El Sindicalimo Vertical.
En el planteamiento Joseantoniano, el Estado reconoce el sindicato como estructura de participación de poder, mientras que el carácter instrumental del Estado queda claro en la norma programática de la Falange.
José Antonio indica cómo el sindicato habría de recortar funciones del Estado, el cual se reservaría "las funciones esenciales del poder", realizando un esfuerzo clarificador al precisar que el Estado que propugnaba no sería corporativo.
Este Estado se constituye como verdadera garantía de la libertad del individuo y el sindicato se presenta como el responsable de la estructuración de la economía.
"la verticalidad propugnada por José Antonio no es un requisito técnico de organización y estructura, sino una fórmula flexible en un Estado ideal. El asalto ideológico a la verticalidad de los sindicatos procede de los cuarteles del sindicalismo primigenio y de los campos de operaciones del liberalismo económico. En expresión rigurosa podríamos escribir que la verticalidad sindical es una idea-fuerza frente a la subversión economicista del hombre y en favor de la conversión comunitaria que ha de presidir la actividad laboral". Y además "la verticalidad sindical no es una concepción viable en un régimen de empresa liberal-capitalista -quede bien claro-; sino que opera para su desarticulación y resulta adecuada para el desarrollo de la economía en un régimen de empresa comunitaria. El verticalismo no es en José Antonio un dogma, es una solución, no es una teoría, es una praxis; no es una lucubración intelectual es una concreción social; no es un sueño idealista, es una forma plástica y realista con efectividad revolucionaria y con vigencia prospectiva" .
Adolfo Muñoz Alonso: Un Pensador para un Pueblo.
Por una Teoría Económica del Nacional-Sindicalismo.
Luis Legaz y Lacambra |
Es su objetivo mostrar la filosofía sobre la que se apoya el nacionalsindicalismo, del que afirma que es una realidad que impone la historia como consecuencia de la lucha mantenida entre el liberalismo y el socialismo, y que no es una doctrina ecléctica más, que participa un poco del liberalismo económico y otro poco del socialismo.
Analizando los rasgos principales del liberalismo y del socialismo, afima Aragón que el nacionalsindicalismo no puede ni aceptar el interés individual como motor de la economía y ordenador del sistema ni despreciarlo para mirar las formas colectivas, como hicieron los socialistas.
La iniciativa individual, la iniciativa particular, es el factor principal que sirve de base al interés nacional, y debe ser enaltecida y perfectamente vigilada, no pudiéndose mantener el interés particular cuando esté en contraposición al interés colectivo, como hiciera la doctrina liberal.
A la economía liberal nunca le interesa ni regular la capacidad de producción ni la capacidad de consumo, ni si algún producto es de interés nacional.
Para Aragón es el nacionalsindicalismo el que tenía que dar respuesta a los problemas económicos. A él le correspondería construir la nueva economía política:
1. Encauzando la producción, fijando el punto límite y logrando la exacta compenetración de los factores capital y trabajo.
2. Determinando la forma en que el trabajo interviene y su participación el los beneficios distribuidos.
3. Precisando el modo de distribuir la riqueza, así como las formas necesarias en que deberá realizarse el consumo.
Es a los sindicatos, admitiendo como punto inicial la organización sindical, o a las categorías superiores suprasindicales a quienes ha de corresponder el nivel normativo de la concurrencia, haciendo imposibles luchas innecesarias y superproducciones antieconómicas.
Al tener estos organismos un interés directo en la producción y no ser órganos estatales sin vida, al tener una visión completa del mercado nacional e internacional, facilitarán la acomodación de la producción al consumo.
Esto no lo podía hacer la economía liberal, por no existir la integración de las diversas economías, ni la socialista, porque al negar al individuo elimina por completo la iniciativa particular.
Para Aragón, el nacionalsindicalismo ha de recoger la experiencia liberal y socialista, cimentando en ellas su sistema económico. No puede anular al individuo, absorvido por el Estado, creando una tiranía; ni el Estado nacionalsindicalista es una forma endeble y transitoria que admita la imposición de las individualidades.
Organización Sindical del Nacional-Sindicalismo
José Luis de Arrese |
(1) La organización sindical del Estado Nacional (OSE) es más acabada: parte de considerar por separado los dos grupos de la producción: el productor y el producto. El productor es agrupado en Sindicatos verticales de empresarios, técnicos y obreros. El producto se organiza también verticalmente en ciclos completos que partiendo de la materia prima llega a la última manifestación de la transformación. Aquellos Sindicatos atienden solamente al hombre como elemento humano, encajado dentro de una tarea. Estos atienden únicamente a la economía y miran sólo la más perfecta organización y máximo rendimiento. (Nota de la segunda edición.)
1.º Células sindicales.
Son sociedades productoras solas o agrupadas según su importancia.
En las grandes industrias, comercios, etc., cada fábrica, cada empresa, cada gran tienda, en una palabra, cada sociedad productora, formará una célula sindical integrada por los tres grupos productores (patronos, técnicos y obreros), con participación de los tres en la empresa, en su dirección y en sus beneficios.
En las pequeñas industrias, talleres, tiendas, etc., se hará previamente una agrupación tipo gremial (ya que en la mayoría de ellas ni siquiera existe el brazo técnico y la empresa queda reducida al patrono, que es un obrero más), formando con todas o con parte de las de una localidad la célula sindical o hermandad correspondiente,
2.° Con todas las células sindicales de cada sitio se forma el Sindicato del oficio, que unido a los Sindicatos de los sucesivos oficios de una misma transformación, se forma el Sindicato vertical.
3.° Sindicatos integrales.
Con todos los Sindicatos verticales de cada ramo (panaderos, vidrieros, etc.) se formarán los Sindicatos integrales del ramo.
4.° Sindicatos nacionales.
Con todos los Sindicatos integrales de cada ramo de la industria se formará el Sindicato nacional de industrias, así como con todos los Sindicatos integrales de cada ramo de la agricultura se formará el Sindicato nacional de agricultura.
5.° Cámara sindical.
Con los representantes de cada Sindicato nacional de industrias, agricultura, servicios varios, etc., se formará la Cámara sindical, órgano director de la economía nacional.
El Estado Nacional-sindicalista, por tanto, es como un gran árbol cuya sombra nos amparara.
Las raíces están en el suelo nacional. La savia es nusestro espíritu nacional y nuestros Sindicatos. El ramaje es el que nos da sombra; pero este ramaje no existiría si no tuviéramos savia o si el tronco se partiera en dos. Por tanto, el tronco es mucho más que el sostén del árbol: es el árbol mismo. Y esto es lo que quisiera dejar bien claro.
El nacional-sindicalismo no es una forma política independiente de sus Sindicatos, como no podría haber ramaje sin tronco.
En España, ni habrá esa dualidad que existe en Italia, por ejemplo, donde viven con vida propia, aunque armónica, las dos maquinarias estatales: el fascismo (maquinaria política) y el corporativismo (maquinaria económica): ni menos aun la solución liberal, en la que la parte seria de la vida (oficios y Sindicatos, familias y Municipios) queda desplazada por la parte frívola de la representación política.
En España todo será una misma cosa. No quiere esto decir que nuestros Sindicatos han de gobernar en todo a la Nación, como nacional-sindicalismo no quiere decir sindicalismo a secas.
Cuando nos referimos al nacional-sindicalismo, hablamos, sí, de una forma total del Estado; pero cuando hablamos del sindicalísmo solo, nos referimos sólo al problema económico-social.
Porque si nosotros pretendiéramos que en la Cámara sindical se pudiera decidir un plan, por ejemplo, de operaciones militares, no habríamos hecho más que volver a la absurda maquinaria del parlamentarismo liberal.
Por eso, cuantos dicen que la Cámara sindical mata al parlamentarismo actual se engañan.
Nuestra Cámara sindical no lo mata: lo entierra simplemente. Matar es quitar la vida a quien la tiene, y el parlamento no tenía vida. Lo que a nosotros llegaba como manifestaciones de su actividad era el hedor de su podredumbre.
Por higiene pública teníamos que enterrar ese cadáver. Ahora bien; ¿qué es la organización vertical de la industria?
Pudiéramos contestar: La organización natural de la industria.
En efecto : supongamos un señor que funda una empresa de salazón de pescado, que le va bien el negocio y quiere ampliarlo. Pensará: si fundo otra empresa de salazón, multiplico mis ganancias; pero como sigo dependiendo del pescador que me surte y del transportador y del comerciante que coloca mis productos en el mercado, me expongo también a multiplicar mis pérdidas si en un momento dado, y por cualquier causa, me dejan de servir.
Por tanto, lo primero que debo hacer es independizarme, ser yo mismo pescador, industrial y comerciante, con lo cual completo el negocio y lo controlo y lo amplío sin riesgo.
Lo mismo sucede en las demás ramas de la producción. Los altos hornos, instintivamente, buscan minas para surtirse y fundan empresas navieras para transportar sus lingotes, y cuando quieren ampliar aún más el negocio, instalan laminadoras, martilletes, etc., para llegar al consumidor con sus planchas, alambre, etc., y evitarse peligros intermediarios.
Pues bien: esta cadena que empieza en el pescador o en el mineral y acaba en el consumidor, es la organización vertical de la industria.
Antiguamente, en los rudimentos de la industria, la organización vertical era la única conocida y practicada. Uno mismo era el minero, el fundidor, el forjador y el vendedor. Vertical también era la organización gremial.
Pero después, con la aparición de la máquina y el individualismo Iiberal, vino la producción horizontal. La disgregación de la cadena de eslabones sueltos y anárquicos.
Antes, en la organización gremial y vertical, se extraía el mineral que absorbía la fundición y se fundía lo que pedía la forja y se forjaba lo que reclamaba el consumo. Ahora, corno cada eslabón iba a su negocio sin importarle el de los restantes eslabones, producía lo que podía, solucionando la superproducción con la competencia y la escasez con la carestía.
Nosotros, por tanto, al volver a la organización vertical volvemos a la forma lógica: al gremio.
No vamos a hablar aquí de la estructuración interna de los Sindicatos, por ser este escrito más de orientación teórica que de organización práctica, más de doctrina que de legislación; pero sí, además del esquema adjunto (estructura del sistema sindicalista en la siderurgia), pondremos un ejemplo, el triguero, para ver cómo nuestros Sindicatos ejercerán su tutela organizadora.
En España, el cultivo del trigo está enormemente dividido.
Raro es el agricultor que no lo tiene, y su venta a los harineros se hace por medio del tratante de granos.
Este es un verdadero dictador de precios. Sabe que el agricultor, por su individualismo, no puede transportar su mercancía a la fábrica (lo encarecería enormemente), sabe que el Estado se hace el sordo si sobra trigo y lo comprará en el extranjero si falta, y en consecuencia somete al pobre agricultor no a las tasas oficiales, sino a las tasas de su ambición.
Nuestros Sindicatos trigueros suprimirán radicalmente los intermediarios. Pondrán en todos los pueblos productores silos locales, y a ellos llevará el campesino su producción, pequeña o grande, a precio de tasa.
Silo de Mérida. Años 50. El Estado Nacional consideraba un pilar básico el control del cereal como producto de primera necesidad y el Estado era un intermediario ineludible para los agricultores, que además encontraban en la administración un comprador seguro y un precio mínimo. Sin embargo, la apertura económica que llegó con la democracia y se generalizó con la entrada en la Unión Europea acabó con estos silos públicos. Los silos disponían de tecnología puntera. |
De estos silos pasará el trigo a los silos regionales, y de éstos a las harineras. En ellos también se guardará la superproducción de los años de abundancia para los de escasez, las semillas seleccionadas para los próximos cultivos y las destinadas a los cultivadores pobres.
Silo de Córdoba. Algunas de las celdas de los silos podían ser refrigeradas si se necesitaba por razones de humedad o temperatura y todas contaban con sondas para controlar su calidad y cantidad. Básculas de precisión y sistemas limpiadores y seleccionadores completaban un enorme edificio. |
¿No recuerda esto en cierto modo a los famosos "pósitos de trigo" que fundaron nuestros grandes reyes de los siglos XV y XVI?
El Colegio Oficial de Ingenieros Agrónomos de Andalucía, a través de su convenio con el Grupo de Investigación SilosyGraneros.es, hace un llamamiento al sector público y privado para reconocer en los silos una oportunidad de dotar a las pequeñas poblaciones de nuevos equipamientos y servicios que contribuyan a reactivar la economía y generar empleo |
Pero no será esta función distribuidora la sola misión de los Sindicatos. Aún quedan la función tutelar y la reguladora.
La primera, encargada de traer (con la economía de la cantidad) los abonos, semillas selectas, etc., que necesiten los sindicados; de prestarles aperos, maquinaria, ganado, etc.; de concederles créditos baratos y a largo plazo; de proporcionarles escuelas agrícolas, consultorios de derecho, etc.
La segunda, encargada de hacer que España sea un país autosuficiente. "No comprar nada de lo que se puede producir", es la frase de Plinio el Viejo, que debemos hacer nuestra.
Nosotros no podemos aspirar a competir con los grandes países productores de trigo donde el terreno y el clima son factores de ventaja. Pero tampoco podemos ser importadores, porque aunque quizá abaratáramos el pan (ya que el trigo canadiense, argentino, etc., es más barato que el español), caeríamos en estos dos desastres:
1.º Ser feudatarios del extranjero, con la consiguiente inferioridad para el caso de guerra o de bloqueo.
2.° Arruinar al campesino español.
Por tanto, hay que regular la producción de manera que ni falte ni sobre trigo. Ahora bien:
¿cómo?
Si sobra, ordenando a una parte de los agricultores que cambie de cultivo. Si falta, obligando a los dueños de otras tierras a sembrarlo.
La selección de estos. agricultores se hará por la selección de las tierras. En caso de sobra, desechando los campos impropios de este cultivo, y en caso de falta, buscando las tierras más apropiadas. Hasta en el caso de equilibrio se seguirá seleccionando tierras para llegar a una mejor producción.
Esto, que para la constitución del Estado liberal sería un trabajo imposible de realizar, para el Estado Nacional-sindicalista, organizador total de la economía, no es más que un traslado de Sindicato, un intercambio de productores, un acoplamiento de producción, sin perjuicio ninguno para el agricultor, que sería indemnizado y recogido por su nuevo Sindicato.
Hemos hablado del precio de tasa, y cabe preguntar: ¿cómo se marca esa tasa? Porque, por un lado, el precio debe ser uniforme en toda España y, por otro, debe ser distinto en cada localidad.
Pues bien; estudiemos el procedimiento en una industria cualquiera, por ejemplo, la vinícola, y para más claridad, en una sola clase de uva: la de vino de mesa.
El Sindicato nacional de la uva y sus productos empezará por dividir España en regiones uveras (Jerez, Mancha, Rioja, etcétera), éstas en comarcas (Rioja Alavesa, Ribera, etc.) y éstas en localidades.
Cada Sindicato local marcará el precio del kilogramo de uva en la localidad, sin más que dividir (estudiando en una hectárea de terreno de producción media) los gastos de producción que son:
1.° Jornales de laboreo.
2.° Desembolsos para abonos, sulfatos, aperos, acarreos, contribuciones, desgastes, riesgos, etc.;
3.° Interés al capital invertido por la uva producida (que varía en cada localidad no sólo por la calidad de las tierras, sino por circunstancias imprevistas de sequía, piedra, epidemias, etc.).
Después,con todos los precios locales de una comarca se formará, sacando la media proporcional, el precio del kilogramo en la comarca, y la media proporcional de los precios de todas las comarcas nos dará el de la región, como el de todas las regiones el de la Nación.
Este mismo precio del kilogramo servirá al Sindicato nacional para la selección de las tierras, porque es un exponente (descontadas las causas imprevistas) de la calidad de la tierra.
Claro está que en todo lo anterior nos hemos referido al trigo y a la uva; pero si en vez de estas palabras ponemos la de cualquier otro producto agrícola, nos hubiera servido exactamente todo lo dicho.
Solamente quizá hubiera un cambio en el concepto de suficiencia, que para el trigo es a base de igualdad entre la producción y el consumo interior y para otros productos, unos, como la naranja, la uva, etc., por tener una gran demanda de exportación, y otros, como el café, el té, etc., por no tener aclimatación en nuestro país, sería su suficiencia a base de la demanda exterior o interior. Es decir, de lo que hemos hablado, en definitiva, es del Sindicato nacional de agricultura.
