por las necesidades máximas del trabajador.

Pero esto es inadmisible, porque  

- ni mide el valor del trabajo realizado (justicia conmutativa)

- ni mide las necesidades del individuo (justicia equitativa),

que son las dos justicias que nosotros juntamos para hacer nuestra justicia social.

Nosotros solucionamos todas estas dificultades de la siguiente manera:

1ª Creamos el salario justo, que es aquel con el que se conmuta el valor del trabajo realizado por el precio de la mercancía; pero fijando este precio de tal manera que haga que este valor sea, por lo menos, suficiente para que viva con él un obrero de necesidades mínimas (justicia conmutativa).

2ª Creamos el salario familiar, por el que se reparte equitativamente, según las necesidades familiares del obrero, un sobresalario que aumenta con dichas necesidades (justicia equitativa).

Esta es la consecuencia lógica del reconocimiento de los derechos morales del trabajador.

En efecto; todo hombre tiene dos derechos morales:

1º Conmutativo.- EI individuo tiene derecho al trabajo; pero este derecho se basa en el derecho que por naturaleza tiene a la vida, porque es el medio natural que tiene para no morirse de hambre.

Por tanto, la retribución de ese trabajo tiene que ser tal que satisfaga las necesidades de esa vida. Es decir, el hombre tiene derecho a vivir de su trabajo.

2.° Equitativo.- El hombre tiene la necesidad de la continuación de la especie. No es una obligación (respetamos el voto de castidad) ; pero de su misma libertad se deduce que el que la elige se obliga.

Si observamos a la naturaleza, vemos en todos los animales un instinto de obligaciones mutuas. El macho cuida de proteger a su familia y de que no falten en su nido las subsistencias necesarias. La hembra, por otra parte, cuida de alimentar a sus crías y de enseñarles la vida. Hasta el mismo Darwin, en su teoría del mejoramiento animal, reconoce que este instinto es ley para la especie humana.

Ahora bien; si el ama de casa debe cuidar de los quehaceres domésticos y de la educación y crianza de sus hijos, no cabe duda que al mismo tiempo no puede abandonar esa crianza, esa educación y esa casa para dedicarse al trabajo ajeno; pero, por otra parte, no por eso deja de consumir.

Luego el trabajador debe ganar no sólo para su propio sustento, sino para sustentar a su mujer y a sus hijos; porque es antihumano el trabajo de la mujer casada y de los hijos que no hayan llegado a un desarrollo y una educación suficiente para que el trabajo no sea perjudicial a su alma y a su cuerpo.

Estos son los derechos morales del trabajador y los que marcan la dignidad del salario, porque si pusiéramos al hombre en función de la materia en vez de la materia en función del hombre, tendríamos que fijar el salario escuetamente por el valor del trabajo realizado, ya que a nadie se le ocurrirá que dos mercancías idénticas tengan valores distintos porque una la haya fabricado un soltero y la otra un padre de ocho hijos, ni que el trabajo es mayor o menor por el mayor o menor número de familia.

Hemos dicho, por último, que el salario máximo es injusto, y aunque no aceptamos las teorías de Malthus y de David Ricardo de que todo aumento de salario produce en definitiva baja de salario, porque nosotros no lo fijamos por la ley de la competencia, podríamos añadir, con Bellervy, Grosvy y hasta con el mismo Weston, que es antieconómico.

Los salarios no son grandes ni pequeños en absoluto, sino en relación a lo que con ellos se puede adquirir.

Si un trabajador gana un salario altísimo y con él no puede vivir porque las subsistencias están igualmente altas, ese salario será insuficiente y, por tanto, pequeño.

En cambio, si con un salario pequeño se puede vivir holgadamente, ese salario será grande.

Por tanto, el problema no es de subir los salarios, sino de abaratar las subsistencias.

En resumen, el esquema de nuestro pago al trabajo obrero es el siguiente:



Comencemos, pues, el estudio de cada una de sus partes.



Concepto de Salario Justo.



Hemos dicho que nuestra justicia conrnutativa es aquella en la que se paga o conmuta el trabajo realizado por su valor mercantil, pero cuidando que este valor esté regulado por lo que el trabajador necesita para cubrir sus necesidades justas; y en seguida se nos ocurre preguntar: ¿qué se entiende por tales necesidades?

Las que un obrero de familia mínima (con mujer y un hijo, por ejemplo) y de buenas costumbres necesita para vivir según su categoría, incluyendo en esta vida no sólo la comida y el vestido, sino su instrucción, su diversión y hasta su ahorro ante posibles e inesperadas contingencias.

Pero al fijar esta justicia pueden ocurrir dos casos:

1º Que la empresa, por su estado económico o por una crisis financiera, aun reconociendo que el trabajo realizado vale, no pueda pagar el salario justo.

2.° Que el valor del trabajo realizado no llegue, ni con mucho, al mínimo que el hombre necesita para cubrir las necesidades de su vida y de los suyos. .