Fácil es la organización sindical en la industria por medió del Sindicato nacional de industria, como se ve en el gráfico adjunto,
Llamará la atención a los que sigan estas páginas que ni en el.gráfico ni en lo que llevamos escrito se haya hablado para nada de organizaciones que actualmente suenan como consustanciales el sistema falangista : las C. E. N. S. (Central Nacional Sindicalista) y las C. O. N. S (Central Obrera Nacional Sindicalista).
Pero es que ni las C. E. N. S. ni las C. O. N. S. tienen cabida en nuestro programa.
Haber C. E. N. S. y C. O. N. S. sería haber corporativismo y no sindicalismo (en capítulo aparte analizaremos sus diferencias). Sería haber dos organizaciones dístintas y hasta cierto punto antagónicas; sería haber clases .y, por tanto, no renunciar de una vez a las luchas marxistas.
Las C. E. N. S. y las C. O. N. S. han sido y son necesarias porque mientras no se llegue a la total implantación del nuevo sistema no podemos tener dispersos a los elementos de la produccíón y porque, naturalmente, no estaba en nuestras manos empezar con una implantación pura, sino evolutiva de nuestro sistema.
Pero cuando se llegue a la organización definitiva, ni habrá ,C. E. N. S. ni habrá C. O. N. S., sino que todo será una piña conjunta de patronos, técnicos y obreros reunidos.
Todo lo dicho en los capítulos anteriores se puede resumir en estas palabras: "El trabajo no es una mercancía, y, por lo tanto, cuando el obrero y el técnico realizan una labor en una industria cualquiera, no son vendedores de su trabajo, sino socios que se unen al capital para formar juntos una empresa destinada a producir mediante la aportación característica de cada uno".
De esta nueva concepción hemos sacado las dos consecuencias siguientes:
Primera. Como los tres son productores,con ellos tres, y no con uno solo, se ha de formar la empresa productora.
Segunda. Como los tres son dueños ,de los beneficios producidos, estos beneficios, una vez pagados e! interés al capital, el sueldo al técnico y e! jornal al obrero, tienen queser repartidos entre los tres, proporcionalmente a la participación de cada uno en la obtención del producto.
Con estos dos principies hemos construido una nueva ordenación económica, conocida con el nombre de sistema cooperativo, y ahora vamos a ver cómo esta ordenación de la economía nos permite elaborar una nueva ordenación social que en primer término venga a realizar el sueño de la armonía social,por tantas generaciones abrigado durante la desdichada etapa capitalista; pero, además, venga a estructurar la sociedad de manera que a través de ella pueda intervenir el pueblo en las tareas del Estado.
1) Origen de las clases sociales.
Lo primero que se echa de ver en cuanto se medita un poco sobre la sociedad cooperativa, es la desaparición de las clases. Las clases surgieron (conviene hacer un poco de historia sobre ello) cuando en el crecimiento industrial provocado por la aparición de la máquina hubo que recurrir a la aportación de muchos en vista de que los capitales necesarios sobrepasaban las posibilidades aisladas de cualquier particular.
Hasta entonces, ese particular abarcaba todo el ciclo de la: producción, desde el capital al trabajo, pero ya no podía ser así; la nueva aportación no podía ser reclutada sólo entre elementos interesados directamente en el trabajo, porque con todos ellos no se podía reunir el dinero necesario para fundar una industria, y fué preciso acudir a toda clase de poseedores de dinero, tuvieran que ver o no con la industria que se trataba de establecer; después estos grupos financieros en vez de ligarse con los trabajadores, puesto que emprendían con ellos una misma aventura económica, se desentendieron del mundo laboral y formaron un mundo propio, con fines propios, con locales propios y hasta con diaIéctica propia; una dialéctica que para unos era la fábrica, el obrero, la producción, los precios, y para otros la Bolsa, las acciones, los dividendos, la cotización.
Por lo tanto, la razón de que haya clases no es que haya capital y trabajo, sino que el capital y el trabajo forman dos grupos infinitamente distanciados e indiferentes entre sí. Una de las cosas que más frenética pone a la masa centrista, poco dada al análisis agudo, es oír hablar contra loas clases. "¿Qué es eso, dicen, de querer borrar las clases?" Y en seguida, utilizando para su ignorancia palabras del Evangelio, añaden: "Pobres los tendréis siempre entre vosotros".
Sí; categorías sociales las ha habido siempre y las hubo, naturalmente, en el régimen anterior al sistema capitalista; pero una cosa son aquellas categorías, que no eran más que puestos de una misma escala vertical, y otra las clases, que son mundos que no guardan entre sí la menor relación.
Las clases no son términos de un mismo concepto; son conceptos distintos que nada tienen que ver entre sí. Cuando responden a un mismo concepto aunque ocupen graduaciones distintas, se llaman jerarquías. El abogado y el médico, por ejemplo, pertenecen a clases profesionales totalmente distintas, y por mucho que ascienda el uno en su carrera jamás llegará a ser médico como el otro. En cambio, el magistrado y el juez se diferencian sólo en el puesto jerárquico que ocupan.
Alhora bien; la razón por la cual en esta suerte de clases no se forma problema alguno y en aquéJIas sí, está en que, mientras un abogado y un médico se mueven en círculos profesionales totalmente diversos, y, por tanto, sin fricción posible, un financiero y un proletario se proyectan sobre la misma tarea productora. Es decir, la razón está en que unos son verdaderas clases y se mueven como tales, y otros verdaderas jerarquías, que el capitalismo ha dado en llamarles clases con el propósito tan sólo de conseguir unos privilegios que de otro modo resultaban demasiado difíciles de justificar.
Por lo tanto, si el capitalismo, en vez de formar artificiosamente estos dos grupos inasequibles e insoldables, hubiera ideado dos categorías distintas; es decir, si en vez de llamar a uno productor y al otro trabajador, con objeto de entregar al uno todos los beneficios y al otro nada, hubiera establecido una común participación, aunque luego, una vez reconocido el derecho, se hubiera visto que Ia, proporción era injusta, el problema se habría reducido a conseguir un justo reparto; pero tal corno lo resolvió el sistema capitalista quedaba cerrada la puerta a toda posible inteligencia y sin otro remedio que entablar una, lucha a muerte entre el bando financiero, que quería defender su ciudadela, y el bando proletario, que quería tomarla por asalto.
Para esta lucha de clases se preparó la sociedad laboral con la organización moderna de los sindicatos. Los gremios de los tiempos anteriores a la Revolución Francesa agrupaban en su seno a todos los elementos que intervenían en la misma labor; los sindicatos actuales agrupan sólo a los obreros o..sélo a los patronos.
El mundo social está hoy melancólicamente- dividido en grupos de combate, y, sin embargo, a pesar de todas las nostalgias, nadie ha pensado en que se pueda volver a la organización antigua. ¿Por qué? Porque entre los gremios antiguos y los nuevos sindicatos se levanta un factor nuevo imposible de desconocer: las clases.
Mientras haya clases no habrá posibilidad de organizar la vida del trabajo, desde el punto de vista armónico y completo; todos los esfuerzos que se hagan, todas las tentativas de inteligencia, nacerán irrecusablemente condenadas al fracaso hasta que, previamente, no se borre la razón sustancial de la incompatibilidad.
2) Posición adoptada, por el liberalismo ante el problema de las clases
No es extraño que, ante un suceso de esta importancia, se hayan ensayado desde todos los campos las más variadas actitudes, y ahora vamos a hablar: de elllas; pero antes de exponer la referente a la nuestra, conviene dedicar unas líneas a ver el modo utilizado por cada uno de los sistemas que nos sirven de contraste, para abordar tan esencial problema.
En el campo liberal, la solución más generalizada que se ha buscado para la lucha de clases se sintetiza muy bien con la palabra tregua. Los liberales, que se tenían a sí mismos, o pretendían ser tenidos por los demás, como no enteramente partidarios del capitalismo a ultranza, han lanzado por ahí una serie de expedientes que, como digo, no implican solución ninguna, sino que tienen todo el aire de una tregua. Así, todos esos ensayos de lograr arrancar a los capitalistas ciertas ventajas para los proletarios, son a base de que éstos, a su vez, renuncien a producirse hostilmente contra aquéllos.
¿Qué es esto sino una tregua? Pero las treguas, naturalmente, no tienen sentido si no es para buscar, a través de ellas, la posibilidad de poner fin a una guerra. Estos liberales pretendían justamente lo contrario: utilizar la tregua como medio de alargar las cosas, es decir, de mantener la guerra indefinidamente. Bien está que entre quienes hay una pugna cesen los ac-
tos de hostilidad hasta que la pugna se arregle; pero cuando, como en el caso presente, la pugna consiste, precisamente, en que unos sean capitalistas y los otros proletarios, intentar una tregua para conseguir que los proletarios dejen a los capitalistas seguir siéndolo indefinidamente, y viceversa, es intentar alargar la guerra lo más posible.
3) Posición del marxismo,
Para el marxismo, la solución de la lucha de clases no es otra cosa que un problema de revancha proletaria. Se parte de un antagonismo implacable entre burgueses y proletarios; y, como el marxismo es una doctrina que se predica a estos últimos, se postula que sean ellos los que ganen la partida y pongan un pie en el cuello a los burgues-es por tiempo indefinido. Ciertamente que así se acaba con la lucha de clases, como Duguesclin acabó con la que tenían entre sí Don Enrique y Don Pedro; pero no puede decirse con verdad que esto sea una solución. Si el adversario con quien me he agarrado me sujeta a un árbol, no hay duda que hemos terminado de luchar; pero lo que no habrá terminado entre nosotros es nuestra enemistad y nuestra pugna.
Es verdad que esta dictadura del proletariado es postulada por el marxismo solamente con carácter temporal. Al fin de la cual se dice está la sociedad sin clases y sin explotadores ni explotados. La verdad es que en el único país en que esto se ha ensayado no hay signo ninguno que permita pronosticar para un porvenir más o menos cercano la aurora de esa sociedad. Y ello no es debido al azar ni a la incompetencia de los gobernantes rusos, sino a que constituye una necesidad fatal.
Unos teóricos marxistas, tan dados a hacer afirmaciones rotundas, tuvieron buen cuidado de callarse cualquier vaticinio acerca de cuándo iba a acabar la dictadura, y aun hubo alguno que aventuró la, posibilidad de que no acabara nunca, Naturalmente. Igual que hay profesores que continúan hablando con tono doctoral aunque se estén dirigiendo a su cocinera, "los explotados siguen siendo explotados, y comportándose como tales, aunque haya desaparecido el último explotador.
El proletario es, esencialmente, el antiburgués, y continuará siendo lo mismo, aunque Iosburgueses desaparezcan de la tierra, en tanto siga teniéndose a sí mismo por proletario. La dictadura del proletariado, aun desaparecidos los burgueses, sigue siendo la, dictadura del proletariado: no, naturalmente, en cuanto haya de implicar un gobierno sojuzgador de unos seres que no existen, sino en cuanto supone un modo de ¡gobernar determinado y orientado desde su raíz por la oposición al burgués,
Ahora bien : cuando el burgués existe de verdad, tal oposición es malísima, para el burgués; pero cuando no, existe es malisima para la dictadura, Esta se convierte necesariamente en algo asentado sobre lo inexistente y, por tanto, fantasmal y monstruoso.
Lo que hay que hacer con los proletarios es todo lo contrario, a saber: que dejen de ser proletarios, como lo que hay que hacer con los capitalistas no es comérselos, sino que dejen de ser capitalistas.
En segundo lugar (y prescindiendo, como se hace ahora, de enjuiciar al marxismo desde otros puntos de vista), "obsérvese lo que en el plano de los valores humanos significa la dictadura del proletariado. Los teóricos marxistas han empleado mucho tiempo en convencemos del abismo de degradación en que el capitalismo ha hundido al proletariado. En gran parte, casi en absoluto, tienen razón. Pero, ¿no es paradójico que después de haber demostrado que gracias al capitalismo se ha convertido al obrero en un ser incapaz de religión, de cultura, de sentimientos humanitarios, venga a postularse la dictadura de estos seres?
Afortunadamente, la pintura hecha por los marxistas es demasiado negra. No porque el capitalismo haya dejado de poner todos los medios para ello, pero el trabajador no es, afortunadamente, como los comunistas nos lo pintan. Sin embargo, las masas obreras no se hallarían capacitadas actualmente para gobernar por sí solas. ¿Qué sería si, en efecto, hubieran llegado al extremo que imaginan los teóricos marxistas?
4) Posición del cooperativismo; desaparición de las clases
Nuestra actitud en el problema de la lucha de clases es sobradamente conocida a los que hayan seguido los capítulos anteriores. Si las clases se ori:ginanpor una injusticia social, nada de seguir adelante para ver cuál de las dos debe resultar vencedora, ni siquiera nada de ver qué consideraciones debemos hacer a cada una para que no perjudique su pugna a los intereses de la nación.
La mejor manera de que no haya lucha de clases es que no haya clases, y para esto no se precisa otra cosa que restablecer en el mundo económico los principios de la justicia.
He aquí la razón por la cual nosotros podemos propugnar una nueva ordenación social; porque hemos empezado por construir una nueva ordenación económica en la cual ha quedado borrada la división clasista.
Si todos los que intervienen en la producción son igualmente productores, si los beneficios producidos no han de ir a unos o a otros, sino a todos, y la justicia del reparto de estos beneficios ha de quedar medida por la intervención de cada uno en el precio del producto, ¿quién se puede llamar explotado y quién explotador?
En nuestro sistema cooperativo, el obrero ya no es un enemigo del patrono, contra el que ha de luchar permanentemente si quiere rescatar una parte del botín que el otro le arrebató, ni el patrono tiene que defenderse contra las excesivas exigencias del obrero; los dos son colaboradores esenciales de la producción y principales interesados en la buena marcha del común negocio.
En cualquiera de los sistemas que venimos comparando con la nueva fórmula buscada, la lucha social gira en torno a la producción: no a una mejor o peor producción, sino en torno
al hecho de ver quién se lleva los beneficios producidos, y como el sistema capitalista decidía que el conjunto de ellos fuesen a manos del empresario y hacía que el obrero se hubiese de "conformar con el salario (un salario ajeno en absoluto a la producción) resultaban varias cosas:
Primera. Que cuanto mayor fuera el beneficio obtenido por el patrono, mayor era el ingreso que el capital usurpaba al trabajo' y mayor el odio que el obrero justificaba contra su patrono.
Segunda. Que el obrero no sentía aliciente alguno por buscar la prosperidad industrial a él encomendada.
Tercera. Que, por el contrario, la mejor arma del obrero para obligar a su patrono a claudicar, era ésta de entorpecer su negocio con huelgas y sabotajes.
Cuarta. Que en el mejor de los casos, procuraría limitar su propio esfuerzo, ya que una mayor honradez laboral no le reportaba ventaja alguna. Es decir, el sistema capitalista provocaba el conflicto social del odio y el conflicto económico de un descenso de producción.
En el sistema cooperativo, las relaciones entre unos y otros se establecerán cimentadas sobre una conveniencia común de mutua ayuda, y estas nuevas relaciones amistosas harán a su vez que la producción mejore en cantidad y calidad. No habrá razón alguna para que nadie quiera entorpecer la buena marcha de una empresa que a todos los beneficia por igual y hasta el obrero vago que antes encontraba el fácil recurso de la causa proletaria para ocultar sus defectos y lograr el apoyo de todos sus compañeros, se quedará ahora sin bandera¡ que extender sobre su calidad de parásito, porque ya la causa que exhibía habrá dejado de ser contraria a la causa que atacaba.
5) Nueva organización sindical.
Pero vayamos por partes: Decíamos que la justicia social traía como inevitable ventaja la desaparición de las clases. Por lo tanto, la organización de la sociedad laboral ya no tiene que ser en dos sindicatos distintos, como dos ejércitos dispuestos a la batalla, sino en uno solo, que agrupe lo mismo a los obreros, que a los patronos, que a los técnicos, y esto de la desaparición del odio es la primera consecuencia que se viene a extraer del nuevo aspecto social. Pero decíamos, además, que hay un segundo problema resuelto, el problema de la producción, y para ello es preciso también organizar el sindicato de una manera adecuada.
Luego veremos la razón económica que aconseja esta nueva organización; pero observemos ahora cómo está constituída la organización antigua. En el mundo capitalista-marxista, el sindicato de metalurgia, por ejemplo, está formado por los obreros metalúrgicos de toda la nación ; sin embargo, no hay duda que el obrero de una fábrica cualquiera tiene más razones de inteligencia con el patrono de su propia fábrica que con el obrero de otra fábrica distinta, ¿Por qué, entonces, se une con éste y no con aquél? Porque su sindicato no está orientado a la produción, sino a la lucha, y no lo está porque la producción no es de los dos, sino del patrono, y, por tanto, el obrero no tiene nada que ver con él.
Antes, por el simple despido de un obrero cualquiera, se declaraban en huelga todos los obreros de la misma industria, hasta a veces todos los de una nación; en un momento dado tenian que mirar a sus patronos como enemigos irreconciliables y esforzarse en producirles los máximos perjuicios, aunque el patrono fuera un trabajador como cualquiera de ellos el perjuicio recayera también sobre el propio obrero.
Ahora no tiene que ser así; el obrero ya no es una pieza de fácil recambio, un recluta temporal sin derechos, sino una parte integrante de la empresa misma, y no puede tener hostilidad alguna contra el productor empresario, porque sabe que la conveniencia de él es su conveniencia propia.
En la organización sindicalista del sistema cooperativo la producción ha dejado de ser lo que separa para venir a convertirse, por el contrario, en lo que une a todos los diferentes factores de ella, y la fábrica ha dejado de ser el lugar donde el obrero deja sus mejores energías en beneficio de alguien que ni siquiera conoce más que con el nombre genérico de burgués, sino el laboratorio de su porvenir, del suyo.
Por tanto, nosotros, borradas las clases, no necesitamos negar a la organización artificíosa y cornbativa del clasismo y realizamos nuestros sindicatos de un modo absolutamente distinto.
El funcionamiento de una fábrica -pensamos- no, depende del de otras fábricas análogas, y, en consecuencia, es en ella donde se tiene que formar el primer núcleo social. Si no logramos poner en movimiento un automóvil separando el motor de los engranajes y de las ruedas, ¿lograríamos hacerlo juntando estas piezas con otras análogas procedentes de automóviles igualmente desmontados? Pues bien , traslademos el argumento a la vida industrial y no caigamos en la ingenuidad de creer que una fábrica ha de funcionar mejor disociando al obrero del patrono y del técnico y agrupándole con otros seres a los que ni siquieraconoce y con los cuales no tiene más razones de unidad que aquellas de sentirse amenazados de un mismo, y en este caso imposible, peligro.
¿Por qué se han de mirar como hermanos dos obreros de las más lejanas industrias, y como enemigos irreconciliables los patronos y los obreros que trabajan juntos? Antes esto tenia una justificación, y no era la menor de todas el hecho de que el uno representaba el propósito de llevarse el beneficio del esfuerzo ajeno; pero ahora ya esto es un imposible físico, porque siendo colaboradores de un mismo afán han de mirarse también como tales en todas las relaciones de su vida.
Elecciones Sindicales | 15-10-1950 |
6) El Sindicato Vertical como fórmula para la organización económica y social de la industria.
Por esto, los sindicatos que se estructuren con esta nueva teoría económica han de empezar a construirse, en primer lugar, entre los que viven bajo un mismo techo, agrupando todos ellos (patronos, técnicos y obreros), que son los que, por sentir las mismas aspiraciones, y pasar las mismas fatigas, y tener les mismos fines se han de entender con una mayor comunidad de ideas.
Esto, que bien pudiera llamarse familia sindical, ha de ser la célula sustancial de la nueva organización, y de ella, de esta especie de sindicato de empresa o núcleo primario de la sindicación, han de arrancar todas las sucesivas fases de la forma que se quiera dar a la futura organización sindical.
Y digo que se quiera dar, porque efectivamente son infinitas las fórmulas posibles y no es cosa de elegir el patrón que deben seguir los diferentes pueblos y, sobre todo, las diferentes economías de cada uno. Si este núcleo sustancial del sindicato de empresa se realiza vigorosamente, en buena y arraigada legislación que le proteja y le dé vida propia, lo demás surgirá solo y como por generación espontánea.
Sin embargo, no es cosa de olvidar que siendo ya la organización sindical dirigida más bien a una buena producción que a una mayor protección (puesto que ahora nadie ataca al obrero .Y la palabra protección queda sin significado), el ideal de la organización debe ser siguiendo el desarrollo natural de la industria.
¿Cómo viene a realizarse este natural desarrollo? Veámoslo; si yo tengo una fábrica cualquiera y quiero ampliar el negocio pensaré que están en mis manos dos procedimientos para IIevar a cabo mi propósito: o montar otra fábrica análoga, con lo cual duplico las ganancias, o completar el ciclo de la producción, con lo cual elimino intermediarios.
La primera solución que es susceptible de ampliar indefinidamente, encierra sin embargo un peligro que conviene tener en cuenta : Es cierto, que me pone en situación de ganar el doble; pero también me expone a perder el doble, si mi proveedor de materias primas o el comerciante que lleva al mercado mi mercancía, me dejan de servir o me someten con sus exigencias. En cambio, si cojo el camino que me ofrece la segunda solución, y en vez de ampliar horizontalmente mi negocio, lo completo verticalmente, es decir, si en vez de montar dos fábricas iguales, compro tierras que me proporcionen las materias primas necesarias y monto un servicio de transportes que lleve mis productos a la ciudad e instalo ahí una tienda que me ponga en contacto directo con el consumidor, evidentemente, sobre todas las ventajas que pudiera proporcíonarme el sistema anterior, tengo aquí la de independizarme de unos colaboradores que, naturalmente, han de mirar más su conveniencia que la mía.
Ahora bien; aquí estamos tratando de la sindicación, y la sindicación no suele obedecer a casos de crecimiento económico (los trusses y carteles no tienen nada que ver con los sindicatos), sino, por el contrario, a la necesidad de autodefenderse contra el abuso de economías más fuertes o desaprensivas; por tanto, como es, en esta voluntad de resguardarse contra especulaciones ajenas, donde hay que situar la cuestión, ¿qué asociación convendrá mejor a mi propósito? Para buscar la manera de garantizar mi seguridad económica, me encuentro también, como en el caso anterior, con estos dos carminos : o el de asociarme con otros industriales análogos a mí y formar con ellos el sindicato del ramo, o unirrne al agricultor que me surte y al comerciante que vende mis productos, y constituir todos juntos un sindicato que abarque el ciclo total de mi producción, sin dejar fisura alguna por donde se pueda interferir el egoísmo o la mala fe.
Indudablemente elegiré esta segunda asociación, ya que la primera me deja siempre a disposición de otras personas y ésta en cambio implica a todas en un mismo provecho. Pues bien; esta organización, que en lo económico abarca desde la materia prima hasta el mercado, y en lo social excluye también la forma horizontal de reunir sólo a los. patronos o sólo a los obreros o sólo a los técnicos, para agrupar en una misma y jerarquizada línea vertical a todos los productores; esta organización, que como se ve no la he inventado yo sino que es la que seguiría cualquier prudente financiero que pretendiera asegurar sus ga-
nancias, o cualquier sociólogo que buscara la armonía entre los tres elementos de la sociedad laboriosa, es la que aquí se propugna con el nombre de sindicato vertical.
7) Sindicación oobligatoria y única.
Quizás después de lo que llevo dicho en el presente capítulo, sea inútil argumentar sobre esta fundamental cuestión; la sindicación obligatoria y única. Desde la disolución de los gremios y la declaración de la libertad de trabajo hasta que el comunismo nos ha venido a decir que todas estas cosas son monsergas de la burguesía. la libertad de sindicación ha sido postulado indeclinable del sistema liberal. El mismo socialismo, ante la posibilidad de aprovechar en su favor los viejos Ietiches de la filosofía liberal, ha fomentado su intangibilidad en los países donde no lograba implantar lisa y llanamente su teoría.
Pero fijándose bien (y sin necesidad de acudir a la enseñanza comunista que no ha dudado un solo instante en implantar la sindicación única y obligatoria como norma sustancial de trabajo dentro de su teoría) se echa de ver fácilmente toda la serie de intereses bastardos que han acabado por ser los únicos sostenedores de lo que en un principio empezó siendo tal vez terapéutica eficaz a una situación intolerable.
La sindicación libre viene a responder en primer lugar a una situación clasista, y en segundo lugar a una serie de conveniencias partidistas. No se podía hacer un único sindicato, porque entre un obrero y un financiero no había el más pequeño punto de semejanza y no se podía obligar a nadie :el sindicarse con los demás porque los sindicatos de toda la etapa liberal han sido grupos políticos que en lugar de enarbolar talo cual bandera levantaban como más positiva o como mejor procedimiento de captación de masas la bandera de la cuestión social; así venia a suceder que no ya un obrero y un empresario, sino dos obreros de la misma fábrica dejaban de tener una razón común para sindicarse juntos.
Ahora bien, si el sindicato ya no es un instrumento de clase porque ya no hay clases y no es tampoco un instrumento político porque la política, como luego se dirá, queda fuera de toda especulación; si el sindicato queda convertido en un instrumento económico y social encaminado a satisfacer las necesidedes que en este orden encuentra el trabajador en su tarea cotidiana, ya no hay razón para disociar al empresario del obrero, ni a un obrero de otro, porque todos ellos encontrarán en el sindicato la realización de sus fines laborales.
El hombre trabaja para mejorar su vida y todo lo que sea mezclar con ello intereses encaminados a otro fin es contribuir a desordenar las cosas. Los sindicatos no deben tener más política que la directamente encaminada a satisfacer las conveniencias del trabajador en su dable orientación económica y social; la una dirigida a mejorar la producción abaratando el producto, facilitando el comercio etc., y la otra dirigida a mejorar las condiciones de vida, del productor.
Hasta aquí he hablado en pro del sindicato único. Para hablar de la sindicación obligatoria necesito aun menos palabras ; basta recordar que el sistema descrito se dmenta en la declaración expresa de la obligatoriedad del trabajo; luego si el sindicato es una agrupación laboral y el trabajo es obligatorio para todos, la sindicación debe ser para todos obligatoria.
8) El sindicato así constituido Sirve de cauce para que el pueblo participe en las tareas dei Estado.
Conforme, pues, a lo dicho hasta aquí, el sindicato constituye una asociación en la que el patrono, el técnico y el obrero se unen para obtener un resultado económico. No se limita a esto, sin embargo, la significación social del sindicato. Si el hombre fuera solo, como pretendía Carlos Marx, un animal productor, el sindicato habría ciertamente agotado su finalidad con servir de instrumento para la producción de bienes económicos; pero como no es así, sino que lo económico representa para los hombres solamente una parcela de su vida, la significación del sindicato es más honda y más amplia que la imaginada por el marxismo.
No vive el hombre para producir sino, al revés, produce para vivir. La producción, el trabajo, constituyen el medio de que el hombre ha de servirse para. llevar adelante su vida. Ciertamente que trabajar no es lo único que el hombre tiene que hacer para vivir como ser racional; pero no se repara nunca bastante en la esencial y primaria trabazón que existe entre trabajo y vida.
La especialización de trabajos a que hoy se ha llegado, es decir, el hecho de que actualmente las distintas posibilidades o modalidades del trabaj o humano tengan un perfil y un nombre casi siempre concretos y determinados (el trabajo del carpintero, del ingeniero, del músico) nos lleva frecuentemente a equiparar trabajo y profesión.
Vemos el trabajo bajo la especie de profesión, y como ésta siempre, por encima de todo, es algo que el hombre puede abrazar o abandonar a voluntad; algo, en cierto modo, exterior al hombre, por muy ligado que se encuentre a ella, acabamos siempre por ver en el trabajo una cosa extraña a la vida humana, todo lo importante que se quiera, pero extraña al fin.
Sin embargo, antes que profesión el trabajo es, primaria y fundamentalmente, esfuerzo. La profesión es sólo la modalidad que libremente elegimos para desarrollar un esfuerzo que se nos impone necesariamente. Y esto, el esfuerzo, no es algo que acompañe forzosamente a la vida sino que, realmente y en cierto sentido, es la vida humana misma. Vivir es esforzarse y, por consiguiente, trabajar. No es sólo que el trabajo esté dado necesariamente en la vida, sino que la vida, ella misma, es trabajo. "Trabajo es la vida del hombre sobre la tierra-dice el libro de Job y sus días son como días de jornalero".
No hay duda de que, entendido esto así, la significación del sindicato trasciende de lo puramente económico. Ya no se puede ver en él solamente un instrumento' para la producción, sino que hay que mirarle como el punto donde se condensa y configura la actividad vital laboriosa del hombre. Éste está en el sindicato en cuanto trabajador y, por tanto, en cuanto auténtico y esencialmente hombre. Por encima de su finalidad concreta, que es servir a la producción, el sindicato se nos aparece como una comunidad de vida, como una, auténtica persona colectiva más enérgica y más vigorosa que, por ejemplo los partidos politicos.
Ahora bien (y esto es lo que importa subrayar aquí): Esta persona colectiva que es el sindicato tiene hoy una destacadísima significación social y política. No es solamente que el hombre se halle en el sindicato de un modo real y auténtico, sino que, además, el sindicato constituye actualmente el medio posiblemente más adecuado de que el hombre dispone para proyectarse sobre la sociedad que le rodea. Se trata de una realidad histórica que es imposible desconocer. Las pugnas sociales y políticas giran naturalmente en torno a cuestiones directamente ligadas a la vida del trabajo y, además, sea por lo que sea, es lo cierto que actualmente todo el mundo otorga condición de protagonistas en estas pugnas a aquellas entidades que se presentan públicamente como determinadas. y configuradas por lo sindical.
Se dirá que no representa novedad alguna para quienes están acostumbrados a apreciar el peso político que sobre la vida de los pueblos van teniendo en los últimos decenios las organizaciones obreras, esto de venir ahora a reclamar para el sindicato la categoría de cauce popular en las tareas del Estado; ¡naturalmente que lo es! dirán estas gentes-y para esta afirmación no necesitábamos oir una sola de las argumentaciones expuestas.
Sin embargo, obsérvese esta fundamental diferencia; no decimos nosotros que el sindicato sea una organización clasista de poder; entre otras cosas, porque eso ya lo dijo Marx, sino todo lo contrario; decimos que no es una organización clasista; que es una organización infinitamente más completa y más eficaz y que precisamente por ello, por no abarcar a la clase sino a la nación entera.. puede servir de cauce a la participación del pueblo en lugar de servir a unos pocos y puede encararse honradamente con tesis nacionales en lugar de representar el apetito muchas veces inconfesable de talo cual sector.
Una organización de clase puede vanagloriarse de muchas cosas menos de procurar los intereses de la nación, a no ser que ellos coincidan con los intereses buscados por la clase que vinieron a atender. Una organización, en cambio, como la nuestra, en la que se empieza por borrar toda razón de lucha estéril y menuda, puede dedicarse por entero a labores más trascendentes y si, además, esta organización, por estar basada en el trabajo (proclamado de antemano como un deber ineludible) agrupa a todos los habitantes de un pueblo, entonces se puede afirmar, sin temor a que nadie nos confunda con lo que hasta ahora se ha venido entendiendo bajo esta etiqueta, que el sindicato es una auténtica y eficaz manera de intervenir en la vida social de un pueblo.
No es que bajo su bandera se levante una clase o un grupo o un partido con su determinado punto de vista; es que a través del sindicato se proyecta sobre la nación una de las pocas cosas serias que aún le queda al hombre para exhibir en este descarriado momento; la función universal y eterna del trabajo elevada a la suprema jerarquía por mandato de Dios y escamoteada torpemente a los ojos de una sociedad confusa por arte y gracia de la pedantería liberal.
Elecciones Sindicales. |
9) El sindicato no es un instrumento de partido, sino un instrumento de Estado.
Para terminar el capítulo, conviene poner junto a la afirmación de que el sindicato es un órgano apto para servir de cauce al vivir de un pueblo, la afirmación de que no es Un instrumento de partido sino de Estada; con ello quedan descalificados varios errores; el de dejado sometido a los vaivenes de la política, el de suponer que el sindicalismo se puede defender y combatir como se discute, por ejemplo, un arancel; el de dejado reducido a la categoría de grupo, etc. etc.
Cuando hablábamos de la sindicación obligatoria y,única, lo hacíamos, no porque estuviéramos sosteniendo que los sindicatos deberían representar un papel importante en la sociedad, sino porque afirmábamos que son el único modo que la sociedad tiene actualmente para realizar con provecho su labor social. Lo social es aigo que, queramos o no queramos, preocupa sustancial mente a la sociedad, y mientras tenga esta preocupación y para llevada a cabo, necesita organizarse de alguna manera.
Pues bien,esta manera es la sindical, y ello es tan evidente que no se puede desconocer. Lo único que cabe, y esto es lo que hacen los reaccionarios, es cerrar los ojos a la realidad y obstinarse en afirmar que lo social es un banderín de enganche que determinados partidos políticos han levantado hábilmente para atraerse Ia masa, pero aceptar la preocupación social y negar a la sociedad el camino para resolverla es una ingenuidad que conviene mantener alejada.