En ambos casos, el Estado tiene la palabra.

Hemos dicho que a él le corresponde la labor de dirigir la economía nacional hacia el bien común y, por tanto, a él le corresponde

- en el primer caso determinar si conviene a ese bien subvencionar la empresa (si sus dificultades son pasajeras o cumple un fin provechoso) o hacerla desaparecer. Lo que no se puede consentir es que se den jornales de hambre.

Volvemos a proclamar bien alto que el hombre no puede estar en función de la mercancía y que tiene derecho a vivir de su trabajo y a vivir decorosamente, no miserablemente.

- En el segundo caso tenemos dos caminos: o hacer que la mercancía valga en el mercado lo que en realidad cuesta, o hacer que la mercancía cueste lo que en el mercado vale. Mejorar el sistema de producción o encarecer su precio.

Es el problema de la mayoría de los productos agrícolas.

Se dice que en el campo se pagan jornales pequeños; pero es que el campo, tal como está hoy, no da para más. ¿Cómo se puede exigir, por ejemplo, al triguero andaluz, que le cueste 52 pesetas de jornales el trigo que luego ha de vender, en la mejor de las tasas, a 50 pesetas? Este triguero, al año siguiente, no sembrará.

La solución del problema está en revalorizar el campo, en hacer que el campo produzca lo suficiente para pagar los jornales (mejorando el cultivo, eliminando intermediarios, proporcionando créditos, etc.), y en último término, agotadas todas las posibilidades revalorizantes, subir el precio de la mercancía.

Siguiendo el mismo ejemplo del trigo, vemos que el precio del pan no ha subido desde 1923, y en estos trece años han subido, en cambio, varias veces los jornales, transportes y hasta contribuciones del campo.

Puede haber casos, por último, en que no sea posible ni mejorar la producción ni elevar el precio de la mercancía, pues tanto una solución como otra representaría la muerte de la industria.

Pudiéramos responder que bien muerta está si no sirve más que para crear miserias; pero si queremos verla sobrevivir ha de ser después de haber regulado el trabajo de tal manera que, si no más jornal, por lo menos se habrá de conseguir menos horas de trabajo: las proporcionales al jornal ganado, quedando el resto de la jornada para cubrir con otro trabajo el resto del salario necesario.

Todas estas dificultades nacen del error que existe en la formación de los precios unitarios.

En efecto; valor de una mercancía es la suma de los valores componentes. Es decir, que si a la materia prima llamamos A, a la mano de obra B y a los gastos y ganancias de transformación y venta C, el valor total será A más B más C.

Por otra parte, precio de esa mercancía es su valor regulado por la ley de la oferta y la demanda.

Hay dos maneras de regular esta ley, y de estas dos maneras salen las dos clases de precios: precio justo y precio injusto. Este es el formado cuando la ley de la oferta y la demanda está regulada por la ambición del empresario y la competencia de los fabricantes. Aquél es el formado cuando la ley de la oferta y la demanda está regulada por la utilidad, la ganancia justa y el salario justo.

Es decir, cuando

- la utilidad marcada por el consumidor determina la demanda y

- la ganancia justa y el salario justo marcados por el Estado sindicalista determinen la oferta.

Porque hasta ahora ha sucedido todo lo contrario: se empezaba por el final; por ejemplo, en la uva se empezaba porque la ley de la oferta y la demanda (regulada por la ambición y la competencia) marcaba el precio del litro de vino; el industrial, en consecuencia, marcaba el precio de compra de la uva, y el agricultor, por último, se encontraba con un puñado de pesetas para pagar las labores, las contribuciones, las semillas, los aperos, los abonos, etc.

Todo esto sin contar que la falta de espíritu de sindicación exigía un sinfín de intermediarios que se llevaban la mejor parte. ¿y qué sucedía? Que como ese puñado de pesetas no daba para todos los gastos, o se daban jornales de hambre o se arruinaba el agricultor.

Por eso, cuando la demagogia defendía al obrero y la reacción al patrono, ninguno de los dos defendía la justicia, porque si el uno tiene derecho a la vida, también lo tiene el otro, y si al uno hay que garantizarle el salario justo, al otro hay que garantizarle también la ganancia justa.

Ese sistema de fijación de precios y salarios es el liberal.

El marxista es todavía más seco y más perjudicial para el trabajador.

Consiste en considerar el precio de la mercancía como originado por uno solo de los factores de la producción, "el trabajo manual y actual", con exclusión de todos los demás factores, y sobre todo, de la ganancia del empresario y de la mayor o menor utilidad de la mercancía.

De esto deduce el marxismo que el precio se puede marcar en "horas de trabajo" y este trabajo pagar, por tanto, en "bonos horas", es decir, instaurar la "moneda hora" en lugar de la "moneda oro", con la cual el obrero que hubiera cobrado, por ejemplo, en el taller bonos por valor de cuarenta horas de trabajo podría comprar en los almacenes del Estado mercancías por valor de esas cuarenta horas de trabajo.