Yo no sé, ni me importa saber, si los primeros partidarios del sindicalismo moderno tuvieron o no conciencia de que estaban acertando a encontrar el cuerpo que la sociedad requería para estructurarse de acuerdo con las nuevas corrientes; pero que hoy se puede afirmar sin temor a equivocarse es que la organización sindical ha llegado a convertirse en un modo de realizar la inquietud social de nuestros tiempos.
La razón es muy sencilla; la sociedad humana necesita siempre una organización adecuada a la concepción de cada momento; hace cien años, por ejemplo, lo político era la preocupación más sincera de la vida civil, y los partidos políticos lllegaron a ser un modo de estructurar la sociedad para realizar aquella obsesión ; hoy la importancia que lo social ha venido a tener en el mundo, exige organizar la sociedad en consecuencia: y la organización sindical que viene a resolver esta exigencia, no puede considerarse como una postura ocasional de partidos ni es cosa de permitir que los sindicatos se conviertan en bocado apetecible de ellos aunque, efectivamente, sean determinados grupos los que más violentamente lo persigan.
La esclavitud, el feudalismo, los gremios, etc, quizas empezaran siendo igualmente soluciones levantadas por un grupo; pero al responder a necesidades sentidas por todos, no tardaron en convertirse en órganos capaces de resolver a la sociedad sus nuevos problemas, y hubiera sido ridículo que la gente se empeñara en seguirlos considerando como opinión de unos pocos.
Hasta nosotros ha llegado el municipio; el municipio es el aparato encargado de resolver al hombre sus problemas de vecindad; nace en la entraña misma de su vocación a la sociabilidad y el hecho de pervivir a través de los siglos, nos demuestra el acierto con que fué concebido; pues bien, el sindicato, prescindiendo de muchas cosas que todavía lo convierten en instrumento clasista (ya hemos visto cómo era preciso empezar por desnudarle de este defecto) es una asociación que viene a resolver al hombre otra situación suya tan fuerte como la sociabilidad, la del trabajo; y esta finalidad le libera de toda otra intención especulativa que sobre él se empeñe en proyectar cualquier partido para representar ante todo el papel de organización del Estado ajena a las demás intenciones.
Por tanto, atacar a la organización sindical de una nación o negarle su capacidad de cauce para la intervención del hombre en la vida social, o dejarla reducida a la categoría de opinión sustentada por tal o cual programa político, es tan fuera de razón como negar estas cosas al municipio afirmando que; es voluntaria y discutible la implicación en él de cada uno de sus vecinos. No. La presencia en el Estado moderno de una organización sindical, única y ajena a las fluctuaciones políticas, que agrupe profesionalmente a todos los trabajadores para implicarlos en función de su trabajo en la administración del Estado, no es una postura que se puede sustentar frente a otras que discuten su conveniencia; es una realidad que existe por encima de todas las opiniones y que resulta imposible desconocer.
Precisamente, lo que no es defendible es la postura contraria, la que pretende dejar a los sindicatos sometidos a la acción disolvente de los partidos; porque los sindicatos hoy lo que han venido a ser por obra de la situación social del mundo moderno, no es otra cosa que la forma actual de estructurar al pueblo como en el siglo XII fué el feudalismo, y en la época romana fueron las Gens. ¿Qué tiene que ver esto con los partidos? ¿A qué vienen, pues, ciertas gentes siempre confusas en sus actitudes con la pretensión de organizar sindicatos de determinados matices?; sin duda es que con ello quieren lograr el apoyo a su postura de las masa trabajadoras; pera están equivocadas; y del mismo modo que no se conciben tantos municipios como partidos políticos, tampoco se puede dejar que el sindicato venga a convertirse en objeto de especulación.
José Luis de Arrese 1947.
Cuéntame...Lo que no nos cuentan.
El Sindicalismo en el Estado Nacional.
Tomó muchas ideas del nacional-sindicalismo pero, salvo en las numerosas cooperativas, se quedó a medio camino y no cambio la propiedad de las empresas ni hizo imposible la lucha de clases. Los demagogos siempre culpan a Franco a pesar de ser bien conocido que el cambio del Régimen con respecto a la política social se produjo como consecuencia del triunfo aliado en la II G.M. Sin duda habrá más razones, como la necesidad de preservar el apoyo de los sectores conservadores más aliadófilos, es decir, los más pro-capitalistas.
De los viejos sindicatos al Sindicalismo Nacional. (Comunicación a la Escuela Sindical.)
"El sindicalismo es, hoy,
un hecho de primer orden en la vida de cualquier país. Un hecho
con el que hay que contar siempre, quiérase o no, tanto a la hora de
la paz como a la hora de la guerra.
Conscientes de esta
gran importancia que modernamente reviste, nosotros no nos hemos
desentendido del fenómeno sindical; al contrario, desde los
primeros balbuceos de la Falange esta palabra aparece colocada en el
primer plano de la atención pública.
Pero esta misma
importancia que le concedemos obligaba a ir a la estructuración
de un nuevo sindicalismo que, alzado, sobre la experiencia del
pasado y adaptado a la vez a las exigencias de los tiempos,
respondiese a los más rigurosos imperativos de la Patria.
Porque creíamos, y
seguimos creyendo, que estaban muriendo viejas fórmulas y
levantándose sobre esas ruinas nuevos modos de vida política y
social.
LA AURORA DEL SINDICALISMO.
El año 1830 señala un
momento decisivo en la Historia de la Humanidad: la invención
del telar mecánico y de la máquina de vapor constituye el
punto de partida del liberalismo económico, frente al cual surge,
como reacción, la autodefensa de las masas trabajadoras.
Sin embargo, han de pasar
todavía unos años para que, con la aparición del capitalismo en
Europa, que tiene lugar entre 1860 y 1870, los Sindicatos irrumpan
violentamente en la escena política. En la última decena de
septiembre de 1865 se celebra en Londres una Conferencia
Internacional, de la que sale la Asociación Internacional de los
Trabajadores. Y unos años más tarde, en 1868, Bakunin funda en
Ginebra la Alianza Internacional de la Democracia Socialista. Está
en marcha la I Internacional, en la que originariamente confluyen
dos tendencias, la anarquista y la marxista, que poco después se
declararán la guerra a vida o muerte.
Paralelamente a esta
fermentación sindical internacional, se producen en España los
primeros brotes del sindicalismo, que desde sus mismos orígenes
muestra una irreprimible inclinación hacia la violencia.
El primer español que acude a un Congreso de la Asociación Internacional de Trabajadores, en 1866; se Ilama Marsal Anglada, como representante de la Legión Iberica. Y la primera huelga que se desarrolla en nuestro suelo se hace bajo la bandera de «Asociación o muerte».
El primer español que acude a un Congreso de la Asociación Internacional de Trabajadores, en 1866; se Ilama Marsal Anglada, como representante de la Legión Iberica. Y la primera huelga que se desarrolla en nuestro suelo se hace bajo la bandera de «Asociación o muerte».
LA SOMBRA DEL EXTRANJERO.
A finales de octubre de
1868, el mismo año en que Bakunin funda su Alianza Democrática,
llega a España el diputado italiano Fanelli, que establece los
primeros contactos con los federales de Cataluña y consigue en
Madrid algunos adeptos, entre ellos Anselmo Lorenzo. Ese mismo
año se funda en Barcelona la Agrupación
Sindical denominada «Las tres clases de vapor».
La propaganda de Bakunin origina la creación de la «Mano Negra», nacida en Jerez y extendida por toda Andalucía. Y Pérez del Alamo dirige por las tierras de Sevilla el fusilamiento de las imágenes religiosas.
La propaganda de Bakunin origina la creación de la «Mano Negra», nacida en Jerez y extendida por toda Andalucía. Y Pérez del Alamo dirige por las tierras de Sevilla el fusilamiento de las imágenes religiosas.
Dos años más tarde, el
19 de junio de 1870, Pablo Iglesias, tipógrafo, ingresa en la
Asociación Internacional de Trabajadores, Sección Española, la
cual celebra ese mismo año su primer Congreso en Barcelona, donde
nace la primera Agrupación Sindical propiamente dicha en España. Y
en junio del año siguiente llegan a nuestro país Pablo Lafargue,
yerno del autor del manifiesto inaugural, y Laura Marx, hija de
Carlos Marx, para organizar aquí el movimiento socialista.
Mientras tanto, en el
Fomento de las Artes Gráficas, una sociedad fundada por Un
sacerdote, de la que salieron los primeros Sindicatos de las Artes
Gráficas, tienen lugar las primeras controversias sobre
sindicalismo, entre Anselmo Lorenzo y Pablo Iglesias, bajo la
presidencia de Osorio y Gallardo.
El médico catalán Suñer y Capdevila bate todos los «records» de blasfemias en el Parlamento. Y un nuevo personaje italiano, Basterini, aparece en la febril Barcelona, donde el anarquismo importado a España por el garibaldino Fanelli y el terrorista Bacherini, logra crear un núcleo de acción bajo el lema de «Propaganda por el hecho», conmoviendo aquellas tierras con una larga serie de atentados.
El médico catalán Suñer y Capdevila bate todos los «records» de blasfemias en el Parlamento. Y un nuevo personaje italiano, Basterini, aparece en la febril Barcelona, donde el anarquismo importado a España por el garibaldino Fanelli y el terrorista Bacherini, logra crear un núcleo de acción bajo el lema de «Propaganda por el hecho», conmoviendo aquellas tierras con una larga serie de atentados.
AL MARGEN DE LA LEY.
En 1872 se produce la
escisión entre las dos ramas que constituían la I Internacional,
bakunistas y marxistas, partidarios éstos de promover la creación
de un partido obrero y contrarios los primeros a toda acción
política. Y este cisma, que va a señalar por largo tiempo la
trayectoria del sindicalismo, repercute también en España.
El Congreso de Zaragoza se
reúne en abril de ese año, y en junio se funda la nueva Federación
Madrileña, integrada por elementos marxistas, redactores de «La
Emancipación», la cual es admitida en su seno por el Congreso
General de Londres. La escisión deslinda también aquí claramente
los dos bandos. Los socialistas, dirigidos por Pablo Iglesias, quedan
en minoría. Y los anarquistas, fieles a la Alianza Democrática,
forman la mayoría que dirige Farga Pellicer, asistido por Anselmo
Lorenzo, un tipógrafo, que es más bien el cronista de esa Alianza
Democrática.
Los anarquistas o
libertarios, amigos de Fanelli y Bakunin, se reúnen en Congreso en
Barcelona, en septiembre de 1881, y dan vida a la Confederación
Regional Obrera. Estos mismos elementos bakunistas crean en 1907 la
Confederación Regional Catalana y comienzan a publicar el semanario,
más tarde diario, «Solidaridad Obrera». Y en 1908, en un Congreso
anarquista celebrado en Barcelona entre los días 8 y lo de
septiembre, se funda la C. N. T., inspirada en las ideas de Proudhón,
Blanc y Sorel.
La C. N. T., con su
ideario destructor, se coloca al margen de la ley. Su ideólogo es
Anselmo Lorenzo, redactor de «Tierra y Libertad», periódico
anarquista dirigido por Federico Urales, «Juan Montseny», y autor
del libro «El proletariado, militante». El fué quien,
efectivamente, en «Tierra y Libertad» y más tarde en la
Conferencia que dió el año 1911 en el Teatro Barbiéri, de Madrid,
sostuvo la tesis de que sin abandonar el ideal anarquista era
menester encubrirlo con la palabra y la organización sindical.
¿Y
qué pedía ese ideal? Pedía: ¡Guerra a los ricos! ¡Guerra a los
poderosos! ¡ Guerra a la Sociedad! ¡Guerra contra todas las formas
de Gobierno! ¡Todo para todos, desde el Poder hasta las mujeres! y
no se crea que, por su parte, el sindicalismo socialista seguía una
orientación constructiva. La nueva Federación Madrileña crea en
1882 el Partido Socialista Obrero Español. Y seis años después, en
1888, esos llamados socialistas autoritarios, pertenecientes a la
rama marxista creada en España por Lafargue, celebran un
Congreso en Barcelona, de donde sale la U. G. T. En el período
que corre entre 19lo y 1915 se registra una afluencia de
intelectuales hacia el marxismo. Pero no van a ser ellos los que
manden, sino la masa y los líderes extraídos de ella. Y así, en
1932, en un Congreso de las Juventudes Socialistas, se declara
abiertamente: «No puede haber democracia a la hora de actuar.»
España marcha a la
deriva, a merced de dos fuerzas, anarquismo y socialismo, situadas
igualmente al margen de la ley.
SINDICATOS CONTRA
SINDICATOS.
El año 1918 señala la
segunda etapa, que podríamos llamar de pleno desarrollo, del
sindicalismo español. La Unión General de Trabajadores y la C. N.
T. se disputan el monopolio de las masas trabajadoras, lanzan al
proletariado a la calle, se revuelven la una contra la otra. España
vive en un estado continuo de emergencia, mientras de fuera, a favor
de los vientos de la primera posguerra mundial, sigue entrando y
germinando en nuestro suelo una mercancía de matute.
En ese mismo año de 1918,
en los últimos días de junio y primeros de julio, se celebra el
Congreso de Sans, en el que los libertarios acuerdan crear los
Sindicatos Únicos y un año más tarde nacen los Sindicatos Libres.
La calle se conmueve bajo el terror del pistolerismo sindical. Son los años trágicos de Barcelona.
La calle se conmueve bajo el terror del pistolerismo sindical. Son los años trágicos de Barcelona.
El 5 de septiembre de 1919
el ex policía Bravo Portillo cae asesinado en una calle de Barcelona
y el Gobernador de la Ciudad Condal, Amado, que se ha negado a
aprobar el reglamento de los «libres», es sustituído por el
Conde de Salvatierra,
En abril de 1920 es
asesinado un delegado «libre», Tomás Vives, y Bas sucede en el
Gobierno Civil al Conde de Salvatierra, el cual cae mortalmente
herido en Valencia cuatro meses más tarde. Y en septiembre de ese
mismo año se produce el atentado del Pompeya, en cuyo coliseo
estalla una bomba y hace que Bas sea sustituído por Martínez Anido.
En 1933 cae víctima de un
atentado en Valencia el Presidente del Sindicato de Banca de
Barcelona, Baltasar Domínguez, y se registra un atentado contra el
Gobernador Martínez Anido.
Los Sindicatos se devoran
entre sí y en medio de la violencia de la lucha el Poder político
se tambalea.
LA ETAPA DE LA D1CTADURA.
El advenimiento de la
Dictadura de Primo de Rivera en medio de un clima nacional de
violencias, hace que la Confederación Nacional del Trabajo se esfume
de la escena pública.
Quedan los Sindicatos Libres, que se
fusionan con los católicos, y la U. G. T., que se hace
colaboracionista, siguiendo las consignas de sus líderes: Llaneza,
González Peña, Amador Fernández, Belarmino Tomás.
El sindicalismo católico
se configura como una fuerza de primer orden. En 1905 se había
creado en Bilbao la Federación de Sindicatos Católicos. Pamplona
fué más tarde, en 1916, el escenario en que nació la Federación
Nacional de Sindicatos Católicos Libres. Esta se disuelve en 1921 y
los católicos ingresan en los «libres», formando así la
Confederación Nacional Regional de Sindicatos Libres del Norte de
España, la cual se unifica en 1924 con el resto de las uniones de
Sindicatos Libres, dando origen así a la Confederación Nacional de
Sindicatos Libres de España.
Pero la Confederación
Nacional de Sindicatos Libres no llegó nunca a rebasar la cifra de
medio millón, mientras la Unión General de Trabajadores contaba
con más de los quinientos mil.
Fueron estos años de orden y de paz, en que se trató de establecer las bases de una organización corporativa del trabajo y se impulsó la legislación social en un sentido constructivo.
Fueron estos años de orden y de paz, en que se trató de establecer las bases de una organización corporativa del trabajo y se impulsó la legislación social en un sentido constructivo.
EL PELIGRO DEL COMUNISMO.
La proclamación de la
República trastrocó radicalmente el panorama sindical español.
Los anarco-sindicalistas vuelven a organizarse y empieza la actuación de Pestaña y Villaverde en Galicia; de Ascaso, Durruti y García Oliver en Cataluña y Levante. Orozco Fernández, Secretario de la Asociación Internacional de Trabajadores, de la que era miembro la Confederación Nacional del Trabajo, vuelve de Berlín, donde la primera tenía su sede.
Los anarco-sindicalistas vuelven a organizarse y empieza la actuación de Pestaña y Villaverde en Galicia; de Ascaso, Durruti y García Oliver en Cataluña y Levante. Orozco Fernández, Secretario de la Asociación Internacional de Trabajadores, de la que era miembro la Confederación Nacional del Trabajo, vuelve de Berlín, donde la primera tenía su sede.
La U. G. T. ha dejado de se colaboracionista
para pasar también al plano de la agitación y de la violencia.
Los «libres», colocados entre estas dos fuerzas, que se disputan a tiros el monopolio de las masas y el dominio de la calle, tienen que resignarse a morir o a engrosar las filas de la C. N. T.
Los «libres», colocados entre estas dos fuerzas, que se disputan a tiros el monopolio de las masas y el dominio de la calle, tienen que resignarse a morir o a engrosar las filas de la C. N. T.
Al mismo tiempo aparece
una nueva fuerza sindical: el sindicalismo rojo. Este venía
tratando de extender sus tentáculos por la Península desde 1919. Ya
en ese año se registra en Barcelona una huelga general, por despido
de obreros en la Compañía denominada «La Canadiense», huelga que
dirige «Noy del Sucre» y en la que se implanta la censura roja y se
trata de crear un ejército rojo comunista.
En 1921 viene a España
Borodin, un emisario soviético, que trae la consigna de cercenar
Marruecos del suelo español. No lo consigue, pero no vuelve a
Moscú con las manos vacías: en el Congreso Sindical de aquel año
se crea la Confederación General de Trabajadores Unitarios, afecta a
la Internacional Sindical Roja y formada con elementos disidentes de
la Confederación Nacional del Trabajo, que se integra en la A. I.
T., Y la U. G. T., que sigue adherida a la II Internacional.
Y en 1932 se produce una
huelga general revolucionaria, dirigida por anarquistas y comunistas.
Los primeros dominan en Aragón y Cataluña y los segundos en
Andalucía y Extremadura, donde campean los nombres de Adame y
Trilla, todos ellos controlados por Moscú.
En 1933 el Partido Social
Revolucionario, que dirige Balbontín, acuerda ingresar en el
Partido Comunista. En febrero de ese mismo año la I. R. Y. A.
(Izquierdas Republicanas y Antiirnperialistas) de César Falcón
ingresa también en el comunismo. El Partido Comunista acuerda
liquidar la C. G. T. U por una denuncia de Dimitrof, que cuesta la
salida a Adarne, Bullejos y Trilla. La C. N. T. Y la U. G. T.
dirimen entre sí sus contiendas. La primera se siente carcomida
también por una serie de luchas intestinas: desde la cárcel de
Barcelona) García Oliver acusa de traidor a Pestaña, el
cual funda el grupo de «Los Treinta».
Y en 1934 estalla la
Revolución de Asturias, alimentada, y sostenida en este palenque de
un sindicalismo negativo y destructor. Revolución que nos coloca ya
ante las puertas de 1936, en que España ha de resolver a tiros
su problema de ser o no ser, su existencia de pueblo libre o
entregado al comunismo.
U N BALANCE TRÁGICO.
En 1890 se celebra en
España la primera Fiesta del Trabajo, instituída en el Congreso de
París de 1889 a propuesta de R. Levigne. Y el siglo comienza en
nuestro país bajo un sangriento primero de mayo. Cánovas muere
asesinado por un anarquista extranjero, «Angiolillo».
En la primavera de 1912
tiene lugar la primera huelga general ferroviaria, organizada y
alentada por los grupos anarquistas de Barcelona, como el famoso
«Cuatro de mayo», editor de «Tierra y Libertad», La huelga es
yugulada por Canalejas, que unos meses más tarde, en noviembre, cae
asesinado por un anarquista en la Puerta del Sol de Madrid, frente al
escaparate de una librería.
La segunda huelga general
se registra en 1916 y paraliza durante unos días la vida
económica del país, porque así lo ordena «Noy del Sucre».
En 1917 Largo Caballero se
traslada a Barcelona y se entrevista con Durruti, Pestaña y Carbó y
«Noy del Sucre», dictadores máximos de la C. N. T. Y estalla la
tercera huelga general organizada y dirigida por el Partido
Socialista.
En 1919 una nueva huelga
general paraliza la vida de Cataluña, bajo la bandera del anarquismo
libertario.
El primero de mayo de 1922
se produce un paro absoluto en Barcelona, organizado y controlado por
los Sindicatos Libres.
En 1923 se registra la
huelga bancaria de Madrid, en el curso de la cual cae víctima de un
atentado en Valencia el Presidente del Sindicato de Barcelona.
Y con el advenimiento de
la República se entroniza el caos en España: Las huelgas paralizan
la marcha de las fábricas, la agitación se extiende por el campo,
el clima de la calle se hace irrespirable y peligroso.
EL NUEVO SINDICALISMO
ESPAÑOL.
Este es, pintado a grandes
trazos, en sus líneas generales y esquemáticas, el viejo
sindicalismo español.
Un sindicalismo que nada tenía de tal, ya
que en él los intereses y las aspiraciones del trabajador aparecían
complicadas con las ambiciones políticas.
U n sindicalismo que tenía
muy poco de español, ya que los que mandaban eran los delegados
especiales, los cuales actuaban en conexión con los dictadores de
las Organizaciones Sindicales y éstos, a su vez, conectados con
poderes extraños que se perdían en la sombra.
Un sindicalismo que
tenía también muy poco de libre, pues el trabajador que no
ingresaba en sus filas se veía condenado al hambre y los Sindicatos
que no se fundaban en las órdenes de los dictadores se veían
condenados a morir por asfixia.
Un sindicalismo pluralista,
anárquico, negativo, en el que no solamente no contaban para nada
las realidades de la vida económica y social del país, sino la
realidad misma de España, que a merced de esas fuerzas iba
consumando su agonía paso a paso. y es en medio de ese clima,
enrarecido y difícil, en medio de un panorama nacional cargado de
presagios, de presentimientos y de urgencias, en esa hora en que
necesariamente hay que tomar decisiones y elegir caminos, cuando se
abre paso una idea que va a constituir el punto de arranque de un
orden nuevo.
Pero no se crea por esto
que nuestro sindicalismo es simplemente una reacción, una revancha
sobre todo lo anterior.
Había en aquel sindicalismo muchas cosas
que no servían, entre ellas los dirigentes y las fórmulas. Pero
había también algo muy querido y aprovechable: la gran masa de
los trabajadores engañados y hastiados.
Los precursores del
Movimiento inician, en efecto, su marcha de salvación con la mirada
puesta en la enorme masa de los trabajadores de España; lo antiguo
ya no sirve, pero se necesitará mucho coraje y mucho ánimo para
volver a encender ante ellos la llamarada de la fe.
Lo sindical en el
pensamiento y en los labios de nuestros fundadores, lejos de
anularse, se refuerza, se ensancha, en la misma medida que el
concepto de trabajador abarca cada vez a más amplios sectores de
la Sociedad. Lo sindical no muere, el sindicalismo sigue
adelante; lo que se hace es entroncarlo en las más vivas
tradiciones de lo español y en las más vibrantes exigencias de los
tiempos.
Y lo nacional tampoco
muere. No se cumple la profecía del marxismo, que había soñado con
que, bajo el peso de las luchas sociales, de las guerras, y del
desarraigo de las masas, lo nacional acabaría borrándose como
un recuerdo más perdido en los rincones de la Historia; al
contrario, lo nacional, golpeado en el yunque de los acontecimientos,
se perfila con caracteres cada vez más vigorosos.
Y es así, mediante la
fusión de lo nacional y de lo sindical, como surge la fórmula
del orden nuevo: un sindicalismo nacional, un
nacional-sindicalismo, entroncado de una parte con los más vivos e
imperecederos sentimientos de la Patria y abierto de otra hacia
las realidades del mundo económico-social, desplegado en esas dos
dimensiones en que el hombre cumple su destino dentro de la
comunidad: el trabajo y la Patria.
NUESTRO CONCEPTO DEL
SINDICATO.
Partiendo de estos
principios, la realidad de la Patria y la realidad de lo económico y
social, cuya fuerza moduladora y conductora es el Poder político,
nosotros hemos alzado una nueva confección del sindicalismo.
Entendemos el Sindicato
como una institución de carácter natural, como una agrupación
auténtica y espontánea de elementos humanos, como una unidad real,
con la misma realidad de vida que tienen la familia y el Municipio.
Entendemos el Sindicato
como un órgano básico de la Sociedad. La vieja antinomia
Estado-individuo ya no tiene razón de ser; en su lugar, levantamos
la trilogía Estado-Sociedad-Individuo. Este se expresa a través de
la Sociedad a través de la órbita en que, naturalmente, gira y se
desenvuelve a través de su contorno social, porque es así solamente
como se logra armonizar al hombre con la Patria.
Entendemos el
Sindicato como una forma de integración nacional, porque en él
los individuos, los grupos y las clases se funden en un todo animado
por un espíritu superior, y porque, aunque siga siendo órgano de
defensa de intereses, ya no defiende los intereses profesionales,
sino los intereses unitarios de la producción y de la Patria.
Entendemos el Sindicato como un instrumento de hermandad y de armonía
entre las clases sociales.
La lucha de clases resulta hoy
totalmente insostenible. Pero es que hay más: solamente dos tipos de
Sindicatos han logrado sacar consecuencias de la superación de esa
lucha: con la muerte de la libertad, el sistema ruso; con la
conservación de la libertad posible, el sistema español. Y en
honor del sistema español, tal como está concebido, hay que
decir que, efectivamente, liquida la lucha de clases y hasta cabe
hacer en este punto una profecía: el Sindicato, no sólo el nuestro,
sino cualquier otro, acabará por ser un órgano constitutivo del
Estado.
Entendemos el Sindicato
como el instrumento principal de la política económico-social.
Lo económico no puede ser en modo alguno ajeno al sindicalismo
actual y mucho menos puede quedar a merced de la acción destructora
del sindicalismo, como ocurría con los viejos Sindicatos españoles;
por el contrario, lo sindical debe funcionar en íntima conexión con
lo económico, pues de la prosperidad económica del país depende el
mejoramiento; del bienestar material y espiritual de los trabajadores
depende el nivel social de un país.
Precisamente, la originalidad
del método nacional-sindicalista consiste en haber transformado la
significación del Sindicato, transportándolo desde el terreno de lo
social al terreno de lo económico, ligándolo al trabajo, a la
producción, a la riqueza, a la empresa, a todo eso que es fruto del
sudor y del afán por el engrandecimiento de la Patria.
Entendemos el
Sindicato con un espíritu eminentemente revolucionario, porque no
estamos conformes con el viejo orden imperante y, por consiguiente,
con un valor político sustantivo, como un factor importante de la
vida política del país, pero no como órgano del Estado: la
Organización Sindical es el cauce por el cual discurre toda la vida
de la nación, algo así como una caja de resonancias que recoge
hasta la última vibración económica o social de España.
Entendemos, en suma, el
Sindicato como una fórmula genuinamente española, en la que han
sido enterrados los principios en que se inspiraba el viejo
sindicalismo español, eminentemente destructivo y nihilista: lucha
de clases, huelga general, internacionalismo corrosivo,
desconocimiento de lo económico, negación de los más firmes
valores que constituyen el substrato de la Patria.
ORGANIZACIÓN SINDICAL.
Esta es nuestra
Organización Sindical. Su vida discurre en una doble dirección: de
arriba abajo y de abajo arriba.
Nuestras unidades
celulares primigenias las constituyen las organizaciones
espontáneas del trabajo en la comunidad, es decir, las empresas,
las familias campesinas, pescadoras y artesanas, y los productores
independientes, un medio en que afloran espontáneamente los
intereses y las aspiraciones del hombre.
Partiendo de estas células
nos elevamos a una vasta y varia Organización Sindical local, en la
que hay Sindicatos de empresas, Gremios de artesanos, Cofradías
de pescadores, entidades mixtas y Hermandades Sindicales de
labradores y ganaderos en un plano donde la confluencia de
intereses y aspiraciones empieza a complicarse.
Sobre esta red local se
proyecta y se levanta el desarrollo de los órganos de grados
superiores, comarcales y provinciales, que mantienen entre sí los
oportunos órganos y consejos de unión para los asuntos comunes, ya
más heterogéneos y difíciles de reducir a simplificación.
Por encima de esos órganos
se levanta el Sindicato Nacional, uno sólo por cada rama de la
producción; un solo Sindicato, con órganos nacionales, provinciales
y locales, de tal modo que las aspiraciones irán de abajo arriba, y
las órdenes de arriba abajo.
Y en lo alto aparece la
línea política del Mando, regulando y coordinando toda esa
ordenación, dándole impulso y vida, orientándola hacia las metas
señaladas por nuestra Revolución.
TRES RAMAS DE ACCIÓN
SINDICAL.
Integrada así la
Organización Sindical en su cabeza y en sus miembros y creados los
organismos para el desarrollo de sus cometidos propios, vamos a
considerarla por unos momentos en acción.
Tres son las direcciones en que se proyecta la marcha de la Organización Sindical: la económica, la social y la asistencial; las tres íntimamente unidas. No se puedé separar, en efecto, lo social de lo económico en las actividades del sindicalismo, pues todo problema económico es social, y cualquier asunto o gestión social tiene resonancia en la situación económica.
De estas tres funciones primordiales, sin embargo, deben destacarse la preocupación social y la obra asistencial, ya que nos movemos empujados por el afán de elevar el nivel de vida de los trabajadores españoles a través de las grandesobras sindicales.La función económica encomendada a la Vicesecretaría Nacional de este nombre tiene una significación especial en el concepto y en la actuación de nuestro sindicalismo.
No podemos volver a los
tiempos en que la economía nacional se veía quebrantada por la
acción anárquica y negativa de las masas trabajadoras organizadas,
ni a los tiempos en que el Estado contemplaba cruzado de brazos estos
asaltos a la economía del país.
Hoy es preciso, no que el Estado se haga empresario, pero sí que, sin matar las iniciativas individuales, asuma la dirección de la economía nacional.
Y el instrumento adecuado para asumir esa dirección son los Sindicatos.
Hoy es preciso, no que el Estado se haga empresario, pero sí que, sin matar las iniciativas individuales, asuma la dirección de la economía nacional.
Y el instrumento adecuado para asumir esa dirección son los Sindicatos.
La función social, para cuya ejecución existe la Vicesecretaría de este nombre dentro de la Organización Sindical, constituye nuestro más ambicioso campo de acción.
La justicia social ya no es esa cosa hueca, campanuda y fácil en labios de cualquier demagogo, sino algo profundamente real y entrañablemente unido a la vida del pueblo. Significa el acceso de los trabajadores, especialmente de los humildes, a los bienes materiales de la vida, en cuya producción ellos sonprotagonistas.
Pero lo social -ya lo he dicho- ha de ser una consecuencia de lo económico, de tal modo que el nivel de vida de los trabajadores, y en esto nos diferenciamos radicalmente del viejo sindicalismo, ha de venir dado por el nivel económico del país.
Y la otra rama de acción
de la Organización Sindical es la función asistencial, que no
es de mera beneficencia, que no tiene sentido de limosna, porque
a través de ella se trata también de elevar el «standard» de vida
de los trabajadores españoles, pero ya no simplemente desde el punto
de vista material, sino facilitándoles el acceso a los bienes de la
alegría, la cultura, la salud, el deporte, todo eso que viene a
constitituir como el otro lado de la vida, como una nueva dimensión
de la existencia de los productores, y en lo que hemos de hacer
especial hincapié si queremos construir en firme, si aspiramos a que
nuestra Revolución no sea una Revolución montada en el aire, sino
en el alma misma del proletariado español.
Todavía podríamos
señalar otros rumbos y otras metas que se abren al azar de cada
día, en la línea de marcha a través de esta España levantada
sobre las ruinas de un pasado y sobre los escombros de nuestra
guerra; un nuevo concepto de empresa, un nuevo fundamento en la
reglamentación de las
de trabajo, una, nueva política asistencial, cultural, de perfeccionamiento ...
El campo se abre ante nuestros ojos sembrado de incitaciones, de ideas, de ilusiones, de esperanzas.
de trabajo, una, nueva política asistencial, cultural, de perfeccionamiento ...
El campo se abre ante nuestros ojos sembrado de incitaciones, de ideas, de ilusiones, de esperanzas.
EL PAPEL DE LOS
TRABAJADORES ENLA VIDA POLITICA DEL PAIS.