Claro que para esto se tiene que llegar a la enormidad de hacer desaparecer el trabajo calificado y suponer que lo mismo vale una hora de trabajo de un obrero especialista, y hasta del artista más destacado, que una hora de trabajo del más humilde aprendiz; y a la no menor enormidad de creer que el mismo valor tiene un objeto necesario que otro inútil, si en ambos se ha empleado igual cantidad de trabajo.

Por las dos teorías anteriores, de las que distamos igual, vemos la necesidad de la intervención del Estado en la estructuración de la economía nacional, ya que por medio de los sindicatos es el único que puede solucionar el problema, regulando la producción para equilibrar la oferta y la demanda, evitando la competencia, abaratando las materias primas, rebajando los transportes, eliminando los intermediarios y, sobre todo, fijando los beneficios de cada elemento de la producción.

Y decimos sobre todo, porque al marcar las ganancias lo, mismo que los salarios, ni cabrán miserias ni cabrán envidias; porque, digámoslo de una vez, el marxismo no es odio, es envidia.

Odio es lo contrario del amor, y los marxistas quieren para sí las riquezas; luego envidian, no odian la riqueza.

Parece, a primera vista, que caemos en cierta contradicción con lo dicho en el capítulo anterior de que el problema no es de subir salarios, sino de bajar la vida, ya que aquí venimos a decir que para pagar los salarios justos debemos subir las subsistencias.

Nada de esto: decimos, sí, que hay que dar por encima de todo los salarios y las ganancias justas, y que si para esto es necesario subir los precios, se suben; pero también hemos dicho que el Estado Nacional-sindicalista tiene en sus manos infinidad de resortes que tocar antes de llegar al precio de las mercancías.

Un ejemplo tenemos en los productos agrícolas.

Un kilogramo de verdura en el campo vale infinitamente menos que ese kilogramo de verdura en la ciudad. ¿Qué factores han intervenido en su encarecimiento? La desmesurada ganancia de los intermediarios y de los transportistas (hoy en día son las grandes superficies y las "marcas blancas").

Además, ese kilogramo puede costar en el campo menos de lo que hoy cuesta sin más que poner en juego otro de los resortes del sindicalismo. Seleccionando las tierras, aumentando científicamente los regadíos, enseñándoles los sistemas más apropiados del cultivo y, sobre todo, proporcionándoles los créditos necesarios para no caer en manos de la usura.

Por último, hemos de hacer notar que si a pesar de todo tuvieran que encarecerse los productos, no sería en la misma proporción que el alza de los salarios, sino en muchísima menos, porque es muchísimo menos el número de productores que el de consumidores.

Si un hombre fabrica diariamente cien boinas, basta con subir cinco céntimos cada boina para subir cinco pesetas su jornal. Y esto que pasa en todos los productos, pasa más en los de primera necesidad, porque en ellos son muchos más los consumidores.

Es decir, que de encarecerse algún producto serían los menos necesarios y los más lujosos. A esto no se puede llamar encarecer la vida.

Por otra parte, nosotros no solamente tendemos a no encarecerla, sino a abaratarla.

Para ello primero estableceremos la justicia social, y con ella la proporcionalidad entre salarios y precios, y después bajaremos al unísono y de tal manera ambas cosas, que lo que en realidad baje no sea ni lo uno ni lo otro, sino el costo de la vida.

No vamos únicamente a favorecer al productor, sino también al consumidor, como no vamos a defender sólo al obrero, sino también al patrono y al técnico; porque nosotros no defendemos al obrero por ser obrero, sino por ser hombre y español, y tan hombre y tan español es el patrono y el técnico.

"Obrero: no te creas que tu condición de obrero te atribuye derechos superiores a los del resto de la sociedad. Tus deberes y derechos nacen de que eres hombre y de que eres español, y como tal hombre y como tal español debes tener y mereces tener los mismos privilegios y ventajas que los demás hombres y los demás españoles; pero no más".

Por eso, no hablemos de subir jornales hasta lo infinito. Hablemos, sí, de elevarlos a su nivel justo, como también de fijar las ganancias con arreglo a ese nivel justo.

Lo contrario sería demagogia, y sería o elevar injustamente el precio de la vida o sacrificar injustamente a unos españoles (los patronos) en beneficio de los otros (los obreros).

Por tanto, cuando nosotros hablamos de salarios y sueldos, hablamos también de ganancias, y hablamos solamente de sueldos, salarios y ganancias justas. ¿No hemos dicho que todo hombre (lleve levita o lleve blusa) tiene obligación de trabajar en su jerarquía? Pues por la misma razón todo hombre (no sólo el de una clase que para nosotros no existe) tiene derecho a vivir del trabajo de su jerarquía.

Y una aclaración; hablamos de salarios justos, y se preguntará: ¿habrá una ley única que los fije?

No habrá una ley única: habrá una norma única.