Quiero salir aquí al paso
de esas críticas que con frecuencia se nos hacen y que responden a
un desconocimiento de la realidad sindical española y a unos
principios, por lo general, anacrónicos, pasados de moda,
insostenibles, nacidos en el clima de unos tiempos que el mundo
de hoy ha superado definitivamente. Se nos ataca porque
propugnamos y hemos establecido la unidad sindical.
Pero ¿no hemos quedado en que la pluralidad sindical a quienes más perjudica es a los propios trabajadores, cuya fuerza está en razón misma de la unión? ¿No estamos viendo que los países más avanzados, aquellos que presumen de contar con una fuerza sindical mejor organizada, cuentan con una Organización Sindical única o todo lo más dos Organizaciones poderosas que, por debajo y en el fondo de sus aspiraciones e intereses, vienen a darse la mano en un mismo propósito de trabajo serio y constructivo? ¿No es acaso un hecho, plenamente confirmado por la experiencia histórica, que el pluralismo sindical acaba resolviéndose tarde o temprano en luchas intestinas entre los propios Sindicatos, entre los propios trabajadores?
Se nos ataca también
porque atentamos contra la llamada libertad sindical. Ya hemos visto
lo que esa pretendida y cantada libertad fué en nuestro país. ¿Es
esto lo que se espera? ¿Es esto lo que se quiere que vuelva a
retoñar en nuestro suelo? y si no es esto, ¿qué clase de libertad
es la que se nos recomienda?
Porque lo que nosotros hemos hecho no ha sido matar la libertad, sino encauzarla, que vale tanto como convertirla en fuerza constructiva, en impulso creador, en horizonte de empresa y de trabajo.
Porque lo que nosotros hemos hecho no ha sido matar la libertad, sino encauzarla, que vale tanto como convertirla en fuerza constructiva, en impulso creador, en horizonte de empresa y de trabajo.
Los Sindicatos españoles
no son órgano del Estado, sino entidades a las que éste ha
concedido la categoría de corporaciones de derecho público y a las
que ha atribuído un papel en la gestión de los asuntos nacionales,
como nunca hubiera podido soñar el viejo sindicalismo.
Para entrar en ellos no se exige más que esta contraseña: ser trabajador, y los trabajadores cuentan hoy, gracias al sistema nacional-sindicalista, no sólo con una participación en la dirección y gestión de los Sindicatos, sino con una representación amplia y efectiva en la vida pública del país.
Trabajadores auténticos son los Enlaces cerca de las fábricas; así como los componentes de las Juntas Sociales y Económicas, designados todos ellos por elección. Y de esa cantera están extraídos también los representantes de la Organización Sindical en los diferentes órdenes de la Administración y de la política.
Para entrar en ellos no se exige más que esta contraseña: ser trabajador, y los trabajadores cuentan hoy, gracias al sistema nacional-sindicalista, no sólo con una participación en la dirección y gestión de los Sindicatos, sino con una representación amplia y efectiva en la vida pública del país.
Trabajadores auténticos son los Enlaces cerca de las fábricas; así como los componentes de las Juntas Sociales y Económicas, designados todos ellos por elección. Y de esa cantera están extraídos también los representantes de la Organización Sindical en los diferentes órdenes de la Administración y de la política.
La Organización Sindical
está representada en las funciones y organismos de los Ministerios
de mayor influencia en el Gobierno de la nación: Agricultura,
Industria, Comercio, Obras Públicas, Educación Nacional, Hacienda,
Trabajo. Está representada en una serie de organismos tan
fundamentales como el Consejo de Estado y el Consejo de Economía
Nacional. Está representada en la Administración local y provincial
a través de concejales y diputados provinciales designados por
elección. Está representada en las Cortes, a través de un tercio
de Procuradores sindicales. Y cuenta también con una representación
en el más alto órgano consultivo del país: el Consejo del
Reino.
Este es el camino para que
cada trabajador haga llegar al Estado sus iniciativas, sus quejas,
sus consejos. Pero es también el camino de acceso al Poder político.
Porque la presencia de los trabajadores en los órganos principales
de la vida administrativa y política del país sirve también
para moldear toda esa realidad viva y cambiante que constituye el entramado material y moral en que se desarrolla la existencia del
proletariado: el hogar, la fábrica, la economía, la tierra, el pan.
He aquí nuestra verdadera
libertad sindical, la que cuenta y sirve, la auténtica. Una libertad
que ha permitido a los trabajadores españoles tener su parte en el
Poder político de la Patria.
EFICACIA DE UNA IDEA.
Esta es la idea que hemos
puesto en pie y a la que hemos dado cuerpo. Los viejos principios del
sindicalismo se han venido estrepitosamente abajo sin que haya modo
de apuntalarlos. El Estado liberal ha muerto definitivamente. Las
masas trabajadoras están de vuelta de promesas y utopías, que sólo
les han acarreado sinsabores y desengaños.
Y entre las dos vertientes, la que conduce a la democracia liberal y capitalista y la que lleva al comunismo gregario y monstruoso, nosotros hemos elegido el camino del medio.
Y entre las dos vertientes, la que conduce a la democracia liberal y capitalista y la que lleva al comunismo gregario y monstruoso, nosotros hemos elegido el camino del medio.
El sindicalismo, que nació
en las barricadas de lucha contra el Estado, para pasar luego a
parlamentar con éste, se mueve cada vez más en una línea de
colaboración con su viejo enemigo. Y es que el sindicalismo se ha
ido llenando de reflexión, de comprensión, de sentido realista y
constructivo, a la par que el Estado, apeándose de su viejo pedestal
doctrinario, empapándose de contenido económico y social, en
torno a lo cual gira hoy toda política, ha salido también al
encuentro de la vieja llamada de angustia de las masas trabajadoras,
para tomar sobre sí la tarea no sólo de auparlas en el palenque de
la justicia social, sino de forjar en ellas una nueva mentalidad
y una nueva conciencia y volver a arraigarlas sobre el suelo sagrado
de España.
Todo lo demás es
accesorio. Podrán discutirse detalles formales sobre la
estructuración de nuestro sindicalismo, moldeado, como está, a base
de criterios prácticos y flexibles. Pero lo que no puede
discutirse es la firmeza, la verdad y la eficacia de una idea que
nació frente a la poesía que destruye, una idea que, al cabo de los
años duros y diffciles, ha dado los mejores frutos y sigue
constituyendo, de cara al futuro, un programa de acción y de
esperanzas, al cabo del cual ya se palpa la España mejor con la que
soñamos."
José Solís Ruiz: Nuestro Sindicalismo 1953.
José Solís Ruiz: Nuestro Sindicalismo 1953.
El Sindicato representa orgánicamente al pueblo (artículo en el diario Pueblo).
Si salimos del ámbito puramente sindical para instalarnos en la maquinaria política,¿a quienes encontraremos formando parte de ella? A los Sindicatos.
¿Donde? En primer lugar en las Cortes Españolas, cuya Ley fundacional, de 17 de julio de 1942, otorgó la tercera parte de los puestos a los Sindicatos. Lo propio ocurre en las Diputaciones Provinciales y en los Ayuntamientos, aparte de la representación actual en las entidades mutualistas.
¿Y como se llega a esa representación?: Por el sufragio universal.
Según se decía hace pocos días desde estas mismas columnas de "Pueblo", el Sindicato, en su triple dimensión -empresarios, técnicos y trabajadores-, representa orgánicamente al pueblo español en las instituciones legislativas, administrativas, mutualistas, etc., a través de hombres libremente elegidos.
Inutilidad del Intermediario Político.
El Sindicato, de instrumento de los partidos políticos, aspira a suplirles, para luego, reemplazarlos, porque el hombre actual comprende que el sólo hecho de desarrollar una actividad productora le faculta para intervenir en el gobierno de los destinos de su Patria, sin necesidad del elemento intermediario, que hasta ahora asumía el representante del partido político.La masa de afiliados es el Sindicato de verdad (Clausura Consejo Económico Sindical de Pontevedra).
Hoy el sindicalismo sois vosotros, empresarios, técnicos y trabajadores, a los que se os invitó, se os invita, y se os invitará, para que estéis en él hasta conseguir el propósito de que sea la Organización más auténtica de un pueblo. Vosotros tenéis que coger las riendas de este sindicalismo, puesto que nosotros, los que estamos en la línea de mando, solamente estamos en nuestros puestos para garantizar que se defenderán siempre los inteeses legítimos, y que jamás podrán volverse contra los intereses de la Patria. Pero los Sindicatos no somos nosotros, ni vuestro Delegado, sino que sois vosotros en contacto, en colaboración y entendimiento; pero tampoco somos nosotros ni vosotros si detrás no lleváramos algo más.
El Sindicato lo constituímos con esos hombres que quedan en la calle trabajando, con los hombres que están en la fábrica, en los talleres, en el campo, quienes, quienes delegaron su representación en vosotros y os mandaron aquí a que trabajáseis por ellos y hablárais en su nombre. Este es el Sindicato de verdad, natural y auténtico.
El Sindicato tiene que ser disciplinado, pero no sumiso.
Tenéis aquí una Casa, unos funcionarios, un instrumento de contacto con vuestras autoridades, y muy atinadamente decía el señor Ovispo que esa casa no deberá representar nunca un órgano de lucha, sino un instrumento de concordia, de paz, de colaboración, que no quiere decir, naturalmente, órgano de claudicación. El Sindicato tiene que ser disciplinado pero no sumiso, y tiene que saber decir No cuando corresponda, y tiene que saber defender los intereses legítimos por encima de todo, echando toda la carne en el asador
José Solís Ruiz: Nuestro Sindicalismo 1953.
Fuero del Trabajo 9 de marzo de 1938
Preámbulo.
Renovando la tradición católica de justicia social y alto sentido humano que informó la legislación de nuestro glorioso pasado, el estado asume la tarea de garantizar a los españoles la patria, el pan y la justicia.
Para conseguirlo atendiendo, por otra parte, a robustecer la unidad, libertad y grandeza de España acude al plano de lo social con la voluntad de poner la riqueza al servicio del pueblo español, subordinando la economía a la dignidad de la persona humana, teniendo en cuenta sus necesidades materiales y las exigencias de su vida intelectual, moral, espiritual y religiosa.
Y partiendo de una concepción de España como unidad de destino, manifiesta, mediante las presentes declaraciones, su designio de que también la producción española, en la hermandad de todos sus elementos, constituya una unidad de servicio a la fortaleza de la patria y al bien común de todos los españoles.
El Estado español formula estas declaraciones, que inspiraran su política social y económica, por imperativos de justicia y en el deseo y exigencia de cuantos habiendo laborado por la patria forman, por el honor, el valor y el trabajo, la más adelantada aristocracia de esta era nacional. Ante los españoles, irrevocablemente unidos en el sacrificio y en la esperanza.
Los Jurados de Empresa
En 1953 se promulga el Reglamento del Jurado de Empresa implantándose en empresas de más de 1.000 trabajadores, y paulatinamente hasta 1970 para aquellas de más de 50 trabajadores.
Los Jurados de Empresas, según dicho Reglamento, “están llamados a lograr la convivencia en el seno de la empresa, el aumento de la producción y el desarrollo de nuestra economía”; estaba compuesto por el presidente, cargo que recaía en el propietario de la empresa, gerente o persona en quienes deleguen, y los vocales, representado por los distintos grupos profesionales de trabajadores.
Sus funciones consistían en proponer a la dirección cuantas medidas consideren adecuadas en orden al aumento de la producción, la mejora de la calidad, el aumento de los índices de rendimientos, etc... Asimismo entendía también de las reclamaciones formuladas por los trabajadores.
Las elecciones para renovar el jurado se celebraban cada 3 años. Las listas estaban compuestas por 3 candidatos de cada rama profesional que podían ser votados por sus compañeros de categoría, pero no por el resto. Y podía haber tantas listas como quisieran presentarse.
A partir de la Ley de Convenios Colectivos de 1958 los jurados de empresa participarán en la negociación de los convenios colectivos.
En España está
promulgado un Decreto, el Decreto de los Jurados de Empresa, en el
que se da forma al principio de la participación de los obreros
en la dirección de la comunidad
de trabajo.
de trabajo.
De esta Ley falta
por publicar el Reglamento de aplicación. Se prevén en ella varios
tipos de intervención de los obreros en los Consejos de
Administración de la Empresa y varias funciones de los
representantes del trabajador que se denominan Jurados de
Empresa.
Principalmente se refiere esta participación a proponer a
la Dirección medidas que conduzcan al aumento de la producción, a
la mejora en los servicios, a la rapidez, a la reducción de
despilfarros y, en suma, al mayor rendimiento del trabajo. También se prevé que el
trabajador pueda comprobar que la Empresa está al corriente en sus
obligaciones con relación a toda clase de seguros de previsión
social. Se establece también que el Jurado podrá proponer medidas
de seguridad e higiene en el trabajo, dirigir los Centros de recreo y
deporte, ser informado de la marcha general de la producción,
participar en la elaboración de Reglamentos de orden interior o de
tarifas de primas para trabajos con incentivo o de pluses por
trabajos peligrosos o fatigantes, intervenir en la distribución del
plus de ayuda familiar, en los economatos de suministros de víveres
en condiciones de baratura y emitir informe en los expedientes de
crisis incoados por las Empresas antes de que éstas presenten su
demanda a los organismos oficiales.
La causa de que el
Reglamento de aplicación de esta Ley no se haya publicado fué
.explicada abierta y claramente a los obreros ante una concentración
de 20.000 mineros en la cuenca carbonítera de Asturias en marzo
de I950. La atención de aquellos trabajadores ante las explicaciones
del Ministro
que tiene el honor de dirigiros la palabra y las manifestaciones externas con que fueron subrayadas sus palabras denota que los trabajadores se apasionan por esta cuestión y que ante ella adoptan una actitud de suma prudencia, dada la trascendencia del problema.
que tiene el honor de dirigiros la palabra y las manifestaciones externas con que fueron subrayadas sus palabras denota que los trabajadores se apasionan por esta cuestión y que ante ella adoptan una actitud de suma prudencia, dada la trascendencia del problema.
La Revolución española se defiende de
un precipitado establecimiento de los Jurados que pudiera hacerles
morir apenas nacer, o lo que es peor, convertirlos en una farsa.
Tenemos que meditar sobre la trascendencia de esta medida en la
sociedad española. Tenemos que saber que existen dos peligros para
la permanencia y para la eficacia de esta institución, por otra
parte tan inaplazable.
Primeramente, el obrero español, a pesar
de su creciente preparación política, está poco preparado
técnicamente para las contiendas amistosas con la dirección de las
Empresas. Y esto tratándose de Empresas progresivas, modernas,
sincronizadas con la política social que seguimos. Nada digamos de
las Empresas arcaicas.
Con la mejor buena
voluntad del mundo, el vocal de un Jurado puede ser arrollado
dialécticamente, técnicamente, por sus contradictores dentro de la
Empresa. En una discusión de carácter trascendental se puede ver
sumido en la mayor mudez y hasta no llegar a entender lo que escucha
o interpretarlo erróneamente. Esto no ocurrirá siempre, porque
entre los obreros españoles los hay excelentemente preparados y con
una agudeza dialéctica envidiable. Pero ocurrirá, desgraciadamente,
en términos generales. Y, una de dos: o el trabajador se aburre,
abandona el campo, se retira decepcionado y los Jurados caen
verticalmente y pasan al almacén de los trastos inservibles, o bien
de la discusión con los tozudos de la intransigencia sale la
incomprensión primero, el rencor después y, al final, otra vez el
odio de clases y la lucha subsiguiente.
Porque no queremos entrar
en este círculo vicioso nos hemos detenido prudentemente antes de
lanzar el Reglamento. Porque lo que no nos perdonaríamos en manera
alguna, por ingenuidad, por embarcarnos alegremente en un halago, es
el hacer un daño irreparable a los trabajadores, empresarios y
obreros.
Acaso adoptemos un
establecimiento progresivo del Jurado en determinadas Empresas, en
determinadas ramas laborales, como sistema de ir avanzando sin tener
que retroceder.
Tened la seguridad de que en esta dirección nos
movemos, sin dejar de andar cada día un poquito.
Creo estar en
condiciones de poder anunciaros que estamos llegando al final. Ya
sabemos que esta conquista tiene aún más enemigos que las de
carácter material.
Al régimen de los Jurados de Empresa se oponen,
como hemos dicho, por igual, las dos grandes tiranías universales:
la de la dictadura económico-liberal y la de la dictadura
económica y política comunista.
Para la primera es un principio
irrenunciable el del dominio absoluto del capital.