Los marxistas eran muy amigos de fijar los salarios desde Madrid; pero es que no les interesaba la justicia, sino la populachería, y fijaban el salario máximo.

Nosotros reconocemos que en cada comarca es distinto el costo de la vida, y por tanto reconocemos que en cada comarca debe ser distinta la retribución.

Nosotros marcamos solamente la relación de los salarios con los precios índices de costo, y luego cada comarca (debidamente sancionada por las Jefaturas superiores) marcará los valores absolutos.


Concepto de Salario Familiar.



Del principio moral de que el hombre tiene derecho a ganar lo suficiente para el sustento de los suyos nace el concepto del salario familiar.

Dos son los beneficios inmediatos que este salario traería a la sociedad:

1º. Cubrir las necesidades de la familia.

2.° Aumentarlas sin miedo a la miseria.

Los grandes desastres de los pueblos van siempre precedidos por un descenso de población y de cultura; por eso toda nación que tiene voluntad de imperio empieza por aumentar la natalidad.

La misma Rusia, en estos últimos años, ha modificado sus leyes de divorcio y aborto autorizado con el más burgués de los procedimientos: la subvención a las familias numerosas.

Si Malthus, en vez de proclamar el derecho de los padres a limitar el nacimiento de los hijos según sus posibilidades económicas, hubiera proclamado el derecho de los recién nacidos a ser protegidos por el Estado, hubiera hecho un gran bien a la Humanidad.

Si los Gobiernos, en vez de tolerar la propaganda anticoncepcionista, se hubieran preocupado de proteger a las familias numerosas, hubieran cumplido con su obligación de conducir a la Patria por los caminos de la prosperidad.

¿Quiénes, si no los nacidos de hoy, son los hombres que mañana han de defender a España?

La miseria: la gran razón, la suprema razón del malthusianismo. ¿Pero es que puede haber miseria en un Estado bien organizado? ¿Es que el Estado no tiene la obligación de acudir a remediarla? ¿Hace distingas en caso de guerras? ¿Llama solamente a los ricos?

Pues si llama también a los miserables cuando el Estado los necesita, ¿cómo no atenderlos cuando ellos necesitan del Estado?

También en España había entrado la miseria con su cortejo malthusianista; también en sus escaparates se exhibían públicamente los libelos del anticoncepcionismo; también en nuestras sanas costumbres había anidado esta tuberculosis moral, que para vergüenza de la Patria estaba justificada por el abandono en que los tenía la Patria misma.

Era necesario crear el salario familiar, esa desigualdad maravillosa que iguala a los hombres ante las desigualdades de la vida. A unos más y a otros menos; pero a todos según sus necesidades.

Todos hubiéramos querido ser consejeros de una gran empresa; pero por no serlo no dejamos de tener necesidades. El pago de los jornales, por tanto, no podía estar regulado solamente por el valor mercantil, ni siquiera por las necesidades individuales del trabajador; había que crear el salario familiar.

Los marxistas son enemigos del salario familiar; prefieren el salario máximo. Pero basta observar que las necesidades no son iguales en todos los casos para ver que lo que propugnan es simplemente un aumento de jornal, sin ningún beneficio para el hogar y con el consiguiente aumento del costo de la vida. Mejor harían en decir claramente que no les interesa la familia.
Nosotros, en cambio, la consideramos como el núcleo de la sociedad con todo su poder educativo y regenerador, y creemos que no se puede fundar ésta si no es sobre los principios básicos de la moralidad cristiana.
Vamos, pues, a estudiar el salario familiar, y para hacerlo con cierto orden vamos a dividir nuestro trabajo en tres partes:

1ª Concepto de Salario Familiar.


En el capítulo VII hemos visto la razón moral del salario familiar. De esta razón se deducen otras varias consecuencias, como son: que los familiares a contar en ese derecho son la mujer y los hijos, aunque por amplitud de ideas se habla también de los familiares de primer grado imposibilitados de ganar jornal; que el beneficiado con el salario familiar debe ser únicamente el cabeza de familia (persona de quien dependan los hijos); por ser quien únicamente tiene la responsabilidad de la manutención.

2ª Clases de Salario Familiar.


De las enseñanzas que nos dan las aplicaciones hechas hasta hoy vamos a deducir la marcha mejor para su implantación y señalar los defectos de las clases desechadas. Para ello sigamos el gráfico siguiente:





Como vemos, la primera división abarca al salario absoluto y al relativo. 

El primero consiste en dar un sobresalario igual a todos los obreros cuyos familiares pasen de un número determinado. En el segundo, la importancia del sobresalario es en relación al número o edad de los hijos.

Como fácilmente se comprenderá, desechamos el salario familiar absoluto por la misma razón que el salario máximo, aunque sobre éste tiene la ventaja de que sólo se da al que tiene familia.

El salario relativo se divide en directo e indirecto. Aquél es el que se da directamente por la empresa al obrero; es completamente inadmisible.

En efecto; si la empresa tiene que dar a los obreros un sobrejornal tanto mayor cuanto mayores son sus necesidades familiares, puede llegar el casó de que (aunque esta empresa ya no es de capitalistas sólo, sino de patronos, técnicos y obreros reunidos), por ir mal el negocio o por cualquier otra causa, sea preciso hacer economías, y la primera y más fácil sería la de recibir solamente a obreros solteros o sin hijos; lo cual traería como causa inmediata, al ser observada esta selección por los obreros, el mathusianismo, pues ellos mismos, viendo que les era más fácil colocarse con pocos que con muchos hijas, caerían fatalmente en la anticoncepción.

Es decir, hubiéramos conseguido lo contrario de lo que nos proponíamos.

Esto se soluciona con el salario indirecto, que es aquel en el que a la empresa se le marca una cuota por cada obrero (tenga o no hijos), y con todas las cuotas se forma un fondo único y común que se llama caja de compensación, de la que luego sale la cantidad a repartir entre los obreros con familia.

Esta manera de obrar ahuyenta definitivamente el peligro malthusianista, ya que la empresa da el mismo salario por un padre de diez hijos como por un soltero, y el obrero, en cambio, recibe según sus necesidades.

El salario relativo indirecto puede ser individual o colectivo. El uno, practicado por cada empresa con sus obreros únícamente; el otro, por un conjunto mayor o menor de empresas con los obreros de todas ellas.

No cabe duda que aquél tiene el inconveniente de que o se pone una cuota muy fuerte a la empresa o el obrero recibe una cantidad irrisoria. En cambio, cuanto mayor sea la importancia de la empresa o mayor el conjunto de empresas, menores serán los defectos dichos; por tanto, llegamos a que el salario familiar debe ser relativo, indirecto y colectivo.

Manera de llevar a cabo el Salario Familiar.



Como acabamos de decir, la eficacia del sistema está en razón directa a la importancia (en número o en categoría) del grupo de empresas. Luego teóricamente la mayor eficacia sería la asociación única, es decir, la caja de compensación nacional.

Muchos son enemigos de la introducción estatal (administrativa, desde luego; no controladora), alegando que la burocracia ahoga casi todos Íos buenos propósitos del Estado y le conceden solamente el derecho de codificar el sistema y dejar al particular sometido a esas leyes y al control del Estado para llevarlo a la práctica.

En España pudiéramos crear con carácter obligatorio el salario familiar a base, aproximadamente, de
las siguientes condiciones:

1º. Publicando un reglamento al que habrían de someterse los particulares o entidades que quisieran fundar cajas de compensación, creando algo análogo a nuestras actuales compañías de seguro de vida y accidente obrero.

2º Concediendo libertad de fundar cuantas cajas se quieran, siempre que se creen y se comprometan a funcionar con las condiciones de garantía y control dictadas por el Estado.

3º. Concediendo a las empresas la libertad de elegir la caja o compañía de seguro familiar que le infunda más confianza.

4º. Obligando a incluir en el salario familiar a todo obrero o empleado cuya ganancia sea menor de cierta cantidad.

5º Estableciendo una escala general de beneficios en atención a la edad y número de los familiares.

Metiéndonos, en cierto modo, en el régimen interno de las cajas de compensación, vemos dos problemas relativos a la organización necesaria para que la compañía no salga estafada:

1º Reglamentación para que la empresa no eluda sus obligaciones.

2º Reglamentación para que el obrero no deje de recibir sus beneficios ni reciba más que aquellos a los que tiene derecho.

Las empresas, instintivamente, tienden a evitar gastos, si este ahorro no les trae peores consecuencias. Si, por el contrario, les puede ocasionar gastos mayores, no los escatima. Por ejemplo: en el seguro de accidente obrero no tiene más remedio que asegurar a todos, porque si no incluye a alguno puede ser ése, precisamente, el accidentado y traerle un gran perjuicio.

Pero aquí no hay esa duda, sino que se sabe de antemano quiénes son los que tienen derecho al salario familiar y quiénes no, con lo que la empresa pudiera dar de alta solamente a los obreros que le pudieran reclamar y ahorrarse las cuotas de los que, por no tener derecho, no pudiera haber reclamación.

Por otra parte, el obrero ha de hacer todo lo posible para fingir mayores necesidades, seguro de que en la empresa no ha de encontrar un delator del engaño, porque ni con ello beneficia ni perjudica sus intereses;

El Estado, por tanto, tiene que prever los casos anteriores.

Pudiera ser una solución la creación de la "Cartilla obrera", junto con las de los sellos de cotización patronal.

Según esto, la empresa, al entregar sus cuotas a la caja de compensación, recibiría de éstos su equivalente en sellos, que a su vez los entregaría al obrero (incIuído o no en los beneficios), junto con su jornal o sueldo, y éste, por último, pegarlos en su cartilla respectiva.