Para el
comunismo, la leal colaboración de los trabajadores con la Empresa
puede entibiar los ardores de la rebeldía que tanto necesita el
comunismo para instaurar su tiranía. Naturalmente, nos referimos al
comunismo de exportación. El otro, el de Rusia, ya hemos visto el
sistema que tiene montado.
Ni el capitalismo liberal ni el comunismo
quieren la colaboración.
Y, en el fondo, coinciden
en esto como en tantas otras cosas, y es que a ambos les interesa por
igual mutilar hasta la esterilización cualquier anhelo noble del
alma humana, cualquier movimiento de verdadera libertad, cualquier
actitud que tienda a dar al hombre la satisfacción de sentirse protagonista de la Historia, autor de su propia alegría, creador de
su bienestar, responsable del progreso de su Patria, dueño de sus
destinos y de los destinos de su prole.
La base jurídica de
nuestra política, en orden a la participación del trabajador en la
Empresa, radica primeramente en la Carta institucional laboral que es
el Fuero del Trabajo. En este memorable documento se establece ya el
principio de que la Empresa tiene el deber de informar al trabajador
de la marcha de la producción en la medida necesaria para fortalecer
el sentido de la responsabilidad.
Este principio es recogido por la
Ley de Bases de la Organización Sindical promulgada en 6
de diciembre de I940' En el artículo séptimo de esta Ley se dice que
de diciembre de I940' En el artículo séptimo de esta Ley se dice que
«en la dirección de la Empresa, el jefe estará asistido de los
elementos del personal trabajador que reglamentariamente se
designen».
Finalmente, todo este espíritu está recogido en el
Decreto de Jurados de Empresa de que os hemos hablado y que se
promulgó con feéha I8 de agosto de I947.
Con anterioridad se habían
hecho ensayos parciales sobre áreas de trabajo muy reducidas. Estos
ensayos nos sirvieron de enseñanza para llegar a la formulación que
os hemos expuesto. Quiero con este motivo recordar las Comisiones de
Conciliación que actuaron en el acoplamiento del personal a
nuevas normas laborales en Empresas nacionales como las de Industrias Eléctricas, Compañía Telefónica y Red Nacional de Ferrocarriles.
nuevas normas laborales en Empresas nacionales como las de Industrias Eléctricas, Compañía Telefónica y Red Nacional de Ferrocarriles.
En resumen, señores
Congresistas, hemos ido en esta materia más de prisa de lo que
parecía permitir la realidad. Estamos en presencia de un período de
preparación del obrero para el manejo de instrumentos jurídicos que
jamás habían sido puestos en sus manos. Es natural que queramos
para el trabajador un entrenamiento, una instrucción a la que
atendemos con una visible preferencia.
Estimamos que ha llegado el
momento de dar un paso hacia adelante y le estamos dando en estos
momentos. El obrero español lleva algunos años administrando el
plus de ayuda familiar, que funciona desde 1942; Desde 21 de
septiembre de 1944 participa igualmente en los Comités de Seguridad
e Higiene del Trabajo creados con carácter obligatorio en bastantes
industrias y en los que se fija que los obreros participantes en
estos Comités han de tener la categoría de contramaestre o de
oficial. En las Cajas Colaboradoras del Seguro de Enfermedad también intervienen
representaciones obreras.
representaciones obreras.
Pero, sobre todo, en
auxilio nuestro en este programa de capacitación del obrero para
tareas directivas han venido los propios obreros españoles dándonos,
no diré que una sorpresa, porque todo lo esperábamos de su ágil
inteligencia, pero sí una inesperada alegría al haber quemado ellos
mismos las últimas etapas de la ruta de su preparación para el
mando. En la rectoría de los
Montepíos y Mutualidades laborales, el predominio del elemento
obrero está en razón de tres a uno con el elemento patronal.
Pues
bien: en la administración de los cuantiosos bienes que hoy poseen
los Montepíos y Mutualidades laborales, los obreros han demostrado
unas cualidades rectoras verdaderamente sorprendentes, y puede
decirse que no existe en España institución más popular, más
querida, más prestigiada y más rodeada del respeto de la Nación
que la de los Montepíos y Mutualidades laborales.
Esto se ha
conseguido gracias a las dotes de honradez, de inteligencia y de
patriotismo de los obreros.
Partiendo de esta experiencia estamos
animados de las mayores esperanzas. Por de pronto se han creado las
Delegaciones Provinciales del Instituto Nacional de Previsión, que
tienen a su cargo la administración de los seguros sociales del
país.
En esas Delegaciones, el elemento obrero es también
predominante a través de la Organización Sindical.
De esta manera
España, nuestra joven Revolución, que apenas tiene quince años,
camina hacia la consecución de una de las metas más justas de la
justicia social: la participación de los obreros en la
responsabilidad de la Empresa.
José Antonio Girón de Velasco: Quince Años de Política Social dirigida por Franco 1951.
Sindicato vertical.
En España, durante los primeros años del franquismo, aunque el Fuero del Trabajo de 1938
anticipó los soportes de la acción sindical, sería la Ley de Unidad
Sindical de 26 de enero de 1940 la clave de la organización sindical
franquista y en definitiva del sindicalismo vertical expresado en la Ley
de Bases de la Organización Sindical de 6 de diciembre de 1940.
La declaración no permitió dudas, unía de forma automática y obligatoria en la única CNS (Central Nacional Sindicalista) a todos los españoles en su condición de "productores".
«...La organización sindical se constituye en un orden de sindicatos industriales, agrarios y de servicios, por ramas de actividades a escala territorial y nacional que comprende a todos los factores de la producción...»Fuero del Trabajo, punto XIII.2.
Dirigida a acabar con la autonomía que habían mantenido hasta entonces
las organizaciones católicas agrarias y promovida por el entonces
Delegado Nacional de Sindicatos Gerardo Salvador Merino, un camisa vieja
con pasado izquierdista que durante la Guerra Civil Española fue Jefe
Provincial en La Coruña, donde se había ganado fama de obrerista.
Salvador pretendía crear un potente aparato sindical autónomo y capaz de
encuadrar a las masas obreras.
«...La acción de los Sindicatos en las esferas nacional, provincial y local se desarrollará en la disciplina del Movimiento y bajo las jerarquías de los Mandos sindicales correspondientes de Falange Española Tradicionalista y de las J.O.N.S., que funcionarán, respecto de los Mandos Políticos del Partido, con la subordinación que establecen los Estatutos del mismo...»
Artículo 20.
La OSE fue el resultado de la fusión de las organizaciones obreras del
falangismo, el tradicionalismo y las organizaciones patronales, con el
fin de organizar a trabajadores, técnicos y a patrones dentro de una
sola estructura vertical, similar al fascista para las relaciones
laborales en un estado corporativo, que es en lo que terminó todo
(aunque seguramente sea más correcto compararlo con el modelo
corporativo de la dictadura de Miguel Primo de Rivera que con el modelo
fascista), frente al ideal nacionalsindicalista de la Falange que en
principio parecía quererse seguir (y que nunca se aplicó). En ella,
todos los trabajadores, llamados “productores,” y sus patronos tenían el
derecho de elegir sus representantes mediante elecciones.
En esta OSE los trabajadores y los patronos presuntamente estaban en pie de igualdad (una diferencia esencial con el Nacionalsindicalismo de la Falange, pues esta ideología diferenciaba claramente entre empresario y capitalista, poniendo en pie de igualdad al obrero y al empresario, sí, pero excluyendo siempre al capitalista y rechazando tajantamente el principio de armonización entre trabajo y capital, ya que proponía la propiedad sindical de las empresas). Por ello, las huelgas fueron prohibidas.
En aquel contexto, a comienzos de los años 60, el Partido Comunista de
España (entonces clandestino) decidió una política de infiltración en la
OSE, en teoría, para alcanzar los aumentos prácticos para las
condiciones de los trabajadores. En realidad se trataba de aprovechar
las estructuras del régimen para propiciar su caída. De ahí surgieron
las Comisiones Obreras, en cuyo nacimiento tuvieron mucho que ver no
sólo comunistas como Marcelino Camacho, sino también numerosos
falangistas relevantes como Ceferino Maestú o Diego Márquez
(posteriormente Jefe Nacional de Falange Española de las JONS).
La situación se mantiene hasta la ley Sindical 2/1971, de 17 de febrero, que estructura la Organización Sindical Española otorgándole naturaleza institucional y carácter representativo. La actividad sindical vuelve a depender del Ministerio de Relaciones Sindicales.
Al final del régimen de Franco, la OSE perdió su energía, siempre limitada y los sindicatos ilegales ganaron la fuerza (CCOO, UGT, USO, CNT, etc.). De hecho, una vez fallecido el general Franco y hasta la supresión de la OSE, la mayoría de los empresarios preferían acordar convenios y pactos de empresa con la representación de la organizaciones sindicales clandestinas que con los representantes de la OSE.
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Al igual que la lucha de partidos, la lucha de clases es un principio totalmente condenado por el «Movimiento» franquista, heredero a ese respecto de la Falange (aunque, por otra parte, ha sacrificado en el altar de la Prosperidad varios artículos de su programa, especialmente el que preveía la nacionalización de la banca o la propiedad sindical). Por ello, la primera Carta de Derechos aprobada por el régimen, ya el 9 de marzo de 1938, fue el Fuero del Trabajo.
Discípulos directos de José Antonio Primo de Rivera en su mayor parte, los sucesivos ministros que han ocupado ese Ministerio, al igual que los de Sindicatos, Trabajo, etc., han intentado instaurar un régimen de paz y de promoción social.
Organización vertical de los gremios, sindicatos únicos, sistema completo de seguridad social (creado por el Instituto Nacional de Previsión que en 1956 disponía de 7,6 millones, 1,7 del Estado y 1,15 de los trabajadores), regidos por las Leyes de 21 de julio de 1960 y 28 de diciembre de 1963, que, el 12 de junio de 1965, se amplió a la agricultura, llegando a afectar a 28.365.725 personas (9,7 % en régimen general, 3,39 % en régimen obligatorio y 2,92 % en régimen voluntario agrícola), con un presupuesto de 225.600 millones en 1971 y 329.919 en 1972 (5/6 procedentes de las empresas, 1/6 de los trabajadores y 13.000 millones del Estado), de ayudas familiares (reforzadas por la protección de las familias numerosas el 19 de junio de 1971) y de asistencia a los ancianos (asilos, etc.) el 19 de marzo de 1970.
Fue ésta la obra del navarro don José Luis de Arrese (ministro de la Falange apartado del gobierno el 11 de agosto de 1944, llamado de nuevo a la cartera del Movimiento del 18 de julio de 1951 al 16 de febrero de 1956 y luego a Vivienda), de don Raimundo Fernández Cuesta, primero ministro de Justicia (11 de agosto de 1944) y después del Movimiento (de 16 de febrero de 1956 a 25 de febrero de 1957), de don José Antonio Girón de Velasco, ministro de Trabajo (de 20 de mayo de 1941 a 16 de febrero de 1956), de don Fermín Sanz Orrio (ministro de Trabajo el 25 de febrero de 1957) y de don José Solís Ruiz (ministro secretario general del Movimiento de 25 de febrero de 1957 a octubre de 1969).
Al presentar, el 16 de febrero de 1971, una nueva Ley Sindical (que se estaba preparando desde el Congreso de Tarragona de 1968) a las Cortes, que la aprobaron por 451 votos contra 11 y seis abstenciones, el ministro de Relaciones Sindicales, don Enrique García Ramal, insistió en la importancía de la representación sindical, no sólo en las Cortes, sino también en los Consejos Municipales (17.710), en las Comisiones del Plan (1.300) y en los diversos consejos del Estado, y en el interés que ofrece su presencia activa y responsable en la creación y en la participación en los resultados y en los beneficios del desarrollo.
En aquellos textos se limitaron los poderes del delegado nacional en relación con los que figuran en la Ley de 6 de diciembre de 1940, es decir, que tiende a relajarse el control del Movimiento sobre la pirámide sindical.
En una entrevista a la Libre Bélgica (21 de febrero de 1974), el nuevo ministro expresó su intención de establecer una distinción entre las asociaciones patronales y obreras y de garantizar a la base una mayor autenticidad de los representantes sindicales libremente designados y de las reivindicaciones profesionales, libremente discutidas.
Pero, en la difícil coyuntura, económica y financiera, actual, la primera preocupación del gobierno en el terreno social es mantener el pleno empleo y el nivel de vida, logrando una distribución equitativa de los ingresos, pese a los daños producidos por la inflación.
Los tecnócratas españoles, brillantes discípulos de economistas como Walt Rostow y Samuelson —para quien la expansión se basa, como la marcha, en un desequilibrio restablecido a cada paso— no han logrado más que otros librar a su país de ese vicio profundo del mundo libre.
Es la única mancha que empaña la perspectiva de un período de prosperidad durante el cual España ha logrado equiparse e integrar en gran medida a sus trabajadores en las capas medias de la población e incluso a gran parte de su población rural en la industria (la industria catalana emplea mano de obra andaluza) y en el sector terciario.
Jean Lombard.
Una lista enorme de leyes de protección de los trabajadores.
El día 20 de noviembre, Francisco Franco cumplirá un año más en la tumba. A la sazón y considerando que el Generalísimo diseñó, o más bien lo diseñaron sus colaboradores escogidos entre las mentes más brillantes de la Nación, las bases de una legislación socialmente avanzada.
Damos a conocer la lista de normas de protección del trabajador que fueron creadas durante el Régimen y perdidas con la democracia de partidos actual.
Este fue uno de los legados sociales del "dictador":
-1 de septiembre de 1939 Ley del Subsidio familiar.
-23 de septiembre de 1939 Ley del Subsidio de Vejez.
-13 de julio de 1940 Ley de Descanso dominical y días festivos.
-25 de noviembre de 1942 Ley de Patrimonios familiares.
-14 de diciembre de 1942 Seguro Obligatorio de enfermedad.
Para dar cobertura a la Ley del Seguro Obligatorio de enfermedad, se construyó, entre 1967 y 1973, una red hospitalaria, dependiente de la Seguridad Social:
-Residencias hospitalarias: 292
-Ambulatorios: 500
-Consultorios : 425
-Residencias concertadas: 96
-26 de enero de 1944 Contrato de Trabajo, vacaciones retribuidas, maternidad para las mujeres trabajadoras y garantías sindicales.
-19 de noviembre de 1944 Paga extraordinaria de Navidad.
-18 de julio de 1947 Paga extraordinaria del 18 de julio.
-14 de junio de 1950 Reforma del I.N.P. para una mejor cobertura en la acción protectora.
-22 de junio de 1956 Accidentes de Trabajo
-24 de abril de 1958 Convenios colectivos
-23 de abril de 1959 Mutualidad agraria. En esta ley se encuadran 2.300.000 trabajadores del campo, por cuenta ajena y propia.
-2 de abril de 1961 Seguro de Desempleo.
-14 de junio de 1962 Ayuda a la Ancianidad.
-28 de diciembre de 1963 Ley de Bases de la Seguridad Social.
-31 de mayo de 1966 Régimen Especial Agrario.
-2 de octubre de 1969 Ordenanza General del Campo, donde se establece la jornada laboral de 8 horas.
-20 de agosto de 1970 Mutualidad de Autónomos Agrícolas.
-23 de diciembre de 1970 Ley de Empleo Comunitario.
Así que en la ley del 9 de julio de 1976, todos los trabajadores españoles ya tenían cubiertas las siguientes contingencias por el Estado. Pasamos a enumerarlas:
-Seguro de Desempleo.
-Subsidio de Vejez.
-Invalidez permanente total.
-Invalidez absoluta.
-Gran invalidez.
-Discapacitados y Disminuidos.
-Subsidio de Ancianidad.
-Enfermedad Común no laboral.
-Accidente Común no laboral.
-Subsidio familiar.
-Protección familias numerosas.
-Asistencia farmacéutica.
-Asistencia médica.
-Asistencia hospitalaria.
-Vacaciones retribuidas.
-Pagas sobre beneficios.
-Convenios Colectivos.
-Representantes sindicales (liberados).
-Jurados de empresa.
-Representación Consejos de la administración de las empresas.
-Magistraturas de Trabajo. No existencia del despido libre.
-El poder adquisitivo del trabajador le permitía pagar una casa en propiedad en unos 10 años. En palabras de D. Blas Piñar López "Los proletarios pasaron a ser propietarios".
Auge y caída del poder sindical azul (1938-1941).
La Revolución en la Guerra.
Los intentos por crear estructuras revolucionarias de los falangistas comenzaron durante la Guerra Civil. En los primeros meses del conflicto, en el bando nacional, Falange desarrolló leyes sociales para solventar las seculares injusticias que sufrían los trabajadores españoles. Los falangistas tenían una oportunidad histórica que les habían negado las urnas y abierto los fusiles.