Esta cartilla se formaría de dos partes:

- la una, con los certificados del registro civil en los que constara su estado e hijos que tenga o vaya teniendo, y

- la otra, en la que figuraran las distintas empresas a que ha pertenecido y las distintas cajas de compensación en las que ha sido asegurado, con sus respectivas firmas y sellos de cotización; requisito sin el cual el obrero no tendrá derecho a cobrar su beneficio, con lo que, por la cuenta que le trae, no dejará que la empresa se olvide de asegurarle, aun cuando todavía no tenga derecho alguno al cobro, ya que sabe que no podrá hacerla cuando le llegue la ocasión si antes no ha llenado estas lagunas.

Por último, teniendo en cuenta que el obrero había de cobrar salario familiar semanal, quincenal o, a lo más, mensualmente, y que esta frecuencia supondría un entorpecimiento en la marcha de la compañía, sería conveniente pensar en que los obreros se entendieran, respectivamente, con sus respectivos sindicatos, y éstos, a su vez, liquidaran semestralmente con las compañías.

 

 El problema del paro. 




Capítulo aparte, por su enorme importancia, merece el estudio del paro y su posible manera de resolverlo.

Nace este capítulo de uno de nuestros puntos iniciales, que dice:
"Todos los españoles tienen derecho al trabajo. Las entidades públicas sostendrán necesariamente a quienes se hallen en paro forzoso".

Y algún malintencionado preguntará: entonces, ¿es el subsidio la solución que se propugna? ¿Se conforma el nacional-sindicalismo con sostener al parado?

De ninguna manera.

Decimos, sí, que llegaremos hasta el subsidio, hasta sostener al parado antes de dejarlo morir de
hambre; pero no para expresar nuestra solución, sino para expresar nuestra decisión.

Nuestra solución está en la constitución misma del nacional-sindicalismo. 

El subsidio como solución sería el mayor de los disparates.

En efecto; hemos dicho anteriormente que de la obligación del trabajo se deduce la obligatoriedad del Estado a proporcionar trabajo, o sea la obligatoriedad del Estado a solucionar el paro.

Pues bien; fijémonos que decimos obligación porque el paro no es para nosotros lo que para las modernas democracias:

"un hecho importuno que se desea olvidar, un motivo de caridad, un fenómeno económico a resolver por los recursos científicos de la Economía Política, un arma para la oposición",

sino que su solución es un deber del Estado y un derecho del individuo.

Por tanto, no se diga que está solucionado el problema con subsidiar al parado. El subsidio es una caridad, el trabajo es una obligación; no se puede recibir como limosna lo que se debe recibir como derecho.

Pero hay otra razón para no recomendar las migajas del subsidio, y es que en la práctica el subsidio, lejos de remediar el paro, lo aumenta.

Dos clases hay de obreros entre los que quedan parados: el obrero honrado y trabajador que no encuentra colocación por falta de trabajo y el obrero vago que para voluntariamente o es despedido por inútil o indeseable.

Al primero hay que darle trabajo por obligación; al segundo hay que darle el correctivo que marque la ley de vagos, también por obligación.

Darles, en cambio, a los dos grupos un subsidio es, además de no solucionar el problema del que quiere trabajar, fomentar la vagancia del que no lo quiere, ayudándole a encontrar la forma de vivir cómodamente.

El subsidio es la manera de reconocer y proteger legalmente el derecho a la vagancia.

Hecha, pues, la aclaración anterior, entremos en el estudio del problema del paro. Sus causas y sus soluciones,

"La causa fundamental del paro es el principio liberal individualista que informa el actual sistema economico. Este, en lugar de tender a satisfacer las necesidades nacionales, organiza la producción en forma a obtener la máxima ganancia posible en beneficio de los grupos dueños de los medios de producción."

Esta tendencia les lleva a la aplicación de la técnica sin consideración para el hombre, y en vez de servir para humanizar el trabajo, desplaza a aquél de los talleres, fábricas, campo, etc.

"Son factores que influyen también en la extensión del paro las luchas partidistas, que posponen los problemas vivos de la economía a los juegos políticos; la falta de crédito, que impide a los labradores modestos mejorar sus cultivos, y la política de comercio, que no se orienta, apoyada en las principales fuentes de riqueza, a buscar mercado a los productos".

Una es, por tanto, la solución del nacional-sindicalismo:

la transformación del Estado liberal en un Estado justo y estructurador; en un Estado como el nuestro, que tiene como pilares de su programa los dos postulados siguientes:

1º Justicia en lo social.

2º Orden en lo económico.

Con la justicia social borramos de un solo plumazo la lucha de clases, esa lucha que tanto retrae a la iniciativa privada, por su secuela de huelgas, intranquilidades, alternativas de precios y sabotajes.

Las propagandas marxistas del último siglo han hecho creer al obrero y al patrono que sus relaciones son en todo momento irreconciliables. En realidad, nadie podrá demostrar esa incompatibilidad más que recurriendo al latiguillo folletinesco y de mitin.

Si en vez de empeñarse esos seudo apóstoles de la revolucíón en descarnar los puntos de divergencia se hubieran dedicado a estudiar objetivamente y sin pasión los de contacto, hubieran encontrado absurdo que dos elementos tan íntimamente unidos y de intereses tan entremezclados se pararan a discutir como enemigos irreconciliables,

La paz social es el primer paso que el nacional-sindicalismo da en su camino solucionista.

El segundo paso es la implantación de un orden en lo económico; es decir, la "estructuracíón de la economía con sentido orgánico".

Con esta estructuración, el Estado Nacional-sindicalista pondrá orden en la anarquía actual, redistribuyendo los sembrados con un sentido moral y nacional de mejoramiento, llevando las industrias a las comarcas más apropiadas, equilibrando la producción y el consumo.

Así, el Estado sabrá en todo momento (porque tendrá sus tentáculos abarcando todas las manifestaciones de la economía nacional) dónde y cómo debemos producir riqueza, qué rama
de la industria, de la agricultura, de la minería o del comercio debemos incrementar; qué carreteras construir, qué ferrocarriles, qué saltos de agua, qué ocupación, en una palabra, podemos dar lucrativamente en un instante determinado a la masa de parados.

El Estado tendrá, además (para luego desarrollarlo en la intensidad proporcional a las necesidades del paro), un plan completo de obras esenciales, Obras que, tarde o temprano, y sin que el paro existiera, habría que hacer para crear la España grande que anhelamos.

Obras, además, que vayan encaminadas a absorber el paro, no solamente en su período constructivo, sino también después en su período productivo, en la vida funcional de la riqueza creada; porque debemos elaborar y seleccionar el plan de tal manera que el empleo de brazos sea
como quien dice por partida doble.

Antes, este plan de obras se hacía con ruindad, y era natural; no se intentaba solucionar el paro, se intentaba solamente ocultarlo durante la vida de un gobierno, durante una cantidad de tiempo marcado por la política y con fines más o menos electorales.

No se hacían planes completos porque éstos hubieran sido "planes a larga vista imposibles de realizar por gobiernos cuya vida se cuenta por semanas".

Nosotros hemos de hacer un plan total supeditado a la organización económica que propugnamos; hemos de tener un programa completo y cumplirlo por encima de todo, a pesar de todo.

¿Que es largo? No importa; más larga ha de ser la vida del gobierno futuro.

Ya es hora de que se convenzan los escaladores de que ha pasado la hora de las camarillas ministeriales.

Nuestro plan no ha de ser, como en otros países, ni preconizador del gasto ni preconizado del ahorro, sino preconizador del trabajo.

¿Que esto puede resultar caro? Más nos debe doler el aumento del paro que el aumento del presupuesto.

Además, no hay otro remedio; es una obligación del Estado.

Solamente debemos mirar que este plan sea completo, definitivo y que tenga por lema "dar trabajo creando riqueza", no como se ha hecho en Madrid, por ejemplo, en estos últimos años, que se daba trabajo levantando el adoquinado de las calles para volverlo a poner.

¡Cuando hay tantos pueblos sin iglesia, sin escuela, sin caminos vecinales, sin agua y sin luz!

En Italia, por ejemplo, se han desecado bajo la era fascista las pestilentes lagunas Pontinas. Era una necesidad sanitaria, hubiera habido que hacerlo tarde o temprano; pero con ello se hizo también un bien definitivo al paro obrero, porque no sólo se emplearon brazos en el período de drenaje y saneamiento, sino que después, y para siempre, esas tierras hoy saneadas y salubres entraron en producción, y esta producción absorberá indefinidamente miles de brazos que de otra manera hubieran vuelto a quedar en paro al acabarse el esfuerzo constructivo.

En cuanto a la segunda modalidad del paro, la del paro intelectual, tan extendido proporcionalmente como el manual, y aunque menos conocido por su menor número, más triste por la tragedia muda del abandono en que está la sufrida clase media, ha sido por estas mismas causas olvidada.

En la política democrática, los gobiernos no se ocupaban de un problema hasta sentir la presión de la calle, y, como, naturalmente, no se podía formar una manifestación de cien mil arquitectos o ingenieros parados, ni su capacidad intelectual les permitía una huelga ni su número hacer una campaña electoral propia, no les cabía en la democracia, para la que sólo el número y la fuerza pesaban, lo que en la futura "democracia" sindicalista encontrarán: oído para sus quejas y atención para sus llamadas.

Ahora bien;  ¿cuáles son las causas especiales del paro intelectual, además de la crisis económica? El individualismo profesional y la crisis espiritual.

El individualismo está superado por el sindicato, que no sólo será una oficina de colocación, sino también de defensa contra la inmigración extranjera, el intrusismo, la superpoblación técnica y la indignidad profesional.