La ofensiva anticapitalista azul arreció cuando Dionisio Ridruejo asumió las responsabilidades de Prensa y Propaganda, auxiliado por Fermín Yzurdiaga, Román Oyarzun y Antonio Tovar. La prensa falangista
“seguía condenando, como antes, el liberalismo en todas sus formas […] denunciaban ciertos aspectos franciscanos del catolicismo o declaraban que el Papa no era infalible en cuestiones políticas… cuando, con retraso, el fascismo adquirió relevancia durante la Guerra Civil, mutaría y se sincretizaría de manera inevitable en un híbrido «fascismo frailuno»” (Payne 2006: 72).
Como ejemplo, Ridruejo acusó a Pedro Sáinz Rodríguez, que era ministro de Educación, de “haber ofrecido a la Iglesia una gran influencia en la educación”. (Payne 1997: 465)
No mentía ni se equivocaba.
Trece meses antes de terminar la guerra, el 30 de enero de 1938, Franco formó un Gobierno en el que Fernández-Cuesta asumió la cartera de Agricultura y el ingeniero Pedro González-Bueno ocupó el Ministerio de Organización y Acción Sindical.
Su departamento generó leyes avanzadas de protección social y laboral, aunque fue rebatido por algunos camisas viejas:
“Si se hubiese levantado un acta de las sesiones, lo que no creo que sucediera, se habría constatado que tanto requetés como conspicuos falangistas resultaban defensores del sindicato de clase. Paradojas” (González-Bueno 2006: 201).
Ese mismo año, el 9 de marzo, se aprueba el Fuero del Trabajo más inspirado en la encíclica Rerum Novarum que en la fascista Carta del Lavoro italiana.
González Bueno escribió sobre esos días:
“El capital era colocado en su lugar, con la declaración de que no era sino un instrumento de la producción. El trabajo no debía ser considerado una mercancía que se compra o se alquila, sino un honor para el trabajador y un derecho” (González-Bueno 2006: 156).
Más aún, los sindicatos serían el cauce de democracia política y económica: “El Fuero del Trabajo cuando se aprobó anticipaba un régimen denominado «nacional-sindicalista», en el que la Organización Sindical, por una parte, debería ser vehículo de la representatividad política del pueblo, pero por otra habría de intervenir directamente en los Ministerios económicos del Gobierno” (González-Bueno 2006: 157).
Los falangistas avanzaban en la construcción del esqueleto de un Estado durante la guerra y apenas notaron cuando lo sindical dejó de ser un Ministerio para convertirse en una Delegación.
Los sindicatos de Salvador.
El partido único FET y de las JONS (nunca llegó a ser un partido único propiamente dicho) lo controlaba el presidente de la Junta Política, Serrano Suñer, quien decidió asignar nuevamente los sindicatos al movimiento.
El 9 de septiembre de 1939, el notario Gerardo Salvador Merino, de 29 años fue nombrado delegado de Sindicatos.
Salvador había sido herido dos veces en combate en el frente asturiano. Fue nombrado jefe comarcal de FET por Germán Álvarez de Sotomayor en junio de 1937 y jefe provincial en noviembre. Fernández-Cuesta lo destituyó por realizar una concentración en la plaza de toros de La Coruña el 24 de abril de 1938, con el lema “Abajo la burguesía”. Salvador marchó de nuevo al frente, combatiendo en Castellón, con la graduación de sargento obtenida por méritos de guerra (Moreno Juliá 2004: 45).
El delegado de Sindicatos dependía del secretario general de FET, general Muñoz Grandes, que había sido rápidamente atraído por las tesis azules más revolucionarias.
“El nombramiento de Salvador Merino es buena prueba de por dónde iban los intereses e inclinaciones políticas de Muñoz Grandes durante su paso por la Secretaría General” (Togores Sánchez 2007: 227).
Salvador se adscribía al grupo más radical de Falange, hostil a la masa derechista que ingresó en las filas falangistas y que fue mal asimilada durante la guerra. Según Manuel Penella, el secretario de Ridruejo, el general Muñoz Grandes se
“había entendido muy bien con Gerardo Salvador Merino, hasta el punto de que había pensado lanzarse por su cuenta a la conquista de Gibraltar para poner a Franco ante un hecho consumado y obligarle a hacer la revolución” (Togores Sánchez 2007: 247).
Payne describe a Salvador, de una forma simplista, como
“nazi ardiente, cuyo objetivo era levantar un sistema sindical poderoso y relativamente autónomo como elemento decisivo del nuevo régimen” (Payne 1997: 523).
Sí era cierto que Gerardo Salvador era radical en su falangismo.
“Lo que planeaban Salvador Merino y sus colaboradores había de ser un Nacional–sindicalismo que estuviese alejado de los sindicatos «libres» […] que correspondiera a las exigencias de la clase trabajadora española” (Ruhl 1986: 63).
En 1940 todavía era posible la revolución.
El poder de Salvador Merino creció porque pudo moverse con independencia debido a varios factores: los jerarcas miraban a otra parte; Serrano Suñer se afanaba en acaparar el control del nuevo Estado; estaba vacante la Secretaría General de FET y de las JONS tras su abandono por Muñoz Grandes y entre los falangistas existía un déficit de liderazgo.
La reestructuración sindical de Salvador fue total hasta llegar a la Ley de Unidad Sindical en la que se aseguraba el predominio de los Sindicatos que integraron a las asociaciones profesionales y empresariales. El 26 de enero de 1940 se promulgó la ley de Unidad Sindical. Los jóvenes azules la usaron para hacerse con amplias áreas de poder sindical:
“La ordenación económico social de la producción se ejerce a través de los Sindicatos Nacionales […] El jefe de cada Sindicato Nacional será nombrado por el Mando Nacional del Movimiento, a propuesta de la Delegación Nacional de Sindicatos”.
El poder sindical azul se manifestó de forma pública en una multitudinaria concentración de obreros el 31 de marzo de 1940, celebrando el primer año de paz, que marchó por el Paseo de La Castellana gritando que los trabajadores habían conquistado el poder y el Estado Sindical iba a ser implantado.
La demostración levantó las iras de sectores del Ejército y el miedo de muchos capitalistas, así como de los monárquicos.
El general Varela juró que acabaría con la carrera de Salvador.
Los tres sectores se pusieron de acuerdo en la necesidad de reducir el poder de los azules. Comenzó la pugna. Franco debilitó a los falangistas destituyendo al general Yagüe como ministro en junio. La entrevista de los dos militares fue
“un enfrentamiento en toda regla. De legionario a legionario”. (Palacios 1999: 261)
Al mes siguiente, los generales Solchaga y Orgaz se quejaron al Caudillo de los falangistas. Después también lo hicieron los generales Aranda y García Escámez en el mismo sentido, pidiendo una restauración monárquica, que aplaudían los generales Varela y Kindelán.
Los falangistas se sentían con fuerzas para vencer.
Gente próxima a Dionisio Ridruejo, en el boletín que publicaba la Delegación Provincial de Barcelona, escribía en julio de 1940:
“Encuadrados en nuestros Sindicatos existen una gran cantidad de empresas y de productores que no se encuentran en su sitio. Que están con nosotros por las circunstancias a disgusto. Su incorporación a nuestros Sindicatos ha sido su mal menor. Expresado en dos palabras: están incómodos. Denotan su casta […] caciquil, siguen haciendo política cobarde y destructora y quieren hacer cundir en otros la desanimación; pero no saben cuan lejos están de esto”.
En octubre, Salvador afirmaba que
“dentro de muy pocos días, los Sindicatos Nacionales tendrán de hecho y por derecho atribuciones de enorme trascendencia y responsabilidad respecto a la ordenación económica nacional, con vistas a una unidad, siquiera de instrumentación, de la política económica del Estado”.
La Delegación Nacional de Sindicatos la definió Germán Álvarez de Sotomayor como “refugio o reducto último de nacional-sindicalistas” en el I Congreso Sindical, celebrado del 11 al 19 de noviembre de 1940.
Analizando la nueva ley sindical, Pío Miguel Izurzun, el delegado de sindicatos de Barcelona, con cerca de medio millón de afiliados, expresó:
“La ley termina con los jerarcas irresponsables del capitalismo, anula las fuerzas ocultas y mágicas del poderío financiero. En una palabra comienza solemnemente la verdadera Revolución Nacional contra una serie de siglos de orden antiespañol y anticatólico, […] capitalista y marxista”.
Esa ley integraba a las asociaciones de tipo gremial, fueran profesionales o empresariales en una única organización. Salvador era un revolucionario, que con la Ley de Unidad Sindical, extendió por España en 1940 una red sindical acometiendo obras sociales novedosas y avanzadas.
El descontento de los azules con los monárquicos y derechistas, a finales de ese año, llevó a Dionisio Ridruejo a hablar a
“un confidente del SD [Sicherheitsdienst, servicio de información de la Schutzstaffel, las SS nazis] de un derrocamiento político que se llevaría a cabo en breve y con probabilidades de éxito” (Ruhl 1986: 64).
En esa línea, los camisas azules (germanófilos) que rodeaban a Serrano Suñer le exigieron un golpe de timón. Había que romper con el Estado burgués y clerical, para ello necesitaban poder real. Querían la Presidencia del Gobierno, los Ministerios de Asuntos Exteriores, Gobernación y Educación; fundiendo los Ministerios de Agricultura, Comercio e Industria en uno solo de Economía. Amenazaron a Serrano con pasar a la oposición y dimitir en masa. Serrano ofreció a Salvador la cartera de Trabajo para convertirle en su aliado y, además, poder fiscalizar, desde el Gobierno, la ya poderosa Organización Sindical, pero Gerardo Salvador quería más: pidió la Secretaría General del Movimiento y los Ministerios de Gobernación y de Asuntos Exteriores, cuyo titular era Serrano.
Hans Thomsen, el representante nacionalsocialista en Madrid, preparó a Gerardo Salvador un viaje a Alemania para que conociera el Frente de Trabajo Alemán. Simultáneamente Salvador ofrecía 100.000 trabajadores a esa organización (Togores Sánchez 2007: 334).
“Como aliado para sus intenciones se ofreció, en primer lugar, la Auslandsorganization (Organización para el Extranjero) del Partido Nacional Socialista Alemán (NSDAP), que se había establecido en España durante la Guerra Civil y relacionado con los viejos falangistas” (Ruhl 1986: 19).
Salvador visitó Alemania el 29 de abril de 1941, donde se reunió con Goebbels, Ribbentrop, Funk, y Hess.
“El espionaje alemán informó de que Salvador Merino estaba involucrado en una conspiración (Yagüe, Aranda, Asensio y Muñoz Grandes) dirigida a formar un nuevo Gabinete, constituido por militares y falangistas, del que quedase excluido Serrano.” (Moreno Juliá 2004: 47).
El ministro de Propaganda del Reich, el Dr. Goebbels, anota en su diario:
“Franco y Suñer completamente entregados al clericalismo, carecen de apoyo popular; ni siquiera han comenzado a ocuparse de cuestiones sociales; hay un caos tremendo; la Falange no tiene ninguna influencia […] Esta es la imagen de un país después de una revolución que ha causado casi 2 millones de muertos. Y encima es un aliado nuestro. ¡Espantoso!”.
A su regreso, Salvador realizó el II Consejo Sindical. El nuevo secretario general de FET, José Luís Arrese, y Serrano Suñer le miraban con desconfianza. Salvador, en su alocución a Franco explicando los resultados del Consejo, exigió más poderes para los sindicatos, donde Muñoz Grandes había aconsejado que se admitiera a los obreros de cualquier procedencia, y pidió la proclamación urgente de la hegemonía absoluta de la Organización Sindical en política y economía.
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"Recuerdo que unos días antes había llegado de Alemania Gerardo Salvador Merino, delegado Nacional de Sindicatos. Y recuerdo también que en una cena a la que asistían unas cuarenta personas hizo un canto, con ciertas reservas, de la organización de los alemanes. Yo le estuve escuchando en silencio. No me gustó el asunto, así que a la salida aligeré el paso hasta alcanzarle:
-Merino, todo eso que has dicho no me parece correcto, porque estamo viviendo unos días bastante difíciles, y, por otra parte, nosotros, por nuestro propio entendimiento de la vida, no podemos aceptar determinadas cosas.
Se quedó un poco confuso y se disculpó.
Creo recordar que se había publicado en Arriba un artículo de Antonio Tovar que enrareció más una cuestión que se presentaba como de influencia del gobierno alemán o del partido Nacional-Socialista sobre el grupo más cercano a Ramón Serrano Suñer.
El Generalísimo cortó las especulaciones enérgicamente. Según Luis Suárez Fernández:
Franco llamó a Arrese, a Miguel Primo de Rivera y los convenció de que él no era enemigo de Falange.
Todos tenían un rasgo común; falangistas sinceros, eran más católicos que socialistas, más racionalistas que hegelianos, más españoles que ninguna otra cosa".
José Antonio Girón de Velasco: Si la Memoria no me Falla.
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Franco dio un nuevo golpe de timón. En la reestructuración gubernamental de mayo de 1941 Girón de Velasco fue nombrado ministro de Trabajo y José Luis de Arrese secretario general de FET, para desactivar cualquier veleidad radical, a pesar de que el teniente coronel Écija avisó al Caudillo que Yagüe y Arrese conspiraban contra la Jefatura del Estado (De Diego 1991: 104).
El 7 de julio de 1941 se casó Gerardo Salvador en Barcelona, partiendo de luna de miel a Baleares. Salvador vio que el Gobierno le había consentido el discurso radical porque lo necesitaba para encuadrar al proletariado español, hasta 1939 influido por el anarcosindicalismo.
Pero Salvador sobrepasó los límites al intentar hacerse con el control de la economía nacional para obtener el poder.
El delegado nacional de Sindicatos vio reducidas sus atribuciones. Ante ello, contactó con los falangistas rebeldes, como Tarduchy y González de Canales, pero rechazó las aventuras clandestinas en que estaban implicados. Después buscó el sostén de camisas viejas mejor colocados como Pilar y Miguel Primo de Rivera, Mercedes Sanz Bachiller y Martínez de Bedoya.
Era tarde.
El Consejo de Ministros acordó la destitución de Gerardo Salvador Merino por
“pertenencia a la masonería y a círculos socialistas durante la II República”.
Su presencia en logias masónicas nunca fue probada aunque sí muy aireada por la BBC británica.
Lo de venir del socialismo sí era cierto como el mismo Salvador había reconocido en su ficha de afiliación a Falange. Había abandonado el PSOE cuando miembros de éste atentaron contra sus padres, en mayo de 1933. Tanto él como sus más próximos colaboradores fueron expulsados de FET. Salvador fue confinado en Baleares a finales de 1941.
“La Falange de izquierdas fue relegada políticamente. Puestos de experimentación, que Franco había encomendado a la Falange, después de la Guerra Civil española fueron suprimidos” (Ruhl 1986: 174).
Había terminado el intento más serio de los falangistas (aquellos afines a la Alemania nazi) de hacerse con el poder. Conforme la Segunda Guerra Mundial se acercaba a su fin la influencia de los azules se iría reduciendo hasta el acompañamiento coreográfico.
(Queda clara la división, inconsciente aún, entre los falangistas católicos y los socialistas ateos proclives al nacional-socialismo. Es decir los "falangistas de izquierdas". Éstos últimos, con la excusa del desarrollo social, pretendían, consciente o inconscientemente, involucrar a España en la locura Hitlerista tan rechazada por José Antonio, especialmente en su aspecto racial. Éste es un lastre que aún hoy arrastran los grupos falangistas legalizados. FED)
Obras citadas:
De Diego, Álvaro. José Luis Arrese o la Falange de Franco. Editorial Actas, Madrid, 2001.
González-Bueno, Pedro. En una España cambiante. Áltera, Madrid, 2006.
Moreno Juliá, Xavier. La División Azul. Crítica, Barcelona, 2004.
Palacios, Jesús. La España totalitaria. Las raíces del franquismo: 1934-1946 Planeta, Barcelona, 1999.
Payne, Stanley. Franco y José Antonio. Planeta Barcelona, 1997.
Payne, Stanley. 40 preguntas fundamentales sobre la guerra civil. La esfera de los libros, Madrid, 2006.
Togores Sánchez, Luis Eugenio. Muñoz Grandes. La Esfera de los Libros, Madrid, 2007.
Ruhl, Klaus Jörg. Franco, Falange y III Reich. Akal, Madrid, 1986.
Adaptado del artículo original de Gustavo Morales.
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