En España hay colocados y pagados por empresas españolas 53.000 técnicos extranjeros, que, naturalmente, ocupan el puesto de otros tantos españoles parados.

El mal no proviene de la mejor formación del técnico extranjero (del número anterior, escasamente se podría sacar un 2 por 1.000 de especialistas insustituíbles), sino de la falta de patriotismo, del mezquino concepto que tenemos de que lo extranjero es mejor, y así, una enorme cantidad de medianías que difícilmente se hubieran abierto camino en su país vienen, amparados en nuestra idiotez, a ocupar los puestos mejor pagados y más considerados de la Nación.

La solución en estos casos es bien clara.

Todo español que tenga un técnico extranjero podrá seguir teniéndolo, pero abonando otro sueldo igual al sindicato correspondiente para que éste lo dedique a los técnicos nacionales parados. 

 Quien quiera un lujo que lo pague, y quien no tenga patriotismo que lo aprenda.

La segunda protección sindical será la obligación de título académico oficialmente reconocido; es decir, la persecución del intrusismo profesional.

No cabe duda que si el Estado crea una jerarquía intelectual basada en la instrucción oficial o particular, pero titulada, debe proteger yesos títulos; porque si después de los años invertidos en los centros de enseñanza se llega al mismo estado de igualdad que los no titulados, una de dos: o sobran
los centros de enseñanza o sobran los estudios de esos centros, ya que es muy de presumir que el que no tiene título es porque no ha seguido con la normalidad y amplitud necesarias los estudios convenientes.

La tercera protección sindical sería contra la superpoblación técnica. "Para dignificar las profesiones liberales e impedir la congestión titular, se restringirá el acceso a los centros superiores de enseñanza, exigiéndose pruebas de competencia".

El sindicato correspondiente (agrario, industrial, sanitario, etcétera) mareará cada año el número conveniente de estudiantes (ingenieros agrícolas, industriales, médicos, etc.) , y éstos serán seleccionados entre los aspirantes por su mayor competencia, con lo que conseguiremos dos cosas: una, la creación de una aristocracia moral; otra, la aminoración del paro profesional.

Por último, como arma de amparo exclusivo al intelectual digno, se crearán en los sindicatos técnicos tribunales de depuración profesional.

No todo el que acabe una carrera, sino el que sea digno de ejercerla, tendrá amparo en nuestro Estado, y el canalla, llámese médico, o abogado, o arquitecto, o farmacéutico, que haga de su carrera mercadería y ponga su cerebro al servicio del dinero y no de la profesión, perderá su carrera.

En el Estado liberal, el técnico tiene más libertad y más necesidad de deshonrarse. Si no hubiera pillos, ¿de qué vivirían tanto abogado, tanto médico, tanto farmacéutico de secano? El negocio está precisamente en procurar que los haya, en formar comandita con ellos.

En el Estado Nacional-sindicalista ni se tolerará ésa libertad ni esa necesidad, porque nada hay, ni el hambre, que justifique una inmoralidad, y porque no habrá hambre.

Para nosotros, el título profesional no es un derecho más: es un deber más; ya los jueces que se "inclinan", a los médicos que sirven de tapadera, a los abogados que defienden pleitos indignos o sin razón o cizañan para que los haya, a los arquitectos que emiten informes, peritajes o tasaciones tendenciosos, los hemos de buscar con lupa y los hemos de exterminar para formar nuestros sindicatos, sin abogados picapleitos, ni médicos inmorales, ni arquitectos firmones.

Hemos de formar nuestros sindicatos con lo sano de la Patria, y lo insano, lo indigno, que emigre a países más contentadizos o que se pudran despreciados en el nuestro.

La crisis espiritual es la crisis del siglo libero-marxista.

"En estos tiempos materialistas y materializados en que vivimos, en los que del músculo se ha hecho un mito y del hombre una máquina, no puede extrañarnos, y es lógico que suceda, que el paro intelectual cada vez sea más grave, y que, sin embargo, ni preocupe ni se atienda como se merece. A lo sumo, vemos en él una consecuencia de la crisis económica que aqueja a la Humanidad, una secuela de los trastornos que sufrimos; pero, en cambio, despreciamos la verdadera significación del fenómeno, prescindimos de su auténtico carácter, en cuanto es la prueba evidente y apreciable de la decadencia espiritual de nuestra época".

El materialismo había desplazado a la inteligencia, como el tabernero arrinconaría un pergamino viejo, y a la inteligencia, como al pergamino viejo, no le quedaba otro recurso que esperar tiempos mejores o servir de pellejo en la taberna.

No hablemos aquí de soluciones especiales al problema espiritual; todo nuestro programa es una inmensa solución, y en él la inteligencia (ese pergamino viejo que nos habla de nuestros héroes, de nuestros juglares, de nuestros sabios) ni tendrá que mercantilizarse ni tendrá que empolvarse.
Le llegaron ya sus tiempos mejores.

José Luis de Arrese 1935-1940.

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